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21.10.2013

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Veterano Nivel 3

puntos 15 | votos: 15
Incluso si mi final es un vacío ataúd, - siempre que exista calor que seque mis lágrimas,
no necesito de noches que terminan.
puntos 20 | votos: 20
Cuanto más perdido te encuentras, - más inútiles resultan los mapas.
puntos 8 | votos: 8
Y al final seré yo - quien termine llorando.
puntos 10 | votos: 10
Matando el futuro del pálido mañana, - facilitando el frágil pasado del ayer,
desgarrando el presente del hoy.
Con está elegía carmesí
danza en la noche el demonio escarlata.
puntos 14 | votos: 14
Tan solo la palabra escrita - puede volverse eterna.

puntos 4 | votos: 4
Capítulo 6: Preparativos - El roció se pega a las hojas de los rosales, perezoso, dejando que
finas lágrimas de acuoso cristal se deslicen entre los pétalos y
acaricien los tallos. El sol de la mañana empieza a calentar con
suavidad la tierra mientras la dueña de la denominada Mansión
Escarlata se sienta en su sillón de terciopelo rojo frente a una de
las ventanas de su cuarto. Su sirvienta le sirve el té con habilidad
mientras deja, disimuladamente, una chamuscada magdalena al lado de la
taza.
Remilia Scarlet, frotándose los ojos adormecidos, mira alzando las
cejas el destartalado dulce. No le hace falta mucho tiempo para
percatarse de que es obra de su hermana menor. Suspira con
resignación ante la perspectiva de tener que comérselo ya que, si se
le ocurriera no hacerlo, Flandre empezaría una de sus agotadoras e
irritantes rabietas con todos los chillidos, gritos, lanzamiento de
peluches y patadas que pueda.
La joven señora se lleva la taza a los labios mientras observa el
suave movimiento de las blancas nubes mientras Sakuya prepara la ropa
que se pondrá en el día de hoy. Cree entrever a su hermana correr
por el jardín y deposita la taza en el plato para fijarse mejor. Se
levanta, alisándose el camisón de seda blanca y posa la punta de sus
dedos en el cristal de la ventana. El reflejo iridiscente de las
cuentas de cristal de las alas de hierro de Flandre se recortan en la
alfombra de la estancia al pasar fugazmente frente a ellas. Remilia
suspira, ligeramente consternada. 
-¿Está todo listo?- Se gira dirigiéndose a Sakuya mientras Flan se
asoma con cuidado y le saca la lengua al ver que está de espaldas.
-El coche estará preparado en media hora, según lo previsto.- Sakuya
examina la hora en  su reloj de bolsillo lanzándole una mirada de
advertencia a Flandre, que desaparece revoloteando con esfuerzo.
Remilia se gira al ver la mirada de su sirvienta, posando una mano en
la cadera con elegancia. Arque las cejas, sin comprender y chasquea
los dedos. Sakuya se apresura a acercarse a ella y desvestirla.
Remilia extiende los brazos para que le ponga la camisa mientras
medita en silencio sobre la reunión que acontecerá esa mañana. La
noche anterior estuvo largas horas con Patchouli, discutiendo sobre lo
qué debía hacer y, sobretodo, cómo debía comportarse. Toda
precaución es poca al tratarse de la youkai del Palacio de los
Espíritus Terrenales. Un paso en falso y sellarás tu propia muerte.
Los youkai de su especie son recelosos y desconfían de las demás
criaturas de forma desproporcionada. Su capacidad para leer las mentes
les hace irritables y es difícil que no se muestren ariscos, pero los
animales muestran una especial predilección por ellos y es difícil
no encontrar uno de su especie sin alguna mascota a su lado.
Hace más de quinientos años, fueron exterminados en su mayoría. Un
ataque sin precedentes y por sorpresa cuando el alba apenas despuntaba
entre las cimas de las montañas. Tan solo hubo dos supervivientes. Si
no murieron ese día fue porque hacía siglos que vivían en el
subsuelo, en las tierras que se separaron del Makai y quedaron
suspendidas en una bóveda de piedra y granito en las profundidades
del planeta.
Con el paso de las estaciones, empezaron a mover lentamente los hilos
que se posaban en sus manos y se hicieron con el control de un gran
número de tierras. Remilia baja la mirada al recordar esos tiempos.
No era extraño ver el estandarte de su familia ondear al lado del de
las youkais del Inframundo, de verla a ella tomar el té junto a la
hermana mayor de las dos y  a Flandre jugar con la hermana menor. De
compartir sus esperanzas y anhelos cuando la barrera de Gensokyo
empezó a palidecer.
Todo eso le fue arrebatado junto a sus alas en esa fatídica guerra
que dividió tanto el mundo de los humanos como (quién lo diría) sus
añoradas tierras de Gensokyo. Todo estallo en un triste segundo
marcado por un reloj invisible, desperdigándose como polvo de
estrellas en el infinito.
-No quiero ningún error.- Remilia alza la barbilla para que Sakuya le
anude la corbata.- Este acuerdo es de vital importancia.
-No se preocupe, mi señora. Me ocuparé personalmente de cualquier
problema que pueda surgir.
-No.- Remilia se gira y deja que le cepille el sedoso cabello
azulado.- Tú te quedarás a mi lado y solo hablaras en el caso de que
se te indique. Y procura no pensar en nada comprometido o
necesitaremos algo más que unas cuantas balas de plata.
-Entendido, señora.- Sakuya toma el abrigo negro de su ama y abre la
puerta del cuarto inclinando la cabeza cuando la joven vampiro la
atraviesa.
-Más te vale.- Bufa frotando las palmas de sus manos contra la falda
negra, tratando de calmar su nerviosismo ante el inminente encuentro
con la que fuera su compañera en el campo de batalla en  innumerables
 ocasiones.
puntos 16 | votos: 16
Si no deseas ver - lo que se oculta entre las sombras,
¿por qué te empeñas en desafiar a la oscuridad?
puntos 24 | votos: 24
A veces la puerta cerrada - es también la llave de la cerradura que no te deja abrirla.
puntos 11 | votos: 11
Entrevista extraña a magica44, - la ardilla hiperactiva con sobredosis de cafeína.
puntos 5 | votos: 5
Capítulo 5: Ángel caído - Los cadáveres cubren las tierras mientras la luna escarlata reluce en
el cielo, clamando por más víctimas. Los estandartes, agujereados,
ondean con violencia, danzando entre los ríos de sangre como macabras
marionetas. Entre los guerreros que se desploman, heridos de muerte
por un beso del demonio, avanza una joven figura tiñendo sus blancas
ropas de rojo.
Los gritos de agonía de los caballeros se elevan en armonía, como un
coro de infernales criaturas,  rindiendo tributo a la reina de la
noche. Las alas de la joven se apresuran en dirigirse al horizonte. En
la lejanía, los crucifijos del Vaticano relucen en plata inmaculada a
pesar de la carnicería que se está llevando a cabo. Remilia arruga
la nariz al verlas. Que osen mantener impolutos sus banderas e
insignias mientras su gente muere en decenas a cada minuto que
transcurre es un insulto de un calibre incalculable. Si entras en
guerra, todo debe teñirse de rojo, sin distinción alguna. Un
comandante que no pelea al lado de sus soldados no merece que estos
depositen sus vidas en sus manos blancas, sin rasgos de haber mirado
al horror y a la muerte a los ojos.
La sangre le escupe en la cara mientras continúa avanzando,
incesante. Ya ha perdido la cuenta de los humanos que han intentado
detenerla. En otro momento, hubiera iniciado la retirada. En otro
instante, hubiera hecho que la enterrarán en el ataúd de su padre,
como hizo tiempo atrás. En otro tiempo, nada de esto habría tan
siquiera empezado. Pero está vez han ido demasiado lejos. Han cruzado
una línea que no deberían haber ni mirado. Y se lo hará pagar. Más
tarde o más temprano, pagarán cada gota de sangre derramada. Cada
vida usurpada por su patética guerra. Cada lágrima vertida por cada
cadáver.
Los soldados apostados en el campamento del Vaticano son paralizados
por el terror al ver abalanzarse encima de ellos el horror escarlata,
encarnado en un demonio de alas carmesí. Arrancado la vida de sus
cuerpos con un simple arañazo, se interna en el campamento. No tarda
en oír unos gritos desesperados llamándola, rogándole que la ayude.
-¡Suelta a mí hermana, cabronazo!- Aúlla, entrando en una de las
tiendas de campaña a la par que derriba a los guardias.
-Vaya, vaya. Al fin os dignáis a aparecer.- Sisea un hombre enfundado
en una túnica negra con una cruz de plata colgando del pecho.-
Remilia, la “rosa asesina”.
-Onee-sama…- Articula con esfuerzo una pequeña niña, la cual
sujetan dos corpulentos soldados. Tiene el cuerpo lleno de
magulladuras y cortes, algunos bastante profundos. Sus alas apenas se
mueven y el brillo de los cristales está extinto.
-¡Flan!
-Alto ahí, vampira.- El hombre, que parece ser un obispo, le corta el
paso.- No creas que voy a dejar que te las lleves así como así.
-¿Qué quieres?- Remilia lucha por conservar la calma. Un movimiento
que levante demasiadas sospechas y su hermana no lo contará. Si
tuvieran el mismo poder, sería distinto. Pero aun es demasiado joven
para haberlo desarrollado.
-Vosotros, los vampiros, sois seres sin escrúpulos. Monstruos presos
de la locura…
-¿Acaso vosotros podéis justificar la cordura de vuestro dios?-Le
corta, procurando ocultar sus jadeos de cansancio.
-Hija de…
-Dices que los vampiros no tenemos escrúpulos… Entonces, ¿cómo
llamáis vosotros las torturas que lleváis a cabo en nombre de la
libertad? ¿Un acto de piedad?- Sonríe, disfrutando del rostro
desencajado del hombre.
-No saldrás de aquí con vida.
-Nunca la he tenido. Soy una rosa, como tú me has llamado, que se
alimenta de sangre y florece entre los cadáveres de los caídos. Y
las rosas siempre volvemos a renacer, dispuestas a clavar nuestras
espinas hasta llegar al corazón.- Alza sus manos hasta su pecho,
entrelazándolas con elegancia.
-Dicen que puedes ver y manipular el destino. Supongo que sabrás lo
que te va a pasar.
-El destino cambia a cada instante, a veces se sella y gira hasta su
fatídico final… - Sus ojos escarlata relucen entre las tinieblas de
la tienda de tela.- El viento está muriendo, y vosotros moriréis con
él. Así debe ser.
Remilia siente un fuerte golpe en el cuello. Oye gritar a su hermana
menor, maldiciendo con su débil voz al Vaticano. Cuanto desearía
abrazarla, decirle que todo está bien, que así debe ser. Escucha con
esfuerzo como arrastran algo metálico. A pesar del golpe que le ha
atravesado el cuello, clavándole una pesada cruz que la ha
inmovilizado, no ha emitido queja alguna.
-Escúchame bien, perro del Vaticano.- Empieza a decir, notando
cernirse sobre su cuerpo el hacha de plata.- Podrás apalearnos.
Podrás violar a nuestros hijos y mujeres. Podrás aniquilarnos.
Podrás sembrar el horror y la muerte en nuestras tierras. Podrás
alzar al mundo contra nosotros y hacer que sus lanzas nos apunten.
Pero hay algo que jamás podrás lograr.- Aprieta los puños cuando el
hacha cae encima de sus alas, arrancándolas de cuajo con un sordo
ruido. Flandre lanza un fuerte chillido y empieza a revolverse,
llamándola desesperada.- ¡Jamás podrás lograr que nos arrodillemos
ante vosotros!
Remilia se abalanza encima del hombre y clava sus colmillos en su
yugular. El grito del perro del Vaticano corta la noche a la par que
cae de rodillas al suelo. La sangre salpica el interior de la tienda y
los soldados lanzan gritos de miedo y sorpresa. Aprovechando el
pánico, Flandre logra alzar las alas y arrastrarse lejos de sus
captores mientras su hermana mayor, con el cuerpo completamente
teñido de su sangre, recita un antiguo conjuro entre murmullos antes
de que los soldados reaccionen.
La luna escarlata late ante el llamado de la vampira. Las estrellas se
tornan rojas y se desploman contra el suelo con un delicado silbido
cual sangrientas lágrimas. Remilia alza a su hermana y se la carga a
la espalda, haciendo acallar las ganas de gritar a causa del dolor.
Sus alas, desmayadas en el suelo de tierra, siguen palpitando.
-Onee… Onee-sama…- Flandre apenas murmura estás palabras antes de
perder el conocimiento.
-Tranquila, todo está bien.- Susurra, dirigiéndose tanto a su
hermana como a ella misma.- Ahora nos largaremos de aquí y buscaremos
un lugar seguro.
Remilia avanza entre los soldados que claman que el cielo escarlata se
está cayendo y rezan apresurados la única plegaría que conocen,
tratando de que su dios los ayude. Sus oídos vibran y su vista está
nublada. Lanza un gruñido mientras sale del campamento arrastrando
los pies. Las estrellas se deslizan a su lado, como si le rogarán que
no se detenga, que escape de esta locura.
-Jamás…- gime de dolor, echando a correr hacía el horizonte donde
empiezan a recortarse los rayos del sol.- Jamás me arrodillaré
ante nadie.

puntos 9 | votos: 9
Capítulo 4: Alas de hierro - -Señorita Flandre, ya es hora de acostarse.
-No.- Flandre se cruza de brazos, haciendo pucheros.- No me voy a
acostar hasta que Onee-sama vuelva.
-Flan…- Meiling se arrodilla a su lado, a las puertas de una
sobrecogedora mansión.- Es muy tarde, debes dormir un poco. ¿Qué
diría tu hermana si viera que aun sigues despierta?
-No.- Vuelve a bufar, dándole la espalda.
-Venga, Flan-chan. Si te acuestas ahora, mañana podrás madrugar y
llevarle el desayuno a tu hermana.
-¡¿De verdad?!- Chilla, entusiasmada, volviendo a mirar a Meiling.-
¡¿Y podré cocinarle su plato favorito?!
-Claro que sí. Pero solo si te portas bien y te vas a la cama ahora.
Flandre se levanta y abre de un empujón la puerta de entrada de la
mansión, correteando por los pasillos lo más rápido que puede.
Algunas sirvientas se apartan asustadas a su paso, mientras la
pequeña ríe feliz de camino a su cuarto. Entra en él como un fuerte
vendaval mientras Meiling la alcanza jadeando.
-Meiling, es de mala educación entrar en el cuarto de una señorita
sin llamar a la puerta antes.- Refunfuña Flandre, poniendo los brazos
en jarras, tratando de imitar la pose de Remilia cuando la regaña.
La aludida alza una mano, tratando de hablar. Para toda respuesta,
Flandre la empuja fuera de su habitación y le cierra la puerta en la
cara.
-¡Señorita Flandre!
-¡Vete, que me voy a cambiar!- Espeta, dando una patada al suelo.
-¿Seguro que puede sola?
-¡Ya soy mayor, Meiling!- Protesta, volviendo a hacer pucheros.-
Puedo hacer un montón de cosas yo sola.
-Bueno, si me necesita, estaré al final del pasillo.- Suspira,
alejándose de la puerta.
Flandre se quita con cuidado su peto rojo, dando un traspié hacia
atrás. Su cuarto, sin ninguna ventana, está sumido en la oscuridad.
Tantea con cuidado su diminuto cuerpo y se quita la camisa blanca. Con
un fuerte crujido, un par de alas brotan de su espalda y se desploman
pesadamente en el suelo de la habitación. Las mueve con esfuerzo,
tratando de desentumecerlas. Pesan demasiado para su pequeña figura y
apenas puede moverlas.
Con un leve tintineo, los cristales que cuelgan de ellas empiezan a
emitir una tenue y cálida luz, iluminado débilmente la estancia. Con
un gemido de dolor, Flandre logra alzar sus alas. Los cristales se
entrechocan mientras se acerca con esfuerzo a su cómoda.
Mira con tristeza una de las fotografías enmarcadas que reposan en
ella. En una de ellas, está sentada en el regazo de su hermana mayor,
mirando con ojos golosos una tarta de fresas mientras Remilia trata de
que apague las velas antes de comérsela. Aprieta los puños con
fuerza mientras su mirada se desliza a otra fotografía. Los recuerdos
van golpeando su corazón hasta que se desploma en el suelo,
cubriéndose la cara con las palmas de sus manos.
-Onee-sama…-Solloza, tomando uno de los folios de papel que empapan
el suelo de madera de su cuarto.- ¿Por qué ya no quieres jugar
conmigo?
Arruga el dibujo y lo lanza con sorprendente fuerza contra las
fotografías de la cómoda. Estas se caen a causa de la onda de choque
producida por el impacto de la bola de papel. Una de ellas rebota
contra el suelo y el cristal del marco se rompe. Flandre se acerca a
ella, sorbiéndose los mocos. La recoge procurando no perder el
equilibrio. En la fotografía, su hermana mayor le está enseñando a
usar eso que llama “pistola”.
Las lágrimas brotan de sus ojos al ver la imagen, con sus alas de
metal reluciendo mientras que en la espalda de su hermana tan solo hay
dos profundas heridas, cicatrizadas tiempo atrás.
-Lo siento.-Gime entre la cortina de lágrimas.- Fue culpa mía,
Onee-sama. Si hubiera sido más fuerte, yo…
-Eso no hubiera cambiado nada.
-¡Onee-sama!- Flandre se tapa el pecho desnudo con ambas manos,
asustada por la repentina aparición de Remilia.
-¿Por qué te cubres si no tienes nada que ocultar?- Susurra Remilia,
secándole las lágrimas.- ¿Y qué haces despierta a estas horas?
-Y-yo…
Remilia la conduce hasta su cama y la arropa.
-Lo que paso aquel día no es tu culpa.- Murmura, tendiendo a su
hermana menor el oso de peluche que Patchouli le compró.- ¿Cuántas
veces te lo voy a tener que repetir?
-¡P-pero si no me hubiera dejado atrapar no te habrían…!- Remilia
le tapa la boca con fuerza.
-No sigas hablando.- Su voz destila dureza a cada silaba que
pronuncia.- Y duérmete ya.
Sin añadir nada más, se da la vuelta y sale del cuarto de Flandre
dando un portazo. La pequeña aprieta el peluche con furia hasta que
este estalla, cubriendo las sabanas con esponjosa lana. La luz que
emiten los cristales de sus alas se intensifica mientras sus ojos
reflejan una profunda ira.
-Seré más fuerte, Onee-sama.- Sisea.- Y haré que sufran por haberte
cortado las alas.
puntos 16 | votos: 16
Entrevista extraña a Elbuskador1, - el cual sigue sin reconocer que le gusta dar duro contra el muro a Telyg.
puntos 16 | votos: 16
No puedo encerrarte en la celda - en la que mi ser se ha transformado.
puntos 20 | votos: 20
El viaje apenas comenzaba, - pero hacía mucho tiempo que había finalizado.
puntos 11 | votos: 11
Capítulo 3: Las balas perdidas. - El cielo se va tiñendo lentamente de un intenso naranja bañando las
calles con suaves sombras. En uno de los barrios de la zona más negra
de la ciudad, en la que hasta la propia policía teme patrullar, la
mayoría de los jóvenes sale a la calle. Subidos encima de los coches
o apostados en alguna esquina o callejón se dedican a fumar mientras
escuchan música poniendo el volumen lo más alto que pueden. Algunos
se acercan a algún ultramarino a comprar alguna botella de alcohol y
lo que puedan tomar cuando el dependiente aparte la vista un segundo
más de la cuenta.
En una de estas tiendas, una joven se echa encima una pesada bolsa de
papel marrón haciendo equilibrios para que no se caiga su contenido.
-Ah, póngame también esa revista.- Farfulla, señalando con la mano
libre una de las estanterías de detrás del mostrador.
Cuando el dependiente se gira, con dedos ágiles agarra un puñado de
las chocolatinas más caras y se las guarda en un bolsillo de su
chaqueta.
-Gracias.- Sonríe tomando la revista y guardándola en la bolsa. Deja
caer encima del mostrador un par de manoseados billetes y unas pocas
monedas, que tintinean dando vueltas.
Sale a la calle zarandeándose peligrosamente hasta recuperar el
equilibrio. Saca una de las chocolatinas y la desenvuelve con una sola
mano, dándole un gran bocado. Asiente satisfecha mientras la mastica,
saboreando el chocolate. Los chavales con los que se cruza se apartan
sin que tenga que decir nada, dejándole espacio para que siga
andando.
-¡Eh, Marisa!- La llaman desde el final de la calle.
-¡¿Qué coño pasa?!- Ladra, devolviendo el grito y girándose. En
esa zona de la ciudad es habitual que la gente se hable a gritos de
una punta a otra de la calle.- ¡¿Estas tan fumado que no ves que
estoy ocupada?!
-¡Tranquila tía!- Responde el chaval, sentado en el capo de un
lujoso coche deportivo, rodeado de otros chicos de más o menos la
misma edad.- ¡Tan solo quiero saber si Alice participará en la
carrera de esta noche!
-¡¿Tengo pinta de saberlo?!- Se aparta un mechón rubio de la cara-
¡Llevo todo el puto día haciendo la compra!
-¡Si va a participar, que me avise! ¡Apostaré quinientos pavos a su
favor!
-¡Tú no has tenido tanta pasta en toda tu puñetera vida!- Se acaba
la chocolatina y se limpia la boca con la manga de la chaqueta.
-¡Eso da igual! ¡Cada vez que esa tía participa en una carrera, les
da una paliza a todos los demás!
-¡Pues si la ves por allí, es que participará ze!- Responde con una
sonrisa burlona, retomando su camino.
Algunos pandilleros la saludan con un gesto a su paso, murmurando
palabras de respeto. Unos pocos la invitan a gritos a charlar y echar
un trago, a lo que Marisa señala la bolsa de papel y se encoje de
hombros esbozando una sonrisa resignada.
Al cabo de unos pocos minutos llega a un ruinoso edificio. Aparta de
una patada una sucia jeringuilla del suelo mientras entra dentro. Las
paredes están llenas de pintadas, algunas con más estilo que otras.
El aire está impregnado de un nauseabundo olor, mezcla de vomito y
alcohol. Arruga la nariz y empieza a subir por las escaleras,
maldiciendo al tipo que la noche anterior reventó la puerta del
ascensor en una pelea.
Avanza por los pasillos, esquivando a un par de hombres que se
escurren por el suelo con los ojos blancos a causa de una sobredosis
de droga. Las paredes, desconchadas, están estucadas de manchas y
algún agujero de bala. Hurga en sus bolsillos y saca un llavero con
esfuerzo. Lo introduce a ciegas en la cerradura de una puerta y la
acaba abriendo de una patada.
-Como sigas dándole esos golpes la vas a acabar rompiendo.- Masculla
una chica, recogiéndose el cabello en una coleta.
-Deja de quejarte y ayúdame ze.- Jadea Marisa, cerrando la puerta de
otra patada.
-¿Has traído la cerveza?- La chica se acerca y le quita la bolsa,
dejándola caer encima de una mesa y apartando los papeles
desperdigados en su superficie.
-Dos cajas.- Gime Marisa, desplomándose en una silla y abanicándose
con la mano.- ¿Y Alice?
-En el baño.- La chica de la coleta saca las latas de cerveza y las
lleva hasta una pequeña nevera cubierta de fotos.
Se oye el ruido de una cadena y una puerta se abre. De ella sale una
chica vestida con solo una chaqueta de estampado militar que tiene la
vista pegada en un periódico. Su corto cabello rubio está recogido
con una cinta para evitar que le caigan delante del rostro de
porcelana.
-¿Lo habéis leído?- Empieza a decir, recostándose contra la
pared.- Parece que han quemado otra casa del barrio del este.
-¿Seguro que no fue un accidente?- La joven de la coleta le lanza una
lata de cerveza a Marisa.- Las casas de esa zona están hechas de
madera podrida y arden con nada.
-Al parecer, los cadáveres que encontraron tenían agujeros de bala.-
Añade la chica.
-Venga, Alice, no es nada extraño.- Marisa da un trago a la lata de
cerveza y suelta un corto eructo.- Lo raro sería que no los tuvieran
ze.
-Eran balas de plata.- Suelta Alice, dejando el periódico en la mesa.
Las dos chicas se levantan de sus respectivas sillas y cogen el
periódico. Leen con cara de asombro el artículo mientras Alice mira
a través de la ventana como un coche de policía pasa rápidamente
por la calle.
-Mierda…-Susurra Marisa.- Es la quinta vez en está semana que hacen
algo así.
-¿Qué esperas de alguien como ella?- Bufa la joven de la coleta,
rascándose la cabeza.- Lo malo es que con tanto alboroto apenas nos
llegan encargos.
-¡No me jodas, Reimu!- Ruge Marisa, golpeando la mesa con los puños
cerrados.- ¡Tenemos que bajarles los humos o nos acabaremos muriendo
de hambre!
-¿Y cómo piensas hacerlo?- Reimu se cruza de brazo, alzando las
cejas.- Da gracias de que no nos conviertan la cabeza en un colador
mientras dormimos.
-Tiempo atrás te enfrentaste a ella ¿no?- Alice se lleva las manos a
los bolsillos- No digo que hagas lo mismo, pero sigues siendo una
sacerdotisa. Algo podrías hacer, por poco que sea.
- Si la derrote aquella vez fue porque su hermana se puso en medio.-
Reimu alza la vista a la bombilla desnuda del techo.
-No me puedo creer que se haya convertido en lo que es ahora.- Marisa
se muerde el labio inferior con fuerza y una solitaria lágrima se
desliza de su ojo izquierdo.- Entre las dos están convirtiendo la
ciudad en una bomba de relojería.

puntos 9 | votos: 11
Capítulo dos: Scarlet Lounge - Un coche negro se detiene frente a un lujoso restaurante de la zona
alta de la ciudad. Su conductora sale del vehículo y mira a ambos
lados de la calle antes de abrir una de las puertas. De ella sale
Sakuya que, imitándola, escruta la calle con sus penetrantes ojos
antes de hacerse a un lado. Ambas mujeres se llevan una mano al pecho
e inclinan la cabeza cuando Remilia sale de él y se encamina con paso
elegante hacia la entrada del restaurante, ajustándose la corbata.
Una vez en el interior, las camareras inclinan la cabeza a su paso
mientras los comensales de las mesas estiran sus cuellos para verla y
cuchichean los más alto que se atreven a susurrar mientras la joven
de cabello azul se dirige a uno de los ascensores del local.
-Da igual en que parte de la ciudad estés, los humanos siguen siendo
unos cotillas.- Suspira Remilia cuando están dentro del ascensor.
-Lo lamento señora.- Sakuya inclina la cabeza a la vez que pulsa una
de los botones.- Nos ha sido imposible vaciar todo el local con tan
poco tiempo. No sabría como excusar…
-Me basta con que la planta a la que vamos esté desierta.- La corta
con voz seca. 
La conductora del vehículo se cruza de brazos, mirando de reojo a
Remilia y Sakuya mientras un tenso silencio se adueña del interior
del ascensor. Se aparta de un soplido un mecho rojizo de la frente.
Sakuya la perfora con la mirada y la hace un gesto recriminatorio con
la cabeza, señalando a Remilia.
Con un suave tintineo, el ascensor se detiene y las puertas se abren
con suavidad.
-¡Onee-sama!- Chilla una niña, lanzándose encima de Remilia.
La aludida se libera de los pequeños brazos que la aprisionan con un
fuerte golpe y posa su mano en el rubio cabello de la niña,
revolviéndolo con suavidad.
-¿Te has portado bien mientras no estaba?
-¡Sí! ¡Y Pachi me ha llevado al centro comercial y me ha comprado
este peluche como premio!- La pequeña le estampa un oso de trapo en
la cara, estrujándolo con todas sus fuerzas.- ¡¿No te parece una
monada?!
-Señorita Flandre- Sakuya se agacha y aparta el muñeco del rostro de
su señora, que lucha por mantener la sonrisa.- es de muy mala
educación alzar tanto la voz en un lugar cerrado.
-¡Ah!- Flandre se lleva una mano a los labios, avergonzada.- L-lo
siento.
Remilia se atusa el cabello, carraspeando.
-China, encárgate de ella.- Dice, chasqueando los dedos mientras se
encamina a un de las mesas.
-S-señora, no me llamo así.- Trata de protestar la mujer de
cabellera pelirroja.
-¡Meiling! ¡Juega conmigo!- Ríe Flandre, aferrándose a su piernas
y tratando de escalar por su cuerpo.
Una chica de cabellos violáceos cierra el libro que estaba leyendo
cuando Remilia se sienta frente a ella.
-La próxima vez avísame antes de dejarme el “regalo”.- Espeta,
dejando el libro a un lado de la mesa con un fuerte golpe.
-Lo siento, Patchouli, no tuve tiempo. Tenía que salir de inmediato.
¿Ha causado algún destrozo?
-Tan solo ha estado mareando a los dependientes de la juguetería.-
Patchouli se lleva un vaso de agua a los labios mientras un par de
camareras sirven la comida y una copa de vino a Remilia.- Y de paso a
mí.
-Mejor que sea solo eso o tendríamos a la policía otra vez encima.
Patchouli alza las cejas, sarcástica, antes de pinchar un trozo de
pescado con el tenedor. Flandre se sube a la última silla restante de
la mesa. Necesita de dos intentos y un salto para lograr encaramarse a
ella. Remilia la contempla mientras toma con su diminuta mano su
cuchara y la hunde en su plato de curry, llevándose un gran bocado a
la boca. La pequeña lo mastica con una sonrisa de felicidad, moviendo
las piernas con fuerza.
Por un instante, mientras observa a su hermana menor, la cara de la
niña se desdibuja y ante su mirada pasa, veloz, un rostro deformado
por una descontrolada risa mientras dos ojos, cegados por la locura,
se abalanzan encima de ella desde la oscuridad.
Se frota los ojos con una mano y la imagen se desvanece como la
ceniza. Suspira, aliviada, y le limpia los labios a Flandre con una
servilleta.
-Onee-sama, está tarde podríamos ir a jugar juntas al parque.
-No tengo tiempo para eso, Flan.- Responde, dando un sorbo de vino.-
Estoy esperando una llamada y tengo que revisar unos documentos.
Los ojos de Flandre se humedecen y empieza a gimotear. Las camareras
se apresuran a retirarse para no estar presentes cuando rompa a
llorar. Meiling se acerca con rapidez a su silla y se agacha.
-¡Hey, Flan-chan!- Le dice, esforzándose en esbozar su mejor
sonrisa.- ¿Qué te parece si en vez de ir al parque tu y yo vamos a
tomar un helado? Han abierto una heladería nueva y dicen que los
helados que venden están de rechupete.
-¡¿De verdad?!- Chilla la pequeña, secándose las lágrimas con
rapidez.- ¡Bien!
-Señorita Flandre…
-¡Ay! Lo siento, Sakuya.
Remilia suspira, algo molesta por la chillona voz de su hermana. Un
pitido empieza a sonar en la sala y se lleva la mano al bolsillo
interior de su chaqueta, levantándose.
-Hace tres horas que espero tu llamada.- Espeta al descolgar su
teléfono móvil. Escucha en silencio, llevándose una mano a la
cintura.- ¿Estáis seguras de esa información?- Vuelve a guardar un
escueto silencio.- Bien, voy hacía allí de inmediato.- Cierra el
teléfono y echa a andar hacía el ascensor.- Sakuya, nos vamos.
-¡Onee-sama!- Grita Flandre, tratando de escabullirse de los brazos
de Meiling, que la ha cogido en cuanto Remilia se ha levantado.
-China, cuida de ella hasta que vuelva.- Dice, entrando en el
ascensor.
-Que no me llamo así, señora…
puntos 15 | votos: 15
La sirvienta del reloj de plata. - En los suburbios de una metrópolis decadente, entre los vapores
putrefactos que ascienden de las alcantarillas y los fumaderos de opio
clandestinos, un negro coche esta apostado, escondido, en una estrecha
callejuela.
En su interior una joven figura recostada en uno de los visiblemente
lujosos asientos saca un cigarrillo de una gastada y pequeña caja de
plata. Se la lleva a los labios contemplando el exterior a través de
las ventanas de cristal tintado. Chasquea los dedos y una mujer se
inclina desde las sombras con un mechero en la mano.
Con un destello rojizo prende la punta del cigarrillo. La joven cierra
los ojos y da una larga y lenta calada, expulsando con lentitud el
humo. El interior del vehículo queda cubierto rápidamente por una
fina neblina.
La mujer del mechero, tras guardarlo de nuevo en el bolsillo de atrás
de unos ajustados pantalones negros, desenfunda una reluciente
pistola. Quita el seguro con un sordo chasquido y comprueba la
cantidad de balas. 
-Quiero que les metas una bala a cada uno en el estomago.- Masculla la
joven, volviendo a colocar el cigarrillo en sus labios.- Asegúrate de
que sufren, pero no quiero que haya supervivientes.
-Entendido, señora.-Responde la mujer acariciándose el corto cabello
blanco.- Déjelo en mis manos.
La chica asiente, esbozando una sórdida sonrisa mientras la punta
encendida del cigarrillo reluce en la tenue oscuridad que las rodea.
La mujer de cabello blanco sale del vehículo, cerrando la puerta con
un suave golpe. Su pistola centellea con brillos plateados cuando los
rayos del atardecer acarician su superficie. Su camisa blanca y su
cabello níveo ondean junto a la cálida brisa mientras se encamina
con paso elegante a una cochambrosa casa, la cual parece que vaya a
derrumbarse en cualquier instante.
Una rata pasa corriendo a su lado cuando se detiene frente a la
carcomida puerta de entrada. Un helicóptero de la policía sobrevuela
el lugar, demasiado alto como para tan siquiera distinguir las casas
del suelo.
La mujer comprueba una última vez su pistola y echa la vista atrás
para ver la sombra del coche proyectarse en el suelo. Vislumbra a la
conductora, que le hace un gesto con la mano. Se lo devuelve y rodea
el pomo de la puerta. Respira larga y profundamente antes de hacer 
girar el pomo lentamente y entrar.
Su cristalina sombra se proyecta en el interior cochambroso de la
casa. Un señor, con el poco cabello que le queda empezando a
encanecer, sale de detrás de una vieja mesa de madera con trozos de
esparadrapo uniendo algunas de las patas, que se caen a pedazos. El
hombre se detiene en seco y su sonrisa amistosa desaparece al ver el
arma que sujeta la mujer.
-El plazo para retornar la deuda expiro hace una semana.- empieza a
decir la mujer, inspeccionando el interior del lugar y las personas
que ahí se encuentran.-Nos dijo que pagaría su deuda hace tres
días, pero no ha cumplido.- Alza la pistola y le apunta al estomago.
-¡Es- espere, por favor!-Ruega el hombre, alzando las manos,
alarmado.- He tenido muchos problemas para reunir el dinero y aun no
lo tengo. Si me dan una semana más, lo reuniré todo, se lo prometo.
-El tiempo se ha acabado.- Responde inflexible, advirtiendo a un par
de niños mirándola con ojos asustados.- Ya le dimos dos semanas
extra, ¿y consiguió el dinero? No.
-¡P-pero les di un adelanto! ¡Y me dijeron que me daban más tiempo
para reunir lo que faltaba!
-Eso fue hace un mes.- Espeta la mujer, frunciendo el ceño. Detesta
cuando estas cosas se alargan más de lo debido.- Usted ya sabía las
condiciones del préstamo, y no las ha cumplido. Nuestra paciencia
tiene un límite y lo ha sobrepasado con creces.
-¡N-no, por favor!
-Guárdese sus excusas para gritárselas a los gusanos.- Le corta,
accionando el gatillo.
Una bala de plata corta el aire con elegancia. Un tiro limpio y
preciso que le atraviesa el estomago al hombre. La mujer se gira con
rapidez y apunta a los niños, que se han puesto a llorar. El cañón
de la pistola sube por sus estómagos y les enfoca la frente. Se va a
meter en problemas por desobedecer la orden que le han dado, pero no
quiere que unos simples niños sufran por el error de un adulto. Dos
balas les perforan la frente a ambos y se desploman en el suelo.
Los casquillos repiquetean en armonía con los pasos de la mujer
mientras vacía lentamente el cargador de su arma. Al acabar, gira
sobre sí misma, asegurándose de que no ha quedad nada por hacer.
Asiente, satisfecha, y saca su mechero. Lo abre y la llama reluce,
hambrienta.
Un chasquido rompe el cielo mientras la llama queda suspendida en el
vacío. Con un nuevo golpe, una llamarada trepa por las paredes de la
habitación, devorándolas con avidez. La mujer sale por la puerta,
volviendo a guardar el mechero y el arma. El motor del coche se pone
en marcha con un suave ronroneo y entra en su interior.
La joven contempla con una sonrisa de placer las llamas que se
adueñan con rapidez de la casa y el humo que se enreda con las nubes.
El vehículo arranca con suavidad y sale de la callejuela, rumbo a la
ciudad que se recorta en la distancia. La chica se recuesta,
complacida, en su asiento y baja una de las ventanillas. Tira la
colilla humeante de su cigarrillo y se gira hacía la mujer.
-Buen trabajo.- sisea.- No esperaba menos de ti, Sakuya.
-Se lo agradezco, mi señora, pero tan solo cumplía sus órdenes.
-No has cambiado nada.- La chica contempla el árido paisaje que va
siendo sustituido por las calles de asfalto.- ¿Cuánto tiempo ha
pasado? ¿Mil, dos mil años? Ya ni recuerdo el olor de las flores de
cerezo del templo Hakurei…
-Usted misma dijo que ya no quería hablar de eso, mi señora.- Le
recuerda Sakuya.
-Ya lo sé.- Espeta con un bufido la chica.- No hace falta que me lo
digas cada vez que lo menciono.
-Le pido disculpas, señorita Remilia.
La chica vuelve a bufar y mira como los rostros de los transeúntes se
desdibujan, recordando aquellos años en los que los arboles lo
rodeaban todo y sus ojos se reflejaban en un lago de aguas teñidas
por el rojo escarlata de la luna.
puntos 11 | votos: 11
Remilia Scarlet y Setsuna - No sabía que Remilia tenía una hermana mayor.
puntos 14 | votos: 14
La avaricia lo pierde todo - por quererlo todo.
puntos 23 | votos: 23
Y esto, damas y caballeros, - es lo que pasa cuando el aburrimiento hace estragos en mi mente
y tengo el Paint abierto.

puntos 157 | votos: 191
Mátalos a todos - y serás un dios.
puntos 25 | votos: 25
No soy una persona rencorosa, - tan solo tengo buena memoria.
puntos 9 | votos: 9
Heian Alien - Ente las columnas de hediondos vapores, una siseante criatura avanza
reptando entre las sombras. Sus alas, putrefactas y carcomidas por las
ratas, se arrastran por el suelo mientras su sangrienta lengua
chasquea en el aire enrarecido.
Escurridizas y diminutas serpientes se enredan en sus brazos y
cabellos. Sus escamas lechosas relucen a pesar de la oscuridad que las
rodea. Ocultándose desde el amanecer del primer día, tratando de
roer los hilos que sostienen el mundo, la criatura avanza dando
tumbos.
La luna se alza entre la niebla de la noche ante sus doloridos ojos. 
Con un ensordecedor chirrido, seguido del repiquetear de los huesos
rotos, esconde sus alas. Se relame los afilados dientes mientras sale
de su escondrijo, alzando la nariz a la noche que la invita a jugar.
puntos 14 | votos: 14
A veces, - el gesto más simple
puede disipar la tristeza de un corazón.
puntos 11 | votos: 11
La luna escarlata - se refleja en el líquido de una taza. Unas delgadas piernas se
entrecruzan y un pie, enfundado en un zapato rojo, se mueve
lentamente. El tiempo flota entre las burbujas de la estancia,
deslizándose en silencio por los rayos de la luna. El rostro de la
mujer se refleja en el de la reina de la noche mientras alza la taza.
Su delicada sonrisa centellea, proyectándose en las burbujas que
grácilmente se elevan, teñidas del rojo de la luna. Sus dedos
repiquetean en el borde de la taza cuando la deposita de nuevo en la
mesa. Se levanta en silencio acariciando su blanco vestido, el cual
cruje bajo el contacto de sus manos. Lentamente se aleja, alzando la
mirada a los astros, dejando que el rojo carmesí tiña sus alas.
Una joven doncella entra en la sala, acercándose a la mesa al compás
de las manecillas de su reloj de plata. Alza una vieja taza, en la
cual tan solo quedan los vestigios de un ardiente rojo, que ahora
yace, suspendido en el cielo nocturno, cubierto de un manto de polvo y
olvido.

puntos 15 | votos: 15
Hay ciertas personas - que no sabes si son
demasiado despreocupadas o exageradamente aprovechadas.
puntos 18 | votos: 18
Cuando vayas - a hablar mal de alguien,
asegúrate de que dicha persona no se encuentre cerca.
puntos 35 | votos: 35
Cuanto más buscamos la verdad, - más nos adentramos en un dilema.
puntos 30 | votos: 32
Ciertas personas - deberían ser incapaces de engendrar descendencia.
puntos 11 | votos: 11
Quien es celoso ama más - pero quien no lo es ama mejor.

puntos 20 | votos: 20
Una taza de café y un libro - son la garantía de que los próximos cinco minutos valdrán la pena.
puntos 11 | votos: 13
Niebla - Una pegajosa neblina se desliza entre las ventanas, saturando el aire.
Extrañas sombras se asoman, temerosas, entre las bocanadas de humo.
Una fina copa, manchando el suelo con su fatídico rojo escarlata,
yace descompuesta a los pies de una delicada figura mientras un
pequeño punto rojizo, como la luz de un viejo faro, reluce tenuemente
entre la niebla.
Unas gafas se tiñen del rojo de la copa y se unen a los destellos de
las cristalinas lágrimas desperdigadas por el gélido suelo. Las
figuras se suceden, danzando en silenciosa procesión, sumidas en un
vaporoso ensueño alrededor de la mujer. Su cabello dorado se apaga,
acariciado por la niebla, mientras da una larga calada a un
cigarrillo, engullendo lentamente a las sombras de la estancia. Las
lágrimas tintinean cuando recoge las gafas, crujiendo bajo su piel.
La blanca neblina se revuelve, filtrándose por las ventanas y
desvaneciéndose en el oscuro cielo.
En la vieja habitación, reposando en un gastado cenicero plateado,
tan solo queda un cigarrillo, que humea y se consume en silencio,
mientras una sobria sonrisa, con una pincelada de infantil felicidad,
se deja entrever en el humo.
puntos 15 | votos: 15
Puesto que un día - la muerte me visitará,
prefiero no dejar nada que lamentar.
puntos 13 | votos: 13
Muchas gracias. - Nunca pensé que llegaría a acumular tal cantidad de carteles. Es una
cifra modesta, pero me alegra haber podido llegar a los 213. Por
supuesto, no podría haber llegado a ese número sin el apoyo de unos
usuarios que yo me sé. Estas cosas no se me dan muy bien, pero quiero
daros las gracias a todos. Espero poder veros cuando haya cien
carteles más (aunque con lo despistada que soy, seguro que se me
olvida). No tengo mucho más que decir, tan solo volver a expresar mi
más sincero agradecimiento a todos vosotros:
narue34sangaku
zalgothanatos
magica 44
dimitrialvarez
Obviamente no sois solo vosotros, hay unas cuantos más y espero que
nos podamos volver a ver cuando sean 313 carteles. Espero poder seguir
haciendo carteles que sean de vuestro agrado.
Muchas gracias, chavales.
puntos 23 | votos: 23
Autocontrol. - Algunas personas no saben lo que es.

puntos 14 | votos: 14
De nada sirven los ojos - a un cerebro ciego.
puntos 11 | votos: 11
Chihiro Fujisaki y Chiaki Nanami - Hermanos separados al nacer.
puntos 9 | votos: 9
Rip Van Winkle y Grell Sutcliff - Parecidos razonables.
puntos 19 | votos: 19
Fotos de grupo: - nunca salen bien a la primera.
puntos 16 | votos: 16
El hombre que amaba las palabras - hablaba poco.

puntos 15 | votos: 15
Todos tenemos asegurado - un hermoso final,
pero pocos son los que logran alcanzarlo.
puntos 14 | votos: 14
Si hablas y nadie se molesta, - significa que no has dicho nada.
puntos 9 | votos: 9
-¿Qué es el amor? - -Cuando duele decir adiós.
puntos 13 | votos: 13
La fleur en Cage - Poco a poco el hechizo se acaba, los pétalos se enredan en su cabello
dorado arrastrados por un funesto viento. Sus ojos parpadean,
frágiles. Entre las sombras, rotas marionetas danzan bajo la
mortecina luz lunar. Su rostro impasible las contempla en silencio.
Sus dedos, como peligrosas e inocentes espinas, se deslizan entre el
polvo. El paisaje se vuelve borroso, pasando fugazmente ante su mirada
como las estrellas del firmamento. Su silueta se recorta entre las
plateadas ramas de su prisión. Una fragancia delicada, al igual que
su cuerpo de porcelana, se pierde entre las hojas caídas. Guiando en
la oscuridad a las viejas marionetas, encerrada en una jaula de
cristal, la joven flor de dorados cabellos se pudre mientras llama,
con su débil voz, a su amor marchito.
puntos 10 | votos: 10
La cálida brisa - acaricia unos suaves cabellos, jugando con ellos en silencio. Las
nubes se dispersan y la luz de la mañana roza un pequeño cuerpo
sonriente. Sus ojos cerrados, su rostro sereno y feliz. Tan solo un
pequeño paso más hacia delante, danzando junto al viento. Su cabello
se eleva hacia el cielo, tratando de arrastrar el resto de su ser. Sus
labios, reflejando una infantil alegría, ríen sin producir sonido
alguno. Tan solo fue un pequeño paso más, flotando por un instante
en el cielo azul. Y tan solo su delicada sonrisa, como un frágil
sueño, quedo por siempre gravada en el gris asfalto.

puntos 15 | votos: 15
Ahora todo tiene sentido… -
puntos 14 | votos: 14
Tus lágrimas de dolor - son la única compañía que deseo.
puntos 15 | votos: 15
La gente no teme morir, - teme imaginar la muerte.
puntos 14 | votos: 14
La gente es temible - por tener la capacidad de imaginar.
puntos 15 | votos: 15
Hablar con algunas personas - es como lanzar señales al espacio:
esperamos encontrar formas de vida inteligente,
pero nunca se encuentra nada.





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