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Parecidos razonables - Ellie (Ice Age)                                                 Neymar
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Al otro lado de la vida - 1x08 - Piso del señor y la señora Soto
28 de septiembre de 2008

Comió vorazmente, sin tener tiempo a saborear la comida, apenas
masticándola, con un ansia impropia de ella. Se bebió media botella
en un par de tragos y una vez estuvo saciada, descansó unos segundos
en la cocina, respirando agitadamente. Todavía quedaba algo de
comida en la mesa cuando decidió que ya había comido lo suficiente.
Ahora le apetecía descansar un rato tranquila, pero antes quería
asearse un poco. Si bien no tenía que rendirle cuentas a nadie, y
seguramente no vería a nadie en mucho tiempo, se sentía sucia y
quería quitarse de encima esa sensación de dejadez. Si seguía los
rituales de la civilización, se demostraría a si misma que todavía
no se había rendido.
	Agarró el cuchillo y salió de la cocina, de nuevo en guardia ante
cualquier imprevisto. El salón seguía exactamente igual,  tal vez
algo más oscuro pues la noche avanzaba a toda prisa. Vio la ropa que
había sisado del tejado, en el sofá, y se la echó al hombro. Solo
le quedaba una puerta por abrir, todo estaba en silencio, cada vez
más oscuro. La puerta se abrió con un ligero gemido, y frente a
ella apareció un pasillo corto y estrecho, con tan solo tres
puertas, dos de ellas abiertas. Una daba a un pequeño baño con
ducha, y la otra a un estudio con un escritorio, un sofá y un par de
estanterías llenas de libros. Ambas estaban vacías; ahí no había
nadie, todo estaba en regla,  tal vez incluso demasiado tranquilo, lo
que mosqueó un poco a Bárbara, que llegados a ese punto ya
desconfiaba de cualquier cosa.
	Abrió la tercera puerta, y se encontró en el dormitorio de los
señores de la casa. La cama estaba deshecha y había unos cuantos
objetos tirados por el suelo, bajo un cajón abierto. Todo lo demás
parecía en regla. Esa habitación comunicaba a otro baño, algo más
grande, donde tampoco se escondía nadie. Bárbara se confió, dejó
el cuchillo sobre la mesilla de noche, y la ropa sobre la cama. Vio
un par de velas consumidas sobre una gran cómoda, y media docena
más sin estrenar en una funda plástica ahí mismo. Encendió un
par, colocando una en el dormitorio y otra en el baño. 
	Ahí se sentía segura, pero de todos modos arrastró la cómoda
hacia la puerta de entrada, asegurándose no tener ningún susto,
puesto que pensaba dormir ahí. Se acercó a la mesilla de noche del
lado izquierdo de la cama, y abrió el primer cajón, del que sacó
un sujetador blanco, del segundo sacó unas braguitas y del tercero
unos calcetines limpios. Con eso y la ropa que había cogido del
tejado, se dirigió hacia el baño. Abrió hacia dentro la puerta y
miró más detenidamente su interior. 
	La gran bañera blanca estaba llena hasta los bordes de un agua que
no parecía estar del todo limpia, de modo que quitó el tapón y
oyó como el agua se filtraba por ese pequeño agujero. Ahí dentro
habría unas treinta garrafas de agua, de al menos ocho litros cada
una. La mayoría estaban vacías, pero todavía quedaban media docena
llenas de agua del grifo, agua que se habían apurado en recoger antes
de que se cortase el suministro. Cerró la puerta tras de sí, incluso
echándole el pestillo, y tras dejar la ropa sobre la tapa del
inodoro, se dirigió al lavamanos.
	Después de lavarse concienzudamente el pelo con abundante agua y
champú, se desnudó. Se miró en el espejo, viendo asomar las
costillas de una chica de veintiséis años, consumida, con unas
grandes ojeras y una expresión triste en la cara. Agachó la cabeza
y se metió en la bañera, con un par de garrafas a mano. Una vez
acabó lo que había empezado, se apresuró a taparse con un
albornoz, temblando y tiritando después del contacto con esa agua
gélida. Poco a poco consiguió recuperarse física, que no
anímicamente, y se visitó. Volvió a mirarse al espejo y se obligó
a sonreír, viendo ya algo más parecido a lo que ella recordaba. 
	Pero enseguida estalló en llanto. Todo cuanto había querido en su
vida, le había sido arrebatado; no había motivos para sonreír.
Pensó que  tal vez hubiera sido mejor morir desde un buen principio,
ahorrándose todos los momentos de sufrimiento y desespero que había
tenido que experimentar. Pensó que  tal vez todavía estaba a tiempo
de quitarse la vida, asegurándose de ese modo que no acabaría siendo
uno de ellos, uno de esos demonios que habían venido del infierno
para apoderarse de la tierra. Luchó por quitarse esa idea de la
cabeza. Ahora, su salud y su vida era todo cuanto tenía, y debía
pelear para mantenerlo. Todavía no lo había perdido todo,  tal vez
todavía existía esperanza en ese mundo devastado.
	Salió del baño cepillándose una y otra vez el pelo, pensando en
todo lo que había dejado atrás, y cuanto le costaría superar el
que sin duda había sido y sería el golpe más duro de toda su vida.
Se sentó en la cama, todavía sollozando, con los ojos enrojecidos,
notando una ligera línea de frío en sus mejillas y se sorprendió
mirando por la ventana, ahora tan solo iluminada por la luz de una
vela medio consumida. Pensó en cual debería ser el próximo paso a
dar, planteándose si sería oportuno pasar ahí unos días. Tenía
agua y comida de sobra para alimentarse prácticamente un mes, y
sabía que ahí fuera ellos danzaban a sus anchas, esperando
cualquier descuido para echarse algo a la boca.
	Entonces, para su sorpresa, alguien le agarró de la pierna,
sujetándola con fuerza de los pantalones. Fuera lo que fuese, le
había estado esperando pacientemente debajo de la cama, y aguardó
hasta el momento de mayor indefensión para salir a la carga,
pillándola con la guardia baja. Bárbara cayó al suelo del tirón,
al tiempo de ver a la señora Soto emerger de la oscuridad bajo el
lecho conyugal, con los ojos inyectados en sangre, rojos en su
totalidad, carentes de humanidad, feliz al saber que por fin había
llegado la hora de la cena.
puntos 11 | votos: 21
Al otro lado de la vida - 1x07 - Tejado del edifico Astoria 23
28 de septiembre de 2008

La puerta gruñó al oscilar sobre sus goznes. Bárbara la abrió
lentamente, esperando encontrar cualquier cosa tras ella. Lo único
que ahí había era una escoba, un recogedor y un cestito con pinzas
junto a una pared, todo iluminado por un gran lucernario que filtraba
la tardía luz del ocaso al generoso hueco de la escalera. Ese era un
lugar cerrado, y si entraba ahí, no quería tener ninguna sorpresa
desagradable, de modo que habló. Preguntó en voz alta si había
alguien ahí. No obtuvo respuesta, ni buena ni mala. Eso no era una
garantía para saber que ahí estaría segura, pero ya era algo.
	Dejó la puerta abierta y se dirigió hacia la barandilla para
empezar a bajar las escaleras, oyendo un inquietante eco a cada paso
que daba, alejándose cada vez más de la luz. El rellano al que
llegó, el del sexto piso, tenía cuatro puertas; dos a cada lado de
un pasillo que acababa en la misma puerta tapiada con maderos que
viera por fuera mientras subía. Abandonó la escalera y anduvo hacia
las puertas, sin mucha esperanza de encontrar ninguna abierta,
empezando a pensar que sería lo que haría si en ese bloque no
había ni un solo piso al que poder entrar.
	Sexto primera, cerrada a cal y canto; incluso se veían las puntas
de algún que otro clavo asomar por el marco. Sexto segunda idéntico
resultado. Sexto tercera parecía igualmente impenetrable, pero cuando
Bárbara giró el pomo la puerta cedió sin dificultad. No había
previsto que eso pudiera ocurrir, y por ello le dio más respeto que
satisfacción. Empujó suavemente la puerta, al tiempo que decía un
largo ¿Hola?. Al parecer no había nadie ahí dentro. Echó un
último vistazo al pasillo y entró en la casa, en cuya puerta
pendía una placa que decía Señor y Señora Soto. Cruzó el
umbral algo asustada, y cerró la puerta tras de si.
	Todo parecía en regla ahí dentro, y eso le dio una extraña
sensación de que estaba haciendo algo mal. Entrar en una casa ajena
sin ser invitado y disponerse a pasar ahí la noche y saquear su
cocina, sin ni siquiera conocer a los dueños, no hubiera estado bien
en el mundo real, en el que había leyes y normas morales. Ahora todo
era distinto. En una especie de comunismo extremo, todo era de todos
y debía ser compartido sin importar el origen y la condición del
individuo. Era una ley por nadie establecida, pero obedecida por
todos; una especie de conocimiento colectivo sobre la manera de
actuar. 
	Tras dejar caer la ropa que llevaba sobre el sofá, miró alrededor,
y vio un pequeño salón acabado en un gran ventanal con vistas al
cementerio.  Tal vez no era el lugar más acogedor del mundo, pero a
Bárbara no se le ocurría uno mejor donde resguardarse. Se acercó a
un gran mueble y asió una foto en la que se veía una pareja de unos
treinta años. El señor Soto abrazaba a la señora Soto por detrás,
colocando su cabeza sobre el hombro de ésta, que sonreía con los
ojos achinados. Estaban en una playa paradisíaca, mucho antes de que
todo esto empezara. Envidió su situación, la felicidad que
demostraban con sus caras risueñas, y se preguntó donde habrían
ido a parar; no tardaría mucho en averiguarlo.
	Todo estaba demasiado tranquilo, demasiado ordenado. Ahí había
algo que no le acababa de encajar. Vio la mesilla de una televisión,
sin televisión, un equipo de música y una gran mesa con seis sillas
perfectamente colocadas. Lo primero que hizo fue dirigirse hacia la
cocina, pues el hambre ya empezaba a hacerse bastante acusado.
Incluso ahí dentro parecía todo en regla. Sobre la encimera de
mármol negro descansaba un cuchillero repleto de cuchillos de todos
los tamaños. Bárbara agarró el más grande que vio, algo más
tranquila al verse armada. Si bien un cuchillo no acabaría con uno
de ellos, podría entorpecerle un rato,  tal vez lo suficiente para
salir por piernas de ahí.
	La luz se filtraba por una ventana apaisada, bañando con una luz
mortecina todo cuanto la rodeaba. Se acercó a la nevera y puso su
mano sobre el asa que la abriría, tirando de ella. El intenso olor
que de ahí manó la hizo cerrarla al instante. Dos semanas sin
electricidad eran más que suficientes para echar a perder lo que
quiera que guardasen ahí dentro. Debería seguir buscando.
Ingenuamente abrió el grifo, pues también estaba sedienta, pero
éste se limitó a hacer un ruido, como un gorgoteo, y volvió a
quedar en silencio. Tras la puerta de acceso había otra puerta,
cerrada. Bárbara pensó que  tal vez sería la despensa. Se acercó
a ella y la abrió. 
	En efecto, se trataba de la despensa, pero ahí no se encontraba lo
que ella hubiera podido prever, sino algo mucho más desagradable. A
juzgar por la barba que asomaba por entre la sangre seca de lo que
quedaba de su cara, debía de tratarse del señor Soto. Estaba
sentado en el suelo, medio de lado, con una de sus manos todavía
sosteniendo la escopeta de caza que le había quitado la vida, y que
le había volado media cabeza. Los efectos del disparo aún se
notaban por todos lados, pues la estantería que había tras él
estaba bañada en sangre, y con el disparo había dejado caer parte
de los alimentos envasados que ahí guardaban.
	La visión era horrible, y de buen grado hubiera cerrado esa puerta
de nuevo para no volver a abrirla, pero ahí había todavía
demasiada comida intacta, y ella tenía mucha hambre. Cuchillo en
mano se acercó al señor Soto, y le sustrajo la escopeta de las
manos. Tal y como tenía la cabeza, desfigurada y agujereada,
Bárbara bien sabía que no volvería a levantarse. Comprobó que la
escopeta estaba vacía. Por lo visto había gastado su última bala
en quitarse la vida; Bárbara debería conformarse con el cuchillo.
Agarró una botella de agua, un par de latas de conserva y una bolsa
de patatas fritas, y salió finalmente de ahí.
	Dejó toda la comida sobre la mesa de la cocina, y tomó asiento en
una silla de madera. Encarada por si las moscas a la puerta de
entrada, y con el cuchillo bien a mano, comenzó a comer y beber,
saciando sus necesidades, sintiendo por primera vez en mucho tiempo,
algo de placer, algo de paz.
puntos 26 | votos: 26
Al otro lado de la vida - 1x06 - Cruce Astoria con La Quinta
28 de septiembre de 2008

Sin poder apartar de su cabeza esa visión, y aún oyendo como ese
niño mordía con fuerza y arrancaba la carne con sus jóvenes
mandíbulas, se alejó de ahí en busca de algún lugar donde
refugiarse. Desanduvo sus pasos hasta pasar de nuevo junto a su
doble, hasta alcanzar el portal de ese bloque de pisos. En el único
trozo que aún se mantenía en pie del cristal que en tiempos cerrase
la puerta a los extraños colgaba un papel que decía: Próxima
campaña de vacunación gratuita el 23 de agosto, en el centro
cívico de Sheol. Bajo las grandes letras se encontraba el logotipo
de la compañía farmacéutica ЯЭGENЄR, de un rojo intenso.
Bárbara arrancó con desprecio la hoja, la arrugó y la tiró al
suelo.
	Al mirar dentro, enseguida se dio cuenta que por ahí no podría
entrar; los vecinos habían hecho bien sus deberes. El portal estaba
atestado de muebles que al parecer habían tirado por el hueco de la
escalera y frente a ellos, descansaban amontonados un montón de
carros de la compra. El conjunto hacía el acceso impracticable. Eso
era lo que ellos querían, y consiguieron que Bárbara diese media
vuelta en busca de otro lugar donde guarecerse, del mismo modo que lo
hicieron y lo seguirían haciendo los que realmente no eran
bienvenidos. Bárbara continuó su peregrinaje en busca de un lugar
seguro.
	 Caminó tocando con una mano la fachada, pasando frente a un par
más de tiendas cerradas a cal y canto, hasta que llegó al extremo
del edificio, en la esquina opuesta. No se conectaba con otra calle,
sino que daba acceso a un paseo estrecho entre éste y el siguiente
edificio, con unos grandes contenedores de basura a rebosar y lo más
importante: escaleras de incendios que daban acceso a todos los pisos
del edificio. Esa callejuela hubiera sido demasiado estrecha y oscura
para adentrarse en ella en otras condiciones, pero ahora las
prioridades habían cambiado. Si no quería acabar igual que aquella
pobre chica, más le valía encontrar un modo de hacer bajar la
escalera del primer piso, o de subirse hasta susodicho balcón.
	Tres metros la separaban del éxito, y con solo conseguir llegar
hasta ahí, ya se pondría a salvo de cualquiera que apareciese en
escena sin ser invitado. La fachada era imposible de escalar, y la
escalera estaba bien sujeta al soporte metálico que frenaba su
caída; no había manera de hacerla caer, no desde ahí abajo. Miró
a un lado y a otro, pero todo cuanto encontró fue ese gran
contenedor de basura pestilente. Agachó la cabeza y se dijo que no
habría otra manera. Se acercó para moverlo, y se dio cuenta que de
su tapa cerrada sobre el desbordante montón de basura asomaba una
mano. Una mano humana morada, con las uñas negras; el resto del
cuerpo descansaba dentro.
	Sintió gran repugnancia, pero acabó restándole importancia,
sorprendiéndose a si misma. Al convivir tanto tiempo con la
pesadilla, empezaba a ser inmune a sus macabros guiños.
Afortunadamente, el contenedor disponía de ruedas, lo que le hizo
facilitó mucho su traslado. No obstante era muy pesado, y ella no
era una gran atleta. Le costó un gran esfuerzo pero acabó
consiguiendo colocarlo junto a la otra fachada, justo debajo del
primero de seis balcones, y lo más importante, no había atraído a
nadie con el ruido. De un salto se agarró a la parte superior y
consiguió subirse sin demasiada dificultad.
	Una vez arriba, estrió los brazos y se dio cuenta que ni siquiera
así llegaba. Pero con la punta de los dedos alcanzaba a acariciar la
parte inferior de la escalera corrediza. Saltó, agarrándose al
primer escalón, y una vez lo agarró se acabó quedando colgada de
él con ambas manos, como un mono, sintiéndose estúpida. Trató de
impulsarse para subir, pero con la posición que tenía eso hubiera
resultado prácticamente imposible. Afortunadamente la escalera
acabó cediendo y la hizo bajar a toda velocidad, obligándola a
soltarse, hasta que acabó clavándose en la superficie del
contenedor. Ella cayó de culo, y se levantó frotándose una nalga.
Ahora ya tenía vía libre para subir.
	Escaló hasta llegar al primero de los balcones metálicos, para
darse cuenta que la puerta estaba tapiada desde dentro con maderas.
Trató de empujarla para abrirla, pero resultó inútil. El que ahí
hubiera vivido, no quería sorpresas a medianoche. Entonces miró
abajo, y vio la calle vacía, borrosa por la niebla. No quería
volver a pisarla, pero sabía que ese refugio, de encontrarlo, solo
sería algo temporal; no podía quedarse mucho tiempo ahí. Agarró
la escalera de mano y la subió, colocándola de nuevo en su
posición original. Si algún superviviente quería subir no le
costaría mucho volver a bajar la escalera. Pero ella no quería
ningún susto; aunque le parecía muy extraño que uno de esos seres
pudiera trepar por una escalera de mano, prefirió no arriesgarse.
	Subió al siguiente piso, y el resultado fue idéntico. En este no
solo estaba tapiado con maderos, sino que tenía un armario ropero
contra la pared, impidiendo ni siquiera ver lo que había dentro. Fue
escalando por las escaleras inclinadas uno a uno todos los pisos, cada
vez más segura de que no conseguiría nada, y así fue. Subió hasta
lo más alto, y llegó al tejado, sin saber muy bien cual sería el
siguiente paso a dar. Desde ahí tenía una amplia panorámica de los
edificios circundantes, incluso parte de la cerca del cementerio se
dejaba divisar entre la niebla. Tenían colocadas unas cuerdas entre
la caja de escaleras y media docena de postes metálicos, donde aún
se podía ver parte de la ropa que alguien había subido a secar.
	Agarró unos tejanos de su talla y una camiseta de manga larga para
pasar la noche, y se dirigió hacia la caja de escaleras, confiando
no tener que pasar la noche al raso ahí arriba. Si bien era un lugar
que parecía bastante seguro no le apetecía en absoluto dormir al
raso, tirada en el duro suelo. Con la ropa colocada en el brazo,
anduvo tranquilamente hacia la puerta y giró el pomo. Estaba
abierta.
puntos 17 | votos: 23
Al otro lado de la vida - 1x05 - Afueras de Sheol
28 de septiembre de 2008
 
Se esforzó por alejar esa absurda imagen de su cabeza. Era evidente
que había sufrido mucho y todavía se encontraba en una situación
de desbordante estrés postraumático, aunque su trauma todavía
persistía y persistiría mientras viviese. De cualquier modo, creía
no ser ya dueña de sus sentidos, y que éstos le habían jugado una
mala pasada. Se alejó del chico, que ya había asumido la derrota y
se limitaba a mirarla a través de los barrotes, y caminó lentamente
por el camino que unía el viejo cementerio con las afueras de la
ciudad. No se veía ni un alma en los alrededores; todo el mundo
había tratado de huir, y los que no, habían muerto.
	Alcanzó la calle por la que poco antes creyó haber visto a esa
chica, y miró a ambos lados. La carretera estaba vacía. Ni un
coche, ni un alma, pero ella sabía que no debían andar muy lejos.
Si bien la niebla no se despejaba, el ocaso se hacía cada vez más
acusado; debía darse prisa. Caminó por el centro de la calzada, a
sabiendas de que nadie le atropellaría ni le llamaría la atención,
fijándose en cada sombra, en cada silueta, hasta el punto que la
niebla se lo permitía; no quería más sorpresas. No tardó mucho en
llegar a una urbanización de viviendas humildes. Ahí los estragos
del éxodo eran más evidentes. Parecía un mundo fantasmal,
olvidado. La última herencia de una civilización extinta.
	Pasó junto a un coche que tenía todos los cristales rotos. Estos
descansaban a su vera, en mil y un pequeños pedazos que tapizaban la
calle varios metros a la redonda. Miró dentro, y se dio cuenta que le
faltaban los asientos y el volante, y que alguien se había
entretenido en rajar la tapicería, y tal vez a utilizarlo de
inodoro, a juzgar por el olor que manaba del interior. Además tenía
un par de ruedas pinchadas. Se maldijo una y otra vez por no haber
aprendido a conducir antes del holocausto, pues ahora le resultaría
muy útil. Todavía confiaba tener tiempo de aprender, siempre que
encontrase a alguien dispuesto a enseñarle. Eso sí sería tarea
difícil.
	Docenas de papeles yacían tirados sin ton ni son a su paso. Uno de
ellos era la hoja suelta de un periódico, la primera plana fechada
del 13 de ese mismo mes. El titular resultaba bastante esclarecedor;
LOS MUERTOS CAMINAN. Le dio una patada al papel, que fue a parar
junto a una lata de refresco vacía, y continuó caminando. Entonces
llegó a una zona edificada con bloques de pisos. Echó un vistazo al
bloque más cercano y se dijo para sus adentros que alguno de ellos
sería su dormitorio. Se acercó a la fachada, con una falsa
sensación de seguridad, pues hacía ya un buen rato que no tenía
ningún encuentro indeseado. 
	Se dirigía hacia uno de los portales que tenía esa manzana, cuando
pasó junto al escaparate de una tienda de muebles. Tenía las rejas
bajadas, pero la gran cristalera le ofreció un plano general de si
misma. Se paró un momento a contemplar su lamentable estado. Al
mirarse en la sucia superficie espejada del escaparate de esa tienda
muerta, vio a una mujer muy diferente de la risueña Bárbara que
tantos planes de futuro albergaba escasas semanas atrás. Frente a
ella había una mujer que había sufrido mucho en muy poco tiempo, y
que no había tenido tiempo de asumir todas las cosas que le habían
ocurrido, al igual que el resto de supervivientes de la masacre.
	Se fijó que tenía una herida en la cabeza. Su en tiempos
esplendorosa melena rubia, ahora era un compendio de sangre seca y
grasa. Ella misma se dio cuenta que debía oler fatal, aunque ya no
lo notase, afortunadamente no había nadie ahí para echárselo en
cara. Sus grandes ojos marrones, acompañados de unas generosas
ojeras, denotaban el cansancio. Su figura, más delgada que de
costumbre, denotaba la malnutrición asociada a los tiempos que le
había tocado vivir. Confió que hubiese algo que echarse a la boca
en el lugar donde tenía pensado ir. Apartó la mirada de esa
extraña, y continuó su camino.
	De repente oyó un grito. Alguien pidió auxilio, no muy lejos de
ahí. Se trataba de una voz femenina. Un chillido precedió al grito,
y acto seguido todo volvió a quedar en silencio. En un primer
momento, Bárbara sintió una oleada de optimismo, al oír a un
semejante. Pero lo que había dicho no podía significar nada bueno.
No obstante, decidió acercarse; tal vez pudiera echar una mano. De
todas maneras, en los alrededores había muchos sitios a los que
subirse o en los que esconderse si la cosa se ponía fea. Anduvo
hacia la esquina de la manzana, respirando lo justo y necesario para
no hacer ruido, fijándose en donde ponía el pie en cada paso, hasta
quedar en el extremo de la misma. Entonces se asomó a ver que había
al otro lado.
	Lo que vio era dantesco. Ya no había salvación alguna para esa
joven. No tendría más de quince años; ya no volvería a cumplir
ninguno más. Bárbara se llevó las manos a la boca para no gritar,
pero el asesino de la chica ya le había visto. Era un crío de no
más de diez años, un niño. Estaba arrodillado frente al cuerpo de
la joven, con la boca manchada de sangre. Bárbara le sostuvo la
mirada unos segundos, esperando cualquier reacción para salir
corriendo, pero el chico se limitó a gruñirle. Un gruñido largo
con el que se hizo entender rápidamente. Decía Fuera de aquí,
esta comida es mía.
	Bárbara pilló la indirecta, y se volvió a esconder tras la
esquina, apoyando la espalda en la fachada de ésta, lejos del campo
de visión del chico, que ya había vuelto a sus quehaceres,
mordiendo el brazo desnudo de esa pobre chica. Bárbara respiró
hondo, con los ojos cerrados, tratando de reponerse, sabiendo que
jamás podía hacerlo. Cada vez estaba más oscuro.

puntos 14 | votos: 20
Al otro lado de la vida - 1x04 - Cementerio de Sheol
28 de septiembre de 2008

Bárbara sabía que cuando uno de ellos te echaba el ojo, estaba
dispuesto a perseguirte hasta el fin del mundo. Eso era así, siempre
que no se encontrase con una presa más fácil en el camino, y ahí...
estaba ella sola. Tragó saliva y ambos se miraron a los ojos unos
instantes antes de emprender la frenética carrera. Bárbara se
adelantó al chico, y corrió hacia donde creía saber que se
encontraba la salida; la niebla aún no permitía distinguirla.
Corrió tanto como le permitieron sus piernas, sin dejar de mirar
atrás. Ese engendro no tardó en ir tras ella.
	La imprudencia le costó muy cara, pues al no ver donde pisaba, se
dio de bruces contra una vieja lápida y cayó rodando al suelo, con
un fuerte golpe en la rodilla que le hizo ver las estrellas. Se giró
a tiempo de ver como el chico se acercaba peligrosamente, pero ahora
otro problema monopolizaba su atención. Uno de ellos se encontraba
medio enterrado en esa pequeña parcela de tierra. Ya había
conseguido sacar un brazo entero y parte de la cabeza. Con el brazo
agarró a Bárbara fuertemente por el tobillo, y la atrajo hacia sí
con una fuerza impensable para alguien que llevaba tanto tiempo
muerto. Se estaba ayudando de ella para desenterrarse del todo, y
Bárbara no pudo evitar soltar un grito de pánico.
	Sus uñas, de un desagradable color negruzco, llenas de tierra,
delataban que había vuelvo a la vida bajo tierra, y que había
utilizado las manos para salir. Las uñas se clavaron en la
superficie blanca y lisa de sus recién adquiridas bambas, dejando un
pequeño surco a su paso. Bárbara trató de zafarse estirando la
pierna hacia sí, pero con ello tan solo consiguió que ese infeliz
estirase con mayor fuerza. Su otro perseguidor estaba cada vez más
cerca, se veía cada vez más claro, emergiendo de la niebla, ya con
la boca abierta, preparado para dar el primer mordisco.
	Mientras más esfuerzo hacía por quitárselo de encima, con más
fuerza tiraba él. Bárbara le miró a la cara, mientras los
extraños sonidos que salían de su garganta acababan de volverla
loca. Vio la cuenca de uno de sus ojos vacía, parcialmente llena de
tierra. Estaba morado, con unas pequeñas venas rojizas dibujadas en
la sien, frío, sucio, lleno de tierra, con sangre seca pegada a los
labios y la barbilla. Sintió una incomparable repugnancia y tomó
otra determinación, pues el chico estaba a punto de alcanzarla. Con
la pierna libre, le dio una fortísima patada a la cabeza, de tal
modo que le partió el cuello. Eso sirvió para que aflojase un poco
la mano, y con un último tirón pudo zafarse de él.
	Se levantó a toda prisa, apoyándose en el suelo, clavándose
algún que otro guijarro en la palma de las manos, viendo como ese
desgraciado seguía luchando por desenterrarse para comérsela, pese
a tener el cuello partido y la cabeza girada en una postura
imposible. Desapareció de ahí justo a tiempo de que su otro
perseguidor no consiguiera alcanzarla. Corrió a ciegas por la
niebla, sin mirar atrás, luchando por no gritar, sabiendo que en
cualquier momento podría encontrarse de frente con otro de ellos, lo
cual resultaría su ruina. El chico sí gritaba. Emitía unos sonidos
sin sentido alguno, unos alaridos espeluznantes que invitaban a
Bárbara a que dejase de correr y se dejase matar.
	Vio pasar junto a ella el edificio principal del cementerio, cuya
puerta estaba concienzudamente cerrada, y rezó porque no lo
estuviese de igual modo el portón de entrada. Poco a poco se fue
dibujando frente a sí susodicho portón, y para su regocijo, se
encontraba medio abierto. No obstante, ese demonio le había ganado
mucho terreno en la carrera, y ahora le pisaba los talones. Esos
seres, siempre que no fueran ancianos o bebés, corrían como balas,
y parecían no cansarse jamás, lo cual hacía que la mayoría de
veces acabasen consiguiendo lo que se proponían. Bárbara rezó para
que ésta vez no fuera una de esas.
	Hizo un último esfuerzo y consiguió alcanzar la verja, justo a
tiempo antes de que ese chico, con los brazos ya extendidos, lograse
agarrarla de su larga melena dorada. Se escurrió por la rendija que
había entre las dos puertas, y se disponía a cerrar del todo el
portón entreabierto, cuando su compañero lo hizo por ella, con toda
la fuerza del impulso que llevaba corriendo. La puerta se cerró con
un sonoro choque metálico justo a tiempo para permitir a Bárbara
salir, y dejar a su captor encerrado dentro. Éste salió rebotado
con el golpe y cayó de espaldas al suelo.
	Bárbara dio un par de pasos hacia atrás, sin dejar de mirarle,
viendo como se levantaba con presteza y se tiraba como una fiera
indómita hacia los barrotes, con una mueca de disgusto en la cara.
Por suerte para ella, se limitó a sacar los brazos entre los huecos
que dejaban los barrotes, tratando de alcanzarla, cuando tan solo
estirando la puerta hacia él podría haberla abierto y cogerla con
facilidad. Tenían mucha fuerza bruta y mucho aguante, pero no eran
muy listos. Bárbara respiraba agitada, tratando de recuperarse de la
carrera que acababa de protagonizar, y se sorprendió dándole vueltas
al anillo que llevaba en su dedo corazón. Era algo que siempre hacía
cuando estaba nerviosa.
	Cuando el chico vio que Bárbara se alejaba, gritó con más fuerza,
pidiéndole que no se fuera todavía. A Bárbara le temblaban todos
los huesos, y ahora tan solo quería encontrar un lugar tranquilo
donde pasar la noche, puesto que el ocaso había empezado su ciclo
imparable. Bien sabía que sin luz se volvían más agresivos y
hábiles, ya que veían muy bien en la oscuridad. Además eran
mayores en número, puesto que gran parte de ellos dormía durante el
día. Anduvo unos pasos más por el camino desierto, y vio algo que
creyó que era un espejismo.
	El abundante manto de niebla que todo lo cubría, la hizo dudar,
pero parecía demasiado real para obviarlo. Creyó ver una bicicleta
roja circulando a una velocidad moderada por la calle perpendicular
al camino donde ella se encontraba. Sobre ella había una joven
niña, con un vestido rosa de una pieza. No se atrevió a decir nada,
y tan pronto como creyó verla, desapareció de nuevo entre la niebla.
puntos 23 | votos: 23
Al otro lado de la vida - 1x03 - Cementerio de Sheol
28 de septiembre de 2008

Estaba todavía muy asustada, y no se atrevía a alejarse de donde
había despertado, en cierto modo le parecía un lugar seguro;
incluso sintió ganas de volver a encerrarse ahí dentro, y pasar
ahí la noche. Echó un último vistazo alrededor antes de partir,
pero el resultado fue el mismo. Todo estaba desierto, cubierto por el
denso manto de la niebla, sumido en un silencio helador. Puesto que
desconocía cual era el camino a seguir para alcanzar la salida de
ese enorme recinto, decidió dirigirse hacia el único punto de
referencia del que disponía, creyendo ingenuamente que tal vez al
escoger esa dirección, encontrase algún tipo de vida inteligente.
	Caminó descalza, sintiendo los pinchazos de las briznas de césped
en la planta de los pies, siempre atenta a cualquier movimiento
inesperado, tratando de hacer el menor ruido posible. No tardó en
incorporarse al camino de tierra que rodeaba zigzagueando todo el
terreno. Anduvo con paso firme en dirección a la excavadora,
viéndola cada vez más claramente a medida que se acercaba. La
mandíbula inferior le comenzó a temblar. Cuanto más cerca estaba,
el olor se iba tornando cada vez más evidente, hasta llegar un
momento en el que se vio obligada a taparse la nariz con la mano.
Enseguida descubrió que era lo que hacía ahí la excavadora.
	Al llegar junto a la excavadora, comprobó que estaba vacía. No
obstante, tenía las llaves puestas. Se preguntó si podría serle
útil, pero ella misma se respondió que no; no solo no sabría
conducirla, sino que además era una máquina cuya velocidad era
inferior a la de ella corriendo, de modo que resultaba inútil. Lo
que no sabía era que se había quedado sin combustible. Frente a la
excavadora se erguía majestuosa una fosa común de tamaño
descomunal. Estaba a medio tapar, pues el encargado de taparla, ahora
descansaba junto con el resto de cuerpos. Por todos lados asomaban
miembros y cuerpos de cientos de personas que habían pasado a mejor
vida.
	La mayoría de los cuerpos habían empezado a podrirse, y el olor
resultaba nauseabundo. Unos estaban mutilados, a medio comer, otros
simplemente tenían un orificio en la cabeza, otros balazos
repartidos por todo el cuerpo. Pero en lo que coincidían todos era
en que estaban muertos... No tardó mucho en darse cuenta que había
algo moviéndose ahí dentro. Seguramente alguno de esos infelices
había quedado sepultado por otro montón de cuerpos, y luchaba por
salir a la superficie, ansioso por empezar a alimentarse.
Afortunadamente, todo parecía tranquilo en la superficie. Pero era
evidente que ese no era un lugar seguro, y Bárbara creía saber
llegar a la entrada principal desde ahí, puesto que veía en la
lejanía la silueta del edificio principal.
	Dio la espalda al desagradable espectáculo de la fosa y se dirigió
hacia el edificio principal. A medio camino se encontró con el cuerpo
de una mujer que le cortó el paso. Se trataba de una mujer de su
misma edad, de su misma estatura. Pensó que podría haber sido ella
misma, y eso le produjo un escalofrío. Llevaba puestas unas
deportivas blancas, un pantalón violeta oscuro y una camiseta roja.
No mostraba signo alguno de violencia, y parecía totalmente
inofensiva, lo cual le dio a Bárbara una idea. Se acercó más al
cuerpo para llevar a cabo su plan.
	Tenía la cara ligeramente girada, y los ojos, azules, totalmente
abiertos, muertos inexpresivos; no era uno de ellos. No obstante,
parecía estar observándola, y apartó la cara para no tener que
sufrir esa mirada. Se acercó a sus pies, y se arrodilló, al tiempo
que miraba a un lado y a otro. Se repitió una y otra vez que ella ya
no los necesitaría, no obstante, le supo mal lo que iba a hacer.
Descordó sus bambas, y le quitó los calcetines. Sin dejar de
desconfiar de todo cuanto le rodeaba, se calzó con el vestuario
prestado, y se apresuró en levantarse de nuevo.
	Ahora podría correr con mayor eficiencia si se diera el caso que
eso fuese necesario, aunque ella rezó para que no fuera así. Estaba
a punto de irse, cuando echó un último vistazo a esa pobre muchacha,
y acabó decidiendo hacerle la faena completa. Respiró hondo,
alegrándose de que ella no oliese, y de encontrarse ya bastante
lejos de la fosa. Agarró su camiseta por la cintura. El tacto
increíblemente frío de su cuerpo le hizo apartar la mano
rápidamente, y el cuerpo quedó de lado. La boca de esa joven se
abrió y de ella manó un denso y desagradable líquido rojizo, lleno
de burbujas de aire que explotaban a medida que iban saliendo. Sintió
una nueva arcada, pero esta vez no pudo contenerse y acabó vomitando.
	Hacía bastante que ni comía ni bebía, no obstante arrojó mucho
más de lo que hubiera podido llegar a pensar. De rodillas en el
suelo, con las manos abiertas sobre la tierra, escupió un par de
veces, y trató de tranquilizar su respiración. De momento no había
nada que temer. Se quitó la camiseta rota que llevaba, quedándose
desnuda de cintura para arriba, y, mirando hacia otro lado acabó de
quitarle la camiseta a su compañera, tratando de tocarla lo mínimo.
Se atavió con ella, dándose cuenta, tarde, de que era una talla muy
pequeña, y se levantó de nuevo, espolvoreando la tierra de sus
rodillas.
	Poco más de doscientos metros le separaban de la salida, ahora ya
parecía que resultaría pan comido. No tuvo tiempo de confiarse,
porque fue entonces cuando le vio. Afortunadamente él no se había
percatado de su presencia. Era un hombre, más bien un chico joven.
Iba desnudo de cintura para arriba, y tenía el pecho teñido de
rojo, de toda la sangre que le había manado de la boca en alguna de
las ocasiones en las que se alimentó. Andaba encorvado, sin rumbo
fijo, simplemente dejándose llevar. Bárbara se llevó las manos a
la boca, tratando de contenerse, pero ya era tarde. El chico se
giró, y posó sus ojos inyectados en sangre en ella.
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Al otro lado de la vida - 1x02 - Respiró hondo, y posó la palma de sus manos sobre la trampilla de
madera. El corazón le dio un vuelco al comprobar que cedía sin
ninguna dificultad. Llegó a elevarse unos centímetros antes de que
la dejase caer de nuevo, asustada. Había recuperado la libertad,
pero eso no hacía más que ponerle las cosas todavía más
difíciles. Ahora debería prepararse de nuevo a comenzar la cruzada
en busca de la supervivencia, y como desde el primer momento, creía
no estar preparada para ello.
	No obstante algo tenía que hacer, no podía quedarse ahí
eternamente, así que decidió mover ficha. Por lo menos contaba con
la ventaja que no había oído a ninguno de esos monstruos en todo el
rato que llevaba despierta; trató de convencerse de que tal vez no
hubiese ninguno en los alrededores. Dio media vuelta en la oscuridad
del ataúd, y volvió a quedar de cara al acolchado. Con uno de sus
pies levantó un poco la tapa y aprovechó la posición que tenía
para echar un rápido vistazo por la rendija que había abierto. El
paisaje no le resultó familiar, y eso aún la descorazonó más.
	Una densa niebla lo cubría todo, pero lo que más le llamó la
atención fue que parecía estar en un bosque. Tan solo podía ver
las copas de algunos árboles cercanos, la niebla no le permitía ver
más allá. Levantó un poco más la tapa, y pudo ver con mayor
claridad lo que le envolvía. Docenas de lápidas se distribuían
aleatoriamente por el suelo cubierto por una verde capa de hierba.
Altos cipreses se extendían en todas las direcciones, dando sombra a
algunas de las tumbas. Aparentemente no había nadie cerca, y esa era
una muy buena noticia. Dejó caer la tapa de nuevo, y dio media
vuelta una vez más. Se armó de valor y, lentamente, la abrió por
completo, hasta que llegó un momento en el que cayó por su propio
peso hacia el otro lado, e hizo un algo de ruido.
	Cualquiera que la hubiera visto abrir la tapa de ese modo, la
habría confundido con uno de ellos, y de bien seguro se hubiera
llevado un balazo en la frente, pero ahí no había nadie. Hacía
largo rato que todos los supervivientes habían abandonado el lugar.
La sola visión de ese sitio le hizo poner el vello de los brazos de
punta. La niebla confería al camposanto un aspecto tenebroso, y el
no poder ver más que a unos pocos metros de distancia, aún la
ponía más nerviosa.
	Sentada como estaba, con las piernas desnudas estiradas sobre el
tejido mullido del ataúd, se disponía a echar un vistazo general a
su alrededor, cuando reparó algo que estaba a sus pies. Se agarró
al borde y miró hacia abajo con curiosidad. Otro ataúd, idéntico
al suyo, descansaba tirado en el suelo, con la tapa abierta y una de
las esquinas astilladas por el golpe. Eso había sido lo que le
había impedido abrir su féretro; por lo visto, alguien había
colocado ese otro ataúd encima, y su peso había hecho que no
pudiese levantar la tapa desde el comienzo. Un vistazo más
concienzudo le hizo darse cuenta que no estaba vacío.
	Medio cuerpo de un hombre adulto asomaba fuera del ataúd; el resto
del cuerpo había quedado bajo el peso de éste en la caída. Ese
hombre sí estaba muerto. Podía ver con claridad la parte trasera de
la cabeza de ese pobre infeliz. Tenía parte del cuero cabelludo
rapado, y mostraba una fea herida burdamente cosida. Ese simple
hecho, aunque la hizo sentir una nueva arcada, la tranquilizó
bastante. Su piel había adquirido un desagradable color violeta
pálido, y llevaba puesto un traje cortado en vertical de la nuca
hacia abajo. Tal vez había sido uno de ellos, o tal vez él mismo se
había quitado la vida, cosa de la que no se le podía culpar. Fuera
como fuese, lo importante era que ya no suponía ninguna amenaza.
	Trató de alejar esa imagen de su mente, y miró hacia otro lado.
Pudo distinguir entre la niebla lo que parecía la silueta de una
excavadora. La mayoría de las lápidas que reinaban en el lugar
estaban cubiertas de una fina capa de musgo, y algunas aún
conservaban ramos de flores marchitas. En todas direcciones crecían
altos árboles de vivos colores; la mayoría de ellos perderían su
follaje en pocas semanas. No tardó mucho en descubrir donde estaba,
aunque no podía explicarse como había llegado ahí. Hacía muchos
años que no visitaba el cementerio viejo de su ciudad natal.
	Seguía sin ver señal alguna de vida, de ningún tipo, y eso aún
la puso más nerviosa. Con el paso de los días había aprendido que
no existía ningún sitio totalmente seguro, y que estuvieras donde
estuvieses, si podías ver el cielo, estabas en peligro, y si no, la
mayoría de las veces, también. De modo que la prioridad ahora era
encontrar un refugio, antes de que su olor alertase a ninguno de esos
indeseables y acabase sirviéndoles de merienda. Se decidía a salir
por fin de ahí, cuando vio que estaba muy alta, miró hacia abajo y
vio que la habían colocado sobre una gran caja de hormigón. Sin
llegar a preguntarse qué era eso, sacó las piernas fuera del ataúd
y se ayudó de los brazos para tocar tierra firme.
	Al posar los pies sobre el suelo, se dio cuenta que estaba descalza.
Desde que se despertara, tan solo había pensado en cómo salir de
ahí, y no se había dado cuenta del estado en el que se encontraba
ella. Posó el otro pie en el suelo, y al mirarlo se fijó que
llevaba puesto un pequeño calcetín deportivo blanco, cuya suela
estaba negra, igual que la de su pie descalzo. Levaba unos tejanos
recortados por encima de las rodillas, y una camiseta desgarrada que
le hacía mostrar medio pecho. Todo eso no le importó lo más
mínimo, todavía podía correr, y eso era, a resumidas cuentas,
cuanto debía preocuparle.
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Al otro lado de la vida. - Bárbara despertó sobresaltada, tomando una gran bocanada de aire que
le provocó una arcada. Estaba tumbada de espaldas sobre algo mullido.
No obstante, le dolían todos los huesos y las articulaciones, y
acarreaba una gran jaqueca. Ignoraba dónde estaba y dedujo que se
encontraría en algún lugar cerrado, puesto que no podía ver nada.
Empezó a sentirse incómoda y decidió salir de ahí cuanto antes,
pero al tratar de incorporarse se golpeó la frente contra algo duro
y cayó de nuevo sobre esa especie de colchón que, por otra parte,
era muy cómodo. Trató de mantener la calma pero le resultó
imposible. Quería salir de ahí, y quería hacerlo cuanto antes.
	Levantó las manos y tanteó arriba y a los lados, encontrando una
frontera en todas las direcciones posibles, hasta darse cuenta que
estaba encerrada por todos los flancos en una especie de caja hecha a
la medida de su cuerpo. No tardó mucho en darse cuenta que la habían
metido en un ataúd. Entonces empezó a ponerse nerviosa de verdad.
Trató de recorrer con la mente todo lo que había hecho antes de
perder el conocimiento.
	En su interior empezó a tomar fuerza la idea de que estaba
enterrada, al menos dos metros bajo tierra, y que jamás saldría de
ahí, que enseguida se le acabaría el oxígeno y se ahogaría,
enterrada en vida. Eso acabó por destrozarle los nervios. La
angustia y el miedo empezaron a hacer mella en su ya maltrecha
estabilidad emocional, y comenzó a golpear con fuerza y sin medida
la tapa del féretro que la contenía. Muchos fueron los esfuerzos,
mucho el daño que se hizo en los nudillos, pero todo resultó
inútil. Colocó las palmas de las manos en la tapa y empujó con
todas las fuerzas que le quedaban, pero el resultado fue el mismo.
	Empezó a respirar agitadamente, presa del pánico, tratando de
alejar de su mente la inevitable imagen de su muerte, y se dio media
vuelta. Al hacerlo vio que de la esquina inferior del cajón de
madera emergía un leve hilito de luz, proveniente del exterior. Ese
simple dato le dio fuerzas para seguir luchando cuando ya
prácticamente se había abandonado a la consternación. Creyó que
tal vez no fuera demasiado tarde para salir de ahí. Volvió a dar
media vuelta, notando cada vez más pequeñas las dimensiones,
sintiendo una extraña sensación, como si el espacio que la
albergaba se hiciese cada vez más pequeño. La claustrofobia
empezaba a filtrarse por sus poros.
	La mandíbula y las manos comenzaron a temblarle y empezó a sentir
frío en la punta de todos sus dedos. Luchó una vez más por abrir
la trampilla que le permitiría salir al exterior y al no
conseguirlo, se puso cada vez más nerviosa. Golpeó con furia y
empezó a gritar sin control, pidiendo ayuda desesperadamente,
confiando que alguien, que alguien sano, le oyese y fuera en su
ayuda. Sabía que así tan solo conseguiría atraer a quien no era
bienvenido, pero eso ya le daba igual, no quería morir ahí dentro.
Prefería salir aún a sabiendas que ahí estaría más segura y
tendría una muerte más digna que la de muchos que le precedieron
desde que empezó esa pesadilla.
	Todo esfuerzo resultó inútil. El llanto siguió al los gritos, y
los golpes se fueron haciendo cada vez más débiles, a medida que se
iba abandonando al pesimismo, con una convicción cada vez más clara
de que esa sería su tumba. Acabó por dejar de golpear la tapa y
notó como se le secaban las lágrimas que habían corrido por su
piel hasta mojar el interior de sus orejas. Fue tranquilizándose
poco a poco hasta que consiguió que su agitada respiración se
transformase en un ligero silbido. Consiguió tranquilizarse por unos
minutos, limitarse a pensar, intentando no dejarse llevar por el
pánico otra vez, pero todo esfuerzo parecía inútil.
	Entonces se dio cuenta que estaba inmersa en el más absoluto
silencio. Desde que despertase hacía ya casi media hora, no había
oído absolutamente nada. Fue el contraste el que le hizo percatarse,
al oír un ruido lejano que le devolvió rápidamente al mundo real.
Aguantó la respiración por unos segundos para oír mejor, y acabó
determinando que se trataba de un ladrido. Dondequiera que estuviese
había un perro, y si ese maldito perro había conseguido sobrevivir
al éxodo, ella no tendría porque ser menos. Se quedó oyendo unos
segundos más, pero ya no había rastro alguno del ladrido. Empezó a
creer que lo había imaginado.
	Sabía que si se quedaba ahí quieta no conseguiría nada más que
morir encerrada, de modo que decidió afrontar su destino, sin
importar cuales fueran las consecuencias. Los precedentes indicaban
que no conseguiría nada empujando la tapa, hasta ahí había llegado
su entendimiento de la situación, de modo que trató de buscar una
alternativa, aunque pareciese imposible dadas las circunstancias.
Empezó a golpear con los hombros los lados del ataúd, tratando de
impulsarse cada vez con más fuerza, sin saber muy bien lo que
pretendía conseguir con ello. Los primeros golpes resultaron
inútiles, pero luego ocurrió algo.
	Un nuevo impulso hizo que el ataúd cediese un poco, moviéndose
ligeramente hacia un lado. Tenía ya los hombros doloridos, pero esa
buena noticia le llenó de fuerzas para continuar luchando. Dio más
y más golpes. La mayoría de ellos resultaban igualmente
infructuosos, pero de vez en cuando veía como el ataúd se movía
ligeramente, lo cual aún le daba más fuerzas para seguir. Cada vez
más confiada, haciendo caso omiso al punzante dolor que acarreaba en
los hombros, continuó dando bandazos de un lado al otro, con mayor
fuerza y convicción a cada golpe, hasta que algo le hizo parar.
	Llegó un momento en el que oyó un fuerte golpe. Parecía como si
algo muy pesado hubiese caído al suelo y se hubiera roto, pero ella
apenas se había movido unos centímetros. Volvió a quedarse
callada, respirando agitadamente, con el corazón latiéndole a toda
velocidad. Fue entonces cuando comprendió lo que había ocurrido.
Una amplia sonrisa se dibujó en su ajada cara al tiempo que se
disponía a dar el siguiente paso, que no sería más que el comienzo
de una larga odisea.
puntos 1 | votos: 9
Desmotiva  - que poetas como  José Luis Figuereo Franco (el barrio)
tengan q abergonsarse por q un dia dejaron montarse 
a un esenario a la berguensa de los ombres la berguensa de la musica 
la berguensa de los gays como es justin bieber i q encimas 
por unas cuantas niñas subnormales benda asta discos

puntos 44 | votos: 46
Y decían que era tonto. -
puntos 12 | votos: 12
Migo y Tigo - Todos quieren estar con ellos
puntos 6 | votos: 6
Puedes olvidar -  Aquél con el que has reído pero no a aquél con el que has llorado.
puntos 14 | votos: 16
Tampoco deja, genio -
puntos -6 | votos: 12
Hay otras... - Que enamoran.♥!

puntos 16 | votos: 18
En verdad se llama Paco Leon - Pero para el 90% de las personas le llamaran Luisma
puntos 7 | votos: 9
Porque yo también  - mordía la tapa del boli
puntos 22 | votos: 22
Mensajes subliminales - Nivel: IPhone
puntos 11 | votos: 13
Emm, esto... - ¿Pongo el aire?
puntos 17 | votos: 19
Heroes - gente como el lo es

puntos 0 | votos: 8
Felicidades - Si lo haces eres tonto
puntos -15 | votos: 35
Cabrones - Descripción gráfica
puntos 3 | votos: 7
Ese instante que creí... - ...que tu adios era de broma
puntos 2 | votos: 28
Ella es lesbiana -
puntos 11 | votos: 11
Ojala Fuera tan facil... - Admitir y contarle al mundo ke lo eres...

puntos 12 | votos: 12
CTRL + C -
puntos 11 | votos: 13
Tranquilos, que ya - mando yo a mi paladín al nivel 70
puntos 10 | votos: 10
Él, - si la tiene
puntos 9 | votos: 11
Al otro lado de la vida 1x80 - 
En una vieja cabaña en la montaña, entre Etzel y Sheol
21 de septiembre de 2008

Un sonoro y certero disparo sonó tras la vieja puerta de madera.
Resonó por las paredes de la cabaña, impregnándolo todo de la mala
nueva. Macarena y el viejo Bartolomé esperaban al otro lado en
silencio y con el corazón en un puño. El anciano le puso una mano en
el hombro a la joven, tratando de tranquilizarla, se miraron un
momento y la chica hizo un amago de sonrisa, pero acto seguido
comenzó a sollozar en silencio y una lágrima brotó de sus preciosos
ojos verdes; miraron de nuevo a la puerta, como si eso pudiera hacer
cambiar lo que ya estaba escrito a fuego. Ambos sabían lo que eso
significaba; después de todo lo que habían luchado para evitarlo,
todo había resultado inútil. 
Habían pasado cuatro días en los que Rafael no había hecho más que
empeorar. Ya la primera noche la pasó con fuertes mareos, una fiebre
muy alta y una indigestión de campeonato. Luego pasó a un estado
casi comatoso con convulsiones cada pocos minutos, sudores fríos y un
fuerte dolor abdominal que no podía ocultar, pues les mantuvo en vela
con gritos y gemidos hasta esa mañana cuando todo se derrumbó por
completo. A cada uno le afectaba de un modo muy distinto ese extraño
virus, pero todos acababan del mismo modo.
Morgan se había encerrado con él bien pronto esa mañana; no podía
permitir que la joven Macarena presenciase ese macabro espectáculo, y
él quería estar con su amigo hasta el último momento, como Rafael
le había hecho prometer, pues ahora ese viejo negro cascarrabias era
su única familia. Todo quedó en silencio al fin, para regocijo de
los presentes. Rafael había pasado a mejor vida, eso era un hecho, y
era triste, pero al menos ya no seguiría sufriendo.
	La puerta se abrió y tras ella salió Morgan, cabizbajo. Negó
lentamente con la cabeza, escopeta en mano, manteniéndose fuerte y no
dejándose llevar por los sentimientos. Su expresión parecía más la
de un enfado pasajero o un berrinche infantil. Macarena hizo un amago
de acercarse, pero el viejo la frenó y la chica no insistió más.
Morgan anduvo por la pequeña sala humildemente amueblada en
dirección a la ventana que había junto a la puerta de entrada,
ignorando a los demás que había ahí dentro. Apartó la cortina de
encaje con la mano libre y miró al exterior, incapaz de maravillarse
ante el bello espectáculo que le ofrecía la naturaleza. Todo
parecía calmado.
MORGAN – Me voy.
MACARENA – ¿¡Qué!?
MORGAN – Me voy a Sheol. Ahora.
BARTOLOMÉ – ¿Estás seguro de lo que dices, joven?
MORGAN – No he estado más seguro de nada en la vida, abuelo.
MACARENA – Pero… Pero no te puedes ir… Ahí fuera están… No
te vayas, por favor… No nos dejes.
MORGAN – Ambos sabéis que aquí ya no tengo nada más que hacer.
MACARENA – ¿Y nosotros? ¿Quién cuidará de nosotros si vienen…?
MORGAN – No hemos visto ni uno solo en cuatro días. Están muy
lejos. Y si vinieran, Bartolomé podrá defenderte.
	La chica había entrado en un pequeño estado de ansiedad. La
mandíbula inferior le temblaba y la boca se le había quedado reseca.
Si bien había asumido la muerte de sus padres, hermanos, tíos,
abuelos, amigos, vecinos… Incluso era capaz de asumir que Rafael ya
no volvería a adular su joven belleza mientras contenía un gesto de
dolor. Pero Morgan era ahora como la personificación de todo cuanto
le quedaba en la vida, el clavo ardiendo al que aferrarse antes de
perder la cordura definitivamente, y le estaba diciendo que él
también la abandonaría, con lo cual volvería a quedarse sola en el
mundo.
MACARENA – Me voy contigo.
MORGAN – No.
MACARENA – Pero…
MORGAN – Ya os arrastré conmigo fuera de la escuela, donde
estábamos todos a salvo. Y créeme, no estoy orgulloso de cómo
acabó eso.
MACARENA – Nadie hubiera podido prever lo que pasó, lo hiciste con
la mejor intención.
MORGAN – No es verdad. Podríamos haber salido a buscar comida en
vez de meteros a todos en la caravana de la muerte. No fue una buena
elección. Lo hice porque quería ver a mi esposa. Fui egoísta. Os
arrastré conmigo y por mi culpa…
MACARENA – No te culpes de eso. Todos y cada uno de nosotros
aceptamos el riesgo, la responsabilidad es toda nuestra. Tú no…
MORGAN – Tengo demasiadas muertes en la conciencia ya.
MACARENA – Pero yo quiero acompañarte. Cuatro ojos son mejor que
dos, prometo que no te retrasaré…
MORGAN – Tengo que acabar con esto yo solo. No sigas insistiendo.
	Macarena respiró hondo y asintió con la cabeza. Se sorprendió a
sí misma por la facilidad con la que se había dado por vencida.
Sabía que Morgan estaba pasando por unos momentos muy difíciles,
después de la muerte de su mejor amigo y con la incertidumbre de
cómo estaría su esposa. Seguir insistiendo no solo hubiera sido
inútil, pues en los últimos días creía haber entendido la mente de
ese hombretón, y pensándolo mejor, tenía razón. Estaría mucho
más segura ahí con Bartolomé que caminando por las calles
infestadas de locos caníbales de la ciudad donde se originó todo.
MORGAN – Gracias.
	Morgan se acercó a la puerta y la abrió lentamente, dejando entrar
al interior la suave brisa húmeda de ese paraje de montaña.
Comprobó que llevaba la escopeta a la espalda, pues esa sería la
única compañía que se llevaría de ahí, y dio de nuevo media
vuelta, para despedirse de sus compañeros.
MORGAN – Le pido disculpas por haberlo dejado todo perdido en el
dormitorio.
BARTOLOMÉ – No diga eso ni en broma.
Se produjo un silencio incómodo, cuando, en el que Morgan se mantuvo
inflexible.
MACARENA – Lo entendemos, de verdad. Ve a por tu mujer. Te mereces
una alegría después de tanto sufrimiento.
MORGAN – ¿Cómo puedo llegar a Sheol desde aquí?
BARTOLOMÉ – Siguiendo el río contracorriente unos dos kilómetros
llegará a un pequeño puente que pasa sobre la carretera secundaria
que lleva a las afueras de la ciudad.
MORGAN – Gracias. 
BARTOLOMÉ – Vaya usted con Dios.
	Morgan les dio la espalda y comenzó a caminar en la dirección que
le había indicado el ermitaño. Macarena y él se quedaron mirándole
unos minutos viéndole empequeñecer a cada paso, conscientes de que
jamás le volverían a ver, hasta que acabaron perdiéndole de vista.
Se quedaron un rato más ahí, en silencio. Luego volvieron a entrar y
cerraron la puerta tras ellos.
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Sé amigo  - del empollón de tu clase.
Porque de mayor, será tu jefe
puntos 33 | votos: 33
Típico... - Esto nos pasa por vivir en Narnia
puntos 21 | votos: 21
TIPICO - encestar en el ultimo segundo y gracias a ello ganar el partido
puntos 13 | votos: 17
Esta es la cara de Wal_k - Cuando ve la tontería de cartel que acabo de subir.
puntos 13 | votos: 13
Afilador de cuchillos. - Nivel: FRIKI.

puntos 17 | votos: 17
Crees en el amor  - a primera vista ? ...
puntos 30 | votos: 30
MÉXICO - Quiero dedicar especialmente este cartel a todas las personas
inocentes que mueren diariamente en México por culpa de la
delincuencia y el narcotrafico. Deseo a nuestros hermanos mexicanos
para que todo este problema desaparezca de su país. 

 México unido jamás sera vencido! 

Dedicado también a nuestros hermanos Sudamericanos

Firmado: Un español
puntos 0 | votos: 10
Motiva - Conocer la buena musica en la vida
puntos 30 | votos: 30
MIRA - un Bambi
puntos 55 | votos: 57
Si te aburres, - comenta este cartel.

puntos 13 | votos: 15
Condenados ala Cola - Hoy en dia mas numerosos
puntos 13 | votos: 13
Ninjas - Todos queremos vengarnos de ellos
puntos 9 | votos: 9
Lo que alumbra - a los genios es el entorno familiar propicio y los estímulos correctos.
puntos 10 | votos: 10
Todo es posible - cuando luchamos por alcanzar lo que deseamos
puntos 15 | votos: 15
Aquellos que sueñan de dia - son conscientes de cosas que escapan a los que sueñan solo de noche

puntos 3320 | votos: 6616
Cristiano Ronaldo 96 millones - Pero hay cosas, que el dinero no puede comprar
puntos 11 | votos: 11
¡¡SI!!... - A mi tampoco me gustaria que estos dos programas desapareciarán. :(
puntos 16 | votos: 20
Ironía - a veces la ortografía, y sus tildes
nos pueden jugar una mala pasada.
puntos 17 | votos: 17
Erotismo - una palabra, muchas formas de expresarlo
puntos 11 | votos: 11
Por todos esos guiris... - Que se ponen color gamba tostados al sol y borrachos de cerveza en nuestras playas





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