En Desmotivaciones desde:
10.09.2012

 Última sesión:

 Votos recibidos:
bueno 1942 | malo 15
GeekVeterano Nivel 3

puntos 6 | votos: 6
Mi alma está hecha - del amor que compartimos.
puntos 9 | votos: 9
No llores por un país que lucha, - Lucha por un país que llora.
puntos 13 | votos: 15
Jamas Olvidaremos -
puntos 7 | votos: 7
Hay pocas cosas que se pueden - comparar a la tranquilidad que te invade al obtener ayuda de un amigo
después de haber estado luchando arduamente sin compañía alguna.
puntos 7 | votos: 7
Marcas - Que pueden cambiarnos para el resto de nuestras vidas

puntos 3 | votos: 5
Comprender por fin - cuánto necesitaba esa persona que la entiendan.
puntos 16 | votos: 16
Lo lindo de la imaginación - es que las cosas comunes se pueden volver alegres
puntos 11 | votos: 13
El camaleón - el amante más intrépido del mundo animal
puntos 7 | votos: 9
Forever alone - Nivel: Plutón
puntos 17 | votos: 19
Te arrepientes de lo que dijiste - pero bien sabes que no había mentiras en ninguna de tus palabras.

puntos 23 | votos: 23
Watamote no Kyojin - Descripcion Grafica
puntos 38 | votos: 40
Es mejor - decir las cosas sinceramente que prolongarlas innecesariamente.
puntos 31 | votos: 31
Lo bueno de los viajes cortos - es que uno se puede aislar por un pequeño instante de los prejuicios.
puntos 11 | votos: 11
Muchas personas no - piden ayuda porque cuando la necesitaron nadie se la ofreció.
puntos 11 | votos: 11
No confíes en nadie - porque hasta tu propia sombra te abandona cuando estas en la
oscuridad...

puntos 7 | votos: 7
Por esas personas que... - Son las correctas en la distancia equivocada
puntos 31 | votos: 31
Gente que te apuñala por la espalda - y luego te pregunta por qué sangras.
puntos 11 | votos: 11
No esperes nada de alguien - que una vez te mintió.
puntos 4 | votos: 4
JAPONECES - los únicos que harían máquinas expendedoras de paraguas
puntos 8 | votos: 8
Si yo fuera un animal - sería un lobo... Pero no un lobo cualquiera, sino un lobo violinista.
¿Tu cual serías?

puntos 7 | votos: 7
¿Serias - capaz de matara alguien inocente  por la libertad?
puntos 2 | votos: 2
Ahora entiendes por que - peter pan no quería crecer.
puntos 5 | votos: 5
Siempre habra cosas - que nunca creeras que te diran
puntos 21 | votos: 23
Solo te quiero - abrazar.
puntos 22 | votos: 24
Esos intentos - desesperados que hacemos para encajar

puntos 9 | votos: 9
La vida es un largo camino - plagado de rosas con afiladas espinas en donde debemos
procurar herirnos lo menos posible hasta llegar al final.
puntos 11 | votos: 11
El camino nunca es largo - si tu destino es llegar a la victoria.
puntos 5 | votos: 7
Aerosmith - Mas de 60 y siguen rockeando
puntos 21 | votos: 21
Muchisimas gracias -
puntos 13 | votos: 13
En la vida todos - somos piratas en busca de distintos tesoros.

puntos 17 | votos: 17
Me ofreces muchas cosas... - sin saber que el sabor de tus labios es lo que me dejaría satisfecho.
puntos 15 | votos: 15
Ella será amada - en el momento que menos lo espere :D
puntos 14 | votos: 14
Tu mente puede ser - tu mejor aliada o tu peor enemiga, todo depende de cómo la uses.
puntos 9 | votos: 9
Todos somos forzados - a pelear en algún momento de nuestra vida.
puntos 11 | votos: 11
No soy puta... - soy un extraterrestre puta

puntos 27 | votos: 27
Va pasando el tiempo - y te das cuenta de que algunas cosas nunca cambian.
puntos 0 | votos: 0
Celephais - En un sueño, Kuranes vio la ciudad en el valle, y más allá la costa
del mar, y la nevada cumbre que contemplaba el océano, y las galeras
pintadas de alegres colores que salían del puerto hacia lejanas
regiones donde el cielo y el mar se encuentran. También en un sueño
se hizo llamar Kuranes —otro era su nombre en la vigilia—.
Posiblemente le era fácil soñar un nombre nuevo porque era el
último de su familia y vivía solo entre los indiferentes millones de
londinenses. Pocos hablaban con él, pocos recordaban quién era. Su
dinero y sus tierras estaban perdidos; Kuranes no se cuidaba de lo que
la gente pensara de él; prefirió soñar y escribir acerca de sus
sueños. Quienes leyeron sus escritos se burlaron de él; por eso los
guardó. Y, finalmente, dejó de escribir. Conforme se alejaba del
mundo, sus sueños se volvían más grandiosos —sería inútil
tratar de describirlos—. Kuranes no era moderno, no pensaba como
otros escritores. Mientras éstos se esforzaban por alejar de su vida
los entretejidos ropajes del mito y mostrar en su fealdad desnuda la
cosa idiota que es la realidad, Kuranes sólo contemplaba la belleza.
Cuando verdad y experiencia la ocultaban, él la admiraba en la
ilusión y la fantasía. Y encontró la belleza en su verdadero
umbral, en las nebulosas memorias de los cuentos y sueños de su
niñez.

No todos conocen qué maravillas se abren en las historias y visiones
de su infancia. Cuando niños, soñamos y escuchamos, razonamos, pero
con pensamientos a medias conformados. Y tratamos de recordar en la
madurez, cuando somos tontos y prosaicos con la posición de la vida.
Sin embargo, algunos de nosotros despertamos, por la noche, con la
visión de extrañas fantasmagorías de colinas y jardines encantados;
de fuentes que cantan bajo el sol; de dorados riscos que se elevan
sobre el murmullo de los mares; de llanuras que se extienden hasta
dormidas ciudades de bronce y piedra; y del sombrío acompañamiento
de héroes armados que cabalgan sobre caballos blancos, a lo largo de
los límites de espesos bosques —y conocemos entonces que hemos
visto, a través de las puertas de marfil, dentro de ese mundo
maravilloso que fue nuestro antes de convertirnos en sabios e
infelices.

Con frecuencia, Kuranes regresaba al viejo mundo de su infancia.
Había soñado con la casa donde nació; la gran casa de piedra,
cubierta de hiedra, donde vivieron trece generaciones de sus
ancestros, y donde él hubiera querido morir. Había luz de luna; se
sumergió en la fragante noche de verano; paseó por los jardines;
bajó por las terrazas; atravesó los robles grandiosos del parque y
anduvo hasta el poblado por la inmensa avenida blanca. La villa
parecía muy vieja, desaparecía al final como la luna —que
comenzaba a desvanecerse— y Kuranes se preguntó si los picos de los
tejados colgaban muertos o dormidos. En las calles crecía largo el
pasto y los cristales de las ventanas estaban rotos o firmemente
clavados sus paneles. Kuranes no se había detenido, pero caminaba con
dificultad, como si lo llamaran hacia una meta. No se atrevió a
desobedecer este llamado porque temía comprobar que todo era una
ilusión, como las aspiraciones e impulsos de la vigilia que a nada
conducen. Bajó, entonces, por una callejuela que conducía a las
afueras del poblado, hasta llegar a los acantilados del canal, fin de
las cosas —abismo y precipicio donde la ciudad y el mundo se
precipitaban abruptos dentro del infinito vacío sin ecos; y donde aun
el alto cielo estaba solo, apagado, sin la poniente luna, sin las
observantes estrellas. La certeza lo impulsó al precipicio y al
golfo, donde flotó hacia abajo, abajo, a lo bajo; tras la oscuridad,
aparecieron, sin contorno, sueños no soñados, esferas fantasiosas y
luminiscentes que podían haber sido, en parte, soñados sueños y
aladas cosas risueñas que parecían burlarse de los soñadores de
todos los mundos. Entonces, ante él, una grieta pareció abrirse en
la oscuridad, y lejana, vio la ciudad del valle resplandecer radiante,
lejos, abajo, lejos, con el cielo y el mar al fondo, en el horizonte,
y, cercana a la costa, una montaña cubierta por eternas nieves.

En el momento preciso en que contemplaba la ciudad, Kuranes despertó.
Dedujo, por su breve visión, que la ciudad no era otra que Celephais,
en el valle de Ooth-Nargai, más allá de las colinas de Tanaria,
donde habitó su espíritu, en la absoluta eternidad de una hora, un
atardecer de verano mucho tiempo atrás, cuando escapó de su niñera
y dejó que la tibia brisa marina lo arrullara mientras se dormía
contemplando las nubes del acantilado cercano a la villa. Se quejó
aquella vez cuando lo encontraron, porque lo despertaron y llevaron a
casa. Ya que, precisamente cuando lo levantaron, estaba a punto de
zarpar en un galeón dorado hacia las seductoras regiones donde el mar
se encuentra con el cielo. Ahora, al despertar, él estaba tan molesto
como entonces, porque había encontrado, después de cuarenta
fatigosos años, su fabulosa ciudad.

Pero tres noches después, Kuranes regresó a Celephais. Como antes,
soñó primero con el poblado, muerto o dormido, y con el silencioso
abismo en que se flota durante la caída; de nuevo apareció la
grieta, contempló los relucientes minaretes de la urbe, y vio en el
azul puerto las gráciles galeras anclar y navegar; en Monte Aran
miró el balanceo de los árboles de yinko con la brisa del mar. Mas
esta vez, nadie lo molestó. Y, como un ser alado, descendió
suavemente sobre la hierba de una colina, hasta que sus pies
descansaron en el césped. Regresó realmente al valle de Ooth-Nargai
y a la ciudad espléndida de Celephais.

Kuranes bajó hasta el burbujeante río Naraxa entre pastos perfumados
y flores brillantes; atravesó el puente de madera, donde había
grabado su nombre numerosos años atrás, la arboleda murmurante y
llegó hasta el inmenso puente de piedra cerca de las puertas de la
ciudad. Todo estaba como antes, ni las murallas de mármol se habían
decolorado, ni las pulidas estatuas de bronce estaban empañadas. Y
Kuranes vio que no debía temer que las cosas que conoció hubieran
desaparecido; hasta los corredores sobre los bastiones eran los
mismos, idénticos, y los recordaba aún como habían sido en su
infancia. Cuando entro en la ciudad, tras las puertas de bronce, por
avenidas de onyx, los mercaderes y camelleros lo saludaron como si
jamás hubiera partido; fue igual el trato que le dieron en el templo
de turquesa de Nath Horthath, donde la sacerdotisa coronada por
orquídeas le dijo que no hay tiempo en Ooth-Nargai, sólo juventud
eterna. Entonces Kuranes caminó por la Calle de los Pilares hasta la
muralla que da al mar, ahí contempló a los mercaderes y marinos, y a
extraños hombres de las regiones donde el mar encuentra al cielo.
Ahí permaneció largo tiempo viendo un sol desconocido sobre el
resplandor del puerto, donde centelleaban las crestas de las olas y
donde, luminosos, los galeones venidos de sitios lejanos se deslizaban
sobre las aguas. Y vio también el Monte Aran levantándose regio
sobre la costa, sus más bajas cumbres verdecían con árboles que se
balanceaban y su blanca cumbre tocaba el cielo.

Más que nunca, Kuranes quiso navegar en una galera hacia sitios
distantes. Había oído numerosos y extraños relatos. Y halló de
nuevo al capitán que había querido —hacía mucho— llevarlo con
él. Encontró al hombre, Athib, sentado en la misma silla de mimbre
donde estuvo antes sentado. Athib pareció no darse cuenta de que
hubiera transcurrido el tiempo. Así, ambos remaron hasta una galera
fondeada en el puerto, dieron órdenes a los remeros y salieron del
puerto. Se adentraron en el ondulado Mar de Cerenarian que conduce al
cielo. Se deslizaron, durante algunos días, sobre las onduladas aguas
hasta llegar al horizonte, donde el mar se encuentra con el cielo. No
se detuvo el navío, flotó con facilidad en el azul del cielo entre
aborregadas nubes de color de rosa. Desde la quilla, Kuranes vio a lo
lejos tierras extrañas y riveras y ciudades de sorprendente belleza
diseminadas indolentes bajo la luz solar que parecía no faltar o
desaparecer jamás. Luego, Athib le comentó que su viaje estaba
próximo a su fin. Y que pronto entrarían al puerto de Serannian, la
rosada ciudad de mármol en las nubes —construida en esa etérea
costa donde el viento Oeste flota en los cielos—. Pero conforme se
acercaban a la mas alta torre esculpida de la ciudad, y la admiraban,
un sonido atronó en alguna parte del cielo. Y Kuranes despertó en su
buhardilla en Londres.

Meses después de que Kuranes viera en vano la maravillosa Celephais y
sus galeones que atravesaban los cielos; y mientras sus sueños lo
llevaban a cuantiosos lugares incontados y magníficos, jamás pudo
conocer quién le dijera cómo encontrar a Ooth-Nargai, más allá de
las colinas de Tannarian. Una noche voló sobre oscuras montañas
donde había solitarias y desvanecidas hogueras muy alejadas entre
sí; y raros rebaños hirsutos cuyos jefes tintineaban campanas; y en
la más selvática región de este país de él— encontró una
aterradora muralla o calzada, antiquísima, de piedras zigzaguenates a
lo largo de valles y laderas —tan grandes que ninguna mano humana
hubiera podido, jamás, erigirla, y de una longitud tal que jamás se
alcanzaba a ver su fin. Más allá de aquel muro, llegó en la gris
alba a una tierra de raros jardines y cerezos. Y cuando el sol se
levantó, contempló una belleza tal de blancas y rojas flores, verde
follaje y verdes prados, blancos senderos, arroyos diamantinos, azules
lagos, puentes esculpidos y pagodas de rojos techos, que por un
momento olvidó a Celephais en aquella consumada delicia. Pero la
recordó de nuevo cuando descendió por un blanco sendero hasta una
pagoda de rojo techo y quiso preguntar a la gente de aquella tierra
por Celephais; pero no encontró ahí gente, sólo pájaros, abejas y
mariposas. Otra noche subió una húmeda escalera espiral de
interminable roca. Y llegó a la ventana de una torre desde donde se
veían una pradera enorme y un río, iluminados por la luz de la luna
llena. Y en la silenciosa ciudad que se extendía más allá de la
otra margen del río, pensó que contemplaba un conjunto o imagen
anteriormente conocido. Quiso descender y preguntar el camino hacia
Ooth-Nargai. No lo hizo. Una medrosa aurora surgida de algún lugar
remoto más allá del horizonte mostró la ruina y antigüedad de la
ciudad, y el paralizado río rojizo, y la muerte ciñéndose sobre
aquella tierra —como se había ceñido desde que el rey Kynaratholis
regresó a ella de sus conquistas sólo para encontrar la venganza de
los dioses.

Así buscó Kuranes, infructuosamente, la maravillosa ciudad de
Celephais y sus galeras que navegan en el cielo hacia Serannian.
Mientras, vio muchas maravillas. Una vez, apenas pudo escapar del sumo
sacerdote indescriptible, el que usa la sedosa máscara amarilla sobre
el rostro y habita solitario en el prehistórico monasterio de roca en
la fría y desértica llanura de Leng. Creció tanto su impaciencia
durante los turbios intervalos diurnos, que para incrementar sus
periodos de sueño comenzó a comprar drogas. El hashish lo ayudó
bastante. Lo envió una vez a un lugar del espacio donde no hay
formas; pero, donde relucientes gases estudian los secretos de la
existencia. Un gas color violeta le comentó que esa parte del espacio
se halla fuera de lo que Kuranes llamaba infinito. El gas no había
escuchado antes acerca de planetas u organismos, pero identificó a
Kuranes, sólo, como uno del infinito donde existe materia, energía y
gravitación. Ahora, Kuranes estaba ansioso por regresar a Celephais,
la abundante en minaretes, y aumentó sus dosis de drogas. Finalmente,
no tuvo más dinero y no pudo comprar más drogas. Así, un día de
verano en el que había salido de su buhardilla y vagaba sin rumbo por
las calles, llegó a un puente; luego a un sitio donde disminuía y
disminuía el número de casas. Y fue ahí donde vino la saturación.
Y encontró al cortejo de caballeros venidos de Celephais para
llevarlo, allá, para siempre.

Eran hermosos caballeros, rosados caballos cabalgaban. Hacían ruido
sus armaduras relucientes, cortas, que cubrían extraños emblemas de
los dioses. Kuranes creyó era un ejército: así eran de numerosos
los enviados en su honor. Desde que creó Ooth-Nargai, en sus sueños,
fue requerido para ser el dios supremo para siempre. Dieron entonces a
Kuranes un caballo y lo pusieron al frente de la caballería.
Desfilaron majestuosos hacia los ocasos de Surrey y más allá, hacia
las regiones donde Kuranes y sus ancestros habían nacido. Era muy
extraño, pero según avanzaban, los jinetes parecían galopar hacia
atrás en el tiempo. A su paso, en la luz del crepúsculo, veían
solamente algunas casas y poblados como habían sido vistos por
Chaucer y hombres anteriores. Y vieron algunas veces caballeros en sus
monturas acompañados por peones. Cuando la oscuridad aumentó,
viajaron con mayor rapidez, hasta que, pronto, volaban pavorosos, como
si fueran por el aire. En la húmeda alborada llegaron a la ciudad que
Kuranes vio viva en su niñez, y muerta o dormida en sus sueños;
vivía ahora, y mañaneros villanos los aclamaban conforme pasaban,
calle abajo, los caballeros. Hasta que entraron en el callejón que
termina en el abismo de los sueños. Kuranes sólo había entrado una
noche en ese abismo y lo maravilló cómo se asemejaba al día.
Observó ansioso la columna conforme se acercaban al vacío. Conforme
ascendían el precipicio, un resplandor dorado venido del Oeste
cubrió la campiña con su brillo. El abismo era un hirviente caos de
rosados e hirvientes esplendores. Y voces invisibles aclamaban a la
caballería, mientras el séquito se sumergía en el vacío flotando
grácil en su descenso entre nubes relucientes y reflejos plateados.
Descendieron, sin fin, en su caída; las monturas pateaban el éter
como si corrieran sobre arenas de oro. Entonces los vapores luminosos
se abrieron para revelar un resplandor inmenso, el brillo de
Celephais, la ciudad, y más allá la costa, y la nevada cumbre que
contemplaba el océano, y las galeras pintadas con alegres colores que
zarpaban del puerto rumbo a lejanas regiones donde el mar encuentra al
cielo.

Y Kuranes reinó desde entonces sobre Ooth-Nargai y las regiones
cercanas al sueño. Con su corte habitaba un tiempo en Celephais y
otro en la magnificente Serannian, en las nubes. Reina aún y reinará
feliz por siempre en tanto, al pie de los acantilados de Innsmouth, la
marea del canal jugaba burlona con el cuerpo de un vagabundo que
había errado a través del poblado semidesierto al alba; jugaba
burlonamente estrellándolo contra las rocas cubiertas de hiedra de
Trevor Towers, donde un notable y especialmente ofensivo gordo,
cervecero millonario, gozaba la comprada atmósfera de la nobleza
extinta.
puntos 29 | votos: 29
El dolor y la desesperación - nos lleva a hacer cosas que nunca nos habíamos planteado antes.
puntos 7 | votos: 7
Cuando a una persona - no le da pena hacer sus extrañas costumbres a lado tuyo, eso quiere
decir que te tiene confianza.
puntos 32 | votos: 40
La sinceridad siempre - nos llevará a odiarnos un poco.

puntos 10 | votos: 10
Acepta la realidad, - negarte a abrir los ojos no cambiará nada
puntos 8 | votos: 8
In fraganti. - Típica reacción cuando te descubren viendo cosas indebidas o algo
privado y no puedes escapar por ninguna parte.
puntos 18 | votos: 18
De vez en cuando necesitamos - rodearnos de oscuridad para alejarnos de esa luz que nos ciega.
puntos 23 | votos: 23
Tan tontos solemos ser - que no nos percatamos de la verdadera belleza de 
las cosas hasta que están a punto de desvanecerse.
puntos 14 | votos: 14
Quizás sean las llamas - de ese infierno en el que viviste las que te impulsan a seguir viviendo.

puntos 4 | votos: 4
Se suponía - que no me iba a doler.
puntos 25 | votos: 25
En este amargo mundo - le doy la bienvenida a todo lo que sea dulce.
puntos 9 | votos: 9
Hallé... - lo mas bello de las flores en las flores caídas
puntos 16 | votos: 16
El mejor lugar donde uno puede - escapar y ser feliz, es la mente de uno mismo, en la cual puedo crear
el mundo que no puedo vivir...
puntos 15 | votos: 15
Si observáramos detenidamente - todo lo que hay a nuestro alrededor nos daríamos cuenta de 
que en cada pequeño rincón hay un poco de belleza que admirar.





LOS MEJORES CARTELES DE

Número de visitas: 11421780581 | Usuarios registrados: 2056980 | Clasificación de usuarios
Carteles en la página: 8001074, hoy: 41, ayer: 37
blog.desmotivaciones.es
Contacto | Reglas
▲▲▲

Valid HTML 5 Valid CSS!