En Desmotivaciones desde:
13.05.2013

 Última sesión:

 Votos recibidos:
bueno 34422 | malo 801
CampeonSuperDesmotivadorGeekPrincipalero Nivel 3VIPComentador Nivel 3Clasificación Nivel 3Veterano Nivel 3Usuario del mes

puntos 23 | votos: 23
Por más precisos que seamos - con el lenguaje, algunas emociones sólo pueden transmitirse mediante
música.
puntos 23 | votos: 23
Un suspiro calla más - de mil palabras.
puntos 19 | votos: 19
En una habitación llena de arte - seguiría observándote sólo a ti.
puntos 11 | votos: 11
Inhalamos el frío del ambiente, - y nos perdemos entre las estrellas que cada vez parecen devolvernos la
mirada.
puntos 17 | votos: 19
La juventud se siente como - si nosotros fuéramos los que nos burlamos del tiempo.

puntos 10 | votos: 10
Muchos creen en Dios, - yo sólo creo que no me gustan las dictaduras.
puntos 9 | votos: 9
El destino siempre tiene - la última palabra.
puntos 15 | votos: 15
Es increíble cómo toda la neblina - de nuestra cabeza se puede despejar con una sonrisa.
puntos 12 | votos: 12
-La naturaleza siempre trabajaba - duro para darme todo lo que yo quería.
-¿Y qué es lo que más querías?
-Sentimientos. Eso quiere decir que nunca rompimos el destino en
realidad, la naturaleza te escogió para darme lo que yo más quería.
-Pero eso quiere decir que nunca tuvimos otra opción.
puntos 20 | votos: 20
Las estrellas que sentimos - en nuestro pecho cada vez que realizamos las acciones por las cuales
seguimos vivos.

puntos 14 | votos: 14
El mundo se ve mejor - a través de tus ojos
puntos 4 | votos: 4
No comprendemos - que todas y cada una de las cosas que conocemos lo hacemos gracias a
la realidad. Nada que esté en tu cabeza salió de la nada,
absolutamente todo está allí debido a que lo has experimentado o
visto de algún modo. Tus fantasías más profundas tienen toques de
realidad.
puntos 14 | votos: 14
El tiempo nos consume, - pero por un momento nos podemos sentir infinitos mirando hacia las
estrellas.
puntos 3 | votos: 3
El extraño - H.P. Lovecraft - Infeliz es aquel a quien sus recuerdos infantiles sólo traen miedo y
tristeza. Desgraciado aquel que vuelve la mirada hacia horas
solitarias en bastos y lúgubres recintos de cortinados marrones y
alucinantes hileras de antiguos volúmenes, o hacia pavorosas vigilias
a la sombra de árboles descomunales y grotescos, cargados de
enredaderas, que agitan silenciosamente en las alturas sus ramas
retorcidas. Tal es lo que los dioses me destinaron... a mí, el
aturdido, el frustrado, el estéril, el arruinado; sin embargo, me
siento extrañamente satisfecho y me aferro con desesperación a esos
recuerdos marchitos cada vez que mi mente amenaza con ir más allá,
hacia el otro.

No sé dónde nací, salvo que el castillo era infinitamente horrible,
lleno de pasadizos oscuros y con altos cielos rasos donde la mirada
sólo hallaba telarañas y sombras. Las piedras de los agrietados
corredores estaban siempre odiosamente húmedas y por doquier se
percibía un olor maldito, como de pilas de cadáveres de generaciones
muertas. Jamás había luz, por lo que solía encender velas y
quedarme mirándolas fijamente en busca de alivio; tampoco afuera
brillaba el sol, ya que esas terribles arboledas se elevaban por
encima de la torre más alta. Una sola, una torre negra, sobrepasaba
el ramaje y salía al cielo abierto y desconocido, pero estaba casi en
ruinas y sólo se podía ascender a ella por un escarpado muro poco
menos que imposible de escalar.

Debo haber vivido años en ese lugar, pero no puedo medir el tiempo.
Seres vivos debieron haber atendido a mis necesidades; sin embargo, no
puedo rememorar a persona alguna excepto yo mismo, ni ninguna cosa
viviente salvo ratas, murciélagos y arañas, silenciosos todos.
Supongo que, quienquiera que me haya cuidado, debió haber sido
asombrosamente viejo, puesto que mi primera representación mental de
una persona viva fue la de algo semejante a mí, pero retorcido,
marchito y deteriorado como el castillo. Para mí no tenían nada de
grotescos los huesos y los esqueletos esparcidos por las criptas de
piedra cavadas en las profundidades de los cimientos. En mi fantasía
asociaba estas cosas con los hechos cotidianos y los hallaba más
reales que las figuras en colores de seres vivos que veía en muchos
libros mohosos. En esos libros aprendí todo lo que sé. Maestro
alguno me urgió o me guió, y no recuerdo haber escuchado en todos
esos años voces humanas..., ni siquiera la mía; ya que, si bien
había leído acerca de la palabra hablada nunca se me ocurrió hablar
en voz alta. Mi aspecto era asimismo una cuestión ajena a mi mente,
ya que no había espejos en el castillo y me limitaba, por instinto, a
verme como un semejante de las figuras juveniles que veía dibujadas o
pintadas en los libros. Tenía conciencia de la juventud a causa de lo
poco que recordaba.

Afuera, tendido en el pútrido foso, bajo los árboles tenebrosos y
mudos, solía pasarme horas enteras soñando lo que había leído en
los libros; añoraba verme entre gentes alegres, en el mundo soleado
allende de la floresta interminable. Una vez traté de escapar del
bosque, pero a medida que me alejaba del castillo las sombras se
hacían más densas y el aire más impregnado de crecientes temores,
de modo que eché a correr frenéticamente por el camino andado, no
fuera a extraviarme en un laberinto de lúgubre silencio.

Y así, a través de crepúsculos sin fin, soñaba y esperaba, aún
cuando no supiera qué. Hasta que en mi negra soledad, el deseo de luz
se hizo tan frenético que ya no pude permanecer inactivo y mis manos
suplicantes se elevaron hacia esa única torre en ruinas que por
encima de la arboleda se hundía en el cielo exterior e ignoto. Y por
fin resolví escalar la torre, aunque me cayera; ya que mejor era
vislumbrar un instante el cielo y perecer, que vivir sin haber
contemplado jamás el día.

A la húmeda luz crepuscular subí los vetustos peldaños de piedra
hasta llegar al nivel donde se interrumpían, y de allí en adelante,
trepando por pequeñas entrantes donde apenas cabía un pie, seguí mi
peligrosa ascensión. Horrendo y pavoroso era aquel cilindro rocoso,
inerte y sin peldaños; negro, ruinoso y solitario, siniestro con su
mudo aleteo de espantados murciélagos. Pero más horrenda aún era la
lentitud de mi avance, ya que por más que trepase, las tinieblas que
me envolvían no se disipaban y un frío nuevo, como de moho venerable
y embrujado, me invadió. Tiritando de frío me preguntaba por qué no
llegaba a la claridad, y, de haberme atrevido, habría mirado hacia
abajo. Se me antojó que la noche había caído de pronto sobre mí y
en vano tanteé con la mano libre en busca del antepecho de alguna
ventana por la cual espiar hacia afuera y arriba y calcular a qué
altura me encontraba.

De pronto, al cabo de una interminable y espantosa ascensión a ciegas
por aquel precipicio cóncavo y desesperado, sentí que la cabeza
tocaba algo sólido; supe entonces que debía haber ganado la terraza
o, cuando menos, alguna clase de piso. Alcé la mano libre y, en la
oscuridad, palpé un obstáculo, descubriendo que era de piedra e
inamovible. Luego vino un mortal rodeo a la torre, aferrándome de
cualquier soporte que su viscosa pared pudiera ofrecer; hasta que
finalmente mi mano, tanteando siempre, halló un punto donde la valla
cedía y reanudé la marcha hacia arriba, empujando la losa o puerta
con la cabeza, ya que utilizaba ambas manos en mi cauteloso avance.
Arriba no apareció luz alguna y, a medida que mis manos iban más y
más alto, supe que por el momento mi ascensión había terminado, ya
que la puerta daba a una abertura que conducía a una superficie plana
de piedra, de mayor circunferencia que la torre inferior, sin duda el
piso de alguna elevada y espaciosa cámara de observación. Me
deslicé sigilosamente por el recinto tratando que la pesada losa no
volviera a su lugar, pero fracasé en mi intento. Mientras yacía
exhausto sobre el piso de piedra, oí el alucinante eco de su caída,
pero con todo tuve la esperanza de volver a levantarla cuando fuese
necesario.

Creyéndome ya a una altura prodigiosa, muy por encima de las odiadas
ramas del bosque, me incorporé fatigosamente y tanteé la pared en
busca de alguna ventana que me permitiese mirar por vez primera el
cielo y esa luna y esas estrellas sobre las que había leído. Pero
ambas manos me decepcionaron, ya que todo cuanto hallé fueron amplias
estanterías de mármol cubiertas de aborrecibles cajas oblongas de
inquietante dimensión. Más reflexionaba y más me preguntaba qué
extraños secretos podía albergar aquel alto recinto construido a tan
inmensa distancia del castillo subyacente. De pronto mis manos
tropezaron inesperadamente con el marco de una puerta, del cual
colgaba una plancha de piedra de superficie rugosa a causa de las
extrañas incisiones que la cubrían. La puerta estaba cerrada, pero
haciendo un supremo esfuerzo superé todos los obstáculos y la abrí
hacia adentro. Hecho esto, me invadió el éxtasis más puro jamás
conocido; a través de una ornamentada verja de hierro, y en el
extremo de una corta escalinata de piedra que ascendía desde la
puerta recién descubierta, brillando plácidamente en todo su
esplendor estaba la luna llena, a la que nunca había visto antes,
salvo en sueños y en vagas visiones que no me atrevía a llamar
recuerdos.

Seguro ahora de que había alcanzado la cima del castillo, subí
rápidamente los pocos peldaños que me separaban de la verja; pero en
eso una nube tapó la luna haciéndome tropezar, y en la oscuridad
tuve que avanzar con mayor lentitud. Estaba todavía muy oscuro cuando
llegué a la verja, que hallé abierta tras un cuidadoso examen pero
que no quise trasponer por temor a precipitarme desde la increíble
altura que había alcanzado. Luego volvió a salir la luna.

De todos los impactos imaginables, ninguno tan demoníaco como el de
lo insondable y grotescamente inconcebible. Nada de lo soportado antes
podía compararse al terror de lo que ahora estaba viendo; de las
extraordinarias maravillas que el espectáculo implicaba. El panorama
en sí era tan simple como asombroso, ya que consistía meramente en
esto: en lugar de una impresionante perspectiva de copas de árboles
vistas desde una altura imponente, se extendía a mi alrededor, al
mismo nivel de la verja, nada menos que la tierra firme, separada en
compartimentos diversos por medio de lajas de mármol y columnas, y
sombreada por una antigua iglesia de piedra cuyo devastado capitel
brillaba fantasmagóricamente a la luz de la luna.

Medio inconsciente, abrí la verja y avancé bamboleándome por la
senda de grava blanca que se extendía en dos direcciones. Por
aturdida y caótica que estuviera mi mente, persistía en ella ese
frenético anhelo de luz; ni siquiera el pasmoso descubrimiento de
momentos antes podía detenerme. No sabía, ni me importaba, si mi
experiencia era locura, enajenación o magia, pero estaba resuelto a
ir en pos de luminosidad y alegría a toda costa. No sabía quién o
qué era yo, ni cuáles podían ser mi ámbito y mis circunstancias;
sin embargo, a medida que proseguía mi tambaleante marcha, se
insinuaba en mí una especie de tímido recuerdo latente que hacía mi
avance no del todo fortuito, sin rumbo fijo por campo abierto; unas
veces sin perder de vista el camino, otras abandonándolo para
internarme, lleno de curiosidad, por praderas en las que sólo alguna
ruina ocasional revelaba la presencia, en tiempos remotos, de una
senda olvidada. En un momento dado tuve que cruzar a nado un rápido
río cuyos restos de mampostería agrietada y mohosa hablaban de un
puente mucho tiempo atrás desaparecido.

Habían transcurrido más de dos horas cuando llegué a lo que
aparentemente era mi meta: un venerable castillo cubierto de hiedras,
enclavado en un gran parque de espesa arboleda, de alucinante
familiaridad para mí, y sin embargo lleno de intrigantes novedades.
Vi que el foso había sido rellenado y que varias de las torres que yo
bien conocía estaban demolidas, al mismo tiempo que se erguían
nuevas alas que confundían al espectador. Pero lo que observé con el
máximo interés y deleite fueron las ventanas abiertas, inundadas de
esplendorosa claridad y que enviaban al exterior ecos de la más
alegre de las francachelas. Adelantándome hacia una de ellas, miré
al interior y vi un grupo de personas extrañamente vestidas, que
departían entre sí con gran jarana. Como jamás había oído la voz
humana, apenas sí podía adivinar vagamente lo que decían. Algunas
caras tenían expresiones que despertaban en mí remotísimos
recuerdos; otras me eran absolutamente ajenas.

Salté por la ventana y me introduje en la habitación, brillantemente
iluminada, a la vez que mi mente saltaba del único instante de
esperanza al más negro de los desalientos. La pesadilla no tardó en
venir, ya que, no bien entré, se produjo una de las más aterradoras
reacciones que hubiera podido concebir. No había terminado de cruzar
el umbral cuando cundió entre todos los presentes un inesperado y
súbito pavor, de horrible intensidad, que distorsionaba los rostros y
arrancaba de todas las gargantas los chillidos más espantosos. El
desbande fue general, y en medio del griterío y del pánico varios
sufrieron desmayos, siendo arrastrados por los que huían
enloquecidos. Muchos se taparon los ojos con las manos y corrían a
ciegas llevándose todo por delante, derribando los muebles y dándose
contra las paredes en su desesperado intento de ganar alguna de las
numerosas puertas.

Solo y aturdido en el brillante recinto, escuchando los ecos cada vez
más apagados de aquellos espeluznantes gritos, comencé a temblar
pensando qué podía ser aquello que me acechaba sin que yo lo viera.
A primera vista el lugar parecía vacío, pero cuando me dirigí a una
de las alcobas creí detectar una presencia... un amago de movimiento
del otro lado del arco dorado que conducía a otra habitación,
similar a la primera. A medida que me aproximaba a la arcada comencé
a percibir la presencia con más nitidez; y luego, con el primero y
último sonido que jamás emití -un aullido horrendo que me repugnó
casi tanto como su morbosa causa-, contemplé en toda su horrible
intensidad el inconcebible, indescriptible, inenarrable monstruo que,
por obra de su mera aparición, había convertido una alegre reunión
en una horda de delirantes fugitivos.

No puedo siquiera decir aproximadamente a qué se parecía, pues era
un compuesto de todo lo que es impuro, pavoroso, indeseado, anormal y
detestable. Era una fantasmagórica sombra de podredumbre, decrepitud
y desolación; la pútrida y viscosa imagen de lo dañino; la atroz
desnudez de algo que la tierra misericordiosa debería ocultar por
siempre jamás. Dios sabe que no era de este mundo -o al menos había
dejado de serlo-, y, sin embargo, con enorme horror de mi parte, pude
ver en sus rasgos carcomidos, con huesos que se entreveían, una
repulsiva y lejana reminiscencia de formas humanas; y en sus
enmohecidas y destrozadas ropas, una indecible cualidad que me
estremecía más aún.

Estaba casi paralizado, pero no tanto como para no hacer un débil
esfuerzo hacia la salvación: un tropezón hacia atrás que no pudo
romper el hechizo en que me tenía apresado el monstruo sin voz y sin
nombre. Mis ojos, embrujados por aquellos asqueantes ojos vítreos que
los miraba fijamente, se negaban a cerrarse, si bien el terrible
objeto, tras el primer impacto, se veía ahora más confuso. Traté de
levantar la mano y disipar la visión, pero estaba tan anonadado que
el brazo no respondió por entero a mi voluntad. Sin embargo, el
intento fue suficiente como para alterar mi equilibrio y,
bamboleándome, di unos pasos hacia adelante para no caer. Al hacerlo
adquirí de pronto la angustiosa noción de la proximidad de la cosa,
cuya inmunda respiración tenía casi la impresión de oír. Poco
menos que enloquecido, pude no obstante adelantar una mano para
detener a la fétida imagen, que se acercaba más y más, cuando de
pronto mis dedos tocaron la extremidad putrefacta que el monstruo
extendía por debajo del arco dorado.

No chillé, pero todos los satánicos vampiros que cabalgan en el
viento de la noche lo hicieron por mí, a la vez que dejaron caer en
mi mente una avalancha de anonadantes recuerdos.

Supe en ese mismo instante todo lo ocurrido; recordé hasta más allá
del terrorífico castillo y sus árboles; reconocí el edificio en el
cual me hallaba; reconocí, lo más terrible, la impía abominación
que se erguía ante mí, mirándome de soslayo mientras apartaba de
los suyos mis dedos manchados.

Pero en el cosmos existe el bálsamo además de la amargura, y ese
bálsamo es el olvido. En el supremo horror de ese instante olvidé lo
que me había espantado y el estallido del recuerdo se desvaneció en
un caos de reiteradas imágenes. Como entre sueños, salí de aquel
edificio fantasmal y execrado y eché a correr rauda y silenciosamente
a la luz de la luna. Cuando retorné al mausoleo de mármol y
descendí los peldaños, encontré que no podía mover la trampa de
piedra; pero no lo lamenté, ya que había llegado a odiar el viejo
castillo y sus árboles. Ahora cabalgo junto a los fantasmas, burlones
y cordiales, al viento de la noche, y durante el día juego entre las
catacumbas de Nefre-Ka, en el recóndito y desconocido valle de
Hadoth, a orillas del Nilo. Sé que la luz no es para mí, salvo la
luz de la luna sobre las tumbas de roca de Neb, como tampoco es para
mí la alegría, salvo las innominadas fiestas de Nitokris bajo la
Gran Pirámide; y, sin embargo, en mi nueva y salvaje libertad
agradezco casi la amargura de la alienación.

Pues aunque el olvido me ha dado la calma, no por eso ignoro que soy
un extranjero; un extraño a este siglo y a todos los que aún son
hombres. Esto es lo que supe desde que extendí mis dedos hacia esa
cosa abominable surgida en aquel gran marco dorado; desde que extendí
mis dedos y toqué la fría e inexorable superficie del pulido espejo.
puntos 18 | votos: 18
El silencio resume mejor al universo - que cualquier palabra.

puntos 17 | votos: 17
Abran los ojos - y observen todo lo que puedan antes de cerrarlos para siempre
puntos 18 | votos: 24
Si nos viéramos como ellos nos ven - habría un suicidio masivo.
puntos 11 | votos: 11
Tan pequeños como nosotros solos, - y tan grandes como para poder comprenderlo.
Vivimos en una mentira, contada por nuestro instinto de supervivencia.
¿Quién dice que la hormiga no se cree inmortal?, trabajando en su
hormiguero como si éste fuera a durar por siempre. El mono loco quiso
evolucionar, y a medida que nos multiplicamos nos vamos dando cuenta
que somos una auténtica plaga. ¿Qué sería de nosotros sin nuestras
mentiras?, ¿qué sería de nosotros sin la inmortalidad falsa en
nuestra cabeza?
Cuando descubramos que ninguna acción importa porque todo muere,
habremos evolucionado realmente, pero no para sobrevivir, sino para
poder encontrar la esquiva verdad.
puntos 10 | votos: 10
No podemos conocer la realidad, - nuestro ego es muy grande como para comprender algo que no le
favorezca.
puntos 10 | votos: 10
Sentimientos rotos - que destruyen nuestro interior, y nosotros comenzamos a destruir
nuestro exterior. Que unas simples palabras puedan destruirnos y
reconstruirnos muestra la fragilidad de nuestro ser, hechos de papel
pero con miradas de piedra.

puntos 10 | votos: 14
Busca en donde encuentres belleza, - y persigue dicho lugar hasta que haga parte de ti.
puntos 7 | votos: 9
Palabras hechas de plástico, - que con tan solo repetirlas en nuestra cabeza nos sentimos un poco
más huecos.
puntos 6 | votos: 8
Debate: La existencia de Dios. - No creo en Dios. O más bien, una parte de mí no cree en él. La
parte lógica, objetiva, no cree en Dios. Sin embargo mi otro lado, el
lado sentimental, que siempre mira al cielo en busca de estrellas, ese
lado sí cree en Dios, o más bien, quiere creer en Dios. Estoy
repartido en dos mitades y ambas parecen tener argumentos lo
suficientemente buenos como para dejarme discutiendo conmigo mismo un
buen rato. Sin embargo, no es divertido no tener una postura concreta
en algo tan trascendental, así que estoy abierto a cualquier
argumento que venga por parte de las personas que leen esto, sin
embargo yo tendré la primera palabra.
Como ya lo dije, no creo en Dios, pero me encantaría que existiera.
Es más, creo que a cualquier científico, hasta al más radical en su
ateísmo, le encantaría vivir eternamente en un paraíso de solo
felicidad, en donde claramente podría saciar todas las curiosidades
que tiene sobre el orden del universo, puesto que el mismísimo
creador de éste sería el que le respondería. Sin embargo, muchos
científicos serios, con argumentos y estudios muy bien hechos,
encuentran la felicidad en la verdadera respuesta de las cosas, no en
simples cosas que queremos creer porque nuestros sentimientos así no
lo dicen. Me encantaría que existiera un lugar en donde yo encontrara
a mi madre cuando muera, o donde siempre estaré feliz, donde no hayan
preocupaciones, y todo tenga un sentido. En donde mi existencia tenga
un sentido. Sin embargo, mi lado lógico me repite constantemente que
soy humano, y estoy condicionado por mis emociones, por mis deseos de
trascendencia. Por otro lado, ese mismo deseo de trascendencia es un
argumento que no me ha quitado la posibilidad de la existencia de
Dios. ¿Por qué?, simple. Imaginemos que la sustancia primera de la
que estamos hechos, esas células que llegaron a la tierra para que
después de un proceso de millones de años evolucionaran y terminaran
siendo nosotros, tengan un propósito. No estoy diciendo que hayan
sido creadas por Dios. Lamentablemente esas primeras células
probablemente fueron creadas debido a procesos lógicos, sin
sentimientos. Ningún ser que nos haya creado a su imagen y semejanza.
Sin embargo, dichas células han evolucionado hasta el punto de ser
nosotros, unas criaturas que se mueven por sus sentimientos. El
religioso se mueve por su fe en Dios, el científico se mueve por su
amor a la verdad y a la ciencia, el irascible se mueve por su deseo de
recordarle a los demás que es mejor que ellos. Todos nos movemos por
algo, y esa pasión, ese deseo de trascender, nos ha coronado como la
especie dominante en el planeta. La naturaleza nos creó para
dominarla. Venimos con un paquete de muchas herramientas útiles para
que el mundo funcione en nuestro beneficio. Inteligencia, instinto de
supervivencia, deseo de crear cosas grandes que marquen nuestro nombre
en la historia. Los humanos estuvimos hechos para dominar al planeta
tierra. Ahora mismo el sistema nos prueba que somos una especie que ha
explotado los recursos del planeta para su beneficio. Pero, ¿por
qué?, ¿cuál es el propósito de esa sustancia primera, ese elemento
del cual todos estamos hechos, para crearnos tal y como somos? ¿por
qué necesitamos creernos inmortales, grandes, importantes? La idea de
Dios es sólo nuestro afán por erradicar la muerte, incluso de
nuestra mente (no recuerdo qué filósofo dijo esto). ¿Será que
evolucionaremos hasta el punto de no morir? Sin embargo, ¿qué
carrera está corriendo esa sustancia primera, por qué batalla tanto
con la muerte? Una vez dominemos al universo (si es que no nos
extinguimos antes), ¿de qué servirá todo?
La única respuesta que le puedo dar a esto es una opinión, porque
soy totalmente ignorante en el tema. Esa sustancia primera, ese
instinto con el que estamos hechos, nos dieron las herramientas para
que dominemos al universo entero, para que controlemos todo, hasta el
punto de poder crear vida como nosotros, o incluso mejor. Crear nuevos
universos (como tal vez una raza superior lo hizo ya hace un tiempo
con el nuestro), y así podamos crear el tipo de vida perfecta. Sin
muerte, sin dolor, sólo felicidad. La sustancia primera nos creó
para hacer seres, y darles la existencia que ella no nos pudo dar a
nosotros.
puntos 17 | votos: 17
Cuando la vida te tira al piso - rueda y mira a las estrellas.
puntos 15 | votos: 15
Lo que le da sentido a nuestras vidas - no es eso que ya hemos vivido. Las palabras que no hemos dicho, los
viajes que no hemos hecho, las personas que no hemos conocido. El lado
más emocionante de la vida es el que no conocemos todavía.

puntos 10 | votos: 10
El invierno es una primavera - que nunca fue.
puntos 8 | votos: 8
Cuando tus jóvenes ojos - miren al pasado con melancolía, entenderás lo maravilloso que eres
justo ahora.
puntos 23 | votos: 23
Peor que sentirse como un pez - fuera del agua, es comenzar a creer que el agua a la que perteneces no
existe.
puntos 14 | votos: 14
Extranjero del mundo, - que por cada paso que das adentro de esta tierra, sientes que estás
un poco más afuera de ti mismo.
puntos 14 | votos: 16
Algunos escriben poesía, - otros, sin quererlo, inspiran a los poetas para escribir.

puntos 15 | votos: 15
Y de repente pasa por nuestra - cabeza un recuerdo de otra vida.
puntos 4 | votos: 4
Chasing the sunset - until it fades away.
puntos 10 | votos: 10
La infinidad nos hace sentir - pequeños, sin embargo no entendemos lo grandes que somos por poder
comprenderla.
puntos 9 | votos: 9
Le tengo más miedo a una eternidad - aburrida que a una eternidad inconsciente.
puntos 9 | votos: 9
Un día - tu vida pasará por tus ojos, haz que valga la pena verlo.

puntos 9 | votos: 9
Miramos la ventana - y estamos en todas partes menos en estas cuatro paredes.
puntos 13 | votos: 13
La fuente de inspiración surge - cuando nuestra alma se siente más grande que el cuerpo que la aprisiona.
puntos 20 | votos: 20
Un reflejo en el espejo - que solo muestra lo que los demás creen que somos.
puntos 14 | votos: 14
Cien veces la miraste, - ninguna vez la viste.
puntos 14 | votos: 14
Tal vez la persona que extrañas - no es más que a ti mismo.

puntos 13 | votos: 13
Extrañas un lugar que no existe, - extrañas el lugar en el que estás cuando lees.
puntos 10 | votos: 14
Debes olvidarte de quién eres - para poder reconstruirte de nuevo.
puntos 34 | votos: 42
Cuando el clima concuerda - con tu estado de ánimo.
puntos 16 | votos: 16
Dejar de existir puede volverse - adictivo.
puntos 19 | votos: 19
Viejas notas - que al tocarlas nos reflejan mucho mejor que el espejo.

puntos 7 | votos: 7
Nuestro idioma natural no son - las palabras, entendemos mucho mejor mediante sonidos.
puntos 33 | votos: 35
Las etapas de la vida - son un constante olvido de nosotros mismos.
puntos 13 | votos: 13
Si tan solo -
puntos 16 | votos: 16
No es suficiente con que rompan - las paredes que ponemos, también debemos atrevernos a cruzar el
puente que ellos ponen.
puntos 13 | votos: 15
Los sueños hacen a la vida - aguantable.





LOS MEJORES CARTELES DE

Número de visitas: 11411490497 | Usuarios registrados: 2056814 | Clasificación de usuarios
Carteles en la página: 8000717, hoy: 13, ayer: 41
blog.desmotivaciones.es
Contacto | Reglas
▲▲▲

Valid HTML 5 Valid CSS!