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27.11.2011

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Un simple tequiero - Mi diario de hace 5 años .

Bueno pues al estar baneada no podia subir nada :(
ahora subire el CAPITULO 8 Y 9






C A P I T U L O        8





David. David. David. Por más que repetía el nombre, no conseguía
ponerle cara. ¿David? Los únicos Davides que yo conocía eran mi
primo, que estaba en la universidad, dos de mi clase y mi tío. Menos
a este último, a todos los tenía agregados. Y mi tío no era
partidario de las redes sociales, por lo que él no era tampoco. 
Brrr, brrr. Mi móvil comenzó a vibrar. Un mensaje recibido. Ni idea
de quién sería. El número. Era de Adrián. ¿Por qué no me dejaba
en paz? ¿Es que no comprende el daño que algunas personas pueden
hacer? ¿Es que no comprende que me ha engañado? ¿Es que no lo
entiende?
Siento lo de antes. 
Exactamente, no sé lo que pasó. Terminé de leer el mensaje. Mi cara
enrojeció. Mis ojos ardían. Y lancé. Lancé el móvil por la
ventana. Mi móvil. Por la ventana. Dios mío.
Me asomé, precipitadamente, hacia la ventana. Mi móvil estaba allí,
abajo, entre la hierba. Aparentemente no había sufrido daño.
Aparentemente. Decidí ir a cogerlo. Mi iPhone nuevo. Vaya. 
Me puse las zapatillas de gatitos, cogí las llaves y salí de casa.
Había caído en una planta. Con suerte, no habría pasado nada. Con
suerte. De eso no tenía yo. Me agaché. Pff. Qué mal rollo. La
pantalla estaba toda resquebrajada. ¿Qué haría? Un momento. Al lado
del móvil...un papelito. Lo cogí y, cuidadosamente, lo abrí. Estaba
escrito a boli. Una letra muy bonita. Ponía Espero que te guste. La
he intentado arreglar. Ha quedado mejor, pero, por más que lo he
intentado, no he conseguido ponerle una última pieza. ¿De qué me
sonaba eso? Tenía que recordar...Espero que te guste. Adrián. El
papel. La cajita de mi abuela. ¿Qué? 
Cogí el móvil y el papel y me levanté. Fui directa a la casa de
Adrián. Llamé al timbre. Abrió él mismo. 
-¿Sí?
Sorprendido, me miró. Es más, yo también estaba asombrada. Después
de lo mal que lo había pasado, me presentaba en su casa.
-Sí, perdona, me llamo Ruth, soy tu vecina. Verás, el día que vine
se me rompió una caja de cristal antes de entrar en casa. Cuando iba
a recogerla, no estaba. Al día siguiente, me dijiste que si me había
gustado la cajita. Eso quiere decir que la hiciste tú. Como pusiste
en la nota, te falta un trozo. Déjamelo a ver si lo puedo arreglar
yo.
-Una nota. ¿Yo?
-Sí. La acabo de encontrar.
-No te escribí ninguna nota.
-Bueno, pues dame el trozo que no pudiste arreglar. 
-Los arreglé todos.
-No, en la nota no decía eso. Además, acabo de darme cuenta de que
falta uno pequeño.
Estábamos cara a cara. Nos mirábamos. Estaba nervioso. ¿Por qué?
-¿A caso no has escrito tú la nota?
-No.
-¿A caso tú...me has mentido? ¿Acaso tú no la arreglaste?





C A P I T U L O  9


Utilizada. Asombrada. Sorprendida. Así me sentía. Entonces Adrián
tenía novia, cosa que no había dicho. Y tampoco había arreglado la
caja. Dios. Me había estado engañando todo el tiempo. Y, como una
tonta, yo lo creí. Gilipollas que soy.
Lo miré a la cara y me giré. Ni una palabra más. Porque, ¿para
qué? ¿Para seguir mintiendo? No. A mí no. 
Noté como me seguía con la mirada. Y entré, orgullosamente, en mi
nueva casa.
Probablemente no le importó lo que le dije, pero me quedé tranquila.
Ya sabía que era un mentiroso. Bueno, para ser sincera, no estaba
tranquila. Es más, para nada. ¿Quién habría arreglado realmente mi
cajita de cristal?
La puerta crujió. Se cerró. Y me asusté. Pero Jimena comenzó a
subir las escaleras. Respiré. Y la puerta de mi cuarto se abrió de
par en par.
-Ruth, te hemos traído chocolate del que te gusta.
-Gracias, Jime. 
Le sonreí. Irene tenía un hermano y una hermana, mellizos. Ella era
más grande que ellos. No los soportaba. Lucía tenía una hermana
grande. No se aguantaban. En cambio, yo me llevaba genial con Jimena. 
-Hoy comemos macarrones con tomate.
-Mmmm, ¡qué rico!
Se empezó a reír, ajena a mis problemas. Sus mejillas se rosaron. Me
hizo sonreír. 
Salió de la habitación. Miré a mi alrededor. Ya era hora de que
empezara a hacer algo.Metí todas las cosas en sus respectivas cajas.
Tapé la estructura de la cama con una vieja manta blanca. Me puse una
camiseta blanca, manchada de pintura, unos vaqueros desgastados y unas
chanclas. Me recogí el pelo y cogí una brocha. Había llegado ya la
pintura. Abrí los botes. ¿Pero qué...? Los pedí morados. Era
verdes y azules. 
Me quedé pensando. De todas formas, daba igual. No sé por qué
elegí el morado. Probablemente por Adrián. Pero ahora él no
importaba. Cogí el bote azul y mojé la brocha. 
-¡A comer!
La voz de mi madre me alejó de mi mundo. ¿Ya? Miré el reloj.
Llevaba una hora aproximadamente pintando. Había acabado la parte
azul. Un azul turquesa precioso. Me encantaba. 
Dejé la brocha sobre un trapo, para que no manchara nada y me cambié
de camiseta. Bajé corriendo las escaleras. ¡Qué bien olía! Jimena
estaba viendo la tele, mamá estaba con ella. La mesa estaba puesta.
Sonreí. Todo volvía a ser normal: mi hermana, mamá...Me gustaba. Mi
madre me miró. Rió. Y nos dirigimos a la mesa.
¡¡Ding-dong!! El timbre retumbó en la casa y me levanté de la
silla del comedor para abrir. 
-¿Sí?
Nadie respondió. No había nada. Bueno, ¿qué era esto? Una cajita
de cartón. ¿Qué contenía? Lo abrí, en la entrada. Una nota. El
trozo que faltaba. Y allí estaba, en la caja de cartón, el trozo
que no había podido pegar. ¿Pero quién?
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Un simple tequiero - Mi diario de hace 5 años .




C A P I T U L O  7



Su pelo largo y sedoso se movió pausadamente mientras dirigía su
mirada hacia mí. 
- Y esta es...
Esas palabras me dolieron mucho. No era un objeto y ella me trataba
como si lo fuera.
- Me llamo Ruth.
Las palabras no me salieron con demasiada firmeza, porque se empezó a
reír de mí.
- ¿Cómo que paseas con ella? ¿Te da pena, Adrián?
Sus frases estaban llenas de maldad. Y, sin apenas conocerla, supo
cómo era.
- Me voy, he quedado con las chicas para ir de shopping. Chiao!
La miré, asombrada. ¿Cómo podía ser tan...así? Es decir, era una
malísima persona pero...¿cómo podía ser tan jodidamente guapa?
Rubia, pelo largo, ojos azules, labios rosados...Alta, delgada. Una
diosa, vamos. 
Mientras pensaba en esto, no me dí cuenta de que Adrián había
estado en todo momento presente, mientras ella me humillaba.
No lo entendía, ¿por qué no me había defendido? Es más, ¿quién
era exactamente Malena?
Adrián tenía la mirada clavada en el suelo. Parecía avergonzado. 
- Adrián, ¿quién es?
Seguía con la mirada puesta en el suelo. No podía entender nada.
- Adrián...
Me miró y entonces lo supe. No supe porqué, mis ojos se llenaron de
lágrimas. Me ardían las mejillas, rojas como el fuego. Las manos me
pesaban. Mi boca se secó. Y, patinando, me marché.
Cerré la puerta de mi casa con un portazo. Ni Jimena ni mamá habían
vuelto todavía. Eso me daba tiempo para quitarme lentamente los
patines, de guardarlos, de ducharme, de cambiarme de ropa. Y de
llorar. No sabía por qué lloraba, simplemente lo hacía. Y me
extrañaba. Apenas lo conocía, solo unas cuantas horas. Pero, aunque
no quería admitirlo, lo sabía. me había enamorado.
Las gotas que salían del grifo refrescaron mi rostro, empapado ya de
lágrimas sin sentido. Me había imaginado un mundo en el que poder
estar los dos solos, sin nada ni nadie que nos lo impidiera. Pero,
claro. ¿Cómo iba a estar un chico así sin pareja? No lo había
parado a pensar. Por eso me había afectado. Por eso.
Mientras salía de la ducha, pensaba en pedirle consejo a Irene. O a
Lucía. Por lo que cogí el ordenador, pensando en si me habrían
respondido al mensaje.
Encendiendo. Encendiendo. Google. Tuenti. E-mail. Contraseña.
Dos mensajes privados. 
El corazón comenzó a latirme fuerte. Cliqué encima de ellos. Uno
era de Lucía. Otro de Irene. Los abrí, por orden de antigüedad.
Primero el de Lucía.
En cuanto acabé de leerlos, pude respirar. No sabían por qué estaba
tan mal por no haberme despedido de ellas en una situación tan grave.
Y ya que todo estaba como antes, decidí contarles, minuto a minuto,
mi problema.
Una petición de amistad. ¿De quién sería?






C O N T I N U A R A . . .
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Un simple tequiero - Mi diario de hace 5 años .







C A P I T U L O   6






Toqué la pulsera. Estaba fría. Pero era preciosa. Dirigí mi mirada
a la ventana y vislumbré su casa. Apenas se veía bien (todavía no
había levantado la persiana de una de las ventanas). Lo hice, pero
él tenía cerrada la suya. Seguiría durmiendo. 
Me puse las zapatillas de andar por casa. Eran suaves y tenían
dibujado un gatito en cada una. Me levanté, me estiré. Vi el
ordenador. E, inmediatamente, me acordé de Lucía y de Irene. ¿Cómo
estarían? Me había ido sin decir nada, sin despedirme siquiera. No
me lo perdonarían nunca.
Le di al botón para encender mi portátil. Mientras se cargaba,
pensaba en lo que les diría. Tenía un lío en mi cabeza que me
impedía pensar.
Tecleé la contraseña del aparato. Inmediatamente se encendió. En mi
fondo de pantalla se veía una foto que había puesto la semana
pasada. Salíamos las tres, inseparables. Hasta ahora. Todos los
recuerdos asaltaron mi mente. Pero los aparté, hice clic en Google
Chrome y puse “tuenti”. Puse mi e-mail y mi contraseña. Hoy
cumplía años mi prima Natalia. La felicitaría después. Ahora
estaba ocupada, escribiendo a mis dos mejores amigas.
Un mensaje hizo vibrar mi móvil. ¿De quién sería? Mis ojos se
agrandaron cuando comprobaron que era de Adrián. ¿Cómo tenía mi
número? Que yo recordase, no se lo había dado…
“¿Te apetece patinar?”
Claro que me apetecía, tenía necesidad de hacer algo, de moverme, de
eliminar el nerviosismo por Lucía e Irene y lo que contestarían al
mensaje.
“Claro”.
Tras varios segundos, mi teléfono volvió a vibrar, a la vez que yo
pegué un salto.
“Dime una hora y ahí estaré, tan pesado como siempre”.
“Jajaja, no eres pesado. Pues, ¿qué te parece a las diez?”
Eran las nueve y media. Ya era hora de desayunar. Jimena estaba
llamando a mi puerta.
-¡A desayunar!
Cuando salí de mi cuarto, un olor a tostadas recién hechas me
recibió. ¡Qué rico! Pero antes tenía que arreglarme. ¿Qué
escojo? Tenía que sacar algo de la caja de ropa, pero no sabía qué.

Me duché y, tras unos minutos, escogí una camiseta celeste de manga
corta, de DC con el símbolo en azul marino y unos pantalones azul
marino. Mis patines, negros, completaban el look. Me hice un moño
práctico, me pasé un poco el rímel por las pestañas y me lavé los
dientes y la cara. Descalza y con los patines en la mano, bajé al
piso de abajo.
Cogí unas tostadas de mantequilla, un vaso de zumo y un par de
galletas. Mi móvil y las llaves. Me puse los patines.
El sordo ruido del timbre resonó en mis oídos. Era él. Jimena me
miró, extrañada. Mamá comenzaba a estar de buen humor y eso me
gustaba. Se iban las dos a realizar unas comprar al centro comercial.
Volverían para la hora de comer, me dijeron.
Nos despedimos y salí por la puerta. Adrián me recibió con un
“hola, ¿qué tal?”. Asentí, demostrando que estaba bien. Nos
quedamos inmóviles unos instantes, pensando qué hacer. Al mismo
tiempo, los dos comenzamos a patinar. Él parecía acostumbrado a los
patines, por lo que lo hacía bastante bien. Yo, en cambio, hacía
tiempo que no los cogía y parecía un pato mareado. En ocasiones
estuve a punto de resbalar y caer, pero siempre conseguía mantener el
equilibrio. Con todas estas “casi” caídas nos reímos mucho, la
verdad. Hablábamos de cosas como que de dónde veníamos, a qué
colegio íbamos. Cosas generales que no nos importaban. Estábamos los
dos, solos, patinando. Solos. ¿Solos?
-Hola Adri.
Una voz se dejó oír cerca de nosotros. Giré la cabeza. ¿Quién
era?
-Hola Malena.
Adrián la conocía. La tal Malena le conocía. Se conocían. ¿Dónde
estaba ella? Allí. Me quedé sin aliento. No sabía qué hacer.
Malena me miraba mal. Me miraba con odio. Me miraba con recelo. Me
miraba como…como quien mira a una chica con su novio.



C O N T I N U A R A . . .
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C A P I T U L O 5





La luz comenzaba a entrar por las rendijas de la persiana de mi
ventana cuando me desperté. Todavía era temprano, según el
despertador de mi habitación, eran las ocho y media. Hacía calor,
estábamos en mayo, y quedaba poco para las vacaciones. Miré hacia mi
cuarto, todavía destartalado y desordenado, con cajas marrones por
aquí y por allá. Giré mi cabeza y me fijé en una mesa que allí
había. Era blanca, con cajones de igual color y moderna. Ya la tenía
en mi antigua casa, en mi pequeña habitación, que compartía con
Jimena. ¿Pero qué...? 
Me incorporé en la cama, para poder observar bien lo que había
encima del escritorio. Era una pulsera. Una con un corazón dibujado,
preciosa. De repenté, sonreí. Ya se que, quien me viera, pensaría
que era tonta por sonreir a una pulsera. Pero no era cualquier
pulsera.
Después de comer el helado, y antes de marchar a casa, visitamos una
tienda de chuches. ¡Era enorme! Y vendían de todo tipo de dulces:
caramelos, chicles, regalices, nubes, chupa-chups... 
En cuanto entramos, Adrián cogió una bolsa y la llenó hasta el
tope. Luego, con esa sonrisa pícara que me encanta, se dirigió a la
caja y pagó. Yo, asombrada por la cantidad de dulces que había
cojido, me quedé mirando el dinero que le entregó a la dependienta.
Diez euros con veinte. ¿Diez euros con veinte? Si no tenía más
dinero...
Parece ser que vió el desconcierto en mi cara y, con picardía e
inocencia a la vez, me preguntó que si estaba enfadada. Le dije que
no, pero que creía que no tenía más dinero por lo que dijo en la
heladería. Con un brillo en sus ojos cegador, respondió que no se le
había ocurrido otra forma de conseguir compartir helado conmigo. Yo,
sorprendida, me puse roja como un tomate.
Fuera comenzaba a atardecer y era hora de marcharse a casa y dejar el
paraíso. Un suspiro. ¡Qué rápido se había pasado el día! Ojalá
durara para siempre...
Anduvimos en silencio hasta llegar a la puerta de mi casa y, cuando
llegamos al rellano, me di la vuelta. Allí estaba, él, con su pelo
cuidadosamente despeinado, con sus ojos que a mí tanto me gustaban,
con sus pestañas, con su nariz, con su boca carnosa, con su camiseta
de manga corta...¿De manga corta? Con un movimiento rápido de manos
y roja de vergüenza, me quité la chaqueta que por la mañana me
había dejado. No me había acordado...
Pero pareció no importarle, ya que sonrió divertido. Me quedé
mirándolo y él a mí. De pronto, el mundo desapareció a nuestros
pies. Nos íbamos acercando poco a poco, lentamente. Nuestras manos se
cruzaron y...
-¡Hola!
Rápidamente, nuestras manos se apartaron unas de otras y, con cara de
sorpresa, nos dimos cuenta de que mi hermana estaba en la puerta.
-¿Qué hacéis?- dijo Jimena.
-Jaja, nada- respondí yo, casi al instante.
Miré a Adrián y sonreió. Me despedí con la mano. Y me metí en
casa. Corriendo, subí a mi habitación y salté sobre mi cama. Un
momento...tenía en mi mano algo, y hasta ahora no me había
percatado. Era una pulsera de plata, con un corazón. Me encantó.
Miré por mi ventana. Se veía su casa...pero no a él. Espera. Estaba
en su habitación y miraba a mi casa. Con un saludo, me vió. Corrí a
coger mi pizarra y escribí Gracias. Cogió un folio y me escribió
De nada. Inmediatamente, cogió otro y puso Buenas noches, que
sueñes cosas tan bonitas como tú. Me senté en la cama. Te quiero
susurré.




C O N T I N U A R A . . .
puntos 18 | votos: 18
Un simple tequiero - Mi diario de hace 5 años .







C A  P I T U L O 4







Nos habíamos quedado mirándonos como dos tontos. Y, cuando nos dimos
cuenta, los dos comenzamos a reír a la vez. Nos levantamos, tiramos
la basura en su correspondiente cubo y devolvimos las bandejas a su
sitio. Abrió la puerta y me ofreció pasar antes que él. Un
“gracias” se escapó de mi boca, con una correspondiente sonrisa
en su cara.
Una vez estuvimos en la calle, nos pusimos, inconscientes, a andar.
¿Hacia dónde? Sinceramente, no lo sabía. Pero al estar con él,
daba igual adonde fuéramos.
En una mirada furtiva, vi cómo saludaba a un grupo de niños que
pasaba por la otra acera. Giré la cara, no quería que me viera
espiándole. Me sentía como una niña pequeña, expectante ante tu
ídolo. 
-¿Quieres ir a la mejor heladería de la ciudad?
-¡Vale!
Me quejé a mí misma mentalmente el haber dicho ese “vale” con
tanto entusiasmo, no quería que me viera desesperada, ni mucho menos.
Y, pensando en esto, llegamos a la heladería.
Mientras me sentaba, Adrián fue a encargar los helados. Era un cielo,
me había invitado al McDonalds y encima quería invitarme al helado.
-Bueno, ya he vuelto- dijo, con una de sus mejores sonrisas.- Espero
que me hayas echado de menos.
-¿Cómo no?
No sé de qué estuvimos hablando, tal vez de nuestras aficiones, tal
vez del tiempo, tal vez…No lo sé, tras unos segundos, ya me había
perdido en sus ojos: verdes como una esmeralda, brillantes como el
Sol, especiales. Suyos.
-Y aquí traemos el helado especial de la casa.
Miré y miré los objetos sobre la mesa. ¿Un helado? Que yo supiera,
éramos dos personas.
-Perdona, pero, tras pagar la comida en el McDonals, sólo me quedaba
dinero para uno.
Parecía avergonzado, me rehuía la mirada, pero yo le busqué, para
sonreírle. No quería que se sintiera mal, además, obviamente, sólo
llevaba dinero para su comida, no tenía previsto invitarme.
-No pasa nada – dije, sonriendo.
Le agradó mi conducta, se le notaba. Y comenzamos a comer, sin prisa
y saboreando, nuestro helado. Pronto comenzó a hacer bromas otra vez.
Seguía siendo Adrián. Ese Adrián al que había conocido hacía unas
horas y del que ya me había enamorado irremediablemente. 
-¿Qué?
Mientras estaba absorta en mis pensamientos, me había manchado la
nariz con helado. 
-¿Sabes? Eres una malísima persona – dije, poniéndome seria.
-Lo siento, no quería parecer grosero.
Y, mientras decía esas palabras de arrepentimiento, con mi cuchara,
le manché la suya.
Pronto, nos comenzamos a reír, a carcajadas, sin importarnos las
miradas de los allí presentas. 
Y, cuando terminamos, nos miramos profundamente, esperando a que
alguno de nosotros dijera esas palabras que no nos atrevíamos a
pronunciar…











C O N T  I N U A R A  . . .

puntos 26 | votos: 26
Un simple te quiero - Mi diario de hace 5 años .











C A P I T U L O 3




Tuve que parpadear unas cuantas veces para poder darme cuenta de
dónde estaba. Y aun así, seguía aturdida.
-¿Sí? ¿Qué querías?
Su voz era una dulce melodía que llegaba a mis oídos. Sus ojos,
mirando los míos, brillaban. Eran de un verde esmeralda que
hipnotizaba. Su pelo, cuidadosamente despeinado, recibía los
destellos del Sol que alumbraba ese día de mayo. Era de un castaño
precioso…
-¿Hola?
Qué corte. Todo este tiempo de pie, como una boba mirándole…
-Hola, me llamo Ruth. Soy nueva en el vecindario. Y, bueno, quería ir
a comprar algo de pintura para mi cuarto pero no sé por dónde ir,
sinceramente.
-Ah, os vi entrando en casa. Justamente acababa de llegar de dar una
vuelta con los amigos.
Una sonrisa nerviosa salió de mis labios. ¿Podría ser…?
-Bueno, si quieres, te acompaño a la tienda más cercana donde venden
pintura. Es más, aunque no quisieras, te acompañaría.
Asentí. ¿Cómo rechazarlo? Esperé a que cogiera su cartera y nos
fuimos, juntos, dos completos desconocidos que sentíamos que nos
conocíamos de toda la vida. 
-¿Sabes? Me encanta tu camiseta.
-Gracias. Me la compré en una viaje a Francia.
No sabía qué contestar. Estaba muy nerviosa, y todo era desconocido
para mí.
-¿Te gustó la caja?
Mi corazón se paró por un segundo, para luego seguir latiendo a una
velocidad vertiginosa.
-Sí, gracias. Era una caja muy especial para mí, me la regaló mi
abuela materna en el último cumpleaños al que asistió antes de
morir. Era su objeto preferido. Y cuando vi que se había hecho
añicos…Muchas gracias, de verdad.
-No es nada. Se me da bien arreglar cosas. 
Ya se comenzaba a divisar las primeras tiendas de la ciudad, y la
gente se movía, con prisa, por las anchas calles de Ordino. Me
comenzaba a gustar mi nueva localidad. Bueno, digamos que no me
disgustaba del todo. Echaba de menos a papá, y sentía pena por mi
madre y Jimena. Mi hermana era muy pequeña todavía, sólo tenía
nueve años, y no me parecía justo que tuviera que sufrir por una
mentira ajena a ella.
-Ya hemos llegado.
Me sacó de mi ensimismamiento esa frase. Exactamente, ya habíamos
llegado. Entramos al establecimiento y, tras unos minutos, acabamos
por elegir el morado y el rosa para mi habitación. Encargamos varios
botes y nos marchamos, tras mandar que lo mandaran a casa.
Fuera comenzaba a refrescar, aunque era aproximadamente la hora de
comer. Inconscientemente, tirité varias veces: no me había llevado
ninguna chaqueta.
Mientras me protestaba a mí misma, noté como una mano rozaba
cuidadosamente mi hombro. 
-¿Qué…?
-Creo que tienes frío. 
-Gracias.
Su chaqueta olía a algo indescriptible, de un olor adictivo. Me
encantaba. No quería que me viera aspirando ese olor tan…tan suyo.
Le sonreí, como muestra de mi agradecimiento.
-Tienes una sonrisa muy bonita.
Todos los colores se concentraron en mi rostro. ¿Cómo podía
hacerlo? 
Un suspiro se escapó de mi boca, y un destello de sus ojos. Y…
¿qué? Ah, mi móvil.
-¿Sí?
-Ruth, ¿dónde estás?
Mi madre. Había olvidado que se hallaba en casa, aguardando mi
regreso.
-Estoy todavía en el centro. Ya he encargado la pintura.
-¿Vas a llegar a tiempo para comer?
-No lo sé. 
Miré a mi acompañante. Me miraba. Y sonreía. Susurrando, me
preguntó que si quería comer con él. 
-Mamá, creo que aquí hay un restaurante cerca. Vuelvo después de
comer. ¡Adiós!
-Adiós, ten cuidado.
Colgué el teléfono. Nos miramos. Y comenzamos a reír, sin motivo.
Nos dirigimos al Mc Donalds más cercano, donde pedimos dos menús.
Mientras dábamos buena cuenta de ellos, no parábamos de hablar. Era
tan interesante…
-Por cierto, perdóname. Creo que no me he presentado. Soy Adrián.
Adrián. Me comenzaba a gustar ese nombre. Adrián.












C O N T I N U A RA . . .
puntos 23 | votos: 23
Un simple tequiero - Mi diario de hace 5 años .



































C A  P I T U L O 2









Cogí la leche de la nevera con la mano derecha. En la izquierda
tenía todavía mi cajita, ya arreglada. Sentía como si flotara en
una nube de algodón. ¿Quién sería la persona que me la había
arreglado? Sin dudarlo, me gustaría conocerla.
Y así estaba, pensando en un mi héroe, cuando entró en la cocina mi
madre, seguida de Jimena. Ambas tenían sueño todavía, se notaba. Mi
hermana se sentó a mi lado, bostezando.
-¡Eh! Esa es tu cajita. No está rota.
-Ya, me la he encontrado en la entrada.
No quería que mi hermana notara mi entusiasmo, así que utilicé mis
dotes de actriz. Mi madre, mientras nosotras hablábamos, permanecía
callada, sorbiendo poco a poco su café. Seguía con los ojos llorosos
e hinchados, pero parecía algo menos triste. Tal vez se había dado
cuenta hacía tiempo del engaño. Pobre. Y pensar que mi padre, al que
tanto quería…
Bueno, no quería pensar en cosas tristes. Así que centré mi mente
en un tema de extrema dificultad: dentro de poco empezaba el instituto
de nuevo. Creo que mi madre se dio cuenta de que mi padre la engañaba
hace tiempo, por eso tengo plaza en este instituto, porque la echó
anteriormente. ¿Qué me pondría para el primer día? Pensé pedir
ayuda a Lucía y a Irene pero no estaban junto a mí. En ese momento,
empecé a temblar. ¿Qué haría sin ellas? No me lo podía imaginar.
Toda la vida juntas…
Subí las escaleras que llevaban al piso de arriba rápidamente, y
entré en mi habitación. Era muy grande, tenía cuarto de baño
propio y terraza. Todavía no habíamos pintado las paredes ni
colocado cosas, por lo que me sentí sola, sin mis amigos de siempre. 
Abrí la maleta. Todo estaba revuelto y desordenado, como mis
pensamientos. Así que decidí coger mis vaqueros pitillo y mi
camiseta de Starbucks. Quería empezar a poner orden en mi vida.
Llegué al baño, me lavé los dientes, me lavé la cara y me hice una
coleta. Me puse mis sandalias preferidas, unas con tiras verdes. Y
salí de casa, después de despedirme de mi madre y de mi hermana.
Fuera hacía calor, soportable por la brisa que llegaba desde el mar,
no muy lejos de la ciudad. Me sentía bien y con ganas de reír. Iba a
comprar pintura para mi cuarto. Quería empezar a llenarlo de
recuerdos cuanto antes pero…¿por dónde voy? Había olvidado mi
ignorancia, no sabía hacia dónde ir. 
Tras un rato pensando, decidí ir a preguntar a una casa vecina. Era
más o menos como la nuestra, solo que estaba rodeada por unos cuantos
árboles enormes que protegían la casa. Cuanto más me iba acercando,
más nervios sentía. Qué bobada. Llamé a la puerta. ¿Qué diría?
“Hola, me llamo Ruth, no sé adónde ir para comprar…”. 
-¿Sí?
Una voz sonó cerca de mí. Levanté la cabeza. Era él. Sus ojos, su
boca…Lo sabía. Sin dudarlo. 
Fue entonces cuando una sonrisa tonta salió de mis labios. Y me
sonrió.
















C O N T I N U A R A . . .
puntos 23 | votos: 27
Un simple tequiero - Mi diario , de hace 5 años ·













































































C A P I T U L O 1















Una fuerte sacudida me obligó a despertarme, abriendo rápidamente
mis ojos. Apenas me hube incorporado, Jimena comenzó a mirarme. Yo,
sin saber por qué, miré a mi madre, que conducía el coche. Llevaba
la misma ropa que ayer, cosa que me extrañó, porque era muy coqueta.
Su pelo, normalmente estupendo, carecía de brillo, y sus ojos estaban
rojos e hinchados. Ahora lo recordaba todo.
Ayer, viernes día 4 de noviembre, como otros cualquiera, había
clase. Así que, como todos los días, mi hermana pequeña Jimena y yo
nos marchamos. Todo era normal: Irene y Lucía seguían siendo mis
mejores amigas, Marta seguía siendo la popular de la clase, Pablo
me seguía gustando...
Cuando llegamos a casa, mamá había recogido todas las cosas, y las
había metido en el coche. No fue hasta unas horas después cuando nos
enteramos de que papá le era infiel a mamá, cuando ella misma nos lo
dijo. No me lo podía creer. Y lloré. Lloré hasta no tener más
lágrimas. Lloré hasta...que me quede dormida, con el runrún del
motor. ¿Hacia dónde íbamos? Ni idea. Sólo esperaba que todo fuera
una pesadilla, que nada fuera real, que todo fuera normal.
Y, mientras meditaba, el coche se paró. Habíamos llegado al destino,
a una nueva ciudad. Habíamos abandonado nuestro pequeño pueblo, para
comenzar a vivir en Ordino. La casa era espaciosa, grande y con
jardín. Hubiera gritado de alegría si no fuera por lo de mis
padres...
Comenzamos a descargar las cosas del coche, para meterlas en casa.
Pero Jimena tropezó y cayó. Y con ella, todas las cosas de la caja
se fueron al suelo. Ella comenzó a llorar y la cogí en brazos. ¡No!
Mi cajita de cristal se había roto. Era muy especial para mí, me la
regaló mi abuela por mi cumpleaños. 
Metí en casa a Jimena y, cuando fui a recuperar mi cajita, no estaba,
se había esfumado. Ahora sí, no entendía qué pasaba. 
Así qué me tumbé en mi cama, recién puesta y me dormí.
Un timbre agudo me levantó de mi colchón. Era el timbre. Aún con el
pijama de cerditos puestos, abrí la puerta. No había nadie. Un
gracioso habría llamado, el mismo que había robado mi caja...la
caja. Allí estaba, en la puerta, mi cajita arreglada y con una nota.
Ponía Espero que te guste.
Una sonrisa apareció en mi rostro. ¿De quién sería?¿Tal vez un
chico? Cerré la puerta de casa, con una sonrisa de oreja a oreja.





















C O N T I N U A R A . . .



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