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11.02.2011

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puntos 12 | votos: 12
A veces pienso... - ¿Dónde estaré dentro de diez años? Y… no lo sé. Pero no me
importa. Solo me importas tú. Te has ido, y no volverás. Nunca. Me
ha costado asumirlo…pero es así. Sin embargo, aún me importas. Y
sé que siempre me importarás. Así que… ¿Qué más da dónde
esté? Seguiré pensando en ti. Y eso…hará que sigas estando
conmigo. Ahora…hay gente a mi lado. Gente que, sinceramente, no me
importa demasiado. Pero ahí están. Hasta que se vayan. Y tú, que ya
te has ido, eres la única persona a la que jamás perderé del todo,
porque las personas pueden cambiar, pero si las quieres de veras, una
vez que se van, el recuerdo que guardas de ellas, te acompaña
toda la vida.
puntos 10 | votos: 10
Todos vamos a morir. - Es lo único que sé.
Y yo aún no tengo un por qué,
¿quieres que muera por ti?
puntos 14 | votos: 14
Cuando el cielo ruboriza - sus nubes oro y de nácar,
cuando el crepúsculo brilla
y el lucero rey se apaga,

Cuando  la noche comienza,
el mundo invaden las sombras,
y se encienden las estrellas
a cuál más bella y remota,

me invade es gran temor,
ese gran miedo al dormir.
A soñar con nuestro amor.
A despertarme sin ti.
puntos 9 | votos: 9
Creo que quiero besarte. - Sí, eso es lo que más deseo hacer ahora mismo, más que cualquier
otra cosa. Y no me refiero a coger tu mano, mirar tus ojos justo antes
de cerrar los míos, y acercar nuestros labios, sentados en un banco
del parque en un atardecer de otoño. 
Tampoco a dejar que mi alegría muerda tu boca de ciruela mientras el
viento triste galopa matando, ni a utilizarlo para callarte cuando me
dices que, aunque Neruda usase el verso libre, si lo desordenas no
suena igual.
Sí, quiero, sobre todas las cosas, besarte, pero no simplemente
oprimiendo mi sonrisa en la tuya cuando las palabras falten tras el
abrazo del esperado reencuentro.
Quiero tenerte desnuda en mi cama, dispuesta a follarme como nunca
hasta que suplicase un descanso que me negarías a mordiscos, quiero
contemplar la hermosura de tu joven piel y devorarte con los ojos,
para entonces, y sólo entonces, acostarme a tu lado y sorprenderte
con un mero e inocente piquito. Contemplar mutuamente cómo
sonreímos, con esa sonrisa tan gilipollas que solía dejarnos nuestro
antiguo amor, cuando todo era tan simple que no nos permitíamos dudar
sobre él. 
Y dejarte con las ganas.
puntos 10 | votos: 10
Desmotiva - que ya nadie de importancia a los te quiero 
y los para siempre.

puntos 19 | votos: 21
Ten una vida - y luego me la cuentas.
Aunque solo sea para contármela a mí.
Así yo seré la razón de tu vida.
puntos 7 | votos: 7
Qué hermoso es el Sol, - cuando amaneciendo,
por entre las cumbres
sube refulgiendo,

tan majestuoso,
con su luz y fuego,
ilumina al mundo
con apenas verlo.

Qué hermosa es la Luna,
de tinieblas reina,
que cubre la noche
con su luz incierta,

luz de nieve y plata,
que juega en la niebla,
plagando la Tierra
de sombras siniestras.

Qué hermosa es la noche
qué hermoso es el día,
qué hermoso este mundo
qué hermosa la vida,

mas no es suficiente
a mi alma vacía
desde el mal momento
que vi a aquella chica;

mi sed de belleza
ya no se sacia,
pues sé que no existe
beldad parecida.

¡Maldito aquel día,
que no se me olvida,
y mis noches sin ella,
también sean malditas!
puntos 17 | votos: 17
Y ella dirá: ¿por qué no lloré yo? -
puntos 25 | votos: 33
Y ella dirá: ¿por qué no lloré yo? -
puntos 9 | votos: 11
Asomaba a sus ojos una lágrima, - y a mi labio una frase de perdón;
habló el orgullo y se enjugó su llanto,
y la frase en mis labios expiró.

Yo voy por un camino, ella por otro;
pero al pensar en nuestro mutuo amor,
yo digo aún: ¿por qué callé aquel día?
Y ella dirá: ¿por qué no lloré yo?

puntos 13 | votos: 13
Desmotiva - que ni crean tus palabras, 
ni te dejen demostrarlas con hechos.
puntos 6 | votos: 6
Desmotiva - dejar tu fe, tu palabra y tu orgullo 
por alguien que te deja a ti.
puntos 8 | votos: 8
Que conste - que ya os echo de menos.
puntos 14 | votos: 14
Ojalá no te enamores - de quien no debes.
puntos 12 | votos: 14
Verlo en otro - hace que me sienta ligeramente culpable...

puntos 16 | votos: 16
¿Y si eres el - hoy no salgo por si se conecta de alguien?
puntos 14 | votos: 14
¿Para qué escribirle a ella - si eso no la hará volver?
Mejor le escribo a su ausencia.
De ésta no me libraré.
puntos 10 | votos: 10
Por una vez en tu vida - muestra un poco de piedad
y admite que no me quieres,
si ya sé que es la verdad.

A este pobre corazón
que ya es más tuyo que mío
le está matando el quererte,
mas no se da por vencido;

ha de estar enamorado,
porque todavía persiste
en sufrir por un amor
que ya ni siquiera existe.
puntos 7 | votos: 7
La clave del éxito - está en actuar siguiendo un plan
que haga parecer que improvisas.
puntos 14 | votos: 14
No sé si lo que me asusta es perderte, - o enterar de que ya te he perdido
pero nunca tuve un temor tan fuerte
ni muy remotamente parecido.

puntos 9 | votos: 9
Capítulo octavo. - Dolía mucho más sacarse los trozos de porcelana que clavárselos,
pensó. El dolor no le dejaba pensar en otra cosa. Ni siquiera en como
agradecerle que se los estuviera extrayendo ella. También trataba de
relajar la espalda, pero cada vez que sentía cómo le introducía las
pinzas(o las uñas, pues no recordaba si la había visto coger pinzas)
no podía evitar volver a tensar hasta el último músculo, cerrando
las heridas y endureciendo su carne, lo que dificultaba notablemente
la labor de la chica. 
“A la orden”, dijo él, riendo para disimular el daño que le
hacía, cuando le volvió a repetir que se estuviese quieto. Pero no
podía evitarlo, realmente dolía mucho… y ahora ella creería que
lo hacía a propósito, para… fardar de espalda musculosa, por
ejemplo. Era ridículo, ni siquiera la tenía “ancha”. Se hartó.
Estaban en la cama, así que fue a darse la vuelta para cogerla y… Y
suerte que estaban en la cama, porque el brazo le falló, haciéndole
hincar la cara en la almohada. Peor habría sido contra el suelo…
Con el mismo brazo, hundió dos dedos en una herida bastante grande 
se quitó un trozo bastante grande. El mayor de todos. 
-¡Vaya! –exclamó ella- ése lo dejaba para el último, de postre. 

También ella bromeaba, pero no para disimular nada, sino para
animarle, y compensarle, al menos un poco. Había sido ella la que le
había hecho…eso.
-Pues se acabó el jugar a los médicos –le respondió. 
Nada más decirlo se arrepintió de haber sonado tan…borde. En
realidad no estaba enfadado, ni siquiera dolido. Bueno, dolido sí,
pero sólo físicamente. No la culpaba de nada. Hasta lo grave de las
consecuencias, le había parecido bien que le tirase de la mesa, de
hecho le había encantado. Odiaba a la gente hipócrita que apoyaba
cierta forma de actuar en los demás, hasta que algo salía mal, y
entonces, cuando más se necesita a alguien…te dejan tirado. Lo
había vivido. Y varias veces. Odiaba a muchos tipos de personas, a
mayoría, pero especialmente a éstos. 
También odiaba las consecuencias de las cosas, como las horas de
dolor por un momento de placer. Pero bueno, así era la vida.
“C’est la vie”, se dijo. Y aunque casi nunca fumaba, en ese
momento le habría gustado soltar una bocanada de humo. En lugar de
ello, le besó en un pecho que parecía casi salirse del  vestido,
como accidentalmente. Seguro que lo hacía a propósito. Besó el
otro, y le pareció ver, antes de cerrar los ojos, que estaba, al
igual que el vestido y las sábanas, salpicado de sangre. Ya no le
dolía, pero sabía que ella sí que seguía sintiéndose culpable, y
quería que se le olvidase. Por un momento, se preguntó cuáles
serían las consecuencias de todo aquello, si es que las tenía.
Porque todo tenía consecuencias. Otra cosas que no le gustaba de la
vida…otro motivo para dejarla tirada y colgarse. Aunque la verdad es
que a él las consecuencias poco le importaban. Normalmente, se tomaba
las cosas con su idiosincrático estoicismo optimista: no importaba lo
que hiciera, pero tendría sus repercusiones. Y tampoco importaba
éstas, fueran las que fueran, siempre tendrían su lado bueno. O, al
menos, su lado gracioso. Para él, la solución de los problemas
consistía en buscárselo.
puntos 10 | votos: 10
Capítulo séptimo. - Haciendo un grandísimo esfuerzo, se levantó de la mesa dejando los
restos de lo que había sido el último desayuno de ambos. Esperaba
que el idiota de su novio, por una vez, fuese capaz de  apreciar esa
clase de detalles. Se besaron. Sin más. Fue un beso largo, pero sin
anda que lo hiciese especial. Y aunque dejar la mesa puesta e irse
–o más bien, querer hacerlo- a la cama ocupaba una parte importante
de sus pensamientos, su cabeza seguía llena de ideas, muchas
absurdas, según podía reconocer ella misma, sobre el más allá.
Era, cuanto menos curioso ver cómo cuanto más se afanaba en evitar
pensar algo, más se enquistaba en su mente. 
“Maldito subconsciente”, pensó. La relación con su subconsciente
siempre había sido algo tensa, pues aunque ella no se consideraba
especialmente inteligente, siempre lo había considerado superdotado.
Pero un poquito cabrón.
No como el tontorrón al que estaba besando. Le había cogido la mano,
poniéndosela tras sus rodillas, pero no consiguió de él más que,
en un alarde de necedad, le agarrase el trasero.
Un poquito muy cabrón. Cuando trataba de concentrarse en algo, se le
ocurrían geniales ideas de los más diversos temas sobre las que
pensar, pero cuando trataba de evitar pensar en algo, no podía dejar
de hacerlo, por ejemplo. Y, por supuesto, en los primeros….noventa
segundos tras salir de un examen, recordaba todas las respuestas que
había dejado en blanco. 
Sintió que la aupaba hasta sentarla en la mesa. Hacía ya varios
minutos que sus labios no se despegaban. 
Fue por aquellos tiempos, cuando aún iba al instituto, cuando
decidió que su subconsciente sería del sexo masculino. Hasta
entonces había sido una especie de amiga imaginaria. No estaba loca,
sabía que no era real. Tal vez de muy niña –no lo recordaba-, sí
“la veía”, y al empezar la escuela, como suele pasar a las chicas
más bonitas, estuvo un poco marginada en clase, era algo solitaria,
así que se dijo que no estaría mal tener una amiga imaginaria.
Aunque realmente no la tuviera. Pero años más tarde, si oba a estar
presente en sus masturbaciones, prefería que fuese “un” amigo.
Sintió como el pecho del chico se abalanzaba contra ella,
oprimiéndole el suyo y haciéndola caer tumbada sobre la mesa.
Suavemente, pues la cogía rodeando sus brazos con un hombro, mientras
con la otra mano sujetaba, acariciándola, su nuca, sin dejar de
besarla, ahora por el cuello. 
Una taza, o algún otro objeto de cerámica cayó al suelo,
haciéndose pedazos. Pero no le importaba. Ya no. Después de todo,
pensó en un tono sarcásticamente solemne debido a las circunstancias
en que se encontraba su cuerpo físico, no estaba tan mal tener un
subconsciente así. A menudo recurría a él, le “invocaba”, en
las aburridas sesiones de sexo, convirtiéndolas  en tríos en los que
actuaba susurrándole ideas al oído, o haciéndola acariciarse a sí
misma. Y, además, pensar en todo esto, como en ese momento, le
permitía evadirse y olvidarse de…aquello que quisiera olvidar. Como
lo que habría tras la Muerte, y el interés de la Iglesia por
ocultarlo, evidenciando que, de una manera u otra lo conocía. 
Susurró un “mierda” al volver a recordarlo que, casualidad o no,
coincidió con el paso de besos a mordisquitos en su cuello. Y fue en
ese instante cuando se dio cuenta de que, esta vez, no necesitaría a
su imaginación para pasarlo bien. Y devolviendo como pudo algunos de
esos cariñosos mordiscos, le hizo desaparecer, como a ese fiel amigo
al que cuando sabe que sobra, le basta una mirada para esfumarse, aun
sabiendo que al día siguiente volverá pidiendo una explicación, que
ya conoce, cuando lo que en verdad quiere son los detalles que no le
darás.
Desistió. Se dejó morder. Volvía a parecer ausente, pero no pensaba
ya en nada, simplemente…disfrutaba. Se mordía los labios de placer.
Llegó incluso a hacerlos sangrar. Decidió entonces tomar la
iniciativa. Desclavó las uñas de los brazos del chico, llegando casi
a asustarse al ver lo profundo de las heridas que le había causado,
agarrándole los hombros para hacerle girar y situarse encima. Así
podría dejar a la sangre caer en sus labios. Cayó sobre su pecho. Y
él sobre los afilados restos de la porcelana rota, pero no pareció
importarle, porque lo único que hizo fue levantarle el vestido, y
volverse a sorprender de que no hubiese bajo él la más mínima
prenda…
puntos 9 | votos: 9
Capítulo sexto. - Y es que era cierto que no quería morir. ¿Cómo iba a querer
perderla para siempre? Pasemos del mundo y suicidémonos juntos.
Sonaba precioso., pasar de todo menos de ella. Pero también suponía
pasar de ella. Y se convertía en pasar de todo POR ella. Y eso ya no
era tan bonito, porque estaba incluida en el “todo”. 
También notó cómo su propio abrazo se volvía frío, y trató de
evitarlo acariciándole el pelo con la nariz y musitando te quieros y
disculpas. Pero con una frivolidad y de una forma tan mecánica que se
asqueó a sí mismo. En el fondo sabía que tenía razón. Siempre la
tenía… Le había dolido que dudase de su amor, pero… ¿Y si
volvía a acertar y realmente no la quería? No, imposible. Moriría
por ella. De hecho…iba a hacerlo. Sin querer pero lo haría. Por
amor. Volvía a sonar bonito. Aunque sí había querido hacerlo.
“Antes”. Cuando lo veía como algo lejano, como una vía de escape
del mundo. No obstante, ahora, a medida que se acercaba, el mundo
empezaba a gustarle.
Pero había dado su palabra. Su palabra. No dejaba de repetirse eso,
parecía que lo hacía más por honor que por amor. Amor u honor, la
eterna cuestión. Había leído como grandes autores como Calderón,
Galdós o Shakespeare la habían trabajado, pero esta vez se
presentaba de una forma distinta, ya no se trataba de respetar lo que
dictase uno u otro, sino realizar lo que ambos coincidían en
exigirle, y no saber a cuál se estaba obedeciendo. 
Esta vez fue un gemido de placer lo que le hizo salir de sus
cavilaciones: sin darse cuenta le estaba lamiendo el cuello. ¿Qué
más daba el motivo? Esa misma noche estaría muerto. Había cosas
mejores en las que pensar. Y la prometida “Gran Despedida” de este
mundo era una de ellas. Además, si siguiera viviendo, ya no sería
esa vida, ni en esa compañía. No merecía la pena.
Amor u honor...  a estas alturas, eso ya era lo de menos. Pero lo
cierto es que a él también le habría gustado escribir sobre el tema
antes de… morir. Morir. Iba a morir. No le parecía ya bueno ni
malo, sólo que aún le costaba creerlo. Morir. “Mo…rir…”,
susurró entre dientes antes de hincarlos con suma delicadeza en la
piel del cuello de la chica, a la que parecía habérsele pasado todo.
Y de pronto se interrumpió. “dejemos esto para dentro de un
rato”, dijo. Y comenzó a articular torpemente palabras en algo
parecido a una disculpa que acabó cuando, esta vez ella, le besó.
-Sé que me quieres –fue cuanto dijo, con sencillez y humildad, en
un tono tan indiferente que le recordaba a una niña pequeña.
Y lo decía sinceramente. También ella renunciaba a sus profundas
lucubraciones, prefería dejar sus ideas a media a permitirle que le
estropeasen sus últimas horas. Por un lado, si iban a suicidarse
porque se querían, era evidente que se querían; y por otro, si no
sabía lo qe¡ue había tras la vida, por muchas vueltas que le diese,
no iba a averiguarlo antes del disparo. Claro, que eso no suponía una
gran espera…
puntos 9 | votos: 9
Capítulo quinto. - -¡Déjame! –dijo ella, cubriéndose la boca llena con una mano y
poniendo su súper mirada suplicadora y un tono de voz de niñita
buena y desvalida- Hacía años que no comía tan bien… bueno…que
no comía tanto…
-Y nunca había comido tanto. No para desayunar, al menos.
-Ni yo en tan buena compañía.
-¿Ah, no -Replicó él, con sorna levantándose dispuesto a no
dejarla comer en paz-…? ¿Acaso mi yo de ayer no te gustaba…? Con
lo bueno que era… Si él no te hacías… ¡Esto!
Según iba hablando se había colocado tras ella, que lo ignoraba y
seguía comiendo con gran parsimonia, y comenzó a chincharla como un
niño pequeño a su hermana. Empezó picándole la cintura con los
dedos, y tirándole suavemente del pelo, pero ante su indiferencia,
“subió de tono” un poco, echándole miguitas por el escote, y
soplándole al oído. No reaccionaba, y lo tomó como que le intentaba
demostrar lo poco que la lograba molestar. Como un desafío. Solían
jugar a cosas así… Pero cuando comenzó a morderle una oreja y a
pellizcarle los pechos, se dio cuenta de su error. La chica subió los
hombros, y se cruzó de brazos, cubriéndose como pudo, sollozando y
agachando la cabeza, dejando que sus dorados cabellos le cubriesen el
rostro congestionado. 
-Princesa -acertó a musitar, sorprendido, mientras le acariciaba
ambos brazos como si quisiese darle calor. Así, encogida y
temblorosa, daba la impresión de que tenía frío. Y le besó la
coronilla, a lo que respondió bajándola aún más -… Tu último
desayuno…
-No es eso –el chico la abracaba ahora por detrás, en un movimiento
tan disimulado como involuntario le acariciaba el pecho con los
brazos. Ella le frenó con un manotazo en la entrepierna que ni ella
misma sabría decir si fue cariñoso o…”defensivo”, pero sin
saber por qué mantuvo ahí sus dedos unos instantes hasta retirar la
mano lentamente-. Es que… Dios, ni siquiera has dicho “nuestro”
desayuno. Nunca valoras lo que es importante para mí… Empiezo a
dudar…tal vez ni siquiera quieras hacer…lo que vamos…lo que
creía que íbamos…a hacer. No te lo tomas en serio, no paras de
bromear sobre el morir…
En ese momento sintió cómo el abrazo que la envolvía desde atrás
se volvía más frío. No sabría explicarlo, ni decir en qué, el
chico no hizo ningún movimiento concreto, pero lo sentía. Tal vez
fuera eso: había dejado de moverse, los brazos que rodeaban su cuerpo
se habían vuelto rígidos, como petrificados, casi inhumanos. “Qué
gilipollez”, pensó. Pero lo cierto es que tampoco él decía nada.
Pues claro que no decía nada. ¿Y qué iba a decir? Su princesa se
había pasado. Pero lo peor de todo es que tenía que permitírselo, y
no porque estuviese llorando, porque aún estaba adormilada, ni
siquiera porque hubiera empezado él, sino porque sabía que, en el
fondo, tenía razón. 
Le dolía que dudase de su amor. Él mismo nunca había estado tan
seguro de algo como de que la quería. Y además, sabía que su
actitud despreocupada y optimista de reírse y bromear con los
problemas era lo que –al menos en parte- la había enamorado, pero
tenía que admitir que a veces también la molestaba. Pero después de
tanto tiempo, debería saber que que bromease, no significaba que se
tomase algo en serio. Y eso le dolía…
puntos 12 | votos: 12
Capítulo cuarto. - Sobreponiéndose a sus pensamientos lúgubres y oscuros sobre su
destino –el destino que habían escogido-, trataba de romper el
hielo, pero al momento rectificó, retirando el pie, eso sí, muy
lentamente, de la pierna del apenas sorprendido chico. Seguramente,
él también tendría en qué pensar. Cierto era que aquélla sería
su última comida juntos. Pero también iba a ser su última comida. A
secas. Su última comida en esta vida, en este mundo. Claro,
que…puede que en el otro también se comiera. Aunque era improbable
que en el infierno de los suicidas les fuesen a permitir hacerlo
juntos. Y mojó una galleta en el vaso de leche que él se llevaba a
los labios, haciéndole interrumpir su movimiento para ofrecérselo
con una sonrisa. Al fin y al cabo, se dijo, él era su vida. Y lo
mejor de todo, es que sabía que era mutuo. Hasta el mismo Satán
habría de reconocer que se querían. Y tendría que hacerlo antes que
se pusiera el sol.
Siempre había sido una chica valiente, o al menos se consideraba tal.
A menudo se sorprendía de su propia frivolidad al hablar –o pensar-
de tan macabros temas. Desde niña le atrajeron esas cosas. No
soportaba un cuento sin brujas, ogros atormentados, o maldiciones por
incumplir la palabra dada. Y aunque nunca creyó del todo, tampoco era
totalmente escéptica. No podía cree en un infierno que no había
visto, pero tampoco dejar de temer algo cuya inexistencia era
indemostrables…
Lo que había tras la Muerte, pensaba mientras se relamía sacando de
su bolsita un dulce alargado lo más sugerentemente que pudo, siempre
había sido un misterio. La Iglesia siempre lo había ocultado
concienzudamente: ha buscado la felicidad de la gente mediante su
ignorancia. Y eso demostraba que sabían algo más. Y por tanto, que
lo había.
Semana Santa y Todos los Santos en los equinoccios, Navidad y San Juan
en los solsticios…ha erradicado a las demás culturas y se ha
apropiado de sus costumbres, eclipsándolas con las suyas propias. Ha
quemado libros y cerrado bocas durante siglos; cruzadas, guerras
santas, evangelizaciones, expulsiones, inquisiciones…no hay ni que
leer la mitad del primer libro de la Biblia para ver cómo es
castigado el conocimiento, materializado en una manzana prohibida.
Y todo eso sin dejar de predicar la bondad como la máxima del
cristianismo. Tal vez de verdad sea éste el mal menor, pero… ¿de
qué quieren protegernos? ¿Realmente merece la pena? ¿Y si era
verdad todo lo que había leído sobre el tema? Bendiciones,
exorcismos, y expulsiones de seres malditos e infernales, alejados de
este mundo hasta el día del Apocalipsis. ¿Por qué no? “¿Why
not?”, susurró. Y, temiendo que le hubiera escuchado –aunque no
fue así- y le preguntase a qué venía eso, apoyó rápidamente su
pie descalzo en la entrepierna del chico, que se atragantó. 
-Me gusta cuando callas, porque estás como ausente –recitó él-
luego me pateas y que AÚN no estás muerta. 
Ambos rieron. La chica temía haberle hecho daño, pero tampoco fue
así. Él le cogió suavemente la pierna con ambas manos, y dejándola
en el suelo, con delicadeza y muy lentamente, besó su rodilla y
añadió:
-¿Dónde quedó lo de dejar un cadáver bonito? ¡Deja de comer,
cerdita!

puntos 7 | votos: 7
Capítulo tercero. - Aún estaba absorto cuando apareció en la puerta, irrumpiendo en sus
pensamientos –y en la cocina- saltando como una chiquilla. Iba
descalza y apenas parecía haber peinado sus dorados cabellos que
agitaba alegremente haciéndolos refulgir con los rayos de sol que
entraban de forma casi horizontal por la otra ventana. Lucía,
únicamente, un hermoso vestido de gasa que con motivos florales en
tonos apagados. Era corto. Muy muy corto, y a través de su delgada
tela, se apreciaba cada detalle de su cuerpo, únicamente disimulados
por las diminutas florecillas en él representadas, y por su forma
holgada.
Se sentía devorada por los ojos de él. Podía ver en su mirada hasta
el último de sus deseos. Algunos muy románticos y apasionados, y
otros más bien cariñosos. Unos perfectamente razonables, y otros
tremendamente depravados. Pero a través del par de metros que les
separaban, podía sentir en su piel las más mínimas de sus caricias.
Mucho más que hacía un rato, cuando estaba desnuda.
Fue, entonces, a acercarse a él, realizando con impecable gracia
giros de bailarina que hacían levantarse los volantes de su vestido.
Pero antes de que poder preguntarle lo bien que le quedaba, derribó
un vaso de zumo que cayó al suelo, quebrándose al instante. Por fin,
salió de la profundidad de sus pensamientos, y se acercó a ella
diciendo:
-¿Y ahora a quién le tocará recoger esto? ¿Al criminólogo, al
forense, o al de balística?
Ella no dijo nada, y dándole la espalda, se agachó a limpiarlo,
dejando a su escaso atuendo mostrar lo realmente escaso que era: no
llevaba nada bajo el vestido. Le cogió los hombros, besó su
coronilla, y bajó lentamente las manos hacia su escote. O lo
intentó.
-Déjame, guarro –le dijo fríamente-. ¿Las has preparado ya? 
-¿Las tostadas? Por supuesto, están…
Pero la fulminante mirada de la no sólo le advirtió que no estaba
para bromas, sino que le recordó el motivo: su obsesión casi
enfermiza por la limpieza.
-Pues claro –dijo él, sacando sendos revólveres de los bolsillos
traseros de su pantalón, que ella miró con desdén. Y dejándolos en
la mesa junto a dos dagas relucientes como que les acababa de sacar
brillo, añadió-. Deja que te ayude…
Después, se sentaron a la mesa de la cocina, un frente a otro  y con
las armas en medio, revueltas con las magdalenas. El desayuno
transcurría con una aburrida e inesperada normalidad, sólo
interrumpida por miradas furtivas y traviesas, que como dos
desconocidos que se gustaban al verse por primera vez en unas
circunstancias que le impedían demostrarlo. O, más bien, como dos
tímidos adolescentes en su primera cita, que no sabían qué debían
hacer ni hasta dónde llegar, pensó cuando sintió el pie de la chica
sobre su rodilla.
puntos 9 | votos: 9
Capítulo segundo. - Minutos después, tras preparar el generoso desayuno, sacó un
cigarrillo y se apoyó en la ventana para esperarla. Ni siquiera le
gustaba fumar. Pero sabía que era malo para la salud, y ya que iban a
morir… Aunque en realidad, el dudaba. Un poco, al menos. Ahora que
le iba bien… “Y tan bien”, se dijo al mirar a la ventana que
había enfrente: era la habitación en la que ella se cambiaba. O más
bien seguía buscando algo que ponerse. Podía verla claramente en un
gran espejo que había justo frente a la ventana…
Realmente era un fastidio. Toda una putada, por qué no decirlo. No
quería morir. Apenas hacía dos meses que habían empezado a vivir la
vida. Ya hacía casi un año que se conocían, pero no fue hasta el
cumpleaños de ella cuando decidieron que iban a morir juntos, que no
iba a pasar a pasar de los veinte. Fue entonces cuando lo planificaron
todo.
Su mano inexperta sacudió la ceniza del cigarrillo. Resignado a que
era incapaz de no mirar a la ventana de enfrente, dejó de tratar de
concentrarse en los gorriones que cantaban al nuevo día en un árbol
cercano. Y siguió pensando en las últimas semanas. En la decisión
que habían tomado. La idea era sencilla: vender cuanto tenían,
gastar todo el dinero en caprichos efímeros (como la existencia
humana) y en cuanto se acabase, colgarse. De una viga. Juntos. 
Él lo había vendido todo, salvo la ropa que ahora mismo llevaba
puesta –después había comprado más y mejor, pero éste seguía
siendo su capricho favorito-, y su vieja máquina de escribir. En
cuanto a ella…confiaba en la chica que le había convencido de
aquella locura, tanto como en él mismo, pero aunque su familia
siempre había sido un tema tabú desde el principio, sabía que
debía ser bastante rica. Y su habilidad para gastar el dinero en
vestiditos bonitos se lo demostraba. Seguramente no le había mentido
y había vendido cuanto tenía, pero fácilmente podría haber
conseguido más. La antigua mansión en la que ahora mismo estaban la
habían alquilado con lo que sacaron al vender un deportivo, según
ella, heredado.
Una ráfaga de viento tan frío que hizo enmudecer un momento a los
pajaritos le hizo volver al “ahora”. Ya veía a la chica. Después
de todo, no era tan difícil no fijarse en ella, lo había hecho sin
darse cuenta. Ser rio para sí. Tiró el más de medio cigarro que le
quedaba, cerró la ventana, y se volvió hacia la puerta dispuesto a
esperarla con la mejor de las sonrisas. No iba a permitir que las
dudas y sospechas sobre el incierto origen de la chica de la que
estaba locamente enamorado le hicieran desconfiar de su amor, ni que
le arruinasen su último día con ella. 
Y volvió a sus pensamientos. No es que no quisiera morir. Había
jurado hacerlo. Y a la persona que amaba. Y se consideraba de esos
pocos –y en peligro de extinción- que aun preferirían perder la
vida a la palabra dada. Sí, prefería morir a vivir sin nada, sin
bienes terrenales, ni palabra... ni amor. Quería morir. Pero no le
parecía algo “bueno”, por lo que no quería que ella muriese. Por
eso, aunque no estaba seguro, esperaba que su plan…
puntos 9 | votos: 9
Capítulo primero. - El cielo amanecía claro y despejado. Los cristales del amplio
ventanal, impolutos como siempre, impedía que la suave pero gélida
brisa propia de enero penetrase en la habitación, permitiendo así
que los amantes que habían dormido en su interior pensar que hacía
un buen día. Hasta hacía sol.
Ella despertó primero. Y sabía que el buen tiempo en aquella época
del año no era más que mera ilusión. Pero le gustó el día que
acababa de ver empezar, desde que la claridad previa al alba iluminó
el cielo, hasta que los primeros rayos tiñeron de innumerables tonos
púrpura las escasas nubes, que se empequeñecían en el horizonte,
como dejando paso al astro rey. 
Era un buen día para morir, se dijo a sí misma en voz no lo
suficientemente alta como para arriesgarse a despertarlo, pero sí
como para sentirse una idiota que hablaba sola. Aunque en cuestión de
una fracción de segundo, este sentimiento desapareció,
convirtiéndose en una amplia sonrisa no mucho menos idiota. 
Y decidió despertar a quien consideraba el amos de su –corta- vida.
Su sonrisa se llenó entonces de esa picaresca que tanto le gustaba a
él, y cuidadosamente para no hacer ruido, se acercó al extremo de la
ventana, abrió las cortinas de par en par, inundando el que habría
de ser el lecho de sus prematuras muertes con una embriagadora luz
matinal que cubrió el rostro del chico sin que este de inmutase
siquiera. 
La sonrisa volvió a ser idiota. Y feliz. Y tranquila. Pero sobre todo
sincera. Con cierto aire melancólico. Cerró entonces las
translúcidas cortinas lentamente, y se quitó su corto insinuante
camisón, quedando totalmente desnuda. Y se acostó con delicadeza
sobre el pecho de él, que por fin despertó.
Buenos días, le dijo. Y le besó la frente apartándole el flequillo
con la nariz. 
-Hoy sí –suplicó ella-. Por favor… 
-En fin- suspiró él. La cogió por los brazos, tal vez con demasiada
fuerza, como suele pasar cuando aún se están desperezando los
músculos, y girando ambos, se puso sobre ella, enredándose en las
sábanas -… Pero tendrás que vestirte- añadió tan amable y
cariñosamente como pudo. Ella susurró un gracias, y tras besarle la
mejilla sin afeitar, se escabulló de entre sus brazos más
rápidamente de lo que él hubiese querido, haciendo brincar
alegremente sus atributos femeninos de camino a la habitación
contigua, en la que se encontraba  el armario. 
-Y habrá que desayunar bien –Añadió casi a gritos. Y se dirigió
a la cocina.
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Me acerqué a ella. - Estaba donde siempre, sentada ella sola, con sus gafas de sol y la
mitad inferior de su rostro tan inexpresivo como le era posible,
fumando en SU banco. Haciendo un increíble, si es que mi modestia ve
bien llamarlo así, acopio de valor, logré decir:
-¿Tienes fuego?
Tardó unos instantes en girarse hacia mí. Seguía callada e
impasible. No podía ver sus ojos, pero consideré como evidente que
me analizaba de arriba abajo.
“Por supuesto.”, dijo. Llamó mi atención el tono casi
“cálido” con el que lo dijo frente a la inexpresividad de su
rostro. Más tarde supuse que lo único dulce en sus palabras fueron
las ganas que tenía de conocer su voz.
Ni se movió durante unos segundos. Después se volvió hacia mí otra
vez, y también yo tardé otro momento en reaccionar, en entender. Me
incliné sobre ella, prendiendo mi cigarrillo directamente del suyo.
Era una posición patética, si alguien nos estuviese viendo, se
reiría. Pero no quería alejarme de ella, y seguí succionando hasta
que me dolían los pulmones. Entonces, me echo una bocanada de humo en
la cara. No sé si lo hizo intencionadamente, pero al momento me
aparté. Pregunté si podía sentarme, y ante la ausencia de
respuesta, lo hice.
No me atrevía a mirarla, pero sabía que tampoco ella me miraba a
mí. 
-¿Sabes?-Dije. Y en ese momento creí sentir que sí me miraba-
Hacía casi dos años que no fumaba. Pero llevo viéndote en este
banco desde que empezó el curso,  cada martes, a la misma hora.
–las palabras brotaban de mi boca con una ligereza que no se había
manifestado en las docenas de veces que las había practicado- Y hasta
hoy, que es el último, no se me ha ocurrido una excusa mejor para
hablarte.
No dijo nada.
Seguí:
-Así que…me llamo Ray -Sonreí. Le ofrecí una mano sincera. Pero
mi nombre real…ni pude recordarlo.
-Enhorabuena -me dijo. 
Dejó caer la colilla y levantándose, se fue sin decir palabra. La
miraba. Sabía que la miraba. Y yo sabía que ella sabía que la
miraba.
-A tu izquierda- añadió cuando ya estaba a una
distancia…suficiente. Miré a mi izquierda pero no vi nada. Ni a
nadie. No sé por qué, esperaba ver a otra persona. Me sentí idiota
por dejarla ir. Me dispuse a echar a correr tras ella y alcanzarla
antes de que doblase la esquina, pues algo me decía que en cuanto lo
hiciese, desaparecería. Pero cuando fui a levantarme apoyando las
manos en el banco noté algo bajo la mano izquierda. Era una nota.
“No llames”, ponía. Y un número. Falso. De ocho dígitos.
A no ser que añadiese un seis al principio…
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La miraba fijamente, - , en silencio, con un rostro inexpresivo, y así siguió hasta que se
quedó sin palabras.
Y después… siguió contemplándola sin decir nada unos segundos
más. Se sintió cruel por encontrarla preciosa aun en ese estado: sus
ojos empezaban a humedecerse, y sus crueles palabras habían dejado
paso a los sollozos. 
Y entonces, pasados unos eternos segundos, la abrazó. Aunque más que
abrazarla, la cogió. Se lanzó a ella y la rodeó con sus brazos
bruscamente, sujetándola, estrujándola, aferrándose ella cual si
temiese perderla. Y eso era justo lo que temía. Hasta que por fin,
susurró a su oído:
-Dime que me sigues queriendo. 
Se alejó de él empujando su pecho; esta vez fue ella la del cruel
silencio y la mirada fija. Y se mantuvo así un instante tan largo
como le fue posible, hasta que una lágrima escapó acariciando. Se la
quitó rápidamente, con el hombro para no apartar las manos de su
cuerpo, al que ya apenas rozaba, hasta podría decirse que le
acariciaba. Y con un hilo de voz le dijo, en un tono bastante más
molesto de lo que habría querido:
-Eres un completo gilipollas.
Subió entonces sus manos hacia los hombros de él, para después
enredarlas tras su cuello, y aún dudaba si besarle o seguir
fingiéndose enfadada cuando la interrumpió un leve susurro que
decía “TU gilipollas”, y hubo de volver a dejar caer sus brazos,
porque lo de él, esta vez con cierta firmeza y seguridad la tomaban
por la cintura atrayéndola lentamente hacia sí.
Y acurrucada en su pecho, agarrada a su cintura por dentro de la
camiseta, sintiendo como le acariciaba el pelo con manos temblorosas,
pudo escuchar su corazón. Sus latidos sonaban acelerados, realmente
le había hecho pensar que se iría para siempre. Y eso lo asustaba.
Mucho. Cerró los ojos y, sonriendo, pensó “mi gilipollas….”.

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Se quitó la camiseta. - Se acercó mucho a mí y plantó sus manos en mi trasero. Podía
sentir sus dedos clavarse en mí, y di un salto hacia él,
aferrándome a su cuerpo. Abracé su cintura con mis piernas, clavé
mis uñas en su espalda y mis dientes en su cuello. Podía sentir
cómo se estremecía cada vez que apretaba un poco más. Podía sentir
su cada vez más abultado paquete en mi cada vez más húmeda
entrepierna a través de nuestra ropa. Podía sentir su cálido
aliento en mi oído, me susurraba cosas bonitas, pero yo no le oía.
Sólo podía oír su pulso acelerado mientras sus manos subían por
dentro de mi camiseta, acariciando mi espalda, buscando algo que
desabrochar… Y entonces me di cuenta: no soy un buen escritor. No
sé escribir sobre una chica en primera persona. No sé ni ponerle
final ¿Hay alguna usuaria aburrida que me ayude?
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Me encanta - compartir defectos.
puntos 17 | votos: 19
Se puede morir de tristeza, - de desesperación y hasta de amor. Pero...¿suicidio?
Eso no es más que un patético eufemismo.
puntos 13 | votos: 13
¿De verdad - no me echas de menos?
puntos 20 | votos: 20
El problema de la distancia - no es que haya discusiones. Ésas son inevitables en cualquier
circunstancia. El problema es que no hay abrazo de reconciliación.

puntos 17 | votos: 17
Mis ojos añoran - verse en tus ojos.
puntos 14 | votos: 14
Puedo arrancarte risas sinceras, - dulces instantes o crueles lamentos,
profundos suspiros, cuán-me-arrepientos,
o eternos instantes de infinita espera.

Pasarás en vela la noche entera,
antes de que entre en tu entendimiento
no existo más que como sentimiento
pero voy a absorber tu vida entera.

Puedo hacer que olvides cuanto te apena
para que te sientas aún peor
puedo hacer que se te hiele la sangre en las venas

Sin dejarte de hacer sentir calor,
sólo el poeta me comprende apenas
yo soy el todopoderoso Amor.
puntos 14 | votos: 14
Ese incómodo momento - cuando el psiquiatra te dice que eres superdotado y tu coficiente
intelectual pertenece al pertenece al percentil 97 explicándote lo
que significa como si fueras idiota.
puntos 7 | votos: 7
A ese tiempo infame, - lo llaman siglo de Oro. Mas lo cierto es que, quién lo vivimos oro
vimos poco, y plata la justa. Sacrificio estériles gloriosas
derrotas, corrupción, picaresca, miseria y poca vergüenza, de eso
sí que tuvimos a espuertas. Lo que pasa es que luego uno va y mira un
cuadro de Diego Velázquez, oye unos versos de Lope o Calderón, lee
un soneto de don Francisco de Quevedo, y se dice, que tal vez mereció
la pena.
puntos 26 | votos: 28
Peor que hablar de ella en subjuntivo - es pensar en ella en pasado
y no atreverse ni a nombrarla.

puntos 13 | votos: 13
Porque son, niña, tus tetas, - Cual manzanitas, te quejas
Pues bien plana era Afrodita,
Planas son todas las elfas,
Y plana es la de mis sueños
Porque me gustan pequeñas.

Son.los detalles pequeños
Los que hacen un gran libro
Y los pequeños recuerdos
Los que es escapan al olvido.
El.perfume y el veneno
Van en frascos chiquititos
Como todo lo que es bueno,
Lo realmente exquisito.

Es tu perfecta silueta
Apetecible a cualquiera
Y de hermosura envidiable
Por la puta y la princesa
Y sin embargo
Sé que te quejas
Porque sin curvas
Crees que te quedas
Pues no lo creas,
Que parecen tus manzanas,
Tan blanquitas y pequeñas
La cuartilla en que escribir
El mejor de los poemas.

En tu delicado pecho,
Tus bellas y hermosas tetas,
El palacio que es tu cuerpo
Lo coronan cual almenas
Y sin embargo
Sé que te quejas
Porque sin curvas
Crees que te quedas
Pues no lo creas
Que parecen, si jadeas,
Dos palpitantes colinas
De flores blancas cubiertas
Que se agitan con la brisa.

Es tu cuerpo de modelo
Lo más bonito del mundo
Y por poséerlo un momento
Me haría eternamente tuyo
Y sin embargo
Sé que te quejas
Porque sin curvas
Crees que te quedas
Pues no lo creas
Que parecen tus pezones
Dos golosinas rosadas,
El repostre sobre el postre,
La guinda sobre las tartas.

Porque son, niña tus tetas,
Cual dos ciruelas, te quejas
Tal vez si un par de melones
Se tornasen, lo sintieras.
puntos 19 | votos: 21
El amor te vuelve idiota. - ¿Existe mejor evidencia que ésa de que todos amamos?
puntos 10 | votos: 10
Qué hermoso es el sol - Cuando amaneciendo
Por tras de las cumbres
Sube refulgiendo

Tan majestuoso
Con su luz y fuego
Ilumina el mundo
Con apenas verlo.

Qué hermosa la Luna,
De tinieblas reina
Que cubre la noche
Con su luz incierta.

Luz de nieve y plata
Que juega en la niebla
Plagando la tierra
De sombras siniestras.

Qué hermosa es la noche,
Qué hermoso es el día,
Qué hermoso este mundo,
Qué hermosa la vida,

Mas no es suficiente
A mi alma vacía
Desde el mal momento
Que vi a aquella chica

Mi sed de belleza
Ya no se sacía
Pues sé que no existe
Beldad parecida

¡Maldito aquel día
Que no se me olvida,
Y mis noches sin ella,
También sean malditas!
puntos 18 | votos: 18
-Entonces...¿te gusta? - -Pues claro.
-No lo entiendo...¿Por qué no le pides salir?
-La quiero demasiado para enfrentarme a la posibilidad de su rechazo.
puntos 9 | votos: 9
2.013 - My Chemical Romance se separa,
Ray Harryhausen se muere,
Johnny Depp de retira,
Sería más llevadero con alguien a quien contárselo...

puntos 163 | votos: 169
Soy muy hipócrita. - Mi mayor deseo es poder olvidarte,
pero mi peor temor es que me olvides.
puntos 18 | votos: 20
Enamórate de unos ojos, - las tetas se caen.
puntos 7 | votos: 7
El verdso libre es de vagos. - El asíndeton también,
y el encabalgamiento…
Eso nunca queda bien.

Coge cuatro frases tontas,
pulsa muchas veces intro
por cada una, tres renglones,
igual queda hasta bonito.

Sílabas no hay que contar,
la rima no nos importa,
y si alguien ve que queda mal,
di que tú no sigues normas,

Quedarás de inconformista,
de subversivo total,
y de incomprendido artista,
pero de poeta, JAMÁS.
puntos 16 | votos: 16
Crecer no es más - que acumular recuerdos.
Mayormente, malos.
puntos 8 | votos: 10
El morir sabe a dolor, - y a mí me duele quererte,
mas no me causa temor
la llegada de la Muerte,

y disfruto este sabor,
que cada vez es más fuerte
hasta que muera de amor
saboreando el no verte.





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