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06.02.2011

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Impermeable - Descripción gráfica
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Como toques ami amigo - el perro te cagas ¡solo lo ahorco yo!
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skate or die :) - le deje el skate a devora y ....................... no kreo k fuese buena idea :(
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Mentira del profesor #3: - El parte no te lo pongo yo,
te lo pones tu solo
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Diferencia entre ponerte malo: - Un lunes                                                         Un viernes
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Niños de 12 - que se creen guais, porque beben Monster
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Solo quien haya jugado - puede comprendernos
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Chupar la sal - De las pipas antes de comertelas.
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Copia barata - Versión gráfica

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Este soy yo - los viernes después del instituto
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MAMA, MAMA... - dame dinero para dárselo a un pobre señor que está gritando por la calle 
—Y que grita ese señor? 
—!Helados... lleven sus helados!
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Si, sobre todo - si no era muy guapa
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Mi instituto es como Zombieland, - lo que pasa, es que en vez de ser zombies, son canis
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El gato es mío - y me lo follo cuando quiero.

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Pues tu por listo - te quedas sin Kalise
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Desmotivaciones es una naranja - Al principio esta la dura y áspera Cola.
Pero luego viene la dulce y jugosa principal.
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Worms - Quien no haya jugado, es que no ha tenido infancia
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El vidrio que se desvaneció - Habían pasado aproximadamente diez años desde el día en que los
Dursley se
despertaron y encontraron a su sobrino en la puerta de entrada, pero
Privet Drive no
había cambiado en absoluto. El sol se elevaba en los mismos
jardincitos, iluminaba el
número 4 de latón sobre la puerta de los Dursley y avanzaba en su
salón, que era casi
exactamente el mismo que aquél donde el señor Dursley había oído
las ominosas
noticias sobre las lechuzas, una noche de hacía diez años. Sólo las
fotos de la repisa de
la chimenea eran testimonio del tiempo que había pasado. Diez años
antes, había una
gran cantidad de retratos de lo que parecía una gran pelota rosada
con gorros de
diferentes colores, pero Dudley Dursley ya no era un niño pequeño, y
en aquel
momento las fotos mostraban a un chico grande y rubio montando su
primera bicicleta,
en un tiovivo en la feria, jugando con su padre en el ordenador,
besado y abrazado por
su madre... La habitación no ofrecía señales de que allí viviera
otro niño.
Sin embargo, Harry Potter estaba todavía allí, durmiendo en aquel
momento,
aunque no por mucho tiempo. Su tía Petunia se había despertado y su
voz chillona era el
primer ruido del día.
—¡Arriba! ¡A levantarse! ¡Ahora!
Harry se despertó con un sobresalto. Su tía llamó otra vez a la
puerta.
—¡Arriba! —chilló de nuevo. Harry oyó sus pasos en dirección a
la cocina, y
después el roce de la sartén contra el fogón. El niño se dio la
vuelta y trató de recordar
el sueño que había tenido. Había sido bonito. Había una moto que
volaba. Tenía la
curiosa sensación de que había soñado lo mismo anteriormente.
Su tía volvió a la puerta.
—¿Ya estás levantado? —quiso saber.
—Casi —respondió Harry
—Bueno, date prisa, quiero que vigiles el beicon. Y no te atrevas a
dejar que se
queme. Quiero que todo sea perfecto el día del cumpleaños de Duddy.
Harry gimió.
—¿Qué has dicho? —gritó con ira desde el otro lado de la
puerta.
—Nada, nada...
El cumpleaños de Dudley... ¿cómo había podido olvidarlo? Harry se
levantó
lentamente y comenzó a buscar sus calcetines. Encontró un par debajo
de la cama y,
después de sacar una araña de uno, se los puso. Harry estaba
acostumbrado a las arañas,
porque la alacena que había debajo de las escaleras estaba llena de
ellas, y allí era donde
dormía.
Cuando estuvo vestido salió al recibidor y entró en la cocina. La
mesa estaba casi
cubierta por los regalos de cumpleaños de Dudley. Parecía que éste
había conseguido el
ordenador nuevo que quería, por no mencionar el segundo televisor y
la bicicleta de
carreras. La razón exacta por la que Dudley podía querer una
bicicleta era un misterio
para Harry, ya que Dudley estaba muy gordo y aborrecía el ejercicio,
excepto si
conllevaba pegar a alguien, por supuesto. El saco de boxeo favorito de
Dudley era
Harry, pero no podía atraparlo muy a menudo. Aunque no lo parecía,
Harry era muy
rápido.
Tal vez tenía algo que ver con eso de vivir en una oscura alacena,
pero Harry había
sido siempre flaco y muy bajo para su edad. Además, parecía más
pequeño y enjuto de
lo que realmente era, porque toda la ropa que llevaba eran prendas
viejas de Dudley, y
su primo era cuatro veces más grande que él. Harry tenía un rostro
delgado, rodillas
huesudas, pelo negro y ojos de color verde brillante. Llevaba gafas
redondas siempre
pegadas con cinta adhesiva, consecuencia de todas las veces que Dudley
le había
pegado en la nariz. La única cosa que a Harry le gustaba de su
apariencia era aquella
pequeña cicatriz en la frente, con la forma de un relámpago. La
tenía desde que podía
acordarse, y lo primero que recordaba haber preguntado a su tía
Petunia era cómo se la
había hecho.
—En el accidente de coche donde tus padres murieron —había
dicho—. Y no
hagas preguntas.
«No hagas preguntas»: ésa era la primera regla que se debía
observar si se quería
vivir una vida tranquila con los Dursley.
Tío Vernon entró a la cocina cuando Harry estaba dando la vuelta al
tocino.
—¡Péinate! —bramó como saludo matinal.
Una vez por semana, tío Vernon miraba por encima de su periódico y
gritaba que
Harry necesitaba un corte de pelo. A Harry le habían cortado más
veces el pelo que al
resto de los niños de su clase todos juntos, pero no servía para
nada, pues su pelo seguía
creciendo de aquella manera, por todos lados.
Harry estaba friendo los huevos cuando Dudley llegó a la cocina con
su madre.
Dudley se parecía mucho a tío Vernon. Tenía una cara grande y
rosada, poco cuello,
ojos pequeños de un tono azul acuoso, y abundante pelo rubio que
cubría su cabeza
gorda. Tía Petunia decía a menudo que Dudley parecía un angelito.
Harry decía a
menudo que Dudley parecía un cerdo con peluca.
Harry puso sobre la mesa los platos con huevos y beicon, lo que era
difícil porque
había poco espacio. Entretanto, Dudley contaba sus regalos. Su cara
se ensombreció.
—Treinta y seis —dijo, mirando a su madre y a su padre—. Dos
menos que el año
pasado.
—Querido, no has contado el regalo de tía Marge. Mira, está debajo
de este grande
de mamá y papá.
—Muy bien, treinta y siete entonces —dijo Dudley, poniéndose
rojo.
Harry; que podía ver venir un gran berrinche de Dudley, comenzó a
comerse el
beicon lo más rápido posible, por si volcaba la mesa.
Tía Petunia también sintió el peligro, porque dijo rápidamente:
—Y vamos a comprarte dos regalos más cuando salgamos hoy. ¿Qué te
parece,
pichoncito? Dos regalos más. ¿Está todo bien?
Dudley pensó durante un momento. Parecía un trabajo difícil para
él. Por último,
dijo lentamente.
—Entonces tendré treinta y.. treinta y..
—Treinta y nueve, dulzura —dijo tía Petunia.
—Oh —Dudley se dejó caer pesadamente en su silla y cogió el
regalo más
cercano—. Entonces está bien.
Tío Vernon rió entre dientes.
—El pequeño tunante quiere que le den lo que vale, igual que su
padre. ¡Bravo,
Dudley! —dijo, y revolvió el pelo de su hijo.
En aquel momento sonó el teléfono y tía Petunia fue a cogerlo,
mientras Harry y tío
Vernon miraban a Dudley, que estaba desembalando la bicicleta de
carreras, la
filmadora, el avión con control remoto, dieciséis juegos nuevos para
el ordenador y un
vídeo. Estaba rompiendo el envoltorio de un reloj de oro, cuando tía
Petunia volvió,
enfadada y preocupada ala vez.
—Malas noticias, Vernon —dijo—. La señora Figg se ha fracturado
una pierna. No
puede cuidarlo. —Volvió la cabeza en dirección a Harry.
La boca de Dudley se abrió con horror, pero el corazón de Harry dio
un salto. Cada
año, el día del cumpleaños de Dudley, sus padres lo llevaban con un
amigo a pasar el
día a un parque de atracciones, a comer hamburguesas o al cine. Cada
año, Harry se
quedaba con la señora Figg, una anciana loca que vivía a dos
manzanas. Harry no podía
soportar ir allí. Toda la casa olía a repollo y la señora Figg le
hacía mirar las fotos de
todos los gatos que había tenido.
—¿Y ahora qué hacemos? —preguntó tía Petunia, mirando con ira
a Harry como si
él lo hubiera planeado todo. Harry sabía que debería sentir pena
por la pierna de la
señora Figg, pero no era fácil cuando recordaba que pasaría un año
antes de tener que
ver otra vez a Tibbles, Snowy, el Señor Paws o Tufty.
—Podemos llamar a Marge —sugirió tío Vernon.
—No seas tonto, Vernon, ella no aguanta al chico.
Los Dursley hablaban a menudo sobre Harry de aquella manera, como si
no
estuviera allí, o más bien como si pensaran que era tan tonto que no
podía entenderlos,
algo así como un gusano.
—¿Y qué me dices de... tu amiga... cómo se llama... Yvonne?
—Está de vacaciones en Mallorca —respondió enfadada tía
Petunia.
—Podéis dejarme aquí —sugirió esperanzado Harry. Podría ver lo
que quisiera en
la televisión, para variar, y tal vez incluso hasta jugaría con el
ordenador de Dudley
Tía Petunia lo miró como si se hubiera tragado un limón.
—¿Y volver y encontrar la casa en ruinas? —rezongó.
—No voy a quemar la casa —dijo Harry, pero no le escucharon.
—Supongo que podemos llevarlo al zoológico —dijo en voz baja tía
Petunia—... y
dejarlo en el coche...
—El coche es nuevo, no se quedará allí solo...
Dudley comenzó a llorar a gritos. En realidad no lloraba, hacía
años que no lloraba
de verdad, pero sabía que, si retorcía la cara y gritaba, su madre
le daría cualquier cosa
que quisiera.
—Mi pequeñito Dudley no llores, mamá no dejará que él te
estropee tu día especial
—exclamó, abrazándolo.
—¡Yo... no... quiero... que... él venga! —exclamó Dudley entre
fingidos
sollozos—. ¡Siempre lo estropea todo! —Le hizo una mueca burlona
a Harry, desde los
brazos de su madre.
Justo entonces, sonó el timbre de la puerta.
—¡Oh, Dios, ya están aquí! —dijo tía Petunia en tono
desesperado y, un momento
más tarde, el mejor amigo de Dudley, Piers Polkiss, entró con su
madre. Piers era un
chico flacucho con cara de rata. Era el que, habitualmente, sujetaba
los brazos de los
chicos detrás de la espalda mientras Dudley les pegaba. Dudley
suspendió su fingido
llanto de inmediato.
Media hora más tarde, Harry, que no podía creer en su suerte, estaba
sentado en la
parte de atrás del coche de los Dursley, junto con Piers y Dudley,
camino del zoológico
por primera vez en su vida. A sus tíos no se les había ocurrido una
idea mejor, pero
antes de salir tío Vernon se llevó aparte a Harry.
—Te lo advierto —dijo, acercando su rostro grande y rojo al de
Harry—. Te estoy
avisando ahora, chico: cualquier cosa rara, lo que sea, y te quedarás
en la alacena hasta
la Navidad.
—No voy a hacer nada —dijo Harry—. De verdad...
Pero tío Vernon no le creía. Nadie lo hacía.
El problema era que, a menudo, ocurrían cosas extrañas cerca de
Harry y no
conseguía nada con decir a los Dursley que él no las causaba.
En una ocasión, tía Petunia, cansada de que Harry volviera de la
peluquería como
si no hubiera ido, cogió unas tijeras de la cocina y le cortó el
pelo casi al rape,
exceptuando el flequillo, que le dejó «para ocultar la horrible
cicatriz». Dudley se rió
como un tonto, burlándose de Harry, que pasó la noche sin dormir
imaginando lo que
pasaría en el colegio al día siguiente, donde ya se reían de su
ropa holgada y sus gafas
remendadas. Sin embargo, a la mañana siguiente, descubrió al
levantarse que su pelo
estaba exactamente igual que antes de que su tía lo cortara. Como
castigo, lo encerraron
en la alacena durante una semana, aunque intentó decirles que no
podía explicar cómo
le había crecido tan deprisa el pelo.
Otra vez, tía Petunia había tratado de meterlo dentro de un
repugnante jersey viejo
de Dudley (marrón, con manchas anaranjadas). Cuanto más intentaba
pasárselo por la
cabeza, más pequeña se volvía la prenda, hasta que finalmente le
habría sentado como
un guante a una muñeca, pero no a Harry. Tía Petunia creyó que
debía de haberse
encogido al lavarlo y, para su gran alivio, Harry no fue castigado.
Por otra parte, había tenido un problema terrible cuando lo
encontraron en el techo
de la cocina del colegio. El grupo de Dudley lo perseguía como de
costumbre cuando,
tanto para sorpresa de Harry como de los demás, se encontró sentado
en la chimenea.
Los Dursley recibieron una carta amenazadora de la directora del
colegio, diciéndoles
que Harry andaba trepando por los techos del colegio. Pero lo único
que trataba de hacer
(como le gritó a tío Vernon a través de la puerta cerrada de la
alacena) fue saltar los
grandes cubos que estaban detrás de la puerta de la cocina. Harry
suponía que el viento
lo había levantado en medio de su salto.
Pero aquel día nada iba a salir mal. Incluso estaba bien pasar el
día con Dudley y
Piers si eso significaba no tener que estar en el colegio, en su
alacena, o en el salón de la
señora Figg, con su olor a repollo.
Mientras conducía, tío Vernon se quejaba a tía Petunia. Le gustaba
quejarse de
muchas cosas. Harry, el ayuntamiento, Harry, el banco y Harry eran
algunos de sus
temas favoritos. Aquella mañana le tocó a los motoristas.
—... haciendo ruido como locos esos gamberros —dijo, mientras una
moto los
adelantaba.
—Tuve un sueño sobre una moto —dijo Harry recordando de
pronto—. Estaba
volando.
Tío Vernon casi chocó con el coche que iba delante del suyo. Se dio
la vuelta en el
asiento y gritó a Harry:
—¡LAS MOTOS NO VUELAN!
Su rostro era como una gigantesca remolacha con bigotes.
Dudley y Piers se rieron disimuladamente.
—Ya sé que no lo hacen —dijo Harry—. Fue sólo un sueño.
Pero deseó no haber dicho nada. Si había algo que desagradaba a los
Dursley aún
más que las preguntas que Harry hacía, era que hablara de cualquier
cosa que se
comportara de forma indebida, no importa que fuera un sueño o un
dibujo animado.
Parecían pensar que podía llegar a tener ideas peligrosas.
Era un sábado muy soleado y el zoológico estaba repleto de familias.
Los Dursley
compraron a Dudley y a Piers unos grandes helados de chocolate en la
entrada, y luego,
como la sonriente señora del puesto preguntó a Harry qué quería
antes de que pudieran
alejarse, le compraron un polo de limón, que era más barato. Aquello
tampoco estaba
mal, pensó Harry, chupándolo mientras observaban a un gorila que se
rascaba la cabeza
y se parecía notablemente a Dudley, salvo que no era rubio.
Fue la mejor mañana que Harry había pasado en mucho tiempo. Tuvo
cuidado de
andar un poco alejado de los Dursley, para que Dudley y Piers, que
comenzaban a
aburrirse de los animales cuando se acercaba la hora de comer, no
empezaran a practicar
su deporte favorito, que era pegarle a él. Comieron en el restaurante
del zoológico, y
cuando Dudley tuvo una rabieta porque su bocadillo no era lo
suficientemente grande,
tío Vernon le compró otro y Harry tuvo permiso para terminar el
primero.
Más tarde, Harry pensó que debía haber sabido que aquello era
demasiado bueno
para durar.
Después de comer fueron a ver los reptiles. Estaba oscuro y hacía
frío, y había
vidrieras iluminadas a lo largo de las paredes. Detrás de los
vidrios, toda clase de
serpientes y lagartos se arrastraban y se deslizaban por las piedras y
los troncos. Dudley
y Piers querían ver las gigantescas cobras venenosas y las gruesas
pitones que
estrujaban a los hombres. Dudley encontró rápidamente la serpiente
más grande. Podía
haber envuelto el coche de tío Vernon y haberlo aplastado como si
fuera una lata, pero
en aquel momento no parecía tener ganas. En realidad, estaba
profundamente dormida.
Dudley permaneció con la nariz apretada contra el vidrio,
contemplando el brillo de
su piel.
—Haz que se mueva —le exigió a su padre.
Tío Vernon golpeó el vidrio, pero la serpiente no se movió.
—Hazlo de nuevo —ordenó Dudley.
Tío Vernon golpeó con los nudillos, pero el animal siguió
dormitando.
—Esto es aburrido —se quejó Dudley. Se alejó arrastrando los
pies.
Harry se movió frente al vidrio y miró intensamente a la serpiente.
Si él hubiera
estado allí dentro, sin duda se habría muerto de aburrimiento, sin
ninguna compañía,
salvo la de gente estúpida golpeando el vidrio y molestando todo el
día. Era peor que
tener por dormitorio una alacena donde la única visitante era tía
Petunia, llamando a la
puerta para despertarlo: al menos, él podía recorrer el resto de la
casa.
De pronto, la serpiente abrió sus ojillos, pequeños y brillantes
como cuentas. Lenta,
muy lentamente, levantó la cabeza hasta que sus ojos estuvieron al
nivel de los de
Harry.
Guiñó un ojo.
Harry la miró fijamente. Luego echó rápidamente un vistazo a su
alrededor, para
ver si alguien lo observaba. Nadie le prestaba atención. Miró de
nuevo a la serpiente y
también le guiñó un ojo.
La serpiente torció la cabeza hacia tío Vernon y Dudley, y luego
levantó los ojos
hacia el techo. Dirigió a Harry una mirada que decía claramente:
—Me pasa esto constantemente.
—Lo sé —murmuró Harry a través del vidrio, aunque no estaba
seguro de que la
serpiente pudiera oírlo—. Debe de ser realmente molesto.
La serpiente asintió vigorosamente.
—A propósito, ¿de dónde vienes? —preguntó Harry
La serpiente levantó la cola hacia el pequeño cartel que había
cerca del vidrio.
Harry miró con curiosidad.
«Boa Constrictor, Brasil.»
—¿Era bonito aquello?
La boa constrictor volvió a señalar con la cola y Harry leyó:
«Este espécimen fue
criado en el zoológico».
—Oh, ya veo. ¿Entonces nunca has estado en Brasil?
Mientras la serpiente negaba con la cabeza, un grito ensordecedor
detrás de Harry
los hizo saltar.
—¡DUDLEY! ¡SEÑOR DURSLEY! ¡VENGAN A VER A LA SERPIENTE! ¡NO
VAN A CREER LO QUE ESTÁ HACIENDO!
Dudley se acercó contoneándose, lo más rápido que pudo.
—Quita de en medio —dijo, golpeando a Harry en las costillas.
Cogido por
sorpresa, Harry cayó al suelo de cemento. Lo que sucedió a
continuación fue tan rápido
que nadie supo cómo había pasado: Piers y Dudley estaban inclinados
cerca del vidrio,
y al instante siguiente saltaron hacia atrás aullando de terror.
Harry se incorporó y se quedó boquiabierto: el vidrio que cerraba el
cubículo de la
boa constrictor había desaparecido. La descomunal serpiente se había
desenrollado
rápidamente y en aquel momento se arrastraba por el suelo. Las
personas que estaban en
la casa de los reptiles gritaban y corrían hacia las salidas.
Mientras la serpiente se deslizaba ante él, Harry habría podido
jurar que una voz
baja y sibilante decía:
—Brasil, allá voy... Gracias, amigo.
El encargado de los reptiles se encontraba totalmente conmocionado.
—Pero... ¿y el vidrio? —repetía—. ¿Adónde ha ido el vidrio?
El director del zoológico en persona preparó una taza de té fuerte
y dulce para tía
Petunia, mientras se disculpaba una y otra vez. Piers y Dudley no
dejaban de quejarse.
Por lo que Harry había visto, la serpiente no había hecho más que
darles un golpe
juguetón en los pies, pero cuando volvieron al asiento trasero del
coche de tío Vernon,
Dudley les contó que casi lo había mordido en la pierna, mientras
Piers juraba que había
intentado estrangularlo. Pero lo peor, para Harry al menos, fue cuando
Piers se calmó y
pudo decir:
—Harry le estaba hablando. ¿Verdad, Harry?
Tío Vernon esperó hasta que Piers se hubo marchado, antes de
enfrentarse con
Harry. Estaba tan enfadado que casi no podía hablar.
—Ve... alacena... quédate... no hay comida —pudo decir, antes de
desplomarse en
una silla. Tía Petunia tuvo que servirle una copa de brandy.
Mucho más tarde, Harry estaba acostado en su alacena oscura, deseando
tener un
reloj. No sabía qué hora era y no podía estar seguro de que los
Dursley estuvieran
dormidos. Hasta que lo estuvieran, no podía arriesgarse a ir a la
cocina a buscar algo de
comer.
Había vivido con los Dursley casi diez años, diez años
desgraciados, hasta donde
podía acordarse, desde que era un niño pequeño y sus padres habían
muerto en un
accidente de coche. No podía recordar haber estado en el coche cuando
sus padres
murieron. Algunas veces, cuando forzaba su memoria durante las largas
horas en su
alacena, tenía una extraña visión, un relámpago cegador de luz
verde y un dolor como el
de una quemadura en su frente. Aquello debía de ser el choque,
suponía, aunque no
podía imaginar de dónde procedía la luz verde. Y no podía recordar
nada de sus padres.
Sus tíos nunca hablaban de ellos y, por supuesto, tenía prohibido
hacer preguntas.
Tampoco había fotos de ellos en la casa.
Cuando era más pequeño, Harry soñaba una y otra vez que algún
pariente
desconocido iba a buscarlo para llevárselo, pero eso nunca sucedió:
los Dursley eran su
única familia. Pero a veces pensaba (tal vez era más bien que lo
deseaba) que había
personas desconocidas que se comportaban como si lo conocieran. Eran
desconocidos
muy extraños. Un hombrecito con un sombrero violeta lo había
saludado, cuando estaba
de compras con tía Petunia y Dudley Después de preguntarle con ira
si conocía al
hombre, tía Petunia se los había llevado de la tienda, sin comprar
nada. Una mujer
anciana con aspecto estrafalario, toda vestida de verde, también lo
había saludado
alegremente en un autobús. Un hombre calvo, con un abrigo largo,
color púrpura, le
había estrechado la mano en la calle y se había alejado sin decir
una palabra. Lo más
raro de toda aquella gente era la forma en que parecían desaparecer
en el momento en
que Harry trataba de acercarse.
En el colegio, Harry no tenía amigos. Todos sabían que el grupo de
Dudley odiaba
a aquel extraño Harry Potter, con su ropa vieja y holgada y sus gafas
rotas, y a nadie le
gustaba estar en contra de la banda de Dudley.
puntos 3 | votos: 3
Pues ya te puedes - ir montando la fiesta guapa.

puntos 19 | votos: 19
-¡Oh, no! ¡Han matado a Kenny! - +Da igual, ya resucitara en el próximo episodio
puntos 12 | votos: 12
¿Sabías que... - ...la superficie de nuestros pulmones es casi la misma que una pista
de tenis reglamentaria?
puntos 234 | votos: 240
no no no - comen nabos
puntos 22 | votos: 22
Publicidad engañosa - Sorprendentemente entretenida
puntos 970 | votos: 1008
Si aquí pone Google - que venga Dios y lo vea!

puntos 14 | votos: 14
¿Ah, si? - ¡¡PUES AHORA TE REVIENTO!!
puntos 1615 | votos: 1675
Los tres únicos chinos - que sabrías distinguir.
puntos -486 | votos: 690
SOY WILLIAM - HOLA  ALBERTO
puntos 6 | votos: 6
Chuck Norris - Practica natación en maicena
puntos 9 | votos: 11
Aburrimiento en clase - Nivel: Clase de matemáticas

puntos 15 | votos: 15
Jugar a fútbol con un globo - y Feel like a Messi
puntos 6 | votos: 8
Y si no sabes.... - Como se escribe Google?????
puntos 15 | votos: 15
Lee este texto rápidamente - Después tu me darás mi dinero
Velocidad partitura: Alegro
Hace tiempo de que pasó eso
¡Acaban de robarte tu cartera!
Uno, dos, tres, cuatro...
Espera un minuto más
Yo vengo de la analítica
Venga, hazlo tú, por favor
Llevo la vida más cruel de todas.


AHORA, LEE LA 3ª PALABRA DE LAS FRASES. PROBLEM?
puntos 11 | votos: 11
Tricicle - sacando una sonrisa desde tiempos inmemorables
puntos 8 | votos: 8
Porque Cleverbot, - aunque sea una máquina, también tiene inocencia

puntos 12091 | votos: 16247
Qué decir, - cuando sobran las palabras.
puntos 13 | votos: 13
Historial, tu no has visto nada... -
puntos 883 | votos: 1647
Será chulo, - prepotente, polémico y todo lo que queráis... pero consigue todo lo que quiere.
puntos 12 | votos: 12
Consecuencias  - de matar un champiñon
puntos 1245 | votos: 1471
No entiendo... - como hay gente que después de ver esto sigue fumando.

puntos 2052 | votos: 2304
¿Sabías que - el doble de Justin Bierber es una chica?
puntos 17 | votos: 21
Imaginación - El la tiene
puntos 3 | votos: 11
¡Oh no! - ¡Justin Biber entrenando con el barça!
¡CUIDADO REAL MADRID!
puntos 10 | votos: 12
Y luego dicen - que el cine español es malo...
puntos 4 | votos: 6
Un minuto de silencio - Por aquellas series olvidadas
que veíamos de pequeño

puntos -8 | votos: 18
¿Cual es el pokemon más tonto? - Pikachu, porque dice que le pica pero no se rasca
puntos 7 | votos: 13
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Its Something -
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