En Desmotivaciones desde:
28.11.2010

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Veterano Nivel 3Geek

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ami también me entra hipo... - cuando como tortilla de patatas fría
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Tonterías - que se contagian como la gripe.
puntos 16 | votos: 16
Pero ninguno teníamos - un plan B por si, en efecto,
había alguien.
puntos 7 | votos: 7
¡Quiero jugar a un juego! -
puntos 7 | votos: 7
Ehhh... - ...soy yo!!!

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Sublime -
puntos 8 | votos: 10
¡¡Que se acaba el verano!! -
puntos 26 | votos: 28
Cuando cantas - Como te ves                                    |                                   Como te ven
puntos 10 | votos: 10
A decir verdad, - es la canción la que cambia la letra 
para hacerme quedar en ridículo.
puntos 14 | votos: 14
Problem? -

puntos 17 | votos: 17
¿Qué harías si... - alguna vez miraras debajo de tu cama 
y realmente encontraras ahí al monstruo?
puntos 16 | votos: 16
Moraleja: - para dar lo mejor de tí mismo primero tienes que vencer tus miedos.
puntos 14 | votos: 16
Porque a mí - tampoco acabó de convencerme.
puntos 26 | votos: 26
Que es tan guapa - como tú.
puntos 10 | votos: 10
Vacío... - como el corazón del rico,
como el bolsillo del mendigo.

puntos 14 | votos: 16
Respuestas de abuelo,  - que te marcan para siempre.
puntos 7 | votos: 17
El duelo a medianoche - Harry nunca había creído que pudiera existir un chico al que
detestara más que a
Dudley, pero eso era antes de haber conocido a Draco Malfoy. Sin
embargo, los de
primer año de Gryffindor sólo compartían con los de Slytherin la
clase de Pociones, así
que no tenía que encontrarse mucho con él. O, al menos, así era
hasta que apareció una
noticia en la sala común de Gryffindor; que los hizo protestar a
todos. Las lecciones de
vuelo comenzarían el jueves... y Gryffindor y Slytherin aprenderían
juntos.
—Perfecto —dijo en tono sombrío Harry—. Justo lo que siempre he
deseado.
Hacer el ridículo sobre una escoba delante de Malfoy.
Deseaba aprender a volar más que ninguna otra cosa.
—No sabes aún si vas a hacer un papelón —dijo razonablemente
Ron—. De todos
modos, sé que Malfoy siempre habla de lo bueno que es en quidditch,
pero seguro que
es pura palabrería.
La verdad es que Malfoy hablaba mucho sobre volar. Se quejaba en voz
alta porque
los de primer año nunca estaban en los equipos de quidditch y contaba
largas y
jactanciosas historias, que siempre acababan con él escapando de
helicópteros pilotados
por muggles. Pero no era el único: por la forma de hablar de Seamus
Finnigan, parecía
que había pasado toda la infancia volando por el campo con su escoba.
Hasta Ron podía
contar a quien quisiera oírlo que una vez casi había chocado contra
un planeador con la
vieja escoba de Charles. Todos los que procedían de familias de magos
hablaban
constantemente de quidditch. Ron ya había tenido una gran discusión
con Dean
Thomas, que compartía el dormitorio con ellos, sobre fútbol. Ron no
podía ver qué tenía
de excitante un juego con una sola pelota, donde nadie podía volar.
Harry había
descubierto a Ron tratando de animar un cartel de Dean en que
aparecía el equipo de
fútbol de West Ham, para hacer que los jugadores se movieran.
Neville no había tenido una escoba en toda su vida, porque su abuela
no se lo
permitía. Harry pensó que ella había actuado correctamente, dado
que Neville se las
ingeniaba para tener un número extraordinario de accidentes, incluso
con los dos pies en
tierra.
Hermione Granger estaba casi tan nerviosa como Neville con el tema del
vuelo.
Eso era algo que no se podía aprender de memoria en los libros,
aunque lo había
intentado. En el desayuno del jueves, aburrió a todos con estúpidas
notas sobre el vuelo
que había encontrado en un libro de la biblioteca, llamado Quidditch
a través de los
tiempos. Neville estaba pendiente de cada palabra, desesperado por
encontrar algo que
lo ayudara más tarde con su escoba, pero todos los demás se
alegraron mucho cuando la
lectura de Hermione fue interrumpida por la llegada del correo.
Harry no había recibido una sola carta desde la nota de Hagrid, algo
que Malfoy ya
había notado, por supuesto. La lechuza de Malfoy siempre le llevaba
de su casa
paquetes con golosinas, que el muchacho abría con perversa
satisfacción en la mesa de
Slytherin.
Un lechuzón entregó a Neville un paquetito de parte de su abuela. Lo
abrió
excitado y les enseñó una bola de cristal, del tamaño de una gran
canica, que parecía
llena de humo blanco.
—¡Es una Recordadora! —explicó—. La abuela sabe que olvido
cosas y esto te
dice si hay algo que te has olvidado de hacer. Mirad, uno la sujeta
así, con fuerza, y si se
vuelve roja... oh... —se puso pálido, porque la Recordadora
súbitamente se tiñó de un
brillo escarlata—... es que has olvidado algo...
Neville estaba tratando de recordar qué era lo que había olvidado,
cuando Draco
Malfoy que pasaba al lado de la mesa de Gryffindor; le quitó la
Recordadora de las
manos.
Harry y Ron saltaron de sus asientos. En realidad, deseaban tener un
motivo para
pelearse con Malfoy, pero la profesora McGonagall, que detectaba
problemas más
rápido que ningún otro profesor del colegio, ya estaba allí.
—¿Qué sucede?
—Malfoy me ha quitado mi Recordadora, profesora.
Con aire ceñudo, Malfoy dejó rápidamente la Recordadora sobre la
mesa.
—Sólo la miraba —dijo, y se alejó, seguido por Crabbe y Goyle.
Aquella tarde, a las tres y media, Harry, Ron y los otros Gryffindors
bajaron corriendo
los escalones delanteros, hacia el parque, para asistir a su primera
clase de vuelo. Era un
día claro y ventoso. La hierba se agitaba bajo sus pies mientras
marchaban por el terreno
inclinado en dirección a un prado que estaba al otro lado del bosque
prohibido, cuyos
árboles se agitaban tenebrosamente en la distancia.
Los Slytherins ya estaban allí, y también las veinte escobas,
cuidadosamente
alineadas en el suelo. Harry había oído a Fred y a George Weasley
quejarse de las
escobas del colegio, diciendo que algunas comenzaban a vibrar si uno
volaba muy alto,
o que siempre volaban ligeramente torcidas hacia la izquierda.
Entonces llegó la profesora, la señora Hooch. Era baja, de pelo
canoso y ojos
amarillos como los de un halcón.
—Bueno ¿qué estáis esperando? —bramó—. Cada uno al lado de
una escoba.
Vamos, rápido.
Harry miró su escoba. Era vieja y algunas de las ramitas de paja
sobresalían
formando ángulos extraños.
—Extended la mano derecha sobre la escoba —les indicó la señora
Hooch— y
decid «arriba».
—¡ARRIBA! —gritaron todos.
La escoba de Harry saltó de inmediato en sus manos, pero fue uno de
los pocos que
lo consiguió. La de Hermione Granger no hizo más que rodar por el
suelo y la de
Neville no se movió en absoluto. «A lo mejor las escobas saben, como
los caballos,
cuándo tienes miedo», pensó Harry, y había un temblor en la voz de
Neville que
indicaba, demasiado claramente, que deseaba mantener sus pies en la
tierra.
Luego, la señora Hooch les enseñó cómo montarse en la escoba, sin
deslizarse
hasta la punta, y recorrió la fila, corrigiéndoles la forma de
sujetarla. Harry y Ron se
alegraron muchísimo cuando la profesora dijo a Malfoy que lo había
estado haciendo
mal durante todos esos años.
—Ahora, cuando haga sonar mi silbato, dais una fuerte patada —dijo
la señora
Hooch—. Mantened las escobas firmes, elevaos un metro o dos y luego
bajad
inclinándoos suavemente. Preparados... tres... dos...
Pero Neville, nervioso y temeroso de quedarse en tierra, dio la patada
antes de que
sonara el silbato.
—¡Vuelve, muchacho! —gritó, pero Neville subía en línea recta,
como el corcho
de una botella... Cuatro metros... seis metros... Harry le vio la cara
pálida y asustada,
mirando hacia el terreno que se alejaba, lo vio jadear; deslizarse
hacia un lado de la
escoba y..
BUM... Un ruido horrible y Neville quedó tirado en la hierba. Su
escoba seguía
subiendo, cada vez más alto, hasta que comenzó a torcer hacia el
bosque prohibido y
desapareció de la vista.
La señora Hooch se inclinó sobre Neville, con el rostro tan blanco
como el del
chico.
—La muñeca fracturada —la oyó murmurar Harry—. Vamos,
muchacho... Está
bien... A levantarse.
Se volvió hacia el resto de la clase.
—No debéis moveros mientras llevo a este chico a la enfermería.
Dejad las escobas
donde están o estaréis fuera de Hogwarts más rápido de lo que
tardéis en decir
quidditch. Vamos, hijo.
Neville, con la cara surcada de lágrimas y agarrándose la muñeca,
cojeaba al lado
de la señora Hooch, que lo sostenía.
Casi antes de que pudieran marcharse, Malfoy ya se estaba riendo a
carcajadas.
—¿Habéis visto la cara de ese gran zoquete?
Los otros Slytherins le hicieron coro.
—¡Cierra la boca, Malfoy! —dijo Parvati Patil en tono cortante.
—Oh, ¿estás enamorada de Longbottom? —dijo Pansy Parkinson, una
chica de
Slytherin de rostro duro. Nunca pensé que te podían gustar los
gorditos llorones,
Parvati.
—¡Mirad! —dijo Malfoy, agachándose y recogiendo algo de la
hierba—. Es esa
cosa estúpida que le mandó la abuela a Longbottom.
La Recordadora brillaba al sol cuando la cogió.
—Trae eso aquí, Malfoy —dijo Harry con calma. Todos dejaron de
hablar para
observarlos.
Malfoy sonrió con malignidad.
—Creo que voy a dejarla en algún sitio para que Longbottom la
busque... ¿Qué os
parece... en la copa de un árbol?
—¡Tráela aquí! —rugió Harry, pero Malfoy había subido a su
escoba y se alejaba.
No había mentido, sabía volar. Desde las ramas más altas de un
roble lo llamó:
—¡Ven a buscarla, Potter!
Harry cogió su escoba.
—¡No! —gritó Hermione Granger—. La señora Hooch dijo que no
nos
moviéramos. Nos vas a meter en un lío.
Harry no le hizo caso. Le ardían las orejas. Se montó en su escoba,
pegó una fuerte
patada y subió. El aire agitaba su pelo y su túnica, silbando tras
él y, en un relámpago de
feroz alegría, se dio cuenta de que había descubierto algo que
podía hacer sin que se lo
enseñaran. Era fácil, era maravilloso. Empujó su escoba un poquito
más, para volar más
alto, y oyó los gritos y gemidos de las chicas que lo miraban desde
abajo, y una
exclamación admirada de Ron.
Dirigió su escoba para enfrentarse a Malfoy en el aire. Éste lo
miró asombrado.
—¡Déjala —gritó Harry— o te bajaré de esa escoba!
—Ah, ¿sí? —dijo Malfoy, tratando de burlarse, pero con tono
preocupado.
Harry sabía, de alguna manera, lo que tenía que hacer. Se inclinó
hacia delante,
cogió la escoba con las dos manos y se lanzó sobre Malfoy como una
jabalina. Malfoy
pudo apartarse justo a tiempo, Harry dio la vuelta y mantuvo firme la
escoba. Abajo,
algunos aplaudían.
—Aquí no están Crabbe y Goyle para salvarte, Malfoy —exclamó
Harry
Parecía que Malfoy también lo había pensado.
—¡Atrápala si puedes, entonces! —gritó. Giró la bola de
cristal hacia arriba y bajó
a tierra con su escoba.
Harry vio, como si fuera a cámara lenta, que la bola se elevaba en el
aire y luego
comenzaba a caer. Se inclinó hacia delante y apuntó el mango de la
escoba hacia abajo.
Al momento siguiente, estaba ganando velocidad en la caída,
persiguiendo a la bola, con
el viento silbando en sus orejas mezclándose con los gritos de los
que miraban.
Extendió la mano y, a unos metros del suelo, la atrapó, justo a
tiempo para enderezar su
escoba y descender suavemente sobre la hierba, con la Recordadora a
salvo.
—¡HARRY POTTER!
Su corazón latió más rápido que nunca. La profesora McGonagall
corría hacia
ellos. Se puso de pie, temblando.
—Nunca... en todo mis años en Hogwarts...
La profesora McGonagall estaba casi muda de la impresión, y sus gafas
centelleaban de furia.
—¿Cómo te has atrevido...? Has podido romperte el cuello...
—No fue culpa de él, profesora...
—Silencio, Parvati.
—Pero Malfoy..
—Ya es suficiente, Weasley. Harry Potter, ven conmigo.
En aquel momento, Harry pudo ver el aire triunfal de Malfoy, Crabbe y
Goyle,
mientras andaba inseguro tras la profesora McGonagall, de vuelta al
castillo. Lo iban a
expulsar; lo sabía. Quería decir algo para defenderse, pero no
podía controlar su voz. La
profesora McGonagall andaba muy rápido, sin siquiera mirarlo. Tenía
que correr para
alcanzarla. Esta vez sí que lo había hecho. No había durado ni dos
semanas. En diez
minutos estaría haciendo su maleta. ¿Qué dirían los Dursley cuando
lo vieran llegar a la
puerta de su casa?
Subieron por los peldaños delanteros y después por la escalera de
mármol. La
profesora McGonagall seguía sin hablar. Abría puertas y andaba por
los pasillos, con
Harry corriendo tristemente tras ella. Tal vez lo llevaba ante
Dumbledore. Pensó en
Hagrid, expulsado, pero con permiso para quedarse como guardabosque.
Quizá podría
ser el ayudante de Hagrid. Se le revolvió el estómago al imaginarse
observando a Ron y
los otros convirtiéndose en magos, mientras él andaba por ahí,
llevando la bolsa de
Hagrid.
La profesora McGonagall se detuvo ante un aula. Abrió la puerta y
asomó la
cabeza.
—Discúlpeme, profesor Flitwick. ¿Puedo llevarme a Wood un momento?
«¿Wood? —pensó Harry aterrado—. ¿Wood sería el encargado de
aplicar los
castigos físicos?»
Pero Wood era sólo un muchacho corpulento de quinto año, que salió
de la clase de
Flitwick con aire confundido.
—Seguidme los dos —dijo la profesora McGonagall. Avanzaron por el
pasillo,
Wood mirando a Harry con curiosidad.
—Aquí.
La profesora McGonagall señaló un aula en la que sólo estaba
Peeves, ocupado en
escribir groserías en la pizarra.
—¡Fuera, Peeves! —dijo con ira la profesora.
Peeves tiró la tiza en un cubo y se marchó maldiciendo. La profesora
McGonagall
cerró la puerta y se volvió para encararse con los muchachos.
—Potter, éste es Oliver Wood. Wood, te he encontrado un buscador.
La expresión de intriga de Wood se convirtió en deleite.
—¿Está segura, profesora?
—Totalmente —dijo la profesora con vigor—. Este chico tiene un
talento natural.
Nunca vi nada parecido. ¿Ésta ha sido tu primera vez con la escoba,
Potter?
Harry asintió con la cabeza en silencio. No tenía una explicación
para lo que estaba
sucediendo, pero le parecía que no lo iban a expulsar y comenzaba a
sentirse más
seguro.
—Atrapó esa cosa con la mano, después de un vuelo de quince metros
—explicó la
profesora a Wood—. Ni un rasguño. Charlie Weasley no lo habría
hecho mejor.
Wood parecía pensar que todos sus sueños se habían hecho realidad.
—¿Alguna vez has visto un partido de quidditch, Potter?
—preguntó excitado.
—Wood es el capitán del equipo de Gryffindor —aclaró la
profesora McGonagall.
—Y tiene el cuerpo indicado para ser buscador —dijo Wood, paseando
alrededor
de Harry y observándolo con atención—. Ligero, veloz... Vamos a
tener que darle una
escoba decente, profesora, una Nimbus 2.000 o una Cleansweep 7.
—Hablaré con el profesor Dumbledore para ver si podemos suspender
la regla del
primer año. Los cielos saben que necesitamos un equipo mejor que el
del año pasado.
Fuimos aplastados por Slytherin en ese último partido. No pude mirar
a la cara a
Severus Snape en vanas semanas...
La profesora McGonagall observó con severidad a Harry, por encima de
sus gafas.
—Quiero oír que te entrenas mucho, Potter, o cambiaré de idea
sobre tu castigo.
Luego, súbitamente, sonrió.
—Tu padre habría estado orgulloso —dijo—. Era un excelente
jugador de
quidditch.
—Es una broma.
Era la hora de la cena. Harry había terminado de contarle a Ron todo
lo sucedido
cuando dejó el parque con la profesora McGonagall. Ron tenía un
trozo de carne y
pastel de riñón en el tenedor; pero se olvidó de llevárselo a la
boca.
—¿Buscador? —dijo—. Pero los de primer año nunca... Serías el
jugador más
joven en...
—Un siglo —terminó Harry, metiéndose un trozo de pastel en la
boca. Tenía
muchísima hambre después de toda la excitación de la tarde—. Wood
me lo dijo.
Ron estaba tan sorprendido e impresionado que se quedó mirándolo
boquiabierto.
—Tengo que empezar a entrenarme la semana que viene —dijo
Harry—. Pero no
se lo digas a nadie, Wood quiere mantenerlo en secreto.
Fred y George Weasley aparecieron en el comedor; vieron a Harry y se
acercaron
rápidamente.
—Bien hecho —dijo George en voz baja—. Wood nos lo contó.
Nosotros también
estamos en el equipo. Somos golpeadores.
—Te lo aseguro, vamos a ganar la copa de quidditch este curso
—dijo Fred—. No
la ganamos desde que Charlie se fue, pero el equipo de este año será
muy bueno. Tienes
que hacerlo bien, Harry. Wood casi saltaba cuando nos lo contó.
—Bueno, tenemos que irnos. Lee Jordan cree que ha descubierto un
nuevo
pasadizo secreto, fuera del colegio.
—Seguro que es el que hay detrás de la estatua de Gregory Smarmy,
que nosotros
encontramos en nuestra primera semana.
Fred y George acababan de desaparecer, cuando se presentaron unos
visitantes
mucho menos agradables. Malfoy, flanqueado por Crabbe y Goyle.
—¿Comiendo la última cena, Potter? ¿Cuándo coges el tren para
volver con los
muggles?
—Eres mucho más valiente ahora que has vuelto a tierra firme y
tienes a tus
«amiguitos» —dijo fríamente Harry. Por supuesto que en Crabbe y
Goyle no había nada
que justificara el diminutivo, pero como la Mesa Alta estaba llena de
profesores, no
podían hacer más que crujir los nudillos y mirarlo con el ceño
fruncido.
—Nos veremos cuando quieras —dijo Malfoy—. Esta noche, si
quieres. Un duelo
de magos. Sólo varitas, nada de contacto. ¿Qué pasa? Nunca has
oído hablar de duelos
de magos, ¿verdad?
—Por supuesto que sí —dijo Ron, interviniendo—. Yo soy su
segundo. ¿Cuál es el
tuyo?
Malfoy miró a Crabbe y Goyle, valorándolos.
—Crabbe —respondió—. A medianoche, ¿de acuerdo? Nos
encontraremos en el
salón de los trofeos, nunca se cierra con llave.
Cuando Malfoy se fue, Ron y Harry se miraron.
—¿Qué es un duelo de magos? —preguntó Harry—. ¿Y qué quiere
decir que seas
mi segundo?
—Bueno, un segundo es el que se hace cargo, si te matan —dijo Ron
sin darle
importancia. Al ver la expresión de Harry, añadió rápidamente—:
Pero la gente sólo
muere en los duelos reales, ya sabes, con magos de verdad. Lo máximo
que podéis
hacer Malfoy y tú es mandaros chispas uno al otro. Ninguno sabe
suficiente magia para
hacer verdadero daño. De todos modos, seguro que él esperaba que te
negaras.
—¿Y si levanto mi varita y no sucede nada?
—La tiras y le das un puñetazo en la nariz —le sugirió Ron.
—Disculpad.
Los dos miraron. Era Hermione Granger.
—¿No se puede comer en paz en este lugar? —dijo Ron.
Hermione no le hizo caso y se dirigió a Harry
—No pude dejar de oír lo que tú y Malfoy estabais diciendo...
—No esperaba otra cosa —murmuró Ron.
—... y no debes andar por el colegio de noche. Piensa en los puntos
que perderás
para Gryffindor si te atrapan, y lo harán. La verdad es que es muy
egoísta de tu parte.
—Y la verdad es que no es asunto tuyo —respondió Harry.
—Adiós —añadió Ron.
De todos modos, pensó Harry, aquello no era lo que llamaría un
perfecto final para el
día. Estaba acostado, despierto, oyendo dormir a Seamus y a Dean
(Neville no había
regresado de la enfermería). Ron había pasado toda la velada
dándole consejos del tipo
de: «Si trata de maldecirte, será mejor que te escapes, porque no
recuerdo cómo se hace
para pararlo». Tenían grandes probabilidades de que los atraparan
Filch o la Señora
Norris, y Harry sintió que estaba abusando de su suerte al
transgredir otra regla del
colegio en un mismo día. Por otra parte, el rostro burlón de Malfoy
se le aparecía en la
oscuridad, y aquélla era la gran oportunidad de vencerlo frente a
frente. No podía
perderla.
—Once y media —murmuró finalmente Ron—. Mejor nos vamos ya.
Se pusieron las batas, cogieron sus varitas y se lanzaron a través
del dormitorio de
la torre. Bajaron la escalera de caracol y entraron en la sala común
de Gryffindor.
Todavía brillaban algunas brasas en la chimenea, haciendo que todos
los sillones
parecieran sombras negras. Ya casi habían llegado al retrato, cuando
una voz habló
desde un sillón cercano.
—No puedo creer que vayas a hacer esto, Harry.
Una luz brilló. Era Hermione Granger; con el rostro ceñudo y una
bata rosada.
—¡Tu! —dijo Ron furioso—. ¡Vuelve a la cama!
—Estuve a punto de decírselo a tu hermano —contestó enfadada
Hermione—.
Percy es el prefecto y puede deteneros.
Harry no podía creer que alguien fuera tan entrometido.
—Vamos —dijo a Ron. Empujó el retrato de la Dama Gorda y se
metió por el
agujero.
Hermione no iba a rendirse tan fácilmente. Siguió a Ron a través
del agujero,
gruñendo como una gansa enfadada.
—No os importa Gryffindor; ¿verdad? Sólo os importa lo vuestro. Yo
no quiero
que Slytherin gane la copa de las casas y vosotros vais a perder todos
los puntos que yo
conseguí de la profesora McGonagall por conocer los encantamientos
para cambios.
—Vete.
—Muy bien, pero os he avisado. Recordad todo lo que os he dicho
cuando estéis en
el tren volviendo a casa mañana. Sois tan...
Pero lo que eran no lo supieron. Hermione había retrocedido hasta el
retrato de la
Dama Gorda, para volver; y descubrió que la tela estaba vacía. La
Dama Gorda se había
ido a una visita nocturna y Hermione estaba encerrada, fuera de la
torre de Gryffindor.
—¿Y ahora qué voy a hacer? —preguntó con tono agudo.
—Ése es tu problema —dijo Ron—. Nosotros tenemos que irnos o
llegaremos
tarde.
No habían llegado al final del pasillo cuando Hermione los alcanzó.
—Voy con vosotros —dijo.
—No lo harás.
—¿No creeréis que me voy a quedar aquí, esperando a que Filch me
atrape? Si nos
encuentra a los tres, yo le diré la verdad, que estaba tratando de
deteneros, y vosotros
me apoyaréis.
—Eres una caradura —dijo Ron en voz alta.
—Callaos los dos —dijo Harry en tono cortante—. He oído algo.
Era una especie de respiración.
—¿La Señora Norris? —resopló Ron, tratando de ver en la
oscuridad.
No era la Señora Norris. Era Neville. Estaba enroscado en el suelo,
medio
dormido, pero se despertó súbitamente al oírlos.
—¡Gracias a Dios que me habéis encontrado! Hace horas que estoy
aquí. No podía
recordar el nuevo santo y seña para irme a la cama.
—No hables tan alto, Neville. El santo y seña es «hocico de
cerdo», pero ahora no
te servirá, porque la Dama Gorda se ha ido no sé dónde.
—¿Cómo está tu muñeca? —preguntó Harry
—Bien —contestó, enseñándosela—. La señora Pomfrey me la
arregló en un
minuto.
—Bueno, mira, Neville, tenemos que ir a otro sitio. Nos veremos más
tarde...
—¡No me dejéis! —dijo Neville, tambaléandose—. No quiero
quedarme aquí solo.
El Barón Sanguinario ya ha pasado dos veces.
Ron miró su reloj y luego echó una mirada furiosa a Hermione y
Neville.
—Si nos atrapan por vuestra culpa, no descansaré hasta aprender esa
Maldición de
los Demonios, de la que nos habló Quirrell, y la utilizaré contra
vosotros.
Hermione abrió la boca, tal vez para decir a Ron cómo utilizar la
Maldición de los
Demonios, pero Harry susurró que se callara y les hizo señas para
que avanzaran.
Se deslizaron por pasillos iluminados por el claro de luna, que
entraba por los altos
ventanales. En cada esquina, Harry esperaba chocar con Filch o la
Señora Norris, pero
tuvieron suerte. Subieron rápidamente por una escalera hasta el
tercer piso y entraron de
puntillas en el salón de los trofeos.
Malfoy y Crabbe todavía no habían llegado. Las vitrinas con trofeos
brillaban
cuando las iluminaba la luz de la luna. Copas, escudos, bandejas y
estatuas, oro y plata
reluciendo en la oscuridad. Fueron bordeando las paredes, vigilando
las puertas en cada
extremo del salón. Harry empuñó su varita, por si Malfoy aparecía
de golpe. Los
minutos pasaban.
—Se está retrasando, tal vez se ha acobardado —susurró Ron.
Entonces un ruido en la habitación de al lado los hizo saltar. Harry
ya había
levantado su varita cuando oyeron unas voces. No era Malfoy.
—Olfatea por ahí, mi tesoro. Pueden estar escondidos en un rincón.
Era Filch, hablando con la Señora Norris. Aterrorizado, Harry
gesticuló
salvajemente para que los demás lo siguieran lo más rápido posible.
Se escurrieron
silenciosamente hacia la puerta más alejada de la voz de Filch.
Neville acababa de
pasar, cuando oyeron que Filch entraba en el salón de los trofeos.
—Tienen que estar en algún lado —lo oyeron murmurar—.
Probablemente se han
escondido.
—¡Por aquí! —señaló Harry a los otros y, aterrados, comenzaron
a atravesar una
larga galería, llena de armaduras. Podían oír los pasos de Filch,
acercándose a ellos.
Súbitamente, Neville dejó escapar un chillido de miedo y empezó a
correr, tropezó, se
aferró a la muñeca de Ron y se golpearon contra una armadura.
Los ruidos eran suficientes para despertar a todo el castillo.
—¡CORRED! —exclamó Harry, y los cuatro se lanzaron por la
galería, sin darse la
vuelta para ver si Filch los seguía. Pasaron por el quicio de la
puerta y corrieron de un
pasillo a otro, Harry delante, sin tener ni idea de dónde estaban o
adónde iban. Se
metieron a través de un tapiz y se encontraron en un pasadizo oculto,
lo siguieron y
llegaron cerca del aula de Encantamientos, que sabían que estaba a
kilómetros del salón
de trofeos.
—Creo que lo hemos despistado —dijo Harry, apoyándose contra la
pared fría y
secándose la frente. Neville estaba doblado en dos, respirando con
dificultad.
—Te... lo... dije —añadió Hermione, apretándose el pecho—.
Te... lo... dije.
—Tenemos que regresar a la torre Gryffindor —dijo Ron— lo más
rápido posible.
—Malfoy te engañó —dijo Hermione a Harry—. Te has dado cuenta,
¿no? No
pensaba venir a encontrarse contigo. Filch sabía que iba a haber
gente en el salón de los
trofeos. Malfoy debió de avisarle.
Harry pensó que probablemente tenía razón, pero no iba a
decírselo.
—Vamos.
No sería tan sencillo. No habían dado más de una docena de pasos,
cuando se
movió un pestillo y alguien salió de un aula que estaba frente a
ellos.
Era Peeves. Los vio y dejó escapar un grito de alegría.
—Cállate, Peeves, por favor... Nos vas a delatar.
Peeves cacareó.
—¿Vagabundeando a medianoche, novatos? No, no, no. Malitos,
malitos, os
agarrarán del cuellecito.
—No, si no nos delatas, Peeves, por favor.
—Debo decírselo a Filch, debo hacerlo —dijo Peeves, con voz de
santurrón, pero
sus ojos brillaban malévolamente—. Es por vuestro bien, ya lo
sabéis.
—Quítate de en medio —ordenó Ron, y le dio un golpe a Peeves.
Aquello fue un
gran error.
—¡ALUMNOS FUERA DE LA CAMA! —gritó Peeves—. ¡ALUMNOS FUERA
DE LA CAMA, EN EL PASILLO DE LOS ENCANTAMIENTOS!
Pasaron debajo de Peeves y corrieron como para salvar sus vidas, recto
hasta el
final del pasillo, donde chocaron contra una puerta... que estaba
cerrada.
—¡Estamos listos! —gimió Ron, mientras empujaban inútilmente la
puerta—.
¡Esto es el final!
Podían oír las pisadas: Filch corría lo más rápido que podía
hacia el lugar de donde
procedían los gritos de Peeves.
—Oh, muévete —ordenó Hermione. Cogió la varita de Harry,
golpeó la cerradura
y susurró—: ¡Alohomora!
El pestillo hizo un clic y la puerta se abrió. Pasaron todos, la
cerraron rápidamente
y se quedaron escuchando.
—¿Adónde han ido, Peeves? —decía Filch—. Rápido, dímelo.
—Di «por favor».
—No me fastidies, Peeves. Dime adónde fueron.
—No diré nada si me lo pides por favor —dijo Peeves, con su
molesta vocecita.
—Muy bien... por favor.
—¡NADA! Ja, ja. Te dije que no te diría nada si me lo pedías por
favor. ¡Ja, ja!
—Y oyeron a Peeves alejándose y a Filch maldiciendo enfurecido.
—Él cree que esta puerta está cerrada —susurro Harry—. Creo
que nos vamos a
escapar. ¡Suéltame, Neville! —Porque Neville le tiraba de la manga
desde hacia un
minuto—. ¿Qué pasa?
Harry se dio la vuelta y vio, claramente, lo que pasaba. Durante un
momento,
pensó que estaba en una pesadilla: aquello era demasiado, después de
todo lo que había
sucedido.
No estaban en una habitación, como él había pensado. Era un
pasillo. El pasillo
prohibido del tercer piso. Y ya sabían por qué estaba prohibido.
Estaban mirando directamente a los ojos de un perro monstruoso, un
perro que
llenaba todo el espacio entre el suelo y el techo. Tenía tres
cabezas, seis ojos
enloquecidos, tres narices que olfateaban en dirección a ellos y tres
bocas chorreando
saliva entre los amarillentos colmillos.
Estaba casi inmóvil, con los seis ojos fijos en ellos, y Harry supo
que la única razón
por la que no los había matado ya era porque la súbita aparición lo
había cogido por
sorpresa. Pero se recuperaba rápidamente: sus profundos gruñidos
eran inconfundibles.
Harry abrió la puerta. Entre Filch y la muerte, prefería a Filch.
Retrocedieron y Harry cerró la puerta tras ellos. Corrieron, casi
volaron por el
pasillo. Filch debía de haber ido a buscarlos a otro lado, porque no
lo vieron. Pero no les
importaba: lo único que querían era alejarse del monstruo. No
dejaron de correr hasta
que alcanzaron el retrato de la Dama Gorda en el séptimo piso.
—¿Dónde os habíais metido? —les preguntó, mirando sus rostros
sudorosos y
rojos y sus batas desabrochadas, colgando de sus hombros.
—No importa... Hocico de cerdo, hocico de cerdo —jadeó Harry, y
el retrato se
movió para dejarlos pasar. Se atropellaron para entrar en la sala
común y se
desplomaron en los sillones.
Pasó un rato antes de que nadie hablara. Neville, por otra parte,
parecía que nunca
más podría decir una palabra.
—¿Qué pretenden, teniendo una cosa así encerrada en el colegio?
—dijo
finalmente Ron—. Si algún perro necesita ejercicio, es ése.
Hermione había recuperado el aliento y el mal carácter.
—¿Es que no tenéis ojos en la cara? —dijo enfadada—. ¿No
visteis lo que había
debajo de él?
—¿El suelo? —sugirió Harry—. No miré sus patas, estaba
demasiado ocupado
observando sus cabezas.
—No, el suelo no. Estaba encima de una trampilla. Es evidente que
está vigilando
algo.
Se puso de pie, mirándolos indignada.
—Espero que estéis satisfechos. Nos podía haber matado. O peor,
expulsado.
Ahora, si no os importa, me voy a la cama.
Ron la contempló boquiabierto.
—No, no nos importa —dijo— Nosotros no la hemos arrastrado,
¿no?
Pero Hermione le había dado a Harry algo más para pensar, mientras
se metía en la
cama. El perro vigilaba algo... ¿Qué había dicho Hagrid? Gringotts
era el lugar más
seguro del mundo para cualquier cosa que uno quisiera ocultar...
excepto tal vez
Hogwarts.
Parecía que Harry había descubierto dónde estaba el paquetito
arrugado de la
cámara setecientos trece.
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Pues pasa de él - y disfruta del agosto que queda.
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Ahora me pregunto... - ¿How many people does Desmotivaciones kill annually?
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Atrevete a decirme - Que no te pone to burro

puntos 20 | votos: 20
¿Se lo decimos ya? - ¿O esperamos a que se dé cuenta sola?
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Atentamente: - Hannibal Lecter.
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Juan cuesta - en sus tiempos libres.
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Como sabemos que te gustan - las llamas, le hemos puesto a tu coche las más reales del mercado.

Ahora sí que vas a quemar la carretera.
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Al contrario, - la conversación sería totalmente racional y lógica.

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Por esas cosas... - ...que jamás pensaste que pasarían.
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Cuando Goku - luchó contra Cell, el pensó en ti y en mi.
Mínimo se merece un cartel.
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- Caballero, si no fuese usted - más pequeño que yo, le daría un guantazo.
+ La verdad, señor mío, es que yo soy más alto.
- ¡Entonces ya podrá!
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El lado oscuro - puede ser deslumbrante
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Ahí lo tienes -

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¿Tengo cara de bromear? -
puntos 18 | votos: 18
¿Es qué ya nadie  - se acuerda de él?
puntos 10 | votos: 10
Nuevo single! - Manolo Escobar feat. David Guetta
puntos 4 | votos: 10
Que te ... - Metoooooooooorrrr!
puntos 27 | votos: 27
A la cola. -

puntos 0 | votos: 6
¿Que animal es? - ?¿
puntos 9 | votos: 9
Desmotivaciones - y sus reflexiones sobre la muerte
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Luke yo soy - tu puzzle
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Y ya van 200 carteles. - Parece que fue ayer cuando hice el primero. Desde aquellas
he ido mejorando y depurando poco a poco mi estilo hasta
llegar a Quagmire, que sin duda alguna fue el climax de mis
carteles. Hace unos días he decidido dejarlo atrás por diversas
causas para hacer lo que estoy haciendo actualmente, con lo que me 
siento más a gusto y cómodo.

Espero seguir divirtiendoos  y haciendoos pensar por mucho tiempo.

¡Saludos!
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Extiramientos - con X de mixta

puntos 25 | votos: 27
Expañol - con X de Mixta
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¡Vaya Rupert! - Tenemos competencia
puntos 7 | votos: 7
Llevo años haciéndome - la misma pregunta
puntos 10 | votos: 16
Barney Stinson - ya tiene su propio meme
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Bob Kelso (Scrubs) dice: - Los hombres no tenemos desmayos, tenemos siestas no controladas

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Encuentra el meme oculto -
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Por el bien común. -
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Este usuario... - DESMOTIVA
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Bueno jefe, - Pues esto ya está.
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No te preocupes - por las cosas que hayas hecho en el pasado,
porque ya no tienen solución.





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