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Los mejores comentarios
Comentarios (18)
ese dinosaurio azul tiene un tupé amarillo bordeado de negro y unas placa snaranjas,ese tomate azul esta triste y esa cuerda es de un hilo fino que parece ser lana,aunque el tomate se ve que tiene un gran aprecio por la cuerda y....a la mierda,paso
cunde multiforme en la
tierra. Desplegada por el ancho horizonte, como
el arco iris, sus
colores son tan variados como los de éste, a la vez
tan distintos y
tan íntimamente unidos.
¡Desplegada por el ancho horizonte como
el arco iris! ¿Cómo es que de la belleza ha
derivado un tipo de
fealdad; de la alianza
y la paz, un símil del dolor? Igual que en
la ética el mal es consecuencia del bien, en realidad
de la alegría
nace la tristeza.
O la memoria de la dicha pasada es la angustia
de hoy, o las agonías que son se originan en los
éxtasis que
pudieron haber sido.
Mi nombre de pila es Egaeus; no diré mi
apellido. Sin embargo, no hay en este país torres
más venerables que
las de mi sombría
y lúgubre mansión. Nuestro linaje ha sido
llamado raza de visionarios; y en muchos sorprendentes
detalles, en el
carácter
de la mansión familiar, en los frescos del
salón
principal, en los tapices de las alcobas, en los relieves de
algunos
pilares
de la sala de armas, pero sobre todo en la galería de
cuadros antiguos, en el estilo de la biblioteca, y, por
último, en la
naturaleza
muy peculiar de los libros, hay elementos suficientes
para justificar esta creencia.
Los recuerdos de mis primeros años
se relacionan con esta mansión y con sus libros, de
los que ya no
volveré a hablar.
Allí murió mi madre. Allí nací
yo. Pero es
inútil decir que no había vivido antes, que el
alma no conoce una
existencia previa.
¿Lo negáis? No discutiremos este punto. Yo
estoy convencido, pero no intento convencer. Sin embargo,
hay un
recuerdo
de formas etéreas, de ojos espirituales y expresivos,
de
sonidos musicales y tristes, un recuerdo que no puedo
marginar;
una memoria como una sombra, vaga, variable, indefinida,
vacilante; y como una sombra también por la
imposibilidad
de
librarme de ella mientras brille la luz de mi razón.
En esa
mansión nací yo. Al despertar de repente de la
larga noche de lo que
parecía, sin serlo, la no-existencia, a regiones
de hadas, a un
palacio de imaginación, a los extraños
dominios del pensamiento y de
la erudición monásticos, no es extraño
que mirase a mi
alrededor con ojos asombrados y ardientes, que malgastara mi
niñez
entre libros y disipara mi juventud
en ensueños; pero sí es
extraño que pasaran los años y el apogeo de la
madurez me encontrara
viviendo aun en la mansión
de mis antepasados; es asombrosa la
parálisis que cayó sobre las fuentes de mi
vida, asombrosa la
inversión completa en
el carácter de mis pensamientos más
comunes. Las realidades del mundo terrestre me afectaron
como
visiones, sólo como
visiones, mientras las extrañas ideas del
mundo de los sueños, por el contrario, se tornaron no
en materia de
mi existencia
cotidiana, sino realmente en mi cínica y total
existencia.
Berenice y yo éramos primos y crecimos juntos en la
mansión de nuestros antepasados. Pero crecimos de
modo distinto:
yo, enfermizo, envuelto en tristeza; ella, ágil,
graciosa, llena
de fuerza; suyos eran los paseos por la colina; míos,
los estudios
del claustro; yo, viviendo encerrado en mí mismo,
entregado en
cuerpo y alma a la intensa y penosa meditación; ella,
vagando sin
preocuparse de la vida, sin pensar en las sombras del camino
ni en el
silencioso vuelo de las horas de alas negras.
¡Berenice! -Invoco
su nombre-, ¡Berenice! Y ante este sonido se conmueven
mil
tumultuosos recuerdos de las grises ruinas.
¡Ah, acude vívida su
imagen a mí, como en sus primeros días de
alegría y de dicha! ¡Oh
encantadora y fantástica belleza!
¡Oh sílfide entre los
arbustos de Arnheim! ¡Oh náyade entre sus
fuentes! Y entonces...,
entonces todo es misterio y terror,
y una historia que no se debe
contar. La enfermedad -una enfermedad mortal- cayó
sobre ella como el
simún, y, mientras yo
la contemplaba, el espíritu del cambio la
arrasó, penetrando en su mente, en sus costumbres y
en su carácter,
y de la forma
más sutil y terrible llegó a alterar incluso
su
identidad. ¡Ay! La fuerza destructora iba y
venía, y la víctima...,
¿dónde estaba?
Yo no la conocía, o, al menos, ya no la
reconocía como Berenice.
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