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La razón de baneo:
insultos


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¿Sabrías decir ... - de qué color es cada letra?
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Al otro lado de la vida 1x93 - Junto al río Máyin, en las afueras de Sheol
1 de octubre de 2008

Bárbara se metió de nuevo en el río, algo más atenta al agua que
la primera vez. Llegó a la otra orilla sin dificultad; ya no había
rastro de la serpiente. Empapada de nuevo de cintura para abajo, se
calzó la mochila y volvió con Zoe, que parecía más distraída que
nunca, mirando el humo que brotaba de la gasolinera y de los
apartamentos que colindaban con ella, que también empezaban a
sucumbir al fuego. Juntas de nuevo y sin ningún peligro a la vista
que pudiera turbarlas, siguieron su camino en busca de un puente. Al
hacerlo, aprovecharon para alejarse más de Sheol, siguiendo el curso
del río.
	 Volvieron a la monotonía del largo y tedioso camino de destino
incierto. El cielo estaba encapotado y corría una agradable brisa;
todo en silencio y sin rastro alguno de la tragedia ocurrida a tan
poca distancia. Cuando ya pudieron vislumbrar un puente a algo menos
de un kilómetro, Zoe le llamó la atención a su tutora. Ambas
pararon y Bárbara se giró para ver a qué se refería la niña. No
era más que una pequeña nube de polvo y tierra que se acercaba desde
la distancia. Provenía de Sheol. No tardaron mucho en comprender que
se trataba de un coche, y poco más en ver que era el mismo que
llevaba aquel pintoresco policía con el que se acababan de encontrar.
Bárbara y Zoe se miraron durante un momento, para posar de nuevo los
ojos en el todoterreno, que a todas luces se dirigía hacia ellas.
Morgan frenó a un escaso metro de las chicas, y presionó el botón
que bajaba la ventanilla.
BÁRBARA – ¿Olvidaste algo?
	Morgan, todavía sin creerse lo que acababa de hacer, se tragó el
orgullo y lo soltó todo de una vez para sorpresa de Bárbara y suya
propia, pero no de Zoe.
MORGAN – Me gustaría… que me acompañaseis.
BÁRBARA – Nos ha costado mucho salir de ahí. Volver a entrar es lo
último que se me ocurriría. Muchas gracias pero… tenemos cosas que
hacer. Si me disculpas…
	Morgan se sintió estúpido, y se quedó sin palabras. Bárbara se
dirigió a Zoe, imitando la expresión seria de la cara de Morgan.
BÁRBARA – Vámonos, Zoe.
	Zoe no se movió, miraba al policía, incitándole a seguir adelante.
MORGAN – Esperad.
	Bárbara se giró de nuevo al coche. Respiró hondo.
MORGAN – Voy hacia la comisaría, para coger más munición, porque
después… de lo de antes me he quedado a cero. Está por las
afueras, por la parte oriental de Sheol, no muy lejos de aquí, diez
minutos a lo sumo. Conduciré por la variante hasta la entrada que
lleva directa a la calle en cuestión. Apenas hay que adentrarse media
docena de manzanas antes de llegar, y a estas horas la mayoría deben
estar durmiendo. 
BÁRBARA – ¿Y dónde entramos nosotras ahí?
	Morgan tragó saliva. La pesada voz que había dentro de su cabeza le
había estado machacando para que volviese a por ellas desde que las
dejó tiradas hacía escasos diez minutos. Él había tratado de
mostrarse inflexible y seguir adelante, pues no quería cargar ni con
ellas ni con nadie. No le apetecía tener más compañía que la
soledad, nadie más de quien preocuparse ni en quién apoyarse para
luego sufrir su pérdida por enésima vez. Pero como de costumbre, su
mitad empática ganó la batalla al ogro.
MORGAN – Mi conciencia no me permite dejaros solas caminando por
aquí sabiendo que estáis desarmadas. Si os pasara cualquier cosa…
me sentiría responsable, por no haber puesto nada de mi parte.
BÁRBARA – Hoy día impera la ley del sálvese quién pueda. Me
sorprende que sigas comportándote así.
MORGAN – Prefiero seguir creyendo que todavía queda algo de la
sociedad de hace un mes. Mira. Sólo quiero que me acompañéis hasta
la comisaría, que cojáis un arma con la que defenderos y luego…
que cada uno se vaya por su lado. Creo que todos salimos ganando, la
verdad.
BÁRBARA – ¿Y no te retrasaremos y resultaremos una carga, para ti?
	Bárbara le estaba buscando las cosquillas al verle flaquear de esa
manera, para demostrarse a sí misma que todavía podía lidiar con la
situación. Por bien que Morgan hubiera deseado soltarle cualquier
improperio y salir de ahí dejándolas atrás a ambas para siempre,
supo contenerse, y se tragó de nuevo el orgullo.
MORGAN – No me lo pongas más difícil.
	Bárbara se puso en la piel del policía por un momento, y acabó
abandonando su actitud defensiva; lo contrario hubiera sido estúpido.
Tan solo mirando la cara de Morgan se podía comprender a la legua que
estaba haciendo un esfuerzo sobrehumano por contenerse, y que lo
hacía por el bien de ambas. La opción que le ofrecía parecía
coherente y sensata, suficiente para tenerla en cuenta. Desde que
perdiese el bate, se había sentido enormemente indefensa, más por
estar al cargo de Zoe. Desde que se encontraron se había sentido
mediocre en su papel de madre, y era precisamente por eso por lo que
le habían dolido tanto las palabras de Morgan. Ahora era ese mismo
hombre quién le ofrecía la posibilidad de enmendar ese error.
BÁRBARA – Vale, digamos que aceptáramos. ¿De verdad crees que no
será peor para nosotras volver a la ciudad que quedarnos fuera?
MORGAN – No te puedo prometer nada, desde luego, pero si os quedáis
fuera no podréis defenderos si os ataca alguien. De lo contrario… 
BÁRBARA – Vale…
	Bárbara mostró una leve sonrisa a Morgan, que no fue correspondida.
Acto seguido se giró hacia Zoe, agachándose ligeramente para ponerse
a su nivel.
BÁRBARA – ¿Tú que dices, Zoe?
ZOE – Yo quiero ir.
	 Bárbara se giró de nuevo a Morgan. 
BÁRBARA – Bien. Iremos contigo.
	Morgan se limitó a responderla quitando el seguro a las puertas. Las
dos chicas se acercaron más al coche. 
BÁRBARA – No me has dicho cómo te llamas.
	El policía la miró de nuevo. Se la veía ridícula con media
camiseta seca y la otra aún húmeda mostrando la copa del sujetador,
con los pantalones empapados, la melena rubia despeinada y recogida
hacia atrás de mala manera, también a medio secar.
MORGAN – Morgan. Morgan Clark.
	Bárbara le ofreció su mano. Él la miró, apartó la suya del
volante y se la estrechó con fuerza, sin rencores. Enseguida se
separaron. Morgan se quedó mirando como aquella burda imitación de
una mujer y esa niña ojerosa y huesuda, que no pasaría de los
treinta kilos, entraban en su coche. Por un momento tuvo ganas de
reír por lo absurda que le parecía la situación. Bárbara y Zoe
entraron al todoterreno por las puertas traseras, y ocuparon dos de
los tres asientos. El tercero lo ocupó la gran mochila negra que
acarreaban desde hacía ya tanto tiempo. Desde ahí Morgan parecía un
taxista, más cuando arrancó y puso rumbo a la comisaría.
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Yo también te - triple helado con nata cereza y plátano
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Podrás ver este video 1000 veces - y seguir riendote.






(video en el primer comentario*)
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Este cartel va por  - Esas personas que no entienden el humor de desmo.

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No somos tontas.. - Sólo sabemos como divertirnos.
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Por que ahora... - Los perros también tienen tuenti.
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¡Lo he descubierto! - El tamaño de ESTA fuente es 11
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Feel like a gamba -
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Al otro lado de la vida 1x92 - Junto a un río en las afueras de Sheol
1 de octubre de 2008

Una libélula se posó en la rodilla desnuda de Zoe. Era de un
precioso color celeste y por un momento la muchacha desconectó del
mundo real, donde aquellos dos estaban discutiendo, para sumergirse en
su propio mundo. Le gustaban los animales, sobre todo los insectos.
Antes de que todo eso empezase, se había llegado a pasar horas
muertas en el jardín de casa observando la colonia de hormigas que se
había apoderado de gran parte del césped de la entrada, dándoles
miguitas de pan y mirándolas con curiosidad y admiración. Al ver que
esa pequeña libélula la había elegido para posarse sobre ella, se
sintió especial. La miraba con atención, la boca entreabierta y los
ojos como platos, todavía excitada y jadeante por el enorme problema
que acababan de solucionar gracias a ese ángel negro, que parecía
seguir sus pasos para salvarlas de todos los peligros que surgiesen,
cuando de repente algo la espantó y salió volando al otro lado del
río.
	La explosión sonó en el aire y se notó en la tierra. Zoe miró a
Bárbara, se levantó habiéndose olvidado ya de su pierna, que por
otra parte no estaba más que un poco irritada por la fricción con la
piel del reptil, y se acercó a su vera. La mujer la asió del hombro
atrayéndola hacia sí, para tranquilizarla, y los tres se quedaron
mirando la deflagración y acto seguido la columna de humo que tiñó
gran parte del horizonte. Les había dejado perplejos, y por unos
momentos llegaron a olvidar qué estaban haciendo ahí o cómo habían
llegado. Todo volvió a quedar en silencio; una calma solo mancillada
por la humareda lejana que parecía crecer por momentos.
BÁRBARA – ¿Qué ha sido eso?
	Morgan la miró con su habitual cara de palo, en silencio,
sosteniendo su ya inútil escopeta por la culata. La explosión le
había chocado. No pensaba en lo que les podía haber pasado a esos
chicos, si es que habían sido ellos y sus pistolas los que lo habían
provocado, eso carecía de importancia, sino que hacía una lista
mental de los edificios más cercanos a la gasolinera, intentando
averiguar si la explosión podría generar un incendio que se
propagase a ellos, dado que los bomberos no irían a sofocar el fuego.
MORGAN – Juraría que ha sido la gasolinera Amoco.
BÁRBARA – ¿Y qué ha podido…?
MORGAN – ¿Dónde dijiste que íbais?
BÁRBARA – No… No lo sé, exactamente. Queríamos salir de la
ciudad, y meternos en algún pueblo pequeño, que estuviera tranquilo.
Tenemos comida en aquella mochila y con que encontremos una casa en…
MORGAN – ¿Tenéis algo con lo que defenderos si os encontráis
alguno por el camino?
BÁRBARA – Tenía un bate. Pero lo perdí esta mañana…
MORGAN – No serviría de nada.
BÁRBARA – ¿Por qué? Los infectados están en la ciudad, no creo
que tengamos…
MORGAN – Que no. No podéis meteros en el bosque sin ningún sitio
en el que poder refugiaros por el camino. Aunque encontrárais alguno,
antes o después os quedaríais sin comida y tendríais que volver.
BÁRBARA – Pues no se me ha ocurrido nada mejor, y la verdad, nos
las hemos arreglado bastante bien hasta ahora. La ciudad está
infestada, así que hemos salido con provisiones a cuestas a buscar un
lugar seguro… No creo que…
MORGAN – ¿Así que ese es tu plan? Cruzar a pie una zona donde
desconoces si hay infectados, sin ningún arma con la que defenderte y
arrastrando contigo a una niña que ni siquiera conoces…
BÁRBARA – Oye, ¿tienes algún problema conmigo?
MORGAN – ¿Yo? Ninguno. Aquí la única que parece tener un
problema, y bastante gordo eres tú. Y de rebote esa pobre cría, que
ha tenido la desgracia de cruzarse contigo.
	Bárbara respiró hondo, tratando de contener las ganas de darle una
patada en el estómago.
BÁRBARA – ¿Y dónde vas tú?
MORGAN – Voy a volver a Sheol.
	Bárbara se rió en su cara, nerviosa, tratando de ponerse a su
nivel. Las manos le temblaban, al igual que la mandíbula inferior. No
podía soportar la vergüenza y la rabia que le estaba haciendo pasar.
Ahora no pensaba en más que en alejarse de ese impresentable.
BÁRBARA – ¿Y las locas somos nosotras?
MORGAN – Yo al menos tengo un coche. Y un arma, cargada hasta que me
encontré con vosotras.
BÁRBARA – Perdón por existir.
MORGAN – Mira, haced lo que os de la gana, que ya tenéis suficiente
con lo vuestro. Yo ya he cumplido con mi parte.
BÁRBARA – Eso. Vete.
	Morgan les echó un último vistazo, y acabó cruzándose con la
mirada de Zoe, que había clavado sus ojos en los suyos. Durante unos
instantes se quedó hipnotizado por esos ojos verdes, que supuraban
inocencia y fragilidad, incitándole a ayudarla, a quedarse con ella
para ser su salvador en ese mundo de locos. Fue fuerte y apartó la
cara antes de que fuera tarde, antes de que su influjo acabase por
debilitar la dura armadura de su corazón. Entonces se dirigió de
vuelta a su coche, en silencio. Zoe y Bárbara le vieron subirse,
cerrar la puerta con un portazo después de tirar la escopeta de
vuelta al asiento del copiloto. Arrancó, giró 180 grados levantando
gravilla, y volvió por el mismo camino por el que había venido
escasos minutos antes. Daba la impresión que se dirigiese a la base
de la columna de humo.
ZOE – Qué señor más raro.
BÁRBARA – Ese lo que es, es un impresentable.
ZOE – Pues a mi me ha caído bien.
BÁRBARA – ¿Pero cómo…?
ZOE – Si. Mató al león y a la serpiente que querían matarnos a
nosotras. Nos ha salvado la vida dos veces. Es buena persona.
	Bárbara miró a la niña con el ceño fruncido. No había llegado a
relacionar ambos incidentes, pero oído de la voz de Zoe, tenía hasta
sentido. No obstante eso no quitaba la desagradable actitud que había
tenido con ella, le hizo pensar.
BÁRBARA – Quédate aquí un segundo, que yo cruzaré otra vez el
río para coger la mochila, y luego continuamos por la orilla hasta
que encontremos un puente para pasar al otro lado. ¿Te parece?
	Zoe miró un momento atrás, hacia el lugar donde había desaparecido
Morgan con su coche. Se giró de nuevo hacia Bárbara.
ZOE – Vale.

puntos 8 | votos: 8
Al otro lado de la vida 1x91 - Frente a la gasolinera Amoco
1 de octubre de 2008

RUBÉN – Tenía que haberle disparado, puto negro. Vienen aquí y
encima se creen con los mismos derechos que nosotros. Me dan…
MARÍA – Déjalo ya, ¿quieres?
RUBÉN – Sí es que es verdad. Al igual no ha robado él ese coche.
¿O creéis que era suyo?
MARÍA – A estas alturas las cosas son del primero que las coge,
deberías saberlo.
RUBÉN – Putos negros. Seguro que han sido ellos los que han traído
esta mierda a España. Vienen todos medio enfermos y por su culpa…
MIGUEL – ¿White power, no?
RUBÉN – Tú cállate que todavía no sé cómo me convenció mi
novia para que te dejase venir con nosotros. A ti te tendría que
meter otra bala, como al negro ese. Estoy por volver y…
MARÍA – ¿Quieres hacer el favor de callarte? Ya sabemos que eres
un racista de mierda, no hace falta que…
CAMILO – ¡Eh, mirad! Ahí hay un montón de coches.
	Las palabras de Camilo los abstrajeron de su absurda discusión.
Habían llegado a la gasolinera Amoco. En tiempos había sido la nueva
gasolinera de las afueras. Con el paso de los años la ciudad había
seguido creciendo y había quedado rodeada de edificios a un lado, un
bellísimo parque público con un lago artificial en el centro al
otro, y el hospital Shalom al frente. Actualmente daba la impresión
de llevar abandonada más de diez años. Una gran nube tapaba el sol y
el ambiente aún parecía más tétrico, dotándolo todo de un tono
grisáceo que invitaba a no salir de casa. Se acercaron, y llegaron a
contar hasta ocho coches de gente que había llegado ahí a repostar,
pero que luego habían tenido que irse a pie, no todos conservando la
vida con la que habían llegado.
	Camilo sostenía con miedo el bate de béisbol que había traído de
su casa. No lo había llegado a utilizar desde que lo comprase hacía
más de un año, y confiaba no tener que hacerlo en mucho tiempo, o al
menos, hacerlo contra una pelota. Los demás se quedaron mirando por
los alrededores, aún discutiendo entre ellos. Camilo había oído la
advertencia de Morgan, y temía que de un momento a otro algún
infectado hiciese su aparición estelar, dirigiéndose
específicamente hacia él, para hacerle pagar por haber perdido su
vida. Se acercó al coche más cercano, confiando ingenuamente que
tuviese las llaves puestas, pues ninguno en el grupo tenía ni la más
remota idea de hacerle el puente a un coche.
	Tenía la ventanilla bajada, de modo que metió medio cuerpo dentro
para acabar comprobando que no había rastro de la llave. Si tan solo
hubiera mirado en el coche que había al otro lado, que sí llevaba
las llaves puestas, podrían haberse ido de ahí sin ningún problema,
pero su destino ya estaba escrito. Solo tuvo tiempo de comprobar que
no había llave alguna antes de que el dueño del coche, que
descansaba hasta entonces estirado en los asientos traseros le
agarrase del brazo con tal fuerza que le dislocase el hombro. El bate
que tenía en la otra mano cayó al suelo, acompañando con el golpe
el crujir de sus huesos.
	El grito resonó varias manzanas a la redonda, alertando a sus tres
compañeros. El dueño del coche no lo pensó dos veces antes de
hundir su mandíbula en el cuello de Camilo, abriendo una vía que
manchó de sangre gran parte de la luna frontal del coche por la parte
de dentro. Rubén y Miguel corrieron hacia ahí, seguidos de cerca por
María, que no sabía dónde meterse del miedo que tenía. Camilo
consiguió zafarse de su agresor, a duras penas, y se llevó la mano
del brazo sano al cuello, tratando vanamente de cortar la hemorragia
de su yugular. En ese momento el dueño del coche salía por la
ventanilla. Rubén y Miguel comenzaron a dispararle sin miramientos.
	Por bien que estuvieran armados, uno con la pistola de su padre y el
otro con una que le quitó a un hombre muerto que había en la calle,
ninguno de ellos había disparado una bala en su vida, de modo que su
puntería dejaba mucho que desear. Tres balas llegaron a cruzar el
cuerpo de Camilo, aunque la segunda ya había segado su vida. De todos
modos ya estaba infectado, así que la tragedia no fue tal; al menos
se ahorró presenciar lo que estaba a punto de ocurrir. Una de las
balas llegó a cruzar de extremo a extremo la cabeza del infectado,
que quedó con medio cuerpo fuera del coche, mirando hacia abajo, con
la punta de los dedos prácticamente a tocar del suelo.
	Aunque el mal ya estaba subsanado, Rubén siguió disparando, lleno
de rabia al ver el cuerpo de su amigo inerte en el suelo. Lo hizo con
tan mala fortuna, que una de las balas chocó contra la boca de uno de
los surtidores de gasolina que había entre ellos y el coche fúnebre.
Alguien había dejado abierto el surtidor un par de días antes, para
llevarse un poco de gasolina con una bomba manual y poder seguir
adelante. Había olvidado cerrarlo. La chispa que produjo el disparo
incendió el gas que salía del depósito, que estaba prácticamente
lleno, pues la gasolinera hacía casi un mes que había cerrado sus
puertas. El fuego se propagó a enorme velocidad hacia las entrañas
de la tierra y al entrar en contacto con el líquido inflamable, la
explosión resultó inevitable.
	La onda expansiva empujó a los tres supervivientes hacia la fachada
del edificio más cercano, llevándose por delante toneladas de
cristal y levantando gran parte del suelo de la estación de servicio,
haciendo volar trozos de piedra en todas direcciones. A María se le
partió el cuello con el golpe, y cayó ya muerta al suelo. Miguel se
rompió una pierna y los dos brazos, quedando malherido junto a
Rubén, que tan solo recibió unos pocos rasguños. La llamarada
enseguida les alcanzó, incendiando su ropas, su pelo y sus carnes.
Miguel no pudo llegar a levantarse, y murió lentamente, notando como
se quemaba, sufriendo ese indecible dolor sin poder hacer nada por
evitarlo. Rubén, también prendido en llamas, corrió hacia el parque
que había junto a la gasolinera, con la intención de tirarse dentro
del lago para apagar el fuego que le consumía, pero a mitad de camino
cayó al suelo incapaz de dar un paso más. Se arrastró un par de
metros antes de quedar finalmente inmóvil en el suelo, mientras su
cuerpo se carbonizaba.
	El fuego acabó por hacer explotar a tantos coches como tenían aún
algo de gasolina en su interior, y se fue propagando sin prisa pero
sin pausa, hacia los edificios cercanos, más cercanos de lo que
permitía la actual normativa sobre gasolineras, haciendo inevitable
que el incendio se propagase más y más por toda esa zona de Sheol.
puntos 10 | votos: 10
Tuenti - ya no sabe ni contar
puntos 1 | votos: 7
Gente...... - k hace 20mil albun de fotos pa cuatro fotos k tiene en el tuenti
puntos 12 | votos: 16
Si no votas positivo  - Hay tabla
puntos 2759 | votos: 2919
  - Una pareja fue entrevistada en un programa de televisión porque
estaban casados desde hacía 40 años y nunca se habían peleado.

El periodista, lleno de curiosidad, pregunta al marido:

Pero ustedes, ¿nunca han discutido?
‘No’, respondió el marido

¿Y cómo es eso?

Cuando nos casamos mi mujer tenía una yegua que apreciaba
muchísimo, era lo que mas quería …

Era la criatura que ella más mimaba en la vida..

El día de nuestra boda fuimos de luna de miel en nuestro carruaje
tirado por la yegua.

En el camino hacia nuestro destino la yegua tropezó. Mi mujer le
dijo con voz firme a la yegua: UNO.

A mitad de nuestro destino la yegua tropezó de nuevo. Mi mujer miró
a la yegua y dijo: DOS.

Al llegar a nuestro destino nuevamente la yegua se tropezó, y mi
mujer bajó y le dijo: TRES.

Acto seguido sacó la pistola y le pegó cinco tiros a la yegua.

‘Yo totalmente sorprendido y molesto le recriminé:

¡Oye asesina, por qué has matado a la yegua eres una desalmada,
desgraciada.. estúpida!

Mi mujer me miró fijamente y me dijo: “UNO”

Y desde entonces vivimos felices sin pelear…

puntos 3 | votos: 3
Ellas - siempre alegres 
sacandome una sonrisa 
hasta en los peores momentos 
siguen estando ahi
apoyandote y diciendote cosas sin nada de sentido
todo eso para que no sufras
y aunque algunas veces las cosas van mal y hay enfados
nunca son para siempre.
Las quierooooo
puntos 6 | votos: 10
Al otro lado de la vida 1x89 - En la escalera de incendios de un viejo edificio de Sheol
1 de octubre de 2008

Fueron unas voces juveniles las que despertaron a Morgan del sueño en
el que se había sumido bien entrada la medianoche. ¡Tío, si tiene
las llaves puestas!, fue lo último que escuchó antes de enderezarse
y mirar hacia abajo a ver qué diablos estaba pasando ahí. En total
eran cuatro; tres chicos y una chica. Ninguno de ellos había cumplido
la mayoría de edad. La única que iba desarmada era ella. Uno de los
muchachos tenía un bate de aluminio, los otros dos sendas pistolas
cargadas; sólo Dios sabía de dónde las habían sacado. Todos
parecían bastante excitados por el inesperado encuentro, pero Morgan
no iba a permitir que le privasen de su único método de transporte.
MORGAN – Eh, vosotros, los de ahí abajo.
	Al principio miraron en todas direcciones menos de donde venía la
voz, pero enseguida repararon en Morgan, que les observaba asomado a
la barandilla del rellano, con su habitual expresión malhumorada. Uno
de los chicos armados con una pistola, el que parecía el cabecilla,
no tardó en levantar la voz para darse a notar.
RUBÉN – ¿¡Qué pasa!?
MORGAN – ¿Quieres hacer el favor de bajar la voz? Conseguirás
despertarles.
RUBÉN – A mi no me das órdenes tú, ¿entendido?
MORGAN – ¿Qué demonios pretendéis, llevaros mi coche?
RUBÉN – Al igual. ¿¡Cómo que tu coche!? ¡Nosotros lo hemos
visto antes! No te…
La chica agarró al joven rebelde del hombro y trató de decirle que
se calmase, pero éste se apartó la mano de un manotazo y siguió
retando al policía.
MORGAN – Y yo he dormido encima por coincidencia… Mira, idos antes
de que me cabree, y aquí no ha pasado nada.
RUBÉN – ¿Qué te piensas, que por ser un maldito policía todo lo
que hay en el pueblo es tuyo?
MORGAN – No lo voy a repetir.
RUBÉN – Baja aquí si eres hombre, y ya veremos quién se queda con
el coche.
MORGAN – ¿Quieres comprobarlo?
RUBÉN – ¿Tú y cuántos más?
	Morgan echó un vistazo al rellano y agarró su escopeta, que
descansaba apoyada contra la barandilla. La encañonó hacia el 
chico, sin cargarla ni quitarle el seguro. 
MORGAN – Yo… y mi amiga. ¿Te parece suficiente? 
El chico se quedó de piedra, y se guardó su pistola en señal de
derrota.
RUBÉN – Eh, tranquilito. Quédate con tu puto coche. El pueblo
está lleno, ya encontraremos otro. Ojalá y te…
	Morgan bajó el arma.
MORGAN – ¿Habéis salido esta misma mañana del sitio donde
llevabais escondidos varias semanas, no es cierto? 
	El chico le miró con el ceño fruncido.
RUBÉN – ¿Cómo sabes tú eso?
	Morgan sonrió.
MORGAN – Déjame que te de un consejo. Volved al sitio donde
estabais y tirad la llave. Las calles no son seguras.
RUBÉN – Solo salen de noche, negro. Durante el día duermen. ¿O es
que no veías las noticias?
MORGAN – Si seguís de esa manera por la calle, dando voces, no
duraréis ni dos telediarios.
RUBÉN – Que ahora están todos durmiendo. ¿O es que no te enteras?
Además, tú no me tienes que decir lo que tengo que hacer, ya no
existe la ley. Tú no eres más que nadie.
MORGAN – Yo no seré más que tú, pero sé que mañana seguiré
vivo. De ti no puedo decir lo mismo.
RUBÉN – ¡¡Venga, venid, hijos de puta, si tenéis huevos!!
	Morgan se lo quedó mirando, con la expresión del más puro
desprecio en la cara. Al pasar los segundos el chico volvió a hablar.
RUBÉN – ¿Ves como no pasa nada? Anda y que te den por culo. Puto
negro de mierda... ¡Vámonos!
MORGAN – Quien avisa no es traidor. 
RUBÉN – ¡Que te den!
	El resto de chicos, que habían estado observando la disputa desde la
distancia, acataron la orden de su líder sin rechistar y prosiguieron
su peregrinaje, riéndose entre ellos comentando la jugada. Caminaron
por el centro de la calle, hablando y bromeando, como si no hubiera
pasado nada. Morgan les perdió de vista una manzana más lejos,
cuando cruzaron la esquina que les llevaría a la gasolinera Amoco.
Esperó a que todo volviese a quedar en silencio, y cuando estuvo
seguro que no correría ningún riesgo volviendo de nuevo a tierra
firme, bajó las escaleras con su incondicional al hombro.
	El coche estaba tal y como lo había dejado; no habían tenido tiempo
ni de coger la llave. Morgan se acomodó en el asiento del conductor,
cerró la puerta y puso de nuevo el coche en marcha. Se dirigiría a
las afueras de la ciudad y si conseguía pasar desapercibido por el
camino, con algo de suerte ya no tendría que lidiar con esos
indeseables en mucho tiempo. Encarriló la calle y se dirigió a su
destino por el camino más corto, conduciendo lentamente, evitando
cualquier obstáculo que pudiera hacer el más mínimo ruido. 
	En menos de cinco minutos los edificios dejaron de rodearle. Llegó a
ver la última estación del tren elevado antes de dejar Sheol atrás
definitivamente. Al fin lo había conseguido; había conseguido
abandonar la ciudad. Ahora ya no volvería a ser perseguido por
docenas de esas infames criaturas. Un nuevo mundo de posibilidades se
abría ante él, aunque tendría que afrontarlas solo, pues todos le
habían abandonado a su suerte. Pasó junto al cadáver medio
descuartizado de un burro, banquete para las moscas, y cogió una
carretera secundaria que no sabía hacia dónde iba. 
A medida que se alejaba de la urbe, una falsa sensación de seguridad
se fue apoderando de él. Llegó a alejarse unos tres kilómetros del
asno, cruzando cultivos que pronto se secarían, zonas llenas de
árboles bajos y matorrales, sin señal alguna de vida, hasta que algo
le hizo abstraerse del trance de placer que le estaba proporcionando
la idea del casi tangible éxito. Se acercó algo más hasta ver el
cauce de un río a unos cien metros. Desde el coche pudo ver a una
niña llorando y a una mujer adulta pidiendo socorro a gritos, ambas
chapoteando en el agua. Su instinto de policía no le dio otra
alternativa: debía ayudarlas.
puntos 8 | votos: 14
Al otro lado de la vida - 1x12 - Cubierta del edifico Astoria 23
29 de septiembre de 2008

Antes que tuviera tiempo de correr a cerrar la puerta, él ya había
cruzado su umbral, y la había visto. Ya era tarde para lamentarse de
haberla dejado abierta. Jamás hubiera pensado que eso iba a ser tan
importante,  tal vez la delgada línea entre la vida y la muerte.
Tras el primero apareció un segundo, parecían haber previsto lo que
haría, y haber actuado en consecuencia, yendo a su encuentro. Aunque
eso no era posible; no tenían tanta capacidad de razonamiento para
hacer tales conjeturas, no eran más que animales, absurdos y
estúpidos depredadores en busca de una presa débil e indefensa.
	La escalera de incendios estaba al otro extremo del tejado, y para
llegar a ella tendría que cruzarse con los vecinos, cosa que no le
apetecía en absoluto. Eso sin contar que en la calle le estarían
esperando otros tantos. Si volvía por donde había venido, a la que
llegase a la altura del balcón le cogerían los que ahí le estaban
esperando, luego tampoco era una buena idea. Una vez más se sintió
acorralada, superada con creces por la situación, y quiso con todas
sus fuerzas estar en cualquier otro lugar, sintiéndose desfallecer y
perder todas las fuerzas ante este nuevo mazazo del destino.
	No tardaron mucho en correr hacia ella, y Bárbara no pudo menos que
correr en la otra dirección, a ciegas, sin saber donde iría a parar.
A la docena de pasos, frenó al encontrarse la medianera del edificio
contiguo, un piso más alto. Parecía no haber escapatoria, puesto
que a lado y lado de la medianera tan solo había una barandilla que
circundaba todo el edificio, y más allá el vacío y una muerte
segura. Cada vez estaban más cerca, Bárbara les echó un último
vistazo, viendo como enseguida darían con ella y la descuartizarían
ahí mismo, y saltó.
	Consiguió agarrarse al borde superior de la terraza contigua, pero
le faltó impulso para subir del todo. No tenía punto de apoyo para
poder seguir adelante, y las fuerzas le escaseaban, pues no había
podido aún sobreponerse de la escalada por el cable hacía tan solo
unos segundos. Trató de alzarse con todas sus fuerzas, pero el
esfuerzo resultó inútil una vez más. Llegaron. Uno de ellos hizo
el amago de morderla en su pie descalzo, pero ella lo apartó
rápidamente, librándose así de la fatal mordedura. Con el mismo
impulso que llevaba su pierna, la apoyó en el hombro de ese ser que
le estaba tanteando el culo y trataba de morderla nuevamente, y con
ese nuevo punto de apoyo, tan oportuno como inesperado, consiguió el
impulso necesario para subir. 
	Subió con presteza el antepecho de obra, y se dejó caer al otro
lado, jadeando por el esfuerzo, con el corazón latiéndole a mil por
hora. Miró a un lado y a otro, pero el sitio parecía seguro. Ella
sabía que eso no significaba nada, pues podría aparecer alguno del
lugar menos esperado. Se levantó, todavía muy impresionada por lo
cerca que había estado de la muerte, y observó con más
detenimiento ese nuevo tejado. Estaba limpio, y la puerta del cajón
de las escaleras, cerrada desde dentro, lo cual era en parte una
garantía. A lo lejos se oían las voces de los que la esperaban en
el tejado, en el balcón, en la calle, todos exigían su parte del
pastel.
	Se trataba de una manzana alargada y estrecha, que aún continuaba
media docena de edificios más allá. Al ver que no podía volver al
del extremo, y que por ese tampoco podría salir, puesto que la
única salida estaba cerrada, saltó al siguiente, que era algo más
bajo. Ahí tampoco había nadie. Las voces sonaban cada vez más
lejanas y apagadas. Se acercó a la puerta que daba a las escaleras
de este tercer edificio, preparada para salir corriendo a la primera
de cambio, y vio que estaba entreabierta. La acabó de abrir con una
patada, y el fuerte olor la hizo dar un paso atrás.
	No hubiera podido determinar si se trataba de un hombre o una mujer,
pero lo que si sabía era que no se levantaría para comérsela.
Temía bajar las escaleras, previendo lo que podría encontrarse ahí
dentro, de modo que descartó esa posibilidad, y prefirió seguir
adelante, sin saber muy bien hacia donde. Estaba a punto de llegar a
la medianera con el siguiente edificio, cuando tuvo una idea. Paró,
dio media vuelta, y volvió a la vera de ese cadáver putrefacto.
Antes de empezar con su improvisado plan, le cogió un zapato y se lo
puso. Le iba un par de tallas grandes, pero serviría. Sacó al cuerpo
de ahí, y cerró la puerta a su paso; no quería más sorpresas.
	Agarró a lo que creyó era una mujer, tratando de no mancharse
demasiado, y la arrastró hasta la barandilla del tejado en el que se
encontraba, dejando un reguero de sangre a su paso, una macabra línea
roja que delataba lo que estaba haciendo. Cuando llegó al borde,
miró abajo, y vio como todavía seguían ahí los que la estaban
esperando en la calle. Entre ellos también se encontraba el que le
había quitado la bamba, solo que ahora ya no la llevaba. Se armó de
valor, cogió aire y gritó, agitando los brazos, llamando la
atención de todos los que pretendían alcanzarla.
	Enseguida se dieron por aludidos, y se giraron para mirarla,
acercándose patosamente hacia esa zona de la calle. Bárbara pidió
perdón a esa mujer, cuyos intestinos, al menos la parte que aún
quedaba de ellos, se encontraban fuera de su estómago. La alzó como
pudo y la dejó caer al vacío, viendo como en su trayectoria se
golpeaba un par de veces contra la fachada, manchándola de rojo. El
sonido que hizo al caer le hizo arrepentirse de lo que había hecho,
pero ahora ya era tarde para eso. Debía darse prisa.
	Tras un último vistazo en el que vio como todos se acercaban a
comérsela, partió. Si todo salía como tenía pensado, eso los
entretendría un rato,  tal vez suficiente para abandonar el edificio
en busca de un lugar más seguro donde asentarse. Saltó de un
edificio a otro, ahora escalando ahora saltando, y no tardó en
llegar al otro lado. Su marcha había llegado al fin, y ahora debía
bajar y afrontarse de nuevo a su destino. Ahí no había escalera de
incendios alguna que la permitiese bajar, tan solo se encontraba la
puerta de las escaleras, abierta, de la que no brotaba más que el
silencio.
	Antes de bajar, echó un vistazo alrededor, tratando de trazar un
plan para saber donde iría una vez llegase de nuevo a la calle. La
ausencia de niebla y la gran altitud a la que se encontraba, le
permitieron otear gran parte de las afueras de la ciudad. A un
extremo se erguía majestuoso el cementerio, más allá el bosque. Al
otro lado crecía imparable la ciudad. Edificios y más edificios,
todos distintos, todos muertos, tapizaban el suelo a su paso,
perdiéndose en el horizonte. Entonces vio algo que le llamó la
atención, junto al portón de entrada de suministros de un
supermercado. Una bicicleta roja, de un tamaño que delataba que era
propiedad de un niño.
	Ahora sabía que no se había tratado de una visión, y sintió en
su interior que debía dirigirse hacia ahí. Ese sería su objetivo.
puntos 8 | votos: 8
Mi libro de matemáticas - Todavia tiene el plastico
puntos 29 | votos: 35
Odio ser bipolar. Es fantástico. -

puntos 18 | votos: 18
Desmotivaciones  - la única página en la que puedes votar libremente sin tener 18 años.
puntos 22 | votos: 26
Segurísimo -
puntos 10 | votos: 12
Desmotiva esta historia - Cuando tenía 19 años fui violada a punta de pistola, me sentí
sucia, usada y robada de toda mi dignidad. Menos del uno por ciento de
las mujeres que son violadas salen embarazadas, pero yo fui una de
ellas. Primero me negaba a creerlo, pero mi cuerpo comenzó a sufrir
cambios y me di cuenta de que ya no podía ocultarlo por más tiempo:
estaba embarazada. Pensé que tenía que haber un modo de salir de
esto.
puntos 6 | votos: 6
Comenten quien sepa  - una pelicula de miedo..
Basada en hechos reales
puntos 3 | votos: 11
Pues ahora - Cruzo los brazos y no respiro

puntos 14 | votos: 14
que alguien - me explique la diferencia por favor
puntos 21 | votos: 21
   Hay tres clases de personas - Aquellas que hacen que las cosas ocurran
Aquellas que esperan que las cosas ocurran
Aquellas que se sorprenden por lo que ha ocurrido
¿A qué grupo perteneces?
puntos 16 | votos: 26
Al otro lado de la vida - 1x10 - Piso del señor y la señora Soto
29 de septiembre de 2008

Bárbara despertó de un dulce sueño para encontrarse de nuevo con
la pesadilla. Le despertaron los mismos golpes que le habían hecho
prácticamente imposible conciliar el sueño la noche anterior. Se
incorporó sobresaltada, y posó un pie sobre el cuchillo que había
caído de sus manos mientras dormía. Dio un gran bostezo y estiró
los brazos para desperezarse; hoy le aguardaba una muy dura jornada.
Ya era de día, a juzgar por la luz que se filtraba por la ventana, y
por lo que decía el reloj de pared que había sobre la puerta.
Marcaba las nueve y media, pero eso carecía de importancia para
ella.
	Se levantó, asiendo de nuevo el cuchillo, y se acercó a la
ventana. Media docena de ellos se habían congregado en la acera de
enfrente. Uno de ellos estaba sentado en el suelo, rascándose una
herida que tenía en la cabeza. Parecían tan humanos, tan vivos, que
le costó hacerse a la idea que no lo estaban, que ya no eran personas
como ella. Uno de ellos se giró y la miró, con la cara iluminada por
la luz de la mañana. Bárbara cerró de nuevo la ventana. Ahora lo
que quería era salir de esa casa, no quería seguir siendo la
compañera de piso de la señora Soto.
	Todavía no había decidido si abandonaría la manzana ahora que
sabía que el lugar no era del todo seguro, o si se limitaría a
buscar otro piso que ocupar. Ambas alternativas parecían igualmente
peligrosas, pero quedarse ahí también lo era, de modo que saldría
del piso y luego se dejaría llevar por la inercia. Respiró hondo,
cuchillo en mano, y quitó el pestillo a la puerta. Abrió una
pequeña rendija, lo suficiente para comprobar que la puerta del
dormitorio seguía cerrada; no todo tenían que ser malas noticias.
Después de pasar por el baño, se dirigió a la cocina, tratando de
hacer el menor ruido posible.
	Prácticamente a tientas, sacó una caja de galletas y un cartón de
leche de la despensa, obligándose a no mirar al señor Soto, y
desayunó, acompañada tan solo por el trinar de los pájaros, que se
posaban en los árboles y en los balcones como si nada hubiera
cambiado. Todo estaba tranquilo, y una vez más esa tranquilidad le
hizo sospechar que algo malo se avecinaba. Se sació enseguida, no
tenía mucho apetito, y en más de una ocasión le sobrevino una
arcada. Tenía mal cuerpo desde hacía ya mucho, y lo achacó a los
nervios. Ese estado de tensión permanente al que estaba sometida no
le podía traer nada bueno.
	Con el estómago lleno y la cabeza fría, decidió que no
pospondría más su partida. La señora Soto podía salir en
cualquier momento del baño, y ella no quería estar ahí cuando eso
ocurriera. Echó un último vistazo a la casa, y abrió la puerta de
entrada. El sol todavía estaba muy bajo, y la escalera se encontraba
en penumbra, tan solo iluminada por la luz se filtraba por el
lucernario que la coronaba. Pero esa luz resultó ser suficiente para
mostrar a Bárbara una vez más que no estaba sola. Una mujer de unos
cincuenta años, con un moño y una bata, se encontraba de espaldas a
ella, a tan solo cuatro metros de la puerta. 
	Dio un paso atrás, contenta de no haber sido descubierta, asustada
no obstante, y se disponía a cerrar la puerta cuando vio a tres más
en la escalera. Uno de ellos la vio a ella, y con un gruñido alertó
a los demás. Bárbara cerró con un portazo y se apresuró a echar
una cadenita que tenía la puerta, al parecer el único método para
mantenerla bien cerrada, más que insuficiente a sus ojos. Los golpes
fueron casi inmediatos. Había cuatro de ellos aporreando la puerta, y
un par más se apresuraron a subir las escaleras al ver notar el
movimiento que había en los pisos superiores. Si antes intuía que
no existía ningún lugar seguro, una vez más había tenido la
ocasión de comprobarlo para asegurarse.
	Dio un par de pasos atrás, con el cuchillo en las manos, temblando
de pies a cabeza, sin saber que debía hacer dadas las
circunstancias. De repente un ruido la alertó a sus espaldas; de
nuevo la señora Soto tratando de abrir la puerta del baño, o  tal
vez del dormitorio. Se vio atrapada, pues no podía salir por la
puerta de entrada, y las escaleras de incendios no daban a la casa,
sino al final del pasillo que distribuía las cuatro viviendas de
cada piso. Tampoco era buena idea saltar por las ventanas puesto que
se encontraba en un sexto piso. Al parecer se había metido en un
callejón sin salida.
	Los golpes se hacían cada vez más frecuentes e intensos. Uno de
ellos era un hombre muy fuerte y musculoso en tiempos, que todavía
mantenía esas cualidades en su nueva vida. La puerta se movía sobre
sus goznes a cada golpe, pareciendo cada vez más frágil y
quebradiza, hasta que finalmente cedió. El último golpe arrancó
parte del marco y se llevó la puerta por delante, al tiempo que
Bárbara gritaba, sintiendo aflorar de nuevo el pánico y la
adrenalina de sus poros. Un brazo tostado por el sol, con un gran
tatuaje de una calavera emergió de la puerta, asiendo a una persona
invisible a su paso.
	La puerta había cedido, pero la cadena aún resistía, aunque no lo
haría por mucho tiempo. Miró la puerta, y pensó rápidamente cual
sería el paso más adecuado a dar, viendo que le quedaba muy poco
tiempo para decidirse. No podía encerrarse en alguna habitación
porque enseguida derribarían la puerta, y ese sería su fin.
Entonces miró el balcón que se encontraba al otro extremo del
salón. Si no había escapatoria no se dejaría matar, prefería
quitarse la vida; lo último que quería era ser uno de ellos.
Corrió hacia el balcón al tiempo que la cadena de la puerta era
arrancada con un nuevo golpe. La suerte ya estaba echada.
puntos 10 | votos: 20
Al otro lado de la vida - 1x08 - Piso del señor y la señora Soto
28 de septiembre de 2008

Comió vorazmente, sin tener tiempo a saborear la comida, apenas
masticándola, con un ansia impropia de ella. Se bebió media botella
en un par de tragos y una vez estuvo saciada, descansó unos segundos
en la cocina, respirando agitadamente. Todavía quedaba algo de
comida en la mesa cuando decidió que ya había comido lo suficiente.
Ahora le apetecía descansar un rato tranquila, pero antes quería
asearse un poco. Si bien no tenía que rendirle cuentas a nadie, y
seguramente no vería a nadie en mucho tiempo, se sentía sucia y
quería quitarse de encima esa sensación de dejadez. Si seguía los
rituales de la civilización, se demostraría a si misma que todavía
no se había rendido.
	Agarró el cuchillo y salió de la cocina, de nuevo en guardia ante
cualquier imprevisto. El salón seguía exactamente igual,  tal vez
algo más oscuro pues la noche avanzaba a toda prisa. Vio la ropa que
había sisado del tejado, en el sofá, y se la echó al hombro. Solo
le quedaba una puerta por abrir, todo estaba en silencio, cada vez
más oscuro. La puerta se abrió con un ligero gemido, y frente a
ella apareció un pasillo corto y estrecho, con tan solo tres
puertas, dos de ellas abiertas. Una daba a un pequeño baño con
ducha, y la otra a un estudio con un escritorio, un sofá y un par de
estanterías llenas de libros. Ambas estaban vacías; ahí no había
nadie, todo estaba en regla,  tal vez incluso demasiado tranquilo, lo
que mosqueó un poco a Bárbara, que llegados a ese punto ya
desconfiaba de cualquier cosa.
	Abrió la tercera puerta, y se encontró en el dormitorio de los
señores de la casa. La cama estaba deshecha y había unos cuantos
objetos tirados por el suelo, bajo un cajón abierto. Todo lo demás
parecía en regla. Esa habitación comunicaba a otro baño, algo más
grande, donde tampoco se escondía nadie. Bárbara se confió, dejó
el cuchillo sobre la mesilla de noche, y la ropa sobre la cama. Vio
un par de velas consumidas sobre una gran cómoda, y media docena
más sin estrenar en una funda plástica ahí mismo. Encendió un
par, colocando una en el dormitorio y otra en el baño. 
	Ahí se sentía segura, pero de todos modos arrastró la cómoda
hacia la puerta de entrada, asegurándose no tener ningún susto,
puesto que pensaba dormir ahí. Se acercó a la mesilla de noche del
lado izquierdo de la cama, y abrió el primer cajón, del que sacó
un sujetador blanco, del segundo sacó unas braguitas y del tercero
unos calcetines limpios. Con eso y la ropa que había cogido del
tejado, se dirigió hacia el baño. Abrió hacia dentro la puerta y
miró más detenidamente su interior. 
	La gran bañera blanca estaba llena hasta los bordes de un agua que
no parecía estar del todo limpia, de modo que quitó el tapón y
oyó como el agua se filtraba por ese pequeño agujero. Ahí dentro
habría unas treinta garrafas de agua, de al menos ocho litros cada
una. La mayoría estaban vacías, pero todavía quedaban media docena
llenas de agua del grifo, agua que se habían apurado en recoger antes
de que se cortase el suministro. Cerró la puerta tras de sí, incluso
echándole el pestillo, y tras dejar la ropa sobre la tapa del
inodoro, se dirigió al lavamanos.
	Después de lavarse concienzudamente el pelo con abundante agua y
champú, se desnudó. Se miró en el espejo, viendo asomar las
costillas de una chica de veintiséis años, consumida, con unas
grandes ojeras y una expresión triste en la cara. Agachó la cabeza
y se metió en la bañera, con un par de garrafas a mano. Una vez
acabó lo que había empezado, se apresuró a taparse con un
albornoz, temblando y tiritando después del contacto con esa agua
gélida. Poco a poco consiguió recuperarse física, que no
anímicamente, y se visitó. Volvió a mirarse al espejo y se obligó
a sonreír, viendo ya algo más parecido a lo que ella recordaba. 
	Pero enseguida estalló en llanto. Todo cuanto había querido en su
vida, le había sido arrebatado; no había motivos para sonreír.
Pensó que  tal vez hubiera sido mejor morir desde un buen principio,
ahorrándose todos los momentos de sufrimiento y desespero que había
tenido que experimentar. Pensó que  tal vez todavía estaba a tiempo
de quitarse la vida, asegurándose de ese modo que no acabaría siendo
uno de ellos, uno de esos demonios que habían venido del infierno
para apoderarse de la tierra. Luchó por quitarse esa idea de la
cabeza. Ahora, su salud y su vida era todo cuanto tenía, y debía
pelear para mantenerlo. Todavía no lo había perdido todo,  tal vez
todavía existía esperanza en ese mundo devastado.
	Salió del baño cepillándose una y otra vez el pelo, pensando en
todo lo que había dejado atrás, y cuanto le costaría superar el
que sin duda había sido y sería el golpe más duro de toda su vida.
Se sentó en la cama, todavía sollozando, con los ojos enrojecidos,
notando una ligera línea de frío en sus mejillas y se sorprendió
mirando por la ventana, ahora tan solo iluminada por la luz de una
vela medio consumida. Pensó en cual debería ser el próximo paso a
dar, planteándose si sería oportuno pasar ahí unos días. Tenía
agua y comida de sobra para alimentarse prácticamente un mes, y
sabía que ahí fuera ellos danzaban a sus anchas, esperando
cualquier descuido para echarse algo a la boca.
	Entonces, para su sorpresa, alguien le agarró de la pierna,
sujetándola con fuerza de los pantalones. Fuera lo que fuese, le
había estado esperando pacientemente debajo de la cama, y aguardó
hasta el momento de mayor indefensión para salir a la carga,
pillándola con la guardia baja. Bárbara cayó al suelo del tirón,
al tiempo de ver a la señora Soto emerger de la oscuridad bajo el
lecho conyugal, con los ojos inyectados en sangre, rojos en su
totalidad, carentes de humanidad, feliz al saber que por fin había
llegado la hora de la cena.
puntos 2 | votos: 8
Al otro lado de la vida 1x87 - Piso de la familia Clark
30 de septiembre de 2008

Durmió más de diez horas del tirón, como no había ocurrido en
mucho tiempo. Al despertar le dolían los pies y los brazos, llevaba
la marca de los pliegues de tela de la almohada marcados en su piel
marrón, pero en cierto modo se sentía bien, pues tenía algo en lo
que distraerse. Disponer de nuevo de un objetivo le devolvió de nuevo
algo de interés por seguir adelante. Ese vehículo, que bien se
había merecido, suponía su tabla de salvación para comenzar de
cero. Sin perder más tiempo, se puso manos a la obra.
	Se dio un más que dudoso baño con parte del agua potable que había
en una de las cajas de madera, y se atavió con una muda que tenía
del uniforme de la policía, esa y no otra era la ropa con la que se
sentía realmente él. Agarró la maleta que había utilizado con
Sofía en su viaje a Marruecos, y comenzó a llenarla de todo cuanto
creyó necesario. Abandonaría Sheol sin mirar atrás, dolido con ella
por lo mal que le había tratado. Sofía le observaba en silencio
desde el portafotos que había sobre la mesilla de noche, dándole el
visto bueno. Algunas mudas más, cerillas, una potentísima linterna,
un buen puñado de agua y todas las latas de conserva que pudiera
imaginar acabaron por llenar la maleta, que por primera vez en su
larga vida, no ofreció resistencia al cerrarse.
	Antes de salir definitivamente, fue al balcón y echó un vistazo a
ver cómo estaba el panorama. Se sorprendió al comprobar que la calle
no estaba vacía, como el hubiera esperado. Ahí había un hombre al
que enseguida reconoció. Era el señor Guzmán, el zapatero de la
tienda de debajo de casa, solo que ya no era él. Resultaba curioso,
porque iba descalzo. Perseguía a una especie de rata que huía para
salvar su vida de manera torpe; al parecer estaba herida, y cojeaba.
Se trataba de un pequeño suricato, gentileza de su amigo el hippie
desmembrado que todavía yacía, con bastante peor aspecto, en la
acera junto al todoterreno. Guzmán acabó por alcanzar al pequeño
mamífero, pisándole la cola, con lo que éste soltó un agudo
chillido. El resto prefirió no verlo, más sí contempló como el
zapatero, ya con el estómago lleno, se metía en un portal de la
manzana de en frente, desapareciendo en la oscuridad. Ahora que las
calles volvían a estar tranquilas, era el momento de partir. 
	Agarró un pequeño pote de pegamento universal de la caja de
herramientas, y se lo metió en el bolsillo. Seguro de que no
volvería ahí bajo ningún concepto, colocó las llaves en un
pequeño cuenco que había en el recibidor, y salió del que fuera su
hogar sin siquiera mirar atrás. Al llegar a la planta baja, dejó la
maleta apoyada contra la fuerte barricada, y salió por la puerta
trasera. El sol bañaba el jardín particular, con los bancos vacíos
y las farolas apagadas. Caminó hacia el olivo y se despidió de
Sofía.
	Al entrar al coche pegó el retrovisor al cristal con el pegamento.
Acto seguido posó sus manos sobre el cuero del volante, recordando
entonces por qué estaba haciendo eso. Lo único que sabía era que
quería alejarse de ahí tanto como pudiese, llegar hasta el fin del
mundo si fuera posible. Sabía que no podría soportar vivir más
tiempo en un sitio que le recordaba a cada segundo cuán desgraciado
era, todo cuanto había perdido por no jugar bien sus cartas. Con la
ingenua idea de que yéndose de Sheol alejaría de su mente todos esos
malos recuerdos, metió la primera y comenzó su viaje hacia ninguna
parte, dejando una mancha negra en el asfalto debajo de donde había
pasado la noche el coche. Consiguió alejarse más de tres manzanas
del punto de partida antes de que su gran hermano particular moviese
ficha. De nuevo ese maldito animal entró en escena. Unos pequeños
ojos verdes le observaban desde la distancia.
	En esta ocasión no le perseguía, sino que venía de frente, sin
temer a nada, dispuesta a seguirle hasta dónde hiciera falta. Morgan
esbozó una sonrisa de loco y apretó con fuerza el acelerador,
dispuesto a saborear hasta el último paladeo de la muerte de ese
despreciable ser, preparado para el inminente golpe. Cuando estaba a
punto de embestirla, la ágil felina dio un oportuno salto hacia la
izquierda, evitando de ese modo el fatal golpe. Morgan se encolerizó
sobremanera, gritando y golpeando el volante a medida que su mente
comenzaba a divagar de nuevo. Miró la escopeta que le acompañaba en
el asiento del copiloto, desprotegida sin el cinturón, y tomó de
nuevo la decisión más estúpida entre cuantas podía haber escogido;
la que más placer le aportaría de salir bien.
	Apretó con fuerza el freno, escuchando patinar la goma contra el
asfalto y dio un volantazo, quedando de ese modo encarado al enorme
gato. Ella paró también, a menos de una docena de metros.
Obligándose a no pensarlo dos veces, agarró la escopeta y salió del
coche empujando la puerta de una patada. La leona dio un paso al
frente, él agitó el arma dejándola preparada para la acción. 
MORGAN – Gatito, gatito.
La encañonó a medida que se acercaba, y disparó. No se inmutó
cuando más de dos docenas de gorriones salieron volando de los
árboles cercanos; estaba saboreando la victoria. En el fondo
disfrutaba con eso. Pasar a un nuevo nivel en el que ya nada importaba
y no había tabúes ni restricciones para hacer cuanto le apeteciera,
pues nadie le juzgaría por sus actos, le estaba resultando realmente
divertido. No dejarse llevar por la voz de la conciencia y la sensatez
tenía su punto. Hizo falta un segundo disparo para abatir a la
bestia. De nuevo la tan necesaria adrenalina se apoderó de su sangre
y le hizo sentirse más vivo que nunca. La leona cayó al suelo
malherida a escasos metros de él, tratando de levantarse
inútilmente.
	Morgan se acercó para comprobar lo que había hecho. Aún a
sabiendas que apenas tenía munición, efectuó un tercer disparo a
bocajarro en la cabeza del agonizante animal, en parte para
demostrarle quién mandaba ahí, quién era el verdadero rey de la
selva, en parte para acabar de una vez por todas con su agonía. Antes
de que la sensación de culpa por la estupidez que acababa de cometer
se apoderase de él, se subió de nuevo en el coche.
	Apenas se había desplazado veinte metros cuando se dio cuenta que su
irreflexiva acción había traído consecuencias. Vio emerger un par
de ellos del escaparate hecho añicos de un cibercafé. Si había algo
que les despertase era el ruido, y tres escopetazos en plena noche
hubieran despertado al más pintado. Comenzó a asumir que ese nuevo
estilo de vida que había adoptado las últimas 24 horas no le
llevaría a ningún lado, a preguntarse si realmente todo valía o si
por el contrario debía obligarse a regirse de nuevo por las pautas de
la cordura. Aceleró para perderles de vista, hastiado de ellos hasta
límites insospechables.

puntos 1372 | votos: 1968
Si la piscina es honda, - ¿el mar es toyota?
puntos 2455 | votos: 2823
Ya, seguro... -
puntos -6 | votos: 10
Mesas - en 3D
puntos 1156 | votos: 1220
No quitarse el bañador  - ni para ducharse
puntos 19 | votos: 21
I love - lacasitos ;)

puntos 11 | votos: 17
Coca cola  - efectos y lo que se puede hacer con ella:
efectos:  En los primeros 10 minutos: 10 cucharaditas de azúcar
entran en tu sistema  digestivo (el 100% de la cantidad diaria
recomendada) lo único que impide  que vomites debido a tanto
edulcorante es el uso del ácido fosfórico, que disimula el sabor
permitiéndote digerirlo.

A los 20 minutos: Tus niveles de azúcar se disparan, causando que
aumente la insulina. Tu hígado responde transformando todo el azúcar
que encuentra en grasa (y hay mucho azúcar en tu organismo en este
preciso instante).

A los 40 minutos: Se completa la absorción de cafeína. Tus pupilas
se dilatan, tu presión sanguínea se eleva, y como respuesta tu
higado introduce  más azúcar en tu torrente anguíneo. Los
receptores de adenosina de tu  cerebro se bloquean para evitar el
adormecimiento.

A los 45 minutos: Tu cuerpo aumenta la producción de dopamina,
estimulando los centros de placer de tu cerebro. Básicamente, así es
como actúa la Heroína.

A los 60 minutos: El ácido fosfórico bloquea el calcio, zinc y
magnesio en tu intestino grueso, acelerando tu metabolismo. Además,
las altas dosis de azúcar y edulcorantes artificiales aumentan la
eliminación de calcio mediante la orina. Las propiedades diuréticas
de la cafeína hacen efecto  (tienes que ir al servicio). Éste es el
momento en que expulsas el calcio, magnesio y zinc que debería ir
dirigido a tus huesos, así como también sodio, electrolitos y agua.
lo que se puede hacer con la coca cola:
En muchos estados de EE.UU., la Patrulla de Caminos lleva 2 galones de
Coca Cola en su coche para quitar la sangre que queda sobre el
pavimento después de haber ocurrido un accidente.

Puedes poner un filete de carne en una plato lleno de Coca Cola y
éste desaparecerá en dos días.

Para limpiar un inodoro: Vaciar una lata de Coca Cola dentro de la
taza y déjala durante una hora, luego tira de la cadena. El ácido
cítrico de la
Coca Cola, quita las manchas de la porcelana.

Para quitar las manchas de óxido de cromo de los parachoques de los
coches: Frotar con un trozo de papel de aluminio, mojado en Coca Cola.

Para limpiar la corrosión en los terminales de la batería de tu
coche
vierte una lata de Coca Cola sobre los terminales y las burbujas se
llevarán la corrosión.

Para aflojar un tornillo oxidado: Aplicar al tornillo un trapo
empapado en Coca Cola durante varios minutos.

Para quitar manchas de grasa de la ropa: Colocar la ropa dentro de la
lavadora, vaciar encima una lata de Coca Cola, agregar el detergente y
lavar con el ciclo completo. La Coca Cola soltará las manchas de
grasa.

También es muy útil para limpiar un parabrisas de coche que esté
sucio del camino.

El ingrediente activo en la Coca Cola es ácido fosfórico. Su PH es
2.8.

Esto disuelve un clavo en unos 4 días. El ácido fosfórico es
dañino para
calcio de los huesos y es uno de los mayores contribuyentes al aumento
de la osteoporosis.
puntos 24 | votos: 24
Kurt Cobain(nirvana) - Nobody dies a virgin, life fucks us all.
puntos 12 | votos: 12
No si te parece - Nos queamos ahí quietos esperando a que venga el dueño
Y le decimos :
-Eh, mira mira que le he pegado a tu coche!!
puntos 9 | votos: 9
Ohana sinifica familia - Y tu familia nunca te abandona ni te olvida
puntos 14 | votos: 14
¿Tú eres tonto... - o abrazas cactus?

puntos 3 | votos: 11
ETA... - Ya no es la misma...
puntos 20 | votos: 22
Parecidos razonables -
puntos 25 | votos: 25
Marionetas - Eso es lo que somos..
puntos -16 | votos: 26
En berda si os fijai - er pikaxu e una rata amarilla kom un rabo to raroo i los moflete de heidiiii xdddddd
puntos 14 | votos: 14
Hexakoisiohexekontahexefobia - es el termino para las personas que le tienen miedo al 666
si bte asustaste al ver este cartél,tu sufres esa fobia.

puntos 12 | votos: 14
Galleta con picante - definicion grafica
puntos 3 | votos: 5
chupa chups - ahora no se muerden se chupan
puntos 11 | votos: 17
¿Qué harías... - ...si Justin Bieber se enamorara de tí?
puntos 20 | votos: 20
¿Qué harías... - ...si cerraran la web de Desmotivaciones.es?
puntos 9 | votos: 11
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