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harry potter - muchos crecieron con ellos y aora ya todo terminara u_u
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No poder - ser dueño de esa mirada en verdad
 DESMOTIVA :/
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A buen Entendedor - pocas palabras u.u
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Al otro lado de la vida 1x103 - Comisaría 102 de Sheol 
1 de octubre de 2008

Morgan hizo ademán de mirarse la muñeca, pero hacía ya más de dos
semanas que no llevaba reloj. Se sorprendió al ver que ni Bárbara ni
Zoe llevaban, tampoco. Al parecer esa era una rutina en los
supervivientes, pues en ese nuevo mundo el tiempo ya carecía de
interés, inútil para poco más que determinar cuando empezaba la
noche; cuando volvía el peligro. Y más ahora cuando los días se
iban haciendo cada vez más cortos, ofreciéndoles a los infectados
mayor control del que ya tenían sobre ellos. La luz se filtraba ya
casi horizontal por los ventanales, lo que indicaba que no tardando
mucho se haría de noche. El sol sí era fiable para saber la hora;
las horas, los minutos y los segundos, formaban parte del pasado.
MORGAN – Ya es tarde para que nos vayamos. Tendremos que pasar la
noche aquí.
	Las chicas le miraron, expectantes. Ahora él se había convertido en
el líder, y ellas acatarían sus órdenes, pues sabían que todo
cuanto hiciera lo haría con cabeza, y pensando en su seguridad.
Morgan todavía trataba de asimilar lo que acababa de ocurrir, y
estaba algo distraído.
BÁRBARA – Nos… Nos podemos encerrar en algún despacho y dormir
en el suelo, ni que sea.
MORGAN – No hará falta. Hay camas.
BÁRBARA – ¿Camas? ¿En una comisaría?
MORGAN – No son muy confortables, y el sitio tampoco es muy
agradecido, pero siempre será mejor que dormir en el suelo.
BÁRBARA – ¿Y dónde es eso?
MORGAN – En el calabozo.
	Por un momento se hizo el silencio. Zoe alternaba la mirada entre uno
y otro, no participando de la conversación pese a formar parte de
ella. Había llegado a asumir su nuevo rol en esa especie de familia
improvisada. Le gustaba la compañía que los azares del destino le
habían brindado, y lo que más temía en el mundo era volverse a
quedar sola. En los últimos días había conseguido serenarse
bastante; se había obligado a olvidar todo lo malo que había pasado,
y se sorprendía e incluso se sentía mal por la facilidad con la que
esos recuerdos la abandonaban, hasta el punto que le costaba recordar
la cara de sus padres, sus gestos, su forma de hablar. Pese a que
seguía muy asustada, estaba acostumbrándose a encontrarse en esa
situación de tensión continua, a convivir con la muerte y la sangre,
hasta el punto en el que de volver todo a la normalidad, incluso se
encontraría fuera de lugar.
MORGAN – Hay nueve, la mitad con literas. Hemos pasado por el lado
cuando fuimos a la armería.
BÁRBARA – ¿El portón aquel con barrotes?
MORGAN – El mismo.
BÁRBARA – Pero ahí no habrá ventanas. Vamos a estar a oscuras.
	Morgan se quedó pensativo por un momento.
MORGAN – ¿No tienes velas?
BÁRBARA – Si. Si que tengo.
MORGAN – Pues con eso y las linternas tenemos más que suficiente.
BÁRBARA – ¿Nos vamos ya?
MORGAN – Comamos algo antes, mejor. Yo tengo el estómago vacío.
BÁRBARA – Si, mejor será.
	Morgan caminó hacia la puerta del despacho de Alberto. El que fuera
su jefe se había ido escurriendo y ahora descansaba caído de lado en
el suelo, derramando aún parte de sí por el agujero de la cabeza. Se
alegró de que tuvieran ese punto débil, pues sólo de ese modo, y
con algo de suerte con un disparo en pleno corazón, se podía frenar
definitivamente su marcha. Vio a lo lejos el humo del incendio; las
llamas las ocultaban los edificios que había en medio. Cerró la
puerta lentamente. Caminó de vuelta hacia las chicas, y despejó uno
de los escritorios, acercando tres sillas para utilizar la mesa para
cenar. Reguló el asiento de una de ellas, para adecuarlo a la
estatura de Zoe, mientras Bárbara sacaba la comida y un par de
botellas de agua de la mochila.
	Los tres devoraron el festín sin decir una palabra, saboreando las
latas de atún en conserva, las de maíz dulce e incluso las
salchichas envasadas que estaban a punto de caducar. Tomaron pera en
almíbar como buen merecido postre y abandonaron las oficinas sin
recoger nada. Bárbara había tenido el impulso de coger las latas
vacías y tirarlas en alguna papelera, pero enseguida se dio cuenta
que eso carecía de sentido. Esa era otra más de las costumbres del
mundo real que hoy día habían quedado obsoletas.
	Al notar el eco de sus pisadas en el gran espacio del hall, el
infectado esposado junto a la puerta se levantó de nuevo, ansioso,
hasta tropezar con el pie encadenado y caer de bruces al suelo,
gritando más y más al sentirse impotente y hambriento. Ellos
trataron de ignorarle, pese al ruido que hacía, y bajaron las
escaleras hasta llegar de nuevo al sótano. Linterna en mano, y con
las armas preparadas para cualquier imprevisto, llegaron de nuevo al
vestíbulo. La puerta de los calabozos estaba cerrada con llave.
Morgan se limitó a entrar en la recepción y a abrir el armarito de
las llaves. Agarró el manojo de llaves del calabozo y volvió con las
chicas. Zoe lo escrutaba curiosamente todo con su propia linterna,
excitada por lo desconocido pero algo asustada al estar en un sitio
tan oscuro. Bárbara había retomado su actitud pensativa, mirándose
de vez en cuando la herida del brazo, cabizbaja y silenciosa.
	El sonido metálico del contacto entre la llave y la cerradura de la
puerta les adelantó que no se encontrarían sorpresas una vez
entraran, lo que tranquilizó un poco a Morgan, que se había montado
sus propias películas. La puerta gruñó al girar sobre sus goznes,
abriéndoles el paso. Morgan pasó, seguido de cerca por las chicas,
que enfocaban en todas direcciones. Cruzaron un estrecho y corto
pasillo hasta llegar a su destino. Una amplia mesa, vacía como no lo
había estado jamás, presidía el centro de la sala. Al frente había
tres celdas algo más grandes que el resto, con dos literas cada una;
todas vacías. A ambos lados había otras tres celdas, éstas
individuales, tan solo con un pequeño catre, un inodoro y un
lavamanos. 
	La mirada de Morgan se dirigió instintivamente a una de las celdas,
y al hacerlo se encontró con lo último que hubiera deseado ver en
ese momento. Un sonoro ¡Maldita sea! resonó en la sala, haciendo que
las chicas se giraran para ver lo que Morgan había descubierto. Se
trataba de Marcelino, el joven que Morgan había traído a la
comisaría hacía ya tres largas semanas. Por bien que estaba estirado
en la cama y a primer golpe de vista daba la impresión que dormía.
La posición de sus miembros ya rígidos, sus ojos abiertos mirando a
ninguna parte y sobre todo el olor a muerte que manaba de su cuerpo,
daban fe de que había perdido la vida hacía varios días,
presumiblemente de inanición.
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Forever Alone - Descripcion Grafica u.u




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