En Desmotivaciones desde:
27.11.2010

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Veterano Nivel 3

puntos 1 | votos: 5
Los Wilson - Son imitados/copiados en todas partes del mundo... Pero jamas podrán
igualarnos... Somos Únicos Los Wilson.... somos unos locoooss
jajaja
puntos 19 | votos: 19
Inyustisia -
puntos 1163 | votos: 1177
Esa extraña sensación - cuando sentimos una presencia detrás nuestra y
miramos hacía atrás por si hay alguien.
puntos 3 | votos: 3
Yo No Tengo - un Dios al que culpar del Bien o del Mal.
puntos 9 | votos: 9
Baneo Injusto - El otro día fue baneada sin motivo alguno de desmotivaciones...
según el motivo por voto masivo cuando solo voto 5 carteles como
máximo al día. Mande un mensaje al contacto pidiendo explicaciones y
sigo esperando respuestas. Por lo visto se banea sin motivos y por
banear en esta pag. Así que abandono desmotivaciones. Si sigue así
va a perder toda la gracia que tenia. Adiós a todos un placer
compartir risas y tristezas.

puntos 1267 | votos: 1303
Y así es como pretenden - ayudar los señores del Ayuntamiento de Zaragoza a los minusválidos
que quieren ir a tirar la basura a los contenedores de la calle donde
vivo.
puntos 20 | votos: 24
Juego de Fairy Tail - Todos los que hemos visto o estamos viendo la serie lo queremos, admitidlo
puntos 8 | votos: 8
Creeme - No hace falta ser gilipollas para ser sexy
puntos 11 | votos: 11
Enigma #01 - En una calle oscura, circula un coche negro . De las casas no sale
ninguna luz ni por las ventanas ni por las puertas. en mitad de la
calle cruza un gato negro,¿cómo es posible que el coche frenara
antes de atropellar al gato? (la respuesta es muy fácil)
puntos 27 | votos: 27
Navegar y encontrarte esto - no tiene precio

puntos 11 | votos: 11
Ese dolor que te da  - Cuando pierdes tu mascota
puntos 10 | votos: 12
Como puede acordarse Ted de - lo que ocurriò hace 20 años si yo no me acuerdo de lo que paso este
mismo dia hace un mes
puntos -2 | votos: 24
G. Piqué y Zlatan Ibrahimovic - Desmotiva tener un jugador gay en la Selección Española,  y que
despues borre su imagen gay con shakira.
puntos 17 | votos: 17
Lamentable - Benedicto XVI , esto es lo que crea tu fe. 

4 millones de niños mueren en África por el hambre y aquí 50
millones de euros van para tu ¨gran visita¨.
puntos 1 | votos: 1
Muñeco De Trapo - me siento solo, triste, abandonado como si no fuese más que un triste
muñeco de trapo olvidado en un baúl donde estan olvidados los
recuerdos que en su día tal feliz te hicieron, me siento frio, como
un glaciar , que poco a poco sin ti se derrite y se pierda en la
inmensidad del mar, haciendome debil y blando,  dejando de ser duro
cual roca como cuando estaba a tú lado, pero ahora soy un triste
muñeco de trapo olvidado, en un baúl escondido en aquel desván
lleno de polvo y malgastado por el paso de los años, donde hace
tiempo jugábamos a escondidas, pero ahora ese lugar, y yo dentro de
aquel baúl somos un recuerdo difuminado, esperando ser rescatados,
pero mientras, seguiré en este baúl encerrado, donde se desbanecen
los recuerdos, donde desaparecen los sueños, donde junto a mi,
encerraste a ese niño, lleno de sueños e ilusiones, buscando algo
que nunca vas ha encontrar, donde dejaste tantas cartas con metas para
cumplir, tantos sueños por lograr, tantas fantasías, que ahora
conmigo nos dedicamos a esperar ser rescatados del olvido para volver
a volar.

puntos 8 | votos: 10
Mirar Viejas Fotografías.. - Recordas Viejos Tiempos con tus Amigos..
Y que se te escape Una Gran Sonrisa :) 
Y Cuando los Veas Decir: Y Te Acordas Cuando..?
puntos 9 | votos: 9
¿Andar yo? - Llego antes en mi tortuga-móvil
puntos 11 | votos: 11
Difícil decisión - AQUI NO HAY QUIEN VIVA  vs  LA QUE SE AVECINA
puntos 7 | votos: 7
CÓCTEL - Lo mejor para ir mamado y ser aplaudido allí a donde vallas.
puntos 1 | votos: 11
El anden 9 y 3 cuartos  - El último mes de Harry con los Dursley no fue divertido. Es cierto
que Dudley le tenía
miedo y no se quedaba con él en la misma habitación, y que tía
Petunia y tío Vernon no
lo encerraban en la alacena ni lo obligaban a hacer nada ni le
gritaban. En realidad, ni
siquiera le dirigían la palabra. Mitad aterrorizados, mitad furiosos,
se comportaban
como si la silla que Harry ocupaba estuviera vacía. Aunque aquello
significaba una
mejora en muchos aspectos, después de un tiempo resultaba un poco
deprimente.
Harry se quedaba en su habitación, con su nueva lechuza por
compañía. Decidió
llamarla Hedwig, un nombre que encontró en Una historia de la magia.
Los libros del
colegio eran muy interesantes. Por la noche leía en la cama hasta
tarde, mientras
Hedwig entraba y salía a su antojo por la ventana abierta. Era una
suerte que tía Petunia
ya no entrara en la habitación, porque Hedwig llevaba ratones
muertos. Cada noche,
antes de dormir, Harry marcaba otro día en la hoja de papel que
tenía en la pared, hasta
el uno de septiembre.
El último día de agosto pensó que era mejor hablar con sus tíos
para poder ir a la
estación de King Cross, al día siguiente. Así que bajó al salón,
donde estaban viendo la
televisión. Se aclaró la garganta, para que supieran que estaba
allí, y Dudley gritó y
salió corriendo.
—Hum... ¿Tío Vernon?
Tío Vernon gruñó, para demostrar que lo escuchaba.
—Hum... necesito estar mañana en King Cross para... para ir a
Hogwarts.
Tío Vernon gruñó otra vez.
—¿Podría ser que me lleves hasta allí?
Otro gruñido. Harry interpretó que quería decir sí.
—Muchas gracias.
Estaba a punto de volver a subir la escalera, cuando tío Vernon
finalmente habló.
—Qué forma curiosa de ir a una escuela de magos, en tren. ¿Las
alfombras
mágicas estarán todas pinchadas?
Harry no contestó nada.
—¿Y dónde queda ese colegio, de todos modos?
—No lo sé —dijo Harry; dándose cuenta de eso por primera vez.
Sacó del bolsillo
el billete que Hagrid le había dado—. Tengo que coger el tren que
sale del andén nueve
y tres cuartos, a las once de la mañana —leyó.
Sus tíos lo miraron asombrados.
—¿Andén qué?
—Nueve y tres cuartos.
—No digas estupideces —dijo tío Vernon—. No hay ningún andén
nueve y tres
cuartos.
—Eso dice mi billete.
—Equivocados —dijo tío Vernon—. Totalmente locos, todos ellos.
Ya lo verás. Tú
espera. Muy bien, te llevaremos a King Cross. De todos modos, tenemos
que ir a
Londres mañana. Si no, no me molestaría.
—¿Por qué vais a Londres? —preguntó Harry tratando de mantener
el tono
amistoso.
—Llevamos a Dudley al hospital —gruñó tío Vernon—. Para que
le quiten esa
maldita cola antes de que vaya a Smeltings.
A la mañana siguiente, Harry se despertó a las cinco, tan emocionado
e ilusionado que
no pudo volver a dormir. Se levantó y se puso los tejanos: no quería
andar por la
estación con su túnica de mago, ya se cambiaría en el tren. Miró
otra vez su lista de
Hogwarts para estar seguro de que tenía todo lo necesario, se ocupó
de meter a Hedwig
en su jaula y luego se paseó por la habitación, esperando que los
Dursley se levantaran.
Dos horas más tarde, el pesado baúl de Harry estaba cargado en el
coche de los Dursley
y tía Petunia había hecho que Dudley se sentara con Harry, para
poder marcharse.
Llegaron a King Cross a las diez y media. Tío Vernon cargó el baúl
de Harry en un
carrito y lo llevó por la estación. Harry pensó que era una rara
amabilidad, hasta que tío
Vernon se detuvo, mirando los andenes con una sonrisa perversa.
—Bueno, aquí estás, muchacho. Andén nueve, andén diez... Tú
andén debería estar
en el medio, pero parece que aún no lo han construido, ¿no?
Tenía razón, por supuesto. Había un gran número nueve, de
plástico, sobre un
andén, un número diez sobre el otro y, en el medio, nada.
—Que tengas un buen curso —dijo tío Vernon con una sonrisa aún
más torva. Se
marchó sin decir una palabra más. Harry se volvió y vio que los
Dursley se alejaban.
Los tres se reían. Harry sintió la boca seca. ¿Qué haría? Estaba
llamando la atención, a
causa de Hedwig. Tendría que preguntarle a alguien.
Detuvo a un guarda que pasaba, pero no se atrevió a mencionar el
andén nueve y
tres cuartos. El guarda nunca había oído hablar de Hogwarts, y
cuando Harry no pudo
decirle en qué parte del país quedaba, comenzó a molestarse, como
si pensara que Harry
se hacía el tonto a propósito. Sin saber qué hacer, Harry le
preguntó por el tren que salía
a las once, pero el guarda le dijo que no había ninguno. Al final, el
guarda se alejó,
murmurando algo sobre la gente que hacía perder el tiempo. Según el
gran reloj que
había sobre la tabla de horarios de llegada, tenía diez minutos para
coger el tren a
Hogwarts y no tenía idea de qué podía hacer. Estaba en medio de la
estación con un
baúl que casi no podía transportar, un bolsillo lleno de monedas de
mago y una jaula
con una lechuza.
Hagrid debió de olvidar decirle algo que tenía que hacer, como dar
un golpe al
tercer ladrillo de la izquierda para entrar en el callejón Diagon. Se
preguntó si debería
sacar su varita y comenzar a golpear la taquilla, entre los andenes
nueve y diez.
En aquel momento, un grupo de gente pasó por su lado y captó unas
pocas
palabras.
—... lleno de muggles, por supuesto...
Harry se volvió para verlos. La que hablaba era una mujer regordeta,
que se dirigía
a cuatro muchachos, todos con pelo de llameante color rojo. Cada uno
empujaba un
baúl, como Harry, y llevaban una lechuza.
Con el corazón palpitante, Harry empujó el carrito detrás de ellos.
Se detuvieron y
los imitó, parándose lo bastante cerca para escuchar lo que decían.
—Y ahora, ¿cuál es el número del andén? —dijo la madre.
—¡Nueve y tres cuartos! —dijo la voz aguda de una niña, también
pelirroja, que
iba de la mano de la madre—. Mamá, ¿no puedo ir...?
—No tienes edad suficiente, Ginny Ahora estáte quieta. Muy bien,
Percy, tú
primero.
El que parecía el mayor de los chicos se dirigió hacia los andenes
nueve y diez.
Harry observaba, procurando no parpadear para no perderse nada. Pero
justo cuando el
muchacho llegó a la división de los dos andenes, una larga caravana
de turistas pasó
frente a él y, cuando se alejaron, el muchacho había desaparecido.
—Fred, eres el siguiente —dijo la mujer regordeta.
—No soy Fred, soy George —dijo el muchacho—. ¿De veras, mujer,
puedes
llamarte nuestra madre? ¿No te das cuenta de que yo soy George?
—Lo siento, George, cariño.
—Estaba bromeando, soy Fred —dijo el muchacho, y se alejó. Debió
pasar, porque
un segundo más tarde ya no estaba. Pero ¿cómo lo había hecho? Su
hermano gemelo fue
tras él: el tercer hermano iba rápidamente hacia la taquilla (estaba
casi allí) y luego,
súbitamente, no estaba en ninguna parte.
No había nadie más.
—Discúlpeme —dijo Harry a la mujer regordeta.
—Hola, querido —dijo—. Primer año en Hogwarts, ¿no? Ron
también es nuevo.
Señaló al último y menor de sus hijos varones. Era alto, flacucho y
pecoso, con
manos y pies grandes y una larga nariz.
—Sí —dijo Harry—. Lo que pasa es que... es que no se cómo...
—¿Como entrar en el andén? —preguntó bondadosamente, y Harry
asintió con la
cabeza.
—No te preocupes —dijo—. Lo único que tienes que hacer es andar
recto hacia la
barrera que está entre los dos andenes. No te detengas y no tengas
miedo de chocar, eso
es muy importante. Lo mejor es ir deprisa, si estás nervioso. Ve
ahora, ve antes que
Ron.
—Hum... De acuerdo —dijo Harry.
Empujó su carrito y se dirigió hacia la barrera. Parecía muy
sólida.
Comenzó a andar. La gente que andaba a su alrededor iba al andén
nueve o al diez.
Fue más rápido. Iba a chocar contra la taquilla y tendría
problemas. Se inclinó sobre el
carrito y comenzó a correr (la barrera se acercaba cada vez más). Ya
no podía detenerse
(el carrito estaba fuera de control), ya estaba allí... Cerró los
ojos, preparado para el
choque...
Pero no llegó. Siguió rodando. Abrió los ojos.
Una locomotora de vapor, de color escarlata, esperaba en el andén
lleno de gente.
Un rótulo decía: «Expreso de Hogwarts, 11 h». Harry miró hacia
atrás y vio una arcada
de hierro donde debía estar la taquilla, con las palabras «Andén
Nueve y Tres Cuartos».
Lo había logrado.
El humo de la locomotora se elevaba sobre las cabezas de la ruidosa
multitud,
mientras que gatos de todos los colores iban y venían entre las
piernas de la gente. Las
lechuzas se llamaban unas a otras, con un malhumorado ulular, por
encima del ruido de
las charlas y el movimiento de los pesados baúles.
Los primeros vagones ya estaban repletos de estudiantes, algunos
asomados por las
ventanillas para hablar con sus familiares, otros discutiendo sobre
los asientos que iban
a ocupar. Harry empujó su carrito por el andén, buscando un asiento
vacío. Pasó al lado
de un chico de cara redonda que decía:
—Abuelita, he vuelto a perder mi sapo.
—Oh, Neville —oyó que suspiraba la anciana.
Un muchacho de pelos tiesos estaba rodeado por un grupo.
—Déjanos mirar, Lee, vamos.
El muchacho levantó la tapa de la caja que llevaba en los brazos, y
los que lo
rodeaban gritaron cuando del interior salió una larga cola peluda.
Harry se abrió paso hasta que encontró un compartimiento vacío,
cerca del final del
tren. Primero puso a Hedwig y luego comenzó a empujar el baúl hacia
la puerta del
vagón. Trató de subirlo por los escalones, pero sólo lo pudo
levantar un poco antes de
que se cayera golpeándole un pie.
—¿Quieres que te eche una mano? —Era uno de los gemelos
pelirrojos, a los que
había seguido a través de la barrera de los andenes.
—Sí, por favor —jadeó Harry.
—¡Eh, Fred! ¡Ven a ayudar!
Con la ayuda de los gemelos, el baúl de Harry finalmente quedó en un
rincón del
compartimiento.
—Gracias —dijo Harry, quitándose de los ojos el pelo húmedo.
—¿Qué es eso? —dijo de pronto uno de los gemelos, señalando la
brillante cicatriz
de Harry
—Vaya—dijo el otro gemelo—. ¿Eres tú...?
—Es él —dijo el primero—. Eres tú, ¿no? —se dirigió a
Harry.
—¿Quién? —preguntó Harry.
—Harry Potter —respondieron a coro.
—Oh, él —dijo Harry—. Quiero decir, sí, soy yo.
Los dos muchachos lo miraron boquiabiertos y Harry sintió que se
ruborizaba.
Entonces, para su alivio, una voz llegó a través de la puerta
abierta del compartimiento.
—¿Fred? ¿George? ¿Estáis ahí?
—Ya vamos, mamá.
Con una última mirada a Harry, los gemelos saltaron del vagón.
Harry se sentó al lado de la ventanilla. Desde allí, medio oculto,
podía observar a la
familia de pelirrojos en el andén y oír lo que decían. La madre
acababa de sacar un
pañuelo.
—Ron, tienes algo en la nariz.
El menor de los varones trató de esquivarla, pero la madre lo sujetó
y comenzó a
frotarle la punta de la nariz.
—Mamá, déjame —exclamó apartándose.
—¿Ah, el pequeñito Ronnie tiene algo en su naricita? —dijo uno
de los gemelos.
—Cállate —dijo Ron.
—¿Dónde está Percy? —preguntó la madre.
—Ahí viene.
El mayor de los muchachos se acercaba a ellos. Ya se había puesto la
ondulante
túnica negra de Hogwarts, y Harry notó que tenía una insignia
plateada en el pecho, con
la letra P
—No me puedo quedar mucho, mamá —dijo—. Estoy delante, los
prefectos
tenemos dos compartimientos...
—Oh, ¿tú eres un prefecto, Percy? —dijo uno de los gemelos, con
aire de gran
sorpresa—. Tendrías que habérnoslo dicho, no teníamos idea.
—Espera, creo que recuerdo que nos dijo algo —dijo el otro
gemelo—. Una vez...
—O dos...
—Un minuto...
—Todo el verano...
—Oh, callaos —dijo Percy, el prefecto.
—Y de todos modos, ¿por qué Percy tiene túnica nueva? —dijo uno
de los
gemelos.
—Porque él es un prefecto—dijo afectuosamente la madre—. Muy
bien, cariño,
que tengas un buen año. Envíame una lechuza cuando llegues allá.
Besó a Percy en la mejilla y el muchacho se fue. Luego se volvió
hacia los
gemelos.
—Ahora, vosotros dos... Este año os tenéis que portar bien. Si
recibo una lechuza
más diciéndome que habéis hecho... estallar un inodoro o...
—¿Hacer estallar un inodoro? Nosotros nunca hemos hecho nada de
eso.
—Pero es una gran idea, mamá. Gracias.
—No tiene gracia. Y cuidad de Ron.
—No te preocupes, el pequeño Ronnie estará seguro con nosotros.
—Cállate —dijo otra vez Ron. Era casi tan alto como los gemelos y
su nariz
todavía estaba rosada, en donde su madre la había frotado.
—Eh, mamá, ¿adivinas a quién acabamos de ver en el tren?
Harry se agachó rápidamente para que no lo descubrieran.
—¿Os acordáis de ese muchacho de pelo negro que estaba cerca de
nosotros, en la
estación? ¿Sabéis quién es?
—¿Quién?
—¡Harry Potter!
Harry oyó la voz de la niña.
—Mamá, ¿puedo subir al tren para verlo? ¡Oh, mamá, por favor...!
—Ya lo has visto, Ginny y, además, el pobre chico no es algo para
que lo mires
como en el zoológico. ¿Es él realmente, Fred? ¿Cómo lo sabes?
—Se lo pregunté. Vi su cicatriz. Está realmente allí... como
iluminada.
—Pobrecillo... No es raro que esté solo. Fue tan amable cuando me
preguntó cómo
llegar al andén...
—Eso no importa. ¿Crees que él recuerda cómo era Quien-tú-sabes?
La madre, súbitamente, se puso muy seria.
—Te prohíbo que le preguntes, Fred. No, no te atrevas. Como si
necesitara que le
recuerden algo así en su primer día de colegio.
—Está bien, quédate tranquila.
Se oyó un silbido.
—Daos prisa —dijo la madre, y los tres chicos subieron al tren. Se
asomaron por la
ventanilla para que los besara y la hermanita menor comenzó a llorar.
—No llores, Ginny, vamos a enviarte muchas lechuzas.
—Y un inodoro de Hogwarts.
—¡George!
—Era una broma, mamá.
El tren comenzó a moverse. Harry vio a la madre de los muchachos
agitando la
mano y a la hermanita, mitad llorando, mitad riendo, corriendo para
seguir al tren, hasta
que éste comenzó a acelerar y entonces se quedó saludando.
Harry observó a la madre y la hija hasta que desaparecieron, cuando
el tren giró.
Las casas pasaban a toda velocidad por la ventanilla. Harry sintió
una ola de excitación.
No sabía lo que iba a pasar... pero sería mejor que lo que dejaba
atrás.
La puerta del compartimiento se abrió y entró el menor de los
pelirrojos.
—¿Hay alguien sentado ahí? —preguntó, señalando el asiento
opuesto a Harry—.
Todos los demás vagones están llenos.
Harry negó con la cabeza y el muchacho se sentó. Lanzó una mirada a
Harry y
luego desvió la vista rápidamente hacia la ventanilla, como si no lo
hubiera estado
observando. Harry notó que todavía tenía una mancha negra en la
nariz.
—Eh, Ron.
Los gemelos habían vuelto.
—Mira, nosotros nos vamos a la mitad del tren, porque Lee Jordan
tiene una
tarántula gigante y vamos a verla.
—De acuerdo —murmuró Ron.
—Harry —dijo el otro gemelo—, ¿te hemos dicho quiénes somos?
Fred y George
Weasley. Y él es Ron, nuestro hermano. Nos veremos después,
entonces.
—Hasta luego —dijeron Harry y Ron. Los gemelos salieron y cerraron
la puerta.
—¿Eres realmente Harry Potter? —dejó escapar Ron.
Harry asintió.
—Oh... bien, pensé que podía ser una de las bromas de Fred y
George —dijo
Ron—. ¿Y realmente te hiciste eso... ya sabes...?
Señaló la frente de Harry.
Harry se levantó el flequillo para enseñarle la luminosa cicatriz.
Ron la miró con
atención.
—¿Así que eso es lo que Quien-tú-sabes...?
—Sí —dijo Harry—, pero no puedo recordarlo.
—¿Nada? —dijo Ron en tono anhelante.
—Bueno... recuerdo una luz verde muy intensa, pero nada más.
—Vaya —dijo Ron. Contempló a Harry durante unos instantes y
luego, como si se
diera cuenta de lo que estaba haciendo, con rapidez volvió a mirar
por la ventanilla.
—¿Sois una familia de magos? —preguntó Harry, ya que encontraba
a Ron tan
interesante como Ron lo encontraba a él.
—Oh, sí, eso creo —respondió Ron—. Me parece que mamá tiene
un primo
segundo que es contable, pero nunca hablamos de él.
—Entonces ya debes de saber mucho sobre magia.
Era evidente que los Weasley eran una de esas antiguas familias de
magos de las
que había hablado el pálido muchacho del callejón Diagon.
—Oí que te habías ido a vivir con muggles—dijo Ron—. ¿Cómo
son?
—Horribles... Bueno, no todos ellos. Mi tía, mi tío y mi primo sí
lo son. Me
hubiera gustado tener tres hermanos magos.
—Cinco —corrigió Ron. Por alguna razón parecía deprimido—.
Soy el sexto en
nuestra familia que va a asistir a Hogwarts. Podrías decir que tengo
el listón muy alto.
Bill y Charlie ya han terminado. Bill era delegado de clase y Charlie
era capitán de
quidditch. Ahora Percy es prefecto. Fred y George son muy revoltosos,
pero a pesar de
eso sacan muy buenas notas y todos los consideran muy divertidos.
Todos esperan que
me vaya tan bien como a los otros, pero si lo hago tampoco será gran
cosa, porque ellos
ya lo hicieron primero. Además, nunca tienes nada nuevo, con cinco
hermanos. Me
dieron la túnica vieja de Bill, la varita vieja de Charles y la vieja
rata de Percy
Ron buscó en su chaqueta y sacó una gorda rata gris, que estaba
dormida.
—Se llama Scabbers y no sirve para nada, casi nunca se despierta. A
Percy, papá le
regaló una lechuza, porque lo hicieron prefecto, pero no podían
comp... Quiero decir,
por eso me dieron a Scabbers.
Las orejas de Ron enrojecieron. Parecía pensar que había hablado
demasiado,
porque otra vez miró por la ventanilla.
Harry no creía que hubiera nada malo en no poder comprar una lechuza.
Después
de todo, él nunca había tenido dinero en toda su vida, hasta un mes
atrás, así que le
contó a Ron que había tenido que llevar la ropa vieja de Dudley y
que nunca le hacían
regalos de cumpleaños. Eso pareció animar a Ron.
—... y hasta que Hagrid me lo contó, yo no tenía idea de que era
mago, ni sabía
nada de mis padres o Voldemort...
Ron bufó.
—¿Qué? —dijo Harry.
—Has pronunciado el nombre de Quien-tú-sabes —dijo Ron, tan
conmocionado
como impresionado—. Yo creí que tú, entre todas las personas...
—No estoy tratando de hacerme el valiente, ni nada por el estilo, al
decir el nombre
—dijo Harry—. Es que no sabía que no debía decirlo. ¿Ves lo que
te decía? Tengo
muchísimas cosas que aprender... Seguro —añadió, diciendo por
primera vez en voz
alta algo que últimamente lo preocupaba mucho—, seguro que seré el
peor de la clase.
—No será así. Hay mucha gente que viene de familias muggles y
aprende muy
deprisa.
Mientras conversaban, el tren había pasado por campos llenos de vacas
y ovejas. Se
quedaron mirando un rato, en silencio, el paisaje.
A eso de las doce y media se produjo un alboroto en el pasillo, y una
mujer de cara
sonriente, con hoyuelos, se asomó y les dijo:
—¿Queréis algo del carrito, guapos?
Harry, que no había desayunado, se levantó de un salto, pero las
orejas de Ron se
pusieron otra vez coloradas y murmuró que había llevado bocadillos.
Harry salió al
pasillo.
Cuando vivía con los Dursley nunca había tenido dinero para
comprarse golosinas
y, puesto que tenía los bolsillos repletos de monedas de oro, plata y
bronce, estaba listo
para comprarse todas las barras de chocolate que pudiera llevar. Pero
la mujer no tenía
Mars. En cambio, tenía Grageas Bertie Bott de Todos los Sabores,
chicle, ranas de
chocolate, empanada de calabaza, pasteles de caldero, varitas de
regaliz y otra cantidad
de cosas extrañas que Harry no había visto en su vida. Como no
deseaba perderse nada,
compró un poco de todo y pagó a la mujer once sickles de plata y
siete knuts de bronce.
Ron lo miraba asombrado, mientras Harry depositaba sus compras sobre
un asiento
vacío.
—Tenías hambre, ¿verdad?
—Muchísima —dijo Harry, dando un mordisco a una empanada de
calabaza.
Ron había sacado un arrugado paquete, con cuatro bocadillos. Separó
uno y dijo:
—Mi madre siempre se olvida de que no me gusta la carne en conserva.
—Te la cambio por uno de éstos —dijo Harry, alcanzándole un
pastel—. Sírvete...
—No te va a gustar, está seca —dijo Ron—. Ella no tiene mucho
tiempo —añadió
rápidamente—... Ya sabes, con nosotros cinco.
—Vamos, sírvete un pastel —dijo Harry, que nunca había tenido
nada que
compartir o, en realidad, nadie con quien compartir nada. Era una
agradable sensación,
estar sentado allí con Ron, comiendo pasteles y dulces (los
bocadillos habían quedado
olvidados).
—¿Qué son éstos? —preguntó Harry a Ron, cogiendo un envase de
ranas de
chocolate—. No son ranas de verdad, ¿no?—Comenzaba a sentir que
nada podía
sorprenderlo.
—No —dijo Ron—. Pero mira qué cromo tiene. A mí me falta
Agripa.
—¿Qué?
—Oh, por supuesto, no debes saber... Las ranas de chocolate llevan
cromos, ya
sabes, para coleccionar, de brujas y magos famosos. Yo tengo como
quinientos, pero no
consigo ni a Agripa ni a Ptolomeo.
Harry desenvolvió su rana de chocolate y sacó el cromo. En él
estaba impreso el
rostro de un hombre. Llevaba gafas de media luna, tenía una nariz
larga y encorvada,
cabello plateado suelto, barba y bigotes. Debajo de la foto estaba el
nombre: Albus
Dumbledore.
—¡Así que éste es Dumbledore! —dijo Harry.
—¡No me digas que nunca has oído hablar de Dumbledore! —dijo
Ron—. ¿Puedo
servirme una rana? Podría encontrar a Agripa... Gracias...
Harry dio la vuelta a la tarjeta y leyó:
Albus Dumbledore, actualmente director de Hogwarts. Considerado por
casi todo
el mundo Como el más grande mago del tiempo presente, Dumbledore es
particularmente famoso por derrotar al mago tenebroso Grindelwald en
1945, por
el descubrimiento de las doce aplicaciones de la sangre de dragón, y
por su
trabajo en alquimia con su compañero Nicolás Flamel. El profesor
Dumbledore es
aficionado a la música de cámara y a los bolos.
Harry dio la vuelta otra vez al cromo y vio, para su asombro, que el
rostro de
Dumbledore había desaparecido.
—¡Ya no está!
—Bueno, no iba a estar ahí todo el día —dijo Ron—. Ya
volverá. Vaya, me ha
salido otra vez Morgana y ya la tengo seis veces repetida... ¿No la
quieres? Puedes
empezar a coleccionarlos.
Los ojos de Ron se perdieron en las ranas de chocolate, que esperaban
que las
desenvolvieran.
—Sírvete —dijo Harry—. Pero oye, en el mundo de los muggles la
gente se queda
en las fotos.
—¿Eso hacen? Cómo, ¿no se mueven? —Ron estaba atónito—.
¡Qué raro!
Harry miró asombrado, mientras Dumbledore regresaba al cromo y le
dedicaba una
sonrisita. Ron estaba más interesado en comer las ranas de chocolate
que en buscar
magos y brujas famosos, pero Harry no podía apartar la vista de
ellos. Muy pronto tuvo
no sólo a Dumbledore y Morgana, sino también a Ramón Llull, al rey
Salomón, Circe,
Paracelso y Merlín. Hasta que finalmente apartó la vista de la
druida Cliodna, que se
rascaba la nariz, para abrir una bolsa de grageas de todos los
sabores.
—Tienes que tener cuidado con ésas —lo previno Ron—. Cuando
dice «todos los
sabores», es eso lo que quiere decir. Ya sabes, tienes todos los
comunes, como
chocolate, menta y naranja, pero también puedes encontrar espinacas,
hígado y callos.
George dice que una vez encontró una con sabor a duende.
Ron eligió una verde, la observó con cuidado y mordió un pedacito.
—Puaj... ¿Ves? Coles.
Pasaron un buen rato comiendo las grageas de todos los sabores. Harry
encontró
tostadas, coco, judías cocidas, fresa, curry, hierbas, café,
sardinas y fue lo bastante
valiente para morder la punta de una gris, que Ron no quiso tocar y
resultó ser pimienta.
En aquel momento, el paisaje que se veía por la ventanilla se hacía
más agreste.
Habían desaparecido los campos cultivados y aparecían bosques, ríos
serpenteantes y
colinas de color verde oscuro.
Se oyó un golpe en la puerta del compartimiento, y entró el muchacho
de cara
redonda que Harry había visto al pasar por el andén nueve y tres
cuartos. Parecía muy
afligido.
—Perdón —dijo—. ¿Por casualidad no habréis visto un sapo?
Cuando los dos negaron con la cabeza, gimió.
—¡La he perdido! ¡Se me escapa todo el tiempo!
—Ya aparecerá —dijo Harry.
—Sí —dijo el muchacho apesadumbrado—. Bueno, si la veis...
Se fue.
—No sé por qué está tan triste —comentó Ron—. Si yo hubiera
traído un sapo lo
habría perdido lo más rápidamente posible. Aunque en realidad he
traído a Scabbers, así
que no puedo hablar.
La rata seguía durmiendo en las rodillas de Ron.
—Podría estar muerta y no notarías la diferencia —dijo Ron con
disgusto—. Ayer
traté de volverla amarilla para hacerla más interesante, pero el
hechizo no funcionó. Te
lo voy a enseñar, mira...
Revolvió en su baúl y sacó una varita muy gastada. En algunas
partes estaba
astillada y, en la punta, brillaba algo blanco.
—Los pelos de unicornio casi se salen. De todos modos... Acababa de
coger la
varita cuando la puerta del compartimiento se abrió otra vez. Había
regresado el chico
del sapo, pero llevaba a una niña con él. La muchacha ya llevaba la
túnica de Hogwarts.
—¿Alguien ha visto un sapo? Neville perdió uno —dijo. Tenía voz
de mandona,
mucho pelo color castaño y los dientes de delante bastante largos.
—Ya le hemos dicho que no —dijo Ron, pero la niña no lo
escuchaba. Estaba
mirando la varita que tenía en la mano.
—Oh, ¿estás haciendo magia? Entonces vamos a verlo.
Se sentó. Ron pareció desconcertado.
—Eh... de acuerdo. —Se aclaró la garganta—. «Rayo de sol,
margaritas, volved
amarilla a esta tonta ratita.»
Agitó la varita, pero no sucedió nada. Scabbers siguió durmiendo,
tan gris como
siempre.
—¿Estás seguro de que es el hechizo apropiado? —preguntó la
niña—. Bueno, no
es muy efectivo, ¿no? Yo probé unos pocos sencillos, sólo para
practicar, y funcionaron.
Nadie en mi familia es mago, fue toda una sorpresa cuando recibí mi
carta, pero
también estaba muy contenta, por supuesto, ya que ésta es la mejor
escuela de magia,
por lo que sé. Ya me he aprendido todos los libros de memoria, desde
luego, espero que
eso sea suficiente... Yo soy Hermione Granger. ¿Y vosotros quiénes
sois?
Dijo todo aquello muy rápidamente.
Harry miró a Ron y se calmó al ver en su rostro aturdido que él
tampoco se había
aprendido todos los libros de memoria.
—Yo soy Ron Weasley —murmuró Ron.
—Harry Potter —dijo Harry.
—¿Eres tú realmente? —dijo Hermione—. Lo sé todo sobre ti,
por supuesto,
conseguí unos pocos libros extra para prepararme más y tú figuras
en Historia de la
magia moderna, Defensa contra las Artes Oscuras y Grandes eventos
mágicos del siglo
XX.
—¿Estoy yo? —dijo Harry, sintiéndose mareado.
—Dios mío, no lo sabes. Yo en tu lugar habría buscado todo lo que
pudiera —dijo
Hermione—. ¿Sabéis a qué casa vais a ir? Estuve preguntando por
ahí y espero estar en
Gryffindor, parece la mejor de todas. Oí que Dumbledore estuvo allí,
pero supongo que
Ravenclaw no será tan mala... De todos modos, es mejor que sigamos
buscando el sapo
de Neville. Y vosotros dos deberíais cambiaros ya, vamos a llegar
pronto.
Y se marchó, llevándose al chico sin sapo.
—Cualquiera que sea la casa que me toque, espero que ella no esté
—dijo Ron.
Arrojó su varita al baúl—. Qué hechizo más estúpido, me lo dijo
George. Seguro que
era falso.
—¿En qué casa están tus hermanos? —preguntó Harry
—Gryffindor —dijo Ron. Otra vez parecía deprimido—. Mamá y
papá también
estuvieron allí. No sé qué van a decir si yo no estoy. No creo que
Ravenclaw sea tan
mala, pero imagina si me ponen en Slytherin.
—¿Esa es la casa en la que Vol... quiero decir Quien-tú-sabes...
estaba?
—Ajá —dijo Ron. Se echó hacia atrás en el asiento, con aspecto
abrumado.
—¿Sabes? Me parece que las puntas de los bigotes de Scabbers están
un poco más
claras —dijo Harry, tratando de apartar la mente de Ron del tema de
las casas—. Y, a
propósito, ¿qué hacen ahora tus hermanos mayores?
Harry se preguntaba qué hacía un mago, una vez que terminaba el
colegio.
—Charlie está en Rumania, estudiando dragones, y Bill está en
África, ocupándose
de asuntos para Gringotts —explicó Ron—. ¿Te enteraste de lo que
pasó en Gringotts?
Salió en El Profeta, pero no creo que las casas de los muggles lo
reciban: trataron de
robar en una cámara de alta seguridad.
Harry se sorprendió.
—¿De verdad? ¿Y qué les ha sucedido?
—Nada, por eso son noticias tan importantes. No los han atrapado. Mi
padre dice
que tiene que haber un poderoso mago tenebroso para entrar en
Gringotts, pero lo que es
raro es que parece que no se llevaron nada. Por supuesto, todos se
asustan cuando
sucede algo así, ante la posibilidad de que Quien-tú-sabes esté
detrás de ello.
Harry repasó las noticias en su cabeza. Había comenzado a sentir una
punzada de
miedo cada vez que mencionaban a Quien-tú-sabes. Suponía que aquello
era una parte
de entrar en el mundo mágico, pero era mucho más agradable poder
decir «Voldemort»
sin preocuparse.
—¿Cuál es tu equipo de quidditch? —preguntó Ron.
—Eh... no conozco ninguno —confesó Harry.
—¿Cómo? —Ron pareció atónito—. Oh, ya verás, es el mejor
juego del mundo...
—Y se dedicó a explicarle todo sobre las cuatro pelotas y las
posiciones de los siete
jugadores, describiendo famosas jugadas que había visto con sus
hermanos y la escoba
que le gustaría comprar si tuviera el dinero. Le estaba explicando
los mejores puntos del
juego, cuando otra vez se abrió la puerta del compartimiento, pero
esta vez no era
Neville, el chico sin sapo, ni Hermione Granger.
Entraron tres muchachos, y Harry reconoció de inmediato al del medio:
era el chico
pálido de la tienda de túnicas de Madame Malkin. Miraba a Harry con
mucho más
interés que el que había demostrado en el callejón Diagon.
—¿Es verdad? —preguntó—. Por todo el tren están diciendo que
Harry Potter está
en este compartimento. Así que eres tú, ¿no?
—Sí —respondió Harry. Observó a los otros muchachos. Ambos eran
corpulentos
y parecían muy vulgares. Situados a ambos lados del chico pálido,
parecían
guardaespaldas.
—Oh, éste es Crabbe y éste Goyle —dijo el muchacho pálido con
despreocupación, al darse cuenta de que Harry los miraba—. Y mi
nombre es Malfoy,
Draco Malfoy
Ron dejó escapar una débil tos, que podía estar ocultando una
risita. Draco
(dragón) Malfoy lo miró.
—Te parece que mi nombre es divertido, ¿no? No necesito preguntarte
quién eres.
Mi padre me dijo que todos los Weasley son pelirrojos, con pecas y
más hijos que los
que pueden mantener.
Se volvió hacia Harry.
—Muy pronto descubrirás que algunas familias de magos son mucho
mejores que
otras, Potter. No querrás hacerte amigo de los de la clase indebida.
Yo puedo ayudarte
en eso.
Extendió la mano, para estrechar la de Harry; pero Harry no la
aceptó.
—Creo que puedo darme cuenta solo de cuáles son los indebidos,
gracias —dijo
con frialdad.
Draco Malfoy no se ruborizó, pero un tono rosado apareció en sus
pálidas mejillas.
—Yo tendría cuidado, si fuera tú, Potter —dijo con calma—. A
menos que seas un
poco más amable, vas a ir por el mismo camino que tus padres. Ellos
tampoco sabían lo
que era bueno para ellos. Tú sigue con gentuza como los Weasley y ese
Hagrid y
terminarás como ellos.
Harry y Ron se levantaron al mismo tiempo. El rostro de Ron estaba tan
rojo como
su pelo.
—Repite eso —dijo.
—Oh, vais a pelear con nosotros, ¿eh? —se burló Malfoy.
—Si no os vais ahora mismo... —dijo Harry, con más valor que el
que sentía,
porque Crabbe y Goyle eran mucho más fuertes que él y Ron.
—Pero nosotros no tenemos ganas de irnos, ¿no es cierto, muchachos?
Nos hemos
comido todo lo que llevábamos y vosotros parece que todavía tenéis
algo.
Goyle se inclinó para coger una rana de chocolate del lado de Ron. El
pelirrojo
saltó hacia él, pero antes de que pudiera tocar a Goyle, el muchacho
dejó escapar un
aullido terrible.
Scabbers, la rata, colgaba del dedo de Goyle, con los agudos dientes
clavados
profundamente en sus nudillos. Crabbe y Malfoy retrocedieron mientras
Goyle agitaba
la mano para desprenderse de la rata, gritando de dolor, hasta que,
finalmente, Scabbers
salió volando, chocó contra la ventanilla y los tres muchachos
desaparecieron. Tal vez
pensaron que había más ratas entre las golosinas, o quizás oyeron
los pasos porque, un
segundo más tarde, Hermione Granger volvió a entrar.
—¿Qué ha pasado? —preguntó, mirando las golosinas tiradas por
el suelo y a Ron
que cogía a Scabbers por la cola.
—Creo que se ha desmayado —dijo Ron a Harry. Miró más de cerca a
la rata—.
No, no puedo creerlo, ya se ha vuelto a dormir.
Y era así.
—¿Conocías ya a Malfoy?
Harry le explicó el encuentro en el callejón Diagon.
—Oí hablar sobre su familia —dijo Ron en tono lúgubre—. Son
algunos de los
primeros que volvieron a nuestro lado después de que Quien-tú-sabes
desapareció.
Dijeron que los habían hechizado. Mi padre no se lo cree. Dice que el
padre de Malfoy
no necesita una excusa para pasarse al Lado Oscuro. —Se volvió
hacia Hermione—.
¿Podemos ayudarte en algo?
—Mejor que os apresuréis y os cambiéis de ropa. Acabo de ir a la
locomotora, le
pregunté al conductor y me dijo que ya casi estamos llegando. No os
estaríais peleando,
¿verdad? ¡Os vals a meter en líos antes de que lleguemos!
—Scabbers se estuvo peleando, no nosotros —dijo Ron, mirándola
con rostro
severo—. ¿Te importaría salir para que nos cambiemos?
—Muy bien... Vine aquí porque fuera están haciendo chiquilladas y
corriendo por
los pasillos —dijo Hermione en tono despectivo—. A propósito,
¿te has dado cuenta de
que tienes sucia la nariz?
Ron le lanzó una mirada de furia mientras ella salía. Harry miró
por la ventanilla.
Estaba oscureciendo. Podía ver montañas y bosques, bajo un cielo de
un profundo color
púrpura. El tren parecía aminorar la marcha.
Él y Ron se quitaron las camisas y se pusieron las largas túnicas
negras. La de Ron
era un poco corta para él, y se le podían ver los pantalones de
gimnasia.
Una voz retumbó en el tren.
—Llegaremos a Hogwarts dentro de cinco minutos. Por favor, dejen su
equipaje en
el tren, se lo llevarán por separado al colegio.
El estómago de Harry se retorcía de nervios y Ron, podía verlo,
estaba pálido
debajo de sus pecas. Llenaron sus bolsillos con lo que quedaba de las
golosinas y se
reunieron con el resto del grupo que llenaba los pasillos.
El tren aminoró la marcha, hasta que finalmente se detuvo. Todos se
empujaban
para salir al pequeño y oscuro andén. Harry se estremeció bajo el
frío aire de la noche.
Entonces apareció una lámpara moviéndose sobre las cabezas de los
alumnos, y Harry
oyó una voz conocida:
—¡Primer año! ¡Los de primer año por aquí! ¿Todo bien por
ahí, Harry?
La gran cara peluda de Hagrid rebosaba alegría sobre el mar de
cabezas.
—Venid, seguidme... ¿Hay más de primer año? Mirad bien dónde
pisáis. ¡Los de
primer año, seguidme!
Resbalando y a tientas, siguieron a Hagrid por lo que parecía un
estrecho sendero.
Estaba tan oscuro que Harry pensó que debía de haber árboles muy
tupidos a ambos
lados. Nadie hablaba mucho. Neville, el chico que había perdido su
sapo, lloriqueaba de
vez en cuando.
—En un segundo, tendréis la primera visión de Hogwarts —exclamó
Hagrid por
encima del hombro—, justo al doblar esta curva.
Se produjo un fuerte ¡ooooooh!
El sendero estrecho se abría súbitamente al borde de un gran lago
negro. En la
punta de una alta montaña, al otro lado, con sus ventanas brillando
bajo el cielo
estrellado, había un impresionante castillo con muchas torres y
torrecillas.
—¡No más de cuatro por bote! —gritó Hagrid, señalando a una
flota de botecitos
alineados en el agua, al lado de la orilla. Harry y Ron subieron a
uno, seguidos por
Neville y Hermione.
—¿Todos habéis subido? —continuó Hagrid, que tenía un bote
para él solo—.
¡Venga! ¡ADELANTE!
Y la pequeña flota de botes se movió al mismo tiempo, deslizándose
por el lago,
que era tan liso como el cristal. Todos estaban en silencio,
contemplando el gran castillo
que se elevaba sobre sus cabezas mientras se acercaban cada vez más
al risco donde se
erigía.
—¡Bajad las cabezas! —exclamó Hagrid, mientras los primeros
botes alcanzaban
el peñasco. Todos agacharon la cabeza y los botecitos los llevaron a
través de una
cortina de hiedra, que escondía una ancha abertura en la parte
delantera del peñasco.
Fueron por un túnel oscuro que parecía conducirlos justo por debajo
del castillo, hasta
que llegaron a una especie de muelle subterráneo, donde treparon por
entre las rocas y
los guijarros.
—¡Eh, tú, el de allí! ¿Es éste tu sapo? —dijo Hagrid,
mientras vigilaba los botes y
la gente que bajaba de ellos.
—¡Trevor! —gritó Neville, muy contento, extendiendo las manos.
Luego subieron
por un pasadizo en la roca, detrás de la lámpara de Hagrid, saliendo
finalmente a un
césped suave y húmedo, a la sombra del castillo.
Subieron por unos escalones de piedra y se reunieron ante la gran
puerta de roble.
—¿Estáis todos aquí? Tú, ¿todavía tienes tu sapo?
Hagrid levantó un gigantesco puño y llamó tres veces a la puerta
del castillo.

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Este cartel va... - Por acabar de subir a naranja después de tanto tiempo :D
puntos 4 | votos: 6
  - 

Aun si no puedo verte...aun si estamos separados...siempre te mirare,
mirare por ti para siempre.
puntos 2584 | votos: 2662
Cuanto mas tonto... - es el personaje
mas cariño se le coge
puntos 7 | votos: 13
¿Casualidad? -
puntos 6 | votos: 6
   - Hay gente en este mundo que disfruta estando solo, pero no hay nadie
capaz de soportar la soledad.

puntos 22 | votos: 22
Reconócelo, - tú también quieres uno de esos.
puntos 19 | votos: 19
Y asi - se abriga a un perro
puntos 8 | votos: 10
La bota de la bestia - Hoy la he encontrado
puntos 16 | votos: 18
Infancia - Descripción gráfica
puntos 20 | votos: 20
Ninja Cat, - ahora en Desmotivaciones

puntos 8 | votos: 8
¿si un tren sale a las 2 - y es de color azul, y tiene que llegar  a las 3 pero llega a las 4 de
que color es el tren cuando llega?
puntos 0 | votos: 4
Asesinos en el baño - Asi los llaman en Africa.
¿Por qué sera?
puntos 4 | votos: 4
Camuflaje - esto si que es nivel dios
puntos 13 | votos: 13
Desesperación  - Descripción Gráfica
puntos 2197 | votos: 2517
Desmotiva - Que ya nadie se acuerde de esta niña.
Este cartel va por ti Madeleine

puntos 2 | votos: 2
¿Y tú... - ...qué miras?
puntos 11 | votos: 11
La amistad... - es lo mejor qué tenemos
puntos 15 | votos: 17
Bershka - a perdido el norte
puntos 17 | votos: 17
Hoy he dado un gran paso  - Ni si quiera tengo palabras para explicar de modo que todo el mundo lo
entienda lo que siento en este momento. 
hoy he dado un gran paso con mi mejor amigo, llevabamos meses sin
poder galopar por un accidente que tuvimos los dos, y hoy, hoy hemos
ido juntos a la playa y hemos vuelto a sentir esa libertad que nos
invade cuando nos convertimos en uno solo. No pretendo nada, solo
queria compartir con el mundo algo tan grande y que tanto significa
para mi como esto. 
Gracias.
puntos 20 | votos: 20
Ahora - No te da tanta risa, ¿no?

puntos 2090 | votos: 2450
Este perro - Fue condenado a la lapidación por un tribunal rabínico ultraortodoxo
de Jerusalén  acusado de ser la reencarnación de un abogado laico
que insultó a unos jueces religiosos hace 20 años
puntos 1714 | votos: 1758
La próxima vez - no se te olvidara
puntos 12 | votos: 12
Desmotiva - haber pillado a mi primo de 10 años fumando esto
puntos 1939 | votos: 2135
Cada día me cuesta mas - creer en la bondad humana
puntos 7087 | votos: 7369
Dijiste... - Que volverías por mí.

puntos 2 | votos: 4
Como se nota... - que l@s adolescentes sin cerebro están en todas partes....
puntos 14 | votos: 14
¿SABES HACERLO? - TU BOLSILLO SI
puntos 7442 | votos: 7746
Este gato... - ...se quedó al lado de su amigo mas de 1 semana con la esperanza de
que se levantara, incluso le trajo comida por si despertaba (No se
desperto nunca)
puntos 24 | votos: 24
Camiseta del filosoraptor - la única camiseta que de pequeño  te habría gustado que te regalen.
puntos 10 | votos: 10
Quiero esta moto!! -





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