En Desmotivaciones desde:
06.01.2011

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bueno 83 | malo 7

puntos 2258 | votos: 2384
Aunque un grupo - sea tu favorito, siempre habrá una canción que no te guste.
puntos 3 | votos: 3
Dicen - que los hombres somos el sexo dominante
pero en realidad son ellas porque nos enamoran
sabiendo que no tenemos posibilidades con ellas
o juegan con nosotros por mera risa
por ejemplo cuando un chica llamada feo o gordo a un chico
sus amigas la apoyan diciendo muy bien  hecho
pero si nosotros se lo decimos a ellas somos los malos
luego dicen que ellas no son las dominantes
pero en realidad saben que si
puntos 12 | votos: 12
Y A pesar de todo - ahora empiezo a ver
que este cielo es más azul...
...desde que no estás tú.
puntos 6 | votos: 6
Motiva - poner en Google Imagenes Flea y que salga mas el bajista que una pulga.
puntos 9 | votos: 9
Desconfianza... - Dudo de cualquiera, necesito un tiempo para librarme de estas
frustraciones, estoy desesperado, busco incansablemente respuestas a
tantas preguntas, trato de entender cual es el punto de mi vida, al
menos quisiera poder ser importante para alguien, mi temor es morir en
la soledad, en la oscuridad. Temo que nadie llegue a recordarme,
necesito una persona a la cual poner mi confianza, pero después de
tantos engaños y decepciones ni si quiera puedo confiar en mí, 
llego a un punto límite de la locura, pensando en forma paranoica,
temo a los demonios que me atormentan, que puedo sentir junto a mi
cada día, cada hora, en cada lugar, me siento perseguido por mi
errores, y mis constantes desilusiones.

puntos 48 | votos: 48
Vivimos en un mundo - en el que los ricos son alimentados de fama
Y los pobres sufren de hambre y mueren sin cama

los payasos son considerados reyes en televisión
Y los trabajadores son anónimos que no pueden pagar su pensión

en el que Hitler es estudiado junto a su tragedia
Y los héroes de guerra  ni si quiera salen en wikipedia

En el que dedico un cartel a quienes lucharon por su mañana
y habrás olvidado este cartel en menos de una semana
puntos 4 | votos: 8
Estos dos, son de Letras - Sciences epic win.
puntos 11 | votos: 11
Summer has come and passed... - ...Wake me up when September ends
puntos 5 | votos: 5
Yo no hablo  - de venganzas ni perdones, el olvido es la única venganza y el único perdón.
puntos 23 | votos: 23
En Argentina - Tenemos verano y navidad juntos

puntos 1364 | votos: 1450
¡Vivo al límite! - Le instalo Windows a mi Mac
puntos 8 | votos: 10
mai no és massa tard - per tornar a començar..
puntos 7 | votos: 7
Termina la frase  - España es ...
puntos 10 | votos: 10
Una sonrisa en mi rostro -  no significa la ausencia de problemas, si no la habilidad de ser
feliz por encima de ellos.
puntos 16 | votos: 16
Busco Alguien que me quiera! -

puntos 1697 | votos: 1737
Último aviso - mamá, aprende a llamar
puntos 13 | votos: 17
Anarquismo - Sin duda, la ideología mas lógica que existe.
puntos 9 | votos: 9
TODA AQUELLA PERSONA - QUE HABLA A MIS ESPALDAS SE LO AGRADEZCO DE TODO CORAZON Y SE LO VOY A
EXPLICAR EN 3 SENCILLAS RAZONES: 
- LA 1ª ES PORQUE SIGNIFICA QUE ESTOY POR DELANTE DE ELLA
- LA 2ª ES QUE SU VIDA ES TAN RIDICULA, AMARGADA Y TRISTE QUE TIENE
QUE ESTAR MIRANDO A LOS DEMÁS 
-  LA 3ª Y LA QUE MAS ME GUSTA, QUE ESTA EN LA POSICION PERFECTA PARA
BESARME EL CULO. ;P
puntos 12 | votos: 12
No puedes elegir el modo  - de perder, pero si puedes elegir como recuperarte para ganar la próxima vez
                                                                                                   
                                                                                                                   -Pat Riley
puntos 17 | votos: 19
Cuando naces - todos a tu alrrededor sonrien orgullosos y tu lloras,ve y vive tu vida
de forma que cuando tu mueras, seas tu el que  sonría y todos a tu
alrrededor lloren.

puntos 15 | votos: 15
Pues yo tengo 16 años - y sigo tendiendo miedo.
puntos 3 | votos: 3
Llevava mucho sin llorar - por amor hasta que al final llore por ti. En ese momento me gustaria
aver llorado mas por amor para tener practica para parar de llorar
puntos 3 | votos: 3
Estamos hartos ya de buscar - a la persona que nos haga feliz y solo encontramos a personas que nos
hacen daño, párate a pensar, contra menos busques más encontrarás
puntos 8 | votos: 8
Ver esto - Y no abrir ningun programa por miedo a que baje la velocidad.
puntos -5 | votos: 11
el grupo - mas sovrebalorado de la istoria

puntos 9 | votos: 9
Es duro... - cuando alguien especial comienza a ignorarte, pero es más difícil
cuando tienes que fingir q no te importa.
puntos 5 | votos: 5
Mensajes indescifrables - que te dan ganas de decir: Compro vocal
puntos 2194 | votos: 2274
Todos ellos se suicidaron - por sufrir acoso homofobico

Tyler Clementi (18 años)
Billy Lucas (15 años)
Harrison Chase Brown (15 años)
Cody J. Barker (17 años)
Seth Walsh (13 años)
Carl Joseph Walker-Hoover (11 años)

Estos son solo algunas de las victimas de la homofobia
Crees que vale la pena?
puntos 2086 | votos: 2118
La gente olvidará lo que dijiste, - olvidará lo que hiciste,
pero nunca olvidará como los hiciste sentir.
puntos 14 | votos: 14
ironias de la vida ... - hoy hace 21 años que mis padres se casaron ... y hoy van a firmar un
acuerdo de separacion de bienes porque van a divorciarse ... puede que
ellos no vuelvan a estar juntos nunca mas pero por lo menos guardo los
recuerdos de ellos en un sitio que jamas podran separar ... mi corazon

puntos 23 | votos: 23
A estas alturas ya no sé si la  - odio o simplemente odio quererla.
puntos 6 | votos: 6
-Este es  - el simbolo de Karma.
-Joder,me creia que eran dos renacuajos fecundando.
puntos 13 | votos: 13
cuanto me cuesta - sobrevivir ,cuánto sonreír
sin poder quitarme el antifaz que me disfraza de normal..
puntos 19 | votos: 21
Desmotiva y mucho - que la policía haga lo que quiera, pegue a quien quiera y nadie haga nada.
puntos 8 | votos: 12
Salmos 27:10 - Aunque mi padre y mi madre me dejaran, con todo, Jehová me recogerá.

puntos 25 | votos: 25
Curiosidades de la Musica #18 - John Frusciante, ex guitarrista de la banda Red Hot Chili Peppers ,
era un fanático de los Chili Peppers . Vio por primera vez en
concierto a la banda a la edad de 15 años. Se hizo amigo de Hillel
Slovak y posteriormente del baterista D.H. Peligro (Dead Kennedys),
improvisando varias veces con él y Flea. Tras la muerte de Hillel, la
banda contrató a DeWayne Blackbyrd McKnight (George Clinton), pero
no convencía a Kiedis y a Flea. A Flea le vino en mente las
improvisaciones con John, y le hicieron una audición y consideraron
que era el relevo perfecto para Hillel, ya que se movía como él
sobre el escenario.
puntos 5674 | votos: 5884
Simplemente  - increible
puntos 2 | votos: 2
Ni yo -
puntos 7 | votos: 7
Mañana me voy de concierto - y me importa bien poco lo que piensen los demás.
Porque yo Si soy su fan.
puntos 8 | votos: 10
En el día de hoy - Bueno, si ya te has enterado no tienes que leerlo pero yo lo pongo
porque creo que es una historia que merece ser relatada porque da un
valor bastante grande a la vida en general.

18:30, Estoy esperando al autobus y no llega.  Habia quedado con Ann
para coger el mismo autobus
18:40, Llega el autobus, entro, pico el ticket y me voy al fondo, ahi
estan juan ann y su hermana.
18:55, Estamos llegando a plaza de armas en el autobus, cuando de
repente el autobus pega un bote. Yo pensé que fue una botella o algo.
Pero pasó algo que no era lo esperado.

El conductor paró en seco, salio del autobus y miró debajo. Me
pregunté que había y eché un ojo por la ventana. ¿Qué vi?

Un brazo encima de un charco de sangre y el conductor desesperado. 
Entonces empezaron los gritos. Y ese es el momento en el que piensas:
Javier conserva la calma. 
Pero como es de esperar, con cris gritando hiperventilada y medio
autobus nervioso eso no es posible.
Se empezó a acercar gente del Skate Park y empezaron a gritarle al
conductor (que muy bien no estaba que digamos._.)
Y en fin, nos salimos del autobus todos nerviosos y se podia ver al
chaval debajo del autobus y en la luna del autobus un golpe redondo
(de la cabeza supongo).

Creo que todos nos vamos a quedar con esto en mente durante mucho
tiempo. Lógicamente no es lo mismo que te lo cuenten a vivirlo dentro
del propio autobus.

Sinceramente, ese chico iba con los cascos puestos, en patines y no se
le ocurrió otra cosa que saltar el quitamiedos que daba a la
carretera sin mirar. Él mismo se lo buscó. 
Eso solo son estupideces que te pueden costar la vida. Sí, lo habras
oido muchas veces seguramente y no te lo habrás creido. Pero ese
chaval está MUERTO, sus padres no han podido verlo por estar cubierto
por una manta y porque la policiía no los dejo, y no volveran a
tenerlo y todo por la simple tonteria de querer saltar un quitamiedos.
Sólo digo una cosa: creo que es mejor pensar las cosas dos veces
antes de hacerlas, y más si sabes el peligro que conlleva.

Pues nada, eso es todo. Supongo que ahora le tengo mas aprecio a la
vida despues de todo esto.

_Historia real contada por un amigo mío J.S.J. (Lo mantengo como
anónimo)_

puntos 1719 | votos: 1809
Nosotros también - tenemos mérito.
puntos 8 | votos: 10
El callejón Diagon - Harry se despertó temprano aquella mañana. Aunque sabía que ya era
de día, mantenía
los ojos muy cerrados.
«Ha sido un sueño —se dijo con firmeza—. Soñé que un gigante
llamado Hagrid
vino a decirme que voy a ir a un colegio de magos. Cuando abra los
ojos estaré en casa,
en mi alacena.»
Se produjo un súbito golpeteo.
«Y ésa es tía Petunia llamando a la puerta», pensó Harry con el
corazón abrumado.
Pero todavía no abrió los ojos. Había sido un sueño tan bonito...
Toc. Toc. Toc.
—Está bien —rezongó Harry—. Ya me levanto.
Se incorporó y se le cayó el pesado abrigo negro de Hagrid. La
cabaña estaba
iluminada por el sol, la tormenta había pasado, Hagrid estaba dormido
en el sofá y había
una lechuza golpeando con su pata en la ventana, con un periódico en
el pico.
Harry se puso de pie, tan feliz como si un gran globo se expandiera en
su interior.
Fue directamente a la ventana y la abrió. La lechuza bajó en picado
y dejó el periódico
sobre Hagrid, que no se despertó. Entonces la lechuza se posó en el
suelo y comenzó a
atacar el abrigo de Hagrid.
—No hagas eso.
Harry trató de apartar a la lechuza, pero ésta cerró el pico
amenazadoramente y
continuó atacando el abrigo.
—¡Hagrid! —dijo Harry en voz alta—. Aquí hay una lechuza...
—Págala —gruñó Hagrid desde el sofá.
—¿Qué?
—Quiere que le pagues por traer el periódico. Busca en los
bolsillos.
El abrigo de Hagrid parecía hecho de bolsillos, con contenidos de
todo tipo:
manojos de llaves, proyectiles de metal, bombones de menta, saquitos
de té...
Finalmente Harry sacó un puñado de monedas de aspecto extraño.
—Dale cinco knuts—dijo soñoliento Hagrid.
—¿Knuts?
—Esas pequeñas de bronce.
Harry contó las cinco monedas y la lechuza extendió la pata, para
que Harry
pudiera meter las monedas en una bolsita de cuero que llevaba atada. Y
salió volando
por la ventana abierta.
Hagrid bostezó con fuerza, se sentó y se desperezó.
—Es mejor que nos demos prisa, Harry. Tenemos muchas cosas que hacer
hoy.
Debemos ir a Londres a comprar todas las cosas del colegio.
Harry estaba dando la vuelta a las monedas mágicas y observándolas.
Acababa de
pensar en algo que le hizo sentir que el globo de felicidad en su
interior acababa de
pincharse.
—Mm... ¿Hagrid?
—¿Sí? —dijo Hagrid, que se estaba calzando sus colosales botas.
—Yo no tengo dinero y ya oíste a tío Vernon anoche, no va a pagar
para que vaya a
aprender magia.
—No te preocupes por eso —dijo Hagrid, poniéndose de pie y
golpeándose la
cabeza—. ¿No creerás que tus padres no te dejaron nada?
—Pero si su casa fue destruida...
—¡Ellos no guardaban el oro en la casa, muchacho! No, la primera
parada para
nosotros es Gringotts. El banco de los magos. Come una salchicha,
frías no están mal, y
no me negaré a un pedacito de tu pastel de cumpleaños.
—¿Los magos tienen bancos?
—Sólo uno. Gringotts. Lo dirigen los gnomos.
Harry dejó caer el pedazo de salchicha que le quedaba.
—¿Gnomos?
—Ajá... Así uno tendría que estar loco para intentar robarlos,
puedo decírtelo.
Nunca te metas con los gnomos,
Harry. Gringotts es el lugar más seguro del mundo para lo que quieras
guardar,
excepto tal vez Hogwarts. Por otra parte, tenía que visitar Gringotts
de todos modos. Por
Dumbledore. Asuntos de Hogwarts. —Hagrid se irguió con orgullo—.
En general, me
utiliza para asuntos importantes. Buscarte a ti... sacar cosas de
Gringotts... él sabe que
puede confiar en mí. ¿Lo tienes todo? Pues vamos.
Harry siguió a Hagrid fuera de la cabaña. El cielo estaba ya claro y
el mar brillaba a
la luz del sol. El bote que tío Vernon había alquilado todavía
estaba allí, con el fondo
lleno de agua después de la tormenta.
—¿Cómo llegaste aquí? —preguntó Harry; mirando alrededor,
buscando otro bote.
—Volando —dijo Hagrid.
—¿Volando?
—Sí... pero vamos a regresar en esto. No debo utilizar la magia,
ahora que ya te
encontré.
Subieron al bote. Harry todavía miraba a Hagrid, tratando de
imaginárselo volando.
—Sin embargo, me parece una lástima tener que remar —dijo Hagrid,
dirigiendo a
Harry una mirada de soslayo—. Si yo... apresuro las cosas un
poquito, ¿te importaría no
mencionarlo en Hogwarts?
—Por supuesto que no —respondió Harry, deseoso de ver más magia.
Hagrid sacó
otra vez el paraguas rosado, dio dos golpes en el borde del bote y
salieron a toda
velocidad hacia la orilla.
—¿Por qué tendría que estar uno loco para intentar robar en
Gringotts? —preguntó
Harry.
—Hechizos... encantamientos —dijo Hagrid, desdoblando su
periódico mientras
hablaba—... Dicen que hay dragones custodiando las cámaras de
máxima seguridad. Y
además, hay que saber encontrar el camino. Gringotts está a cientos
de kilómetros por
debajo de Londres, ¿sabes? Muy por debajo del metro. Te morirías de
hambre tratando
de salir, aunque hubieras podido robar algo.
Harry permaneció sentado pensando en aquello, mientras Hagrid leía
su periódico,
El Profeta. Harry había aprendido de su tío Vernon que a las
personas les gustaba que
las dejaran tranquilas cuando hacían eso, pero era muy difícil,
porque nunca había
tenido tantas preguntas que hacer en su vida.
—El Ministerio de Magia está confundiendo las cosas, como de
costumbre
—murmuró Hagrid, dando la vuelta a la hoja.
—¿Hay un Ministerio de Magia? —preguntó Harry, sin poder
contenerse.
—Por supuesto —respondió Hagrid—. Querían que Dumbledore fuera
el ministro,
claro, pero él nunca dejará Hogwarts, así que el viejo Cornelius
Fudge consiguió el
trabajo. Nunca ha existido nadie tan chapucero. Así que envía
lechuzas a Dumbledore
cada mañana, pidiendo consejos.
—Pero ¿qué hace un Ministerio de Magia?
—Bueno, su trabajo principal es impedir que los muggles sepan que
todavía hay
brujas y magos por todo el país.
—¿Por qué?
—¿Por qué? Vaya, Harry, todos querrían soluciones mágicas para
sus problemas.
No, mejor que nos dejen tranquilos.
En aquel momento, el bote dio un leve golpe contra la pared del
muelle. Hagrid
dobló su periódico y subieron los escalones de piedra hacia la
calle.
Los transeúntes miraban mucho a Hagrid, mientras recorrían el
pueblecito camino
de la estación, y Harry no se lo podía reprochar: Hagrid no sólo
era el doble de alto que
cualquiera, sino que señalaba cosas totalmente corrientes, como los
parquímetros,
diciendo en voz alta:
—¿Ves eso, Harry? Las cosas que esos muggles inventan, ¿verdad?
—Hagrid —dijo Harry, jadeando un poco mientras correteaba para
seguirlo—, ¿no
dijiste que había dragones en Gringotts?
—Bueno, eso dicen —respondió Hagrid—. Me gustaría tener un
dragón.
—¿Te gustaría tener uno?
—Quiero uno desde que era niño... Ya estamos.
Habían llegado a la estación. Salía un tren para Londres cinco
minutos más tarde.
Hagrid, que no entendía «el dinero muggle», como lo llamaba, dio
las monedas a Harry
para que comprara los billetes.
La gente los miraba más que nunca en el tren. Hagrid ocupó dos
asientos y
comenzó a tejer lo que parecía una carpa de circo color amarillo
canario.
—¿Todavía tienes la carta, Harry? —preguntó, mientras contaba
los puntos.
Harry sacó del bolsillo el sobre de pergamino.
—Bien —dijo Hagrid—. Hay una lista con todo lo que necesitas.
Harry desdobló otra hoja, que no había visto la noche anterior, y
leyó:
COLEGIO HOGWARTS DE MAGIA
UNIFORME
Los alumnos de primer año necesitarán:
— Tres túnicas sencillas de trabajo (negras).
— Un sombrero puntiagudo (negro) para uso diario.
— Un par de guantes protectores (piel de dragón o semejante).
— Una capa de invierno (negra, con broches plateados).
(Todas las prendas de los alumnos deben llevar etiquetas con su
nombre.)
LIBROS
Todos los alumnos deben tener un ejemplar de los siguientes libros:
— El libro reglamentario de hechizos (clase 1), Miranda Goshawk.
— Una historia de la magia, Bathilda Bagshot.
— Teoría mágica, Adalbert Waffling.
— Guía de transformación para principiantes, Emeric Switch.
— Mil hierbas mágicas y hongos, Phyllida Spore.
— Filtros y pociones mágicas, Arsenius Jigger.
— Animales fantásticos y dónde encontrarlos, Newt Scamander.
— Las Fuerzas Oscuras. Una guía para la autoprotección, Quentin
Trimble.
RESTO DEL EQUIPO
1 varita.
1 caldero (peltre, medida 2).
1 juego de redomas de vidrio o cristal.
1 telescopio.
1 balanza de latón.
Los alumnos también pueden traer una lechuza, un gato o un sapo.
SE RECUERDA A LOS PADRES QUE ALOS DE PRIMER AÑO NO SE
LES PERMITE TENER ESCOBAS PROPIAS.
—¿Podemos comprar todo esto en Londres? —se preguntó Harry en
voz alta.
—Sí, si sabes dónde ir —respondió Hagrid.
Harry no había estado antes en Londres. Aunque Hagrid parecía saber
adónde iban, era
evidente que no estaba acostumbrado a hacerlo de la forma ordinaria.
Se quedó atascado
en el torniquete de entrada al metro y se quejó en voz alta porque
los asientos eran muy
pequeños y los trenes muy lentos.
—No sé cómo los muggles se las arreglan sin magia —comentó,
mientras subían
por una escalera mecánica estropeada que los condujo a una calle
llena de tiendas.
Hagrid era tan corpulento que separaba fácilmente a la muchedumbre.
Lo único
que Harry tenía que hacer era mantenerse detrás de él. Pasaron ante
librerías y tiendas
de música, ante hamburgueserías y cines, pero en ningún lado
parecía que vendieran
varitas mágicas. Era una calle normal, llena de gente normal. ¿De
verdad habría
cantidades de oro de magos enterradas debajo de ellos? ¿Había allí
realmente tiendas
que vendían libros de hechizos y escobas? ¿No sería una broma
pesada preparada por
los Dursley? Si Harry no hubiera sabido que los Dursley carecían de
sentido del humor,
podría haberlo pensado. Sin embargo, aunque todo lo que le había
dicho Hagrid era
increíble, Harry no podía dejar de confiar en él.
—Es aquí —dijo Hagrid deteniéndose—. El Caldero Chorreante. Es
un lugar
famoso.
Era un bar diminuto y de aspecto mugriento. Si Hagrid no lo hubiera
señalado,
Harry no lo habría visto. La gente, que pasaba apresurada, ni lo
miraba. Sus ojos iban de
la gran librería, a un lado, a la tienda de música, al otro, como si
no pudieran ver el
Caldero Chorreante. En realidad, Harry tuvo la extraña sensación de
que sólo él y
Hagrid lo veían. Antes de que pudiera decirlo, Hagrid lo hizo entrar.
Para ser un lugar famoso, estaba muy oscuro y destartalado. Unas
ancianas estaban
sentadas en un rincón, tomando copitas de jerez. Una de ellas fumaba
una larga pipa. Un
hombre pequeño que llevaba un sombrero de copa hablaba con el viejo
cantinero, que
era completamente calvo y parecía una nuez blanda. El suave murmullo
de las charlas
se detuvo cuando ellos entraron. Todos parecían conocer a Hagrid. Lo
saludaban con la
mano y le sonreían, y el cantinero buscó un vaso diciendo:
—¿Lo de siempre, Hagrid?
—No puedo, Tom, estoy aquí por asuntos de Hogwarts —respondió
Hagrid,
poniendo la mano en el hombro de Harry y obligándole a doblar las
rodillas.
—Buen Dios —dijo el cantinero, mirando atentamente a Harry—.
¿Es éste... puede
ser...?
El Caldero Chorreante había quedado súbitamente inmóvil y en
silencio.
—Válgame Dios —susurró el cantinero—. Harry Potter... todo un
honor.
Salió rápidamente del mostrador, corrió hacia Harry y le estrechó
la mano, con los
ojos llenos de lágrimas.
—Bienvenido, Harry, bienvenido.
Harry no sabía qué decir. Todos lo miraban. La anciana de la pipa
seguía
chupando, sin darse cuenta de que se le había apagado. Hagrid estaba
radiante.
Entonces se produjo un gran movimiento de sillas y, al minuto
siguiente, Harry se
encontró estrechando la mano de todos los del Caldero Chorreante.
—Doris Crockford, Harry. No puedo creer que por fin te haya
conocido.
—Estoy orgullosa, Harry, muy orgullosa.
—Siempre quise estrechar tu mano... estoy muy complacido.
—Encantado, Harry, no puedo decirte cuánto. Mi nombre es Diggle,
Dedalus
Diggle.
—¡Yo lo he visto antes! —dijo Harry, mientras Dedalus Diggle
dejaba caer su
sombrero a causa de la emoción—. Usted me saludó una vez en una
tienda.
—¡Me recuerda! —gritó Dedalus Diggle, mirando a todos—.
¿Habéis oído eso?
¡Se acuerda de mí!
Harry estrechó manos una y otra vez. Doris Crockford volvió a
repetir el saludo.
Un joven pálido se adelantó, muy nervioso. Tenía un tic en el ojo.
—¡Profesor Quirrell! —dijo Hagrid—. Harry, el profesor Quirrell
te dará clases en
Hogwarts.
—P-P-Potter —tartamudeó el profesor Quirrell, apretando la mano
de Harry—. Nno
pue-e-do decirte l-lo contento que-e estoy de co-conocerte.
—¿Qué clase de magia enseña usted, profesor Quirrell?
—D-Defensa Contra las Artes O-Oscuras —murmuró el profesor
Quirrell, como si
no quisiera pensar en ello—. N-no es al-algo que t-tú n-necesites,
¿verdad, P-Potter?
—Soltó una risa nerviosa—. Estás reuniendo el e-equipo,
s-supongo. Yo tengo que bbuscar
otro l-libro de va-vampiros. —Pareció aterrorizado ante la simple
mención.
Pero los demás, no permitieron que el profesor Quirrell acaparara a
Harry. Éste
tardó más de diez minutos en despedirse de ellos. Al fin, Hagrid se
hizo oír.
—Tenemos que irnos. Hay mucho que comprar. Vamos, Harry.
Doris Crockford estrechó la mano de Harry una última vez y Hagrid se
lo llevó a
través del bar hasta un pequeño patio cerrado, donde no había más
que un cubo de
basura y hierbajos.
Hagrid miró sonriente a Harry
—Te lo dije, ¿verdad? Te dije que eras famoso. Hasta el profesor
Quirrell temblaba
al conocerte, aunque te diré que habitualmente tiembla.
—¿Está siempre tan nervioso?
—Oh, sí. Pobre hombre. Una mente brillante. Estaba bien mientras
estudiaba esos
libros de vampiros, pero entonces cogió un año de vacaciones, para
tener experiencias
directas... Dicen que encontró vampiros en la Selva Negra y que tuvo
un desagradable
problema con una hechicera... Y desde entonces no es el mismo. Se
asusta de los
alumnos, tiene miedo de su propia asignatura... Ahora ¿adónde vamos,
paraguas?
¿Vampiros? ¿Hechiceras? La cabeza de Harry era un torbellino.
Hagrid, mientras
tanto, contaba ladrillos en la pared, encima del cubo de basura.
—Tres arriba... dos horizontales... —murmuraba—. Correcto. Un
paso atrás, Harry
Dio tres golpes a la pared, con la punta de su paraguas.
El ladrillo que había tocado se estremeció, se retorció y en el
medio apareció un
pequeño agujero, que se hizo cada vez más ancho. Un segundo más
tarde estaban
contemplando un pasaje abovedado lo bastante grande hasta para Hagrid,
un paso que
llevaba a una calle con adoquines, que serpenteaba hasta quedar fuera
de la vista.
—Bienvenido —dijo Hagrid— al callejón Diagon.
Sonrió ante el asombro de Harry Entraron en el pasaje. Harry miró
rápidamente por
encima de su hombro y vio que la pared volvía a cerrarse.
El sol brillaba iluminando numerosos calderos, en la puerta de la
tienda más
cercana. «Calderos - Todos los Tamaños - Latón, Cobre, Peltre,
Plata - Automáticos -
Plegables», decía un rótulo que colgaba sobre ellos.
—Sí, vas a necesitar uno —dijo Hagrid— pero mejor que vayamos
primero a
conseguir el dinero.
Harry deseó tener ocho ojos más. Movía la cabeza en todas
direcciones mientras
iban calle arriba, tratando de mirar todo al mismo tiempo: las
tiendas, las cosas que
estaban fuera y la gente haciendo compras. Una mujer regordeta negaba
con la cabeza
en la puerta de una droguería cuando ellos pasaron, diciendo:
«Hígado de dragón a
diecisiete sickles la onza, están locos...».
Un suave ulular llegaba de una tienda oscura que tenía un rótulo que
decía: «El
emporio de las lechuzas. Color pardo, castaño, gris y blanco».
Varios chicos de la edad
de Harry pegaban la nariz contra un escaparate lleno de escobas.
«Mirad —oyó Harry
que decía uno—, la nueva Nimbus 2.000, la más veloz.» Algunas
tiendas vendían ropa;
otras, telescopios y extraños instrumentos de plata que Harry nunca
había visto.
Escaparates repletos de bazos de murciélagos y ojos de anguilas,
tambaleantes
montones de libros de encantamientos, plumas y rollos de pergamino,
frascos con
pociones, globos con mapas de la luna...
—Gringotts —dijo Hagrid.
Habían llegado a un edificio, blanco como la nieve, que se alzaba
sobre las
pequeñas tiendas. Delante de las puertas de bronce pulido, con un
uniforme carmesí y
dorado, había...
—Sí, eso es un gnomo —dijo Hagrid en voz baja, mientras subían
por los
escalones de piedra blanca. El gnomo era una cabeza más bajo que
Harry. Tenía un
rostro moreno e inteligente, una barba puntiaguda y, Harry pudo
notarlo, dedos y pies
muy largos. Cuando entraron los saludó. Entonces encontraron otras
puertas dobles, esta
vez de plata, con unas palabras grabadas encima de ellas.
Entra, desconocido, pero ten cuidado
Con lo que le espera al pecado de la codicia,
Porque aquellos que cogen, pero no se lo han ganado,
Deberán pagar en cambio mucho más,
Así que si buscas por debajo de nuestro suelo
Un tesoro que nunca fue tuyo,
Ladrón, te hemos advertido, ten cuidado
De encontrar aquí algo más que un tesoro.
—Como te dije, hay que estar loco para intentar robar aquí —dijo
Hagrid.
Dos gnomos los hicieron pasar por las puertas plateadas y se
encontraron en un
amplio vestíbulo de mármol. Un centenar de gnomos estaban sentados
en altos
taburetes, detrás de un largo mostrador, escribiendo en grandes
libros de cuentas,
pesando monedas en balanzas de cobre y examinando piedras preciosas
con lentes. Las
puertas de salida del vestíbulo eran demasiadas para contarlas, y
otros gnomos guiaban
a la gente para entrar y salir. Hagrid y Harry se acercaron al
mostrador.
—Buenos días —dijo Hagrid a un gnomo desocupado—. Hemos venido
a sacar
algún dinero de la caja de seguridad del señor Harry Potter.
—¿Tiene su llave, señor?
—La tengo por aquí —dijo Hagrid, y comenzó a vaciar sus
bolsillos sobre el
mostrador, desparramando un puñado de galletas de perro sobre el
libro de cuentas del
gnomo. Éste frunció la nariz. Harry observó al gnomo que tenía a
la derecha, que pesaba
unos rubíes tan grandes como carbones brillantes.
—Aquí está —dijo finalmente Hagrid, enseñando una pequeña
llave dorada.
El gnomo la examinó de cerca.
—Parece estar todo en orden.
—Y también tengo una carta del profesor Dumbledore —dijo Hagrid,
dándose
importancia—. Es sobre lo-que-usted-sabe, en la cámara setecientos
trece.
El gnomo leyó la carta cuidadosamente.
—Muy bien —dijo, devolviéndosela a Hagrid—. Voy a hacer que
alguien los
acompañe abajo, a las dos cámaras. ¡Griphook!
Griphook era otro gnomo. Cuando Hagrid guardó todas las galletas de
perro en sus
bolsillos, él y Harry siguieron a Griphook hacia una de las puertas
de salida del
vestíbulo.
—¿Qué es lo-que-usted-sabe en la cámara setecientos trece?
—preguntó Harry.
—No te lo puedo decir —dijo misteriosamente Hagrid—. Es algo muy
secreto. Un
asunto de Hogwarts. Dumbledore me lo confió.
Griphook les abrió la puerta. Harry, que había esperado más
mármoles, se
sorprendió. Estaban en un estrecho pasillo de piedra, iluminado con
antorchas. Se
inclinaba hacia abajo y había unos raíles en el suelo. Griphook
silbó y un pequeño carro
llegó rápidamente por los raíles. Subieron (Hagrid con cierta
dificultad) y se pusieron en
marcha.
Al principio fueron rápidamente a través de un laberinto de
retorcidos pasillos.
Harry trató de recordar, izquierda, derecha, derecha, izquierda, una
bifurcación,
derecha, izquierda, pero era imposible. El veloz carro parecía
conocer su camino,
porque Griphook no lo dirigía.
A Harry le escocían los ojos de las ráfagas de aire frío, pero los
mantuvo muy
abiertos. En una ocasión, le pareció ver un estallido de fuego al
final del pasillo y se dio
la vuelta para ver si era un dragón, pero era demasiado tarde. Iban
cada vez más abajo,
pasando por un lago subterráneo en el que había gruesas estalactitas
y estalagmitas
saliendo del techo y del suelo.
—Nunca lo he sabido —gritó Harry a Hagrid, para hacerse oír
sobre el estruendo
del carro—. ¿Cuál es la diferencia entre una estalactita y una
estalagmita?
—Las estalagmitas tienen una eme —dijo Hagrid—. Y no me hagas
preguntas
ahora, creo que voy a marearme.
Su cara se había puesto verde y, cuando el carro por fin se detuvo,
ante la pequeña
puerta de la pared del pasillo, Hagrid se bajó y tuvo que apoyarse
contra la pared, para
que dejaran de temblarle las rodillas.
Griphook abrió la cerradura de la puerta. Una oleada de humo verde
los envolvió.
Cuando se aclaró, Harry estaba jadeando. Dentro había montículos de
monedas de oro.
Montones de monedas de plata. Montañas de pequeños knuts de bronce.
—Todo tuyo —dijo Hagrid sonriendo.
Todo de Harry, era increíble. Los Dursley no debían saberlo, o se
abrían apoderado
de todo en un abrir y cerrar de ojos. ¿Cuántas veces se habían
quejado de lo que les
costaba mantener a Harry? Y durante todo aquel tiempo, una pequeña
fortuna enterrada
debajo de Londres le pertenecía.
Hagrid ayudó a Harry a poner una cantidad en una bolsa.
—Las de oro son galeones —explicó—. Diecisiete sickles de plata
hacen un galeón
y veintinueve knuts equivalen a un sickle, es muy fácil. Bueno, esto
será suficiente para
un curso o dos, dejaremos el resto guardado para ti. —Se volvió
hacia Griphook—.
Ahora, por favor, la cámara setecientos trece. ¿Y podemos ir un poco
más despacio?
—Una sola velocidad —contestó Griphook.
Fueron más abajo y a mayor velocidad. El aire se volvió cada vez
más frío,
mientras doblaban por estrechos recodos. Llegaron entre sacudidas al
otro lado de una
hondonada subterránea, y Harry se inclinó hacia un lado para ver
qué había en el fondo
oscuro, pero Hagrid gruñó y lo enderezó, cogiéndolo del cuello.
La cámara setecientos trece no tenía cerradura.
—Un paso atrás —dijo Griphook, dándose importancia. Tocó la
puerta con uno de
sus largos dedos y ésta desapareció—. Si alguien que no sea un
gnomo de Gringotts lo
intenta, será succionado por la puerta y quedará atrapado
—añadió.
—¿Cada cuánto tiempo comprueban que no se haya quedado nadie
dentro? —quiso
saber Harry.
—Más o menos cada diez años —dijo Griphook, con una sonrisa
maligna.
Algo realmente extraordinario tenía que haber en aquella cámara de
máxima
seguridad, Harry estaba seguro, y se inclinó anhelante, esperando ver
por lo menos
joyas fabulosas, pero la primera impresión era que estaba vacía.
Entonces vio el sucio
paquetito, envuelto en papel marrón, que estaba en el suelo. Hagrid
lo cogió y lo guardó
en las profundidades de su abrigo. A Harry le hubiera gustado conocer
su contenido,
pero sabía que era mejor no preguntar.
—Vamos, regresemos en ese carro infernal y no me hables durante el
camino; será
mejor que mantengas la boca cerrada —dijo Hagrid.
Después de la veloz trayectoria, salieron parpadeando a la luz del
sol, fuera de
Gringotts. Harry no sabía adónde ir primero con su bolsa llena de
dinero. No necesitaba
saber cuántos galeones había en una libra, para darse cuenta de que
tenía más dinero que
nunca, más dinero incluso que el que Dudley tendría jamás.
—Tendrías que comprarte el uniforme —dijo Hagrid, señalando
hacia «Madame
Malkin, túnicas para todas las ocasiones»—. Oye, Harry; ¿te
importa que me dé una
vuelta por el Caldero Chorreante? Detesto los carros de Gringotts.
—Todavía parecía
mareado, así que Harry entró solo en la tienda de Madame Malkin,
sintiéndose algo
nervioso.
Madame Malkin era una bruja sonriente y regordeta, vestida de color
malva.
—¿Hogwarts, guapo? —dijo, cuando Harry empezó a hablar—. Tengo
muchos
aquí... En realidad, otro muchacho se está probando ahora.
En el fondo de la tienda, un niño de rostro pálido y puntiagudo
estaba de pie sobre
un escabel, mientras otra bruja le ponía alfileres en la larga
túnica negra. Madame
Malkin puso a Harry en un escabel al lado del otro, le deslizó por la
cabeza una larga
túnica y comenzó a marcarle el largo apropiado.
—Hola —dijo el muchacho—. ¿También Hogwarts?
—Sí —respondió Harry.
—Mi padre está en la tienda de al lado, comprando mis libros, y mi
madre ha ido
calle arriba para mirar las varitas —dijo el chico. Tenía voz de
aburrido y arrastraba las
palabras—. Luego voy a arrastrarlos a mirar escobas de carrera. No
sé por qué los de
primer año no pueden tener una propia. Creo que voy a fastidiar a mi
padre hasta que
me compre una y la meteré de contrabando de alguna manera.
Harry recordaba a Dudley
—¿Tú tienes escoba propia? —continuó el muchacho.
—No —dijo Harry.
—¿Juegas al menos al quidditch?
—No —dijo de nuevo Harry, preguntándose qué diablos sería el
quidditch.
—Yo sí. Papá dice que sería un crimen que no me eligieran para
jugar por mi casa,
y la verdad es que estoy de acuerdo. ¿Ya sabes en qué casa vas a
estar?
—No—dijo Harry, sintiéndose cada vez más tonto.
—Bueno, nadie lo sabrá realmente hasta que lleguemos allí, pero yo
sé que seré de
Slytherin, porque toda mi familia fue de allí. ¿Te imaginas estar en
Hufflepuff? Yo creo
que me iría, ¿no te parece?
—Mmm —contestó Harry, deseando poder decir algo más interesante.
—¡Oye, mira a ese hombre! —dijo súbitamente el chico, señalando
hacia la
vidriera de delante. Hagrid estaba allí, sonriendo a Harry y
señalando dos grandes
helados, para que viera por qué no entraba.
—Ése es Hagrid —dijo Harry, contento de saber algo que el otro no
sabía—.
Trabaja en Hogwarts.
—Oh —dijo el muchacho—, he oído hablar de él. Es una especie
de sirviente, ¿no?
—Es el guardabosques —dijo Harry. Cada vez le gustaba menos aquel
chico.
—Sí, claro. He oído decir que es una especie de salvaje, que vive
en una cabaña en
los terrenos del colegio y que de vez en cuando se emborracha. Trata
de hacer magia y
termina prendiendo fuego a su cama.
—Yo creo que es estupendo —dijo Harry con frialdad.
—¿Eso crees? —preguntó el chico en tono burlón—. ¿Por qué
está aquí contigo?
¿Dónde están tus padres?
—Están muertos —respondió en pocas palabras. No tenía ganas de
hablar de ese
tema con él.
—Oh, lo siento —dijo el otro, aunque no pareció que le
importara—. Pero eran de
nuestra clase, ¿no?
—Eran un mago y una bruja, si es eso a lo que te refieres
—Realmente creo que no deberían dejar entrar a los otros ¿no te
parece? No son
como nosotros, no los educaron para conocer nuestras costumbres.
Algunos nunca
habían oído hablar de Hogwarts hasta que recibieron la carta, ya te
imaginarás. Yo creo
que debería quedar todo en las familias de antiguos magos. Y a
propósito, ¿cuál es tu
apellido?
Pero antes de que Harry pudiera contestar, Madame Malkin dijo:
—Ya está listo lo tuyo, guapo.
Y Harry, sin lamentar tener que dejar de hablar con el chico, bajó
del escabel.
—Bien, te veré en Hogwarts, supongo —dijo el muchacho.
Harry estaba muy silencioso, mientras comía el helado que Hagrid le
había
comprado (chocolate y frambuesa con trozos de nueces).
—¿Qué sucede? —preguntó Hagrid.
—Nada —mintió Harry. Se detuvieron a comprar pergamino y plumas.
Harry se
animó un poco cuando encontró un frasco de tinta que cambiaba de
color al escribir.
Cuando salieron de la tienda, preguntó:
—Hagrid, ¿qué es el quidditch?
—Vaya, Harry; sigo olvidando lo poco que sabes... ¡No saber qué es
el quidditch!
—No me hagas sentir peor —dijo Harry. Le contó a Hagrid lo del
chico pálido de
la tienda de Madame Malkin.
—... y dijo que la gente de familia de muggles no deberían poder
ir...
—Tú no eres de una familia muggle. Si hubiera sabido quién eres...
Él ha crecido
conociendo tu nombre, si sus padres son magos. Ya lo has visto en el
Caldero
Chorreante. De todos modos, qué sabe él, algunos de los mejores que
he conocido eran
los únicos con magia en una larga línea de muggles. ¡Mira tu madre!
¡Y mira la
hermana que tuvo!
—Entonces ¿qué es el quidditch?
—Es nuestro deporte. Deporte de magos. Es... como el fútbol en el
mundo muggle,
todos lo siguen. Se juega en el aire, con escobas, y hay cuatro
pelotas... Es difícil
explicarte las reglas.
—¿Y qué son Slytherin y Hufflepuff?
—Casas del colegio. Hay cuatro. Todos dicen que en Hufflepuff son
todos inútiles,
pero...
—Seguro que yo estaré en Hufflepuff —dijo Harry desanimado.
—Es mejor Hufflepuff que Slytherin —dijo Hagrid con tono
lúgubre—. Las brujas
y los magos que se volvieron malos habían estado todos en Slytherin.
Quien-tú-sabes
fue uno.
—¿Vol... perdón... Quien-tú-sabes estuvo en Hogwarts?
—Hace muchos años—respondió Hagrid.
Compraron los libros de Harry en una tienda llamada Flourish y Blotts,
en donde
los estantes estaban llenos de libros hasta el techo. Había unos
grandiosos forrados en
piel, otros del tamaño de un sello, con tapas de seda, otros llenos
de símbolos raros y
unos pocos sin nada impreso en sus páginas. Hasta Dudley, que nunca
leía nada, habría
deseado tener alguno de aquellos libros. Hagrid casi tuvo que
arrastrar a Harry para que
dejara Hechizos y contrahechizos (encante a sus amigos y confunda a
sus enemigos con
las más recientes venganzas: Pérdida de Cabello, Piernas de
Mantequilla, Lengua
Atada y más, mucho más), del profesor Vindictus Viridian.
—Estaba tratando de averiguar cómo hechizar a Dudley
—No estoy diciendo que no sea una buena idea, pero no puedes
utilizar la magia en
el mundo muggle, excepto en circunstancias muy especiales —dijo
Hagrid—. Y de
todos modos, no podrías hacer ningún hechizo todavía, necesitarás
mucho más estudio
antes de llegar a ese nivel.
Hagrid tampoco dejó que Harry comprara un sólido caldero de oro (en
la lista decía
de peltre) pero consiguieron una bonita balanza para pesar los
ingredientes de las
pociones y un telescopio plegable de cobre. Luego visitaron la
droguería, tan fascinante
como para hacer olvidar el horrible hedor, una mezcla de huevos
pasados y repollo
podrido. En el suelo había barriles llenos de una sustancia viscosa y
botes con hierbas.
Raíces secas y polvos brillantes llenaban las paredes, y manojos de
plumas e hileras de
colmillos y garras colgaban del techo. Mientras Hagrid preguntaba al
hombre que estaba
detrás del mostrador por un surtido de ingredientes básicos para
pociones, Harry
examinaba cuernos de unicornio plateados, a veintiún galeones cada
uno, y minúsculos
ojos negros y brillantes de escarabajos (cinco knuts la cucharada).
Fuera de la droguería, Hagrid miró otra vez la lista de Harry
—Sólo falta la varita... Ah, sí, y todavía no te he buscado un
regalo de cumpleaños.
Harry sintió que se ruborizaba.
—No tienes que...
—Sé que no tengo que hacerlo. Te diré qué será, te compraré un
animal. No un
sapo, los sapos pasaron de moda hace años, se burlarán... y no me
gustan los gatos, me
hacen estornudar. Te voy a regalar una lechuza. Todos los chicos
quieren tener una
lechuza. Son muy útiles, llevan tu correspondencia y todo lo demás.
Veinte minutos más tarde, salieron del Emporio de la Lechuza, que era
oscuro y
lleno de ojos brillantes, susurros y aleteos. Harry llevaba una gran
jaula con una
hermosa lechuza blanca, medio dormida, con la cabeza debajo de un ala.
Y no dejó de agradecer el regalo, tartamudeando como el profesor
Quirrell.
—Ni lo menciones —dijo Hagrid con aspereza—. No creo que los
Dursley te
hagan muchos regalos. Ahora nos queda solamente Ollivander, el único
lugar donde
venden varitas, y tendrás la mejor.
Una varita mágica... Eso era lo que Harry realmente había estado
esperando.
La última tienda era estrecha y de mal aspecto. Sobre la puerta, en
letras doradas,
se leía: «Ollivander: fabricantes de excelentes varitas desde el 382
a.C.». En el
polvoriento escaparate, sobre un cojín de desteñido color púrpura,
se veía una única
varita.
Cuando entraron, una campanilla resonó en el fondo de la tienda. Era
un lugar
pequeño y vacío, salvo por una silla larguirucha donde Hagrid se
sentó a esperar. Harry
se sentía algo extraño, como si hubieran entrado en una biblioteca
muy estricta. Se tragó
una cantidad de preguntas que se le acababan de ocurrir, y en lugar de
eso, miró las
miles de estrechas cajas, amontonadas cuidadosamente hasta el techo.
Por alguna razón,
sintió una comezón en la nuca. El polvo y el silencio parecían
hacer que le picara por
alguna magia secreta.
—Buenas tardes —dijo una voz amable.
Harry dio un salto. Hagrid también debió de sobresaltarse porque se
oyó un crujido
y se levantó rápidamente de la silla.
Un anciano estaba ante ellos; sus ojos, grandes y pálidos, brillaban
como lunas en
la penumbra del local.
—Hola —dijo Harry con torpeza.
—Ah, sí —dijo el hombre—. Sí, sí, pensaba que iba a verte
pronto. Harry Potter.
—No era una pregunta—. Tienes los ojos de tu madre. Parece que fue
ayer el día en que
ella vino aquí, a comprar su primera varita. Veintiséis centímetros
de largo, elástica, de
sauce. Una preciosa varita para encantamientos.
El señor Ollivander se acercó a Harry. El muchacho deseó que el
hombre
parpadeara. Aquellos ojos plateados eran un poco lúgubres.
—Tu padre, por otra parte, prefirió una varita de caoba. Veintiocho
centímetros y
medio. Flexible. Un poquito más poderosa y excelente para
transformaciones. Bueno,
he dicho que tu padre la prefirió, pero en realidad es la varita la
que elige al mago.
El señor Ollivander estaba tan cerca que él y Harry casi estaban
nariz contra nariz.
Harry podía ver su reflejo en aquellos ojos velados.
—Y aquí es donde...
El señor Ollivander tocó la luminosa cicatriz de la frente de Harry,
con un largo
dedo blanco.
—Lamento decir que yo vendí la varita que hizo eso —dijo
amablemente—.
Treinta y cuatro centímetros y cuarto. Una varita poderosa, muy
poderosa, y en las
manos equivocadas... Bueno, si hubiera sabido lo que esa varita iba a
hacer en el
mundo...
Negó con la cabeza y entonces, para alivio de Harry, fijó su
atención en Hagrid.
—¡Rubeus! ¡Rubeus Hagrid! Me alegro de verlo otra vez... Roble,
cuarenta
centímetros y medio, flexible... ¿Era así?
—Así era, sí, señor —dijo Hagrid.
—Buena varita. Pero supongo que la partieron en dos cuando lo
expulsaron —dijo
el señor Ollivander, súbitamente severo.
—Eh..., sí, eso hicieron, sí —respondió Hagrid, arrastrando los
pies—. Sin
embargo, todavía tengo los pedazos —añadió con vivacidad.
—Pero no los utiliza, ¿verdad? —preguntó en tono severo.
—Oh, no, señor —dijo Hagrid rápidamente. Harry se dio cuenta de
que sujetaba
con fuerza su paraguas rosado.
—Mmm —dijo el señor Ollivander, lanzando una mirada inquisidora a
Hagrid—.
Bueno, ahora, Harry.. Déjame ver. —Sacó de su bolsillo una cinta
métrica, con marcas
plateadas—. ¿Con qué brazo coges la varita?
—Eh... bien, soy diestro —respondió Harry.
—Extiende tu brazo. Eso es. —Midió a Harry del hombro al dedo,
luego de la
muñeca al codo, del hombro al suelo, de la rodilla a la axila y
alrededor de su cabeza.
Mientras medía, dijo—: Cada varita Ollivander tiene un núcleo
central de una poderosa
sustancia mágica, Harry. Utilizamos pelos de unicornio, plumas de
cola de fénix y
nervios de corazón de dragón. No hay dos varitas Ollivander iguales,
como no hay dos
unicornios, dragones o aves fénix iguales. Y, por supuesto, nunca
obtendrás tan buenos
resultados con la varita de otro mago.
De pronto, Harry se dio cuenta de que la cinta métrica, que en aquel
momento le
medía entre las fosas nasales, lo hacía sola. El señor Ollivander
estaba revoloteando
entre los estantes, sacando cajas.
—Esto ya está —dijo, y la cinta métrica se enrolló en el
suelo—. Bien, Harry
Prueba ésta. Madera de haya y nervios de corazón de dragón.
Veintitrés centímetros.
Bonita y flexible. Cógela y agítala.
Harry cogió la varita y (sintiéndose tonto) la agitó a su
alrededor, pero el señor
Ollivander se la quitó casi de inmediato.
—Arce y pluma de fénix. Diecisiete centímetros y cuarto. Muy
elástica. Prueba...
Harry probó, pero tan pronto como levantó el brazo el señor
Ollivander se la quitó.
—No, no... Ésta. Ébano y pelo de unicornio, veintiún centímetros
y medio.
Elástica. Vamos, vamos, inténtalo.
Harry lo intentó. No tenía ni idea de lo que estaba buscando el
señor Ollivander.
Las varitas ya probadas, que estaban sobre la silla, aumentaban por
momentos, pero
cuantas más varitas sacaba el señor Ollivander, más contento
parecía estar.
—Qué cliente tan difícil, ¿no? No te preocupes, encontraremos a
tu pareja perfecta
por aquí, en algún lado. Me pregunto... sí, por qué no, una
combinación poco usual,
acebo y pluma de fénix, veintiocho centímetros, bonita y flexible.
Harry tocó la varita. Sintió un súbito calor en los dedos. Levantó
la varita sobre su
cabeza, la hizo bajar por el aire polvoriento, y una corriente de
chispas rojas y doradas
estallaron en la punta como fuegos artificiales, arrojando manchas de
luz que bailaban
en las paredes. Hagrid lo vitoreó y aplaudió y el señor Ollivander
dijo:
—¡Oh, bravo! Oh, sí, oh, muy bien. Bien, bien, bien... Qué
curioso... Realmente
qué curioso...
Puso la varita de Harry en su caja y la envolvió en papel de embalar,
todavía
murmurando: «Curioso... muy curioso».
—Perdón —dijo Harry—. Pero ¿qué es tan curioso?
El señor Ollivander fijó en Harry su mirada pálida.
—Recuerdo cada varita que he vendido, Harry Potter. Cada una de las
varitas. Y
resulta que la cola de fénix de donde salió la pluma que está en tu
varita dio otra pluma,
sólo una más. Y realmente es muy curioso que estuvieras destinado a
esa varita, cuando
fue su hermana la que te hizo esa cicatriz.
Harry tragó, sin poder hablar.
—Sí, veintiocho centímetros. Ajá. Realmente curioso cómo suceden
estas cosas. La
varita escoge al mago, recuérdalo... Creo que debemos esperar grandes
cosas de ti,
Harry Potter... Después de todo, El-que-no-debe-ser-nombrado hizo
grandes cosas...
Terribles, sí, pero grandiosas.
Harry se estremeció. No estaba seguro de que el señor Ollivander le
gustara mucho.
Pagó siete galeones de oro por su varita y el señor Ollivander los
acompañó hasta la
puerta de su tienda.
Al atardecer, con el sol muy bajo en el cielo, Harry y Hagrid
emprendieron su camino
otra vez por el callejón Diagon, a través de la pared, y de nuevo
por el Caldero
Chorreante, ya vacío. Harry no habló mientras salían a la calle y
ni siquiera notó la
cantidad de gente que se quedaba con la boca abierta al verlos en el
metro, cargados con
una serie de paquetes de formas raras y con la lechuza dormida en el
regazo de Harry.
Subieron por la escalera mecánica y entraron en la estación de
Paddington. Harry
acababa de darse cuenta de dónde estaban cuando Hagrid le golpeó el
hombro.
—Tenemos tiempo para que comas algo antes de que salga el tren
—dijo.
Le compró una hamburguesa a Harry y se sentaron a comer en unas
sillas de
plástico. Harry miró a su alrededor. De alguna manera, todo le
parecía muy extraño.
—¿Estás bien, Harry? Te veo muy silencioso —dijo Hagrid. Harry
no estaba
seguro de poder explicarlo. Había tenido el mejor cumpleaños de su
vida y, sin
embargo, masticó su hamburguesa, intentando encontrar las palabras.
—Todos creen que soy especial —dijo finalmente—. Toda esa gente
del Caldero
Chorreante, el profesor Quirrell, el señor Ollivander... Pero yo no
sé nada sobre magia.
¿Cómo pueden esperar grandes cosas? Soy famoso y ni siquiera puedo
recordar por qué
soy famoso. No sé qué sucedió cuando Vol... Perdón, quiero decir,
la noche en que mis
padres murieron.
Hagrid se inclinó sobre la mesa. Detrás de la barba enmarañada y
las espesas cejas
había una sonrisa muy bondadosa.
—No te preocupes, Harry. Aprenderás muy rápido. Todos son
principiantes cuando
empiezan en Hogwarts. Vas a estar muy bien. Sencillamente sé tú
mismo. Sé que es
difícil. Has estado lejos y eso siempre es duro. Pero vas a pasarlo
muy bien en
Hogwarts, yo lo pasé y, en realidad, todavía lo paso.
Hagrid ayudó a Harry a subir al tren que lo llevaría hasta la casa
de los Dursley y
luego le entregó un sobre.
—Tu billete para Hogwarts —dijo—. El uno de septiembre, en Kings
Cross. Está
todo en el billete. Cualquier problema con los Dursley y me envías
una carta con tu
lechuza, ella sabrá encontrarme... Te veré pronto, Harry.
El tren arrancó de la estación. Harry deseaba ver a Hagrid hasta que
se perdiera de
vista. Se levantó del asiento y apretó la nariz contra la
ventanilla, pero parpadeó y
Hagrid ya no estaba.
puntos 10 | votos: 10
Un hombre que cae  - de un edificio de 50 pisos se va diciendo a si mismo, para calmarse,
hasta ahora todo va bien, hasta ahora todo va bien. 
Pero lo importante no es la caída, es el aterrizaje.
puntos 17 | votos: 19
No importa si eres gay, - hetero o bi, lesbiana o trans, estoy en el camino correcto, ¡nací
para sobrevivir!, no importa origen negro, blanco, beige, latino u
oriental, estoy en el camino correcto, YO NACÍ ASÍ.
puntos 13 | votos: 13
Has sido - demasiado vag@ para leerlo.

puntos 2 | votos: 4
Muchos dicen que merecía morir - pero yo creo que como persona que era, tenía derecho a equivocarse.
puntos 7 | votos: 7
Imagina, sueña - odia la realidad
puntos 3 | votos: 3
Y tu dime - ¿Cuál es tu pecado?
puntos 1601 | votos: 1645
Que fina es la barrera - entre el odio y el amor
puntos 2570 | votos: 2630
Esas ganas de asesinar  - A quien escribe este tipo de comentarios...





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