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El primer paso - para una educación de calidad
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Si realmente quieres algo - encontrarás una manera, si no, una excusa
puntos 3 | votos: 3
hay gente que dice - que los australianos somos raros pero os equivocais
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Aquí estan todos los soldados - de EEUU muertos entre 2000 y 2008, la gran mayoría en Irak, Afganistán...

Realmente ha merecido la pena?
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San Mateo: - Nadie puede servir a dos señores; porque aborrecerá a uno y amará
al otro; o bien se entregará a uno y despreciará al otro. No podeis
servir a Dios y al Dinero

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es todo... - tan absurdo asi
como perfumada mierda
como basura limpia 
como locura cuerda..
recuerdas solamente a quien no te recuerda
y te olvidas de quien no te olvida y siempre abrio sus puertas...
puntos 11 | votos: 11
Nuestra recompensa - se encuentra en el esfuerzo y no en el resultado. Un esfuerzo total es
una victoria completa. (Mahatma Gandhi)
puntos 13 | votos: 15
No dejes que las piedras - del camino te impidan llegar a tu destino
puntos 10 | votos: 10
Cuerdo es solo el que vive - cada día como quien cada día y cada hora puede morir (Francisco de Quevedo)
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Dios los hace - y ellos se juntan

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Al otro lado de la vida - 1x24 - Residencia de la familia Peña
	23 de septiembre de 2008

Había pasado una larga semana desde que volvieran a casa después
del fracaso que había resultado su intento de encontrar un destino
mejor. Los primeros días fueron bastante esperanzadores, pues Paola
enseguida se recuperó de las heridas y los rasguños, incluso la
mordedura del brazo se le curó a una velocidad asombrosa. Todo
parecía en regla, e incluso habían empezado a hacer ambiciosos
planes en búsqueda de un lugar más seguro al que dirigirse, pues el
barrio estaba cada vez más poblado por esos seres, que insistían en
golpear puertas y ventanas por las noches al ver luz en el interior. 

	Todo cambió a partir del tercer día. Paola comenzó a tener
jaquecas cada vez más intensas, perdió el apetito y se le disparó
la fiebre. El cuarto día la situación se tornó más drástica, y
lo tuvo que pasar en cama. Ambos sabían a qué era debido, pero
evitaban a toda costa hacer referencia a ello, pues no se les
antojaba idea más desesperanzadora que eso, ya que sabían que
sería tan solo cuestión de tiempo que sobreviniera la tragedia.
Adolfo se volcó en el cuidado de su esposa, y Zoe pasaba la mayor
parte del tiempo en el desván, pues su padre no quería que
estuviese mucho tiempo junto a Paola por miedo a que ella también
pudiese enfermar como su madre.
	La niña había conseguido serenarse bastante, después de volver a
un entorno que reconocía como seguro. Su padre le había prohibido
mirar por las ventanas, de hecho todas, incluidas las de la planta
superior, tenían las persianas corridas, dejando tan solo unas
rendijas de luz que conferían a las habitaciones un aura diferente,
que no resultaba temible. Estaba deseando que llegase el momento del
día en el que su padre le permitiera pasar un rato con su madre, y
cuando éste llegaba, ella amenizaba la lenta agonía de su
progenitora, y le hacía olvidar por un rato todos los males que se
cernían sobre ellos.
	Los días se habían ido sucediendo, y Paola no había hecho más
que empeorar. Ahora pasaba la mayor parte del tiempo dormitando
tumbada en la cama, lo que no hacía más que acrecentar los temores
de Adolfo. Pese a las mil recomendaciones que habían oído por la
radio y por la televisión, ninguno de los dos había querido asumir
cual sería el destino de la enferma, y no habían tomado medidas
drásticas al respecto, mas que la de mantener a Zoe lejos de su
madre por lo que pudiera ocurrir. Ella era todo lo que les preocupaba
a esas alturas de la película. 
	Paola no se había planteado el suicidio, que en este caso sería
más bien una eutanasia dado el intenso dolor que la asolaba. Y
Adolfo jamás habría pensado en abandonarla a su suerte, o acabar
por las malas con su sufrimiento. Era tanto el amor que sentía por
ella, que llegó a cegarle, hasta el punto de exponerse a si mismo, y
lo que era peor, a su propia hija. Se limitaron a dejar pasar el
tiempo, a dejarlo todo en manos del destino. La niña no hacía
muchas preguntas, pues sabía que las respuestas le dolerían tanto a
ella como a sus padres.
	Llegado el séptimo día, todo apuntaba que se trataría del último
que pasaría Paola entre los vivos. Adolfo lo sabía, y ella también.
Viendo la cercanía del desenlace de su vida, Paola quiso disfrutar
por última vez de la compañía del fruto de su vientre. La niña
había estado insistiendo todo el día que quería ver a su madre, y
había llegado a discutir con su padre por ello. A Adolfo tan solo le
movía el miedo de que le pudiese pasar algo a su hija, pero al final
había acabado accediendo, con la condición de estar junto a ellos
en todo momento, por si ocurriese cualquier cosa. Ahora Paola
descansaba en la cama, respirando dificultosamente. Zoe y su padre
estaban frente a la habitación de la enferma.
ADOLFO – Serán solo cinco minutos. Mamá está muy malita, y
necesita descansar para recuperarse.
	Zoe asintió, y el padre abrió del todo la puerta del dormitorio.
Ahí dentro se respiraba un ambiente muy cargado, y hacía bastante
calor. La visión tampoco era muy esperanzadora. Paola dormía en la
cama, iluminada por los rayos de luz matutina que se filtraban por la
ventana. Adolfo se quedó en la puerta, y Zoe entró al cuarto. Ahora
estaba asustada, se sentía incómoda y su mayor miedo era el de que
su madre hubiera perdido la vida. Su respiración era muy leve y al
permanecer inmóvil, con esa cara tan pálida, daba la sensación de
que así fuera.
	Se acercó lentamente hacia un costado de la cama y su madre no
tardó en entreabrir los ojos al notar las pisadas en el suelo de
madera. Zoe, cuando vio que su madre esbozaba una sonrisa al verla,
se animó un poco más y corrió a encontrarse con ella. Se sentó
junto a la cama, en una silla que había traído Adolfo, y ambas se
quedaron en silencio, simplemente mirándose, sin saber qué decir. A
Paola se le rompía el alma de pensar que jamás podría volver a ver
a su hija, y cuan grande sería el impacto que tendría su muerte en
su pequeña.
PAOLA – Zoe, cariño...
	Paola comenzó a toser, mostrando una mueca de dolor en cada nueva
sacudida. La tos se tornó en una extraña convulsión, y sobrevino
la primera arcada.
ZOE – ¿Mamá?
	Adolfo entró a toda prisa, a tiempo de ver como Paola se giraba
rápidamente y vomitaba abundante sangre sobre la colcha. 
ADOLFO – Sal de la habitación, Zoe.
	Zoe se había levantado de la silla, y miraba a su madre, con el
corazón en un puño. Su padre enseguida se reunió con ella.
ADOLFO – ¡Que salgas te digo! ¡Y cierra la puerta!
	Zoe titubeó un momento, pero acabó acatando la orden de su padre.
Salió de la habitación sin dejar de mirar a su madre, que seguía
tosiendo, con la boca chorreando sangre, y por un momento creyó ver
en ella a uno de esos engendros del averno.



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