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Veterano Nivel 3

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Un niño sin prejuicios - podrá hacer amistades, que un adulto no podría entender.
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Ser madre - es algo más que el simple hecho de parir.
Y mi perra lo sabe :)
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¿Qué has dicho - de mi Atleti, desgraciao?
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Hospital agota sus reservas - de anestesia,se puede decir que se acabo lo que se daba
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La pura verdad del McDonalds -

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Y aquí mas frío - que en el cumpleaños de articuno
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Idiotas desde - tiempos inmemoriables  que no levantan la TAPADERA.
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Voy a tomar el sol en el jardín. - A 15 avispas le gusta esto.
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¿Seguro? -
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No. -

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porque tú también   - quisiste vivir en el universo pokemon
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Al otro lado de la vida - 1x38 - Frente al almacén del supermercado
29 de septiembre de 2008

La extraña pareja se alejó del que había sido su refugio hasta el
momento, y sin más compañía que ellas mismas, caminaron en busca
de un destino mejor. Zoe iba cogida de la mano con Bárbara y ésta
sostenía en la otra mano el bate de béisbol. El sol matutino les
bañaba con su cálido manto, y el silencio, tan poco habitual de esa
ciudad y mucho menos a esas horas, les hacía sentirse raramente
incómodas. Ese silencio era roto tan solo por el canto de los
pájaros y una suave brisa que calmaba un poco el calor. A cada calle
que cruzaban Bárbara se adelantaba y comprobaba no sin cierta
incredulidad, que había vía libre para seguir adelante, y acto
seguido, continuaban. 
Zoe tenía en su interior una extraña mezcla de sentimientos
contradictorios. Por una parte estaba animada ahora que ya no estaba
sola, y se alegraba mucho de tener alguien que le pudiera ayudar si
las cosas se ponían muy feas. Estaba segura de que Bárbara estaría
con ella pasara lo que pasara, y eso le hacía sentirse más tranquila
y menos asustada. Pero por otra parte, estaba algo desilusionada por
perder la sensación de superioridad e independencia que había
adquirido mientras estaba sola. Se había sentido adulta y
responsable por unos días, y ahora veía que volvía a ser quien era
antes.
Bárbara, por su parte, ahora estaba demasiado preocupada por que
todo saliera bien. Tenía todos los sentidos alerta, esperando que en
cualquier momento pasase algo que le hiciera arrepentirse de la
decisión que había tomado. A cada paso que daba, se preguntaba una
y otra vez si había hecho bien arrastrando a esa niña pequeña en
su estúpido plan. No hacía más que pensar lo mal que se sentiría
si por su culpa le pasara algo a Zoe, o si era ella la que salía mal
parada, que haría la chiquilla sola en mitad de la calle. Todo tenía
que salir bien, y ella se encargaría de que así fuera.
	Se alejaron de las afueras, adentrándose con paso dudoso en las
entrañas de la gran ciudad, ocultándose tras los pocos coches que
aún quedaban por ahí, caminando por las zonas que les permitirían
salir corriendo con mayor facilidad. Las calles se veían sucias y
descuidadas, con papeles de periódico tirados por todos lados,
bolsas de basura y su contenido desperdigadas por doquier. Los
portales de los bloques de pisos, cada vez más altos, estaban todos
cerrados; las ventanas y los balcones de las fachadas, cerradas,
vacías, muertas. No obstante, se sentían observadas, como si tras
los cristales de las ventanas hubiera alguien dispuesto a contemplar
como fracasaban.
	A mitad de camino de la estación llegaron a un parque que tenían
que cruzar para llegar a su destino sin desviarse más de la cuenta.
Al entrar en el parque, ambas sintieron como si volviesen atrás en
el tiempo. Ahí todo parecía seguir como antes, nada daba la
impresión de haber cambiado en el último mes. Ahí tan solo los
árboles y los pequeños animales salvajes daban fe del momento en el
que se encontraban, y para ellos, nada había cambiado. Fue al llegar
al centro del parque cuando la realidad se cernió de nuevo sobre
ellas.
	En el centro de un claro se erguía un gran muro que en tiempos
conmemoraba las hazañas de los fundadores de la ciudad. Ahora el
muro estaba empapelado de arriba a abajo. Se acercaron a él, por
curiosidad, y lo contemplaron durante un rato. Cientos sino miles de
papeles, de todos los colores y tamaños imaginables, estaban pegados
sobre la superficie lisa del muro. La mayoría eran gritos
desesperados para encontrar a familiares o amigos desaparecidos.
Buena muestra de ello eran las fotografías de esos cientos de
personas que a día de hoy ya no estaban entre los vivos. Otros
muchos de los cartelitos se limitaban a recordar a los perdidos, a
darles un último adiós. El suelo frente al muro era un amasijo de
flores marchitas y velas a medio consumir..
	No tardaron en irse, pues no les agradó lo que vieron. Ahí se
materializaba en pocos metros cuadrados gran parte del sufrimiento de
los antiguos moradores de la ciudad. Continuaron adelante, aún
sorprendidas por no encontrar nadie en el camino. Cruzaron una calle
estrecha, totalmente vacía si no fuera por un carro de supermercado
que había en el centro. El carro tenía en su interior el cadáver
en avanzado estado de putrefacción de lo que parecía una mujer de
mediana edad. Al menos, por lo que vieron al pasar junto a él, nadie
se había entretenido en alimentarse con el cuerpo.
	A los veinte minutos de la partida, llegaron finalmente a su
destino. Cruzaron la última esquina, y pudieron contemplar la
estación de tren, que se encontraba suspendida unos metros por
encima de un río poco caudaloso que cruzaba la ciudad de punta a
punta. Una pareja de escaleras se unía en la parte superior que daba
paso al andén, tras una barrera para validar los billetes. En la
parte inferior había una amplia zona de aparcamiento de motos,
vacía, y otra para bicicletas, en el que descansaba una azul, con el
candado puesto.
	Se miraron la una a la otra, y tras echar un último vistazo a los
alrededores, y al ver que seguían solas, sin mediar palabra,
caminaron hacia las escaleras. Ahí la calle estaba más limpia, y el
ruido de un motor no muy lejos de ahí, les hizo sentirse más
tranquilas; cualquier resquicio de humanidad era de agradecer a esas
alturas. Comenzaron a subir las escaleras metálicas, bañadas por el
caluroso sol, y se arrepintieron de no haber llevado algo para
protegerse de él. Llegaron arriba y caminaron hacia las máquinas
validadoras de billetes. Bárbara pasó de largo por encima de una de
las barras, y Zoe hizo lo propio por debajo. Unos pasos más les
llevaron a las vías ya inútiles. Ahora tan solo tenían que seguir
en línea recta, sin mayor preocupación, en busca de su destino.
puntos 7 | votos: 11
Al otro lado de la vida - 1x37 - En el supermercado
29 de septiembre de 2008

Devoraron la comida con ansia, sin apenas saborearla. Bárbara
trataba de resultar amigable y luchaba por sacarle una palabra o una
sonrisa a Zoe, pero no había manera. Esa chica estaba demasiado
cerrada en si misma, y tenía traumas demasiado recientes para
comportarse como una niña de su edad. Y eso a Bárbara le sentaba
mal, aunque ella misma temía tener una recaída en cualquier
momento, puesto que tenía tantas o más razones que Zoe para estar
así. No obstante, supo asumir su rol de adulto y se obligó a
parecer tranquila y optimista, con la intención de contagiar a Zoe
de ese mismo espíritu. No podía permitirse ninguna debilidad.
	 No mucho más tarde acabaron de comer, empachadas, y se quedaron un
rato sentadas en el suelo, rodeadas por las bolsas y las latas que
habían abierto para almorzar. Bárbara había seguido formando en su
mente el plan maestro que las llevaría a la salvación, al menos a
corto plazo. Calculó que tardarían un par de días en llegar al
otro extremo de la ciudad por la ruta que había previsto, de modo
que al menos deberían pasar una noche en un refugio improvisado.
Quiso convencerse de que no tenía porque salir mal, pero no las
tenía todas consigo. El siguiente paso sería el de aprovisionarse
de comida y de bebida para el camino. Necesitarían al menos
provisiones para tres o cuatro días, y una buena mochila donde
meterlas. 
BÁRBARA – Mira, no te voy a mentir. El camino será largo, al
menos un par de días, a pie todo el rato, y tendremos que buscar un
sitio donde pasar una noche a mitad de camino, pero yo,
personalmente, creo que sería más peligroso quedarse aquí. Por
supuesto que no te voy a obligar a hacer nada que no quieras, pero me
gustaría que vinieras conmigo. ¿Qué me dices?
	  Zoe se quedó mirándola, respirando aún algo agitadamente
después del atracón. El corazón le latía muy rápido, pues sabía
que de la decisión que tomase ahora, dependería su futuro. No
desconfiaba de Bárbara, le había caído bien desde el principio. Le
parecía amable y hasta le caía bien, pero lo que le estaba
proponiendo era muy poco apetecible.
BÁRBARA – Prometo que no permitiré que te pase nada malo, y no me
separaré de ti pase lo que pase.
ZOE – Tengo miedo.
BÁRBARA – Yo también, cariño. Todos lo tenemos, y eso es normal.
Pero hemos que aprender a ser más fuertes que ese miedo, tenemos que
aprender a estar por encima de todos los que quieren hacernos daño.
Solo así conseguiremos vencerles.
	Zoe miró un momento al suelo, y volvió a mirar a Bárbara.
ZOE – Vale. 
	En la cara de Bárbara se dibujó una amplia sonrisa, que contagió
a Zoe, haciendo que su habitual cara de espanto pareciese más
natural.
BÁRBARA – ¡Estupendo! Ya verás como no te arrepientes. Ahora
tenemos trabajo que hacer, antes de que se nos haga tarde. Tenemos
que coger comida y bebida, y una mochila donde meterlo todo.
Acompáñame, venga.
	Zoe, algo más animada por tener de nuevo algo en lo que ocupar la
mente, acompañó a Bárbara. Cogieron una gran mochila negra de
montañero, y comenzaron a meter toda la comida en conserva que
consideraron necesaria, siempre que estuviera al gusto de las dos.
Cuando llevaban media mochila, agarraron unas cuantas botellas de
agua y acabaron de llenarla. Una vez acabaron, y después de meter un
par de linternas con sus pilas, un par de mecheros, velas y un
pequeño botiquín improvisado, Bárbara trató de levantar la
mochila, pero no pudo. Se habían pasado de peso, y tuvieron que
vaciar la mitad, con lo cual perdieron la mitad de las provisiones.
	Bárbara volvió a levantar la mochila, y ésta vez pudo con ella.
Pesaba todavía bastante, pero podría llevarla, aunque no le
permitiría correr. Tan solo quedaba una última cosa que hacer. Con
la mochila a la espalda, y seguida de cerca por Zoe, se dirigió a la
zona de equipamiento deportivo y echó un vistazo al material.
Necesitaría un arma para defenderse si fuera necesario. Un arma
blanca le parecía demasiado violenta, además de que ella misma
podría hacerse daño, de modo que acabó escogiendo lo que en ese
momento le pareció lo más adecuado; un bate de béisbol.
BÁRBARA – Ahora ya estamos preparadas para salir. Tendremos comida
al menos para cuatro o cinco días, si la racionamos bien, y con las
linternas no estaremos a oscuras por la noche. Creo que ya está
todo… ¿Que te parece, nos vamos?
	Zoe levantó los hombros, y eso fue suficiente para Bárbara. Ambas
se dirigieron de vuelta al almacén por el que habían entrado, y
miraron le dejos la rendija del gran portón. Seguía igual, y
parecía que nadie se había acercado desde que Bárbara entrase.
Dejó la mochila en el suelo, y se dirigió a Zoe.
BÁRBARA – Voy a comprobar que no haya nadie fuera, tu quédate
aquí. ¿Entendido?
	Zoe asintió con la cabeza. Bárbara se dirigió al portón,
decidida aunque lógicamente asustada, y se arrodilló. Tragó saliva
y metió la cabeza por el agujero. Miró a un lado y al otro. Todo
estaba igual que recordaba haberlo visto una escasa hora antes. No
había nadie por los alrededores, y la bicicleta de Zoe seguía en el
mismo sitio. Pero ahora todo era diferente, ella misma era diferente.
Ahora veía las cosas con otros ojos, ahora el escenario de su vida
era otro, aunque mantuviese la misma escena.
	Se metió de nuevo e hizo un gesto con la mano para que Zoe se
acercase. Bárbara pasó primera, y Zoe empujó la mochila y el bate
afuera. Luego salió ella y Bárbara se puso la mochila a la espalda.
Zoe caminó hacia la bicicleta y Bárbara temió que quisiera
utilizarla para el camino, pero la niña se limitó a coger la cinta
violeta del manillar, y se la anudó a la muñeca, ayudándose de los
dientes, antes de volver con Bárbara. Desde que cayese con la
bicicleta el día anterior le había cogido miedo, y ahora prefería
ir a pie, cosa que Bárbara agradeció.
ZOE – ¿Vamos?
puntos 10 | votos: 10
Al otro lado de la vida - 1x33 - Sobre un árbol, junto al cementerio de Sheol
28 de septiembre de 2008

Sentada como estaba en una gruesa rama, tuvo ocasión de comprobar el
daño que se había hecho. Si de algo disponía ahora, era de tiempo.
Los brazos, ambos, no tenían más que unos leves rasguños donde se
había levantado un poco la piel, pero no sangraban y apenas dolían;
era la rodilla la que se había llevado la peor parte. Al ver la
sangre fue cuando empezó a dolerle, pues fue entonces cuando se dio
cuenta del daño que se había hecho. No era más que una
magulladura, como la de los brazos, pero ésta sangraba bastante, y
ella siempre había sido muy miedica con las heridas. Comenzó a
llorar.
	Aquel engendro salido del averno seguía exigiendo su parte del
banquete, aullando y gruñendo ahí abajo, arañando inútilmente el
tronco del árbol que si nada cambiaba, acabaría siendo el ataúd de
Zoe. La niña se llevó una mano a la rodilla, viendo como su pálida
piel se teñía de rojo al brotar una gota de sangre de la herida. La
gota se deslizó por su pierna, hasta acabar desprendiéndose de ella
y caer al vacío, sorteando varias ramas, hasta caer sobre la mejilla
del resucitado. Éste cesó por un momento de gritar, acercó los
dedos de una mano a la mejilla, llevándose la sangre con ellos, los
observó un momento frente a sus ojos, y luego se chupó la mano,
saboreando ese dulce néctar. Zoe hizo un gesto de asco al verle
hacer eso.
	La chica se quitó una de las bambas, que colocó con sumo cuidado
en su regazo, pendiente de que no se cayera, y acto seguido se quitó
el calcetín. Sin dejar de mirar a quien le había obligado a subir
ahí arriba, estiró el calcetín tanto como pudo, se arremangó un
poco la falda del vestido, y lo ató a modo de venda en su rodilla,
soltando una exclamación de dolor al notar la tela contra la herida.
Ahora al menos no la veía, y así parecía que dolía menos. Además
dejaría de sangrar, o al menos esa sangre no serviría de aperitivo
a la bestia.
	Se acomodó tanto como pudo, a horcajadas sobre la más gruesa de
las ramas, y apoyada la espalda contra el robusto tronco, y se quedó
ahí, quieta y callada, mirando a su alrededor. El panorama, a pesar
de la desafortunada compañía, era bastante agradable, rodeada como
estaba de árboles en esa tranquila tarde de otoño. Pasaron varias
horas, en las que Zoe tuvo ocasión de tranquilizarse y hasta de
tomarse a broma la situación. Comenzó a hablar con ese hombre,
insultándole e incluso imitándole, con lo que él se callaba por
momentos, mirándola extrañado, para luego continuar con su habitual
retahíla de berridos. 
	Con el paso del tiempo, el cielo se fue encapotando, hasta el punto
de ocultarse por completo la bóveda celeste y el propio sol, y la
temperatura bajó considerablemente. A la llegada de la cuarta hora
de reclusión aérea ya había empezado a formarse una ligera capa de
niebla, que se fue volviendo más densa a medida que pasaba el tiempo.
La apacible estampa de una tarde de otoño pronto se le asemejó más
a la escena macabra de una de esas películas de miedo en la escena
que transcurría en el cementerio, en una noche sumida en la niebla
de la que podía surgir cualquier monstruo a su acecho, como era su
caso.
	No fue hasta bien entrada la tarde, cuando ocurrió algo que la hizo
abandonar el estado soporífero en el que se había sumido las
últimas horas. Al principio no fue más que un leve ruido de fondo,
que parecía provenir más de su cabeza que del mundo real. Poco a
poco el ruido se fue haciendo cada vez más evidente, e incluso su
enemigo se quedó quieto por unos momentos para comprobar si había
oído bien. No le hizo falta esperar mucho para comprobar que así
era. De entre la niebla apareció un perro, un pastor alemán adulto,
que comenzó a ladrar a ese hombre, para sorpresa de Zoe.
	El resucitado se giró hacia el perro, perdiendo en un instante la
atención de aquello que le había ocupado toda la tarde. Ahora
habían cambiado sus prioridades, pues tenía otra presa de la que
alimentarse, una que estaba a su entero alcance. El perro ladró otra
vez, y acto seguido, ambos comenzaron a gruñirse el uno al otro,
mostrándose los dientes, como tratando de demostrar cual era más
fuerte de los dos. No tardaron mucho en enzarzarse en una pelea, que
a Zoe le pareció poco menos que surrealista. Un perro peleándose
con un hombre hecho y derecho. Se quedó mirándoles desde su fuerte,
preguntándose cual sería el desenlace de tan particular trifulca.
	Ahora el perro mordía al hombre, ahora el hombre al perro. Ambos
gruñían y llegó un momento que Zoe no supo distinguir a quien
pertenecían los ladridos que oía. En pocos segundos ese hombre
consiguió darle la vuelta a la tortilla. El perro salió corriendo,
seguido de cerca por él. Pero no llegó muy lejos, ese hombre se
tiró en plancha, lo agarró de las patas traseras, y le dio un
mordisco fatal en el cuello, que tras el último ladrido agónico,
acabó para siempre con la vida del can. Zoe vio como ese hombre
desgarraba la carne del perro y se la tragaba apenas sin masticarla,
y sintió una enorme repugnancia.
	Una vez más notó como si las fuerzas de la naturaleza se aliasen
con ella para ayudarla a escapar. Antes había sido aquel cuervo, y
ahora parecía que el pastor alemán había ofrecido su vida para
darle una nueva oportunidad de sobrevivir. No se lo pensó dos veces,
y se armó de valor. Aprovechando que su amigo estaba de espaldas y
bien entretenido comiendo, bajó del árbol tan rápido como pudo, ya
habiendo olvidado por completo la herida de su rodilla, y una vez
abajo, caminó sigilosamente hacia la bicicleta, se subió a ella y
emprendió de nuevo su camino envuelta de una densa capa de niebla
por todos lados. Al hacerlo pasó frente a la entrada del cementerio,
de donde salió una mujer que la miró con incredulidad, antes de
disiparse en la bruma.
puntos 15 | votos: 15
I am orange -

puntos 26 | votos: 26
Las mejores batallas - no están escritas.
puntos 17 | votos: 23
Al otro lado de la vida - 1x05 - Afueras de Sheol
28 de septiembre de 2008
 
Se esforzó por alejar esa absurda imagen de su cabeza. Era evidente
que había sufrido mucho y todavía se encontraba en una situación
de desbordante estrés postraumático, aunque su trauma todavía
persistía y persistiría mientras viviese. De cualquier modo, creía
no ser ya dueña de sus sentidos, y que éstos le habían jugado una
mala pasada. Se alejó del chico, que ya había asumido la derrota y
se limitaba a mirarla a través de los barrotes, y caminó lentamente
por el camino que unía el viejo cementerio con las afueras de la
ciudad. No se veía ni un alma en los alrededores; todo el mundo
había tratado de huir, y los que no, habían muerto.
	Alcanzó la calle por la que poco antes creyó haber visto a esa
chica, y miró a ambos lados. La carretera estaba vacía. Ni un
coche, ni un alma, pero ella sabía que no debían andar muy lejos.
Si bien la niebla no se despejaba, el ocaso se hacía cada vez más
acusado; debía darse prisa. Caminó por el centro de la calzada, a
sabiendas de que nadie le atropellaría ni le llamaría la atención,
fijándose en cada sombra, en cada silueta, hasta el punto que la
niebla se lo permitía; no quería más sorpresas. No tardó mucho en
llegar a una urbanización de viviendas humildes. Ahí los estragos
del éxodo eran más evidentes. Parecía un mundo fantasmal,
olvidado. La última herencia de una civilización extinta.
	Pasó junto a un coche que tenía todos los cristales rotos. Estos
descansaban a su vera, en mil y un pequeños pedazos que tapizaban la
calle varios metros a la redonda. Miró dentro, y se dio cuenta que le
faltaban los asientos y el volante, y que alguien se había
entretenido en rajar la tapicería, y tal vez a utilizarlo de
inodoro, a juzgar por el olor que manaba del interior. Además tenía
un par de ruedas pinchadas. Se maldijo una y otra vez por no haber
aprendido a conducir antes del holocausto, pues ahora le resultaría
muy útil. Todavía confiaba tener tiempo de aprender, siempre que
encontrase a alguien dispuesto a enseñarle. Eso sí sería tarea
difícil.
	Docenas de papeles yacían tirados sin ton ni son a su paso. Uno de
ellos era la hoja suelta de un periódico, la primera plana fechada
del 13 de ese mismo mes. El titular resultaba bastante esclarecedor;
LOS MUERTOS CAMINAN. Le dio una patada al papel, que fue a parar
junto a una lata de refresco vacía, y continuó caminando. Entonces
llegó a una zona edificada con bloques de pisos. Echó un vistazo al
bloque más cercano y se dijo para sus adentros que alguno de ellos
sería su dormitorio. Se acercó a la fachada, con una falsa
sensación de seguridad, pues hacía ya un buen rato que no tenía
ningún encuentro indeseado. 
	Se dirigía hacia uno de los portales que tenía esa manzana, cuando
pasó junto al escaparate de una tienda de muebles. Tenía las rejas
bajadas, pero la gran cristalera le ofreció un plano general de si
misma. Se paró un momento a contemplar su lamentable estado. Al
mirarse en la sucia superficie espejada del escaparate de esa tienda
muerta, vio a una mujer muy diferente de la risueña Bárbara que
tantos planes de futuro albergaba escasas semanas atrás. Frente a
ella había una mujer que había sufrido mucho en muy poco tiempo, y
que no había tenido tiempo de asumir todas las cosas que le habían
ocurrido, al igual que el resto de supervivientes de la masacre.
	Se fijó que tenía una herida en la cabeza. Su en tiempos
esplendorosa melena rubia, ahora era un compendio de sangre seca y
grasa. Ella misma se dio cuenta que debía oler fatal, aunque ya no
lo notase, afortunadamente no había nadie ahí para echárselo en
cara. Sus grandes ojos marrones, acompañados de unas generosas
ojeras, denotaban el cansancio. Su figura, más delgada que de
costumbre, denotaba la malnutrición asociada a los tiempos que le
había tocado vivir. Confió que hubiese algo que echarse a la boca
en el lugar donde tenía pensado ir. Apartó la mirada de esa
extraña, y continuó su camino.
	De repente oyó un grito. Alguien pidió auxilio, no muy lejos de
ahí. Se trataba de una voz femenina. Un chillido precedió al grito,
y acto seguido todo volvió a quedar en silencio. En un primer
momento, Bárbara sintió una oleada de optimismo, al oír a un
semejante. Pero lo que había dicho no podía significar nada bueno.
No obstante, decidió acercarse; tal vez pudiera echar una mano. De
todas maneras, en los alrededores había muchos sitios a los que
subirse o en los que esconderse si la cosa se ponía fea. Anduvo
hacia la esquina de la manzana, respirando lo justo y necesario para
no hacer ruido, fijándose en donde ponía el pie en cada paso, hasta
quedar en el extremo de la misma. Entonces se asomó a ver que había
al otro lado.
	Lo que vio era dantesco. Ya no había salvación alguna para esa
joven. No tendría más de quince años; ya no volvería a cumplir
ninguno más. Bárbara se llevó las manos a la boca para no gritar,
pero el asesino de la chica ya le había visto. Era un crío de no
más de diez años, un niño. Estaba arrodillado frente al cuerpo de
la joven, con la boca manchada de sangre. Bárbara le sostuvo la
mirada unos segundos, esperando cualquier reacción para salir
corriendo, pero el chico se limitó a gruñirle. Un gruñido largo
con el que se hizo entender rápidamente. Decía Fuera de aquí,
esta comida es mía.
	Bárbara pilló la indirecta, y se volvió a esconder tras la
esquina, apoyando la espalda en la fachada de ésta, lejos del campo
de visión del chico, que ya había vuelto a sus quehaceres,
mordiendo el brazo desnudo de esa pobre chica. Bárbara respiró
hondo, con los ojos cerrados, tratando de reponerse, sabiendo que
jamás podía hacerlo. Cada vez estaba más oscuro.
puntos 28 | votos: 36
Al otro lado de la vida - 1x02 - Respiró hondo, y posó la palma de sus manos sobre la trampilla de
madera. El corazón le dio un vuelco al comprobar que cedía sin
ninguna dificultad. Llegó a elevarse unos centímetros antes de que
la dejase caer de nuevo, asustada. Había recuperado la libertad,
pero eso no hacía más que ponerle las cosas todavía más
difíciles. Ahora debería prepararse de nuevo a comenzar la cruzada
en busca de la supervivencia, y como desde el primer momento, creía
no estar preparada para ello.
	No obstante algo tenía que hacer, no podía quedarse ahí
eternamente, así que decidió mover ficha. Por lo menos contaba con
la ventaja que no había oído a ninguno de esos monstruos en todo el
rato que llevaba despierta; trató de convencerse de que tal vez no
hubiese ninguno en los alrededores. Dio media vuelta en la oscuridad
del ataúd, y volvió a quedar de cara al acolchado. Con uno de sus
pies levantó un poco la tapa y aprovechó la posición que tenía
para echar un rápido vistazo por la rendija que había abierto. El
paisaje no le resultó familiar, y eso aún la descorazonó más.
	Una densa niebla lo cubría todo, pero lo que más le llamó la
atención fue que parecía estar en un bosque. Tan solo podía ver
las copas de algunos árboles cercanos, la niebla no le permitía ver
más allá. Levantó un poco más la tapa, y pudo ver con mayor
claridad lo que le envolvía. Docenas de lápidas se distribuían
aleatoriamente por el suelo cubierto por una verde capa de hierba.
Altos cipreses se extendían en todas las direcciones, dando sombra a
algunas de las tumbas. Aparentemente no había nadie cerca, y esa era
una muy buena noticia. Dejó caer la tapa de nuevo, y dio media
vuelta una vez más. Se armó de valor y, lentamente, la abrió por
completo, hasta que llegó un momento en el que cayó por su propio
peso hacia el otro lado, e hizo un algo de ruido.
	Cualquiera que la hubiera visto abrir la tapa de ese modo, la
habría confundido con uno de ellos, y de bien seguro se hubiera
llevado un balazo en la frente, pero ahí no había nadie. Hacía
largo rato que todos los supervivientes habían abandonado el lugar.
La sola visión de ese sitio le hizo poner el vello de los brazos de
punta. La niebla confería al camposanto un aspecto tenebroso, y el
no poder ver más que a unos pocos metros de distancia, aún la
ponía más nerviosa.
	Sentada como estaba, con las piernas desnudas estiradas sobre el
tejido mullido del ataúd, se disponía a echar un vistazo general a
su alrededor, cuando reparó algo que estaba a sus pies. Se agarró
al borde y miró hacia abajo con curiosidad. Otro ataúd, idéntico
al suyo, descansaba tirado en el suelo, con la tapa abierta y una de
las esquinas astilladas por el golpe. Eso había sido lo que le
había impedido abrir su féretro; por lo visto, alguien había
colocado ese otro ataúd encima, y su peso había hecho que no
pudiese levantar la tapa desde el comienzo. Un vistazo más
concienzudo le hizo darse cuenta que no estaba vacío.
	Medio cuerpo de un hombre adulto asomaba fuera del ataúd; el resto
del cuerpo había quedado bajo el peso de éste en la caída. Ese
hombre sí estaba muerto. Podía ver con claridad la parte trasera de
la cabeza de ese pobre infeliz. Tenía parte del cuero cabelludo
rapado, y mostraba una fea herida burdamente cosida. Ese simple
hecho, aunque la hizo sentir una nueva arcada, la tranquilizó
bastante. Su piel había adquirido un desagradable color violeta
pálido, y llevaba puesto un traje cortado en vertical de la nuca
hacia abajo. Tal vez había sido uno de ellos, o tal vez él mismo se
había quitado la vida, cosa de la que no se le podía culpar. Fuera
como fuese, lo importante era que ya no suponía ninguna amenaza.
	Trató de alejar esa imagen de su mente, y miró hacia otro lado.
Pudo distinguir entre la niebla lo que parecía la silueta de una
excavadora. La mayoría de las lápidas que reinaban en el lugar
estaban cubiertas de una fina capa de musgo, y algunas aún
conservaban ramos de flores marchitas. En todas direcciones crecían
altos árboles de vivos colores; la mayoría de ellos perderían su
follaje en pocas semanas. No tardó mucho en descubrir donde estaba,
aunque no podía explicarse como había llegado ahí. Hacía muchos
años que no visitaba el cementerio viejo de su ciudad natal.
	Seguía sin ver señal alguna de vida, de ningún tipo, y eso aún
la puso más nerviosa. Con el paso de los días había aprendido que
no existía ningún sitio totalmente seguro, y que estuvieras donde
estuvieses, si podías ver el cielo, estabas en peligro, y si no, la
mayoría de las veces, también. De modo que la prioridad ahora era
encontrar un refugio, antes de que su olor alertase a ninguno de esos
indeseables y acabase sirviéndoles de merienda. Se decidía a salir
por fin de ahí, cuando vio que estaba muy alta, miró hacia abajo y
vio que la habían colocado sobre una gran caja de hormigón. Sin
llegar a preguntarse qué era eso, sacó las piernas fuera del ataúd
y se ayudó de los brazos para tocar tierra firme.
	Al posar los pies sobre el suelo, se dio cuenta que estaba descalza.
Desde que se despertara, tan solo había pensado en cómo salir de
ahí, y no se había dado cuenta del estado en el que se encontraba
ella. Posó el otro pie en el suelo, y al mirarlo se fijó que
llevaba puesto un pequeño calcetín deportivo blanco, cuya suela
estaba negra, igual que la de su pie descalzo. Levaba unos tejanos
recortados por encima de las rodillas, y una camiseta desgarrada que
le hacía mostrar medio pecho. Todo eso no le importó lo más
mínimo, todavía podía correr, y eso era, a resumidas cuentas,
cuanto debía preocuparle.
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Al otro lado de la vida. - Bárbara despertó sobresaltada, tomando una gran bocanada de aire que
le provocó una arcada. Estaba tumbada de espaldas sobre algo mullido.
No obstante, le dolían todos los huesos y las articulaciones, y
acarreaba una gran jaqueca. Ignoraba dónde estaba y dedujo que se
encontraría en algún lugar cerrado, puesto que no podía ver nada.
Empezó a sentirse incómoda y decidió salir de ahí cuanto antes,
pero al tratar de incorporarse se golpeó la frente contra algo duro
y cayó de nuevo sobre esa especie de colchón que, por otra parte,
era muy cómodo. Trató de mantener la calma pero le resultó
imposible. Quería salir de ahí, y quería hacerlo cuanto antes.
	Levantó las manos y tanteó arriba y a los lados, encontrando una
frontera en todas las direcciones posibles, hasta darse cuenta que
estaba encerrada por todos los flancos en una especie de caja hecha a
la medida de su cuerpo. No tardó mucho en darse cuenta que la habían
metido en un ataúd. Entonces empezó a ponerse nerviosa de verdad.
Trató de recorrer con la mente todo lo que había hecho antes de
perder el conocimiento.
	En su interior empezó a tomar fuerza la idea de que estaba
enterrada, al menos dos metros bajo tierra, y que jamás saldría de
ahí, que enseguida se le acabaría el oxígeno y se ahogaría,
enterrada en vida. Eso acabó por destrozarle los nervios. La
angustia y el miedo empezaron a hacer mella en su ya maltrecha
estabilidad emocional, y comenzó a golpear con fuerza y sin medida
la tapa del féretro que la contenía. Muchos fueron los esfuerzos,
mucho el daño que se hizo en los nudillos, pero todo resultó
inútil. Colocó las palmas de las manos en la tapa y empujó con
todas las fuerzas que le quedaban, pero el resultado fue el mismo.
	Empezó a respirar agitadamente, presa del pánico, tratando de
alejar de su mente la inevitable imagen de su muerte, y se dio media
vuelta. Al hacerlo vio que de la esquina inferior del cajón de
madera emergía un leve hilito de luz, proveniente del exterior. Ese
simple dato le dio fuerzas para seguir luchando cuando ya
prácticamente se había abandonado a la consternación. Creyó que
tal vez no fuera demasiado tarde para salir de ahí. Volvió a dar
media vuelta, notando cada vez más pequeñas las dimensiones,
sintiendo una extraña sensación, como si el espacio que la
albergaba se hiciese cada vez más pequeño. La claustrofobia
empezaba a filtrarse por sus poros.
	La mandíbula y las manos comenzaron a temblarle y empezó a sentir
frío en la punta de todos sus dedos. Luchó una vez más por abrir
la trampilla que le permitiría salir al exterior y al no
conseguirlo, se puso cada vez más nerviosa. Golpeó con furia y
empezó a gritar sin control, pidiendo ayuda desesperadamente,
confiando que alguien, que alguien sano, le oyese y fuera en su
ayuda. Sabía que así tan solo conseguiría atraer a quien no era
bienvenido, pero eso ya le daba igual, no quería morir ahí dentro.
Prefería salir aún a sabiendas que ahí estaría más segura y
tendría una muerte más digna que la de muchos que le precedieron
desde que empezó esa pesadilla.
	Todo esfuerzo resultó inútil. El llanto siguió al los gritos, y
los golpes se fueron haciendo cada vez más débiles, a medida que se
iba abandonando al pesimismo, con una convicción cada vez más clara
de que esa sería su tumba. Acabó por dejar de golpear la tapa y
notó como se le secaban las lágrimas que habían corrido por su
piel hasta mojar el interior de sus orejas. Fue tranquilizándose
poco a poco hasta que consiguió que su agitada respiración se
transformase en un ligero silbido. Consiguió tranquilizarse por unos
minutos, limitarse a pensar, intentando no dejarse llevar por el
pánico otra vez, pero todo esfuerzo parecía inútil.
	Entonces se dio cuenta que estaba inmersa en el más absoluto
silencio. Desde que despertase hacía ya casi media hora, no había
oído absolutamente nada. Fue el contraste el que le hizo percatarse,
al oír un ruido lejano que le devolvió rápidamente al mundo real.
Aguantó la respiración por unos segundos para oír mejor, y acabó
determinando que se trataba de un ladrido. Dondequiera que estuviese
había un perro, y si ese maldito perro había conseguido sobrevivir
al éxodo, ella no tendría porque ser menos. Se quedó oyendo unos
segundos más, pero ya no había rastro alguno del ladrido. Empezó a
creer que lo había imaginado.
	Sabía que si se quedaba ahí quieta no conseguiría nada más que
morir encerrada, de modo que decidió afrontar su destino, sin
importar cuales fueran las consecuencias. Los precedentes indicaban
que no conseguiría nada empujando la tapa, hasta ahí había llegado
su entendimiento de la situación, de modo que trató de buscar una
alternativa, aunque pareciese imposible dadas las circunstancias.
Empezó a golpear con los hombros los lados del ataúd, tratando de
impulsarse cada vez con más fuerza, sin saber muy bien lo que
pretendía conseguir con ello. Los primeros golpes resultaron
inútiles, pero luego ocurrió algo.
	Un nuevo impulso hizo que el ataúd cediese un poco, moviéndose
ligeramente hacia un lado. Tenía ya los hombros doloridos, pero esa
buena noticia le llenó de fuerzas para continuar luchando. Dio más
y más golpes. La mayoría de ellos resultaban igualmente
infructuosos, pero de vez en cuando veía como el ataúd se movía
ligeramente, lo cual aún le daba más fuerzas para seguir. Cada vez
más confiada, haciendo caso omiso al punzante dolor que acarreaba en
los hombros, continuó dando bandazos de un lado al otro, con mayor
fuerza y convicción a cada golpe, hasta que algo le hizo parar.
	Llegó un momento en el que oyó un fuerte golpe. Parecía como si
algo muy pesado hubiese caído al suelo y se hubiera roto, pero ella
apenas se había movido unos centímetros. Volvió a quedarse
callada, respirando agitadamente, con el corazón latiéndole a toda
velocidad. Fue entonces cuando comprendió lo que había ocurrido.
Una amplia sonrisa se dibujó en su ajada cara al tiempo que se
disponía a dar el siguiente paso, que no sería más que el comienzo
de una larga odisea.
puntos 11 | votos: 11
¿He oido chica? -

puntos 19 | votos: 21
No tengo ni iMac, - ni iPod, ni iPad porque no tengo iMoney
puntos 19 | votos: 23
¿Sabías que... - Es imposible suicidarse aguantando la respiración?

Raro, pero cierto
puntos 14 | votos: 14
Desmotiva - Que estés en el patio de tu escuela jugando con tus compañeros, veas
pasar un coche de estos, sientas un escalofrío  y que al llega a casa
te digan que murió tu abuelo.
puntos 13 | votos: 13
Por fin  -                            podremos entenderlas !!
puntos 20 | votos: 20
Mmm... - ¿donde se compran?

puntos 11 | votos: 11
Pelicula para llorar - Descripcion grafica
puntos 1819 | votos: 1911
Dar lo que te sobra... - no es generosidad.
puntos 7 | votos: 7
Sabías que... - en 1971, en un pueblo de Darvanza, unos geologos sovieticos, mientras
perforaban para buscar petroleo, rompieron accidentalmente el techo
de una reserva natural de gas.Entonces se formo un agujero de 90m de
ancho x 20m de profundidad que se trago la perforadora.
el gas era principalmente metano asi que para que no se expandiera le
prendieron fuego, para que en unos dias ya no quedara ni fuego ni
metano...
pero el metano sigue saliendo, 40 años despues, y no sabemos cuando
va a parar de salir, lentamente...
puntos 5 | votos: 5
¿Sabías que... - los padres más jóvenes eran chinos de 8 o 9 años del año 1910?
puntos 14 | votos: 16
A pequeños problemas... - grandes soluciones

puntos 11 | votos: 13
Noto algo raro... - pero no termino de averiguar que es...
puntos 11 | votos: 11
Novatos... -
puntos 18 | votos: 18
BALANCINES - Porque tu también te bajaste de golpe para hacerle daño al otro
puntos 12 | votos: 12
Pontelo, plnselo - la seguridad ante todo
puntos 17 | votos: 19
Horóscopo en memes - ¡Busca tu signo!

puntos 32 | votos: 34
Corre ! - Solo te Falta Volver !
puntos 25 | votos: 29
Desmotiva que unos canis - me pegaran y me las quitaran 
( Echos Reales )
puntos 11 | votos: 11
Epic fail - Descripción gráfica
puntos 14 | votos: 16
Si matas a 1 persona - eres un asesino.
Si matas a 10 personas
un villano.
Si matas a 100 personas
un revolucionario.
Si matas a 1.000 personas
 un conquistador.
Si matas a 10.000 personas
un dios.
puntos 15 | votos: 15
¿Sabías que... - la picadura de esta araña (armadeira) puede causar
una ereccion de unas horas y despues la muerte?

puntos 10 | votos: 10
 En más del 50% - Estoy inscrito
puntos 2 | votos: 14
Bob Esponja - El tio más atractivo del mundo: Es rubio, de ojos azules y está cuadrado
puntos 12 | votos: 12
Porque tu también creias - que llegar a la principal era fácil cuando eras verde
puntos 45 | votos: 45
Yo me llamo ralph. -
puntos 6 | votos: 8
Café! Por la noche! - Javi: Quiéres café Estela?
Estela.R: Café!! Por la noche??

puntos 11 | votos: 11
Ty Burrell     Johnny knoxville - hermanos en secreto
puntos 16 | votos: 18
    - -Mort, ¿me das supositorios de otros sabores?                        
                -Peter, ¿no te los estarás comiendo?                
  -NO, ME LOS METO POR EL CULO, PUES CLARO QUE ME LOS COMO
puntos 16 | votos: 16
Yo también  - me enamore de alguien al que lo mas seguro es que no le importe ....
puntos 10 | votos: 12
¡Abra kadabra! -
puntos 10 | votos: 10
Que decir en estos momentos... -





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