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09.10.2014

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MENTIRA!! - Jeff y su familia acababan de mudarse a un nuevo vecindario. Su padre
había conseguido un ascenso en el trabajo, y pensaron que sería
mejor vivir en una de esas casas de fantasía.


Sin embargo, Jeff y su hermano Liu no podían quejarse. Mientras
desempacaban uno de sus vecinos, pasó por allí.


Hola, ella dijo: Soy Bárbara, vivo al otro lado de la calle, sólo
quería presentarme a mí y a mi hijo, se da la vuelta y llama a su
hijo.
Billy, estos son nuestros nuevos vecinos
Billy dijo hola y corrió de nuevo a jugar en su patio.


“Bueno”, dijo la madre de Jeff, Yo soy Margaret, este es mi
marido Peter, y mis dos hijos, Jeff y Liu. Cada uno de ellos se
presentó, y luego bárbara los invitó al cumpleaños de su hijo.
Jeff y su hermano intentaron protestar, pero su madre le dijo a
Bárbara que les encantaría. Cuando Bárbara por fin se fue Jeff le
preguntó a su madre.


“Mamá, ¿por qué nos invitan a una fiesta infantil? Por si no lo
ha notado, ya no soy más un niño.”


Jeff, dice su madre: Nos acabamos de mudar aquí, debemos demostrar
que queremos pasar tiempo con nuestros vecinos, ahora vamos a esa
fiesta y eso es definitivo. Jeff intenta protestar, pero se detiene,
sabiendo que él no puede hacer nada. Siempre que su mamá dice algo,
es definitivo. Jeff va a su cuarto y se deja caer sobre su cama. Él
se acuesta allí mirando a su techo cuando de pronto, tiene una
extraña sensación. No es tanto un dolor pero… es una sensación
extraña. Él lo ignora y lo confunde con sólo un sentimiento al
azar.


Al día siguiente, Jeff camina por las escaleras para desayunar y se
prepara para la escuela. Mientras estaba sentado allí, comiendo su
desayuno, una vez más tiene esa sensación. Esta vez fue más fuerte,
le dio un dolor, como un leve tirón, pero una vez más, lo ignoró.
Él y Liu terminaron su desayuno, se dirigieron hasta la parada de
autobús. Se quedaron esperando el autobús y luego, de repente, un
chico en una patineta salta sobre ellos, a sólo unos centímetros por
encima de sus rodillas. Ambos saltan por la sorpresa. ¡Hey! ¿Qué
diablos?



El chico se cayó y se volteó hacia ellos. Pateó la patineta y la
cogió con sus manos. El chico parece estar cerca de doce, un año
menor que Jeff. Lleva una camisa de Aeropostal y pantalones vaqueros
azules algo rasgados.


Bien, bien, bien. Parece que tenemos un poco de carne nueva. De
repente, aparecen otros dos chicos. Uno de ellos es súper delgado y
el otro es enorme. Bueno, ya que son nuevos aquí, me gustaría
presentarnos, el de ahí es Keith y él es Troy.


Y yo dice el chico, soy Randy. Ahora, para todos los niños en este
barrio hay un pequeño precio para el pasaje, si es que me entienden.
Liu se pone de pie, listo para golpear al chico, cuando sus dos amigos
tiran un cuchillo hacia él. Yo esperaba que fueran más
cooperativos, pero parece que tenemos que hacerlo de la manera
difícil. El chico se acerca a Liu, y toma la billetera de su
bolsillo, Jeff tiene esa sensación de nuevo, ahora, es verdaderamente
fuerte, una sensación de ardor, se pone de pie pero Liu le hace
gestos para que vuelva a sentarse, Jeff lo ignora y se acerca a los
chicos.


Escúchame bien pequeño punk, devuélvele la billetera a mi hermano
o de otra forma…


Randy pone la billetera en su bolsillo y saca el cuchillo.



¿Ah sí? ¿Y qué vas a hacer? dice Randy con una voz burlesca,
mientras pasa el cuchillo frente la cara de Jeff, Jeff en un
movimiento rápido toma la muñeca de Randy y se la rompe, Randy
soltó un terrible grito y Jeff tomó el cuchillo de su mano. Troy y
Keith se asustaron y trataron de huir, pero Jeff es demasiado rápido.
Lanza a Randy al suelo y arremete contra Keith, lo apuñala en el
brazo. Keith se quita el cuchillo y lo deja caer al piso, Keith cae al
suelo gritando. Troy corre, pero Jeff logra alcanzarlo, no necesita ni
siquiera el cuchillo. Él sólo le dio de golpes a Troy directamente
en el estómago con toda su fuerza. A medida que cae, troy vomita
todo. Liu no puede hacer nada sino mirar con asombro a Jeff.


Jeff, ¿cómo?, eso es todo lo que Liu dice. Ellos ven el autobús
que viene y saben que serán culpados por todo el asunto. Así que
empiezan a correr tan rápido como les es posible. Mientras corren,
miran hacia atrás y logran ver al conductor del autobús corriendo
hacia Randy y los otros. Cuando Jeff y Liu llegaron a la escuela, no
se atrevieron a contar lo que pasó. Todo lo que hacen es sentarse y
escuchar. Liu pensó que su hermano sólo había golpeado a unos
cuantos chicos, pero Jeff sabía que era algo más. Era algo
aterrador, la sensación de ser poderoso, la necesidad de, lastimar a
alguien.



No le gustaba cómo sonaba, pero no pudo evitar sentirse feliz.
Sentía que esa extraña sensación desaparecía, y se mantuvo alejada
durante todo el día.
Cuando llegó a casa sus padres le preguntaron cómo fue su día, a lo
que Jeff respondió con una voz un tanto desanimada: Fue un día
maravilloso.


A la mañana siguiente, oyó que llamaban a su puerta. Caminó hacia
abajo para encontrar a dos policías en la puerta y a su madre
mirándolo con una mirada de enojo.
Jeff, estos oficiales me dicen que atacaste a tres niños, que no fue
una pelea normal, y que fueron apuñalados.
La mirada de Jeff cayó al suelo, mostrando a su madre que era cierto.


Jeff le contestó rápidamente a su madre:
Mamá, fueron ellos los que nos atacaron a mí, y a Liu.



Hijo dijo uno de los policías, encontramos a tres chicos, dos
apuñalados y uno tiene un moretón en el estómago, tenemos varios
testigos que los vieron huyendo de la escena. Ahora, ¿qué nos dice
eso?. Jeff sabía que era inútil. Él podía decir que él y Liu
habían sido atacados por ellos, pero no había pruebas de que no
fueron ellos quienes atacaron primero. No podría decir que no estaban
huyendo, porque a decir verdad si lo hacían. Así que Jeff no podía
defenderse a sí mismo o Liu.


Hijo, llama a tu hermano. Jeff no podía hacerlo, ya que fue él
quien golpeó a todos los niños.


Señor... fui yo. Dijo Jeff, yo fui quien atacó a los niños, Liu
trató de detenerme, pero no pudo. El policía miró a su compañero
y ambos se sorprendieron.


Bueno, chico, parece que te espera un año en prisión...”


¡Esperen! gritó Liu. Todos se sorprendieron al verlo con un
cuchillo. Los oficiales sacaron sus armas y apuntaron a Liu.


Esperen por favor, no disparen, Jeff es inocente yo hice todo, perdí
el control, me golpearon un poco esos punks y me enojé. Tengo las
marcas para probarlo. Él levantó su camisa para revelar heridas y
moretones, como si hubiera estado en una lucha.


Hijo, sólo tienes que dejar el cuchillo, dijo el oficial. Liu
levantó el cuchillo y lo dejó caer al suelo. Él levantó las manos
y se acercó a los oficiales.


No, Liu fui yo, ¡Yo Lo hice! decía Jeff con lágrimas corriendo
por su rostro.


¿Eh?, pobre hermano, tratando de tomar la culpa de lo que hice dijo
Liu.


La policía llevó a Liu a la patrulla.


¡Liu, diles que fui yo, diles, yo fui quien golpeó a los niños!
La madre de Jeff puso las manos sobre sus hombros.


Jeff, por favor, no tienes que mentir, sabemos que fue Liu, puedes
detenerte. Jeff observa con impotencia cómo la patrulla se lleva a
Liu en su interior. Unos minutos más tarde, el padre de Jeff se
detiene en el camino de entrada, ve la cara de Jeff y sabe que algo
anda mal.


Hijo, hijo, ¿qué sucede? Jeff no puede responder. Sus cuerdas
vocales están tensas por el llanto. En cambio, la madre de Jeff lleva
a su padre en el interior, para romper el hielo con la mala noticia,
Jeff se queda afuera y llora en el camino de entrada. Después de una
hora Jeff vuelve a entrar a la casa, sólo para ver que sus padres
están tristes y decepcionados.


Él no puede mirarlos. Él sólo va a dormir, tratando de que todo el
asunto desaparezca de su mente. Pasaron varios días, sin noticias
sobre Liu. No hay amigos para pasar el rato. Nada más que tristeza y
culpabilidad.


Por lo menos hasta el sábado, cuando Jeff se despertó y vio a su
madre con una cara feliz.


Jeff, hoy es el día dice mientras abre las cortinas y la luz
alumbra el cuarto de Jeff.


¿Qué, qué día es hoy? pregunta Jeff semidormido.


Hoy es el cumpleaños de Billy le responde su madre, Jeff se
despierta rápidamente y le contesta:


Mamá, debes estar bromeando, ¿verdad?


“Cómo puedes esperar que valla a una fiesta después de...” 
Hay una larga pausa.


Jeff, ambos sabemos lo que pasó. Creo que esta fiesta podría ser lo
que ilumine los últimos días. Ahora, vístete. La madre de Jeff
sale de la habitación y baja para prepararse.


Jeff lucha por levantarse, realmente no tiene ánimos de hacerlo.
Elige al azar una camisa y un par de pantalones vaqueros y baja por
las escaleras.


Él ve a su madre y padre vestidos muy formalmente, su madre con un
vestido y su padre en un traje. Piensa, ¿por qué usan ropa elegante
para la fiesta de un niño?


¿Hijo, es eso lo que vas a usar?


Mejor ve y busca otra cosa dice la madre de Jeff, evitando esa
sensación de gritarle y lo oculta con una sonrisa.


Jeff, a esta fiesta tienes que ir bien vestido, si quieres causar una
buena impresión. dice su padre. Jeff empieza a gruñir y vuelve a
subir a su habitación.


¡No tengo nada de ropa elegante! grita por las escaleras.


Sólo tienes que elegir algo. dice su madre.



Mira a su alrededor pero no encuentra nada elegante. En su armario
encuentra un par de pantalones de vestir negros que tenía para las
ocasiones especiales. Jeff no puede encontrar una camisa que convine.
Mira a su alrededor, y sólo encuentra camisas a rayas y estampados.
Ninguno de ellos va con pantalones de vestir. Finalmente se encuentra
con una sudadera con capucha blanca, tendida en una silla y se la
pone. Él baja por las escaleras para decirles a sus padres que está
listo.


¿Eso es lo que llevarás ? le preguntan sus padres. Su madre mira
su reloj. Oooh, no hay tiempo para cambiarse, vámonos de una vez y
cruzan la calle hacia la casa de Billy y Bárbara.
Tocan a la puerta y sale Bárbara junto a sus padres, quienes los
invitan pasar, mientras caminan dentro de la casa pueden apreciar que
sólo hay adultos, ningún niño.


Los chicos están en el patio, Jeff… ¿qué te parece si vas a
conocer a algunos de los niños? dice Bárbara.


Jeff camina fuera de un patio lleno de niños. Están corriendo en
trajes de vaqueros y se disparan los unos a los otros con pistolas de
plástico. Jeff únicamente se queda de pie mirándolos jugar, De
repente un chico se le acerca y le entrega una pistola de juguete y un
sombrero.


Hey, ¿no quieres jugar? , dice.


Ah, no creo, eso es para niños, estoy demasiado viejo para estas
cosas. El chico lo mira con una cara de cachorrito raro.


Porfa dice el niño. Está bien, dice Jeff.


Se pone el sombrero y empieza a fingir disparar a los niños. Al
principio piensa que es totalmente ridículo, pero luego comienza a
sentir que es realmente divertido. Puede que no sea algo súper
genial, pero es la primera vez que él ha hecho algo que tiene fuera
de su mente a Liu.


Así que juega con los niños por un rato, hasta que escucha un ruido.
Es un extraño ruido como de ruedas. Luego, algo lo golpea. Cuando
reacciona, ve a Randy, Troy, y Keith, todos saltan la valla en sus
patinetas. Jeff deja caer el arma de juguete y se quita el sombrero.
Randy mira a Jeff con un ardiente odio.


Hola Jeff, tenemos algunos asuntos pendientes. dice Randy.
Jeff ve su nariz magullada por culpa del golpe del objeto que le
lanzaron.


Creo que estamos a mano, después de todo los vencí a todos
ustedes… ¡son una mierda! le respondió Jeff.
Randy tiene una mirada de enojo en su rostro.




Oh, no, no hay manera de que me ganaras, de todas formas te pateare
el culo ahora.


Randy se lanza sobre Jeff.


Los dos caen al suelo. Randy golpea a Jeff en la nariz, y Jeff lo
agarra por las orejas y le da de cabezazos. Jeff empuja a Randy lejos
de él y ambos se ponen de pie.
Los niños gritaban y corrían hacia sus padres quienes aún estaban
dentro de la casa.


Troy y Keith sacan pistolas de sus bolsillos y gritan: Será mejor que
nadie nos interrumpa.


Randy saca un cuchillo y apuñala a Jeff en su hombro.
Jeff grita y cae de rodillas. Randy empieza a darle patadas en la
cara.


Después de tres patadas Jeff le agarra el pie y lo tuerce, Randy cae
al suelo.


Jeff se levanta y camina hacia la puerta de atrás, sin embargo Troy
lo agarra.


¿Necesitas ayuda? Troy le dice a Randy. Toma a Jeff por el cuello y
lo lanza hacia el patio, cuando Jeff trata de ponerse de pie, recibe
una patada por parte de Randy, el repite esto en varias ocasiones
hasta que Jeff empieza a toser sangre.


Vamos Jeff, pelea conmigo! toma a Jeff y lo lanza a la cocina. Randy
ve una botella de vodka en la mesa y rompe el cristal sobre la cabeza
de Jeff.


¡Pelea! grita Randy, mientras lanza de nuevo a Jeff en la sala de
estar.


Vamos Jeff, ¡mírame! Jeff levanta la vista, con el rostro lleno de
sangre. ¡Yo fui el que consiguió que tu hermano fuera a prisión, y
ahora sólo vas a sentarte aquí y dejar que se pudra allí durante un
año entero!


¡Deberías avergonzarte!!


Jeff empieza a levantarse.


Oh, ¡por fin! Parece que ya quieres pelear! Jeff está a sus pies,
con la sangre y el vodka en su rostro.
Una vez más tiene esa extraña sensación, la que no había sentido
durante un tiempo.


Por fin, ¡vamos arriba! Randy dice mientras corre hacia Jeff.


En ese momento algo sucede dentro de Jeff.


Su mente se destruye, todo pensamiento racional se ha ido, todo lo que
puede hacer es matar. Él agarra a Randy y lo tira hacia el suelo, se
pone encima de él y lo golpea directamente en el corazón. El golpe
hace que el corazón de Randy se pare. Randy empieza a jadear mientras
intenta tomar aire. Jeff toma un martillo que se encontraba cerca, y
golpe tras golpe, acaba con Randy, la sangre brota de su cuerpo, hasta
que toma un último aliento, y muere.


Todo el mundo está mirando a Jeff ahora. Los padres, los niños
llorando, incluso Troy y Keith. A pesar de que se rompen fácilmente
con su mirada, ellos deciden apuntar sus armas hacia Jeff.


Jeff al ver los cañones apuntando en él, corre hacia las escaleras.
Mientras corre, Troy y Keith abren fuego… cada disparo perdido. Jeff
sube corriendo las escaleras.
Oye a Troy y a Keith mientras lo persiguen. Al parecer ya dejaron
escapar sus últimas rondas de balas. Jeff se mete en el baño. Toma
el estante de la toalla y lo arranca de la pared. 


Troy y Keith entran al baño armados con cuchillos.


Troy intenta apuñalar a Jeff, éste lo esquiva y lo golpea
fuertemente en cara con el estante. Troy se queda todo tieso y ahora
el único que queda es Keith.


Él es más ágil que Troy, sin embargo mientras esquivaba los golpes
de Jeff, Keith dejó caer el cuchillo, agarró por el cuello a Jeff y
lo empujó contra la pared.


Lo cual hizo que, un recipiente con lejía que estaba en el estante
superior, callera sobre ellos. Se quemaron los dos y ambos comenzaron
a gritar. Jeff se secó los ojos lo mejor que pudo. Tomó nuevamente
el estante de la toalla, y con él golpeó a Keith en la cabeza.
Mientras yacía allí, desangrándose, se le escapó una sonrisa
siniestra.


¿Qué es tan gracioso? preguntó Jeff.


Keith sacó un encendedor y lo encendió. Lo que es gracioso, dijo
¿Es que tú estás cubierto con la lejía y alcohol.


Keith tiró el encendedor sobre Jeff. Tan pronto como la llama entró
en contacto con él, las llamas encendieron el alcohol en el vodka.
Mientras que el alcohol le quemaba, la lejía le blanqueó la piel.


Jeff dejó escapar un grito terrible. Trató de extender el fuego,
pero no sirvió de nada, el alcohol había hecho un infierno en él.
Corrió por el pasillo, y cayó por las escaleras. Todo el mundo
empezó a gritar al ver a Jeff, ahora un hombre en llamas, tirado en
el suelo, casi muerto.


Lo último que vio Jeff era a su madre y a los otros padres de familia
tratando de apagar las llamas. Fue entonces cuando perdió el
conocimiento.


Cuando Jeff se despertó tenía un yeso envuelto alrededor de su
rostro. No podía ver nada, pero sintió otro yeso en su hombro, y
puntos en todo el cuerpo. Trató de levantarse, pero se dio cuenta de
que había un tubo en su brazo, y cuando intentó levantarse se cayó,
una enfermera se apresuró a ayudarlo.


No creo que pueda salir de la cama todavía. dijo al ponerlo de
nuevo en su cama y volver a insertar el tubo. Jeff se sentó allí,
sin visión ni idea de lo que su entorno era. Finalmente, después de
unas horas, escuchó a su madre.


Cariño, ¿estás bien? le preguntó. Jeff no podía responder, su
rostro estaba cubierto, y él era incapaz de hablar.


Cariño, tengo una gran noticia. Después de que todos los testigos
le dijeron a la policía lo que pasó en la fiesta, ellos decidieron
dejar ir a Liu.


Esto hizo que Jeff casi saltará de la cama, deteniéndose a mitad de
camino, recordando el tubo que sale de su brazo. Él va a estar aquí
para mañana y luego los dos serán capaces de estar juntos de nuevo.


Su madre lo abrazó y le dijo adiós.


El siguiente par de semanas fueron aquellos en los que Jeff fue
visitado por su familia.


Entonces llegó el día en que sus vendas iban a ser removidas.


Su familia estaba allí para verlo, esperaron hasta que fuera removido
el último vendaje de la cubierta en su cara.


Vamos a esperar lo mejor, dijo el médico. Rápidamente tiró de la
última venda, dejando expuesto el rostro de Jeff.
La madre de Jeff dio gritos al ver su rostro. Jeff notó los rostros
atemorizados de Liu y su padre


¿Qué? ¿Qué pasó con mi cara? dijo Jeff. Salió corriendo de la
cama y corrió hacia el baño. Se miró en el espejo y vio la causa de
la angustia. Su rostro. Es... es horrible.


Sus labios se quemaron, ahora parecen una sombra profunda de color
rojo. La piel en su rostro se convirtió en un color blanco puro, y su
pelo chamuscado cambió de marrón a negro. Poco a poco, puso su mano
sobre su rostro. Se sentía como una especie de cuero.


Volvió a mirar a su familia y luego de nuevo se miró en el espejo.


Jeff dijo Liu, No está tan mal ....


¿No es tan malo? dijo Jeff, ¡Es perfecto! Su familia quedó
completamente sorprendida.


Jeff comenzó a reír incontrolablemente, sus padres notaron que sus
manos temblaban.


Uh... Jeff, ¿estás bien?


¿Estar bien? ¡Nunca me he sentido más feliz! Ja, Ja, Ja, Ja,
Jaaaaaa, mírenme, este rostro combina a la perfección conmigo!


No podía parar de reír. Él se acarició el rostro, mientras se
miraba en el espejo.


¿Por qué se comportaba así? Bueno, ustedes recordarán que cuando
Jeff peleó con Randy algo en su mente, su cordura, se rompió. Ahora
se quedó como una máquina de matar demente, sin embargo, sus padres
no lo sabían.


Doctor dijo la madre de Jeff, ¿Está bien mi hijo... bueno, ya
sabe, en la cabeza?


Oh sí, este comportamiento es típico de los pacientes que han
tenido grandes cantidades de calmantes para el dolor. Si su
comportamiento no cambia en unas pocas semanas, tráiganlo de vuelta
aquí, y vamos a hacerle un examen psicológico.


Oh, gracias doctor. La madre de Jeff se acercó a él y le dijo: 


Jeff, cariño, es hora de irse.


Jeff mira hacia otro lado del espejo, su cara todavía forma una
sonrisa loca. Ay mamá, ja, ja, jaaaaaaaaaaaa! su madre lo llevó
por el hombro y lo llevó a tomar su ropa.


Esto es lo que traía, dijo la señora de la recepción. La madre de
Jeff miró hacia abajo sólo para ver los pantalones de vestir negro y
la sudadera blanca que llevaba a su hijo. Ahora estaban limpias de
sangre. La madre de Jeff lo llevó a su habitación y le hizo poner su
ropa. Luego se fueron, sin saber que ese sería su último día de
vida.


Más tarde esa noche, la madre de Jeff se despertó con un sonido que
provino del cuarto de baño. Sonaba como si alguien estuviera
llorando. Poco a poco se acercó a ver lo que era.


Cuando ésta se asomó en el baño vio un espectáculo horrendo. Jeff
había tomado un cuchillo y se había tallado una sonrisa en las
mejillas.


Jeff, ¿qué estás haciendo? preguntó a su madre.
Jeff miró a su madre. “No podía seguir sonriendo mamá. Me dolió
después de un tiempo, ahora, puedo sonreír para siempre”. La madre
de Jeff notó sus ojos, rodeados de negro.


¡Jeff tus ojos! Sus ojos estaban aparentemente sin parpados, no se
cerraban.


No podía ver mi rostro, me cansé y mis ojos comenzaron a cerrarse,
me quemé los párpados, ahora siempre podré ver... mi nuevo rostro


La madre de Jeff comenzó lentamente a retroceder, al ver que su hijo
se estaba volviendo loco.


“¿Qué pasa mamá? ¿Acaso no soy hermoso?”


Sí, hijo su madre dijo Sí lo eres, déjame ir a buscar a papá,
para que pueda ver tu bello rostro. Ella corrió a la habitación y
sacudió al padre de Jeff.


Mi amor, saca el arma que..... Se detuvo cuando vio a Jeff en la
puerta, con un cuchillo.


Mami, me mintió. Eso es lo último que dijo Jeff, antes de correr
hacia ellos sólo para eviscerarlos.


Su hermano Liu se despertó sobresaltado por un ruido. No oyó nada
más, por lo que sólo cerró los ojos y trató de volver a dormir.
Cuando estaba en la frontera del sueño, tuvo la extraña sensación
de que alguien lo estaba observando.
Miró hacia arriba, antes de poder decir algo, la mano de Jeff cubrió
su boca. Poco a poco levantó el cuchillo listo para acabar con Liu.


Liu lucho constantemente para no ser presa de Jeff, pero fue en vano.


Shhhhhhh, dijo Jeff: Sólo tienes que ir a dormir.
puntos 7 | votos: 7
SUICIDE MOUSE - El sufrió por su depresión
nosotros sufrimos al ver su depresión
link del vídeo en los comentarios XD

att: AFVO123
puntos 5 | votos: 7
Rigby.avi - cuenta la leyenda que el video se ve a Rigby cantando una cancion
posiblemente su cancion del verano con las palabras al revez y quienes
trataron de traducirla se suicidaron,sinceramente no me atrevi a ver
el video por miedo a tener muchas pesadillas y ya no vere esta
caricatura de la misma manera
puntos 8 | votos: 8
LAVENDER TOWN - ¿Si existirera te atreverias a entrar?
P.D: dilo en los comentarios
att: AFVO123
puntos 6 | votos: 6
No me conoces - piensas juzgarme por mi apariencia
aunque no sepas nada de mi ni mi pasado
¿porque?
porque eres humano

puntos 6 | votos: 6
Lluvia de castigo (parte 2) - 6

 

Ya apenas podía salirse a la calle, era poco menos que un suicidio.
El ejército había intentado mantener las vías abiertas con sus
vehículos blindados, dotados de palas similares a los quitanieves,
pero era imposible. La lluvia seguía cayendo con fuerza, inagotable.
Poco a poco se fueron replegando hacia los pabellones de protección,
donde éramos instados a acudir por nuestra seguridad. Allí se
estaban concentrando las fuerzas, los recursos a la espera de que el
infierno cesase. Muchos acudieron, aterrados. Otros muchos
aguantábamos semi-atrincherados en nuestras casas, igual de
aterrados.

En algunos lugares habían empezado a caer cuerpos enteros,
momificados, también con signos de violencia. Eso dijeron por la
radio oficial, aunque nosotros aún no habíamos visto caer ninguno.
Las emisiones de televisión habían cesado su actividad, no podíamos
sino imaginar qué estaba ocurriendo en el exterior, pero sin ninguna
certeza.

—¿Qué vamos a hacer ahora? —preguntó Esther, demacrada.

—Creo que lo mejor es que resistamos aquí, hasta que todo pase.
Algún día tiene que terminar, por fuerza; aquí tenemos comida y
agua para meses. Porque ahí fuera… ya no sabemos ni lo que está en
verdad pasando, Esther.

Se acarició la barbilla, inquieta.

—¿Y si nos fuésemos de la ciudad, Juan? A lo mejor lejos de ellas
no caen tantos, como era al principio, ¿recuerdas? Unirnos a alguna
comuna, o meternos en alguna caverna bien alta. O ir a los
pabellones…

Sonreí con tristeza. Aunque odiase ser tratada como una niña, a
veces era justo eso lo que parecía. Una niña fantasiosa,
imaginativa… casi podía ver la niña que fue con diez años justo
delante de mí, ahora. Imaginando cómo es el mundo desde su
creatividad, sin los límites de la razón.

—Nuestro coche debe estar ya destrozado, cariño, bajo un montículo
de huesos malolientes; y aunque no fuera así, piensa en el peligro…
si allí están cayendo igual que aquí… Y de los pabellones,
¿recuerdas lo que te dije de los campos de concentración? Míralo,
ahí los tienes…

—¿Por qué has de pensar siempre mal? A mí me parecen lógicos, un
servicio para la población. Si nos quisieran muertos, ¿para qué
tomarse tantas molestias?

—No sé, no lo sé… llámalo intuición, pero siento algo muy
oscuro en torno a eso. Apenas se ha dicho nada de ellos, cómo viven
los que han ido allí, ni una imagen de cómo son por dentro, sólo
por fuera…

—Las televisiones han caído, no habrían podido dar más
información. Todo se precipita rápido, demasiado rápido… bastante
se está haciendo por intentar salvarnos.

Vi un cuerpo entero caer, creo que desnudo, amarillento. Esther estaba
de espaldas a la ventana, así que no pudo verlo, por fortuna. No dije
nada, pero el sobresalto me produjo un profundo escalofrío. Creo que
ella no lo notó. Cerré los ojos y me apoyé sobre una mano,
intentando serenarme. Ella pensaría que estaba reflexionando en sus
palabras. Había captado algo de su expresión. Con la boca
descolgada. Horrible…

Respiré hondo.

—Tal vez sea justo eso lo que quieren. Que vayamos, no sé para
qué, prefiero ni pensarlo, pero que vayamos. Desde el principio.
Puede que ése sea el objetivo final, por lo que todo esto está
ocurriendo…

—¿Aún piensas que esto puede ser un teatro artificial? —Me
miró, escéptica.

Demasiado grande, para cualquiera, me temo.

—Francamente, Esther, no sé qué pensar. Ya no sé qué pensar.

Ella suspiró, mirándose las manos.

—Dios proveerá —dijo, con la voz cargada de duda.

—Ojalá tengas razón, cariño. Pero de momento, nos quedamos aquí
—sentencié, antes de levantarme y salir del salón.

Aquella boca abierta…

 

7

 

Siempre me llenó de horror la idea de una muerte lenta. Día tras
día, semana tras semana, era justo lo que nos estaba ocurriendo. Se
dice que la esperanza es lo último que se pierde, pero no es cierto:
nosotros ya hacía mucho tiempo que la habíamos perdido. La lluvia de
restos humanos no se iba a detener, ya lo sabíamos. Íbamos a morir
enterrados vivos bajo toneladas de carroña formada por nuestros
ancestros, familiares, amigos… Sí, la cuenta regresiva del demonio
que creó este infierno había alcanzado el presente. Ya estaban
cayendo los cuerpos de personas fallecidas pocos años atrás. Es
difícil describir con palabras el profundo horror que satura la
mente, que dispara los nervios en una corriente eléctrica continua,
que destruye la capacidad de pensar con claridad, de comer, de
dormir… como muñecos rotos, destensados… Ver los cuerpos caer
desde el cielo lenta, desmayadamente, como en una grotesca burla sin
fin de la mínima dignidad inherente al ser humano. Ah… el espantoso
estampido al reventar contra los tejados, cornisas, barandillas de
balcones… las amputaciones, las manchas de sangre y vísceras… La
calle se había convertido en un cementerio abierto, sin tierra,
revuelto varias veces sobre sí mismo. Los cuerpos amontonándose los
unos sobre los otros, entremezclados en posturas imposibles. Y cuando
otro caía, fracturándose de horrendas maneras contra los yacentes,
parecía transmitir a estos una onda de movimiento, una momentánea
vida innatural hasta que se recolocaban en nuevas posiciones inertes.

Soñé con estar muerto.

La radio hablaba y hablaba, sin parar. Decía que los caídos eran
fallecidos de los últimos treinta años. Se había investigado,
reconocido y localizado a personas concretas. Habían ido a sus tumbas
a exhumar sus cadáveres… y allí no había nada.

Pero yo ya no me creía nada. Ni una sola palabra. De algún modo,
ellos estaban detrás de todo esto.

O tal vez no, y Esther había tenido siempre razón. Tal vez debí
hacerle caso desde el principio. Tener un hijo, rezar a Dios,
alejarnos de la ciudad…

Ahora ya nada de eso era posible.

Mi querida Esther, quebrada, hundida por completo. Ya no se levantaba
de la cama. No podía, no quería… cómo saberlo. Ya no comía nada,
y lo poco que conseguía meterle en la boca, a la fuerza, lo echaba al
poco rato. Intentaba hidratarla, pero la mayor parte del líquido se
le derramaba por las comisuras de los labios. Su rendición era
absoluta. Lo había intentado todo. Todo, por insuflarle vida, una
minúscula luz de porvenir… todo en vano. Sólo decía que la
despertara cuando el mal hubiese pasado. No podía soportar verla
así, ni saber cuántas fuerzas me restaban, ni cuánto tiempo
resistiría en pie, antes de perder la cabeza sin remedio.

Siempre fui una persona capaz de ponerse en lo peor, de calcular los
más nefastos escenarios que el futuro pudiese traer consigo. Durante
los primeros días pensé en esta posibilidad… que se ha cumplido. Y
preparé también una solución: me informé a conciencia, compré los
medicamentos, las jeringuillas, apunté las mezclas, las dosis…
deseando, rezando al Dios de Esther por no tener que emplearla jamás,
pero guardándola en un lugar seguro. Temblaba de sólo pensar que ese
momento pudiese alcanzarnos… ese momento que ya casi estaba aquí.

Imaginé cuáles debieron ser sus pensamientos justo antes de caer en
este pozo. Imaginé su frustración ante la indiferencia, el desprecio
que Dios hacía de sus oraciones, sus sentimientos, su fe. Imaginé
cómo éste desaparecía de su mundo interior, persuadida de que
siempre había estado equivocada, quedando en su lugar la devastación
del vacío, de la existencia materialista, absurda, sin sentido… o
tal vez fuese justo lo contrario: su fe era tan fuerte que su
cerrazón significaba la entrega absoluta a Dios, el deseo imparable
de unirse a Él. Jamás podría saberlo porque Esther ya no estaba
conmigo. Sólo sé que sufría, sufría, sufría sin pausa… No, el
momento había llegado. Habíamos chocado contra el límite
incompatible con la vida, y la lluvia seguía cayendo.

Me levanté de su lado y me dirigí a preparar las dosis, las de
ambos, que detendrían nuestros corazones, nuestro sufrimiento, para
siempre. Y mientras mezclaba aquellas sustancias en la cocina, recé
con todas mis fuerzas a Dios para que dirigiese mi mano con firmeza.

Para que nos liberase a los dos del Infierno en la Tierra.

 

8

 

Ya no sufre.
Ella ya no sufre.

El martillo golpeaba sobre la cabeza del clavo.

Esther ya descansa en paz, libre del dolor.
Libre de toda esta mierda, para siempre.

Con el dorso de la mano me secaba las lágrimas. Y seguía golpeando.

Es lo que ella hubiese querido. Para mí también.
Ahora está con su Dios.

Otro más. La segunda balda quedó clavada al marco de la puerta de
nuestro dormitorio.

Que ya nunca más lo sería.
Que ahora era el mausoleo para el cuerpo de Esther.

Descargué con fuerza, rabioso; que la intensidad de los golpes
igualase a la de los que llegaban de fuera.

Pronto estaremos juntos de nuevo, Esther. 
Como siempre, para siempre.

Las cuatro baldas quedaron firmemente sujetas, bloqueando la puerta.
Ya no podría abrirla por más que quisiera, por más que la
tentación me volviese loco por completo.

Todas las noches, hasta que me alcanzase el final, vendría aquí, a
arrodillarme frente a las baldas para rezar al Dios de Esther. A
suplicar con todo mi ser para que su voluntad protegiese su alma del
infierno que nos engullía.

Para que su cuerpo no formara parte de la lluvia de castigo.

Ya no podía comer nada sin vomitar. Mi estómago se había cerrado. A
duras penas podía beber y respirar el aire infecto, e intentaba
moverme lo menos posible para no agotarme aún más. Estaba entrando
en agonía, lo notaba en la propia sangre, cómo el fin corría hacia
mí, un animal salvaje e impío.

En la mesa del salón, la jeringuilla vacía de Esther descansaba
junto a la mía, llena del líquido incoloro hasta arriba. Estaba
apurando mis últimas horas de vida, lo sabía con rotundidad,
resistiéndome con vano sufrimiento al abrazo de la muerte, como
queriendo ser el orgulloso último testigo del Apocalipsis contra la
humanidad. La radio seguía hablando y hablando sin parar; cambiaban
los locutores, pero no la aberración, la locura inherente en sus
mensajes. Era tan increíble, dislocador e inhumano lo que decían,
que mi mente no lo podía asimilar de ninguna manera, como si se
tratase de un idioma extranjero. No podía creer que seres humanos
estuviesen diciendo todo aquello sin desmayarse o vomitar. Así que la
rabia me dio las fuerzas que me faltaban para agarrar la pequeña
radio y dirigirme con ella hacia la puerta del balcón. A través del
cristal vi la llanura sinuosa de cuerpos, que pronto alcanzaría
nuestra altura; los negros hilachos de moscas que los sobrevolaban sin
poder parar, como un humo furioso y vivo. Respiré profundamente dos
veces antes de contener la respiración y abrir de golpe la puerta. A
pesar de ello noté el hedor insufrible, intentando penetrar en mis
fosas nasales al tiempo que en mis oídos estallaba el colosal zumbido
de las moscas, como una gigantesca radial orgánica, y el chocar
húmedo de los cráneos, las quebraduras, los impactos secos… Lancé
con todas mis fuerzas el aparato de radio que fue engullido por la
lluvia en un instante. Rápidamente, me apresuré a cerrar la puerta,
pero por el rabillo del ojo algo en el balcón me llamó la atención.
Miré y vi el cuerpo de un chico, de unos siete años, sentado en una
postura rota, apoyadando la cabeza contra uno de los muretes del
balcón. No sé por qué, las cuencas aparecían como horadadas en la
carne. Sé que no podía verme, pero me miraba, eso lo sabía, como en
una iluminación de certeza. Del cráneo abierto colgaba masa
encefálica como un parche carnoso de pirata, al que se le hubiese
cortado la goma. Me sonreía. El niño, con sus labios muertos,
destensados, me sonreía…

 

*

 

Aquellos cuerpos maltratados, a los que se había negado el descanso
de la tumba; aquellas caras lívidas, torturadas tras la muerte,
empezaban a amontonarse tras la ventana del salón. Yo me sentía ya
como ellos, desfallecido, con el organismo a punto de colapsar. Sabía
que, en cuanto me tumbase, no podría volver a levantarme jamás. Pero
estaba contento. Contento, sí. Porque de entre mis delirios y
alucinaciones conseguí arrancar una solución para Esther y para mí.
La forma de que nuestros cuerpos no fueran dos gotas más en la lluvia
de castigo. Recé para que mis últimas fuerzas resultasen suficientes
para culminar mi labor.

Tomé una pila, un pequeño montón de los cientos de libros
desperdigados por el suelo, acumulados durante décadas por todas las
estanterías de la casa, y me dirigí hacia la puerta de nuestra
habitación, donde el fuego debía arder más voraz.

Ojalá todavía sigas allí, Esther.
Perdóname por ser incapaz de comprobarlo.
Perdóname por haber tardado tanto en encontrar una solución.
Espero que aún no sea demasiado tarde.

Empecé a arrancar las páginas a puñados y a meterlas bajo la
puerta, acumulándolas contra ella cuando ya no pude meter más.
Apenas terminé con los libros fui a por más. Y más, y más… miles
de páginas leídas, compartidas y comentadas con Esther, ahora nos
brindaban un último servicio, un acto de amor, como el abrazo de un
viejo amigo antes de despedirse para siempre. Cuando amontoné un buen
cúmulo de ellas frente a la puerta, que estimé suficiente, comencé
a retroceder por el pasillo, agotado, dejándolo alfombrado de
páginas y más páginas. Así seguí, cada vez más despacio; pero
seguí, durante horas, esparciendo el alma de los árboles vestida con
las ideas de los hombres, por toda la casa. Y mientras lo hacía
tenía que enjugarme las lágrimas, que en otro tiempo hubiesen sido
de dolor, pero que ahora eran de puro agradecimiento. Después fui a
por el bote de alcohol del cuarto de baño. Comencé a mojar el
montón de hojas frente a la puerta de Esther. Se terminó pronto,
así que me dirigí a la cocina a por una de las garrafas de aceite
que nos quedaban, y proseguí empapándolo todo, en zig-zag por los
pasillos y habitaciones. El piso debía convertirse en un inmenso
horno y, tal como lo había dejado, no dudé en que así sería. Al
final, reservé algo de aceite para embadurnarme la ropa con ella.
Calculé que me daría tiempo, que cuando el fuego alcanzase el
salón, la dosis ya me habría matado. Eso esperaba.

Ahora, mi momento había llegado. Siempre imaginé que no podría dar
ese paso en el instante de la verdad, que la emoción se impondría a
la sangre fría, que mi mano flaquearía al ir a empujar el émbolo,
rindiéndose. Pero no fue así cuando inyecté a Esther; nada de eso
ocurrió. Porque lo que no podía imaginar entonces es que la vida
pudiese quedar reducida a un sufrimiento tan atroz, tanto como para
convertir a la muerte en la solución más deseable. Sonreí al pensar
que, en unos minutos, terminaría todo… Me agaché a coger una
página aceitosa y saqué mi mechero del bolsillo. Hice una bola con
ella y le prendí fuego, lanzándola lejos de mí. La llamarada brotó
como un surtidor del suelo, y se expandió en una sábana de gas
anaranjado. Entré en el salón y cerré la puerta. Daría tiempo a la
dosis.

Al girarme, me sobresalté ante la visión; la mano se me aferró al
pecho, como si el corazón hubiese querido devorarse a sí mismo.
Porque la masa de cuerpos que se comprimía fuera contra los cristales
se movía. Los ojos muertos miraban, las manos, las caras se
arrastraban por la superficie transparente con sus muecas grotescas.
¿Se estaban riendo algunas, sufriendo bajo el peso otras? Vi
abdómenes, piernas, brazos retorciéndose, cambiando de posición
dentro de la aplastada ola de carroña. Habían cobrado vida, o algo
colosal estaba buceando por el mar de carne, generando estas ondas que
transmitían la apariencia de vida a los muertos.

El olor a humo me sacó del trance.

Concentré mi pensamiento en los pequeños pasos a seguir, tal y como
los había memorizado y ensayado mentalmente docenas de veces. Tal
como los practiqué con Esther. Me senté en el sofá y me arremangué
el brazo izquierdo. Intenté no escuchar el rumor amortiguado que
llegaba de fuera; era el de siempre, pero traía algo más. Palabras
sueltas, frases cortas… estaban hablando. Estaban tratando de
decirme algo. Pero no los miré. No me importaba lo que fuera. Pasos,
los pasos. Cogí la jeringuilla, estaba vacía. Me había equivocado,
cogiendo la de Esther. Entendí. Una de las palabras, ¿había sido
una palabra? ¿o interpreté un ruido? Da igual, fuera de mi mente.
Con mano temblorosa agarré mi jeringuilla, le quité el capuchón.
¿Alguien ha gritado en el pasillo? Compruebo el líquido cristalino.
Dejo la jeringuilla sobre la mesa y me busco la vena con los dedos.
Otra palabra. ¿Ésa sí lo era, verdad? Ahora no puedo fallar. Recojo
la jeringuilla y acerco la aguja a la vena. La punta tiembla. Respiro
hondo. Huele a humo, a putrefacción. Clavo la aguja. Aprieto el
émbolo con el pulgar. Siento el fino, agudísimo dolor del líquido
entrando. Ya está Esther, cariño, ya está. Escucho un extraño
sonido. Aprieto fuerte los párpados. El émbolo sigue bajando, hasta
el final. Cesa el dolor agudo y retiro la aguja. Espérame Esther, ya
llego contigo. El brazo me arde por dentro. Me reclino en el sofá,
replegando mi brazo izquierdo contra el pecho. Quiero mantener los
ojos cerrados, pero algo me obliga a abrirlos. Veo las caras y en
ellas las desdentadas bocas como pozos. Hablan. Todo se nubla,
lentamente. Escucho ruido como de agua dentro de los oídos, pero a
través del ruido, entrando como una lanza llega esa larga frase que
sale de sus bocas. Y comprendo sin quererlo comprender. No puede ser
que hayan dicho eso… Qué débil me siento. ¿Por qué no puedo
moverme? Esto es morir, entonces… no es agradable, no es como…
dormir, no. Ardo por dentro. Me hundo en mí mismo. El mundo se aleja,
se disuelve en negro; pero sus voces se acercan, como en una lenta
avalancha, más y más próximas sus palabras, cucarachas que entran
en mi cabeza con su mensaje incontestable…

Revelador.
Nítido.
Cercano…

 

*

 

Todo es oscuridad. Mi cerebro debe estar muriendo, ¿o estoy muerto
ya? Siento mi mente fragmentada, confusa, ilógica. Sus ideas y las
mías se entremezclan, no puedo distinguir entre ellas. Hablo con sus
voces, y ellos hablan con la mía. Me han mostrado cómo se siente el
mundo sin ser dirigido por un ego encerrado en una persona. La carne
es una prisión pero la mente procede de la actividad de la carne.
Qué odiosas, indescriptibles sensaciones. Me gustaría pensar que
vuelo en el torbellino de una inmensa pesadilla; pero no, sé que esto
es algo bien distinto, crudo… ¿Estoy muriendo, verdad? Atisbo entre
la confusión lo que la realidad es sin mí, la verdad objetiva que
tanto busqué. ¿Por qué hacen eso? ¿Estuvieron siempre aquí,
ocultos? Siento que morir es mucho más angustioso de lo que jamás
imaginé. Frío. Absurdo. Tanta soledad… Me estoy disolviendo y no
hay nada ni nadie humano conmigo en este último segundo tan
importante; tan, tan importante… suplico porque Dios esté también
ahí y me esté escuchando. ¿Por qué les sacan… eso del cuerpo?
¿O se lo están introduciendo? ¿Qué… qué es todo aquello, Dios
santo? ¡Dejadlo en paz! ¡Dejadlos en paz ahora! Oh Dios, si estás
ahí por favor… apiádate de mí. No les permitas eso… eso no es
posible en tu Reino. Dios, los escucho a ellos pero a ti no. Acoge mi
alma, por lo que más quieras, no les permitas acercarse…

Dios mío por favor, tienes que ayudarme…
Están aquí.
Están aquí dentro…
Dios… no lo permitas…
¡Ayúdame!
¡Ayúdame!

 

*

 

Las olas de cuerpos rompían contra los edificios silenciosos y
después retrocedían, en una infinita resaca de corrupción
orgánica. La brisa que acompañaba era una nube de moscas negras.
Millones de brazos, de manos sin fuerza, millones de pechos sin aire,
millones de abdómenes blancuzcos, amarillentos, millones de piernas
que ya nunca andarían, millones de caras privadas del sueño eterno,
con los ojos abiertos, con los ojos cerrados, entremezclándose en las
mareas de un mar creciente que desbordó los límites de los
suburbios, expandiéndose en una lenta avalancha de cadáveres que fue
tomando los campos, en busca de la unión con otros mares para
conformar el océano que cubriría el mundo y sus viejos pecados;
mientras, la lluvia seguía cayendo…

Cayendo sobre el océano de carne de la humanidad.



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