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Y este cartel - lo he subido en clase  (casi me pillan)
(espero que me voteis ,le enseñe desmotivaciones a mis compañeros
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¿ESTO ES MÚSICA? -
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DESMOTIVA - Que hagan una pelicula sobre este señor habiendo tantas vidas mucho mas
interesantes alrededor del mundo
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Su nombre esta bien puesto - Porque de conocimientos anda un poco Justín.
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Al otro lado de la vida - 1x13 - Cubierta del edifico Astoria 37
29 de septiembre de 2008

Cruzó los dedos confiando no encontrar compañía en su viaje, y se
adentró en las entrañas de ese edificio desconocido. Disponía de
bastante claridad, gracias a las ventanas en fachada que se
distribuían por todos los pisos. La ausencia de olor, acompañada
del silencio, la calmaron un poco. Sin bajar la guardia, comenzó a
descender por las tranquilas escaleras, mirando las puertas cerradas
de todos los pisos y el ascensor inútil que le acompañaría hasta
abajo. Fue bajándolos uno a uno hasta que desde el primero vio a un
hombre que había caído desde muy alto descansando bocabajo al final
del hueco de la escalera en la planta baja. La visión le hizo
rememorar una escena que había prometido borrar de su memoria.
Estaba todo demasiado reciente, y los ojos se le llenaron de
lágrimas.
	Ahí todas las puertas estaban cerradas, y aparentemente no había
nadie. Pensó que hubiera sido mucho mejor entrar en ese edificio a
pasar la noche, pues parecía bastante seguro, pero ya era tarde para
mirar atrás. Llegó abajo, y esquivó a ese pobre infeliz, evitando
pisarle, dirigiéndose a la puerta de entrada. Los buzones rebosaban
de cartas que jamás llegarían a su destinatario. La puerta parecía
estar intacta. Se trataba de una puerta de rejas metálicas,
acristalada para hacerla estanca, que se veía muy fuere y
resistente. Giró el pomo sin mucha esperanza, y se sorprendió al
ver que cedía sin dificultad alguna. Todo estaba resultando
demasiado fácil, y eso no pudo menos que incomodarla todavía más.
	Salió de nuevo a la calle con una extraña sensación de calma al
saber que ya no podría caer al vacío desde arriba; se lo pensaría
mucho antes de volver a subir a un lugar tan alto. Se apresuró en
girar la esquina, al ver como esos seres todavía se estaban
ensañando con el cuerpo que ella les había facilitado.
Afortunadamente ninguno la vio. Tampoco parecía haber ninguno más
por ahí cerca, de modo que continuó su camino, por las calles
desiertas y desoladas, cubiertas por el manto del olvido. Viendo a lo
lejos en todo momento el gran supermercado, se fue acercando más y
más, mirando en todas direcciones sin ver signo alguno de
hostilidad.
	Alcanzó la bicicleta y la inspeccionó; parecía totalmente normal.
Una bicicleta infantil, de un color rojo intenso, con un lazo violeta
en el manillar. Empezó a creer que se trataba de una estúpida
coincidencia; habría cientos de bicicletas como esa en la ciudad, y
no tendrían porque responder a su borrosa visión del día anterior.
Sin embargo, vio algo que le acabó de convencer para seguir
indagando. El gran portón trasero del supermercado tenía una
pequeña rendija en su parte inferior, de poco más de 20
centímetros. Resultaría imposible de flanquear para uno de ellos,
pero para un niño no sería más que un... un juego de niños.
	Agarró el portón con las dos manos y trató de levantarlo un poco
para poder entrar, pero el esfuerzo resultó inútil. No tardó en
percatarse de que era mecánico, y necesitaba de electricidad para
subir y bajar. Echó un vistazo alrededor, y pese a no ver a nadie
cerca, sintió que no debía quedarse mucho tiempo ahí fuera; eso
resultaría demasiado temerario. Miró de nuevo la rendija, y sin
tenerlas todas consigo se tiró al suelo, aplastando sus pechos
contra el duro hormigón. Fue reptando, introduciendo primero las
manos, luego los brazos, luego la cabeza y después el tronco,
notando la presión de la puerta en su espalda. Tan solo podía
pensar en que la puerta acabaría por cerrarse y la partiría en dos,
o que uno de ellos aparecería bien fuera o bien dentro, o mejor, a
ambos lados, y se la iría comiendo mientras ella quedaba ahí
aprisionada, indefensa. Por fortuna, nada de eso ocurrió.
	Siguió arrastrándose hasta introducir las piernas, ladeándose un
poco, y para cuando quiso darse cuenta, ya se encontraba dentro. Se
levantó y se quitó el polvo de la ropa. Le pareció una fortaleza
inexpugnable. Si bien no la había visto, no era muy difícil pensar
que la puerta de acceso estaría cerrada a cal y canto. Después de
los primeros saqueos, todo dueño de un local comercial se había
encargado de impedir el paso a su tienda a los amigos de lo ajeno.
Con un poco de suerte, ese sería un lugar seguro, a no ser que
hubiese alguno de ellos dentro, lo cual lo transformaría en una
trampa mortal.
	Estaba en el almacén: un espacio enorme con un techo muy alto,
lleno de estanterías llenas de cajas cerradas, contenedores de
comida y demás enseres, y docenas de palés por el suelo. La puerta
cerrada de una oficina, medio oculta por una persiana veneciana, la
gran puerta metálica de la cámara frigorífica y la puerta
corrediza que daba al supermercado eran todas las alternativas que se
le presentaban. Optó por la última, al creer que esa hubiera sido la
misma opción que hubiese escogido esa supuesta niña. Arrastró un
poco la puerta, dejando una obertura suficiente para pasar al otro
lado, y entró al supermercado.
	Estaba en la sección de congelados, a juzgar por el olor a comida
pasada. El supermercado era muy grande, ella misma recordaba haberlo
visitado en más de una ocasión antes del holocausto, pero ahora
parecía distinto. Era demasiado sombrío, tan solo iluminado por los
lucernarios longitudinales del techo, demasiado vacío, pues ahora era
evidente que no había podido evitar el saqueo, y demasiado
silencioso, pues nada parecía perturbar la tranquilidad del
ambiente. La mayoría de las estanterías estaban vacías, y gran
parte de la mercancía descansaba en el suelo, dándole al lugar una
imagen de dejadez y olvido semejante a la del resto de la ciudad.
	Anduvo por los pasillos, caminando lentamente, tratando de hacer el
menor ruido posible. Todos los pasillos le parecían idénticos,
vacíos, muertos. Caminó de un lado a otro, cada vez con menor
esperanza de encontrar lo que había venido buscando. Entonces giró
otra esquina, y ahí estaba, hecha un ovillo, tirada en el suelo. En
un primer momento le pareció que estaba muerta, y el corazón le dio
un vuelco al pensar que podría levantarse y dirigirse hacia ella con
malas intenciones. La miró un poco más y se convenció de que no
podía ser así. Su pecho se movía lentamente, acompañado por su
suave respiración.
	No era más que una niña; no tendría más de diez años. Parecía
muy frágil y desamparada. Era delgada, con el pelo rojizo, bastante
largo, recogido en una coleta. Su pálida piel, lejos de parecerse a
la enfermiza palidez de la muerte, le daba un aspecto saludable y su
dulce cara infantil estaba manchada de pecas alrededor de su nariz.
Llevaba el mismo vestido rosa que Bárbara viera al salir del
cementerio. Dio un paso en su dirección, y golpeó sin querer una
lata. La lata rodó y se quedó a un metro de la chica. El ruido la
despertó. Entreabrió un poco sus preciosos ojos verdes, y miró
directamente a los de Bárbara. Entonces habló.
ZOE – ¿Mamá?




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