En Desmotivaciones desde:
13.03.2011

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LOS VERDADEROS AMIGOS - siempre te ayudaran a levantarte.
puntos 17 | votos: 19
Me voy a dormir. - -A 25 mosquitos les gusta esto
puntos 10 | votos: 10
La amistad es un alma  - que habita en dos cuerpos
y un corazón
que habita en dos almas
puntos 9 | votos: 9
La verdadera amistad - reside en el respeto de las diferencias,
no en el disfrute de las semejanzas
puntos 37 | votos: 37
Anímate. - Siempre vienen días difíciles, en los que recibes malas noticias, pasan desastres,
La gente no te trata bien, que crees que no sirves para nada, que sólo molestas,
Que nadie te echaría de menos, que te sientes mal, que estás triste,
Que no puedes dejar de llorar...
Piensa que mañana es un nuevo día, y que si has aguantado todo esto,
Puedes aguantar mucho más. Y sé que no es fácil, pero en esta vida nada es fácil.
Encara la vida con una sonrisa.

puntos 13 | votos: 13
Nos unen los sentimientos, - no nuestros gustos musicales
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- ¿Como has descubierto  - que soy portuguesa?
puntos 21 | votos: 21
TE RECORDAMOS FREDDY - UNA PRINCIPAL EN HONOR DEL 65 ANIVERSARIO DE UNO DE LOS MEJORES
CANTANTES DE ROCK QUE SE PASEÓ POR LA HISTORIA DE LA MÚSICA
puntos 3459 | votos: 3731
Hace 65 años nació una estrella, - una estrella que iluminó el mundo con su música y cuya luz nunca se apagará.
puntos 5 | votos: 5
Al parecer, - los de la televisión no se enteran de que mientras más
veces digan sus peligrosas consecuencias,
más tontos lo van a consumir

puntos 18 | votos: 18
Recuerda que - la vida no se mide por las veces que respiras, sino por los momentos
que te dejan sin aliento.
puntos 2411 | votos: 2455
Yo salgo a la calle como quiera - no como me dicte la sociedad.
puntos 2107 | votos: 2185
CURVA A LA DERECHAAA!!! - OOOOOOOEEEEEEEEE!!!! OOOOTRA OOOOTRAA OOOOTRAA!!!
puntos 2 | votos: 2
Desmotiva - querer votar un cartel que realmente te paresio bueno y no poder hacerlo
puntos 14 | votos: 14
Quizás algún día - la Tierra diga : Ya os lo advertí

puntos 6 | votos: 8
La vergüenza solo sirve - para perder oportunidades
puntos 1515 | votos: 1621
Hecho incómodo #15485545214 - Dejar preñada a una burra en la primera cita y que tus tradicionales
padres te obliguen a casarte con ella
puntos 14 | votos: 16
Baneo injusto -
puntos 14 | votos: 14
Míralo que iluso, cree - que puede llegar a la principal, jajaja.
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Todo esto y más  - hacen que la buena música sea tan grande.

puntos 16 | votos: 16
Ley de Peliculas Americanas #1 - Si la pelicula es de terror y hay un negro y no es el protagonista
muere de primero
Pero si es de accion y hay un negro en la  pelicula, o muere para
salvarlos a todos o es el unico sobreviviente
puntos 1277 | votos: 1423
misterio - ¿Que llevan las mujeres en los bolsos?
puntos 1802 | votos: 2024
Por esas madres... - Que solo dan 5 euros en las ferias -.-
puntos 3454 | votos: 4006
Esfuerzo, trabajo y voluntad - La tiene el obrero que se levanta cada mañana a las 6 para trabajar
14 horas cobrando una mierda para que sus hijos puedan ir al colegio y
comer y no un actor.
puntos 3 | votos: 5
Paco de Lucía encanta  - al que no sabe , y vuelve loco al  que sabe
Manolo Sanlúcar

puntos 2356 | votos: 2570
Ya sabes - No confíes ni en tu gato
puntos 8 | votos: 20
Las cartas de nadie - La fuga de la boa constrictor le acarreó a Harry el castigo más
largo de su vida. Cuando
le dieron permiso para salir de su alacena ya habían comenzado las
vacaciones de
verano y Dudley había roto su nueva filmadora, conseguido que su
avión con control
remoto se estrellara y, en la primera salida que hizo con su bicicleta
de carreras, había
atropellado a la anciana señora Figg cuando cruzaba Privet Drive con
sus muletas.
Harry se alegraba de que el colegio hubiera terminado, pero no había
forma de
escapar de la banda de Dudley, que visitaba la casa cada día. Piers,
Dennis, Malcolm y
Gordon eran todos grandes y estúpidos, pero como Dudley era el más
grande y el más
estúpido de todos, era el jefe. Los demás se sentían muy felices de
practicar el deporte
favorito de Dudley: cazar a Harry
Por esa razón, Harry pasaba tanto tiempo como le resultara posible
fuera de la casa,
dando vueltas por ahí y pensando en el fin de las vacaciones, cuando
podría existir un
pequeño rayo de esperanza: en septiembre estudiaría secundaria y,
por primera vez en
su vida, no iría a la misma clase que su primo. Dudley tenía una
plaza en el antiguo
colegio de tío Vernon, Smelting. Piers Polkiss también iría allí.
Harry en cambio, iría a
la escuela secundaria Stonewall, de la zona. Dudley encontraba eso muy
divertido.
—Allí, en Stonewall, meten las cabezas de la gente en el inodoro el
primer día
—dijo a Harry—. ¿Quieres venir arriba y ensayar?
—No, gracias —respondió Harry—. Los pobres inodoros nunca han
tenido que
soportar nada tan horrible como tu cabeza y pueden marearse. —Luego
salió corriendo
antes de que Dudley pudiera entender lo que le había dicho.
Un día del mes de julio, tía Petunia llevó a Dudley a Londres para
comprarle su
uniforme de Smelting, dejando a Harry en casa de la señora Figg.
Aquello no resultó tan
terrible como de costumbre. La señora Figg se había fracturado la
pierna al tropezar con
un gato y ya no parecía tan encariñada con ellos como antes. Dejó
que Harry viera la
televisión y le dio un pedazo de pastel de chocolate que, por el
sabor, parecía que había
estado guardado desde hacía años.
Aquella tarde, Dudley desfiló por el salón, ante la familia, con su
uniforme nuevo.
Los muchachos de Smelting llevaban frac rojo oscuro, pantalones de
color naranja y
sombrero de paja, rígido y plano. También llevaban bastones con
nudos, que utilizaban
para pelearse cuando los profesores no los veían. Debían de pensar
que aquél era un
buen entrenamiento para la vida futura.
Mientras miraba a Dudley con sus nuevos pantalones, tío Vernon dijo
con voz
ronca que aquél era el momento de mayor orgullo de su vida. Tía
Petunia estalló en
lágrimas y dijo que no podía creer que aquél fuera su pequeño
Dudley, tan apuesto y
crecido. Harry no se atrevía a hablar. Creyó que se le iban a romper
las costillas del
esfuerzo que hacía por no reírse.
A la mañana siguiente, cuando Harry fue a tomar el desayuno, un olor
horrible
inundaba toda la cocina. Parecía proceder de un gran cubo de metal
que estaba en el
fregadero. Se acercó a mirar. El cubo estaba lleno de lo que
parecían trapos sucios
flotando en agua gris.
—¿Qué es eso? —preguntó a tía Petunia. La mujer frunció los
labios, como hacía
siempre que Harry se atrevía a preguntar algo.
—Tu nuevo uniforme del colegio —dijo.
Harry volvió a mirar en el recipiente.
—Oh —comentó—. No sabía que tenía que estar mojado.
—No seas estúpido —dijo con ira tía Petunia—. Estoy tiñendo
de gris algunas
cosas viejas de Dudley. Cuando termine, quedará igual que los de los
demás.
Harry tenía serias dudas de que fuera así, pero pensó que era mejor
no discutir. Se
sentó a la mesa y trató de no imaginarse el aspecto que tendría en
su primer día de la
escuela secundaria Stonewall. Seguramente parecería que llevaba
puestos pedazos de
piel de un elefante viejo.
Dudley y tío Vernon entraron, los dos frunciendo la nariz a causa del
olor del
nuevo uniforme de Harry. Tío Vernon abrió, como siempre, su
periódico y Dudley
golpeó la mesa con su bastón del colegio, que llevaba a todas
partes.
Todos oyeron el ruido en el buzón y las cartas que caían sobre el
felpudo.
—Trae la correspondencia, Dudley —dijo tío Vernon, detrás de su
periódico.
—Que vaya Harry
—Trae las cartas, Harry.
—Que lo haga Dudley.
—Pégale con tu bastón, Dudley.
Harry esquivó el golpe y fue a buscar la correspondencia. Había tres
cartas en el
felpudo: una postal de Marge, la hermana de tío Vernon, que estaba de
vacaciones en la
isla de Wight; un sobre color marrón, que parecía una factura, y una
carta para Harry.
Harry la recogió y la miró fijamente, con el corazón vibrando como
una gigantesca
banda elástica. Nadie, nunca, en toda su vida, le había escrito a
él. ¿Quién podía ser? No
tenía amigos ni otros parientes. Ni siquiera era socio de la
biblioteca, así que nunca
había recibido notas que le reclamaran la devolución de libros. Sin
embargo, allí estaba,
una carta dirigida a él de una manera tan clara que no había
equivocación posible.
Señor H. Potter
Alacena Debajo de la Escalera
Privet Drive, 4
Little Whinging
Surrey
El sobre era grueso y pesado, hecho de pergamino amarillento, y la
dirección
estaba escrita con tinta verde esmeralda. No tenía sello.
Con las manos temblorosas, Harry le dio la vuelta al sobre y vio un
sello de lacre
púrpura con un escudo de armas: un león, un águila, un tejón y una
serpiente, que
rodeaban una gran letra H.
—¡Date prisa, chico! —exclamó tío Vernon desde la cocina—.
¿Qué estás
haciendo, comprobando si hay cartas-bomba? —Se rió de su propio
chiste.
Harry volvió a la cocina, todavía contemplando su carta. Entregó a
tío Vernon la
postal y la factura, se sentó y lentamente comenzó a abrir el sobre
amarillo.
Tío Vernon rompió el sobre de la factura, resopló disgustado y
echó una mirada a
la postal.
—Marge está enferma —informó a tía Petunia—. Al parecer
comió algo en mal
estado.
—¡Papá! —dijo de pronto Dudley—. ¡Papá, Harry ha recibido
algo!
Harry estaba a punto de desdoblar su carta, que estaba escrita en el
mismo
pergamino que el sobre, cuando tío Vernon se la arrancó de la mano.
—¡Es mía! —dijo Harry; tratando de recuperarla.
—¿Quién te va a escribir a ti? —dijo con tono despectivo tío
Vernon, abriendo la
carta con una mano y echándole una mirada. Su rostro pasó del rojo
al verde con la
misma velocidad que las luces del semáforo. Y no se detuvo ahí. En
segundos adquirió
el blanco grisáceo de un plato de avena cocida reseca.
—¡Pe... Pe... Petunia! —bufó.
Dudley trató de coger la carta para leerla, pero tío Vernon la
mantenía muy alta,
fuera de su alcance. Tía Petunia la cogió con curiosidad y leyó la
primera línea. Durante
un momento pareció que iba a desmayarse. Se apretó la garganta y
dejó escapar un
gemido.
—¡Vernon! ¡Oh, Dios mío... Vernon!
Se miraron como si hubieran olvidado que Harry y Dudley todavía
estaban allí.
Dudley no estaba acostumbrado a que no le hicieran caso. Golpeó a su
padre en la
cabeza con el bastón de Smelting.
—Quiero leer esa carta —dijo a gritos.
—Yo soy quien quiere leerla —dijo Harry con rabia—. Es mía.
—Fuera de aquí, los dos —graznó tío Vernon, metiendo la carta
en el sobre.
Harry no se movió.
—¡QUIERO MI CARTA! —gritó.
—¡Déjame verla! —exigió Dudley
—¡FUERA! —gritó tío Vernon y, cogiendo a Harry y a Dudley por
el cogote, los
arrojó al recibidor y cerró la puerta de la cocina. Harry y Dudley
iniciaron una lucha,
furiosa pero callada, para ver quién espiaba por el ojo de la
cerradura. Ganó Dudley, así
que Harry, con las gafas colgando de una oreja, se tiró al suelo para
escuchar por la
rendija que había entre la puerta y el suelo.
—Vernon —decía tía Petunia, con voz temblorosa—, mira el
sobre. ¿Cómo es
posible que sepan dónde duerme él? No estarán vigilando la casa,
¿verdad?
—Vigilando, espiando... Hasta pueden estar siguiéndonos —murmuró
tío Vernon,
agitado.
—Pero ¿qué podemos hacer, Vernon? ¿Les contestamos? Les decimos
que no
queremos...
Harry pudo ver los zapatos negros brillantes de tío Vernon yendo y
viniendo por la
cocina.
—No —dijo finalmente—. No, no les haremos caso. Si no reciben
una respuesta...
Sí, eso es lo mejor... No haremos nada...
—Pero...
—¡No pienso tener a uno de ellos en la casa, Petunia! ¿No lo
juramos cuando
recibimos y destruimos aquella peligrosa tontería?
Aquella noche, cuando regresó del trabajo, tío Vernon hizo algo que
no había
hecho nunca: visitó a Harry en su alacena.
—¿Dónde está mi carta? —dijo Harry, en el momento en que tío
Vernon pasaba
con dificultad por la puerta—. ¿Quién me escribió?
—Nadie. Estaba dirigida a ti por error —dijo tío Vernon con tono
cortante—. La
quemé.
—No era un error —dijo Harry enfadado—. Estaba mi alacena en el
sobre.
—¡SILENCIO! —gritó el tío Vernon, y unas arañas cayeron del
techo. Respiró
profundamente y luego sonrió, esforzándose tanto por hacerlo que
parecía sentir dolor.
—Ah, sí, Harry, en lo que se refiere a la alacena... Tu tía y yo
estuvimos
pensando... Realmente ya eres muy mayor para esto... Pensamos que
estaría bien que te
mudes al segundo dormitorio de Dudley
—¿Por qué? —dijo Harry
—¡No hagas preguntas! —exclamó—. Lleva tus cosas arriba ahora
mismo.
La casa de los Dursley tenía cuatro dormitorios: uno para tío Vernon
y tía Petunia,
otro para las visitas (habitualmente Marge, la hermana de Vernon), en
el tercero dormía
Dudley y en el último guardaba todos los juguetes y cosas que no
cabían en aquél. En
un solo viaje Harry trasladó todo lo que le pertenecía, desde la
alacena a su nuevo
dormitorio. Se sentó en la cama y miró alrededor. Allí casi todo
estaba roto. La
filmadora estaba sobre un carro de combate que una vez Dudley hizo
andar sobre el
perro del vecino, y en un rincón estaba el primer televisor de
Dudley, al que dio una
patada cuando dejaron de emitir su programa favorito. También había
una gran jaula
que alguna vez tuvo dentro un loro, pero Dudley lo cambió en el
colegio por un rifle de
aire comprimido, que en aquel momento estaba en un estante con la
punta torcida,
porque Dudley se había sentado encima. El resto de las estanterías
estaban llenas de
libros. Era lo único que parecía que nunca había sido tocado.
Desde abajo llegaba el sonido de los gritos de Dudley a su madre.
—No quiero que esté allí... Necesito esa habitación... Échalo...
Harry suspiró y se estiró en la cama. El día anterior habría dado
cualquier cosa por
estar en aquella habitación. Pero en aquel momento prefería volver a
su alacena con la
carta a estar allí sin ella.
A la mañana siguiente, durante el desayuno, todos estaban muy
callados. Dudley se
hallaba en estado de conmoción. Había gritado, había pegado a su
padre con el bastón
de Smelting, se había puesto malo a propósito, le había dado una
patada a su madre,
arrojado la tortuga por el techo del invernadero, y seguía sin
conseguir que le
devolvieran su habitación. Harry estaba pensando en el día anterior,
y con amargura
pensó que ojalá hubiera abierto la carta en el vestíbulo. Tío
Vernon y tía Petunia se
miraban misteriosamente.
Cuando llegó el correo, tío Vernon, que parecía hacer esfuerzos por
ser amable con
Harry, hizo que fuera Dudley. Lo oyeron golpear cosas con su bastón
en su camino
hasta la puerta. Entonces gritó.
—¡Hay otra más! Señor H. Potter, El Dormitorio Más Pequeño,
Privet Drive, 4...
Con un grito ahogado, tío Vernon se levantó de su asiente y corrió
hacia el
vestíbulo, con Harry siguiéndolo. Allí tuvo que forcejear con su
hijo para quitarle la
carta, lo que le resultaba difícil porque Harry le tiraba del cuello.
Después de un minuto
de confusa lucha, en la que todos recibieron golpes del bastón, tío
Vernon se enderezó
con la carta de Harry arrugada en su mano, jadeando para recuperar la
respiración.
—Vete a tu alacena, quiero decir a tu dormitorio —dijo a Harry sin
dejar de
jadear—. Y Dudley.. Vete... Vete de aquí.
Harry paseó en círculos por su nueva habitación. Alguien sabía que
se había ido de
su alacena y también parecía saber que no había recibido su primera
carta. ¿Eso
significaría que lo intentarían de nuevo? Pues la próxima vez se
aseguraría de que no
fallaran. Tenía un plan.
El reloj despertador arreglado sonó a las seis de la mañana
siguiente. Harry lo apagó
rápidamente y se vistió en silencio: no debía despertar a los
Dursley. Se deslizó por la
escalera sin encender ninguna luz.
Esperaría al cartero en la esquina de Privet Drive y recogería las
cartas para el
número 4 antes de que su tío pudiera encontrarlas. El corazón le
latía aceleradamente
mientras atravesaba el recibidor oscuro hacia la puerta.
—¡AAAUUUGGG!
Harry saltó en el aire. Había tropezado con algo grande y fofo que
estaba en el
felpudo... ¡Algo vivo!
Las luces se encendieron y, horrorizado, Harry se dio cuenta de que
aquella cosa
fofa y grande era la cara de su tío. Tío Vernon estaba acostado en
la puerta, en un saco
de dormir, evidentemente para asegurarse de que Harry no hiciera
exactamente lo que
intentaba hacer. Gritó a Harry durante media hora y luego le dijo que
preparara una taza
de té. Harry se marchó arrastrando los pies y, cuando regresó de la
cocina, el correo
había llegado directamente al regazo de tío Vernon. Harry pudo ver
tres cartas escritas
en tinta verde.
—Quiero... —comenzó, pero tío Vernon estaba rompiendo las cartas
en pedacitos
ante sus ojos.
Aquel día, tío Vernon no fue a trabajar. Se quedó en casa y tapió
el buzón.
—¿Te das cuenta? —aexplicó a tía Petunia, con la boca llena de
clavos—. Si no
pueden entregarlas, tendrán que dejar de hacerlo.
—No estoy segura de que esto resulte, Vernon.
—Oh, la mente de esa gente funciona de manera extraña, Petunia,
ellos no son
como tú y yo —dijo tío Vernon, tratando de dar golpes a un clavo
con el pedazo de
pastel de fruta que tía Petunia le acababa de llevar.
El viernes, no menos de doce cartas llegaron para Harry. Como no las
podían echar en
el buzón, las habían pasado por debajo de la puerta, por entre las
rendijas, y unas pocas
por la ventanita del cuarto de baño de abajo.
Tío Vernon se quedó en casa otra vez. Después de quemar todas las
cartas, salió
con el martillo y los clavos para asegurar la puerta de atrás y la de
delante, para que
nadie pudiera salir. Mientras trabajaba, tarareaba De puntillas entre
los tulipanes y se
sobresaltaba con cualquier ruido.
El sábado, las cosas comenzaron a descontrolarse. Veinticuatro cartas
para Harry
entraron en la casa, escondidas entre dos docenas de huevos, que un
muy desconcertado
lechero entregó a tía Petunia, a través de la ventana del salón.
Mientras tío Vernon
llamaba a la oficina de correos y a la lechería, tratando de
encontrar a alguien para
quejarse, tía Petunia trituraba las cartas en la picadora.
—¿Se puede saber quién tiene tanto interés en comunicarse
contigo? —preguntaba
Dudley a Harry, con asombro.
La mañana del domingo, tío Vernon estaba sentado ante la mesa del
desayuno, con
aspecto de cansado y casi enfermo, pero feliz.
—No hay correo los domingos —les recordó alegremente, mientras
ponía
mermelada en su periódico—. Hoy no llegarán las malditas cartas...
Algo llegó zumbando por la chimenea de la cocina mientras él hablaba
y le golpeó
con fuerza en la nuca. Al momento siguiente, treinta o cuarenta cartas
cayeron de la
chimenea como balas. Los Dursley se agacharon, pero Harry saltó en el
aire, tratando de
atrapar una.
—¡Fuera! ¡FUERA!
Tío Vernon cogió a Harry por la cintura y lo arrojó al recibidor.
Cuando tía Petunia
y Dudley salieron corriendo, cubriéndose la cara con las manos, tío
Vernon cerró la
puerta con fuerza. Podían oír el ruido de las cartas, que seguían
cayendo en la
habitación, golpeando contra las paredes y el suelo.
—Ya está —dijo tío Vernon, tratando de hablar con calma, pero
arrancándose, al
mismo tiempo, parte del bigote—. Quiero que estéis aquí dentro de
cinco minutos, listos
para irnos. Nos vamos. Coged alguna ropa. ¡Sin discutir!
Parecía tan peligroso, con la mitad de su bigote arrancado, que nadie
se atrevió a
contradecirlo. Diez minutos después se habían abierto camino a
través de las puertas
tapiadas y estaban en el coche, avanzando velozmente hacia la
autopista. Dudley
lloriqueaba en el asiento trasero, pues su padre le había pegado en
la cabeza cuando lo
pilló tratando de guardar el televisor, el vídeo y el ordenador en
la bolsa.
Condujeron. Y siguieron avanzando. Ni siquiera tía Petunia se
atrevía a preguntarle
adónde iban. De vez en cuando, tío Vernon daba la vuelta y conducía
un rato en sentido
contrario.
—Quitárnoslos de encima... perderlos de vista... —murmuraba cada
vez que lo
hacía.
No se detuvieron en todo el día para comer o beber. Al llegar la
noche Dudley
aullaba. Nunca había pasado un día tan malo en su vida. Tenía
hambre, se había perdido
cinco programas de televisión que quería ver y nunca había pasado
tanto tiempo sin
hacer estallar un monstruo en su juego de ordenador.
Tío Vernon se detuvo finalmente ante un hotel de aspecto lúgubre, en
las afueras de
una gran ciudad. Dudley y Harry compartieron una habitación con camas
gemelas y
sábanas húmedas y gastadas. Dudley roncaba, pero Harry permaneció
despierto, sentado
en el borde de la ventana, contemplando las luces de los coches que
pasaban y deseando
saber...
Al día siguiente, comieron para el desayuno copos de trigo, tostadas
y tomates de
lata. Estaban a punto de terminar, cuando la dueña del hotel se
acercó a la mesa.
—Perdonen, ¿alguno de ustedes es el señor H. Potter? Tengo como
cien de éstas en
el mostrador de entrada.
Extendió una carta para que pudieran leer la dirección en tinta
verde:
Señor H. Potter
Habitación 17
Hotel Railview
Cokeworth
Harry fue a coger la carta, pero tío Vernon le pegó en la mano. La
mujer los miró
asombrada.
—Yo las recogeré —dijo tío Vernon, poniéndose de pie
rápidamente y siguiéndola.
—¿No sería mejor volver a casa, querido? —sugirió tía Petunia
tímidamente, unas horas
más tarde, pero tío Vernon no pareció oírla. Qué era lo que
buscaba exactamente, nadie
lo sabía. Los llevó al centro del bosque, salió, miró alrededor,
negó con la cabeza,
volvió al coche y otra vez lo puso en marcha. Lo mismo sucedió en
medio de un campo
arado, en mitad de un puente colgante y en la parte más alta de un
aparcamiento de
coches.
—Papá se ha vuelto loco, ¿verdad? —preguntó Dudley a tía
Petunia aquella tarde.
Tío Vernon había aparcado en la costa, los había encerrado y había
desaparecido.
Comenzó a llover. Gruesas gotas golpeaban el techo del coche. Dudley
gimoteaba.
—Es lunes —dijo a su madre—. Mi programa favorito es esta noche.
Quiero ir a
algún lugar donde haya un televisor.
Lunes. Eso hizo que Harry se acordara de algo. Si era lunes (y
habitualmente se
podía confiar en que Dudley supiera el día de la semana, por los
programas de la
televisión), entonces, al día siguiente, martes, era el cumpleaños
número once de Harry.
Claro que sus cumpleaños nunca habían sido exactamente divertidos:
el año anterior,
por ejemplo, los Dursley le regalaron una percha y un par de
calcetines viejos de tío
Vernon. Sin embargo, no se cumplían once años todos los días.
Tío Vernon regresó sonriente. Llevaba un paquete largo y delgado y
no contestó a
tía Petunia cuando le preguntó qué había comprado.
—¡He encontrado el lugar perfecto! —dijo—. ¡Vamos! ¡Todos
fuera!
Hacia mucho frío cuando bajaron del coche. Tío Vernon señalaba lo
que parecía
una gran roca en el mar. Y, encima de ella, se veía la más miserable
choza que uno se
pudiera imaginar. Una cosa era segura, allí no había televisión.
—¡Han anunciado tormenta para esta noche! —anunció alegremente
tío Vernon,
aplaudiendo—. ¡Y este caballero aceptó gentilmente alquilarnos su
bote!
Un viejo desdentado se acercó a ellos, señalando un viejo bote que
se balanceaba
en el agua grisácea.
—Ya he conseguido algo de comida —dijo tío Vernon—. ¡Así que
todos a bordo!
En el bote hacía un frío terrible. El mar congelado los salpicaba,
la lluvia les
golpeaba la cabeza y un viento gélido les azotaba el rostro. Después
de lo que pareció
una eternidad, llegaron al peñasco, donde tío Vernon los condujo
hasta la desvencijada
casa.
El interior era horrible: había un fuerte olor a algas, el viento se
colaba por las
rendijas de las paredes de madera y la chimenea estaba vacía y
húmeda. Sólo había dos
habitaciones.
La comida de tío Vernon resultó ser cuatro plátanos y un paquete de
patatas fritas
para cada uno. Trató de encender el fuego con las bolsas vacías,
pero sólo salió humo.
—Ahora podríamos utilizar una de esas cartas, ¿no? —dijo
alegremente.
Estaba de muy buen humor. Era evidente que creía que nadie se iba a
atrever a
buscarlos allí, con una tormenta a punto de estallar. En privado,
Harry estaba de
acuerdo, aunque el pensamiento no lo alegraba.
Al caer la noche, la tormenta prometida estalló sobre ellos. La
espuma de las altas
olas chocaba contra las paredes de la cabaña y el feroz viento
golpeaba contra los
vidrios de las ventanas. Tía Petunia encontró unas pocas mantas en
la otra habitación y
preparó una cama para Dudley en el sofá. Ella y tío Vernon se
acostaron en una cama
cerca de la puerta, y Harry tuvo que contentarse con un trozo de suelo
y taparse con la
manta más delgada.
La tormenta aumentó su ferocidad durante la noche. Harry no podía
dormir. Se
estremecía y daba vueltas, tratando de ponerse cómodo, con el
estómago rugiendo de
hambre. Los ronquidos de Dudley quedaron amortiguados por los truenos
que estallaron
cerca de la medianoche. El reloj luminoso de Dudley, colgando de su
gorda muñeca,
informó a Harry de que tendría once años en diez minutos. Esperaba
acostado a que
llegara la hora de su cumpleaños, pensando si los Dursley se
acordarían y
preguntándose dónde estaría en aquel momento el escritor de cartas.
Cinco minutos. Harry oyó algo que crujía afuera. Esperó que no
fuera a caerse el
techo, aunque tal vez hiciera más calor si eso ocurría. Cuatro
minutos. Tal vez la casa de
Privet Drive estaría tan llena de cartas, cuando regresaran, que
podría robar una.
Tres minutos para la hora. ¿Por qué el mar chocaría con tanta
fuerza contra las
rocas? Y (faltaban dos minutos) ¿qué era aquel ruido tan raro? ¿Las
rocas se estaban
desplomando en el mar?
Un minuto y tendría once años. Treinta segundos... veinte... diez...
nueve... tal vez
despertara a Dudley, sólo para molestarlo... tres... dos... uno...
BUM.
Toda la cabaña se estremeció y Harry se enderezó, mirando fijamente
a la puerta.
Alguien estaba fuera, llamando.
puntos 7 | votos: 7
Tiendas de ropa - Que se creen discotecas
puntos 0 | votos: 10
VALLA! - Ni ellos se lo creen
puntos 1939 | votos: 1995
Que las cosas acaban - como menos te lo esperas

puntos 1323 | votos: 1419
Si tus padres te avisan de algo - no es por amargarte , es porque les preocupas.
puntos 1709 | votos: 1793
Saluda - a tus dos nuevos mejores amigos.
puntos 5 | votos: 5
Nota personal: - -No guardar el LSD cerca de la cama del gato
puntos 24 | votos: 26
▼ ◄ ▲ ► ▼ ◄ ▲ ► - ▼ ◄ ▲ ► ▼ ◄ ▲ ► ▼ ◄ ▲ ► ▼ ◄ ▲ ► ▼
◄ ▲ ▼ ◄ ▲ ► ▼ ◄ ▲ ► ▼ Lo siento, es que se me
acaba de caer mi bolsa de Doritos.
puntos 7 | votos: 7
Desmotiva - que valoren más a un guitarrista de un grupo extranjero,
que a un guitarrista flamenco

puntos 2174 | votos: 2334
Después de la foto de Ana - Obregón, Greenpeace se ha quejado por tirar cosas de plástico al mar
puntos 8 | votos: 8
Vive cada día - como si fuera el último,
algún día acertarás
puntos 4 | votos: 4
La experiencia es un peine - que nos llega cuando ya estamos calvos
puntos 17 | votos: 17
¡Wario - está con el pueblo!
puntos 14 | votos: 14
Talento, - es la diferencia entre ser uno más,
y ser el mejor

puntos 7087 | votos: 7369
Dijiste... - Que volverías por mí.
puntos 20 | votos: 20
¡Ogfh! - ¡Que pechotes!
puntos 22 | votos: 24
Chicos,aqui no ha pasado nada. -
puntos 14 | votos: 14
Creo que mi biblioteca - me intenta decir algo.
puntos 6 | votos: 6
Por que yo, - también me creía filosofo,
cuando de pequeño me ponía a pensar
¿Qué fue antes, el huevo, o la gallina?

puntos 3 | votos: 5
Siii ríete..... ¡ Sinvergüenza!  -
puntos 9 | votos: 9
Desmotiva - enamorarse de alguien que solo vas a ver una vez en la vida
puntos 14 | votos: 14
No robes... - El Gobierno odia la competencia
puntos 2 | votos: 6
Vivo con el miedo - a que mis padres me digan que los padres no existen,
y que sean clones de Johny Depp
puntos 141 | votos: 141
Los buenos recuerdos - son tesoros que descubriremos en nuestros peores momentos





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