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Poco a poco, el susurro - de las sombras se convirtió en una voz, una lóbrega llamada que
ofreció la suficiente gloria como para hacer divagar a la Luz más
ardiente. Él sabía que se estaba apagando, pero anhelaba gloria.

En su último día, se sentó a ver la puesta de sol. Sus últimos
pensamientos, todavía puro de cuerpo y mente, se aferraron a la fugaz
esperanza de que el mundo le recordaría por quien había sido, y no
por el sufrimiento que les iba a causar.
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El noble hombre se puso de pie. - Y la gente lo admiraba. Era un faro de esperanza, si bien seguía
siendo solo un hombre. Y era en aquella verdad donde se hallaba la
mayor promesa: si un hombre podía enfrentarse a la noche, también
podían hacerlo otros, o todos.

En su diestra, el hombre portaba una rosa y su aura brillaba
resplandeciente.

Cuando el hombre reanudaba su camino, la gente no le olvidaba. Por
donde pasara, la esperanza se extendía. Pero el hombre escondía un
temor secreto. Sus pensamientos eran oscuros. Una tristeza amenazaba
con salir de las entrañas de su ser. Había sido un héroe durante
tanto tiempo que el orgullo le había llevado al sendero del pesar.
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Recuerdo que giré hacia mi padre, - viendo la cara de todos aquellos a los que conocía. Encontré
preocupación en sus ojos y a mi padre negando con la cabeza como
rogándome que no aceptase el regalo. 

Volví mi atención hacia el hombre al que más adelante conocería
como Jaren Ward, el mejor cazador que este sistema haya conocido y uno
de los más grandes guardianes que jamás hayan defendido la Luz del
Viajero...

Y tomé el arma con la mano. Cuidadosamente. Con suavidad.

No para usarla, sino para observarla, para soñar. Para sentir su peso
y averiguar su verdad.

Esa fue la primera vez que sostuve la «Última Palabra», pero por
desgracia no fue la última.
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Y así es como sucedió: - no había autoridad hasta que la hubo. Yo era muy joven y no lo
entendí del todo. Recuerdo a Loken como un hombre muy trabajador que
degeneró con el tiempo. Sobre todo yo creo que estaba triste. Triste
y asustado. A medida que su poder crecía en Palamón, la gente se iba
marchando. Los que se quedaron veían como los días se tornaban
grises. La protección de Loken —contra los caídos, contra nosotros
mismos— se transformó en una dictadura.
Cuando lo analizo, yo creo que Loken había perdido demasiado: su
familia, a sí mismo... Pero todo el mundo ha perdido algo. Y algunos
directamente no teníamos nada desde el principio. La única memoria
que tengo de mis padres es borrosa como un sueño y lejana como la luz
de sus almas. No suelo pensar mucho en ellos. Los perdí a una edad
temprana, secuestrados por los caídos.

A partir de ese instante, Palamón me crio. Esos a los que llamo
familia, o solía llamar familia, me cuidaron como a uno de sus hijos.
Era una buena vida. Mi perspectiva estaba distorsionada al ser la
única vida que conocía, y no fue fácil lidiar con la pérdida, pero
yo diría que era una buena vida.

Hasta que dejó de serlo, claro.

Hasta que dos hombres entraron en mi mundo. Uno una luz. El otro la
sombra más oscura que jamás he conocido.
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Lo que escribo son recuerdos. - Algunos míos, pero no todos. Puede que los hechos no se correspondan
con la realidad, pero se aproximan bastante. Como, de todas formas, no
queda nadie que pueda contradecirlos, esta será la historia del
asentamiento al cual llamamos Palamón y los horrores que sucedieron
tras un breve período de calma.

Recuerdo mi hogar y las historias sobre ese paraíso que quizá algún
día llegaríamos a ver... una ciudad que «brilla incluso de noche».
Palamón no brillaba, pero era un refugio, o algo parecido. 

Nos habíamos asentado en el corazón de una cordillera que se
extendía hasta el horizonte. Sus montañas boscosas se erigían como
queriendo alcanzar el cielo. Los inviernos eran duros, pero los
árboles y los picos nos protegían del resto del mundo. A veces
hablábamos de mudarnos y de buscar la Ciudad. Pero solo eran
ilusiones. 
De vez en cuando se veían transeúntes. Y en ocasiones se quedaban,
aunque no era lo común. 
No existía una autoridad definida, pero sí había leyes, unos
principios básicos con los que todos estábamos de acuerdo y que más
tarde fueron supervisados por el juez Loken.

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La antorcha no distingue entre clases - sociales y no trae consigo campañas políticas. Solo acarrea la
ardiente esperanza de un cambio real.
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Los deseos son siempre similares - a los sueños, pero no dan la misma satisfacción de éstos.
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El paso del tiempo - en la firma de un enfermo de Alzheimer.
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El cuchillo tenía millones de hojas. - Eras gigante, poderoso y ágil. Pero el cuchillo te acertó. Te
arrancó la carne divina.

Estás seguro de que queda muy poco, porque te sientes insignificante.
El duro y liso corazón de tu alma: eso es todo lo que queda. Un
cuerpo tan pequeño como una piedra de río, e igual de sencillo. Te
imaginas a ti mismo como un guijarro indigerible, como una minucia
desconocida enterrada entre otras muchas piedras sin nombre. Puede que
brilles como una gema, sí. Tu orgullo te hace creer eso. Si solo
pudieras verte a ti mismo. Pero no tienes ojos. Ni el más mínimo
sentido ha sobrevivido. Lo que queda son recuerdos... y ¿en qué
pequeña parte de esos recuerdos puedes confiar?

El cuchillo te ha robado mucho más que el cuerpo.
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