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Es muy cierto - Es la pura verdad
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N(oble) -
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Duele cuando llegas a un lugar - que solías compartir con alguien a quien amabas, y ahora tienes que
disfrutar de él solo.
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Parte 3/3 - Cómo hacer un buen cartel
Para ver las otras partes, visita mi perfil
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La mente es confusa, - y actualmente nos dedicamos a confundirla más.
Que no nos sorprendan los monstruos
que surjan a partir
de ahora.

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La máscara de la Muerte Roja - La «Muerte Roja» había devastado el país durante largo tiempo.
Jamás una peste había
sido tan fatal y tan espantosa. La sangre era su encarnación y su
sello: el rojo y el horror de
la sangre. Comenzaba con agudos dolores, un vértigo repentino, y
luego los poros
sangraban y sobrevenía la muerte. Las manchas escarlata en el cuerpo
y la cara de la
víctima eran el bando de la peste, que la aislaba de toda ayuda y de
toda simpatía. Y la
invasión, progreso y fin de la enfermedad se cumplían en media hora.
Pero el príncipe Próspero era feliz, intrépido y sagaz. Cuando sus
dominios quedaron
semidespoblados llamó a su lado a mil robustos y desaprensivos amigos
de entre los
caballeros y damas de su corte, y se retiró con ellos al seguro
encierro de una de sus abadías
fortificadas. Era ésta de amplia y magnífica construcción y había
sido creada por el
excéntrico aunque majestuoso gusto del príncipe. Una sólida y
altísima muralla la
circundaba. Las puertas de la muralla eran de hierro. Una vez adentro,
los cortesanos
trajeron fraguas y pesados martillos y soldaron los cerrojos. Habían
resuelto no dejar
ninguna vía de ingreso o de salida a los súbitos impulsos de la
desesperación o del frenesí.
La abadía estaba ampliamente aprovisionada. Con precauciones
semejantes, los cortesanos
podían desafiar el contagio. Que el mundo exterior se las arreglara
por su cuenta;
entretanto, era una locura afligirse o meditar. El príncipe había
reunido todo lo necesario
para los placeres. Había bufones, improvisadores, bailarines y
músicos; había hermosura y
vino. Todo eso y la seguridad estaban del lado de adentro. Afuera
estaba la Muerte Roja.
Al cumplirse el quinto o sexto mes de su reclusión, y cuando la peste
hacía los más
terribles estragos, el príncipe Próspero ofreció a sus mil amigos
un baile de máscaras de la
más insólita magnificencia.
Aquella mascarada era un cuadro voluptuoso, pero permitidme que antes
os describa
los salones donde se celebraba. Eran siete —una serie imperial de
estancias—. En la
mayoría de los palacios, la sucesión de salones forma una larga
galería en línea recta, pues
las dobles puertas se abren hasta adosarse a las paredes, permitiendo
que la vista alcance la
totalidad de la galería. Pero aquí se trataba de algo muy distinto,
como cabía esperar del
amor del príncipe por lo extraño. Las estancias se hallaban
dispuestas con tal irregularidad
que la visión no podía abarcar más de una a la vez. Cada veinte o
treinta yardas había un
brusco recodo, y en cada uno nacía un nuevo efecto. A derecha e
izquierda en mitad de la
pared, una alta y estrecha ventana gótica daba a un corredor cerrado
que seguía el contorno
de la serie de salones. Las ventanas tenían vitrales cuya coloración
variaba con el tono
dominante de la decoración del aposento. Si, por ejemplo, la cámara
de la extremidad
oriental tenía tapicerías azules, vívidamente azules eran sus
ventanas. La segunda estancia
ostentaba tapicerías y ornamentos purpúreos, y aquí los vitrales
eran púrpura. La tercera era
enteramente verde, y lo mismo los cristales. La cuarta había sido
decorada e iluminada con
tono naranja; la quinta, con blanco; la sexta, con violeta. El
séptimo aposento aparecía
completamente cubierto de colgaduras de terciopelo negro, que
abarcaban el techo y las
paredes, cayendo en pesados pliegues sobre una alfombra del mismo
material y tonalidad.
Pero en esta cámara el color de las ventanas no correspondía a la
decoración. Los cristales
eran escarlata, tenían un profundo color de sangre.
A pesar de la profusión de ornamentos de oro que aparecían aquí y
allá o colgaban de los techos, en aquellas siete estancias no había
lámparas ni candelabros. Las cámaras no
estaban iluminadas con bujías o arañas. Pero en los corredores
paralelos a la galería, y
opuestos a cada ventana, se alzaban pesados trípodes que sostenían
un ígneo brasero, cuyos
rayos proyectábanse a través de los cristales teñidos e iluminaban
brillantemente cada
estancia. Producían en esa forma multitud de resplandores tan vivos
como fantásticos. Pero
en la cámara del poniente, la cámara negra, el fuego que, a través
de los cristales de color
de sangre, se derramaba sobre las sombrías colgaduras, producía un
efecto terriblemente
siniestro, y daba una coloración tan extraña a los rostros de
quienes penetraban en ella, que
pocos eran lo bastante audaces para poner allí los pies.
En este aposento, contra la pared del poniente, se apoyaba un
gigantesco reloj de
ébano. Su péndulo se balanceaba con un resonar sordo, pesado,
monótono; y cuando el
minutero había completado su circuito y la hora iba a sonar, de las
entrañas de bronce del
mecanismo nacía un tañido claro y resonante, lleno de música; mas
su tono y su énfasis
eran tales que, a cada hora, los músicos de la orquesta se veían
obligados a interrumpir
momentáneamente su ejecución para escuchar el sonido, y las parejas
danzantes cesaban
por fuerza sus evoluciones; durante un momento, en aquella alegre
sociedad reinaba el
desconcierto; y, mientras aún resonaban los tañidos del reloj, era
posible observar que los
más atolondrados palidecían y los de más edad y reflexión se
pasaban la mano por la frente,
como si se entregaran a una confusa meditación o a un ensueño. Pero
apenas los ecos
cesaban del todo, livianas risas nacían en la asamblea; los músicos
se miraban entre sí,
como sonriendo de su insensata nerviosidad, mientras se prometían en
voz baja que el
siguiente tañido del reloj no provocaría en ellos una emoción
semejante. Mas, al cabo de
sesenta minutos (que abarcan tres mil seiscientos segundos del Tiempo
que huye), el reloj
daba otra vez la hora, y otra vez nacían el desconcierto, el temblor
y la meditación.
Pese a ello, la fiesta era alegre y magnífica. El príncipe tenía
gustos singulares. Sus ojos
se mostraban especialmente sensibles a los colores y sus efectos.
Desdeñaba los caprichos
de la mera moda. Sus planes eran audaces y ardientes, sus concepciones
brillaban con
bárbaro esplendor. Algunos podrían haber creído que estaba loco.
Sus cortesanos sentían
que no era así. Era necesario oírlo, verlo y tocarlo para tener la
seguridad de que no lo
estaba.
El príncipe se había ocupado personalmente de gran parte de la
decoración de las siete
salas destinadas a la gran fiesta, y su gusto había guiado la
elección de los disfraces.
Grotescos eran éstos, a no dudarlo. Reinaba en ellos el brillo, el
esplendor, lo picante y lo
fantasmagórico —mucho de eso que más tarde habría de encontrarse
en Hernani—.
Veíanse figuras de arabesco, con siluetas y atuendos incongruentes;
veíanse fantasías
delirantes, como las que aman los maniacos. Abundaba allí lo hermoso,
lo extraño, lo
licencioso, y no faltaba lo terrible y lo repelente. En verdad, en
aquellas siete cámaras se
movía, de un lado a otro, una multitud de sueños. Y aquellos sueños
se contorsionaban en
todas partes, cambiando de color al pasar por los aposentos, y
haciendo que la extraña
música de la orquesta pareciera el eco de sus pasos.
Mas otra vez tañe el reloj que se alza en el aposento de terciopelo.
Por un momento
todo queda inmóvil; todo es silencio, salvo la voz del reloj. Los
sueños están helados,
rígidos en sus posturas. Pero los ecos del tañido se pierden
—apenas han durado un
instante—, y una risa ligera, a medias sofocada, flota tras ellos en
su fuga. Otra vez crece la
música, viven los sueños, contorsionándose de aquí para allá con
más alegría que nunca
coloreándose al pasar ante las ventanas, por las cuales irrumpen los
rayos de los trípodes.
Mas en la cámara que da al oeste ninguna máscara se aventura, pues
la noche avanza y una luz más roja se filtra por los cristales de
color de sangre; aterradora es la tiniebla de las
colgaduras negras; y, para aquel cuyo pie se pose en la sombría
alfombra, brota del reloj de
ébano un ahogado resonar mucho más solemne que los que alcanzan a
oír las máscaras
entregadas a la lejana alegría de las otras estancias.
Congregábase densa multitud en estas últimas, donde afiebradamente
latía el corazón
de la vida. Continuaba la fiesta en su torbellino hasta el momento en
que comenzaron a
oírse los tañidos del reloj anunciando la medianoche. Calló
entonces la música, como ya he
dicho, y las evoluciones de los que bailaban se interrumpieron; y como
antes, se produjo en
todo una cesación angustiosa. Mas esta vez el reloj debía tañer
doce campanadas, y quizá
por eso ocurrió que los pensamientos invadieron en mayor número las
meditaciones de
aquellos que reflexionaban entre la multitud entregada a la fiesta. Y
quizá también por eso
ocurrió que, antes de que los últimos ecos del carillón se hubieran
hundido en el silencio,
muchos de los concurrentes tuvieron tiempo para advertir la presencia
de una figura
enmascarada que hasta entonces no había llamado la atención de
nadie. Y, habiendo corrido
en un susurro la noticia de aquella nueva presencia, alzóse al final
un rumor que expresaba
desaprobación, sorpresa y, finalmente, espanto, horror y repugnancia.
En una asamblea de fantasmas como la que acabo de describir es de
imaginar que una
aparición ordinaria no hubiera provocado semejante conmoción. El
desenfreno de aquella
mascarada no tenía límites, pero la figura en cuestión lo
ultrapasaba e iba, incluso, más allá
de lo que el liberal criterio del príncipe toleraba. En el corazón
de los más temerarios hay
cuerdas que no pueden tocarse sin emoción. Aun el más relajado de
los seres, para quien la
vida y la muerte son igualmente un juego, sabe que hay cosas con las
cuales no se puede
jugar. Los concurrentes parecían sentir en lo más hondo que el traje
y la apariencia del
desconocido no revelaban ni ingenio ni decoro. Su figura, alta y
flaca, estaba envuelta de la
cabeza a los pies en una mortaja. La máscara que ocultaba el rostro
se parecía de tal manera
al semblante de un cadáver ya rígido, que el escrutinio más
detallado se habría visto en
dificultades para descubrir el engaño. Cierto; aquella frenética
concurrencia podía tolerar, si
no aprobar, semejante disfraz. Pero el enmascarado se había atrevido
a asumir las
apariencias de la Muerte Roja. Su mortaja estaba salpicada de sangre,
y su amplia frente,
así como el rostro, aparecían manchados por el horror escarlata.
Cuando los ojos del príncipe Próspero cayeron sobre la espectral
imagen (que ahora,
con un movimiento lento y solemne como para dar relieve a su papel, se
paseaba entre los
bailarines), convulsionóse en el primer momento con un
estremecimiento de terror o de
disgusto; pero, al punto, su frente enrojeció de rabia.
—¿Quién se atreve —preguntó, con voz ronca, a los cortesanos
que lo rodeaban—,
quién se atreve a insultarnos con esta burla blasfematoria?
¡Apoderaos de él y
desenmascaradlo, para que sepamos a quién vamos a ahorcar al alba en
las almenas!
Al pronunciar estas palabras, el príncipe Próspero se hallaba en el
aposento del este, el
aposento azul. Sus acentos resonaron alta y claramente en las siete
estancias, pues el
príncipe era hombre osado y robusto, y la música acababa de cesar a
una señal de su mano.
Con un grupo de pálidos cortesanos a su lado hallábase el príncipe
en el aposento azul.
Apenas hubo hablado, los presentes hicieron un movimiento en
dirección al intruso, quien,
en ese instante, se hallaba a su alcance y se acercaba al príncipe
con paso sereno y
deliberado. Mas la indecible aprensión que la insana apariencia del
enmascarado había
producido en los cortesanos impidió que nadie alzara la mano para
detenerlo; y así, sin
impedimentos, pasó éste a una yarda del príncipe, y, mientras la
vasta concurrencia
retrocedía en un solo impulso hasta pegarse a las paredes, siguió
andando ininterrumpidamente, pero con el mismo solemne y mesurado paso
que desde el principio
lo había distinguido. Y de la cámara azul pasó a la púrpura, de la
púrpura a la verde, de la
verde a la anaranjada, desde ésta a la blanca y de allí a la violeta
antes de que nadie se
hubiera decidido a detenerlo. Mas entonces el príncipe Próspero,
enloquecido por la rabia y
la vergüenza de su momentánea cobardía, se lanzó a la carrera a
través de los seis
aposentos, sin que nadie lo siguiera por el mortal terror que a todos
paralizaba. Puñal en
mano, acercóse impetuosamente hasta llegar a tres o cuatro pasos de
la figura, que seguía
alejándose, cuando ésta, al alcanzar el extremo del aposento de
terciopelo, se volvió de
golpe y enfrentó a su perseguidor. Oyóse un agudo grito, mientras el
puñal caía
resplandeciente sobre la negra alfombra y el príncipe Próspero se
desplomaba muerto.
Reuniendo el terrible coraje de la desesperación, numerosas máscaras
se lanzaron al
aposento negro; pero, al apoderarse del desconocido, cuya alta figura
permanecía erecta e
inmóvil a la sombra del reloj de ébano, retrocedieron con
inexpresable horror al descubrir
que el sudario y la máscara cadavérica que con tanta rudeza habían
aferrado no contenían
ninguna forma tangible.
Y entonces reconocieron la presencia de la Muerte Roja. Había venido
como un ladrón
en la noche. Y uno por uno cayeron los convidados en las salas de
orgía manchadas de
sangre, y cada uno murió en la desesperada actitud de su caída. Y la
vida del reloj de ébano
se apagó con la del último de aquellos alegres seres. Y las llamas
de los trípodes expiraron.
Y las tinieblas, y la corrupción, y la Muerte Roja lo dominaron todo.

                           - Edgar Allan Poe -
puntos 14 | votos: 14
Te corto las alas - para que no vueles, lo hago para que no te dañes.
puntos 17 | votos: 19
Si sigues queriendo saber, - he hablado de intimidad en pieles ajenas, pero nunca debajo de ellas.
Empiezo a sospechar que hoy en día el amor sabe más de superficies
que de fondos. Y quizás por eso yo me dedico a tocarlos todos.
Quisiera saber si tu lo tocas también.
puntos 50 | votos: 54
A veces culpamos a quien - nos dejó de querer, sin haber cuestionado antes si ese hecho pudiera
haber sido causado por nosotros mismos inconscientemente.
puntos 10 | votos: 10
Ver a niños riendo y pensar... - que tú un día fuiste esa niña feliz.

puntos 11 | votos: 11
Quien no comprende una mirada. - Tampoco comprenderá una explicación.
puntos 13 | votos: 13
Esa extraña sospecha - de que llegan las fiestas de fin de año.
puntos 17 | votos: 17
Cuando te haga daño, - háblale de mí, y que se joda...
puntos 22 | votos: 24
Empecemos con la lista de deseos. -
puntos 11 | votos: 13
No todos malos por que si - Muchos hemos sufrido en carne propia toda clases de maldades, de las
cuales surgimos como villanos.

puntos 6 | votos: 6
No puedes hacerme sonreír mujer - Tu puedes hacer sonreír a muchos pero conmigo no funciona
A muchos le gustas pero a mi no aunque seas muy bella
Pero la verdad yo no veo nada de nada, por que tu
no tienes lo que ella tenia para hacerme sonreír
Lo siento pero trataste algo que solo fue un fracaso,
un esfuerzo inútil que solo te trajo frustración
Mejor trata de hacer sonreír a otra persona
pero a mi no trates de hacerlo nunca mas, solo fallaras.
puntos 15 | votos: 21
Qué rabia da - cuando eres el único que ve lo mala persona que es alguien.
puntos 12 | votos: 14
Es triste que seamos obligados - a callar lo que en realidad pensamos y sentimos, pero es aun más
triste si somos nosotros mismos quienes nos imponemos el silencio.
puntos 12 | votos: 14
Que triste es vivir sabiendo que - por orgullo y estupidez perdiste a la persona que más has llegado
 a querer.
puntos 12 | votos: 12
Llega el día en que tu almohada - te pide que le hables de otras cosas, de algo más interesante. Y
así, poco a poquito, vas olvidando lo que por las noches tanto te
hizo llorar.

puntos 8 | votos: 8
Un recuerdo es como una - pequeña y potente llama que se niega a desaparecer 
entre las cenizas restantes de la historia.
puntos 32 | votos: 36
Si no sabes qué ponerte - en tu casa seguramente encontrarás la solución.
puntos 13 | votos: 13
Y es que puede significar tanto - que no te importaría tener que recorrer medio mundo por un abrazo.
puntos 44 | votos: 48
Y justo el momento en el que - un ser indefenso depende tanto de ti, es cuando conoces
 realmente lo que es amor.
puntos 10 | votos: 10
No es necesario tener un mundo - de fantasía para saber que existen pequeños seres mágicos
 y hermosos.

puntos 23 | votos: 25
Realmente deseo seas muy feliz. - Pero yo no quiero estar ahí para verte serlo con alguien más.
puntos 28 | votos: 28
Ni el más intenso sol lograría - darme la calidez que me daban tus abrazos.
puntos 22 | votos: 22
Algunos recuerdos vienen - acompañados de alegría, otros tantos de dolor. Y muchas ocasiones 
es con ambos, pasando de la sonrisa al llanto en un segundo.
puntos 12 | votos: 12
Nunca sabes lo que tienes, - hasta que lo echas muchísimo de menos...
puntos 58 | votos: 58
Duele darte cuenta que ya no - quedaba amor y que solo era la maldita costumbre.

puntos 10 | votos: 10
Hay unas personas que - desaparecen eternamente de tu vida, pero a la vez
 se quedan para siempre en ti.
puntos 14 | votos: 16
¿¡Por qué no me lo sube a princi!? -
puntos 420 | votos: 466
Me he tomado - la pastilla del día después y nada, sigue siendo miércoles. Menuda estafa.
puntos 8 | votos: 8
Desear tanto abrazar a una - persona que no te importaría recorrer el mundo entero
 para conseguirlo.
puntos 8 | votos: 8
Y si la próxima vez... - Soy yo la que hace mi*rda tu corazón?

puntos 7 | votos: 7
Ese pálido momento - En que estás tranquilo en clases
y el profe dice que dictará notas
puntos 6 | votos: 8
De que vale tener - el mar si no tienes lo necesario el amor de tu vida
puntos 8 | votos: 8
Mientras mas cosas tuve - mas solo me sentía
puntos 12 | votos: 12
Saber que el mejor regalo para - ésta navidad sería tener a cierta persona especial a nuestro lado.
puntos 18 | votos: 18
No es necesario encontrarte - profundamente dormido para vivir el más bello sueño o
 la más terrible pesadilla.

puntos 12 | votos: 12
Días de la vida en los cuales - no te interesa saber absolutamente nada ni siquiera de ti.
puntos 23 | votos: 25
Desmotiva y llena de coraje - saber que aquellas personas que juraron protegerte sean las mismas a
las cuales ahora más les temes.
puntos 11 | votos: 11
No me sueltes de la mano, - quiero que el mundo entero se dé cuenta lo feliz que soy a tu lado.
puntos 9 | votos: 9
Todo va a estar bien si tú - no estas aquí. No eres la primera y no soy el ultimo así
puntos 9 | votos: 9
Que fácil llega a resultar volver - al pasado y aferrarse a lo que probablemente sea ya 
solo una simple ilusión.

puntos 8 | votos: 8
Esto de escribir - Cosas motivadoras, parece que no es lo mio..
puntos 112 | votos: 112
Llega un momento en el cual - desearías saber si existe alguien más idiota que tú.
puntos 9 | votos: 9
Hay amores que son como un - castillo de arena. Bonitos por un tiempo, pero tarde o temprano 
se desmoronan.
puntos 87 | votos: 91
No hay un golpe que duela más - que aquél dado directo a tu orgullo y dignidad.
puntos 6 | votos: 6
Podría decir que eres el más - lindo sueño, pero no.
 Tú eres mi más hermosa realidad.





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