Chicos,una amiga y yo
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usohorariousohorarioComentarios (19)
Ese sentimiento que te corroe por dentro, que te pudre el alma, esclaviza tus actos, te hace sentir inferior. No me esclavizó en el sentido de que me llegase a obligar a hacer lo que hice, no, yo sabia perfectamente lo que estaba haciendo, estaba mal, pero era la única forma de hacer desaparecer aquel repulsivo sentimiento que es la envidia.
Me llamo Fedric, Lord Fedric. Vivo en Glencoe un lugar precioso, en una gran mansión cerca de lago Ness del cual se empezaron a contar muchas historias, que a mí, realmente, me traían sin cuidado. De familia privilegiada, siempre tuve lo que quise. Mi padre se caso por segunda vez en su vejez y al poco tiempo de nacer yo su único descendiente, murió y nos quedamos en aquella tétrica y a la vez acogedora casa llena de lámparas de araña y candelabros por doquier.
No es que me alegre de que nos dejara a mi madre y a mí, pero si no hubiese pasado eso yo no estaría donde estaba, con toda su herencia para mí y mi madre que poco después caería enferma con cáncer y me quedé huérfano a los 17. Aún era joven, derroche parte de la fortuna en mujeres y caprichos. Mi custodia quedo a cargo de Stephen, un criado. El mejor criado. Siempre se le considero uno más de la familia, al menos eso decía mi madre. Pero yo solo veía en él un hombre ausente y desconocido para mí.
Al principio no me gusto la idea, era un hombre soltero de mediana edad, empezamos a llevarnos cada vez mejor, me acompañaba a todas partes e incluso llegamos a compartir los mismos ideales.
Con los años Stephen fue cambiando, supongo que será cosa de la edad. Siempre fue un hombre muy maduro. Incluso llegó a fundar una familia. Cada vez de distanciaba mas de mi para ocuparse de su esposa e hijos así que nos veíamos prácticamente cuando estaba en casa.
¡Qué bien me caía aquel tipo!
Como es evidente, fui creciendo y madurando yo también, Tena 22 años cuando me di cuenta de lo feliz que era Stephen con lo poco que tenía. ¡Pero qué bien me caía aquel tipo! Quise probar a tener una familia pero todas las jóvenes que me parecieron las mejores candidatas para ello me rechazaban a pesar de mi fortuna.
Esto me hizo sentir rechazo hacia él. Y cada vez más. ¿Por qué el tenia la suerte de ser tan feliz? ¿Era un regalo divino? Nunca me he considerado muy católico en cierto modo, pero eso no viene al caso.
Cada día Stephen llegaba sonriente, a pesar de que venía a trabajar y eso me daba tanta rabia como para hacerle trabajar el doble, tratarlo como un animal, un perro callejero. Pero él nunca protestó. Hacía brotar en mí sentimientos de odio, rabia, impotencia…
No lo despedí. Me pareció una perdida muy grande perder a aquel criado tan servicial, así que me aproveché de su servidumbre. Hice todo lo que estuvo en mi mano por fastidiarle, le pagué menos de lo que cobraba un panadero pero no pareció importarle demasiado porque tenía para comer. Se quedaba horas de más, incluso llegué a empujarle por las escaleras en un accidente que provoqué intencionadamente. Desde entonces tubo el tobillo lastimado y cojeaba torpemente.
En todo momento y en todo lugar tenía a Stephen rondando en mis pensamientos que imaginaban crueles torturas y atropellos... ¡Pero qué mal me llegó a caer aquel tipo!
Pasaban los días e intentaba retenerme dando paseos solo por los alrededores, pero eso solo conseguía enfurecerme aun mas al ver familias unidas y pensando que alguna de aquellas familias podía ser la de Stephen y no la mía.
Un día paseando por el lago tuve una idea. Una idea malvada, diabólica, terrorífica, horrible, como la quieras llamar. Me llegue a asustar yo mismo de ella pero cada vez inundo mas mi mente… Tenía pesadillas, me despertaba cada noche en aquel lúgubre cuarto en el que dormía, sufría insomnio… estaba obsesionado. Obsesionado. Consumido por la envidia que sentía hacia Stephen, y llegué a la conclusión de que la única forma de hacer desaparecer ese sentimiento era deshacerme de él.
Se acercaba año nuevo por aquellas fechas si mal no recuerdo lo veía a diario aunque intentaba no hacerlo, le evité. Hice todo lo que estuvo en mi mano por conservar mi calma, pero tan fuerte era la ira que llegó el día que decidí llevar a cabo el malvado plan que se me ocurrió aquel día paseando por el lago ahora helado. Pensareis que debí volverme loco, pero no fue así. Sabía perfectamente lo que ocurriría. A Stephen le quedaba poco tiempo.
Esa noche tampoco dormí demasiado bien, en vela pensaba en él. En cómo llevar a cabo mi plan, en su esposa, ¿Qué diría? No me importaba demasiado, solo quería que llegase pronto el amanecer y ver la cara del desgraciado de Stephen.
Iban pasando las horas y evidentemente amaneció. Ese día era víspera de año nuevo y Stephen llego con esa estúpida sonrisa en la cara como cada día, pero este en especial estaba siendo demasiado normal.
Era demasiado sencillo, solo esperar al
Después me dispuse a descuartizar el cadáver en el momento que esa gélida cuchilla atravesó su garganta, Stephen abrió los ojos. No había muerto como supuse, solo se quedó inconsciente, un grito ahogado salió de su boca eso fue todo. Solo en un leve susurro creí escuchar mi nombre. Fredic… como si el aire que me rodeaba pronunciase mi nombre.
Presa del pánico continué destrozando aquel cadáver. Llegué a tener su corazón en mi mano, aquel corazón lleno de amor que tenía aquel hombre al que tanto envidiaba.
Decidí quedarme con aquel órgano para regocijarme en mi maldad. Aun ahora no comprendo porque me quedé con él. Supongo que era por el gran odio que sentía. Y el miedo fue pasando, como un tren que llega, y parte.
Una vez hube descuartizado el cadáver por completo me hice con un baúl que se encontraba en la habitación de mis difuntos padres. Era un baúl precioso, siempre había llamado mi atención. De un color rojo intenso como la sangre y un borde precioso de bordado negro.
Cogí a Stephen parte por parte y lo deposité en el interior de aquel baúl. Limpié los restos de sangre de la solería intentando no dejar rastro y seguidamente me dispuse a asearme puesto que estaba lleno de sangre y metí mis ropas sucias también en el baúl. Después escondí el corazón en un enorme cuadro colgado en mi salón en el que salían retratados mis padres y al fondo de la imagen congelada en aquel lienzo se encontraba él. Stephen.
Una vez aseado y bien vestido sin restos de Stephen por ningún lado cogí el baúl y fui al lago. Era ya de madrugada así que nadie me vería. Cogí también un pico para que una vez llegara al lago congelado picar el hielo y poder tirar el cadáver dentro del baúl. Y así lo hice.
Llegué al lago tras una gran caminata, era una noche oscura y tranquila. Pero no tenía tiempo de ponerme a admirar aquella bonita noche. Ponto amanecería.
Tras picar el hielo para meter el cadáver solo había que esperar a que el lago volviese a congelarse. Todo estaba saliendo como lo planeé.
Cuando llegué a casa me encontré con que la esposa de Stephen estaba de pié delante de mi casa. Vino corriendo en mi busca y me pregunto desconsoladamente por su esposo.
¿Stephen? – dije lo mejor que pude hacerlo – Se marchó a casa a su hora. ¡Ah, sí! Me dijo que se iría a comprarle a usted un regalo puesto que estamos en tiempo festivo.
Verá usted, mi marido aun no ha llegado a casa y temo que haya podido sucederle alguna desgracia. – dijo ella.
Tranquilícese. Entre. – Le invite a pasar y le serví una taza de té. – Llamaré a la policía.
Y así lo hice. La policía llegó a mi casa y empezó a hacerme preguntas. Yo les dije que no sabía nada que había pasado la noche fuera de casa bebiendo por los alrededores como era natural en año nuevo. Mientras trataban de tranquilizar a la mujer miré aquel cuadro. Pero esta vez tenía una ligera diferencia. Era como si una gota de sangre brotase de él…
De nuevo presa del pánico me puse muy nervioso e intenté echar a aquella gente de mi casa intentando ser lo más cortés que pude, naturalmente. Pero aun así tardaron cosa de dos horas en marcharse.
Una vez solo de nuevo en aquélla mansión volví a observar el cuadro, la gota seguía allí. Lo observé más de cerca y si, efectivamente aquel corazón aun sangraba debajo de cuadro. Me apresuré a limpiarlo para no dejar indicio alguno de mi asesinato.
En los días siguientes, la policía venía a casa en busca de pistas por la desaparición de Stephen. Y como era evidente no encontraron el más mínimo indicio de mi culpabilidad.
Pero aquel cuadro sangraba cada noche y cada día tenía que limpiar los restos de sangre y cada vez más.
No podía arriesgarme a deshacerme de su corazón puesto que la policía andaba por los alrededores así que día por día el cuadro fue perdiendo su color ya que lo limpiaba cada día. Así que no tardó en perder el color. Y además cada vez se iba poniendo más rojo, la sangre que aquel corazón desprendido iba brotando cada vez más.
El fin de mi libertad, de mi mentira, fue el día 15 de enero. El aire soplaba con fuerza y golpeaba las ventanas, azotando los árboles. Estaba nevado todo el pueblo pero no hacía buen día.
La policía llegó ese día a recoger las pertenencias de Stephen. Estaban helados así que les ofrecí una caliente taza de té. Nos sentamos en el salón a conversar de la prensa del día. El primer policía se sentó junto a mí, y el segundo en frente mía. Justo bajo el cuadro. De repente de percaté de que era completamente rojo. ¿No sería demasiado extraño tener en casa un cuadro rojo? No se dieron cuenta de eso. Seguimos ablando y me tranquilicé un poco nadie se daría cuenta.
Entonces ocurrió. Una brillante gota roja brotó del cuadro y empezó a caer. Solo se escucho un simple goteo que calló justo en medio de la cabeza de ese policía calvo. Se hecho la m
Ese sentimiento que te corroe por dentro, que te pudre el alma, esclaviza tus actos, te hace sentir inferior. No me esclavizó en el sentido de que me llegase a obligar a hacer lo que hice, no, yo sabia perfectamente lo que estaba haciendo, estaba mal, pero era la única forma de hacer desaparecer aquel repulsivo sentimiento que es la envidia.
Me llamo Fedric, Lord Fedric. Vivo en Glencoe un lugar precioso, en una gran mansión cerca de lago Ness del cual se empezaron a contar muchas historias, que a mí, realmente, me traían sin cuidado. De familia privilegiada, siempre tuve lo que quise. Mi padre se caso por segunda vez en su vejez y al poco tiempo de nacer yo su único descendiente, murió y nos quedamos en aquella tétrica y a la vez acogedora casa llena de lámparas de araña y candelabros por doquier.
No es que me alegre de que nos dejara a mi madre y a mí, pero si no hubiese pasado eso yo no estaría donde estaba, con toda su herencia para mí y mi madre que poco después caería enferma con cáncer y me quedé huérfano a los 17. Aún era joven, derroche parte de la fortuna en mujeres y caprichos. Mi custodia quedo a cargo de Stephen, un criado. El mejor criado. Siempre se le considero uno más de la familia, al menos eso decía mi madre. Pero yo solo veía en él un hombre ausente y desconocido para mí.
Al principio no me gusto la idea, era un hombre soltero de mediana edad, empezamos a llevarnos cada vez mejor, me acompañaba a todas partes e incluso llegamos a compartir los mismos ideales.
Con los años Stephen fue cambiando, supongo que será cosa de la edad. Siempre fue un hombre muy maduro. Incluso llegó a fundar una familia. Cada vez de distanciaba mas de mi para ocuparse de su esposa e hijos así que nos veíamos prácticamente cuando estaba en casa.
¡Qué bien me caía aquel tipo!
Como es evidente, fui creciendo y madurando yo también, Tena 22 años cuando me di cuenta de lo feliz que era Stephen con lo poco que tenía. ¡Pero qué bien me caía aquel tipo! Quise probar a tener una familia pero todas las jóvenes que me parecieron las mejores candidatas para ello me rechazaban a pesar de mi fortuna.
Esto me hizo sentir rechazo hacia él. Y cada vez más. ¿Por qué el tenia la suerte de ser tan feliz? ¿Era un regalo divino? Nunca me he considerado muy católico en cierto modo, pero eso no viene al caso.
Cada día Stephen llegaba sonriente, a pesar de que venía a trabajar y eso me daba tanta rabia como para hacerle trabajar el doble, tratarlo como un animal, un perro callejero. Pero él nunca protestó. Hacía brotar en mí sentimientos de odio, rabia, impotencia…
No lo despedí. Me pareció una perdida muy grande perder a aquel criado tan servicial, así que me aproveché de su servidumbre. Hice todo lo que estuvo en mi mano por fastidiarle, le pagué menos de lo que cobraba un panadero pero no pareció importarle demasiado porque tenía para comer. Se quedaba horas de más, incluso llegué a empujarle por las escaleras en un accidente que provoqué intencionadamente. Desde entonces tubo el tobillo lastimado y cojeaba torpemente.
En todo momento y en todo lugar tenía a Stephen rondando en mis pensamientos que imaginaban crueles torturas y atropellos... ¡Pero qué mal me llegó a caer aquel tipo!
Pasaban los días e intentaba retenerme dando paseos solo por los alrededores, pero eso solo conseguía enfurecerme aun mas al ver familias unidas y pensando que alguna de aquellas familias podía ser la de Stephen y no la mía.
Un día paseando por el lago tuve una idea. Una idea malvada, diabólica, terrorífica, horrible, como la quieras llamar. Me llegue a asustar yo mismo de ella pero cada vez inundo mas mi mente… Tenía pesadillas, me despertaba cada noche en aquel lúgubre cuarto en el que dormía, sufría insomnio… estaba obsesionado. Obsesionado. Consumido por la envidia que sentía hacia Stephen, y llegué a la conclusión de que la única forma de hacer desaparecer ese sentimiento era deshacerme de él.
Se acercaba año nuevo por aquellas fechas si mal no recuerdo lo veía a diario aunque intentaba no hacerlo, le evité. Hice todo lo que estuvo en mi mano por conservar mi calma, pero tan fuerte era la ira que llegó el día que decidí llevar a cabo el malvado plan que se me ocurrió aquel día paseando por el lago ahora helado. Pensareis que debí volverme loco, pero no fue así. Sabía perfectamente lo que ocurriría. A Stephen le quedaba poco tiempo.
Esa noche tampoco dormí demasiado bien, en vela pensaba en él. En cómo llevar a cabo mi plan, en su esposa, ¿Qué diría? No me importaba demasiado, solo quería que llegase pronto el amanecer y ver la cara del desgraciado de Stephen.
Iban pasando las horas y evidentemente amaneció. Ese día era víspera de año nuevo y Stephen llego con esa estúpida sonrisa en la cara como cada día, pero este en especial estaba siendo demasiado normal.
Era demasiado sencillo, solo esperar al
Después me dispuse a descuartizar el cadáver en el momento que esa gélida cuchilla atravesó su garganta, Stephen abrió los ojos. No había muerto como supuse, solo se quedó inconsciente, un grito ahogado salió de su boca eso fue todo. Solo en un leve susurro creí escuchar mi nombre. Fredic… como si el aire que me rodeaba pronunciase mi nombre.
Presa del pánico continué destrozando aquel cadáver. Llegué a tener su corazón en mi mano, aquel corazón lleno de amor que tenía aquel hombre al que tanto envidiaba.
Decidí quedarme con aquel órgano para regocijarme en mi maldad. Aun ahora no comprendo porque me quedé con él. Supongo que era por el gran odio que sentía. Y el miedo fue pasando, como un tren que llega, y parte.
Una vez hube descuartizado el cadáver por completo me hice con un baúl que se encontraba en la habitación de mis difuntos padres. Era un baúl precioso, siempre había llamado mi atención. De un color rojo intenso como la sangre y un borde precioso de bordado negro.
Cogí a Stephen parte por parte y lo deposité en el interior de aquel baúl. Limpié los restos de sangre de la solería intentando no dejar rastro y seguidamente me dispuse a asearme puesto que estaba lleno de sangre y metí mis ropas sucias también en el baúl. Después escondí el corazón en un enorme cuadro colgado en mi salón en el que salían retratados mis padres y al fondo de la imagen congelada en aquel lienzo se encontraba él. Stephen.
Una vez aseado y bien vestido sin restos de Stephen por ningún lado cogí el baúl y fui al lago. Era ya de madrugada así que nadie me vería. Cogí también un pico para que una vez llegara al lago congelado picar el hielo y poder tirar el cadáver dentro del baúl. Y así lo hice.
Llegué al lago tras una gran caminata, era una noche oscura y tranquila. Pero no tenía tiempo de ponerme a admirar aquella bonita noche. Ponto amanecería.
Tras picar el hielo para meter el cadáver solo había que esperar a que el lago volviese a congelarse. Todo estaba saliendo como lo planeé.
Cuando llegué a casa me encontré con que la esposa de Stephen estaba de pié delante de mi casa. Vino corriendo en mi busca y me pregunto desconsoladamente por su esposo.
¿Stephen? – dije lo mejor que pude hacerlo – Se marchó a casa a su hora. ¡Ah, sí! Me dijo que se iría a comprarle a usted un regalo puesto que estamos en tiempo festivo.
Verá usted, mi marido aun no ha llegado a casa y temo que haya podido sucederle alguna desgracia. – dijo ella.
Tranquilícese. Entre. – Le invite a pasar y le serví una taza de té. – Llamaré a la policía.
Y así lo hice. La policía llegó a mi casa y empezó a hacerme preguntas. Yo les dije que no sabía nada que había pasado la noche fuera de casa bebiendo por los alrededores como era natural en año nuevo. Mientras trataban de tranquilizar a la mujer miré aquel cuadro. Pero esta vez tenía una ligera diferencia. Era como si una gota de sangre brotase de él…
De nuevo presa del pánico me puse muy nervioso e intenté echar a aquella gente de mi casa intentando ser lo más cortés que pude, naturalmente. Pero aun así tardaron cosa de dos horas en marcharse.
Una vez solo de nuevo en aquélla mansión volví a observar el cuadro, la gota seguía allí. Lo observé más de cerca y si, efectivamente aquel corazón aun sangraba debajo de cuadro. Me apresuré a limpiarlo para no dejar indicio alguno de mi asesinato.
En los días siguientes, la policía venía a casa en busca de pistas por la desaparición de Stephen. Y como era evidente no encontraron el más mínimo indicio de mi culpabilidad.
Pero aquel cuadro sangraba cada noche y cada día tenía que limpiar los restos de sangre y cada vez más.
No podía arriesgarme a deshacerme de su corazón puesto que la policía andaba por los alrededores así que día por día el cuadro fue perdiendo su color ya que lo limpiaba cada día. Así que no tardó en perder el color. Y además cada vez se iba poniendo más rojo, la sangre que aquel corazón desprendido iba brotando cada vez más.
La policía llegó ese día a recoger las pertenencias de Stephen. Estaban helados así que les ofrecí una caliente taza de té. Nos sentamos en el salón a conversar de la prensa del día. El primer policía se sentó junto a mí, y el segundo en frente mía. Justo bajo el cuadro. De repente de percaté de que era completamente rojo. ¿No sería demasiado extraño tener en casa un cuadro rojo? No se dieron cuenta de eso. Seguimos ablando y me tranquilicé un poco nadie se daría cuenta.
Entonces ocurrió. Una brillante gota roja brotó del cuadro y empezó a caer. Solo se escucho un simple goteo que calló justo en medio de la cabeza de ese policía calvo. Se hecho la mano a la cabeza y examino la mancha. En ese momento empecé a empalidecer y a ponerme más nervioso.
Fin. Mi plan perfecto había fallado. Los policías encontraron lo que necesitaban para convertirme en culpable. Ni siquiera intente escapar. Mis piernas estaban paralizadas por el miedo. El miedo a haber fallado, en lo que me esperaría a continuación.
Prisión. Eso fue lo que me esperó. Fue una época horrible. Hoy día aun me pregunto como aquel corazón desprendido de aquel cuerpo de aquel al principio gran amigo mío, Stephen, seguía sangrando a pesar de esa larga temporada. Nunca lo llegué a entender.
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