En Desmotivaciones desde:
06.12.2010

 Última sesión:

 Votos recibidos:
bueno 27 | malo 7

puntos 13 | votos: 13
Y así - habló un cani en el autobús.
puntos 7 | votos: 11
Miedo a la obscuridad  - Todos alguna bes de su vida  padecieron de este agobiante mal
puntos 0 | votos: 12
El sombrero seleccionador - La puerta se abrió de inmediato. Una bruja alta, de cabello negro y
túnica verde
esmeralda, esperaba allí. Tenía un rostro muy severo, y el primer
pensamiento de Harry
fue que se trataba de alguien con quien era mejor no tener problemas.
—Los de primer año, profesora McGonagall —dijo Hagrid.
—Muchas gracias, Hagrid. Yo los llevaré desde aquí.
Abrió bien la puerta. El vestíbulo de entrada era tan grande que
hubieran podido
meter toda la casa de los Dursley en él. Las paredes de piedra
estaban iluminadas con
resplandecientes antorchas como las de Gringotts, el techo era tan
alto que no se veía y
una magnífica escalera de mármol, frente a ellos, conducía a los
pisos superiores.
Siguieron a la profesora McGonagall a través de un camino señalado
en el suelo de
piedra. Harry podía oír el ruido de cientos de voces, que salían de
un portal situado a la
derecha (el resto del colegio debía de estar allí), pero la
profesora McGonagall llevó a
los de primer año a una pequeña habitación vacía, fuera del
vestíbulo. Se reunieron allí,
más cerca unos de otros de lo que estaban acostumbrados, mirando con
nerviosismo a
su alrededor.
—Bienvenidos a Hogwarts —dijo la profesora McGonagall—. El
banquete de
comienzo de año se celebrará dentro de poco, pero antes de que
ocupéis vuestro lugares
en el Gran Comedor deberéis ser seleccionados para vuestras casas. La
Selección es una
ceremonia muy importante porque, mientras estéis aquí, vuestras
casas serán como
vuestra familia en Hogwarts. Tendréis clases con el resto de la casa
que os toque,
dormiréis en los dormitorios de vuestras casas y pasaréis el tiempo
libre en la sala
común de la casa.
»Las cuatro casas se llaman Gryffindor, Hufflepuff, Ravenclaw y
Slytherin. Cada
casa tiene su propia noble historia y cada una ha producido notables
brujas y magos.
Mientras estéis en Hogwarts, vuestros triunfos conseguirán que las
casas ganen puntos,
mientras que cualquier infracción de las reglas hará que los
pierdan. Al finalizar el año,
la casa que obtenga más puntos será premiada con la copa de la casa,
un gran honor.
Espero que todos vosotros seréis un orgullo para la casa que os
toque.
»La Ceremonia de Selección tendrá lugar dentro de pocos minutos,
frente al resto
del colegio. Os sugiero que, mientras esperáis, os arregléis lo
mejor posible.
Los ojos de la profesora se detuvieron un momento en la capa de
Neville, que
estaba atada bajo su oreja izquierda, y en la nariz manchada de Ron.
Con nerviosismo,
Harry trató de aplastar su cabello.
—Volveré cuando lo tengamos todo listo para la ceremonia —dijo la
profesora
McGonagall—. Por favor, esperad tranquilos.
Salió de la habitación. Harry tragó con dificultad.
—¿Cómo se las arreglan exactamente para seleccionarnos?
—preguntó a Ron.
—Creo que es una especie de prueba. Fred dice que duele mucho, pero
creo que era
una broma.
El corazón de Harry dio un terrible salto. ¿Una prueba? ¿Delante de
todo el
colegio? Pero él no sabía nada de magia todavía... ¿Qué haría?
No esperaba algo así,
justo en el momento en que acababan de llegar. Miró temblando a su
alrededor y vio
que los demás también parecían aterrorizados. Nadie hablaba mucho,
salvo Hermione
Granger, que susurraba muy deprisa todos los hechizos que había
aprendido y se
preguntaba cuál necesitaría. Harry intentó no escucharla. Nunca
había estado tan
nervioso, nunca, ni siquiera cuando tuvo que llevar a los Dursley un
informe del colegio
que decía que él, de alguna manera, había vuelto azul la peluca de
su maestro. Mantuvo
los ojos fijos en la puerta. En cualquier momento, la profesora
McGonagall regresaría y
lo llevaría a su juicio final.
Entonces sucedió algo que le hizo dar un salto en el aire... Muchos
de los que
estaban atrás gritaron.
—¿Qué es...?
Resopló. Lo mismo hicieron los que estaban alrededor. Unos veinte
fantasmas
acababan de pasar a través de la pared de atrás. De un color blanco
perla y ligeramente
transparentes, se deslizaban por la habitación, hablando unos con
otros, casi sin mirar a
los de primer año. Por lo visto, estaban discutiendo. El que parecía
un monje gordo y
pequeño, decía:
—Perdonar y olvidar. Yo digo que deberíamos darle una segunda
oportunidad...
—Mi querido Fraile, ¿no le hemos dado a Peeves todas las
oportunidades que
merece? Nos ha dado mala fama a todos y, usted lo sabe, ni siquiera es
un fantasma de
verdad... ¿Y qué estáis haciendo todos vosotros aquí?
El fantasma, con gorguera y medias, se había dado cuenta de pronto de
la presencia
de los de primer año.
Nadie respondió.
—¡Alumnos nuevos! —dijo el Fraile Gordo, sonriendo a todos—.
Estáis esperando
la selección, ¿no?
Algunos asintieron.
—¡Espero veros en Hufflepuff—continuó el Fraile—. Mi antigua
casa, ya sabéis.
—En marcha —dijo una voz aguda—. La Ceremonia de Selección va a
comenzar.
La profesora McGonagall había vuelto. Uno a uno, los fantasmas
flotaron a través
de la pared opuesta.
—Ahora formad una hilera —dijo la profesora a los de primer
año— y seguidme.
Con la extraña sensación de que sus piernas eran de plomo, Harry se
puso detrás de
un chico de pelo claro, con Ron tras él. Salieron de la habitación,
volvieron a cruzar el
vestíbulo, pasaron por unas puertas dobles y entraron en el Gran
Comedor.
Harry nunca habría imaginado un lugar tan extraño y espléndido.
Estaba iluminado
por miles y miles de velas, que flotaban en el aire sobre cuatro
grandes mesas, donde los
demás estudiantes ya estaban sentados. En las mesas había platos,
cubiertos y copas de
oro. En una tarima, en la cabecera del comedor, había otra gran mesa,
donde se sentaban
los profesores. La profesora McGonagall condujo allí a los alumnos de
primer año y los
hizo detener y formar una fila delante de los otros alumnos, con los
profesores a sus
espaldas. Los cientos de rostros que los miraban parecían pálidas
linternas bajo la luz
brillante de las velas. Situados entre los estudiantes, los fantasmas
tenían un neblinoso
brillo plateado. Para evitar todas las miradas, Harry levantó la
vista y vio un techo de
terciopelo negro, salpicado de estrellas. Oyó susurrar a Hermione:
«Es un hechizo para
que parezca como el cielo de fuera, lo leí en la historia de
Hogwarts».
Era difícil creer que allí hubiera techo y que el Gran Comedor no se
abriera
directamente a los cielos.
Harry bajó la vista rápidamente, mientras la profesora McGonagall
ponía en
silencio un taburete de cuatro patas frente a los de primer año.
Encima del taburete puso
un sombrero puntiagudo de mago. El sombrero estaba remendado, raído y
muy sucio.
Tía Petunia no lo habría admitido en su casa.
Tal vez tenían que intentar sacar un conejo del sombrero, pensó
Harry algo
irreflexiblemente, eso era lo típico de... Al darse cuenta de que
todos los del comedor
contemplaban el sombrero, Harry también lo hizo. Durante unos pocos
segundos, se
hizo un silencio completo. Entonces el sombrero se movió. Una
rasgadura cerca del
borde se abrió, ancha como una boca, y el sombrero comenzó a cantar:
Oh, podrás pensar que no soy bonito,
pero no juzgues por lo que ves.
Me comeré a mí mismo si puedes encontrar
un sombrero más inteligente que yo.
Puedes tener bombines negros,
sombreros altos y elegantes.
Pero yo soy el Sombrero Seleccionador de Hogwarts
y puedo superar a todos.
No hay nada escondido en tu cabeza
que el Sombrero Seleccionador no pueda ver.
Así que pruébame y te diré
dónde debes estar.
Puedes pertenecer a Gryffindor,
donde habitan los valientes.
Su osadía, temple y caballerosidad
ponen aparte a los de Gryffindor.
Puedes pertenecer a Hufflepuff
donde son justos y leales.
Esos perseverantes Hufflepuff
de verdad no temen el trabajo pesado.
O tal vez a la antigua sabiduría de Ravenclaw,
Si tienes una mente dispuesta,
porque los de inteligencia y erudición
siempre encontrarán allí a sus semejantes.
O tal vez en Slytherin
harás tus verdaderos amigos.
Esa gente astuta utiliza cualquier medio
para lograr sus fines.
¡Así que pruébame! ¡No tengas miedo!
¡Y no recibirás una bofetada!
Estás en buenas manos (aunque yo no las tenga).
Porque soy el Sombrero Pensante.
Todo el comedor estalló en aplausos cuando el sombrero terminó su
canción. Éste
se inclinó hacia las cuatro mesas y luego se quedó rígido otra vez.
—¡Entonces sólo hay que probarse el sombrero! —susurró Ron a
Harry—. Voy a
matar a Fred.
Harry sonrió débilmente. Sí, probarse el sombrero era mucho mejor
que tener que
hacer un encantamiento, pero habría deseado no tener que hacerlo en
presencia de
todos. El sombrero parecía exigir mucho, y Harry no se sentía
valiente ni ingenioso ni
nada de eso, por el momento. Si el sombrero hubiera mencionado una
casa para la gente
que se sentía un poco indispuesta, ésa habría sido la suya.
La profesora McGonagall se adelantaba con un gran rollo de pergamino.
—Cuando yo os llame, deberéis poneros el sombrero y sentaros en el
taburete para
que os seleccionen —dijo—. ¡Abbott, Hannah!
Una niña de rostro rosado y trenzas rubias salió de la fila, se puso
el sombrero, que
la tapó hasta los ojos, y se sentó. Un momento de pausa.
—¡HUFFLEPUFF!—gritó el sombrero.
La mesa de la derecha aplaudió mientras Hannah iba a sentarse con los
de
Hufflepuff. Harry vio al fantasma del Fraile Gordo saludando con
alegría a la niña.
—¡Bones, Susan!
—¡HUFFLEPUFF! —gritó otra vez el sombrero, y Susan se apresuró
a sentarse al
lado de Hannah.
—¡Boot, Terry!
—¡RAVENCLAW!
La segunda mesa a la izquierda aplaudió esta vez. Varios Ravenclaws
se levantaron
para estrechar la mano de Terry, mientras se reunía con ellos.
Brocklehurst, Mandy también fue a Ravenclaw, pero Brown, Lavender
resultó la
primera nueva Gryffindor, en la mesa más alejada de la izquierda, que
estalló en vivas.
Harry pudo ver a los hermanos gemelos de Ron, silbando.
Bulstrode, Millicent fue a Slytherin. Tal vez era la imaginación de
Harry; después
de todo lo que había oído sobre Slytherin, pero le pareció que era
un grupo
desagradable.
Comenzaba a sentirse decididamente mal. Recordó lo que pasaba en las
clases de
gimnasia de su antiguo colegio, cuando se escogían a los jugadores
para los equipos.
Siempre había sido el último en ser elegido, no porque fuera malo,
sino porque nadie
deseaba que Dudley pensara que lo querían.
—¡Finch-Fletchley, Justin!
—¡HUFFLEPUFF!
Harry notó que, algunas veces, el sombrero gritaba el nombre de la
casa de
inmediato, pero otras tardaba un poco en decidirse.
—Finnigan, Seamus. —El muchacho de cabello arenoso, que estaba al
lado de
Harry en la fila, estuvo sentado un minuto entero, antes de que el
sombrero lo declarara
un Gryffindor.
—Granger, Hermione.
Hermione casi corrió hasta el taburete y se puso el sombrero, muy
nerviosa.
—¡GRYFFINDOR! —gritó el sombrero. Ron gruñó.
Un horrible pensamiento atacó a Harry, uno de aquellos horribles
pensamientos
que aparecen cuando uno está muy intranquilo. ¿Y si a él no lo
elegían para ninguna
casa? ¿Y si se quedaba sentado con el sombrero sobre los ojos,
durante horas, hasta que
la profesora McGonagall se lo quitara de la cabeza para decirle que
era evidente que se
habían equivocado y que era mejor que volviera en el tren?
Cuando Neville Longbottom, el chico que perdía su sapo, fue llamado,
se tropezó
con el taburete. El sombrero tardó un largo rato en decidirse. Cuando
finalmente gritó:
¡GRYFFINDOR!, Neville salió corriendo, todavía con el sombrero
puesto y tuvo que
devolverlo, entre las risas de todos, a MacDougal, Morag.
Malfoy se adelantó al oír su nombre y de inmediato obtuvo su deseo:
el sombrero
apenas tocó su cabeza y gritó: ¡SLYTHERIN!
Malfoy fue a reunirse con sus amigos Crabbe y Goyle, con aire de
satisfacción.
Ya no quedaba mucha gente.
Moon... Nott... Parkinson... Después unas gemelas, Patil y Patil...
Más tarde Perks,
Sally-Anne... y, finalmente:
—¡Potter; Harry!
Mientras Harry se adelantaba, los murmullos se extendieron
súbitamente como
fuegos artificiales.
—¿Ha dicho Potter?
—¿Ese Harry Potter?
Lo último que Harry vio, antes de que el sombrero le tapara los ojos,
fue el
comedor lleno de gente que trataba de verlo bien. Al momento
siguiente, miraba el
oscuro interior del sombrero. Esperó.
—Mm —dijo una vocecita en su oreja—. Difícil. Muy difícil.
Lleno de valor, lo
veo. Tampoco la mente es mala. Hay talento, oh vaya, sí, y una buena
disposición para
probarse a sí mismo, esto es muy interesante... Entonces, ¿dónde te
pondré?
Harry se aferró a los bordes del taburete y pensó: «En Slytherin
no, en Slytherin
no».
—En Slytherin no, ¿eh? —dijo la vocecita—. ¿Estás seguro?
Podrías ser muy
grande, sabes, lo tienes todo en tu cabeza y Slytherin te ayudaría en
el camino hacia la
grandeza. No hay dudas, ¿verdad? Bueno, si estás seguro, mejor que
seas
¡GRYFFINDOR!
Harry oyó al sombrero gritar la última palabra a todo el comedor. Se
quitó el
sombrero y anduvo, algo mareado, hacia la mesa de Gryffindor. Estaba
tan aliviado de
que lo hubiera elegido y no lo hubiera puesto en Slytherin, que casi
no se dio cuenta de
que recibía los saludos más calurosos hasta el momento. Percy el
prefecto se puso de
pie y le estrechó la mano vigorosamente, mientras los gemelos Weasley
gritaban:
«¡Tenemos a Potter! ¡Tenemos a Potter!». Harry se sentó en el
lado opuesto al fantasma
que había visto antes. Éste le dio una palmada en el brazo, dándole
la horrible sensación
de haberlo metido en un cubo de agua helada.
Podía ver bien la Mesa Alta. En la punta, cerca de él, estaba
Hagrid, que lo miró y
levantó los pulgares. Harry le sonrió. Y allí, en el centro de la
Mesa Alta, en una gran
silla de oro, estaba sentado Albus Dumbledore. Harry lo reconoció de
inmediato, por el
cromo de las ranas de chocolate. El cabello plateado de Dumbledore era
lo único que
brillaba tanto como los fantasmas. Harry también vio al profesor
Quirrell, el nervioso
joven del Caldero Chorreante. Estaba muy extravagante, con un gran
turbante púrpura.
Y ya quedaban solamente tres alumnos para seleccionar. A Turpin, Lisa
le tocó
Ravenclaw, y después le llegó el turno a Ron. Tenía una palidez
verdosa y Harry cruzó
los dedos debajo de la mesa. Un segundo más tarde, el sombrero
gritó:
¡GRYFFINDOR!
Harry aplaudió con fuerza, junto con los demás, mientras que Ron se
desplomaba
en la silla más próxima.
—Bien hecho, Ron, excelente —dijo pomposamente Percy Weasley, por
encima de
Harry, mientras que Zabini, Blaise era seleccionado para Slytherin. La
profesora
McGonagall enrolló el pergamino y se llevó el Sombrero
Seleccionador.
Harry miró su plato de oro vacío. Acababa de darse cuenta de lo
hambriento que
estaba. Los pasteles le parecían algo del pasado.
Albus Dumbledore se había puesto de pie. Miraba con expresión
radiante a los
alumnos, con los brazos muy abiertos, como si nada pudiera gustarle
más que verlos
allí.
—¡Bienvenidos! —dijo—. ¡Bienvenidos a un año nuevo en
Hogwarts! Antes de
comenzar nuestro banquete, quiero deciros unas pocas palabras. Y aquí
están,
¡Papanatas! ¡Llorones! ¡Baratijas! ¡Pellizco!... ¡Muchas gracias!
Se volvió a sentar. Todos aplaudieron y vitorearon. Harry no sabía
si reír o no.
—Está... un poquito loco, ¿no? —preguntó con aire inseguro a
Percy.
—¿Loco? —dijo Percy con frivolidad—. ¡Es un genio! ¡El mejor
mago del mundo!
Pero está un poco loco, sí. ¿Patatas, Harry?
Harry se quedó con la boca abierta. Los platos que había frente a
él de pronto
estuvieron llenos de comida. Nunca había visto tantas cosas que le
gustara comer sobre
una mesa: carne asada, pollo asado, chuletas de cerdo y de ternera,
salchichas, tocino y
filetes, patatas cocidas, asadas y fritas, pudín, guisantes,
zanahorias, salsa de carne, salsa
de tomate y, por alguna extraña razón, bombones de menta.
Los Dursley nunca habían matado de hambre a Harry, pero tampoco le
habían
permitido comer todo lo que quería. Dudley siempre se servía lo que
Harry deseaba,
aunque no le gustara. Harry llenó su plato con un poco de todo, salvo
los bombones de
menta, y comenzó a comer. Todo estaba delicioso.
—Eso tiene muy buen aspecto —dijo con tristeza el fantasma de la
gola,
observando a Harry mientras éste cortaba su filete.
—¿No puede...?
—No he comido desde hace unos cuatrocientos años —dijo el
fantasma—. No lo
necesito, por supuesto, pero uno lo echa de menos. Creo que no me he
presentado,
¿verdad? Sir Nicholas de Mimsy-Porpington a su servicio. Fantasma
Residente de la
Torre de Gryffindor.
—¡Yo sé quién es usted! —dijo súbitamente Ron—. Mi hermano
me lo contó.
¡Usted es Nick Casi Decapitado!
—Yo preferiría que me llamaran Sir Nicholas de Mimsy... —comenzó
a decir el
fantasma con severidad, pero lo interrumpió Seamus Finnigan, el del
pelo color arena.
—¿Casi Decapitado? ¿Cómo se puede estar casi decapitado?
Sir Nicholas pareció muy molesto, como si su conversación no
resultara como la
había planeado.
—Así —dijo enfadado. Se agarró la oreja izquierda y tiró. Teda
su cabeza se
separó de su cuello y cayó sobre su hombro, como si tuviera una
bisagra. Era evidente 
que alguien había tratado de decapitarlo, pero que no lo había hecho
bien. Pareció
complacido ante las caras de asombro y volvió a ponerse la cabeza en
su sitio, tosió y
dijo: ¡Así que nuevos Gryffindors! Espero que este año nos ayudéis
a ganar el campeonato
para la casa. Gryffindor nunca ha estado tanto tiempo sin ganar.
¡Slytherin ha
ganado la copa seis veces seguidas! El Barón Sanguinario se ha vuelto
insoportable... Él
es el fantasma de Slytherin.
Harry miró hacia la mesa de Slytherin y vio un fantasma horrible
sentado allí, con
ojos fijos y sin expresión, un rostro demacrado y las ropas manchadas
de sangre
plateada. Estaba justo al lado de Malfoy que, como Harry vio con mucho
gusto, no
parecía muy contento con su presencia.
—¿Cómo es que está todo lleno de sangre? —preguntó Seamus con
gran interés.
—Nunca se lo he preguntado —dijo con delicadeza Nick Casi
Decapitado.
Cuando hubieron comido todo lo que quisieron, los restos de comida
desaparecieron de los platos, dejándolos tan limpios como antes. Un
momento más
tarde aparecieron los postres. Trozos de helados de todos los gustos
que uno se pudiera
imaginar; pasteles de manzana, tartas de melaza, relámpagos de
chocolate, rosquillas de
mermelada, bizcochos borrachos, fresas, jalea, arroz con leche...
Mientras Harry se servía una tarta, la conversación se centró en
las familias.
—Yo soy mitad y mitad —dijo Seamus—. Mi padre es muggle. Mamá
no le dijo
que era una bruja hasta que se casaron. Fue una sorpresa algo
desagradable para él.
Los demás rieron.
—¿Y tú, Neville? —dijo Ron.
—Bueno, mi abuela me crió y ella es una bruja —dijo Neville—,
pero la familia
creyó que yo era todo un muggle, durante años. Mi tío abuelo Algie
trataba de
sorprenderme descuidado y forzarme a que saliera algo de magia de mí.
Una vez casi
me ahoga, cuando quiso tirarme al agua en el puerto de Blackpool, pero
no pasó nada
hasta que cumplí ocho años. El tío abuelo Algie había ido a tomar
el té y me tenía
cogido de los tobillos y colgando de una ventana del piso de arriba,
cuando mi tía
abuela Enid le ofreció un merengue y él, accidentalmente, me soltó.
Pero yo reboté,
todo el camino, en el jardín y la calle. Todos se pusieron muy
contentos. Mi abuela
estaba tan feliz que lloraba. Y tendríais que haber visto sus caras
cuando vine aquí.
Creían que no sería tan mágico como para venir. El tío abuelo
Algie estaba tan contento
que me compró mi sapo.
Al otro lado de Harry, Percy Weasley y Hermione estaban hablando de
las clases.
(«Espero que empiecen en seguida, hay mucho que aprender; yo estoy
particularmente
interesada en Transformaciones, ya sabes, convertir algo en otra cosa,
por supuesto
parece ser que es muy difícil. Hay que empezar con cosas pequeñas,
como cerillas en y
todo eso...»)
Harry, que comenzaba a sentirse reconfortado y somnoliento, miró otra
vez hacia la
Mesa Alta. Hagrid bebía copiosamente de su copa. La profesora
McGonagall hablaba
con el profesor Dumbledore. El profesor Quirrell, con su absurdo
turbante, conversaba
con un profesor de grasiento pelo negro, nariz ganchuda y piel
cetrina.
Todo sucedió muy rápidamente. El profesor de nariz ganchuda miró
por encima del
turbante de Quirrell, directamente a los ojos de Harry... y un dolor
agudo golpeó a Harry
en la cicatriz de la frente.
—¡Ay! —Harry se llevó una mano a la cabeza.
—¿Qué ha pasado? —preguntó Percy
—N-nada.
El dolor desapareció tan súbitamente como había aparecido. Era
difícil olvidar la
sensación que tuvo Harry cuando el profesor lo miró, una sensación
que no le gustó en
absoluto.
—¿Quién es el que está hablando con el profesor Quirrell?
—preguntó a Percy.
—Oh, ¿ya conocías a Quirrell, entonces? No es raro que parezca tan
nervioso, ése
es el profesor Snape. Su materia es Pociones, pero no le gusta... Todo
el mundo sabe
que quiere el puesto de Quirrell. Snape sabe muchísimo sobre las
Artes Oscuras.
Harry vigiló a Snape durante un rato, pero el profesor no volvió a
mirarlo.
Por último, también desaparecieron los postres, y el profesor
Dumbledore se puso
nuevamente de pie. Todo el salón permaneció en silencio.
—Ejem... sólo unas pocas palabras más, ahora que todos hemos
comido y bebido.
Tengo unos pocos anuncios que haceros para el comienzo del año.
»Los de primer año debéis tener en cuenta que los bosques del área
del castillo
están prohibidos para todos los alumnos. Y unos pocos de nuestros
antiguos alumnos
también deberán recordarlo.
Los ojos relucientes de Dumbledore apuntaron en dirección a los
gemelos Weasley.
—El señor Filch, el celador, me ha pedido que os recuerde que no
debéis hacer
magia en los recreos ni en los pasillos.
»Las pruebas de quidditch tendrán lugar en la segunda semana del
curso. Los que
estén interesados en jugar para los equipos de sus casas, deben
ponerse en contacto con
la señora Hooch.
»Y por último, quiero deciros que este año el pasillo del tercer
piso, del lado
derecho, está fuera de los límites permitidos para todos los que no
deseen una muerte
muy dolorosa.
Harry rió, pero fue uno de los pocos que lo hizo.
—¿Lo decía en serio? —murmuró a Percy.
—Eso creo —dijo Percy, mirando ceñudo a Dumbledore—. Es raro,
porque
habitualmente nos dice el motivo por el que no podemos ir a algún
lugar. Por ejemplo,
el bosque está lleno de animales peligrosos, todos lo saben. Creo
que, al menos, debió
avisarnos a nosotros, los prefectos.
—¡Y ahora, antes de que vayamos a acostarnos, cantemos la canción
del colegio!
—exclamó Dumbledore. Harry notó que las sonrisas de los otros
profesores se habían
vuelto algo forzadas.
Dumbledore agitó su varita, como si tratara de atrapar una mosca, y
una larga tira
dorada apareció, se elevó sobre las mesas, se agitó como una
serpiente y se transformó
en palabras.
—¡Que cada uno elija su melodía favorita! —dijo Dumbledor—.
¡Y allá vamos!
Y todo el colegio vociferó:
Hogwarts, Hogwarts, Hogwarts,
enséñanos algo, por favor.
Aun que seamos viejos y calvos
o jóvenes con rodillas sucias,
nuestras mentes pueden ser llenadas
con algunas materias interesantes.
Porque ahora están vacías y llenas de aire,
pulgas muertas y un poco de pelusa.
Así que enséñanos cosas que valga la pena saber,
haz que recordemos lo que olvidamos,
hazlo lo mejor que puedas, nosotros haremos el resto,
y aprenderemos hasta que nuestros cerebros se consuman.
Cada uno terminó la canción en tiempos diferentes. Al final, sólo
los gemelos
Weasley seguían cantando, con la melodía de una lenta marcha
fúnebre. Dumbledore
los dirigió hasta las últimas palabras, con su varita y, cuando
terminaron, fue uno de los
que aplaudió con más entusiasmo.
—¡Ah, la música! —dijo, enjugándose los ojos—. ¡Una magia
más allá de todo lo
que hacemos aquí! Y ahora, es hora de ir a la cama. ¡Salid al trote!
Los de primer año de Gryffindor siguieron a Percy a través de grupos
bulliciosos,
salieron del Gran Comedor y subieron por la escalera de mármol. Las
piernas de Harry
otra vez parecían de plomo, pero sólo por el exceso de cansancio y
comida. Estaba tan
dormido que ni se sorprendió al ver que la gente de los retratos, a
lo largo de los
pasillos, susurraba y los señalaba al pasar; o cuando Percy en dos
oportunidades los hizo
pasar por puertas ocultas detrás de paneles corredizos y tapices que
colgaban de las
paredes. Subieron más escaleras, bostezando y arrastrando los pies y,
cuando Harry
comenzaba a preguntarse cuánto tiempo más deberían seguir, se
detuvieron
súbitamente.
Unos bastones flotaban en el aire, por encima de ellos, y cuando Percy
se acercó
comenzaron a caer contra él.
—Peeves —susurró Percy a los de primer año—. Es un duende, lo
que en las
películas llaman poltergeist. —Levantó la voz—: Peeves, aparece.
La respuesta fue un ruido fuerte y grosero, como si se desinflara un
globo.
—¿Quieres que vaya a buscar al Barón Sanguinario?
Se produjo un chasquido y un hombrecito, con ojos oscuros y perversos
y una boca
ancha, apareció, flotando en el aire con las piernas cruzadas y
empuñando los bastones.
—¡Oooooh! —dijo, con un maligno cacareo—. ¡Los horribles
novatos! ¡Qué
divertido!
De pronto se abalanzó sobre ellos. Todos se agacharon.
—Vete, Peeves, o el Barón se enterará de esto. ¡Lo digo en serio!
—gritó enfadado
Percy
Peeves hizo sonar su lengua y desapareció, dejando caer los bastones
sobre la
cabeza de Neville. Lo oyeron alejarse con un zumbido, haciendo resonar
las armaduras
al pasar.
—Tenéis que tener cuidado con Peeves —dijo Percy, mientras
seguían
avanzando—. El Barón Sanguinario es el único que puede
controlarlo, ni siquiera nos
escucha a los prefectos. Ya llegamos.
Al final del pasillo colgaba un retrato de una mujer muy gorda, con un
vestido de
seda rosa.
—¿Santo y seña? —preguntó.
—Caput draconis —dijo Percy, y el retrato se balanceó hacia
delante y dejó ver un
agujero redondo en la pared. Todos se amontonaron para pasar (Neville
necesitó ayuda)
y se encontraron en la sala común de Gryffindor; una habitación
redonda y acogedora,
llena de cómodos sillones.
Percy condujo a las niñas a través de una puerta, hacia sus
dormitorios, y a los
niños por otra puerta. Al final de una escalera de caracol (era
evidente que estaban en
una de las torres) encontraron, por fin, sus camas, cinco camas con
cuatro postes cada
una y cortinas de terciopelo rojo oscuro. Sus baúles ya estaban
allí. Demasiado cansados
para conversar, se pusieron sus pijamas y se metieron en la cama.
—Una comida increíble, ¿no? —murmuró Ron a Harry, a través de
las cortinas—.
¡Fuera, Scabbers! Te estás comiendo mis sábanas.
Harry estaba a punto de preguntar a Ron si le quedaba alguna tarta de
melaza, pero
se quedó dormido de inmediato.
Tal vez Harry había comido demasiado, porque tuvo un sueño muy
extraño. Tenía
puesto el turbante del profesor Quirrell, que le hablaba y le decía
que debía pasarse a
Slytherin de inmediato, porque ése era su destino. Harry contestó al
turbante que no
quería estar en Slytherin y el turbante se volvi6 cada vez más
pesado. Harry intentó
quitárselo, pero le apretaba dolorosamente, y entonces apareció
Malfoy, que se burló de
él mientras luchaba para quitarse el turbante. Luego Malfoy se
convirtió en el profesor
de nariz ganchuda, Snape, cuya risa se volvía cada vez más fuerte y
fría... Se produjo un
estallido de luz verde y Harry se despertó, temblando y empapado en
sudor.
Se dio la vuelta y se volvió a dormir. Al día siguiente, cuando se
despertó, no
recordaba nada de aquel sueño.
puntos 16 | votos: 16
Nunca había encontrado - a nadie tan perfecto como TÚ
puntos 15 | votos: 15
Decir cosas a la cara - lo estoy haciendo de p.m

puntos 9 | votos: 9
¡QUE YO ESTOY MU LOCO! - ¡Que voy al super, y en la leche pone abrir aquí y la abro en mi casa!
puntos 23 | votos: 23
El amor es cosa de dos - pero siempre hay un gilipollas que no sabe contar
puntos -2 | votos: 12
Anna Bessonova - La mejor gimnasta de todos los tiempos.
puntos 1333 | votos: 1559
¿Me estas retando? - Baja ahora mismo si no quieres que me enfade
puntos 1290 | votos: 1320
Antes te decían: - ¿Has suspendido alguna asignatura?
Ahora, directamente, te preguntan: ¿Cuantas te han quedado?




LOS MEJORES CARTELES DE

Número de visitas: 11446030194 | Usuarios registrados: 2057407 | Clasificación de usuarios
Carteles en la página: 8001732, hoy: 6, ayer: 14
blog.desmotivaciones.es
Contacto | Reglas
▲▲▲

Valid HTML 5 Valid CSS!