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me boi a ver eto entero adio merese la pena os kiero
Nada, a mí, don Carlos, es que me entra la vena a las 3 de la madrugada siempre.
Mírala, está gritándole a una estúpida almohada, como si ella fuese a darle la respuesta a todo por lo que se siente tan perdida. Es gracioso que nadie sepa cuándo te vas a la cama llorando y cuando no, cuando a la mañana siguiente hablas con alguien e ignora completamente que anoche te desgarraste la voz encerrada en el baño porque necesitas algo que te falta. Nadie estuvo allí para contarlo, salvo tú, y después tienes que hacer como que estás feliz para que no pasen de ti, cuando en realidad pasa lo que pasa.
No sabía entonces que el océano del tiempo tarde o
temprano nos devuelve los recuerdos que enterramos en él. Quince años más tarde, la memoria de aquel día ha vuelto a mí. He visto a aquel muchacho vagando entre las brumas de la estación de Francia y el nombre de Marina se ha encendido de nuevo como una herida fresca. Todos tenemos un secreto encerrado bajo llave en el ático del alma. Éste es el mío.
Me la suda.
Le quiero, don Carlos.
por qué esta novela sigue estando tan presente en mi memoria como el día que la terminé de escribir, y sabré recordar, como diría Marina, lo que nunca sucedió.
.Z Barcelona 2008
Siempre he creído que todo escritor, lo admita o no, cuenta entre sus libros algunos como sus favoritos. Esa predilección raramente tiene que ver con el valor literario intrínseco de la obra ni con la acogida que en su día le hayan dispensado los lectores ni con la fortuna o penuria que le haya deparado su publicación.
—¿Cómo dice que se llama el capitán? —preguntó Isabella.
—Caronte.
—No le veo la gracia.