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17.04.2011

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Lo de mi yaya no es bigote... - es una adorable pelusilla melocotonera
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Cuenta Cuentos. - Y cuando dio comienzo, aquél pequeño personaje dejó caer su caña
mientras él colgaba de la luna. Es un mago, pensó; ese niño que
salía siempre antes de sus películas favoritas, con su caña
encantada que, en vez de peces, pescaba sueños y aventuras
fantásticas.

Quizá –se dijo la niña, observando la luna desde la ventana del
orfanato-, si consiguiera hablar con él, podría prestarme su caña
durante un rato para pescar un sueño en el que mis papás no
estuvieran en el cielo y vinieran a buscarme... pero es imposible
llegar hasta la luna. 

Los labios de Claudia se torcieron en una mueca que reflejaba la pena
que se instalaba en lo profundo de sus ojos, pero… de pronto, al ver
unas luces intermitentes brillando entre la oscuridad de la noche,
tuvo una idea. 
Se acercó hasta su mochila y arrancó una hoja del cuaderno, abrió
el estuche, cogió un bolígrafo y se sentó de nuevo frente a la
repisa de la ventana. 

Querido Mago de los Sueños: 
Me llamo Claudia y tengo 8 años y siempre te veo por la tele. Como
sé que eres mago y regalas sueños, quiero pedirte uno en el que
salgan mi mamá y mi papá, que están contigo en el cielo porque su
coche se rompió… es muy importante, porque ya casi no me acuerdo de
sus caras, sólo del olor del pelo de mamá y de las tortitas que
hacía papá para desayunar. Si me regalas el sueño, te escribiré
más cartas todas las noches, porque he visto en la tele que tú
tampoco tienes papás y estás solo en la luna. 

Cuando terminó la carta, de escritura irregular y plagada de faltas
de ortografía, empezó a doblar el papel como le había enseñado su
madre cuando era más pequeña, formando un avioncito. Se puso de
puntillas, abrió la ventana y, después de apuntar cerrando uno de
los ojos, el avión que como único pasajero llevaba sus sueños
despegó hacia la luna. 
Lo vigiló hasta que se escapó del alcance de sus ojos y apoyó la
barbilla sobre sus brazos, mirando el cielo atentamente, esperando a
que el Mago de los Sueños respondiera a sus palabras. 

Pasadas ya un par de horas, Claudia había empezado a perder toda
esperanza. Suspiraba, a punto de echarse a llorar, cuando algo
brillante que había surgido de súbito cruzó el cielo, dejando una
leve estela luminosa. Claudia abrió los ojos como platos y en su
rostro pálido y redondo se dibujó una ancha sonrisa; sin duda, eso
debía ser el sueño que el Mago había pescado para ella y que ahora
le enviaba. 
Claudia se fue a la cama con la ilusión prendida en la solapa y,
aquella noche, recobró el recuerdo del rostro de sus padres que, en
realidad, nunca había desaparecido. 

Aquél hechizo no había sido más que una estrella fugaz rasgando el
momento oportuno de la persona adecuada y se había hecho fuerte al
chocar contra la ilusión y la fantasía que se esconde en la
inocencia de una niña. El resto, casualidades de la vida; aunque
quizá de eso esté hecha la magia de verdad.



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