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Hay derrotas que tienen - más dignidad que una victoria.
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Motiva - Que ellos cada día arriesguen su vida por los demás.
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Creerse un sabio - ir a otro lugar y encontrar a alguien mas sabio
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Sentir mas emoción - en una página que en el cine.
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Te das cuenta - de que has crecido, cuando ya no te dan ganas de asustar a las palomas.

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Con el tiempo comprendes - que sólo quien es capaz de amarte con tus defectos sin pretender cambiarte,
puede brindarte toda la felicdad que deseas.
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Volver con tu Ex - es como ponerle agua al Shampoo que se acaba: Puede que funcione, pero
nunca será como al principio.
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Toreo - El único arte que juega con la muerte
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Al otro lado de la vida 1x121 - Enfermería de la prisión Kéle de Etzel
16 de agosto de 2008

La doctora sacó la jeringa y colocó en su lugar una porción de
algodón, mientras le decía que apretase. El chico acató la orden y
se la quedó mirando mientras tiraba la jeringa vacía a un contenedor
de aluminio. Se quitó los guantes y suspiró largamente. 
DOCTORA RUIZ – Si notas mareos o dolor de cabeza en las próximas
veinticuatro horas, no te asustes. Si prosiguen después de un día,
vuelve aquí.
	Christian asintió con la cabeza.
DOCTORA RUIZ – Puerta.
	Christian caminó hacia la salida, y abandonó la enfermería, con
peor cara de la que había entrado. Ahí le estaban esperando los
otros dos chicos, ya vestidos, y los guardas que les escoltarían a su
destino. Uno de ellos le tiró el uniforme al pecho, haciéndole caer
el algodón manchado de sangre al suelo. El chico lo cogió y se lo
puso, mientras el guarda le metía prisa. Una vez hubo acabado,
prosiguieron su camino, cruzando el edificio de extremo a extremo para
salir de nuevo al exterior. El sol apretaba con fuerza, pero todo
estaba mucho más silencioso; ahora ya no había nadie en el patio de
tierra. Les guiaron por otro conducto de rejas hasta la última
compuerta que comunicaba con el acceso a la nave dormitorio; una caja
rectangular de hormigón y acero, con una altura de tres pisos.
	Al entrar se encontraron de frente un alto muro, y al sortearlo
recibieron el eco de cientos de voces hablando en voz alta. La
mayoría de los presos ya ocupaban sus celdas, pero todavía había
algunos rezagados charlando o discutiendo frente a las puertas. Había
docenas de celdas a ambos lados, en tres niveles, todas ellas
rebosantes de vida, ocupadas por pequeñas hormiguitas naranjas que
hacía ya largo tiempo que habían perdido la dirección del
hormiguero. Los tres guardas se repartieron los tres reclusos. Él se
quedó con un hombre delgado con la piel tostada por el sol y una
incipiente calva, que le guió hacia las escaleras. Subieron hasta el
primer piso, escuchando la voz de megafonía que repetía una y otra
vez que ocuparan sus celdas.
	La suya tenía el número 202 dibujado con letras negras en una placa
metálica que cruzaba la puerta abierta. Al ver los barrotes que le
retendrían durante tantas horas al día, tuvo que luchar por no
derrumbarse de nuevo. El guarda le indicó con la cabeza que se
metiese dentro, y él asintió y lo hizo, algo cabizbajo.
Afortunadamente nadie había reparado en él, pues no le apetecía en
absoluto lidiar con ninguno de los presos. Al entrar, notó
empequeñecer la celda. Una sirena sonó estridente en la nave, y se
formó algo de silencio. Christian se asustó. Un agente en cada piso
dio el visto bueno con un sonoro grito y acto seguido las puertas se
cerraron automáticamente con un ligero chasquido.
	Por fin le habían dejado solo. Ahora no se podía escudar en ningún
guarda, y se sentía más vulnerable por ello. Se quedó mirando al
exterior unos segundos, viendo a través de la fina barandilla los
tres pisos de celdas que había en la otra ala de la nave. Estaban muy
lejos, aquellos presos que no paraban de hablar a voces, pero
suficientemente cerca para distinguir sus caras. Los miró y de nuevo
emergió en su interior la certidumbre que él no pertenecía a ese
lugar. Él no era como ellos…
	Se giró y casi se cae el suelo del sobresalto. Frente a él, a no
más de dos metros junto a la vieja litera, había un hombre de unos
cuarenta años. Tenía el pelo suelto, muy largo, y una barba de tres
días. Unas gafas de montura metálica, pasadas de moda hacía más de
una década, no conseguían que su aspecto resultase menos amenazador.
No obstante, Christian tuvo que luchar para sobrellevar la situación.
A sus ojos, todos eran peligrosos delincuentes, y él no era más que
un niño, y tenía miedo. Temía estar encerrado en la misma celda con
un asesino o un violador.
FERNANDO – ¿Eres nuevo, verdad?
	Christian asintió con la cabeza, tímido y superado por la
situación.
FERNANDO – Tranquilo, muchacho, que no muerdo. Yo soy Fernando.
	El preso le ofreció su mano, bastante grande, llena de callos y con
las uñas amarillentas, pese a estar limpia. Christian titubeó
durante unos segundos, y acto seguido le estrechó la mano, con fuerza
y seguridad, cómo le habían enseñado. El hombre esbozó una sonrisa
y se sentó en la cama inferior de la litera. Le miraba con
curiosidad, y eso no conseguía más que ponerle aún más nervioso.
FERNANDO – ¿Qué edad tienes?
CHRISTIAN – Di… Dieciocho.
FERNANDO – Hay que joderse, si no eres más que un crío.
	Christian miró de nuevo al suelo. Deseaba estar en cualquier otro
sitio, pero no había por donde escapar.
FERNANDO – Y bueno… ¿Cómo te llamas?
CHRISTIAN – Chris… Christian.
FERNANDO – Pues bienvenido a la cloaca. Ven aquí y siéntate,
tenemos mucho que hablar tú y yo.
	Christian respiró hondo y se sentó junto a su compañero de celda.
FERNANDO – ¿Y por qué te han metido aquí?
CHRISTIAN – No… No quiero hablar de eso.
	Fernando le miró con seriedad, Christian le aguantó la mirada unos
segundos, hasta que tragó saliva de nuevo y volvió a mirar al suelo.
Fernando rió y Christian tuvo un espasmo fruto de la tensión.
FERNANDO – Estás acojonado, chico. Aquí no tienes nada que temer,
yo soy legal. Me metieron aquí por robar una puta cartera, para dar
de comer a mi familia. Lo que yo no sabía era que el tío al que se
la quité era juez… Qué te voy a contar. Has tenido suerte, porque
esto está lleno de escoria. Toda la basura que no quieren en la
sociedad la meten aquí; tenemos desde violadores de niños hasta
asesinos, sin contar los enfermos mentales. Pero esos les tienen en
otro sitio, por suerte.
	Christian comenzó a castañear los dientes, notando como las palmas
de las manos se le enfriaban y cómo su corazón latía a mayor
velocidad de lo normal. Fernando le miraba y temía que se cayera
redondo en cualquier momento.	
FERNANDO – No, no te quiero asustar. Sólo te aviso. Yo llevo aquí
ocho años, y sé quién es de fiar y quién no. Por cierto, ¿cuánto
tiempo te ha caído?
CHRISTIAN – Un año y tres meses.
FERNANDO – ¡El tío! Si vas a salir antes que yo, a mi me quedan
todavía un par de años. ¿Te han hablado de las tareas?
Christian negó con la cabeza. Ahora le miraba, y se sentía algo más
tranquilo. En un principio le había asustado, pero poco a poco
aprendía a confiar en él. No sabía si era una buena idea, pero
tampoco tenía otra opción.
FERNANDO – No todos lo hacen, sólo quién quiere. Es para ganarse
algo de dinero, para poder llamar por teléfono, comprarte tabaco o
algo más de comida de la que viene con el rancho, la prensa,
libros… tampoco hay mucho dónde escoger, pero ayuda a pasar mejor
el rato.
	Christian le observaba con atención.
FERNANDO – Yo estoy en la sección de mecánica, arreglando coches y
demás. Se cobra una mierda, pero sales de aquí con una profesión
y… bueno… nunca está de más. Hace un par de semanas dejaron
libre a uno de mis trabajadores, y tenemos una vacante. Prefiero
decírtelo a ti que a cualquiera de los que hay aquí dentro. De la
mayoría no me fío un pelo, y el resto ya tienen sus propios
trabajos. ¿Qué me dices, te apuntas?
	Christian subió los hombros y asintió con la cabeza, luchando por
evitar mostrar una sonrisa. Desde muy pequeño había deseado ser
mecánico; adoraba los coches y las motos y estaba esperando acabar el
bachillerato, en gran medida por satisfacer a su madre, para ponerse a
estudiar para trabajar de eso. Ahora que todo se había torcido, los
azares del destino parecían querer recompensarle por su paciencia.
Algo en su estómago le decía que no estaría tan mal dentro de la
tragedia. Lástima que esa sensación no le acompañaría mucho
tiempo.
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La paz no es la ausencia - de guerra sino la presencia de justicia.

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no os creais esta mierda - los sientifikos no tienen rason dios ecsiste i la omosecsualidad si es una enfermeda



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