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23.10.2011

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Veterano Nivel 2

puntos 9 | votos: 9
Me he convertido - en lo que más odio. Me he convertido en alguien superficial. Me he
convertido en alguien dependiente. Me he convertido en alguien
débil...

Te he hecho daño, te he asfixiado, te he robado tiempo y al final
acabé por convertirte en mi droga.

Convertí mi vida en un teatro, en una tragedia que narrarte mientras
tú sufrías en silencio la tuya. Reiteré todos mis miedos una y otra
vez en un enfermizo ciclo sin fin hasta que dijiste basta y acabamos
así. Disfruté de mi autodestrucción mientras sabía que
precisamente por esa autodestrucción ponía en peligro nuestra
relación.

Y al final sucedió...

Perdí todo criterio e ignoré a todos los que me rodean para
convertirte en el centro de mi vida... y no me arrepiento.

No me arrepiento de todo por lo que pasamos, no me arrepiento de todo
lo que sentimos, no me arrepiento de todo lo que te he ayudado ni me
arrepiento de todo lo que me has ayudado a mí. Y si pudiera volver a
empezar, cometería los mismos errores una y otra vez. 

Sólo me arrepiento de una cosa: haberme pasado tres pueblos.

Quiero que sepas que no temo a la soledad, que este vacío no es nada
comparable con todo por lo que tantos años tuve que sufrir. Me
repondré y encontraré a alguien, aprenderé a estar con más gente y
a no sentirme desplazado cada vez que menciones a alguien que no soy
yo.

No temo esta nueva soledad.

Lo que sí temo es el momento en que nos volvamos a ver y lo que pase
a continuación. 

Tal vez nada vuelva a ser igual. Tal vez todas nuestras promesas
llegarán a romperse y después de todo lo que fuimos nos quedemos en
simples amigos. Tal vez este reinicio nos hará más fuertes, esta
relación más fuerte. 

Tal vez...

Tal vez...
puntos 8 | votos: 8
Historia del autobús 3 - Desde que tenía diez años tuve claro que no iba a ser
madre…ejemplar. La vida nunca me dio motivos para ser feliz, así
que, ¿para qué tenerlos ahora? Las cosas se hacen de una manera y
era por las malas. Miente y ganarás dinero, mata y nadie saldrá
perjudicado, consigue una tapadera y obtendrás mayores beneficios.
Tenía una fábrica clandestina de armas, pero la policía me seguía
el rastro desde hacía tiempo. Siempre rehusaba de sus preguntas,
procuraba que no me vigilasen y ni aun con esas podía zafarme de
ellos. Así que no tuve más remedio que coger una mejor tapadera que
la que suponía una fábrica textil: Una familia. Si veían que una
mujer que trabajaba mucho y rehusaba de querer perder el tiempo a
causa de que deseaba llegar a casa para ver a su marido y su
hijo/hija, la policía se daría cuenta de que mi coartada es buena y
dejarían de meter las narices. Y lo conseguí, vaya que si lo
conseguí. Vieron que se habían pasado, que no deberían haber dudado
de mí en ningún momento y que me apoyarían en todo momento.
Sé que parece complicado, pero todo tiene su explicación. Yo ya
tenía un novio desde hacía ya tiempo y empezábamos a vivir juntos.
Si fuimos novios, mi interés fue su puesto de policía, que pensé
que ayudaría. En parte lo hizo, ya que gracias a su trabajo podía
enterarme más o menos de cuándo la policía iba a seguirme la pista.
Pero como dije antes, no fue así, ya que necesitaba una tapadera
mejor. Así que nos casamos y yo me quedé embarazada. El tráfico de
armas descendió bruscamente ya que tenía que estar de baja por
maternidad, pero en cuanto di a luz a mi hija, volví al trabajo de
siempre, con mi negocio de siempre. El memo de mi novio estaba tan
ilusionado con nuestra hija que él la cuidó desde que era un bebé y
yo mientras tanto me ocupaba de lo que de verdad me llenaba.
Mi hija estaba impaciente porque quería ver a su padre:
—Mami, ¿dónde está papá?— la niña quería ayuda con sus
deberes y solamente recurría al bueno de su papá.
—Ya te he dicho que está en la cárcel por ser una mala persona,
Andrea. Tu padre ha matado a gente buena y ahora paga por sus
fechorías, así que haz tus deberes y vete a dormir.
—Mami, papá nunca haría eso, él me ha ayudado en todo, siempre ha
sido atento y cariñoso conmigo— abofeteé a la insolente de mi
hija.
— ¿Ves? Papá nunca me ha pegado y tú lo haces cada vez que
puedes— lágrimas empezaran a brotarle y su voz se hacía más
aguda.
—No eres una buena hija ni tampoco llegarás a nada en la vida. Eres
una fracasada, al igual que tu padre— a ver qué tal siente que te
digan eso de pequeña; así pasarás por todo lo que mi madre me hizo
pasar a mí, así sabrás lo que es sufrir…
— ¡NO! YO SERÉ ALGUIEN EN LA VIDA PORQUE CON PAPÁ DE MI LADO TODO
ME IRÁ BIEN—aunque estaba a la defensiva, también estaba asustada
y con ganas de no querer defenderse por mucho tiempo.
Me dirigí a pegarla una vez más, pero entonces oí un extraño ruido
que provenía del tejado. Me pareció raro, así que encerré a Andrea
en el desván, cogí una pistola y fui a ver qué pasaba. Salí y di
un rodeo a la casa por si veía algo. Nada. No había pasado nada. Tal
vez fuese una pelota que hubiera rebotado o algo. Pero de repente, la
puerta de la casa se cerró. No hacía viento. Alguien había entrado
en casa. Y solamente pude pensar en una única persona.
Disparé a una ventana y entré. Fui corriendo hacia la cocina y no
estaba. Me dirigí hacia el salón y tampoco le encontré. Fui
rápidamente a buscar en las habitaciones cuando entonces le vi en el
pasillo, con un uniforme de policía, típico de un guardia de
seguridad de una cárcel. Esa extraña katana abultaba su espalda y
llevaba además una pistola.
— ¿Dónde está mi hija?— preguntó mientras me apuntó, raudo,
con su pistola.
—Querrás decir nuestra hija— le respondí con parsimonia.
—No te hagas llamar madre después de todos este tiempo, y ni te
atrevas a denominarte esposa, porque nunca lo deseaste de verdad.
— ¿Qué esperabas de una líder de una mafia, capullo?— tenía
que sacar la pistola como sea y cargármelo, pero tenía que embobarle
antes.
—Supe desde cierto momento que me ocultabas algo: rehusabas de todo
contacto o comunicación con tu familia y aunque tuvieses poco trabajo
en “aquella fábrica”, solo te importaba estar con aquellos
indeseables. Pinché la línea de teléfono para averiguar lo que
sucedía y así me enteré de todo. Estuve destrozado, muy
destrozado…— empezaba a temblar. Aunque fuese policía, le cuesta
apuntar con un arma a un ser querido suyo. Qué iluso, eso será lo
que le matará esta noche…—. Por eso decidí actuar fuera de mi
jurisdicción y fui a arrestar a aquella mafia, aunque la cosa se
desvió un poco y no tuve más remedio que matarles. Lo que no sé es
cómo te enteraste y fuiste capaz de mentirles…— fue ahora cuando
su pulso crecía más.
Saqué mi pistola y le disparé, dándole en el brazo izquierdo, donde
sujetaba el arma. Con un alarido de dolor la dejó caer, pero cuando
le volví a disparar, había saltado hacia su derecha, dirigiéndose a
la cocina.
—Vamos, cariño, tan solo quiero hablar— cogí su pistola por
mayor seguridad—. ¿Quieres saber cómo lo supe? Horas antes de que
tú los matases a todos e hicieses añicos mi mafia, uno de ellos me
llamó y yo me puse manos a la obra. Es fácil hacerse pasar por la
mujer maltratada y aporreada— era fácil seguirle la pista debido a
que estaba dejando un rastro de sangre.
Me lanzó la cubertería de un cajón para distraerme, pero me eché
atrás. Disparé, pero fallé. Corrió hacia el salón y vi cómo
estaba detrás del sofá.
—Hoy duermes en el sofá, cariño—Cogí una lámpara con la mano,
disparé a un lateral del sofá. Estaba esperando a que saliese
corriendo para golpearle con la lámpara y así estar más segura a la
hora de dispararle.
— Maldita zorra— Pude entender lo que decía, a pesar de que
hablaba con voz baja y débil. 
Vi algo salir rápidamente de un extremo y le lancé la lámpara, pero
no era más que la vestidura que llevaba y lo confundí. Desde el otro
extremo, salió y me lanzó un cuchillo de carnicero, cogido de la
cocina. Me dio de lleno en la pierna derecha.  Él fue rápidamente
con la katana a partir el arma en dos. Saqué la otra pistola y le
descerrajé un tiro, pero fallé. Con un placaje me derribó y caí al
suelo.
—Te espero en la parada de autobús directo al infierno, puta — Me
clavó su katana en el pecho. Sabía que era mi fin, pero por suerte,
saqué la otra pistola y le di de lleno en el suyo, perforándole un
pulmón.
Cayó, dejando su arma firme en mi cuerpo. En mis últimos minutos de
vida, solo pude observar cómo mi hija vio nuestros dos cuerpos en el
suelo y fue rápidamente a ver a su padre.
— Papá, no te mueras, por favor, eres lo único que tengo, por
favor, no te mueras, papá…— Lloraba como una magdalena.
— Hija…todo ha pasado. Ahora que los dos…estamos…muertos, la
custodia irá…hacia tu tío. Él te cuidará tan bien como yo lo he
hecho…— Estaba en sus últimas ya—Andrea, quiero que recuerdes
esto…los autobuses son…como la felicidad…nunca sabes cuándo
llegarán…pero….sabes que tarde…o temprano…llegarán…
Cerró sus ojos y yo tan solo pude dejar abiertos los míos.
puntos 2 | votos: 4
Historia del autobús 2 - —¿Entonces esa mujer te estuvo engañando todo este tiempo por
cuestiones económicas y laborales y para ello tuvo una hija
contigo?— me rasqué la cabeza al intentar encontrarle un sentido.
Lo que me contaba parecía casi el argumento de una peli, ya que me
costaba creer que su mujer se presentase con policías en un autobús
para detenerle—. Desde luego, las mujeres son más peligrosas que
otra cualquier cosa— sentencié—. Luego dirán que los hombres son
malos con las mujeres…
—Sí, y aquí me ves… vestido como un preso más. Tan solo me
defendí porque fui a detener aquella mafia y sin embargo mírame,
aquí estoy— se levantó de la litera, se puso enfrente de mí y me
enseñó su uniforme de preso—, cumpliendo cadena perpetua y acusado
de homicidio de segundo grado.
—¿Cómo lo hiciste para despedazarlos a todos con una katana?— le
pregunté. Sin duda este tío tenía cosas interesantes para contar.
—Bueno, en el cuerpo de policías te enseñan algunas cosas, pero no
todas…— se volvió a sentar y continuó su relato—. Pertenezco a
un cuerpo específico donde no se usan armas de fuego. Es una forma
elegante de detener a la gente y de defenderse en caso necesario.
—Dime, ¿y qué vas a hacer? ¿Vas a dejar que se salga con la suya?
—Por supuesto que no, esa mujer va a estar bajo tierra. No dejaré
que sea ella la que eduque a mi hija.
—Pero eres policía, ¿no te podrían esta vez condenar a muerte?
—Lo importante es la vida de mi hija. Mi vida ya está muerta…—
miré hacia otro lado, el tío tenía cojones. El ruido de algo
golpeando fuerte los barrotes nos sorprendió.
—Vosotros dos, como no os calléis, salís a dar una vuelta en
pelotas por la calle— era el celador. Ambos nos callamos y,
satisfecho consigo mismo, se dio la vuelta atravesando el pasillo
mientras hacía girar su porra de forma algo caricaturesca. Mientras
tanto, miré al poli encarcelado y le dije con la mirada que se
mantuviera así un rato más. Esperamos un rato hasta que el guarda se
fuera definitivamente y seguimos charlando, pero esta vez sobre mí.
—Yo me crie en un barrio de los bajos fondos y mi tía era la única
que podía cuidar de mí mientras mi padre se ganaba la vida robando y
mi madre iba a drogarse por ahí como podía. Mi tía me lo enseñó
todo, aunque puede que demasiado si al final he acabado en un lugar
como este.
—¿Qué hiciste, chico?
—Matar a un negro. Peleas callejeras y esas cosas. Se lo merecía,
entró en nuestro territorio y ya se lo habíamos avisado antes…
—¿Eres neonazi?
—¡Premio para el madero!— le aplaudí. Creo que no se tomó muy
bien aquello, pero iba a tener que aguantarse ahora que había llegado
hasta aquí. Quien iba a pensar que acabaría compartiendo celda con
un poli…
— Dime, ¿me ayudarías a salir de aquí?
No daba crédito a lo que me había preguntado. ¿Un poli pidiéndome
escapar de la cárcel con él? Yo había cometido un delito grave y
quería cumplir mi condena, no quería meterme en más líos…pero
por otro lado, mi gente me necesitaba para poder tener a raya a esos
malditos chimpancés. Sé que al ser poli no debería fiarme pero,
qué demonios, él ha cometido un crimen peor que el de matar a un
mono subdesarrollado, no hay casi diferencias entre nosotros.
-Sí, ¿por qué no? Tengo cosas que hacer fuera del talego—Me
levanté de mi sitio para que el poli me susurrase el plan.



—Estaba en el suelo caminando descalzo, cuando me deslicé y me caí
al suelo. Creo que me he roto el tobillo—Le expliqué al guardia, el
cual había oído mi falso alarido y abrió la puerta para atenderme.
—Buf, mira que eres torpe, cabeza rapada—Se mofó el celador.
Cuando el celador se agachó a auparme, el poli salió de la cama, le
golpeó y le dejó inconsciente. Le vendamos la boca y le dejamos
acostado en una cama, para no dar el cante. Cogimos su arma, cerramos
la puerta y nos dirigimos por un lateral del pasillo, pausadamente,
para no levantar sospechas sobre ningún preso. Nos habíamos
aproximado a una de las puertas que daba a las escaleras de
emergencia. Mientras yo me dirigía a bajarlas, el poli quiso subir.
—¿Qué haces, estás loco? — Le reprendí.
— Me estoy dirigiendo al almácen de pruebas, a coger una vieja
espada que me pertenece. Márchate si quieres, te dejo la pistola por
si acaso— Cogí la pistola que el poli me lanzó al aire. Fue
curioso que me deseara suerte…
Nos dividimos y tan pronto bajé un piso, la alarma saltó. Las
jodidas ventanas estaban con rejas, así que no me quedaba otra que
seguir bajando. Pude llegar, con suerte, a la puerta principal, pero
me quedaba el patio, que era todo el recinto amurallado, hasta poder
llegar por fin a la puerta que me daría la libertad. Tan solo debía
quedarme en la oscuridad, de tal forma que los faros de las torres
altas no me alcanzaran. Corrí tanto como pude. Consiguieron
alumbrarme, mientras vi detrás de mí unos guardias persiguiéndome,
pero era tarde, ya que cuando ellos estaban por la mitad del trayecto,
yo ya había abierto la puerta del patio para poder escapar. El resto
era solo bosque, donde podía esconderme con facilidad. Ya me faltaba
poco. Ya notaba el sabor de la amada libertad
Pero entonces supe que fui muy iluso. El rugido de una Beretta 9mm y
el silbido de una pistola chocando contra mi pulmón fueron los
últimos sonidos que escuché. Caí al suelo, dolorido del balazo. Una
persona se acercó, con una espalda toscamente desfigurada, para
esposarme, mirarme a los ojos, y sin previo aviso, salir escopetado
del recinto, hacia el bosque. Lo último que pude observar fue la
forma extraña de su espalda, como si guardara, bajo ese uniforme, una
espada larga y delgada, como una katana.
Después, todo se tornó en una oscuridad y silencio absoluto.
puntos 12 | votos: 14
Historia del autobús - Primera Parte


Llevo tres días esperando el autobús. No pensaba en otra cosa más
que en volver a casa. La sangre resbalaba por las comisuras de mis
labios a causa de la hemorragia interna que tenía. No me queda mucho
tiempo de vida, pero eso no me importa… todos vamos a morir al final
en esta vida, en este mundo; es como el destino común que todos
poseemos. Tal vez por eso todos seamos iguales al final. 

No obstante, si quería volver a casa, era para dejar mi katana en
manos de mi hija de diez años. Ella sería quien continuase mi labor
y mi trabajo. 

“Pobre niña”, pensaréis… pero se tendrá que defender en el
momento en que yo muera, ya que su madre nunca fue capaz de hacer nada
por ella. Mi hija me regaló este conjunto morado de pantalones anchos
y camiseta de tirantes el día de mi cumpleaños. Éramos una familia
feliz, yo en el cuerpo de policía, a ella le iba más o menos bien en
el colegio y mi mujer era directora de una fábrica… pero eso era
mentira. Todo fue mentira. Formaba parte de una mafia muy reconocida y
como tapadera se casó conmigo, y al trabajar tanto, nunca quiso
hacerle mucho caso a nuestra hija, que era otra tapadera más. 

Mi hija se llama Esperanza, y acerté, porque es lo único que tengo
en estos instantes.
Mi hermano será quien se ocupe de ella, quien la dé un hogar, un
sitio donde vivir, pero mientras mi mujer siga viva, la custodia es de
ella… Tan solo debo esperar al autobús. 

Giré la cabeza por un momento y tan solo veía el desierto, mi coche
hecho cenizas por culpa de un grupo de matones a los que tuve que
matar, veinte personas esparcidas en cien miembros… una fábrica
abandonada. Era una visión desoladora, mientras yo tenía una herida
de puñal en el brazo y una hemorragia interna causada por una serie
de patadas que me dieron en el estómago. La única forma de llegar a
mi casa sano y salvo era cogiendo ese autobús. Matar a esa mujer era
mi único objetivo. SI la mataba, podría conseguir que mi hija fuese
feliz. Seguía sin aparecer aún. Estaba obligado a escupir sangre.
Las lágrimas se fusionaban con las gotas de sangre de mi cara. Notaba
el fin, pero yo no quería ese fin. No quería eso; no al menos ahora.

Una figura rectangular empieza a aparecer desde el horizonte. Era
verde con una franja negra arriba y una parte transparente en el
medio…como si fuese un cristal. Me levanté del suelo, empapado de
sudor, sangre y lágrimas. Sí, era el autobús. Sonreí. Todo
terminaría pronto. Mataría a esa mala mujer, la custodia de
Esperanza iría para mi hermano Julio y aunque yo muera, ella será
feliz.

El autobús para delante de mí. Abre la puerta y para mi asombro, era
un policía el conductor. El autobús no estaba vacío. Un montón de
policías estaban también dentro. También estaba dentro mi esposa.
Según mi esposa, estaba acusado de homicidio a los 20 trabajadores de
la fábrica y por maltratos a mi hija. Me habían caído 30 años. No
podía tener defensa alguna porque mi mujer se había hecho la
víctima y tenía el juicio comprado. Todas mis esperanzas se
desvanecían y con ellas la idea de ver feliz a mi hija. Aprendí que
la vida era una mierda… pero no por ello iba a dejar de luchar por
ello.

Por eso esta historia no termina aquí.
puntos 23 | votos: 25
Historia del maltrato - Javier me llamaba torreta solamente por ser alto. A causa de ser
alto, tenía problemas de espalda y me llamaba Gollum, como ese
personaje de “El Señor de los Anillos” que iba siempre encorvado.
Un día decidí armarme de valor y pegarle. A pesar de que me pegó un
rodillazo en los testículos, le di un bofetón que le dejé la cara
roja. Después de dos puñetazos en el estómago y que mi puño
estuviese temblando después de haberle atestado semejantes golpes, un
profesor nos paró y nos mandó al jefe de estudios. Primero se
explicó él, con una excusa barata mientras sollozaba a causa del
dolor que le causé.

- ¿Qué ha pasado?-Preguntó el jefe de estudios.

- Diego se acercó a mi cabreado y…y… me dio una bofetada, nos
peleamos y…y... mire cómo me ha dejado la cara-Dijo entre llanto y
llanto mientras se señalaba la cara donde estaba la marca de mi mano.

- Está bien, vete a la enfermería a que te curen.

Javier se fue de la habitación con las manos en la mejilla mientras
los demás alumnos miraban asombrados el panorama fuera del despacho
del jefe de estudios.

-Bien, ya he oído su versión. Ahora, Diego, explícate.

-Javier me ha estado insultando desde hace ya cuatro meses-Respondí
escuetamente.

-¿Nada más?-Negué con la cabeza como respuesta.

-Bueno-Continuó el jefe de estudios-A pesar de los acontecimientos,
creo que tú, Diego, no tenías motivos para pegar a Javier de esa
forma. Estás en un colegio católico y te hemos enseñado a que no se
debe pegar a nadie. Estáis castigados los dos, pero tú más tiempo
que Javier.

Salí del despacho del jefe de estudios mientras veía que algunos
alumnos se alejaban de mí aterrados. Me tenían miedo porque yo lo
notaba en sus ojos. No me importaba.
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Aquella corta experiencia no sirvió de nada. No solo Javier se metía
conmigo, sino cuatro años después, más gente se metía conmigo. Por
culpa de aquella pelea que tuve, me moría por dentro al querer
ajustar cuentas con aquellos chavales, pero mis padres me echaban
broncas y me decían que era una mala persona. No querían cambiarme
de colegio. En el colegio me trataban como a un desperdicio. No me
gustaba la violencia ya que siempre me pongo tenso cada vez que voy a
entrar en una pelea y me dan ganas de llorar. Nunca he tenido trato
con mis padres porque ellos nunca lo han querido tener conmigo. No le
importaba prácticamente a nadie, pero nunca me quejé, ya que, según
mis padres, “era una mala persona”.

Después de aquel incidente, mi clase me rodeó en una esquina y me
echaban la culpa de algo que hice mal, pero que al fin y al cabo no
era para tanto. Todos habíamos hablado en clase de Lengua y el
profesor nos castigó sin recreo. Uno de aquellos abusones me empujó.
Yo, en vez de empujarle, le asesté tres golpes en la cabeza,
estampándole su cara contra el armario a cada golpe. Le salió un
chichón. Una vez más, me enviaron a mí y a este chaval al despacho.
De este chico ya ni me acuerdo de su nombre, pero eso no es lo
importante. El jefe de estudios era otro, llamado don Manuel. Nos
sentamos los dos mientras don Manuel se fijaba en mí. 	

-¿Puedes contarme tu versión junto a tu compañero, Diego?

-No-Respondí.

-Bien, entonces te pido que te vayas y vuelvas cuando termine con
Diego-El chico del chichón se fue de la sala con unas lágrimas en
los ojos de dolor.

-Menudo chichón has dejado a tu compañero, ¿eh?-Se rió mientras me
ofrecía un caramelo, el cual rechacé.

-No me resulta divertido dejar semejante chichón a una persona por
muchas razones que pueda tener.

-Sabes lo que va a pasar, así que tomártelo con un poco de humor no
viene mal al fin y al cabo-Me repugnó esa forma de pensar que tuvo,
pero razón no le faltaba-¿Insultarte es un motivo para pegar a la
gente? Vaya, eso es algo nuevo que no se aprende todos los días.
¿Qué será lo siguiente, matar a gente por escuchar rap?

-Está más justificado tener motivos para pegar que no tener motivos
para insultar.

- En este colegio no te enseñamos así. Estás desperdiciando una
oportunidad de ser buena persona.

- No me pongas semejante excusa, don Manuel-Me levanté furioso de la
silla y puse las dos manos en su escritorio de forma violenta- No me
está dando un argumento, me está dando una excusa. Mire, soy
católico gracias a este colegio, es algo que agradezco, pero
Jesucristo dijo en una ocasión: “Amaros unos a los otros como yo os
he amado.” Si de verdad el tonto del chichón es católico, díselo
a él también, pero le voy a decir lo que va a pasar: A mí me
castigarán y a él no, porque prefieren ver la estética del colegio
impoluta que ayudar católicamente a los alumnos.

Efectivamente, me castigaron a mí y a él no. De todas formas, ahora
da igual…soy una persona que busca ahora la venganza en todos
sitios. No soy un héroe, ellos no matan si no es por defensa propia.
Yo ahora mato y lo hago por las injusticias. Ten cuidado, no insultes
a nadie, puede que tú seas el próximo…

puntos 11 | votos: 11
Una lluvia de barro y sangre. - La lluvia caía sin descanso por las ya inundadas calles de París
durante dos días seguidos. El temporal estaba arreciando y no tenía
intención alguna de parar. Las carreteras estaban anegadas, las
aceras intransitables y los ríos que atravesaban la ciudad empezaban
ya a desbordarse.  

El plan de emergencia ya había sido activado y los equipos de
salvamento hacían todo lo posible por evacuar a las víctimas de la
riada que ya se había tragado la mayor parte del centro de la ciudad.

Marcel salía del trabajo un par de horas antes de lo habitual por
orden de los directivos de la empresa como medida de precaución
frente a la catástrofe que se avecinaba y que amenazaba con sumergir
la ciudad tarde o temprano.

—Joder, qué mal tiempo hace ¿no?— inquirió Charles, su
compañero de trabajo—. Bueno, mientras nos dejen salir antes…—
dijo con tono socarrón esperando la contestación de su colega.

—Sí— respondió éste—. Y todavía dicen que va a ir a peor. 

—Qué locura, si es que el tiempo está como una regadera. Je, ¿lo
pillas?— a pesar de la situación, el joven compañero de Marcel
todavía conservaba el buen humor que le caracterizaba.

—Sí, sí… Qué gracioso— respondió con poco entusiasmo. En
otras circunstancias, Marcel se hubiera incluso reído de aquella
tontería, pero esta vez no tenía ganas de juerga. Según los
expertos, el barrio de Marcel estaba a punto de ser el siguiente en
hundirse.

Con rapidez se encaminó hacia la salida para acabar con esa charla de
besugos, quería llegar a su casa cuanto antes para decidir qué
salvar en caso de que tuviera que ser evacuado. Se despidió de su
compañero y salió del edificio. En un primer momento habría pensado
en coger el coche para llegar cuanto antes a su casa, pero ese día el
tráfico estaba cortado por toda la ciudad, con las consecuencias que
aquello ocasionaba, por lo que quien tuviera que ir al trabajo, o
volver de él, no le quedaba otra opción que hacerlo a pie. Suspiró.

Aquella tarde sólo unas pocas personas como él habían ido a
trabajar a pesar del temporal, por lo que a esas horas las calles
estaban vacías de transeúntes, sólo estaban él, la basura que se
llevaba el viento y la basura arrastrada por la corriente. 

Caminó lo más deprisa que podía. No quería correr por miedo a
tropezarse y quedarse herido y solo en medio de la nada. Pero aún
así esa velocidad era lenta incluso para él, por lo que optó cortar
por lo sano y pasar por la Plaza de la Concordia para cruzar el
Jardín de las Tullerías, el cual, aunque se había convertido en un
horrible barrizal, era de todas formas el atajo más rápido para
llegar a su casa.

Cruzó el cordón de advertencia que habían puesto ahí para evitar
que nadie se accidentara con el fango, pues los servicios de
Emergencias  estaban cortos de personal y no podían dedicarse a
recoger paseantes perdidos en medio de la inmensidad del Jardín. Pero
a Marcel no le quedaba otro remedio: con toda seguridad su casa no
pasaría de esa noche, y además él era un hombre precavido, por lo
que no tendría ningún problema en atravesar el parque en cuestión.

Avanzó con dificultad, sus pies resbalaban, la lluvia le golpeaba en
la cara y más de una ocasión tuvo que esquivar un proyectil de
desechos voladores. 

Aquel paseo estaba siendo más tortuoso de lo que él pensaba y lo que
en un principio iba a ser cruzar de parte a parte el paseo principal
del Jardín, se había convertido en una aventura.

Fue entonces, mientras pensaba en lo agotador de su travesía, cuando
se percató de que había una sombra sentada en un banco a su lado.
Esa sombra pertenecía a una persona de baja estatura que se refugiaba
en un largo abrigo y en sus manos parecía como su guardara algo
pequeño, como si lo estuviera protegiendo.

—Qué mal día hace hoy— Marcel se acercó al extraño personaje.
No sabía si necesitaba ayuda o si simplemente estaba allí por
decisión propia. 
La sombra no respondió. Marcel lo volvió a intentar.

—Disculpa, ¿necesitas ayuda? ¿Hola?— se acercó con cautela.

>>Oye, chico ¿no eres demasiado joven como para estar aquí? Venga,
este sitio es peligroso. Vuelve a casa— Marcel seguía acercándose
al joven.

>>Chico. ¿Chico?— le puso la mano en el hombro y el joven se
desplomó hacia adelante.

>>¡Ah! ¡¿Pero qué coño?!— exclamó sorprendido, pero esa
sensación se vería transformada en miedo cuando miró al agua
alrededor del cuerpo. Ésta se estaba tiñendo de rojo.

El hombre le cogió de la muñeca, le tomó el pulso y comprobó que
de verdad el joven estaba muerto. Y no sólo eso, sino que también
descubrió la empuñadura de un cuchillo de gran tamaño asomando por
la espalda del muchacho.

Retrocedió de un salto y las ondas que provocó en el agua a
consecuencia de esto movieron las manos del cadáver que soltaron una
extraña figurita de arcilla. Se trataba de una figurita que se
asemejaba a una niña, cuya forma empezó a desintegrarse, al igual
que el material del que estaba hecha.

—Joder, joder, joder— blasfemó con gran horror. Había visto
aquellas figuritas antes y en aquellas circunstancias y sabían qué
significaban. Desde hace un tiempo, alguien había empezado a asesinar
a gente y dejando en la escena del crimen figuritas de arcilla
¿Sería este desgraciado la siguiente víctima o sólo se trataba de
una coincidencia? Y lo peor de todo ¿Seguiría por ahí el asesino?
¿Sería él el siguiente?

Abandonó el cadáver y salió corriendo lo más deprisa que podía de
la escena del crimen. Ya no le importaba tropezarse o pisar basura o
lo sucio que pudiera quedar. Llamaría a la policía desde la cabina
más cercana y volvería a casa lo antes posible.

Corrió o, mejor dicho, vadeó el Jardín a gran velocidad y acabó
por fin en el otro extremo de lugar, frente al Museo del Louvre. Allí
consiguió alcanzar una cabina telefónica y llamó a las autoridades
rezando porque la línea no estuviera cortada o estuviera saturada.
Entonces fue cuando sonó una voz femenina al otro lado.

—Policía, ¿dígame?

—Hola, buenas tardes. Quiero informar de un asesinato.

—¿Perdone? No le oigo bien— se podían escuchar como
interferencias. La línea telefónica estaba a punto de caer también
a consecuencia del temporal. Marcel debía actual rápido.

—Sí, le digo que he encontrado un cadáver aquí, en el Jardín de
las Tullerías. Vengan rápido— Marcel hablaba alto y
atropelladamente para no perder tiempo, pero esta vez la operadora
pareció entenderle.

—De acuerdo, mandaremos una patrulla cuando podamos. Ahora mismo no
podemos atender su aviso, ¿podría darnos su nombre, apellidos,
dirección, así como un número de contacto para que le podamos
localizar, por favor?

Marcel dio toda la información necesaria y colgó. Respiró aliviado
por superar aquella prueba pero no debía dormirse en los laureles.
Todavía le quedaba volver a casa… si es que nadie se lo impedía.

Reemprendió  el camino por la carretea sin mayor incidencia salvo las
causadas por la tormenta, pues como no había tráfico, tenía la
calle para él solo.

Estaba a unas pocas manzanas de su casa cuando unas luces le
sorprendieron por detrás. No se trataba de un coche, sino más bien
de un camión que se acercaba a él a gran velocidad. Marcel saltó a
la acera para dejar paso libre al pesado vehículo, pero cuando este
cambió de dirección hacia la acera, Marcel lo tuvo claro: es el
asesino.

Sin dudarlo por un solo momento, tiró su paraguas y la carpeta con
sus documentos del trabajo. Su vida era más importante. Corrió y
corrió, pero el 
camión era más rápido que él y pronto le daría alcance.

Entonces, en un intento por esquivar a su perseguidor, Marcel torció
en la boca de un estrecho callejón con la esperanza de que el
vehículo se viera obligado a pasar de lado o de que tuviera que
maniobrar para poder entrar. 

Nada más lejos de la realidad: el conductor del vehículo era un
psicópata imparable y poco le importó dónde se metiera su víctima.
Estaba decidido a matar a Marcel por el medio que fuera.

El camión dio un giro brusco y derrapó hasta chocar con la esquina
del callejón, pero no se detuvo ahí. El camión volvió a acelerar y
entró estrepitosamente en el estrecho pasadizo. Marcel no podía
creérselo, ¡ese tipo quería matarlo! Corrió. Corrió como nunca
antes lo había hecho, buscando un lugar en el que resguardarse,
algún portal o comisura en la pared en la que poder entrar para
evitar ser arrollado. Pero ahí no había nadie.

El callejón se terminaba. El camión ya casi lo tenía.

¿Debía hacer Marcel un último esfuerzo?

¿Debía rendirse a lo inevitable?

Ya casi estaba fuera. El callejón finalizaba en una calle trasversal
y, si no tomaba una decisión, si no elegía adónde ir ahora, derecha
o izquierda, lo único con lo que se toparía sería una precipitada
caída a las furiosas aguas del Sena.  

No se lo pensó. Giró a la izquierda al alcanzar la esquina. Se
tropezó y se cayó al suelo golpeándose la cabeza con una farola.

El camión seguía su marcha, pero cuando vio que su objetivo giraba
hacia la izquierda, el vehículo intentó frenar, pero las ruedas no
podían agarrarse al firme de la calzada y al final acabó
deslizándose contra la barrera de protección rompiéndola como si
fuera de mantequilla y cayendo al canal.

Marcel se levantó. Todavía le dolía todo el cuerpo y seguía
agotado. El caer al suelo le había empapado por completo y notaba las
molestias que le causaba la ropa del trabajo. Sin embargo, todo ello
era pasajero en ese momento. Contra todo pronóstico seguía vivo.
¡Había derrotado a su destino!

Tras levantarse y desabrocharse el nudo de la corbata, continuó en
dirección a su hogar, donde se encontró un coche patrulla. Dos
agentes salieron del vehículo a recibirle y éste les contó lo que
había pasado. Les habló del encuentro del parque, de la figurita y
de la persecución. Los policías tomaron nota y se ofrecieron a
escoltarle hacia la comisaría más cercana para poder redactar un
informe completo sobre todos los sucesos de los que Marcel había sido
protagonista ese fatídico día. Éste aceptó pero les rogó que le
esperaran un momento mientras él se cambiaba de ropa y cogía lo
indispensable en caso de que se hiciera efectiva la evacuación.

Entró en la casa y pulsó el interruptor de la entrada, pero no
funcionaba.

—Vaya, debe ser que al final la corriente se ha ido al
garete—sentenció.

Subió a su dormitorio, se cambió de ropa, hizo las maletas y bajó a
la cocina a prepararse algo de merendar. 

Entonces lo vio…

Una figurita. Pequeña. Iluminada por la mortecina luz que entraba por
la ventana. Era de arcilla. Era una niña.

“Está aquí”. Pensó Marcel atónito. Intentó salir a la calle
para avisar a los agentes. Pero de repente sintió algo… Una
sensación que nunca antes había sentido, como un frío que se
apoderaba de todo su ser. Un frío que 
literalmente le atravesaba las entrañas… 

Miró hacia abajo y para su asombro vio sobresalir el filo de un
cuchillo de gran tamaño de su torso. No podía creer qué, cómo ni
por qué, pero en esos momentos poco le importó.

Sintió miedo. Sintió frío. Sintió sueño. 

Todo había acabado…
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Historia del botón rojo - Abrí los ojos. Estaba en una sala a oscuras. No sabía dónde estaba.
De pronto se encienden las luces. A causa de la oscuridad veo borroso
en todas partes hasta que las cuencas de mis ojos son capaces de
vislumbrar una mesa de aluminio con un botón rojo encima junto a una
persona. Era un hombre con el pelo rubio y largo, ojos color miel, con
un hombro más grande que otro. En su muslo derecho tiene un puñal
clavado, pero no sale sangre y ni tan siquiera hay manchas de ello.
Lleva una gabardina que le llega hasta la cadera y unos pantalones
vaqueros, rajados por la pernera izquierda. Era la visión de una
persona muy extraña para mí, ya que no había visto a nadie igual.
Su cara era una expresión de dolor y alegría a la vez, como si
supiese el día de su muerte.

De pronto, se me acercó lentamente y me dijo algo que cambiaría mi
vida para siempre:

—Hoy vas a ser el que decida la vida de muchas personas, Steven.

— ¿Cómo sabes mi nombre?  ¿Cómo he llegado hasta aquí? ¿Quién
coño eres?

—Solamente sé lo que debo saber, nada más. He llegado igual que
tú a esta habitación y tan solo he visto esta nota en la que te
decía qué tienes que hacer.

Me entregó una nota, en la cual decía: “Dile a Steven que debe
decidir el destino de todos los criminales del mundo. Si no pulsa el
botón, todos los criminales podrán irse de esta gran sala. Si lo
pulsa, los matará a todos, soltándose un gas mortífero.”
Anonadado estaba. Miré a aquel hombre extraño y me señaló a una
ventana que estaba enfrente de la mesa. Una sala enorme, totalmente
llena de personas. Hombres, mujeres de todas las edades y de todos los
lugares del mundo. Todas aquellas personas habían quebrantado la ley
con asesinatos, estafas, timos, atracos, falsificaciones y demás.
Estaban todos dormidos, sin expresión de terror o miedo en sus caras.

—	Llevo aquí desde hace dos días y solamente he visto a este
montón de gente durmiendo. No se han despertado en ningún momento y
eso me preocupa.

—	¿Qué te pasó en la pierna?

—	El tipo que me secuestró me clavó este puñal mientras intentaba
dejarme inconsciente. ¿Tú cómo has llegado hasta aquí?

—	No me acuerdo de nada, salvo de que estaba en mi casa y todas las
luces se apagaron…Me desperté aquí.

—	Ninguno de los dos tiene suerte, ¿eh?
Me quedé viendo aquel botón rojo. No tenía claro qué hacer.

—	¿Qué vas a hacer?- Preguntó.

—	Irme de aquí, no pienso formar parte de esto.

—	La puerta está cerrada. Cuando nuestro secuestrador te dejó, yo
estaba durmiendo.

—	¿Cómo sabremos si podemos salir de aquí?

—	Tan solo tienes que tomar una decisión. O los matas, o no los
matas.

Caminé hacia la mesa con el botón encima. Tenía que tomar una
decisión. Todas aquellas personas habían cometido malos actos y si
mueren se podría conseguir la paz mundial. Sería un mundo perfecto,
sin preocuparse de ser atracado o asesinado en cualquier momento. Se
podría ayudar a todas esas personas que lo han pasado mal por culpa
de esta gente. Además, es gente que ha tirado su vida a la basura y
que nadie echaría de menos. También quería salir de aquí, así que
hice algo que debí pensar dos veces. Pulsé el botón. El gas empezó
a fluir saliendo del conducto de ventilación. Pero también oí una
cosa: Un disparo. El mecanismo del botón activó una pistola que
estaba a mis espaldas y me había dado en el cuello, mientras
desangraba poco a poco, aquel hombre abrió la puerta y antes de irse
dijo lo siguiente:

—	Enhorabuena, Steven, has matado a todos los criminales del mundo.
Veo que no te acuerdas de mí ni de tu intento de matarme con este
puñal mientras te secuestraba. Ahora te dejaré morir mientras ves
cómo te conviertes en el mayor asesino de todos los tiempos. Pero
esto no hará que el mal se erradique mientras existan seres humanos
en este planeta. Adiós, Steven.

Entonces comprendí que yo debería haber estado en esa sala enorme
junto a los criminales.
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El crimen perfecto - Felipe, el marido de María, era un hombre de costumbres, y era por
eso por lo que a las 18:00, ella estaba en la cocina sacando una
cerveza de la nevera para cuando él regresase de trabajar.

Sonreía. Hoy la rutina iba a ser muy distinta: ese día era su
décimo aniversario de bodas y algunos amigos irían a visitarles a
eso de las 20:00. Encima de la mesa del salón había una enorme
escultura de hielo que representaba a una pareja de cisnes
arrejuntados y alrededor de ella veinte vasos esperando a sus
respectivos usuarios. Alicia estaba ya impaciente por que llegara la
hora.

Era feliz: tenía un hermoso bebé durmiendo en la planta de arriba,
una casa muy bonita y un marido al que amaba con locura. Y no sólo
eso, sino que además él era un ejecutivo de una importante empresa,
y ella podía vivir sin demasiadas preocupaciones como ama de casa.

Su esposo abrió la puerta y se metió en la cocina. Ella se volvió y
le dio una cerveza tras un intercambio de arrumacos mal
correspondidos, síntoma de que algo no andaba bien.

—Siéntate— dijo con seriedad—. Tengo algo que decirte.

María no sabía que en los próximos dos minutos su vida iba a
cambiar para siempre.

—Lo siento— prosiguió—. Sé que es nuestro aniversario, pero
tengo que confesarte que Kati, mi secretaria, y yo estamos saliendo,
ya tenemos planes hechos y bueno… quizás es hora de que nos
separemos. No te preocupes por Lucas, todavía es pequeño, me
seguirá teniendo como padre.

¡No podía creer lo que sus oídos le decían! ¡Estaba soñando!
¡No podía ser verdad!

—Vale— consiguió articular ella—. Iré a prepararme para la
fiesta...

Entró tranquilamente al salón y cuando volvió, su todavía marido
estaba de espaldas a ella, bebiendo su cerveza tranquilamente. María
llevaba algo en sus manos, algo grande y pesado. El hombre se volvió.

—¡Pero qué…!— Esas fueron las últimas palabras de Felipe. Su
mujer le había golpeado mortalmente con aquello en la cabeza.

Al principio no se movió, pero tres largos segundos más tarde el
hombre cayó al suelo.

De repente María empezó a pensar con claridad. Devolvió el objeto a
su sitio y llamó a la Policía. Después puso la calefacción al
máximo y subió las escaleras en dirección al dormitorio para
maquillarse.

La Policía llegó en seguida, pero como se trataba de un pueblo muy
pequeño, los efectivos que allí había no eran más que un inspector
con pocas luces y un par de ayudantes. Los recién llegados empezaron
a investigar.	

—¿Está bien?— preguntó, preocupada.

—Está muerto— respondió un agente. Ella gritó.

—¡No! ¡Felipe, no!— lloró desconsolada mientras se acercaba al
cadáver de su fallecido esposo—. ¡No, por favor! ¡Tú no, Felipe!


La mujer se levantó y se acercó al inspector.

—Dígame, ¿tiene alguna pista de quién puede haberlo hecho?

—Ladrones. Lo más probable es que volviera de trabajar sin saber
que había alguien en la casa, y ese alguien le mató. Últimamente se
han registrado varios asaltos por los pueblos de alrededor.

—Dios mío…— más lágrimas cayeron por el rostro de la mujer.

—Siento tener que hacerle esta pregunta pero, ¿podría decirme qué
estaba haciendo usted mientras tanto?

—¿Yo? Estaba haciendo la compra— empezó a inventar—. Nada
importante, sólo unas cosillas para la fiesta— dijo mirando
aquellos vasos de la mesa, aquellos vasos que rodeaban una estatua de
hielo que estaba empezando a perder su forma.

—Perdón— interrumpió el inspector—, pero debemos encontrar el
arma homicida lo antes posible. Si el crimen no fue premeditado lo
más probable es que el arma todavía siguiese por aquí, muy cerca.
Señora, ¿le importaría que echáramos un vistazo por la casa?

—No, en absoluto. Por cierto, ¿quieren que les traiga algo de
beber? Parece que están sudando— observó la mujer.

—Sí— respondió el hombre—. La verdad es que hace mucho calor
en esta casa.

—No se preocupen, que ahora mismo les traigo algo frío de beber. Es
que a estas horas el calor de la calle todavía pega con fuerza.

María cogió unos cuantos vasos de la cocina, los llenó de brandy y
cogió parte del hielo de la estatua para echarlo a la bebida, que
repartió servicialmente mientras mostraba una mueca de intenso duelo
por la muerte de su amado y devoto marido mientras que por dentro era
sumamente feliz.

La investigación se prolongó hasta entradas las 20:00 de la tarde,
momento en el en que se retiraron los policías con el cuerpo y pudo
empezar la fiesta, aunque los invitados no lo estuvieran pasando tan
bien como habían planeado. María se convirtió en el centro de
atención y toda la fiesta giró en torno a ella. 

A estas alturas poco quedaba ya de la estatua de hielo salvo un
inmenso charco de agua que al final acabó saliéndose de su bandeja y
empapó el suelo momentos antes de que la anfitriona lo recogiera con
la fregona y tirara ese agua por el desagüe. 

—Me pregunto con qué le golpeó el ladrón al pobre Felipe—
preguntó uno de los invitados.

—Quién sabe…— respondió su acompañante.

María, que en ese momento pasaba por ahí, escuchó la conversación
y sonrió para sus adentros.
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Historia de la chocolatina - -Hola otra vez, Coral.

+Hola.

-Hablemos de adicción. No eres feliz contigo misma.

+Pues no.

-¿Pues no qué?

+Que no soy feliz conmigo misma, no me gusto como soy y pienso que
siempre voy a hacer todo mal. Prefiero sufrir yo a molestar a los
demás (por ejemplo al pedir salir a alguien).

-Vale ¿Puedo decir algo?

+Di,

-No tienes ni puta idea de lo que es vivir.

+Pues puede ser.

-¿Qué es para ti la vida?

+¿Que qué es? Pues no sé, no se describirlo.

-Vivir es saber qué dirás, en qué momento saber qué harás, en
qué momento saber qué pensarás en cada momento. La vida es
simplemente felicidad. ¿Y qué es la felicidad? Saber elegir a tus
personas. Mira, te voy a explicar por qué lo material no nos hace
felices, ¿vale?
 
+No, no nos hace felices. Argumenta, pues.


-El ejemplo es raro. Yo te doy una chocolatina muy rica, ¿vale? Tú
te la comes y dices que está rica. ¿Me sigues?

+Sí.

-Y ahora yo te doy otra. Es más, te regalo cinco y cada día te voy
regalando cinco hasta que llega un momento en que te doy tres y tú
pues dices: “Ya, son menos chocolatinas pero aun así soy feliz”.
Bien, pues llega un momento en que te doy ya solo una, ¿vale?

+Sí, más o menos se pilla.

-Es decir, tú eres feliz cuando tienes esas chocolatinas. Aunque
reduzca el número tú dependes de esa felicidad por muy pequeña que
sea, ¿vale?

+Sí.

-Vale, imagínate que acabo hasta las narices y dejo de darte
chocolatinas. ¿Qué haces tú? Cabrearte.

+Deprimirme

-Bueno, también. Por no depender de mí y de esas chocolatinas.
Entonces ¿Qué haces? Lo radical o lo posible; es decir, gastas tu
dinero en las chocolatinas.

+Sí, o si no vivo sin ellas.

-No, no, espérate. Escucha, no puedes dejar de vivir sin ellas porque
te gustan y si te gustan querrás mas chocolatinas, ¿Vale? Llega un
punto en que te quedas sin dinero. ¿Qué haces?

+Robar.

-Exacto Todo crimen se paga la pregunta es: ¿Por qué, Coral ,acabas
haciendo eso? es decir: ¿Por qué haces lo imposible por algo que
sabes que se va a acabar?

+Yo sigo Por desesperación.

-Sigues pero esa chocolatina te da felicidad efímera, es decir, la
disfrutas poco tiempo. ¿Cuánto tiempo tardas? Un minuto como mucho.

+Sí, pero me hace sentir viva y feliz cuando estoy con la chocolatina
como si solo existiera eso en el mundo.

-Pero eso es efímero ¿Por qué? lo material se acaba y si tu vida
depende de algo material acabas fatal.

+Ya, ya, pero represento la chocolatina como el sentimiento.

-No hay simbolismos ¿Entonces, las personas perduran en el tiempo?

+Siempre quedan en tu memoria.

-Vale pero eso es igual que con la chocolatina ¿verdad? Tu aunque te
quedes sin chocolatinas puedes recordar lo feliz que eres pero añoras
ser feliz.

+Ya…

-Entonces quieres ser feliz.

+Sí

-Pero las chocolatinas no te hacen feliz en la totalidad. ¿Por qué?
Porque se acabaran

+Pero si se acaban estarás solo.

-Exacto. ¿Y las personas? Estás de acuerdo en que las personas
perduran. Unas se van, otras vienen. Entonces, con lo eterno eres
feliz.

+Vaya…

-¿Qué pasa?
 
+Que nunca me lo había planteado así.
puntos 15 | votos: 15
Petit Narrador - Somos dos personas que nos hemos hecho esta cuenta en desmotivaciones
para que vosotros, usuarios, podáis leer nuestros relatos con
frecuencia y así darle un toque más literario a esta página. Espero
que disfrutéis tanto como nosotros.




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