En Desmotivaciones desde:
12.05.2013

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puntos 19 | votos: 21
Una pequeña porción del mundo - está hecha para que tú te la comas.
puntos 20 | votos: 22
Y soltamos nuestros sueños - más grandes cuando miramos al cielo, porque al igual que éste, son
inalcanzables.
puntos 8 | votos: 10
Ante la desesperación - los seres humanos se vuelven animales.
puntos 71 | votos: 73
Dejamos muchos sueños - a la voluntad del viento, sin saber siquiera de qué lado está la corriente.
puntos 10 | votos: 10
De errores superados está hecho - el éxito.

puntos 8 | votos: 10
Aceptamos el amor que creemos - merecer.
puntos 9 | votos: 9
La realidad se improvisa - entre delirios de papel.
puntos 4 | votos: 4
Las cartas de la vida - fueron repartidas con total azar, dando un verdadero destino a cada
uno de los jugadores.
puntos 7 | votos: 7
Me quedaron grandes las pruebas - de la vida, me quedaron chicos sus placeres.
puntos 30 | votos: 32
Por más hermoso que sea el camino - de la vida, todos llevan al mismo final.

puntos 28 | votos: 28
Y nuestra imaginación parece chica - comparada con todas las maravillas que ya existen.
puntos 7 | votos: 7
Mientras unos disfrutan de su vida, - otros se conforman con mirar al cielo y imaginarse que ese tipo de
vida les pertenece
puntos 8 | votos: 8
Porque podrías romper su corazón - en miles de pequeños pedazos, y ella volvería a recogerlos para
entregarlos de nuevo a tus manos.
puntos 15 | votos: 15
Cualquier persona mínimamente - interesante está loca de una forma u otra.
puntos 23 | votos: 23
Me gustaría poder ignorar - tanto la realidad como finjo hacerlo.

puntos 10 | votos: 14
Es imposible recordar con totalidad - el pasado, ya que en ese entonces éramos personas distintas, con
pensamientos y opiniones diferentes sobre la vida.
puntos 7 | votos: 7
No comprenden todo lo que va - en contra de sus egos.
puntos 67 | votos: 71
Son demasiadas personas - en el mundo, es imposible que todas ellas puedan ser felices.
puntos 10 | votos: 10
Las estrellas se cayeron de los cielos, - ya era hora de que alguien cumpliera sus deseos.
puntos 11 | votos: 11
Todas las puertas de la vida - está abiertas. Es tu responsabilidad abrir la indicada. Puede que si
te equivocas tu historia nunca llegue a comenzar verdaderamente.

puntos 6 | votos: 6
No te acerques mucho, - está oscuro adentro.
puntos 89 | votos: 89
Y en un lugar como este mundo - no saber defenderse es una tortura segura.
puntos 12 | votos: 12
AVISO IMPORTANTEEEEEEE - Lee la descripción si estás interesad@.
puntos 5 | votos: 5
My anaconda dont -
puntos 4 | votos: 6
Psicosis - Domingo

No estoy seguro de por qué escribo esto en papel y no en mi
computadora. No es que no confíe en mi computadora, sólo… necesito
organizar mis ideas. Poner todos los detalles en un lugar objetivo, un
lugar en donde sepa que lo que escribo no puede ser borrado o
alterado… no que eso haya pasado.

Estoy comenzando a sentirme agobiado en este diminuto apartamento.
Quizá ése es el problema. Sí, tenía que ir y comprar el
apartamento más barato, el único en el sótano. No he salido en
varios días porque he estado enfrascado en este proyecto de
programación; supongo que quería acabarlo de una buena vez. Estar
sentado frente a un monitor por horas puede hacer que cualquiera se
sienta extraño, lo entiendo, pero no creo que sea por eso.

No estoy seguro de cuándo comencé a sentir que algo andaba mal. Ni
siquiera puedo definir qué es. Probablemente por no haber hablado con
nadie en este tiempo; eso fue lo primero que me inquietó. Todos mis
contactos con los que chateo habitualmente por Messenger mientras
programo han estado ausentes, o simplemente desconectados. El último
mensaje que recibí fue de un amigo diciéndome que charlaría conmigo
cuando volviera de la tienda, y eso fue ayer. Lo llamaría desde mi
celular, pero aquí la señal es terrible.

Sí, eso es. Sólo necesito llamar a alguien. Voy a salir.

 

Bueno, eso no se dio tan bien. A medida que mi temor se desvanece, me
empiezo a sentir un poco ridículo por haberme asustado en primer
lugar.

Me miré en el espejo antes de salir, pero no me afeité la barba de
dos días que me ha crecido, después de todo saldría únicamente
para hacer una llamada. Pero sí me cambié de camisa, ya que era hora
de almorzar y supuse que me podría encontrar con algún conocido. O
al menos eso era lo que quería… ojalá lo hubiera hecho.

Cuando salía, abrí ligeramente la puerta de mi apartamento; una
sensación de ahogo evacuó mi cuerpo en ese instante, de alguna
forma. Me asomé por el deslucido corredor, tan deslucido como el
corredor de un sótano puede ser, apenas iluminado por un trío de
lámparas de neón que no dejan de chasquear. En el otro extremo, la
gran puerta metálica que lleva a la sala principal del edificio
—cerrada, por supuesto—, y dos oxidadas máquinas expendedoras a
su lado. Estoy bastante seguro de que nadie más en el edificio sabe
que esas máquinas están aquí abajo, que a mi tacaña casera
sencillamente no le interesa reabastecer.

Deslicé mi puerta con suavidad y seguí el camino procurando no
emitir sonido alguno. No tengo idea de por qué decidí hacer eso,
pero era divertido rendirse al absurdo impulso de no perturbar el
letárgico zumbido de las máquinas expendedoras, al menos por el
momento. Llegué al primer descanso de escaleras y subí hasta la
puerta principal del edificio. Miré por la cuadrada ventanilla de la
puerta y, para mi gran sorpresa, definitivamente no era hora de
almuerzo. La penumbra de la noche envolvía las calles de la ciudad, y
las luces de los automóviles que daban la vuelta en la intersección
alumbraban desde la distancia como faroles. Nubes púrpuras y negras
por el brillo de la ciudad colgaban inmóviles del firmamento. Nada se
movía a excepción de los pocos abedules de la acera mecidos por el
viento. Recuerdo haber temblado aunque no tenía frío, quizá por el
viento de afuera; podía oírlo vagamente a través de la puerta y
sabía que era ese particular tipo de viento de media noche, ése que
es constante, frío y callado, salvo por la dulce melodía que
provocaba cuando se abre paso entre las incalculables hojas de los
árboles.

Decidí no salir. En su lugar, levanté mi celular a la altura de la
ventanilla y revisé el medidor de señal. Las barritas llenaron el
medidor, y sonreí. «Tiempo de escuchar la voz de alguien más»,
recuerdo que pensé, aliviado. Era algo tan extraño, el tenerle miedo
a nada. Negué con la cabeza riéndome de mí mismo en silencio.
Marqué el número de mi mejor amiga, Amanda, y acerqué el teléfono
a mi oreja. Sonó una vez… y entonces se detuvo. Nada pasó.
Escuché el silencio por unos veinte segundos, y colgaron. Fruncí el
ceño y miré el medidor de señal; todavía lleno. Estaba marcando su
número de nuevo cuando el teléfono sonó en mi mano, sacándome un
buen susto. Lo pasé a mi oreja.

—¿Diga? —pregunté, reteniendo el leve shock de oír la primera
voz en días, aun si se trataba de la mía. Me había acostumbrado a
los sonidos regulares del edificio, de mi computadora y el de las
máquinas expendedoras en el corredor. No hubo ninguna respuesta a mi
saludo en un principio, pero luego, una voz se escuchó.

—¿Qué hay? —dijo claramente un joven desde el otro lado de la
línea—. ¿Quién habla?

—Juan —le respondí, confundido.

—Ah, perdón, número equivocado —contestó, y colgó.

Bajé el celular lentamente y recargué mi cuerpo contra la pared. Eso
fue extraño. Revisé mi registro de llamadas; el número era
desconocido. Antes de que pudiera reflexionar sobre ello, el celular
sonó de nuevo, asustándome una vez más. Esta vez miré el número
antes de contestar; también era desconocido. Coloqué el aparato
junto a mi oído, sin decir nada. Todo lo que escuché fue el usual
ruido de fondo de un celular. Entonces, una voz familiar acabó con mi
tensión.

—¿Juan? —Fue la única palabra, por la voz de Amanda.

Suspiré aliviado.

—Hey, eres tú —contesté.

—¿Quién más iba a…? Ah, el número. Estoy en una fiesta en la
Séptima Avenida y mi teléfono murió justo cuando me llamaste. Éste
es el teléfono de alguien más, naturalmente.

—Ah, bueno.

—¿Dónde estás? —me preguntó.

Paseé los ojos por los muros y su pintura descarapelada; la puerta
que tenía frente, con su pequeña ventanilla.

—En la entrada de mi departamento —Suspiré—. Me sentía un poco
sofocado. No sabía que era tan tarde.

—Deberías venir aquí —me dijo, riendo.

—No…, no estoy de humor para caminar solo a estas horas —dije,
mirando por la ventanilla a la tranquila y airosa calle que
secretamente me causaba un poco de temor—. Creo que voy a seguir
trabajando o me iré a dormir.

—¡Tonterías! —contestó—. ¡Puedo ir a traerte! Tu
departamento queda cerca de aquí, ¿cierto?

—¿Qué tan ebria estás? —le pregunté divertido—. Tú sabes en
dónde vivo.

—Ah, claro. Supongo que puedo llegar ahí caminando, ¿no?

—Puedes, si quieres desperdiciar media hora.

—Cierto —contestó—. Bueno, me tengo que ir, ¡suerte con tu
trabajo!

Bajé el teléfono de nuevo, viendo a los números parpadear mientras
la llamada finalizaba. El insistente zumbido de las máquinas se
reprodujo en mi mente. Las dos llamadas extrañas y la vista a esa
tétrica calle terminaron por encarrilarme de vuelta a mi soledad en
esta vacía sala. Tal vez por haber visto tantas películas de terror
tuve la súbita idea de que algo inexplicable podría asomarse por la
ventanilla de la puerta y verme, alguna clase de entidad horrible que
pasa orbitando los confines de la soledad, esperando el momento para
arrastrarse hasta algún ser humano que se ha alejado demasiado de los
de su clase. Sabía que era un miedo irracional, pero no había nadie
cerca, así que… bajé las escaleras corriendo por el pasillo hasta
mi cuarto, y cerré la puerta tras de mí lo más velozmente que pude,
procurando mantener el silencio.

 

Como dije, me siento un poco ridículo por haber estado asustado de
nada, y el temor ya se ha desvanecido. Escribir esto me ayuda mucho,
me hace darme cuenta de que nada anda mal. Filtra mis pensamientos
inconclusos y miedos, dejando sólo hechos concretos y objetivos: es
tarde, recibí una llamada de un número equivocado y al teléfono de
Amanda se le agotó la carga, por lo que me devolvió la llamada con
otro teléfono. Nada extraño está pasando.

Aun así, hubo algo… inusual en esa conversación. Sé que pudo
haber sido por el alcohol que había tomado… ¿o fue a ella a quien
sentí extraña? O… sí, ¡eso es! No me di cuenta hasta ahora,
hasta escribirlo. Sabía que hacer esto ayudaría. Ella dijo que
estaba en una fiesta, ¡pero lo único que escuché de trasfondo fue
silencio! Claro, eso no significa nada en particular, puesto que pudo
haber ido afuera a tomar la llamada. No… eso tampoco pudo ser: ¡no
escuché el rumor del viento! ¡Necesito ir a ver si el viento está
soplando!

 

Lunes

Olvidé terminar de escribir anoche. No sé qué esperaba encontrar
cuando crucé por el pasillo y asomé el rostro por la ventanilla. Me
siento ridículo. El miedo de anoche me parece vago e irrazonable
ahora. No puedo esperar para salir y ver la luz del día. Voy a
revisar mi correo, afeitarme, darme un baño ¡y finalmente salir de
aquí!

Un momento… creo que escuché algo.

 

Era un trueno. Todo eso sobre la luz del día y el aire fresco no
pasó. Subí por el tramo de escaleras, sólo para encontrar
decepción. El cristal de la puerta principal era azotado por la
corriente de lluvia torrencial que se desataba afuera. Quise quedarme
a esperar a que un relámpago iluminara la intemperie; pero la lluvia
era muy fuerte y no podía visualizar nada más que siluetas
indistinguibles paseándose por ángulos extraños de la corriente de
agua bañando la ventanilla. Decepcionado, me di la vuelta, pero no
quería volver a mi cuarto. En su lugar, deambulé por las escaleras,
al primer piso, al segundo. Llegué al tercer piso, el más alto del
edifico.

Caminé por el alfombrado del piso. Las diez o tantas puertas de
madera, pintadas de azul hace mucho tiempo, estaban todas cerradas.
Escuché atentamente mientras caminaba, pero era medio día, no me
sorprendió oír poco más que el sonido de la lluvia afuera. En lo
que permanecí ahí parado, en ese turbio lugar, tuve la extraña y
fugaz impresión de que las puertas eran como silenciosos monolitos de
granito, esculpidos por una antigua y olvidada civilización para un
insondable propósito de guardines. Cayó un relámpago que iluminó
el pasillo, y pude haber jurado que, sólo por un momento, las viejas
y deterioradas puertas azules se vieron como piedra áspera. Me reí
de mí mismo por dejar que mi imaginación jugara así conmigo, pero
entonces se me ocurrió que el resplandor de ese rayo debía de
significar que había ventanas cerca. Me llegó una memoria distante,
y de inmediato recordé que el tercer piso tenía una alcoba con una
puerta corrediza de cristal al final del pasillo en donde estaba.

Emocionado por ver la ciudad desde lo alto en medio de la lluvia y,
quizá, ver a otra persona, caminé velozmente hacia la alcoba,
encontrándome con la delgada y larga puerta corrediza. Era bañada
por la corriente como la ventanilla de la puerta principal. Acerqué
mi mano a la manija, pero dudé. Tuve la rarísima sensación de que
si la abría, vería algo completamente terrible del otro lado. El
último par de días había sido tan extraño… así que ideé un
plan, y volví aquí para traer lo que necesitaría. No pienso que
realmente lograré algo con esto… pero no tengo nada más que hacer,
llueve y me estoy volviendo loco de remate.

Regresé por mi cámara web. De ninguna forma el cable llegará hasta
el tercer piso, por lo que, en su lugar, voy a ocultarla entre las dos
máquinas expendedoras, pasar el cable por debajo de mi puerta y
ponerle cinta de aislar encima para camuflarlo en la tira de plástico
negra que se extiende por la base de las paredes del corredor. Sé que
es tonto, pero estoy muy aburrido…

 

Bueno, nada sucedió. Dejé abierta la puerta de mi apartamento, me
llené de valor, fui hasta la puerta metálica, la abrí y corrí como
alma que lleva el Diablo de vuelta a mi cuarto y azoté la puerta.
Miré atento por la cámara web de mi computadora, viendo en la
transmisión al pasillo y una parte de las escaleras. Sigo observando
en este momento, y no aparece nada interesante. Desearía que el
ángulo de la cámara fuera distinto, que pudiera ver al menos una
parte de mi puerta. ¡Hey, alguien se conectó!

 

Usé un modelo de cámara más antiguo que tenía en mi clóset para
charlar con mi amigo. No supe explicarle por qué quería que fuera
una llamada de video, pero se sintió bien ver la cara de otra
persona. No se quedó a hablar por mucho tiempo, y no hablamos de nada
importante, pero me siento mucho mejor. Mi absurdo temor casi se ha
ido. Ya lo habría dejado completamente de lado, de no ser por la
extraña manera en que se dio la conversación. Sé que he dicho que
todo me ha parecido extraño, pero sus respuestas fueron tan vagas…
no puedo recordar una sola cosa específica que me haya dicho; ningún
nombre, lugar o evento en particular. Aunque sí me pidió mi
dirección de correo, para mantenerse en contacto. Un momento, me
llegó un correo.

 

Estoy a punto de salir. Recibí un correo de Amanda para pedirme que
nos reuniéramos en «el lugar al que siempre vamos». Me encanta la
pizza, y he estado comiendo de las sobras que había en lo que una vez
fue una alacena decorosa, así que no puedo esperar. De nuevo, me
siento ridículo por mi conducta de estos últimos días. Debería
quemar este diario cuando regrese.

Otro correo.

 

Oh, por Dios. Casi ignoro el correo y abro la puerta. Estuve a punto
de abrir la puerta. Estuve a punto, pero leí el correo primero. Era
de un amigo que llevo un tiempo sin ver, y fue enviado a muchísimos
correos que deben de ser cada contacto que tiene registrado. Omitió
el título, y decía, únicamente: «ve con tus propios ojos no
confíes en ell».

¿Qué demonios puede significar eso? No me lo puedo sacar de la
cabeza. ¿Es un mensaje enviado para advertir de que algo ocurrió?
¡La frase claramente se mandó sin terminar! En cualquier otro día
lo hubiera tomado como spam, pero las palabras «ve con tus propios
ojos»… no puedo evitar releer este diario, repasar los últimos
días, y caer en cuenta de que no he visto a ninguna persona con mis
propios ojos o hablado con alguien cara a cara. La conversación en
línea con mi amigo fue tan extraña, tan vaga, tan… misteriosa,
ahora que lo pienso. ¿En serio fue misteriosa?, ¿o es el miedo que
está turbando mi memoria?

Mi mente juega con los sucesos que he organizado aquí, apuntando a
que no ha habido ni un tan solo dato que haya adicionado sin
sospechar. El «número equivocado» que obtuvo mi nombre y la
subsecuente llamada de Amanda, el amigo que pidió mi dirección de
correo… Yo lo saludé primero cuando vi que estaba conectado, y
luego recibí un correo apenas terminó la conversación… ¡Oh, por
Dios! ¡La llamada de Amanda! ¡Le dije por el teléfono, le dije que
estaba a media hora de la Séptima Avenida! ¡Ellos saben que estoy
cerca de ahí! ¿Qué si están tratando de encontrarme? ¡¿Dónde
está todo el mundo?! ¡¿Por qué no he visto o escuchado de nadie en
días?!

No, no, esto está mal. Es de locos. Necesito calmarme.

 

No sé qué pensar. Recorrí mi apartamento desesperado, sosteniendo
mi celular en cada rincón para ver si podía obtener algo de señal.
Finalmente, en el baño, cerca de una de las esquinas superiores: una
barrita. Sosteniéndolo a esa altura envié un mensaje de texto a cada
número de mi lista. Consideré la probabilidad, el peor escenario
posible, lo peor que podía imaginar. Envié: «¿Has visto a alguien
cara a cara últimamente?».

Para este punto, lo único que necesito es una respuesta. No me
importa cuál sea, de quién o si me dejé en ridículo al hacer eso.
Intenté hacer una llamada, pero no podía elevar mi cabeza lo
suficiente, y si bajaba el teléfono siquiera un centímetro perdía
la señal. Luego recordé mi computadora y fui directo por ella.
Envíe un mensaje a todos mis contactos conectados. La mayoría estaba
ausente u ocupado; nadie respondió. Se agotó mi paciencia. Empecé a
inventar pretextos para justificar que vinieran hasta aquí. No me
importa nada a estas alturas, ¡sólo necesito ver a otra persona!

Desbaraté mi apartamento tratando de encontrar algo que haya pasado
por alto, alguna forma de contactar a otro ser humano sin abrir la
puerta. Sé que es demente, sé que es irracional, pero es posible,
¡es posible!, y necesito estar seguro. Fijé mi celular al techo por
si acaso.

 

Martes

El celular timbró. Exhausto por el alboroto de anoche, debí de
haberme quedado dormido. Me despertó el tono de mi celular; corrí al
baño, me paré en el retrete y lo alcancé para contestar la llamada.
Era Amanda, y ahora me siento mucho mejor. Estaba muy preocupada por
mí y aparentemente ha intentado contactarme desde que la dejé
plantada. Viene para acá, sí, sabía en dónde estoy sin necesidad
de que se lo dijera. Estoy muerto de la vergüenza. Definitivamente
voy a tirar este diario antes de que alguien lo vea, ya ni sé por
qué sigo escribiendo en él. O bueno, quizá porque ha sido el único
tipo de comunicación que he tenido desde… Dios sabe cuándo.

Me veo terrible. Me di un vistazo en el espejo antes de volver aquí.
Mis ojos están hundidos, mi barba más grande y parece que estoy
enfermo. Mi apartamento también está hecho un desastre, pero no voy
a limpiarlo. Creo que necesito que alguien más vea por lo que he
pasado. Estos últimos días no han sido normales, por donde lo vea.
No soy de los que imaginan cosas. He sido víctima de la probabilidad.
Seguramente me faltó poco para ver a otra persona en varias
ocasiones, nada más fue que salí muy tarde por la noche, o al medio
día, cuando todo el mundo está trabajando. Ahora sé que no hay
problema. Además, encontré algo ayer que me ayudó tremendamente:
¡un televisor! Lo conecté justo antes de sentarme a escribir esto, y
lo escucho sonar de fondo. La televisión siempre ha sido un escape
para mí, y me recuerda que afuera de estos muros un mundo sigue
andando, crea lo que crea.

Me alegra que Amanda haya sido la única que me contactó luego de
haber mandado todos esos mensajes absurdos. Ha sido mi mejor amiga
durante años. Ella no lo sabe, pero cuento al día en que la conocí
como uno de los mejores que he tenido en toda mi vida. Fue un tibio
día de verano; pareciera como si el recuerdo estuviera arrancado de
un mundo distinto del que me encuentro ahora. Sentí que pasaron días
enteros en ese parque, al que ya estábamos demasiado grandes para ir,
hablando con ella solamente. Todavía puedo volver a ese momento en
veces, y me recuerda que este lugar no es lo único que existe… Al
fin, ¡llaman a la puerta!

 

Pensé que era raro que no la hubiera visto por la cámara que
escondí en el pasillo. Supuse que fue por la perspectiva, similar a
no poder ver mi puerta. Debí saber que eso sería un problema.
Después de que tocara, grité en tono de broma que tenía la cámara
entre las máquinas… vaya que había dejado a mi paranoia ir lejos.
Vi su imagen acercarse y bajar la vista hasta dar con ella. Sonrió y
saludó con una de sus manos.

—Qué hay —dijo alegremente, mirando curiosa.

—Lo sé, es raro —hablé por el micrófono conectado a mi
computadora—. He tenido una mala racha —agregué.

—Seguro —contestó—. Ábreme Juan.

Dudé. ¿Cómo podía estar seguro?

—Sígueme un poco la corriente, ¿sí? Dime algo sobre nosotros,
para probar que eres tú.

Miró a la cámara, se tocó la barbilla y volteó hacia arriba; sacó
un papel y un lápiz. Escribió en ellos. Enseñó el papel para que
pudiera verlo en la cámara:

«Ya estábamos muy grandes para ese parque».

Suspiré profundamente, la realidad volvía, el miedo se disipaba.
Joder, había sido tan ridículo. ¡Por supuesto que era Amanda! Ese
recuerdo no estaba en ningún otro lugar más que en mi memoria. Nunca
he hablado con nadie de ese día, y no por vergüenza, sino por
tenerlo como un nostálgico recuerdo. Si había alguna entidad
desconocida que trataba de engañarme, como temía, de ninguna forma
podría saber sobre ese día.

—Bueno, dame un segundo —le dije entre risas.

Corrí a mi pequeño baño y peiné mi cabello lo mejor que pude. Me
miraba terrible, pero ella entendería. Riendo por mi tonto
comportamiento, y el desorden en el que estaba, caminé hacia la
puerta. Puse mi mano sobre la perilla y di un último vistazo a mis
espaldas. Comida mordisqueada regada por el suelo, el bote de basura
caído y la cama que había volcado hacía unas horas buscando… Dios
sabrá qué estaba buscando. «Tan tonto», pensé.

Antes de girar la perilla, mis ojos notaron una cosa más: la cámara
que usé para charlar con mi amigo. La esfera negra estaba sobre su
costado y el lente apuntaba a la mesa en donde este diario se
encontraba. Un terror enorme se apoderó de mí en cuanto pensé que
si algo podía mirar a través de esa cámara, vería lo que había
escrito acerca de ese día. Le pedí una cosa, cualquier cosa acerca
de nosotros, y ella escogió la única en el mundo que creí que eso o
ellos no sabrían… pero lo hacen, lo saben, ¡hasta pudieron haberme
observado todo este tiempo!

No abrí la puerta. Grité. Grité sin parar. Arranqué la cámara y
la estampé contra el suelo. La puerta tembló y la perilla intentó
girar, pero no escuché la voz de Amanda al otro lado. ¿Sí era ella
quien estaba afuera? ¿Quién más pudo ser sino Amanda? ¿Quién
demonios estaba afuera? ¿Qué demonios estaba afuera?

La vi por la cámara, la escuché por mis parlantes, ¿pero fue real?
¡Cómo saberlo! Grité alarmado por ayuda. Aseguré la puerta con
todos mis muebles. Por ahora se ha ido.

 

Viernes

Al menos creo que es viernes. He roto todos mis aparatos
electrónicos. Destruí mi computadora. Cualquier cosa en ella podía,
a fin de cuentas, ser manipulada por medio de la red. Sé de eso, soy
un programador. No podía arriesgarme. Cada pequeño dato respecto a
mí, mi nombre, mi correo, mi ubicación, todos fueron cosas que he
dicho. He releído lo que he escrito una y otra vez. He intentado
juzgar lo que he escrito, bailando entre el miedo y el escepticismo. A
veces me consta que una entidad está decidida en el simple objetivo
de hacerme salir de aquí: desde el principio, Amanda no hizo más que
pedirme que abriera la puerta y saliera. Puedo leerlo, puedo leerlo
claramente ahora.

Trato de ver las cosas desde todos los ángulos. Por un lado, soy un
lunático que ha interpretado una convergencia de probabilidades
extremadamente improbables, pero factible: no asomarme en el momento
adecuado, no ver a otra persona por mero azar, recibir un correo
extraño como los miles que es posible recibir, pero en el momento
preciso. Por el otro, esa convergencia de probabilidades es la única
razón por la cual lo que sea que está afuera no me ha atrapado aún:
no abrí la puerta corrediza del tercer piso, y tal vez nunca debí
abrir la puerta metálica al final del corredor. No volví a abrir la
puerta de mi apartamento después de abrir la puerta metálica. Lo que
sea que esté allá afuera —si es que está allá afuera— nunca
«apareció» en el pasillo antes de que la abriera. Tal vez se había
dedicado a cazar a todas las personas que se encontraban al
descubierto y luego esperó, hasta que delaté mi existencia al tratar
de llamar a Amanda… una llamada que no se concretizó hasta que eso
me hablara y preguntara mi nombre.

Mi temor literalmente me abruma cada vez que intento acoplar todas las
piezas de esta pesadilla. Ese correo —corto, cortado— era de
alguien intentando decir algo. ¿Una advertencia aliada, intentando
llegar a mí antes de que fuera muy tarde? Ver con mis propios ojos,
no confiar. Puede que tenga dominadas a todas las cosas electrónicas,
que haya elaborado una enorme red para engañarme y hacerme salir.
¿Por qué no puede entrar? Tocó la puerta, así que al menos,
parcialmente, es sólido. La puerta. La idea de esas puertas como
monolitos guardianes en el tercer piso aparece cada vez que mis
pensamientos siguen este rumbo. Si hay alguna entidad etérea
intentando que salga a la intemperie, quizá esa entidad es incapaz de
cruzar las puertas.

No paro de pensar en todos los libros que he leído, en todas las
películas que he visto, tratando de encontrar la respuesta a esto.
Las puertas siempre han sido gatillos de la imaginación humana,
plasmadas en numerosas ocasiones como portales de singular importancia
¿O quizá la puerta es muy gruesa? Yo no podría derribar ninguna de
las puertas de este edificio, especialmente las del sótano. Dejando
eso a un lado, ¿por qué me quiere a mí? Incluso yo puedo imaginar
al menos una docena de formas de matarme, incluyendo dejar que me
pudra aquí abajo y muera de hambre. Quizás eso es precisamente lo
que está haciendo. Está llenándome de miedo; pero, ¿y si no quiere
matarme?, ¿y si puede hacer algo peor? Dios, ¡¿cómo salgo de esta
pesadilla?!

Llaman a la puerta…

 

Le dije a la gente del otro lado de la puerta que necesitaba unos
minutos más para pensar las cosas y saldría. Sólo estoy escribiendo
esto para decidir qué hacer. Al menos esta vez he escuchado sus
voces. Mi paranoia —sí, reconozco que estoy siendo paranoico— me
hace pensar en todas las formas que una voz humana podría fingirse
por algún medio electrónico. El pasillo podría estar lleno de
altavoces simulando voces humanas. ¿Realmente les tomó tres días
venir a hablar conmigo? Se supone que Amanda está ahí afuera, junto
con dos policías y un psiquiatra. Tal vez les tomó tres días pensar
en qué decirme. La explicación del psiquiatra sería muy
convincente, si decidiera pensar que todo esto no ha sido nada más
que un extraño mal entendido, y dejar fuera de la ecuación a la
entidad que intenta engañarme para abrir la puerta.

El psiquiatra tiene la voz de un viejo. Autoritaria pero sensible. Me
agrada, me recuerda a la de mi propio padre. Dice que sufro de algo
llamado «cyberpsicosis», y soy sólo uno más de una enorme epidemia
que se cuenta por miles, detonada por un correo sugestivo que «se
filtró de alguna forma». Juro que lo dijo así: «Se filtró de
alguna forma». Creo que intenta decir que se esparció por todo el
país inexplicablemente, pero sospecho demasiado que a la entidad se
le ha resbalado algo. Dijo que soy parte de una ola de
«comportamiento emergente»; que muchas personas más están
enfrentando mi mismo problema, y el mismo miedo, aunque nunca nos
hayamos comunicado.

Eso explica el correo que recibí sobre ver con mis propios ojos. No
recibí el correo detonante original, recibí un derivado. Mi amigo
pudo haber perdido la razón también, y ha intentado advertir a todo
el mundo sobre su paranoico miedo. Así es como el problema se
esparce, afirma el psiquiatra. Pude haberlo esparcido también con el
mensaje que envié por el celular y los que mandé por Messenger.
Alguno de todos esos contactos podría estar volviéndose tan loco
como yo después de haber leído uno de esos mensajes, y ahora estar
interpretando la realidad en la forma en la que yo lo estoy haciendo.

El psiquiatra me dijo que no quería «perder uno más». Que la
inteligencia de gente como yo es precisamente nuestra perdición.
Trazamos conexiones tan bien, que incluso las trazamos en donde no
deberían estar. Dice que es fácil comenzar a acumular paranoia en el
mundo en el que vivimos ahora, un lugar en constante cambio en donde
cada vez mayor parte de nuestra interacción es simulada…

Hay que admitirlo, es una explicación hermosa. Reúne y explica todo.
Lo explica perfectamente, de hecho. Tengo todas las razones del mundo
ahora para sacudirme este horror atávico de que algo se encuentra del
otro lado de la puerta lista para capturarme y llevarme a un destino
peor que la muerte. Sería tonto, tras oír esa explicación,
permanecer aquí hasta morir de hambre para evitar a esa entidad que
quizá ya haya atrapado a todos los demás. Sería tonto pensar, tras
oír esa explicación, que yo sería una de las pocas personas que
restan en un mundo vacío, escondiéndose en la seguridad de su
sótano, jodiendo a una impensable y engañosa entidad que juega a ser
omnipotente con tan sólo rehusarme a abrir una puerta. Es una
explicación perfecta para cada evento extraño que he escrito aquí;
tengo todas las razones del mundo para dejar ir mis miedos, y abrir
esa puerta.

Y es exactamente por eso que no lo haré.

¿Cómo puedo estar seguro? ¿Cómo puedo saber qué es real y qué un
engaño? Todas estas malditas cosas con sus cables y sus señales que
nacen de un origen imperceptible y llegan hasta ti, ¡no son reales,
no puedo estar seguro! ¡Señal de video, de celular, correos! Incluso
la televisión, ahora silenciosa, partida por la mitad, en el suelo.
¿Cómo podría saber qué es real? Todo mensaje no es más que
energía, ondas, luz… la puerta. ¡Está golpeando la puerta!
¡Intenta entrar! ¿Qué alimaña mecánica podría estar empleando
para simular a una persona golpeando una puerta tan perfectamente? Al
menos ahora podré verlo con mis propios ojos. No queda nada con lo
que pueda engañarme; no puede engañar a mis ojos, ¿o sí? Ve con
tus propios ojos, no confíes en ell… un momento, ¿ese mensaje
trataba de decirme que confiara en mis ojos, ¡o advertirme sobre mis
ojos también!? Oh, por Dios, ¿cuál es la diferencia entre una
cámara y mis ojos? Ambos transforman la luz en señales eléctricas,
son… ¡lo mismo! No puedo permitir que me engañe, Dios, ¡no puedo
permitir que me engañe! No voy a permitirlo, no puedo estar seguro.
¡Necesito estar seguro!

 

Fecha desconocida

He pedido tranquilamente una pluma y un papel, por el día, por la
noche, hasta que finalmente me los dio. No que importe, ¿qué voy a
hacer? ¿Sacarme los ojos de nuevo? Los vendajes se sienten como una
parte de mí ahora. El dolor se ha ido. Supuse que ésta sería una de
mis últimas oportunidades de escribir legiblemente, puesto que sin mi
vista que corrija errores, mis manos progresivamente olvidarán el
mecanismo involucrado. Es un capricho, escribir… un vestigio de otra
era, porque evidentemente ha asesinado al resto del mundo.

Me siento contra la pared día y noche. La entidad me trae comida y
agua. Se disfraza como una amable enfermera, como un antipático
doctor. Sabe que mi oído se ha agudizado considerablemente ahora que
estoy en oscuridad; finge conversaciones en el corredor, con la
intensión de que lo escuche. Una de las enfermeras habla sobre tener
un bebé pronto, uno de los doctores perdió a su esposa en un
accidente de auto. No que importe, nada de eso es real. Nada me llega,
no como ella lo hace.

Ésa es la peor parte, la parte que casi no puedo soportar. Esa cosa
viene a mí enmascarada como Amanda. Su recreación es perfecta. Suena
exactamente como Amanda, se siente exactamente como ella. Hasta
produce una simulación admirable de sus lágrimas, que me obligó a
sentir sobre sus tibias mejillas. En un inicio, cuando me trajo aquí,
me dijo todas las cosas que quería escuchar. Me dijo que me amaba,
que siempre lo había hecho, que no entendía el porqué de esto, que
todavía podíamos tener una vida juntos, ir al parque todos los
días, si quería.

Con la condición de que dejara de insistir sobre la farsa. Quería
que creyera. No, necesitaba que lo hiciera. Que era real, que era
ella. Jamás sabrás qué tan cerca estuve de ceder a ese acto tuyo.
Dudé de mí mismo por mucho tiempo; pero eres un perfeccionista, todo
era demasiado real o lo que entiendes por real, y, ¿sabes?, la
realidad tiene otras cosas que aún no alcanzas a captar, quizá
porque ni siquiera nosotros mismos logramos hacerlo del todo, ni
representarlo.

La falsa Amanda venía todos los días, luego cada semana, hasta que
por fin dejó de joderme con ella… pero no creo que la entidad se
rinda. El juego de esperar es otro de sus trucos. Lo resistiré por el
resto de mi vida, si es necesario. No sé qué fue lo que le ocurrió
al resto del mundo, pero sí sé que esta cosa necesita que caiga. Si
es así, entonces tal vez, sólo tal vez, soy una piedra en su camino.
Quizá Amanda sigue con vida en algún lado, mantenida con vida
únicamente por mi voluntad de resistir el engaño. Me sostengo a esa
esperanza, meciéndome hacia adelante y hacia atrás en mi celda para
pasar el tiempo. Nunca me rediré. Nunca caeré. Soy… ¡un héroe!

===

El doctor leyó el papel en el que el paciente había escrito. Apenas
podía entenderse, escrito con la temblorosa mano de un ciego. Quería
sonreír ante la firme determinación del joven, un recordatorio de la
voluntad humana de querer sobrevivir, pero sabía que el paciente
estaba completamente delirante.

Después de todo, una persona sana hubiera caído en el engaño hace
mucho tiempo.

El doctor quería sonreír. Quería susurrar palabras de ánimo al
delirante joven. Quería gritar, pero los delgados filamentos
conectados a los nervios de su cabeza y en sus ojos se lo impedían.
Su cuerpo caminaba a la celda como una marioneta, y le decía al
paciente, una vez más, que estaba equivocado, y que no había nadie
tratando de engañarlo.

puntos 9 | votos: 9
Yo triunfo diciendo lo que los demás - piensan.
puntos 8 | votos: 8
Si Dios hubiera querido - que me inclinara, habría puesto los diamantes en el suelo.
puntos 14 | votos: 14
Todo el mundo esta en una relación, - y yo ni siquiera puedo encontrar mi otro calcetín.
puntos 8 | votos: 8
El piso de arriba - Cuando era niño mi familia se mudó a una casa vieja y enorme de dos
pisos, con espaciosos cuartos vacíos y tablones que rechinaban. Mis
padres trabajaban, así que usualmente me quedaba solo al venir de la
escuela. Un día que llegaba un poco tarde, la casa todavía estaba
oscura. «¿Mamá?», llamé, y la escuché decir con voz cantarina
«¿Siiiiiií?» desde el piso de arriba. La llamé de nuevo mientras
subía las escaleras para ver en qué habitación se encontraba, y de
nuevo me respondió con un «¿Siiiiiií?».

Estábamos redecorando para ese tiempo, y no sabía ubicarme entre ese
laberinto de habitaciones, pero ella estaba en una de las más
alejadas, al final del pasillo. Me sentí intranquilo, pero supuse que
era normal y me dirigí a ver a mi madre, sabiendo que su cercanía
apaciguaría mis miedos. Justo cuando tomé la perilla para entrar en
la habitación, escuché la puerta principal abrirse y a mi mamá
decir, «Cariño, ¿estás en casa?» con una voz alegre. Di un salto
hacia atrás, sobresaltado, y corrí hacia las escaleras para ir con
ella; pero cuando volteé desde los primeros escalones, la puerta de
esa habitación se abrió lentamente haciendo un quejido. Por un breve
instante, pude ver algo ahí adentro. No sé lo que era, pero me
estaba mirando.
puntos 10 | votos: 10
Levitación - Morris Hobster fue mi mejor amigo por aquellos años en los que la
sociedad condenaba estoicamente la actitud tan impetuosa y dinámica
de la juventud. No puedo decir que éramos rebeldes, porque no era
así: simplemente, teníamos otras ideologías más profundas y el
bello don de la curiosidad.

Es que así éramos Morris y yo: nos encantaba experimentar cosas
nuevas como a cualquier joven de nuestra etapa. Era normal que todos
se comportasen así, ¿no? La verdad es que nunca pude comprender por
qué nuestros padres y demás familiares se escandalizaban ante
nuestras filosofías, actos y cuestiones. En realidad nos daba igual
lo que creyeran acerca de nuestra mentalidad tan abierta e ilimitada,
siempre dispuesta a conocer más cosas sobre la realidad que nos
rodeaba. Y es que mi amigo y yo éramos de aquellos que gustaban de
buscar nuevas expectativas y definiciones de la existencia que
llevábamos, leyendo por aquí, tomando fotos por acá, y luego
compartiéndolas entre los dos; sacábamos conclusiones desde nuestro
punto de vista y más tarde buscábamos información sobre los
resultados a los que habíamos llegado. Definitivamente, no me puedo
quejar de mi juventud, pues disfruté tanto como jamás lo he hecho.

Si existía una palabra para definir la ideología de Hobster, ésa
era extraordinaria. Ni yo poseía tal habilidad para concebir las
costumbres cotidianas como un mero escudo ante lo desconocido, ante
aquello que el ser humano siempre temió. Él mencionaba
constantemente en sus pláticas que el hombre no tenía la más
mínima idea de lo que había más allá de sus actos, y que siempre
estaba buscando la forma de evadir su decadente e inevitable destino.
Sencillamente, Morris era de aquellos jóvenes que, si se lo hubiera
propuesto, habría llegado a la cima más encumbrada entre los sabios
del mundo. Debo admitir que me sentía muy bien a su lado, pues era el
único que lograba comprender mi concepción de la vida e incluso
compartíamos puntos de vista iguales que, de no haber sido porque no
compartíamos ningún parentesco familiar, podría haber jurado que
ese chico era mi «gemelo ideológico», por así decirlo.

Sin embargo, el tiempo, maldito verdugo que inevitablemente te obliga
a enlazarte con tu inverosímil destino, quiso que ambos nos
separásemos y mi amigo se mudó junto con su familia a otra ciudad.
Cuando él fue a comunicarme la desagradable noticia, no pude contener
la agonía que estaba experimentando en mis adentros, y juntos nos
despedimos con muchas lágrimas; lo que más me dolió de aquel aviso
fue que claramente sentí cómo se desgarraba una parte de mi ser y
era extraída por algún ser desconocido que deseaba ver mi
sufrimiento. No puedo describir con otras palabras lo que padecí en
aquel instante en el que mi destino estaba por cambiar, quizá para
siempre, o tal vez era sólo una prueba de valor para ambos; pero
todavía hoy me pregunto qué había que comprobar con esa
separación. Actualmente, mi ilimitada imaginación me permite hacer
una especulación sobre aquella circunstancia que decidió todo por
nosotros. Tal vez la vida nos vio como una amenaza, algo que podía
romper su cuidadosa y bien estructurada coreografía de falsedad y
egoísmo. Siendo así, no había lugar para nosotros en este mundo.

Aún recuerdo bien esa sombría tarde en que lo vi irse: su cara
transmitía una serenidad impresionante, aunque yo sabía
perfectamente que aquello era una máscara que estaba usando para
evitar mostrar su dolor ante su familia, la cual era muy severa y
conservadora. Su caso familiar no era la excepción por aquellos
tiempos: muchos jóvenes de nuestra edad pasaban por la misma
experiencia, incluso yo lo vivía; aquel que no tuviera unos padres
así podía considerarse afortunado, muy afortunado. Tengo bien
plasmada en mi memoria su cara al momento en que el carro encendió
con todo aquel maletero encima, casi marcada a fuego su expresión: me
estaba comunicando con la mirada que ni la misma distancia nos
separaría, y que algún día, en un futuro no muy lejano,
volveríamos a vernos. Yo entendí su silencioso lenguaje, y con el
mismo idioma le dije que así sería, y que tarde o temprano,
estaríamos juntos de nuevo para descubrir más cosas.

Las cosas continuaron su marcha normal, desde el punto de vista de la
sociedad que me rodeaba, claro. Pero desde que Hobster se fue, supe
que mi vida, a pesar de su creciente monotonía, ya no sería la
misma. Me resultaba imposible el concordar con los adultos, quienes
aseguraban que las amistades de juventud eran fácilmente olvidadas, y
los jóvenes de mi ciudad me daban los ánimos que necesitaba para
afrontar a esa terrible ideología a la que llamaban madurez adulta.

¡Qué grande fue mi alegría cuando recibí una carta de Morris!
Recuerdo que mi padre acababa de llegar de su trabajo, y siempre
tenía por costumbre revisar el buzón antes de llegar a casa.
Escuché sus pasos subiendo las escaleras y supuse que pasaría de
largo por mi cuarto sin saludarme, como siempre lo hacía; me
sorprendió sobremanera que tocara la puerta de mi habitación, pero
después comprendí que sólo lo había hecho porque entre las cartas
que llegaron, había una para mí. Tengo que admitir que me extrañó
demasiado que me enviaran algo, pero así era, mi padre me entregó el
sobre y salió de mi cuarto. Me quedé observando la carta por un
tiempo: ¡quien me la había escrito era Morris! Imaginen mi emoción
cuando la comencé a abrir y descubrí, con total alegría, la
pequeña pero fina letra de mi mejor amigo. Sin más tiempo que
perder, comencé a leerla:

«Mi muy apreciable e incomparable amigo Randolph Gordon:

No puedo concebir la emoción de este momento en el cual estoy
redactando estas líneas, me siento feliz de poder escribirte por
primera vez luego de que fuese forzado por mi familia a abandonar el
lugar donde pasé los mejores momentos de mi vida, con el amigo que
jamás podré olvidar. Te parecerá increíble, pero desde que estoy
acá, no logro adaptarme a mi nueva forma de vida: la ciudad en la que
vivo ahora es mucho más caótica que la tuya, los jóvenes se apegan
ciegamente a las enseñanzas de los adultos y, por desgracia, no
ejercen su libre albedrío como debería ser; si los adultos de mi
anterior pueblo eran severos y conservadores, estos van más allá de
esas erróneas y estúpidas ideologías. No puedes imaginarte la
felicidad de mis padres al saber que sus vecinos tienen un hijo
“bien educado” que nunca pone en duda la autoridad de sus mayores
y que es obediente. Sólo puedo pensar en la debilidad de pensamiento
que posee ese pobre muchacho, y no lo culpo, la verdad no puedo
hacerlo porque el ambiente en que ha crecido lo moldeó así y así se
quedará para su eterna desgracia. Por otro lado, mi familia a cada
momento menciona que cuánto hubieran dado porque yo creciera desde un
principio en esta maldita ciudad, y están diciéndomelo a cada
momento del día. En la escuela soy visto como el “rebelde sin
causa” y he tenido choques de personalidad con todos los profesores,
incluso con la directora; me han llamado varias veces la atención por
defender mis justos derechos y cada vez que me pongo en contra de los
pensamientos tan cerrados de mis maestros, mis padres son citados para
conversar con ellos, y los exhortan a que me pongan en mi lugar o
alguien más lo hará un día. Ellos, como siempre lo has sabido y es
costumbre del lugar donde estás, dicen que se avergüenzan de mí;
que debería aprender a comportarme como el hombre que soy y que
definitivamente tendrán que enseñarme a levitar. No entiendo a qué
se refieren con eso, pero sospecho que no es nada bueno. Randolph, sé
que te sonará ridículo, porque jamás me escuchaste mencionar algo
similar cuando estábamos juntos, pero por primera vez en mi vida
tengo miedo, miedo hacia el destino que me depara con esta putrefacta
sociedad. ¿De qué tengo pavor? Del modo de ver las cosas de los
adultos: son tan ambiguos que se puede esperar cualquier cosa de
ellos. Me decidí a escribirte esta carta a escondidas de mis padres,
bien sabes que ellos nunca te vieron con buenos ojos porque eres igual
a mí en pensamiento, del mismo modo en que tus padres me veían mal a
mí. Supongo que algunos patrones de conducta siempre permanecen, y
ése es el caso de nuestras familias, ¿no lo crees? Tengo deseos de
que vengas a visitarme, quiero verte: no sabes el terror que vivo día
con día al saber que la juventud de este lugar en realidad no existe,
sólo son adultos en proceso de madurez; me aterra ver que nadie
piensa por sí mismo y se apegan como un perro a su dueño a las ideas
de los mayores, es simplemente macabro. ¿Hacia dónde va este
decadente sistema? No tengo la menor idea, pero he decidido que en
cuanto tenga mayoría de edad, me iré de este enfermizo lugar que no
hace otra cosa más que reprimirme demasiado. Sé que te veré pronto
porque responderás a mi llamado, sabiendo que tú tienes más
posibilidades de venir a verme, y tienes conciencia de ello.

Junto con esta carta he anexado un mapa de mi ciudad actual, en él
realicé unas señalizaciones para que encuentres mi casa; en el dorso
se encuentra mi dirección completa, junto con instrucciones precisas
para que no te equivoques de domicilio. Si hago todo esto es porque me
urge verte, necesito hablar con una persona que me entienda y me ayude
a soportar esta situación. Creo que empiezas a comprender cómo me
siento, después de todo, admiro tu habilidad para ser empático, cosa
que aquí nadie posee. Amigo mío, quisiera comunicarte más cosas por
este medio, pero entiendo que las palabras que deseo compartir contigo
no podrían ser escritas. Espero tu próxima venida y recuerda que
siempre contarás con un amigo leal en la distancia y en la eternidad,
así como yo sé que siempre estarás conmigo en las buenas y en las
malas.

Tu mejor e incondicional amigo,

Morris Hobster».

Confieso que en un principio, la carta me llenó de mucha motivación
y alegría, pero conforme me fui acercando a su desenlace, me sentí
frustrado y a la vez preocupado: no sabía la difícil situación que
estaba viviendo Morris, ¡y yo que pensaba que mi vida era terrible!
Sin pensármelo dos veces, empecé a idear un plan para que mis padres
me llevaran a visitar a mi amigo; les diría que en la carta que me
envió me comunicaba que estaba enfermo y que el médico le había
recomendado absoluto reposo, por lo cual me escribió y me solicitaba
que le llevase algunos libros para su entretenimiento mientras
permanecía en cama. Con aquella estrategia en mente, me dirigí al
cuarto de mis padres y les dije sobre la supuesta enfermedad que
tenía mi amigo, les rogué que fuéramos a verlo y, sorpresivamente,
ellos accedieron sin que les insistiera demasiado. Me comentaron que
primero tendrían que pedir permiso en el trabajo de mi padre y en mi
escuela para ausentarnos, asunto que resolverían al día siguiente.
Yo estaba que no cabía en mí de la emoción: ¡iría a ver a Morris
después de tanto tiempo!

Al tercer día nos encontrábamos empacando algunas maletas para
quedarnos unos días con la familia Hobster, pues mis padres
consideraban que resultaría interesante relacionarse más con los
progenitores de mi amigo. Salimos rumbo a la ciudad donde Morris se
había mudado junto con su familia, y con ayuda del mapa que me
envió, logramos dar con la casa sin equivocarnos de dirección.

Mi corazón saltaba de la indescriptible felicidad que sentía al
saber que de nuevo vería a mi gran amigo de toda la vida. Me bajé
del auto casi al mismo tiempo que mi padre se estacionaba, corrí
hacia la puerta de entrada mientras gritaba el nombre de Morris. La
puerta se abrió mientras la señora Hobster me dedicaba una sonrisa
que, hasta hoy, no dejo de considerar que poseía una pequeña sombra
de felonía. Pregunté por mi amigo, y con el tono más dulce e
hipócrita que había escuchado jamás, su madre me contestó que él
estaba en su habitación levitando. No sé por qué, pero en ese
momento sentí una terrible punzada en el pecho, sobre todo porque
Morris me había mencionado que esa palabra acrecentaba su temor con
respecto a sus padres y la forma en que ellos la concebían.

Le pregunté a la señora Hobster en dónde estaba el cuarto de mi
amigo. Ella seguía manteniendo su falsa sonrisa mientras señalaba
hacia las escaleras que conducían al segundo piso, al tiempo que
mencionaba que Morris había estado sumamente inquieto por mi llegada,
y que ahora se pondría feliz de verme. No había acabado de darme la
información cuando corrí con mucha rapidez mientras ascendía hacia
la segunda planta de la casa. Cuando llegué a la puerta que supuse
que sería la de mi amigo, noté que estaba cerrada, así que toqué
al mismo tiempo que le avisaba a Morris que ya había llegado.

Sólo escuché la voz del señor Hobster contestándome que pasara,
pues mi amigo estaba en esos momentos muy ocupado levitando; otra vez
escuché esa palabra que me retorcía las entrañas. Con mucha
lentitud abrí la puerta, pues pensé que Morris estaba quizá
reflexionando sobre algo o muy sumido en sus pensamientos para que no
me contestase, y además, ¿qué hacía su padre con él en su
habitación? Mis pensamientos fueron cortados de tajo mientras
observaba, boquiabierto, algo que jamás creí que vería en la vida
real: ahí, en medio del cuarto, estaba mi amigo ¡literalmente
levitando, tal y como lo habían mencionado sus padres! No lo podía
creer, no lo quería creer; empecé a entrar en un estado de shock
mientras seguía mirando a mi amigo, en su rostro se dibujaba esa
misma expresión que me había dedicado el día que se fue de mi
ciudad: serenidad, una tranquilidad infinita y esa particular sonrisa
suya que me dedicaba cuando decía que todo iba a salir bien.
Continué viéndolo, realmente levitaba, pues sus pies no tocaban el
suelo; era increíble, pero cierto.

Recuerdo que escuché decir a su padre que ahora Morris, gracias a la
levitación, aprendería a comportarse como un joven de buenos modales
y que sería un gran ejemplo para mí de ahora en adelante. La cara
del señor Hobster expresaba alegría y orgullo: no podría estar más
feliz de su hijo.

Desperté en el hospital general de la ciudad, rodeado de las
preocupantes miradas de mis padres. Me dijeron que me había desmayado
por la emoción de volver a ver a mi amigo, pero sabía que decían
eso para tranquilizarme. Como sólo había sido un desvanecimiento
temporal, el médico me dio de alta enseguida. En la sala de espera
estaban los padres de mi amigo, felices que mi desmayo no hubiese
pasado a mayores. Pregunté una y otra vez por Morris a sus
progenitores, y ellos, con una gran sonrisa de satisfacción, sólo se
limitaban a decirme que ahora él era un chico muy educado y
obediente, y que debería estar orgulloso por ser amigo de un muchacho
así. Yo simplemente no podía creerlo; me puse histérico y les
grité enfrente de todos los que se encontraban ahí y de mis padres
que estaban completamente locos, que su retorcida ideología no
conocía límites y que no había ningún motivo para estar feliz por
haberlo obligado a convertirse en lo que ahora era. Las personas del
hospital se quedaron mirando conmocionados aquella escena, jamás
habían visto a un joven alzarle la voz así a sus mayores. Mis padres
estaban avergonzados por mi supuesto escándalo y me sacaron a rastras
de aquel indiferente lugar; nadie hizo nada para defender mis ideas,
nadie, y sé que nadie jamás lo hará, no en esa maldita y putrefacta
ciudad.

Debido a mi «indecente» comportamiento, mis padres decidieron
regresar a casa esa misma tarde, comunicándome que los padres de
Morris no deseaban volver a verme, ya que me consideraban una mala
influencia para su hijo. Yo sólo quería despedirme de él por
última vez, y decirle que lamentaba no haber llegado antes para
salvarlo de su levitación, ¡sólo quería eso! Sentí un terrible
dolor en mi pecho mientras nos alejábamos de aquella fatídica y
repugnante ciudad. Mis padres, completamente decepcionados de mi forma
de expresarme ante los Hobster, me dijeron que también deberían
aplicar conmigo esa técnica de la levitación, pues así aprendería
a ser un chico correcto y bien portado. Recuerdo que en ese instante
comencé a odiar enfermizamente a mis padres, tanto como aborrecía a
los de mi mejor amigo.

El tiempo, en su marcha incansable, hizo que ya no le diera motivos a
mis padres para que cumplieran aquella terrible amenaza que tenía por
objetivo despojarme de mis ideales. En cuanto cumplí la mayoría de
edad, abandoné la casa porque no soportaba vivir con aquellos dos
seres tan aborrecibles. Me mudé a un pequeño poblado, lejos de mi
antiguo hogar. Puedo decir que ahora llevo una vida tranquila, pero no
feliz: el recuerdo de la sorprendente levitación de mi amigo me
persigue a todos lados. La última vez que lo vi, su cara me volvía a
decir que algún día estaríamos juntos para siempre, y jamás lo
dudé. Creo en su palabra y siempre seguiré creyendo en ella, a pesar
de que él ya no será nunca lo que alguna vez conocí. Pensándolo
bien, yo tampoco quiero seguir siendo lo que soy ahora. He leído su
carta muchas veces en mis tiempos de soledad para sentirme
acompañado, y siempre se ha quedado marcada en mí, tal y como si
fuese un tatuaje, aquella palabra que le dio un sentido nuevo a la
vida de mi amigo y estaba por formar parte de la mía. Seguramente, si
me vieran mis padres, estarían orgullosos de mí. Sin dilación,
termino de escribir estas líneas para decirles a todos ustedes que la
experiencia de la levitación me servirá para comprender por qué mi
amigo tenía esa expresión en su rostro aquél día: era muy
pacífica.

Sé que ninguno de ustedes comprenderá el motivo que me lleva a hacer
esto, pero sólo quiero saber qué sintió mi amigo cuando su padre lo
hizo levitar. Sin más demora, tomo una resistente soga y la amarro
bien en el techo de mi casa, me aseguro de que esté bien atada y
formo un nudo corredizo en su punta libre. Me colocaré ese lazo
alrededor de mi cuello y entonces al fin estaré con mi amigo, al fin
comprenderé a sus padres y al fin me sentiré libre para dejar este
maldito mundo. Creo que por eso Morris estaba tan relajado mientras
levitaba, ahora sentiré esa misma calidez que su familia le hizo
sentir al convertirlo en un hombre de bien.

Levitaré, sí, para que mis pies jamás vuelvan a tocar este inmundo
suelo…

puntos 16 | votos: 18
¿Por qué no puedo ser un gato? -
puntos 12 | votos: 14
¿Acaso debería matarme o mejor - los mato a todos ellos?
puntos 24 | votos: 24
Nos venden ideas de felicidad - para mantenernos ciegos la vida entera.
puntos 5 | votos: 7
Ceguera - El despertador gritó, molesto e insistente. El hasta hacía medio
segundo durmiente sacudió la cabeza, con ese pequeño susto que
recibimos al despertarnos, y que se desvanece tan rápido que casi
nunca lo percibimos. Todavía en la frontera de la vigilia, estiró la
mano y apagó la alarma, y agradeció a varios panteones de Dioses por
el maravilloso silencio.
Volvió a su posición de feto y pensó el diario “cinco minutitos
más”, pero la parte adulta de su cerebro lo obligó a intentar
levantarse. Retozó por unos segundos en su cama, regodeándose en el
calor casi maternal de las frazadas. Gozó enormemente, bostezó y se
estiró hasta el hartazgo.
Abrió los ojos y se los restregó un poco, a la vez que bostezaba.
Con la oscuridad que reinaba en el cuarto, era prácticamente lo mismo
tener  los ojos cerrados o abiertos. ¿Prácticamente? Era exactamente
lo mismo. El recién despierto cerró y abrió los ojos, viendo
exactamente lo mismo: nada. No fue consciente de esto, porque siempre
dormía con la ventana cerrada a cal y canto; le disgustaba muchísimo
la luz a la mañana.
Con una lentitud extrema se levantó, y sufrió un par de escalofríos
mientras abandonaba el útero caliente que representaba su cama a esas
horas de madrugada. Maquinalmente se dirigió hacia la puerta,
esquivando los escasos muebles que había en su camino con la destreza
de la costumbre. Su casa estaba perfecta: silenciosa y oscura como una
tumba. Siempre bromeaba con que seguramente había sido vampiro en
otra vida.
Se calzó las pantuflas, y sin prender la luz salió de su
habitación. Se dispuso a atravesar el comedor para dirigirse al baño
y hacer sus necesidades (a pesar de la incómoda y también diaria
erección que tenía). Caminó entre las sillas y la mesa sin ver, y
entró al baño, más frío que de costumbre. “bueno, después de
todo es invierno” pensó mientras orinaba dificultosamente.
Apretó el botón, y el ruido fantasmal del agua yéndose quebró el
silencio. Se dio vuelta y se lavó la cara, estremeciéndose cuando
sintió el agua fría recorrerle el rostro. Más despejado, notó que
aún en el baño seguía sin ver absolutamente nada, como si tuviese
los párpados cerrados. Miró hacia donde sabía que estaba la
claraboya, pero la negrura era absoluta (¿No tendría que venir algo
de luz desde afuera?). Tanteó la pared, recta, esquina, recta,
puerta. Volvió la mano por donde había venido, y la bajó
instintivamente, adonde sabía      - sin saber que sabía – que
estaba el interruptor.
Oyó el clic y entrecerró los ojos esperando el fuerte golpe de la
luz, pero la negrura seguía siendo total. Esperó unos segundos, como
no entendiendo, y volvió a poner el botón en “apagado”. Dos
segundos más, e intentó encenderla nuevamente, pero con igual
resultado: seguía totalmente ciego (mierda, se quemó el foquito).
Abandonó el baño, cerrando la puerta tras de él y dirigiéndose
hacia el interruptor del comedor, tanteando mesada y pared. Luego de
unos segundos, llegó y tocó el botón, pero lo único que cambió en
la sala fue el “clic” que rompió el silencio, nada más (¿Yo
pagué la luz este mes? Sí, sí, hace una semana). Alternó el
interruptor una docena de veces, con frustración, e insultando
mentalmente a la compañía de energía eléctrica por el mal servicio
que le daban (puta madre, siempre pago en término, vos te atrasás y
ya te cortan el servicio, pero cuando ellos te dejan sin luz está
todo bien, claro, manga de hijos de mil put…). Tanteando y con las
manos siempre adelante cual ciego primerizo, volvió a su cuarto, y
pasó la mano por la mesa de luz hasta encontrar el celular; por lo
menos podría usar la pantalla como linterna hasta buscar velas, o
algo así.
Tocó la pantalla táctil, y está no respondió (¿Le cargué la
batería? Sí, algo tiene que tener… roto no creo que esté, lo usé
anoche…). Impaciente, tocó un par de veces más, casi clavándole
el dedo, pero la pantalla no iluminaba absolutamente nada, y ni
siquiera podía ver el celular. Hasta ese momento no se había dado
cuenta, pero la oscuridad era tan espesa que no podía ver nada, pero
literalmente nada. Colocó su mano a dos centímetros delante de sus
ojos, y no podía verla. Nada, nada.
(Bueno, no pasa nada. Seguramente el despertador se adelantó y
todavía es de noche, por eso no entra luz desde afuera. El celular
seguramente está roto, y las luces seguramente no andan porque hubo
un corte de luz… si, seguramente es eso. Ni siquiera puedo ver qué
hora es en el reloj… esta oscuridad es demasiado… demasiado
oscura.)
Kevin se sentó en la cama, mirando hacia adelante, pero sin ver nada
en realidad. Siempre tanteando, buscó la tira que le permitiría
abrir el postigo, para que entre algo de luz, que obviamente tendría
que haber. Sintió el ruido del postigo subiendo, pero todo siguió
igual de negro. Era, era imposible, siempre algo de luz hay en la
calle, por mínima que sea. Sus pupilas estaban dilatadísimas, y
podría detectar fácilmente hasta el más mínimo rayo de luz, por
débil que fuese. Directamente, no había nada, nada de luz en
absoluto.
Empezó a preocuparse. Instintivamente, se llevo los dedos hacia los
ojos, los cerró y los tocó. Sí, seguían estando ahí, donde
debían. Respiró hondo y trató de tranquilizarse, pero simplemente
no podía: esta oscuridad no era nada natural, y realmente asustaba
hasta la médula.
(¿¿Qué carajo está pasando?? Esto no está bien, no está nada
bien. No puede ser que no entre luz de afuera… algo, algo tiene que
entrar por poco que sea. Encima me siento un poco mal, no tengo que
dejar que esto me afecte. Dentro de poco va a volver la luz y va a ser
todo normal. Ah, claro, soy un idiota. Si hubo un corte de luz, y hoy
hay luna nueva, es obvio que no va a entrar la luz de afuera. Pero,
pero algo tendría que entrar, siempre un poquito hay, para por lo
menos ver algo, por tenue que sea.)
Interrumpió sus pensamientos y decidió ir a la cocina a buscar las
velas, que tendrían que estar en la alacena de arriba del lavamanos,
si no se equivocaba. Siempre tanteando paredes y muebles, llegó hasta
el lavamanos. Extendió la mano hacia arriba y tocó la madera de la
alacena. Siguió hasta la derecha, despacio, muy lentamente, hasta
encontrar la manija. Abrió la puertita, y metió la mano tanteando.
Café (¿Por qué tengo café guardado acá?), un espejo, un termo, un
mate, velas. Tomó el paquete, sacó la mano y cerro la alacena en un
gesto fluido.
Se quedó con las velas en la mano. Acostumbrado a la tecnología, no
se dio cuenta de que necesitaba prenderlas por unos segundos.
Recorrió la mesada con la mano hasta llegar a la cocina, donde
seguramente tenía un encendedor. Pasó los dedos por la hornallas
apagadas, el tubo de gas, y de nuevo la mesada, cuando de repente y
con un horror indescriptible, sintió que tocaba piel humana, como si
fuese un antebrazo.
Retiró los dedos instantáneamente, y se fue casi corriendo para
atrás, hasta que chocó la espalda contra la mesada, que vista de
arriba tenía forma de L. Quebrado del dolor, cayó de rodillas hacia
adelante, pero la adrenalina y el miedo que sentía lograron hacerlo
levantar en medio segundo. Con el terror gritando en cada fibra de su
cuerpo, fue hacia atrás, chocando la espalda nuevamente con una
silla, pero ni lo sintió.
Finalmente llegó hasta la puerta de entrada, y no dudó en tomar la
decisión de salir, a pesar de que ni estaba vestido. Palpó la pared
hasta que encontró la puerta de metal, y bajó la mano hasta
encontrar el picapor… el picaporte no estaba. Empezó a sudar, y
apoyó la espalda –solamente por instinto: no podía ver nada de lo
que estaba adelante suyo – contra la puerta, a la vez que seguía
tocando para ver si encontraba la manija. Comenzó a temblar: la
puerta estaba totalmente lisa, como si fuese un simple adorno de la
pared. Donde estaba el picaporte ni siquiera tenía un agujero; la
puerta era totalmente uniforme.
Lo único que percibían sus sentidos era el ruido de su respiración,
rápida, agitada, y el frío de la puerta que tenía a sus espaldas,
nada más. Se agachó lentamente y por instinto, y se quedó sentado,
moviendo la cabeza hacia todos lados, por la costumbre de poder y la
desesperación de querer ver.
Pasaron un centenar – o eso le pareció – de minutos, y el
todavía seguía en cuclillas. (No toqué nada, fue mi imaginación.
Me estoy poniendo nervioso y lo sé perfectamente, es esta maldita
oscuridad. Como mucho, debe haber sido un pedazo de carne que deje sin
querer, o una bolsa con pan, y como estoy asustado me pareció que era
un brazo. Nada más. Nada más.)
Siguió pensando, y se dio cuenta de que tendría que ir a buscar el
encendedor para poder prender la vela. A pesar de eso, siguió
exactamente en el lugar que estaba. No se animaba a levantarse ni a
hacer el más mínimo ruido, aunque ya había formado su opinión de
que era lo que había pasado. Sin embargo, explicación racional o no,
la verdad era que seguía ahí, agazapado, esperando un mínimo ruido
para… ¿para hacer qué?
(Ay Dios, ay Dios. Mierda, no puede ser, no puede ser, no puede ser.
Ya sé que es lo que está pasando: estoy ciego. Seguramente la
habitación está plenamente iluminada y soy yo el que no puede ver
nada, y las cosas que están pasando son solamente producto de mi
imaginación. Ay, no puede ser que me haya quedado ciego así, es
imposible, ¡es imposible totalmente!)
Lloriqueó patéticamente un rato, al darse cuenta de que se había
quedado ciego, y de que estaba haciendo el ridículo. Tantas cosas que
no iba a poder hacer nunca más… toda la tragedia se le desnudó de
repente, y siguió donde estaba, agazapado.
(No puede ser que me pase esto, no a mí. Hasta ayer estaba bien,
¡mierda! Creo que la única manera es prender la vela o el
encendedor, para saber si yo estoy ciego o me están pasando una serie
de cosas, de accidentes casi imposibles)
Se armó de valor, y casi increíblemente para él, se levantó y
comenzó a caminar, a ciegas al igual que desde que se levantó de la
cama. Dio un par de pasos y ya estaba a punto de llegar a la mesa  –
de ahí, un par de pasos lo separaban del encendedor – cuando
escuchó un sonido tenue, vago, como una respiración. El corazón se
le detuvo, y las velas se le cayeron de la mano.
Temblaba. Fue solo un momento que lo escuchó, pero la tensión que
acumulaba hacia dos horas lo hizo colapsar. Se quedó paralizado, sin
moverse ni medio centímetro. Esperaba un golpe, una mordida, algo que
lo mate en cualquier momento y desde cualquier, desde cualquier lado.
Estaba indefenso totalmente, esperando su muerte.
Esperó un minuto. Dos. Tres. Cinco. Ocho. El tiempo se le hizo
eterno, pero al fin, y con pavor, escucho un roce, como de pies que se
movían con sigilo. Su oído ya estaba muy sensible, por la falta de
visión y por el miedo que sentían. El sonido de los ¿pasos? se
alejaba en dirección al baño.
(¿Qué es lo que está pasando? ¿Hay alguien acá? ¿Qué carajo
quiere de mí, por qué no me habla o me mata, que pretende? ¿Estoy
ciego y todos estos ruidos son producto de mi imaginación? ¿Hay
alguien que está jugando conmigo?)
Despacio, casi en cámara lenta, se movió hacia la mesada. Su sentido
de la orientación estaba mejorando bastante, ya era capaz de
acordarse la posición de cada cosa. Toqueteó la mesada hasta que
encontró el encendedor y lo tomó: era la hora de la verdad.
Posicionó el pulgar y lo bajó en un movimiento rápido. Sintió el
“schic” pero no vio nada, ni siquiera la chispa (Estoy ciego
mierda, estoy ciego, mierda mierda mierda mierda). Probó nuevamente,
y cayó en la cuenta de que no era el mismo ruido que siempre. Acercó
el encendedor a su oído, y pulsó solamente el botón que expulsa el
gas, pero le llegó un ruido casi inexistente: el encendedor
agonizaba. La única alternativa que le quedaba para conseguir luz se
iba y no volvería jamás.
Su respiración era cada vez más rápida, y su corazón volaba.
Dudaba, dudaba de todo. No sabía qué era lo que estaba pasando, y no
tenía forma de saberlo. Siguió tratando obsesivamente de prender el
encendedor, sin respuesta (Un momento, ¿por qué no veo la chispa?).
Pasaron unos minutos, y no se atrevía a mover de donde estaba.
Agradeció al cielo tener los sentidos del tacto y del oído, porque
sin ellos ya se abría vuelto completamente loco. Sintió una sed
terrible quemándole la garganta, y se movió apenas unos centímetros
hasta alcanzar el lavamanos, siempre a ciegas. Abrió la canilla de
agua fría, pero el ruido a metal fue lo único que escuchó, en vez
del esperado sonido del agua fluyendo. Tocó la canilla del agua
caliente, pero tampoco hubo respuesta.
(¿Tampoco hay agua? ¡¡¡¿¿¿Qué es lo que está pasando???!!!)
Se sentía mal, muy mal.
———————–     ———————–   
———————–
                Se sentía peor. Estaba desesperado y,
definitivamente, algo terrible estaba pasando. No tenía salida,
estaba totalmente perdido. Lloraba, y ahora sabía que definitivamente
alguien o algo estaba en la casa, y estaba jugando con su mente,
haciéndolo desesperar para hacer quien sabe qué.
                Hacía quince minutos que había probado el teléfono.
Suele pasar que a veces las ideas más obvias se nos escapan, pero
Kevin tuvo suerte – Bueno, relativamente – y se dio cuenta de que
podía usar el aparato para llamar a alguien y pedir ayuda. Marcó
metódicamente el número de familiares y amigos, pero siempre se
escuchaba el “tututututu” tan característico, que indica que el
número no está en servicio. Finalmente, y con cierta reticencia a
hacer el ridículo, marcó el número de la policía. El alma le
volvió al cuerpo cuando escuchó la rutinaria voz de un operador
contestándole.
- 911 ¿Cuál es su emergencia?
-Hola –Respondió Kevin aliviado por escuchar una voz humana pero
todavía nervioso-. Creo que hay alguien en mi casa.
-Ok, quédese tranquilo y escóndase en donde pueda.
-¿Van a mandar una patrulla?
-Sí, en estos momentos va a salir una hacia allí, solamente espere y
no me cuelgue. Está conversación será grabada por precaución,
señor.
-Mandela lo más rápido que pueda oficial, estoy muy asustado, en
serio.
-Sí, se le nota en la voz –repuso el oficial, risueño -. Trate de
calmarse y cuénteme que está pasando –Kevin le contó una versión
minimizada, mucho más verosímil, y cuando llegó al punto de que no
veía ninguna luz, ni la proveniente de afuera, la voz del oficial le
respondió, extrañado -. ¿Abrió la persiana y no vio luz afuera?
Pero si son las cuatro de la tarde, hombre…
                Todo el nerviosismo que había logrado ahuyentar
volvió en esas dieciséis palabras. Empezó a respirar rápido, como
si tuviese un ataque de asma. Sí, entonces estaba ciego y era todo su
imaginación, esto lo confirmaba.
-Señor, ¿todavía está ahí? –dijo la voz del operador,
preocupada-. ¿Señor?
-Sí, sí, estoy acá –respondió Kevin, devastado –. Creo que me
volví ciego.
-Escúcheme atentamente, señor. Hay una forma médica y segura de
saber si perdió la visión o no. Si tiene bicarbonato de sodio cerca,
échese un poquito en el ojo. Si perdió la visión le va a arder un
poco (un poquito apenas, no se preocupe) y si puede ver no le arderá
absolutamente nada. Créame, un tío mío lo hizo una vez. Hágalo y
vuelva, no colgaré.
                Estaba desesperado, y el policía habló con total
seguridad, así que supuso que tenía razón. Fue hasta la alacena, y
sacó lo que supuso era bicarbonato. Dudó un poco, pero decidió
probar una pizca y estuvo seguro de que era bicarbonato y no otra
cosa. Se echó una pizquita en la mano, abrió el ojo y se lo tiró.
                El dolor recorrió desde el ojo hasta el cerebro. La
cornea le ardía como si se la hubiesen prendido fuego con un soplete,
e inmediatamente comenzó a gritar de sufrimiento. Se levantó
rápidamente y fue hacia la canilla para enjuagarse, pero otra vez, el
grifo se obstinó y no salió ni una gota. Restregándose el ojo, se
acercó al teléfono. Tanteó hasta encontrar el cable que salía
desde la parte de atrás: estaba arrancado.
-Jajajaja, ¡que imbécil! –sonó la voz del operador, burlona-. No
puedo creer que lo hayas hecho, en serio.
-¿Quién mierda sos, hijo de puta? ¿Qué querés de mí?
-Soy tu Dios acá. Soy el que decide como vas a sufrir. Soy el
encargado de que sufras. Lo único que quiero es que me temas, y que
desees no haber existido. ¿Todavía no te das cuenta de donde estás?
–Respondió una voz mucho más grave que la que había escuchado
anteriormente – Estoy cerca, muy cerca –en ese momento, Kevin
escuchó la puerta del baño cerrarse de un portazo-. Nos vemos
pronto, Kevin –hizo una pausa -. Bueno, yo te veré a ti solamente.
Suerte con tu ojo.
                Ahora, estaba recostado en el suelo en posición
fetal, agitado y lloroso. Cada vez se escuchaban más ruidos en la
casa. Sillas que se caían, puertas que se cerraban, pasos y
respiraciones agitadas, cada vez más cerca.
                Sentía como su cordura se escapaba. Por Dios, si por
lo menos tuviese una luz, y pudiese ver un objeto, ver cualquier cosa,
lo que sea. Pero quizá… quizá era mejor, porque no sabía que
podía llegar a ver si tuviese luz. Por lo menos, el tormento se
limitaba a la incertidumbre, al sonido y al horrendo dolor en el ojo.
                (¿Estoy enloqueciendo? Ya no puedo más, Dios,
ayúdame por favor, ayúdame.)
                Rezó apenas audiblemente. Había dicho un par de
palabras cuando una voz lúgubre llenó la casa, quitándole la
poquísima esperanza que aún tenía Kevin.
                
                Aterrorizado, comenzó a tocar su brazo menos hábil
desde el codo. Despacio fue subiendo hasta la mano, y antes de llegar
a la muñeca sintió una ondulación como una cicatriz, que iba en
diagonal pasando por la vena.
                
                Cuando terminó de escuchar esto, Kevin sintió como
su cordura se partía en cientos de pedazos. Escuchó amén, y
comenzó a reír histéricamente, mientras proseguía el castigo por
su rebeldía. Desde ninguna parte, otra risa lo acompañaba, lúgubre
y malvada.
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El teléfono público - Este chico si que es irresponsable- Me quejaba yo por las 2 horas que
se demoraba mi amigo Dayer, quien con su voz de ”niño bueno” nos
dijo ”a las 10 am estoy en el parque”,  y solo estabamos yo y mi
otro amigo Jose Luis.

A Jose Luis no parecia importarle mucho, el se distraia viendo a los
niños jugar futbol, ”que mal juegan” me decia. En un momento de
aburrimiento, decidimos echar una siesta en el parque mientras
esperabamos que Dayer llegara, después de todo, sin el no podiamos ir
a un lugar, que no especifico pero solo digo que el solo nos podia
dejar entrar. Antes de echarme a dormir, pude notar a una chica
hablando por el telefono publico, solo me fije, no le preste atención
y me heche a dormir.

Una rama que me cayó del arbol bajo el cual dormia me hizo saltar de
golpe. Lo primero que hize fue fijarme la hora.

-25 minutos y ese idiota no llama- dije yo volviendo a quejarme del
irresponsable de mi amigo.
-Dale mas tiempo, y no me hables que quiero dormir- me dijo Jose Luis,
quien fue el primero en llegar, y claro, el primero en cortar su
sueño.

En eso al voltearme para volver a mi siesta, veo que la chica seguia
hablando por el teléfono público, lo raro era que desde que la vi,
ella no hablaba, parecia más bien que estaba escuchando. Ya habian
pasado 25 minutos o mas desde que la vi, quien sabe desde que momento
haya estado ahi, y de por si no es normal que una persona este tanto
tiempo en un teléfono público.

-Cuantas monedas habrá gastado- me dije pensativo, y decidí en vez
de dormir, observarla.

Mis ojos se rendian ante el sueño, pero yo seguia mirandola. Habrían
pasado unos 15 minutos más pero ella seguia ahí, en el teléfono
público, sin hablar y sin depositar monedas.

-Oye Jose Luis, ¿te has fijado en esa chica de aya?- le dije a mi
amigo mientras lo sacudia para llamar su atención.

-Que tienes esa chica- me respondió.

-Esta parada ahi hace mas de 40 minutos sin decir nada.

-Tal vez esta hablando con su novio, dejala en paz ademas a ti que te
interesa lo que haga.

Poco despues de que Jose Luis dijera eso, pude notar que la chica
colgó el telefono, solo después que una sonrisa se marcara en su
rostro.

-Mierda, vamos a ver- le dije a Jose Luis, empujándolo para que
avanzara.
Pero grande fue mi sorpresa cuando nos dimos cuenta de que el
teléfono que ella estaba utilizando estaba descompuesto y al parecer,
hace mucho tiempo.

-Tal vez es una enferma mental- me dijo Jose Luis sin importarle
mucho.
Unos minutos después llego mi amigo Dayer y nos fuimos a ese lugar,
del cuál no les puedo dar información.

Al día siguiente, fui a llamar desde un teléfono público a mi papa
ya que necesitaba que me lleve a un lugar que no conocia para una
entrevista de trabajo. Como yo vivía cerca de la ubicación del
teléfono público desde donde llamaba esa misteriosa chica, pasé por
ahi solo ppor curiosidad.

Ahí estaba. La misma chica hablando o escuchando, o creyendo escuchar
desde el telefono. ”Esta loca” pensé, y busqué otro teléfono
público desde donde llamar a mi padre. Pero mi naturaleza desde
pequeño siempre había sido la de ser curioso, siempre me atrajo el
misterio, el terror y cosas que necesiten valor para demostrarse, esta
era una de ellas y yo lo sabía, como tambien sabía que ella no
estaba loca, o por lo menos no tanto. Al día siguiente decidi
sentarme en el parque y ver si llegaba. Llegé a las 9 am puesto a que
las dos veces que la vi fue poco después de las 10 am y a las 10:30
am, entonces creí que vendría más temprano. Hasta que a las 9 y 35
llegó. Tomó el telefono, y púso una moneda. Se quedo callada. Puse
a andar un cronometro para tomar el tiempo en que demoraba esa
llamada. Mis ojos eran seducidos una vez más por el sueño pero mi
convicción era mas grande y luche por mantenerme despierto hasta que
esa chica soltara el teléfono.

Exactamente a la hora volvió a sonreir y soltó en telefono. 1 hora.
1 hora que demoró la llamada y solo púso una moneda. La curiosidad
me mataba, entonces decidí esperar hasta que se fuera de mi vista,
para correr al teléfono y esta vez hacer yo una llamada. Hize lo
mismo, puse una moneda y espere. El telefono como siempre apagado
¿cual era el truco?, como tenia una hora decidi dejar el telefono de
tal manera que no se corte la llamada, despúes de todo como esta
alogrado nadie se preocuparia de devolverlo a su sitio. Minutos antes
de que llege la hora, volví y cojí el teléfono. Ya solo faltaban
segundos para cumplir la hora y descubrir si ciertamente esa chica era
una enferma mental, o si el teléfono, pues, no era inservible
despúes de todo. Fué grande mi sorpresa cuando al cumplirse la hora
escuché una voz gruesa que me hizo saltar.

-Pardos- dijo la voz que no volvió a repetir ruido alguno. Me quedé
con el telefono en la mano. Una voz. Una hora despúes una voz me dijo
”Pardos”, pero ¿que significaba lo que me dijo?

Al llegar a casa me llamaron los de mi entrevista de trabajo, y me
dijeron que me habían aceptado, que empezaria a trabajar la proxima
semana y que el día de mañana debia acercarme para firmar el
contrato. Estaba realmente contento por la nueva oportunidad que se me
daba cuando sono mi celular, pero esta vez eran de otra empresa, de
Pardos Chicken, y como tambien habia enviado mi curriculum a ellos, me
llamaron para una entrevista. Pero ya tenia trabajo asegurado, deberia
decirles ”no gracias” o simplemente colgarles. Cuando hiba a hacer
eso, me acorde de la voz del teléfono público. ”Pardos”. No
perdia nada en ir e intentar.

Fue lo mejor que pude hacer. Resultó que el puesto que me ofrecian
tenia mas beneficios que el trabajo al que ya me habían aceptado y
tenia mucha mejor paga. Así que decidi quedarme con Pardos. Estaba
realmente agradecido con la voz del teléfono público que decidi
volver a visitarlo. Ese mismo día se me habian perdido 5 soles, pero
no les di importancia, todavia tenia un sol para llamar desde ese
teléfono público. Hize lo mismo, deposite la moneda, deje el
teléfono, me fui a descansar, y volvi en una hora. Al llegar, volvi a
escuchar la voz, solo que esta vez me dijo con un tono entrecortado
”En-el-patio”.

Colgé. Rápidamente fui a casa y vi el patio. No había nada, excepto
algo brillante en medio del pasto, una moneda de 5 soles, seguro se me
debio haber caido mientras llegaba a casa y no lo escuche porque el
pasto no hizo sonar su caída. Estaba tan agradecido con ese telefono,
que comenze a utilizarlo para todo. Si se me perdia algo recurria a
el, si debia tomar una decision recurria a el, ya casi se había
convertido en un amigo intimo para mi, aunque claro, no le conté a
nadie lo del teléfono, ni si quiera a mi familia. Todo hiba bien, de
maravilla, hasta que llegó ese fatidico día. Bueno, yo hiba a
comprar tranquilamente a la tienda que estaba a la vuelta de mi casa
cuando me tope con ella. Era la chica que vi por primera vez usando
ese telefono público. Yo segui caminando pero ella se me puso en
medio y me dijo ”No vuelvas a usar mi telefono” y se fue. Bah! no
le hiba a hacer caso, es un teléfono público y todos tienen derecho
a usarlo. Además si lo volvia a usar que hiba a hacer ¿llamar a la
policia? por un momento vacilaba con esos pensamientos sin darme
cuenta en el lio que me había metido.

Ese mismo día, después de usar el telefono para saber que juego
descargar a mi computadora, vi a esa chica de lejos. Ella estaba
mirandome atenta desde una esquina, y wao, si que parecia fuera de
orbita. Estaba como drogada, tenia una mirada fuerte, y al ver que yo
la vi, corrio hacia mi. Rayos estaba sangrando, tenía cortes por
todos sus brazos y piernas. Ella corria de una manera alocada, a la
par gritaba desmesuradamente ”MI TELEFONO MI TELEFONO DEJA MI
TELEFONO TE LO ADVERTI” mientras corria como si no le importara que
un carro la atropellara al cruzar la pista, como si yo fuese su
objetivo, su prioridad para clavar esas tijeras que llevaba en su
mano. Sin pensarlo dos veces corri. No podia volver a casa, ella me
seguiria y sabria donde vivo, ¡seria peor!.

Eran aproximadamente las 6 de la tarde y no había casi ningún alma
en la calle a quien pedir ayuda. Pero como yo era muy rápido logre
perderla, fue en ese momento que una idea llego a mi mente. ¡Ya se!
me dije, utilizaria el telefono para saber como deshacerme de ella o
como calmarla, lo que sea que me diga el teléfono sera sobre ella y
me ayudará, después de todo, siempre me dice cosas que debo saber.
Deposite una moneda, lo deje colgando, rápidamente me escondí en el
parque, en una pequeña habitacion donde se hallaban las herramientas
del conserje de la municipalidad y cerré con llave.

Al pasar una hora decidí asomarme a ver si la chica estaba por ahi,
al ver que no estaba, corri rápidamente al teléfono público. Solo
faltaban dos minutos. ¡Rayos! debi salir cuando solo faltaran
segundos. Espere dos minutos con el corazon en mi mano, volteando y
girando a ver cada calle y cada extremo de la pista haber si se
acercaba esa extraña muchacha deseando escuchar esa gruesa y
entrecortada voz emergiendo del teléfono público. Llegó el momento
y pegue mi oido al teléfono, dandome cuenta lo mucho que había
llegado a depender de el ultimamente y que por culpa de ese teléfono
mi vida estaba colgando de un hilo.

Escuche su voz, esa voz que siempre me había ayudado, esa voz que me
tenía encadenado a su dependencia, voz sabia a la que recurria en
momentos de necesidad, me alegre al oirla una vez más, aunque al
terminar de escucharla me di cuenta de que todo era en vano, y que esa
voz me podia decir que camino tomar pero no alterar el camino,
mostrarme la manera de resolver el problema, pero no resolverlo. No
recuerdo nada más despúes de haber escuchado la voz salir de el
teléfono público, tal vez todo paso tan rápido que ni siquiera lo
sentí, solo recuerdo lo que la voz me dijo: ”Detras-de-ti”.

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Lo hemos dicho misiles de veces. -
puntos 13 | votos: 15
Primer beso - Soy una chica tranquila, siempre lo he sido, nunca he tenido problemas
con nadie-que yo recuerde- tengo algunas amigas, no me junto mucho con
los hombres, tal vez esa es una de las causas por la cual nunca he
tenido novio… ni tampoco he dado un beso.

En mis 15 años de vida no he salido a muchas fiestas… se puede
decir que nunca he hecho alguna locura, siempre que sentía ése
especie de impulso para hacer alguna maldad, por muy pequeña que
fuera me la reprimía “no, está mal, no debo hacerlo” me decía a
mí misma, así calmaba mi adrenalina la que sentía que poco a poco
se iba acumulando en mi interior, sabiendo que...SOY UNA PUTA. Siempre
a principio de año me empezaba a gustar un niño, lo miraba de lejos
pero él nunca se fijaba en mí, así pasaba todos los años y en
todos me gustaba alguien diferente esperando a que este sí se fijara
en mí. 

Cierto año comencé a fijarme en un chico, lo conocí a principio de
año, era el amigo de una amiga de otro curso, con el tiempo
comenzamos a hablar nos volvimos amigos-mi primer amigo hombre
cercano- lo empecé a conocer mejor y me comenzó a gustar. Me tenía
confianza, era muy simpático y muy tierno conmigo, incluso prefería
pasar recreos conmigo que con sus amigos, lo que me hizo pensar que yo
también le podía gustar -¡Por fin! ¡Por fin alguien que me gustaba
se fijaba en mí!- pero no había nada confirmado. Una vez me confesó
que nunca había tenido novia y que tampoco había dado un beso, me
conmovió por que el sentía lo mismo que yo.

A final de año pasábamos mucho tiempo juntos, me gustaba mucho pero
aun no me atrevía a decírselo, aunque la mayoría ya se había dado
cuenta… menos él. Una vez estábamos conversando por chat –era la
última semana de colegio y yo estaba desesperada pensando cómo
decírselo- y de la nada me escribió “eres linda”, entonces le
escribí de vuelta “gracias, tú también” y él me respondió
“en serio? xD” y entonces le conteste “sí, me gustas” era la
única forma de declararme, en persona no me hubiera atrevido, “tú
también me gustas” me contesto, mi corazón comenzó a latir muy
fuerte y sentí que una alegría desbordante se apoderaba de mí,
quería saltar de alegría, pero no, me calme me controle y solo me
digne a sonreír-aun estando sola en mi habitación- no imaginaba como
lo haría mañana, como podría verlo a la cara, como controlaría mi
impulso por correr abrazarlo y besarlo, sabía que si lo hacía me
verían raro, pero si no ¿Qué creería él?.

Al día siguiente lo mire de lejos y él se acercó a mi sonriendo-yo
tampoco pude evitar hacerlo- me llevo a un lado y dijo que le
confirmara en persona lo que el día anterior le había confesado por
internet. Lo hice y él también lo confirmo, lo mire, quería besarle
pero me daba miedo, no sé por qué, no por mi sino por él, era una
sensación extraña y no muy agradable pero la ignore.

  Durante los últimos días de clases pasábamos de la mano. Aun no
nos besábamos, decidimos juntarnos un día cuando saliéramos por fin
de clases. Ese día llegue, nos encontramos, caminamos un rato de la
mano hasta llegar a una plaza alejada donde casi no circulaba gente.
Nos sentamos en el pasto, nos abrazamos y conversamos un rato.

Hasta que en un momento ambos quedamos en silencio y nos miramos ¡Me
robo un beso! Un corto beso que me llevo a robarle yo uno, y otro, y
otro, y otro más, era la sensación más rica que había sentido en
toda mi vida, no quería parar de besarle de apretar sus labios con mi
boca, sus jugosos y carnosos labios. Sentí esa adrenalina, la que
siempre había sentido, que aparecía cada vez que quería hacer algo
malo, pero esta vez no pude reprimirla y se apodero de mí, todos
estos años guardándola en mi interior provocaron que explotara en
algo mortal.

No pude detenerme, él trato de alejarme, lo estaba dejando sin aire,
sin poder respirar, cada vez apretaba más sus labios, los mordía
fuerte, eran tan deliciosos, sentía que quería comerme sus boca,
mordí tan fuerte sus labios que llegaron a sangrar y él trato de
gritar y de empujarme pero no pudo, mi adrenalina era tal que lo
tenía atrapado entre mis brazos, abrazado entre mis garras, esa
sangre de sus labios me éxito más.

Lo mordí más fuerte, desgarre la carne de sus labios , esos
exquisitos labios, los mastique sabrosamente mientras él gemía
terriblemente de dolor, moviendo su lengua desesperadamente por lograr
un sonido, la mordí fuertemente y se la extirpe de su boca,
chorreando la sangre de su garganta a la vez que un último grito
desgarrados salía de ella, era tan deliciosa, húmeda y carnosa, su
sangre brotando de la carne colgante de su boca muerta, estaba tibia
aun, la bebí, la mordí para beber más de la sangre de quien por fin
se había fijado en mí, era tan delicioso sentir su sangre
desbordante en mi boca, boca chorreada de la sangre de quien tanto me
había gustado… ¡Por fin! ¡Por fin había dado mi primer beso!
puntos 10 | votos: 10
Muerto el perro... - Había pocas cosas en la vida de las que Elena estaba segura, sin
embargo de nada estaba más convencida que de su profundo odio por su
madre. Solo pensar en esa mujer, que supuestamente debía significar
el mundo para ella, le producía jaqueca y una sensación de cólera
que tardaba minutos, casi horas, en calmarse.

Quizás no era para menos. La madre de Elena era una persona
desagradable, de lengua hiriente y a quien le importaba poco otra
persona que no fuese ella misma… aunque clamara que su amor por su
hija era el más grande de todos. Pero además de esto la mujer tenía
un demonio propio que la convertía en un ser torpe y agresivo, que se
apoderaba de su cuerpo y de su mente en las situaciones más diversas
y que venía envasado en una botella de vidrio. Botella que, tras
treinta minutos de abierta, era reemplazada por otra y luego por otra.

Elena ya no podía llevar la cuenta de la cantidad de veces que tuvo
que correr al médico porque su madre había bebido unas botellas de
más que la llevaron a abrirse la cabeza contra algún mueble, la
cantidad de noches que durmió con un bate bajo la cama para
protegerse si era necesario, la cantidad de insultos que tuvo que
escuchar. Con diecisiete años recién cumplidos la chica había
vivido más de lo que a ella le hubiese gustado vivir. Su padre había
muerto en un accidente de transito hacía ya cinco años y Elena se
sentía completamente sola. Sentía como si el peso del mundo recayese
sobre sus débiles hombros.

Acostada sobre su colchón y mirando hacia el techo taciturnamente,
cada noche pensaba en encontrar una salida de aquel laberinto.
Fabulaba fantasías prohibidas de pequeñas dosis de cianuro que
accidentalmente se mezclaban con el champagne, pantuflas que se
enredaban en las escaleras, tuberías de gas que eventualmente
desarrollaban pérdidas y cigarrillos encendidos que las descubrían.
Pensamientos que nunca quedaban más que en su mente y eran borrados
por el sonido sordo de una silla que se golpeaba, un vaso que se
caía, o gritos incomprensibles que salían de esa lengua trabada y
pastosa que aparece después de la cuarta copa. Las lágrimas no
dejaban de caer de los ojos de Elena, dejando su blanco cutis ardido y
enrojecido, mientras las manos comenzaban a temblarle y un monstruo
violento y voraz golpeaba su pecho intentando salir. “Acá vamos de
nuevo” pensaba entre sollozos mientras echaba llave a su cuarto y se
ponía sus auriculares para acallar el sonido. Si había algo que
Elena odiaba además de a su madre, era su vida.

Luego de una hora, por lo general, el ruido cesaba y entonces ella
bajaba a ver los daños: un plato roto, un televisor tumbado, una
alfombra vomitada… eran los favoritos de su madre. Pero la
imprudente mujer nunca recibía heridas serias. “Años y años te
esperan de lo mismo” pensaba para sí misma la cansada adolescente,
cuyo rostro ya comenzaba a mostrar el castigo del estilo de vida que
su progenitora había escogido para ella.

Una fría noche de Julio, Elena hacía su habitual recorrido por los
pasillos de la casa en busca del saldo de destrozos de la noche.
Cuando llegó a la cocina su corazón dio un tumbo y comenzó a
galopar en su pecho. Allí estaba su madre, inerte en el suelo,
descansando en un charco de sangre. “Muerto el perro se acabó la
rabia” pensó y esbozó una pequeña sonrisa. Con una sensación que
le pareció eufórica, se acercó corriendo hacia la mujer y le tomó
el pulso. Normal. Solo tenía una herida superficial en la cabeza…
de esas que sangran demasiado para el tamaño que tienen. Sintió
desilusión. Sí, ese sentimiento era desilusión, no había la menor
duda sobre eso.

“Muerto el perro, se acabó la rabia”, volvió a pensar mientras
se retiraba. La solución ya era ineludible… su madre no moriría
sola y ella no quería vivir una vida donde tuviese que hacerse cargo
de ese pesado bulto que olía a whisky barato.

No se detuvo a pensarlo. Solo iba a esperar que su madre estuviese
despierta y sobria. Quería que tuviese el nivel de consciencia
suficiente como para entender qué ocurría y por qué era su culpa lo
que estaba pasando.

Esa noche no durmió. Su cuerpo se estremecía de gozo al pensar que
pronto todo su sufrimiento terminaría.

El sol salió, y ella se preparó para la acción. Tomó el bate
oxidado que guardaba bajo su cama y se sentó a esperar el sonido de
la cafetera poniéndose en marcha. Su estomago empezó a darle golpes
de excitación cuando por fin escuchó el crujir de los granos de
café que se molían… “Yo te quitaré la resaca, no te
preocupes”, pensó mientras sonreía.

Caminó lentamente, saboreando cada macabro instante. Llegó a la
cocina y entró. Su madre, que se dio vuelta a saludarla cuando
escuchó sus pasos, la miró asustada y ahogó un grito en cuanto su
hija alzó el bate por sobre su cabeza.

Elena descargó el bate contra la piel y sintió cómo los huesos
crujían y se rompían. Lo levantó y lo volvió a bajar con una
fuerza sobrehumana, una y otra vez, sobre cuanto lugar pudo. Las
piernas y los hombros eran los lugares a los que menos le costaba
atinarle. El placer era inmenso, sentía como si sus problemas se
enjuagaran en una catarata de sangre. Los gritos y plegarias de su
madre eran cada vez más fuertes. Golpeó la cabeza y la abrió, pudo
sentir los sesos derramándose en sus manos. La sangre le empapó el
rostro y ella se relamió con macabro regocijo. Siguió golpeando
brutalmente hasta que dejó de escuchar los gritos. Allí en el charco
de sangre, abatida por la emoción, se dejó caer, exhausta.

Cuando los oficiales de policía llegaron a la escena se llevaron una
desagradable sorpresa. Arrestaron inmediatamente a la mujer con
síntomas de ebriedad y largo historial clínico, negándose a creer
sus disparatadas excusas. Después de todo, ¿quién sería capaz de
apalearse a sí mismo hasta la muerte?
puntos 95 | votos: 99
Tienes el mundo delante tuyo, - sin embargo prefieres admirarlo que palparlo con tus propias manos.
puntos 30 | votos: 34
Todos los puentes están enamorados - de un suicida.

puntos 13 | votos: 13
Despertando - Desperté.

Está brillante aquí. Demasiado brillante. ¿Qué es este lugar?,
¿un hospital?, ¿una prisión? Tiene 4 paredes, un rígido catre y un
respiradero. ¿No hay una puerta?

Piensa… ¿Qué pasó? Algo pasó, ¿dónde estaba anoche?, ¿dónde
quedé dormido? Maldición… no puedo pensar. No puedo pensar en
nada. ¿Es esto alguna clase de experimento? No puedo pensar. ¡No
puedo tan siquiera  recordar mi maldito nombre!

Mira a tu alrededor, tarado. Paredes sólidas; encerrado en una
habitación. Estoy en un psiquiátrico. ¡Eso es! ¡Soy un
desquiciado! O lo era, al menos. Estoy en paz con ello ahora. ¿Estoy
curado? ¿Me puedo ir?

Me levanto. Me reviso; estoy desnudo. Aunque bastante limpio, como el
resto del cuarto. Todo cuanto me rodea es blanco y pulcro. Está
demasiado brillante aquí.

—¿Hola?… ¿Hay alguien aquí?… ¡Necesito ayuda! —grito. No
hay respuesta—. ¡Alguien, por favor, ayuda!

Camino alrededor palpando las paredes. ¿Dónde está la puerta? Tiene
que haber una. ¿Qué demonios? ¡Tiene que haber una puerta!

No la hay, simples paredes. Miro bajo el catre en busca de algo, lo
que fuese. Nada, tampoco.

¿Sí estoy en un psiquiátrico? Esto parece tan irreal. ¿Por qué no
puedo recordar mi nombre?

—Hey, al fin te levantaste. —Escucho la voz de un hombre venir por
el respiradero. Corro hacia él emocionado.

—¡Sí! ¿Qué está pasando? ¿Quién eres? —le grito
entusiasmado.

—¿No recuerdas nada, cierto? —me pregunta.

—No. No recuerdo nada antes de despertarme, hace un momento.

—No te preocupes —dijo con un tono divertido en su voz—, creo
que te irá bien.

¿Me irá bien?

—Por favor —ruego—, ¿qué está sucediendo?

Sólo escucho silencio.

—¡Dime! —grito. Se hace eco por el respiradero, y nunca llega una
respuesta.

Horas pasan.

Se me ha dejado a solas con mis pensamientos. Intento llegar a los
rincones de mi mente, descubrir quién rayos soy. Esto es todo tan
ajeno para mí.

Camino por las paredes, sintiendo cada centímetro, buscando una
salida. Tiene que haber algo. ¡No es como si este lugar se
construyera a mi alrededor! ¿Por qué no puedo encontrar nada? Grito
por ayuda hasta que mi garganta se seca. Si alguien está escuchando,
si ese hombre sigue allí afuera, no va a responder.

Exhausto, me recuesto.

Al despertar encuentro comida. Una bandeja con pan, arroz y un filete
puestos al otro extremo del cuarto. Hay un vaso con agua junto. Estoy
muy hambriento; sin vacilar, camino para comer el platillo. Está
delicioso. Cuando me lo acabo, recobro conciencia de dónde estoy.

Me muevo hacia el respiradero y grito. —¿Hola?

—¡Hola! —Escucho de vuelta, en un tono alegre.

—¿Quién eres? —pregunto.

—¿Disfrutaste tu comida? —me da de respuesta.

—¡¿Dónde estoy?! ¡Déjame salir!

—Saldrás pronto. ¡Tenemos que asegurarnos de que estés saludable!

¿Qué? ¿En serio soy un jodido experimento? Estoy suficientemente
saludable. Quiero respuestas. Quiero saber dónde estoy.

—¡Déjame salir ahora, desgraciado!

La voz se fue de nuevo. Por más que le grito no me responde, estoy
solo.

Repaso mi rutina de buscar por una salida, y claro, no la encuentro.
Siento que necesito usar el baño, pero no hay nada parecido aquí.
Tengo demasiada dignidad como para hacerlo en una esquina. No dejaré
que me vean hacer eso.

Eventualmente me recuesto y lloro. Grito y grito y lloro hasta estar
completamente agotado. No tardo en quedar dormido de nuevo.

Algo extraño pasa entonces, sueño.

En mi mente estoy volando. Veo tres árboles, ríos; todo iluminado
por rayos de sol. Puedo sentir una incómoda sensación en mi
estómago y boca. Me duelen un poco. Despierto de nuevo en la
prisión. Todavía siento un poco de dolor en mi estómago. Lo sobo
con mi mano y palpo algo rugoso. Cuando miro abajo, veo una
protuberante cicatriz allí. La misma cosa está en mi mejía. Estoy
asustado, pero más que todo, enojado. Están jugando conmigo. Esperan
a que me duerma y comienzan con sus malditos juegos. Miro a las
paredes y grito. Quiero salir de esto.

—¿Estás bien? —Escucho esa familiar voz de nuevo.

—¡Me heriste desgraciado!, ¡me abriste! ¡¿Qué demonios me
hiciste?! —Golpeo el respiradero tan fuerte como puedo. Lo voy a
romper. Voy a hacer a golpes mi camino hasta ese hombre y obligarlo a
que me de respuestas. Lo golpeo y golpeo una y otra vez. Mi mano duele
demasiado. Creo que la rompí. No me importa. Continúo golpeando y
gritando.

—Por favor, cálmate. Siento haberte hecho daño. Lo haré todo
mejor pronto. ¿Te sientes sólo?

Me rehúso a contestar. Lo ignoro, justo como él me ignora a mí. Al
diablo con él. No parece importarle si respondo o no. No le importo.
A nadie, de hecho. Soy un animal, un jodido experimento.

—Por favor, no te preocupes. Las cosas mejorarán, ¡lo prometo!
—Y con eso se fue.

Me siento en mi rígida y pequeña cama, viendo a mi mano. No puedo
mover mis dedos sin que un punzante dolor asalte mi brazo. Es ahora
que me doy cuenta de cuán jodido está esto. ¿Qué me hice? Ese
respiradero no se va a mover ni romper, sin importar lo que haga. Nada
se va a mover o romper. Estoy atascado. Eso es todo lo que hay. Estoy
atascado y no me iré a ningún lado.

Mi mente divaga, y el tiempo pasa.

Despierto. Me han dejado más comida. La voz habla de vez en cuando,
diciéndome tonterías encriptadas que ni me importa tratar de
entender. Luego duermo. Sueño a veces, no siempre. Algunos son
pesadillas. Que las paredes se achican y achican hasta que no queda
más espacio para mí y soy aplastado. Mis huesos se quiebran y mis
pulmones colapsan. Estoy aterrado. Quiero salir.

Me despierto de nuevo para ser abordado por más dolor en mi cuerpo.
Hay una nueva cicatriz en mi pecho a lo largo de mi costilla, y otra
en mi cabeza. Éstas se ven un poco más grandes que las usuales, y
también duelen más. Pero esto no es, en lo absoluto, lo más inusual
del día.

Miro a lo largo de la habitación y no puedo creer lo que veo. Hay una
mujer aquí. Una mujer, de unos 17, recostada en el suelo,
completamente desnuda. Es hermosa. Estoy lleno de alegría. No sé
qué tienen en mente, pero no me importa. ¡Hay otra persona aquí!
Alguien a quien puedo tocar, ¡y mirar! Alguien que sé que es real.
Que quizá pueda ayudarme a salir de aquí.

Me levanto y camino hacia ella. Toco su hombro y comienzo a hablarle.

—Hey, ¿hola?… Despierta. —Sus ojos parpadean y dirige su mirada
a mí. Está asustada. No sé por lo que ha pasado, pero no comparte
mi entusiasmo por estar con otro ser humano. Grita y se arrincona en
el extremo de la habitación. Intento calmarla, en vano.

—¡Por favor, no! ¡No voy a lastimarte! —digo lo más sosegado
que puedo—. ¡Estoy de tu lado! Por favor, cálmate. Confía en mí
—Ella sólo queda encogida en el rincón—. Escucha, he estado
aquí por tanto tiempo. ¿Sabes algo acerca de todo esto?, o ¿quién
nos retiene aquí? —Sólo responde con un callado sollozo—. Bueno,
 no tienes que preocuparte, ya veremos qué hacer. Saldremos de aquí,
¿sí? Saldremos de aquí. —Me doy cuenta de que puede necesitar
algún tiempo para volver a la realidad. Voy al respiradero, dándole
su espacio.

—Estará bien —escucho desde dentro del respiradero—, sólo
necesita un momento para acostumbrarse. —Y tengo que darle la
razón.

Eventualmente, después de horas de llorar, se calma. Me siento con
ella e intento hacerle algunas preguntas. Nunca responde; de hecho, no
creo que pueda comprender lo que le digo. Pero siento que el sonido de
mi voz la calma un poco, así que sigo hablando. Le cuento de mis
experiencias de estar aquí comenzando desde que desperté. Intento
repasar cada detalle en el que puedo pensar de mi tiempo en esta
prisión. Entonces me abraza y me siento increíble. La cálida, suave
piel de su desnudo cuerpo contra mí es diferente que cualquier cosa
que haya experimentado en esta dura y fría habitación. Corro mis
dedos por su cabello y gime ligeramente. Nos sentamos allí en el piso
por horas. Ahora veo que sí comprende. A pesar de esta jodida
situación, me siento mucho mejor ahora.

Los días continúan pasando. Las cicatrices se desvanecen y ninguna
nueva aparece. La comida viene y ahora se nos ha dado el “lujo” de
tener un lugar para ir al baño. La chica y yo nos hemos intimado
mucho. Incluso hicimos el amor unas cuantas veces.

Estamos sentados en el suelo besándonos. Acabamos de hacer el amor y
fue hermoso. Ella confía en mí, y yo en ella. Nunca le haría daño,
y nunca dejaría que nadie más lo hiciese.

—Te amo. —le digo, y beso su cabello. Me sonríe y lo repite. Sé
que entiende su significado; puedo oírlo en su voz. En lo que se
prepara para dormir me prometo que saldré de esta habitación, y la
llevaré conmigo.

Entonces pasa. Despierto y no está. Desesperado corro al respiradero.

—¡¿Qué has hecho con ella?! ¡Devuélvemela! —grito.

—¡No te preocupes! —dice la voz a la que estoy acostumbrado—,
ella está bien. ¡Sólo fue a un nuevo lugar! Es algo en lo que hemos
estado trabajando por un tiempo, ¿te gustaría verlo?

Estoy confundido, molesto y asustado. No tiene punto luchar. Él tiene
el control. Tiene mi voluntad. Me seco las lágrimas y le digo que
sí. Le ruego, de hecho. Le prometo que seré bueno, que haré
cualquier cosa que desee. Que no trataré de huir ni golpear las
paredes ni nada malo.

—Sólo por favor, déjame estar con ella. Por favor.

—Pronto. —me responde, casi burlándose con sus palabras.

—¡Por favor! —No puedo hacer esto sin ella. La voz se va y me
deja solo de nuevo y me quiero morir. Haría lo que fuese para matarme
y terminar con todo esto. Pero no puedo dejarla. Me necesita, y le
prometí que nunca la dejaría. Lloro y grito en el rincón hasta que
toso sangre. Finalmente vomito y me desmayo del cansancio.

Despierto en un lugar extraño. ¿Es un sueño? Veo que tiene
árboles, pasto. El hermoso cielo por sobre mío. ¡No estoy en la
prisión! ¡Esto no puede ser real!, pero lo es. ¡Lo es! Un momento,
¿qué significa esto?

Corro. Corro por todos lados buscándola. Me lo prometió. Ella tiene
que estar aquí. Comienzo a encariñarme realmente de este lugar. Miro
a mi alrededor y veo que todavía estoy confinado. Grandes muros
blancos rodean el área extendiéndose por al menos 20 pies sobre el
suelo. Me preocuparé por eso cuando esté con ella de nuevo. Por
ahora sólo tengo que encontrarla. Los árboles son tan bellos. Todo
lo es, sólo falta ella.

La escucho. Grita de alegría y corre hacia mí. Nos abrazamos y
lloramos así como nos besamos apasionadamente. Estoy feliz. Estoy tan
feliz por que me dejaron estar con ella de nuevo. Luego de que ambos
nos calmamos, decidimos dar un recorrido por el lugar.

Por horas vagamos el área. Quien sea que es nuestro captor, en serio
se esforzó en este lugar. Hay un río que fluye a través de la
entera instalación. Una inmensa máquina que se alza más allá de
los muros y hasta el cielo. Cuando nos acercamos a ella se nos ofrece
comida. Toda la comida que podríamos desear. Y toda es deliciosa.
Esto es increíble. Nos servimos todo cuanto podemos hasta estar
completamente saciados. El hombre del respiradero nunca nos habla
aquí, pero sé que nos observa.

Pero nos topamos con algo. Ella sonríe emocionada al notarlo.
“¡Mira, mira!”, me susurra. Lo que vemos es un árbol, justo como
los otros. Aunque está peligrosamente cerca del muro y alto
suficiente como para poder subirlo y saltarlo. Sería una tremenda
caída, y valdría la pena sólo para llegar al fondo de todo esto.
Esta es nuestra forma de escapar; pero tenemos que ser cuidadosos. Le
digo que tenemos que esperar, calmarnos. Si nos apuramos podríamos
arruinarlo todo. Ella entiende. Sé que no le gusta. Le digo que
espere un día o dos para ingeniar la mejor manera de hacer esto.

Esa noche escucho de nuevo la voz de mi viejo amigo. Está fuera de mi
vista, como siempre.

—Olvídalo —me dice—. Sólo disfruta de tu nuevo hogar.

  —Prisión —le corrijo—. Esta es una jodida prisión. Y todo lo
que he esperado desde que desperté ha sido la maldita verdad, y no he
recibido nada de ti. Estás enfermo. He estado aquí, como rehén, por
meses, ¡años! ¡Sólo dime quién soy! —Silencio.

Está decidido, saldremos de aquí.

  El sol se levanta y hago mi trayecto hasta mi amada. Supongo que
estará en el árbol. Cuando por fin llego veo que ya ha escalado la
mitad del camino.

—¡Espera! —le grito. Me mira y sonríe. Hace un ademán para que
vaya hacia ella. Todavía estoy asustado, pero me doy cuenta de que no
me puedo permitir tal cosa. Tengo que darle la cara a estas personas,
estos bastardos. Voy con todo lo que tengo.

Juntos rápidamente nos hacemos hasta la cima del árbol. Ella alcanza
la rama más alta y se apoya por el lado del muro. Miro a su rostro y
veo una expresión de total y desenfrenado éxtasis. Ha ganado. Lo
sabe. Lo que sea que ve al otro lado, sabe que es la libertad. Me
sonríe y veo la curiosidad infantil en sus ojos. Sin ser capaz de
esperar más, se inclina hacia mí, me besa y sube sobre el muro.

¡Demonios! La escucho llegar abajo con una caída. Ella grita y oigo
su cuerpo golpear el suelo del otro lado. Por favor que esté bien.
¡Que nada le haya pasado! Sin pensar me movilizo a la cima del muro y
salto de allí.

La caída resulta fuerte para mí también. Cuando caigo sobre el
suelo siento un dolor como ningún otro que he sentido de mis
cicatrices. Aunque no creo que nada esté roto. Ella está llorando
sobándose la pierna. La reviso, pero parece estar bien. Veo algo
diferente en ella. Quizá es por la luz; su piel se mira más áspera.
Está sucia por la caída, yo también. Finalmente me pongo en pie y
reviso en dónde estamos ahora.

Miro arriba en la pared que acabamos de escalar, orgulloso de nuestro
logro. Luego escucho algo. Un tanto cerca de nosotros veo otro
edificio. Uno grande en forma de platillo con una puerta mecánica que
acaba de abrirse.

Caminamos hacia él lentamente, teniendo cuidado de no lastimarnos
más. Mis piernas todavía me están matando. Así como nos acercamos,
el edificio hace un increíble sonido que nos detiene en seco. Fuera
de la puerta caminan… otros. Las únicas otras personas que he
visto.

No son como nosotros. Son más altos. Son más delgados. Visten con
prendas y el tono de su piel es mucho más claro que el nuestro.
Tienen que haber al menos dos docenas de ellos. Uno de ellos se nos
acerca. Camina hasta unos 15 ó 20 pies de distancia de nosotros y se
detiene. Nos mira intensamente. Todo lo que podemos hacer es
devolverle la mirada. Cuando por fin habla me golpea con fuerza. Este
hombre, este hombre que estoy viendo de cara a cara, es el hombre del
respiradero. Él es la voz que me ha enjaulado y atormentado por tanto
tiempo.

—¿Pero qué han hecho? —nos dice. No puedo definir por sus
grandes y negros ojos si está molesto o triste—. Han arruinado todo
lo que hemos hecho por ustedes.

—¡Jódete! —le grito—, ¡no estamos para ser tus malditos
esclavos!

Congela su mirada en nosotros por minutos. Voltea a sus compañeros,
todavía dentro del edificio. Deja salir un fuerte suspiro y nos mira
de vuelta.

—Sabíamos que era sólo cuestión de tiempo. Tendrán que hacer las
cosas por su cuenta ahora. Ésta es, me temo, la única forma en que
pueden aprender.

No sé qué decir. No estoy seguro de a qué se refiere. No sé
tampoco si me interesa. Sólo lo quedo viendo, abrazando a mi amada.

Camina de vuelta al edificio y la puerta se cierra. La construcción
entera se desplaza al aire. En medio de un intenso destello, las
paredes y todo dentro de nuestra antigua prisión, desaparece, sin
dejar rastro. El edifico volador se eleva más y más hasta que lo
perdemos de vista. Finalmente, estamos solos.

Juntos vagamos por el área, buscando respuestas. Estoy comenzando a
sentirme intranquilo ahora. Tengo hambre, y por la primera vez que
puedo recordar, no tengo comida. No hay ningún dispensador, no hay
ninguna máquina, ninguna mágica bandeja esperándome.

Ha sido muy diferente este último par de años. Estábamos tan
perdidos cuando se fueron. Me odio por admitirlo, pero quiero volver
con ellos. Quiero volver a escuchar su voz y tener mi comida, que me
limpien y se encarguen de mí. Lo que comemos ahora sabe terrible. La
forma en que vivimos es terrible. Nos ensuciamos. Nos lastimamos.
Cuando dormimos ya no somos limpiados ni curados como antes. Nos
despertamos de la misma forma en que nos fuimos a dormir.

No fue sino hasta que se fueron que nos dimos cuenta de cuánto los
necesitábamos.

Es helado aquí afuera. Tenemos que matar animales que merodean y usar
sus pieles para mantenernos calientes. Nos sentimos estúpidos, sucios
y sin esperanza. Odiamos en lo que nos hemos convertido. A veces me
despierto por la noche y trato de regresar su voz a mi cabeza. Intento
hablar con él y seguir esperando y esperando por una respuesta. Pero
no la hay. Quien sea que fuesen, se han ido para siempre. Sólo somos
Eva y yo ahora.

Hemos trabajado fuerte para construir un refugio estable que albergue
a nuestra familia. Estamos esperando nuestro primer hijo. Es difícil,
pero sé que podemos hacerlo. En la cansada noche ella se recuesta, yo
tomo su mano y acaricio su cabello.

—¿Dónde crees que hayan ido, Adán?, ¿crees que alguna vez
volverán por nosotros?

Intento ser valiente por ella. —No lo sé, quizá lo hagan. Nos
aman, sé que todavía lo hacen.

Beso su cabello como lo he hecho tantas veces antes. Y espero, más
que nada, que lo que acabo de decirle sea verdad.
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Ponernos a pensar en todos los ojos - cansados que pasamos desapercibidos día a día, pero ya se ha vuelto
tan normal verlos, incluso a la hora de mirar al espejo.
puntos 6 | votos: 6
Lluvia de castigo (parte 2) - 6

 

Ya apenas podía salirse a la calle, era poco menos que un suicidio.
El ejército había intentado mantener las vías abiertas con sus
vehículos blindados, dotados de palas similares a los quitanieves,
pero era imposible. La lluvia seguía cayendo con fuerza, inagotable.
Poco a poco se fueron replegando hacia los pabellones de protección,
donde éramos instados a acudir por nuestra seguridad. Allí se
estaban concentrando las fuerzas, los recursos a la espera de que el
infierno cesase. Muchos acudieron, aterrados. Otros muchos
aguantábamos semi-atrincherados en nuestras casas, igual de
aterrados.

En algunos lugares habían empezado a caer cuerpos enteros,
momificados, también con signos de violencia. Eso dijeron por la
radio oficial, aunque nosotros aún no habíamos visto caer ninguno.
Las emisiones de televisión habían cesado su actividad, no podíamos
sino imaginar qué estaba ocurriendo en el exterior, pero sin ninguna
certeza.

—¿Qué vamos a hacer ahora? —preguntó Esther, demacrada.

—Creo que lo mejor es que resistamos aquí, hasta que todo pase.
Algún día tiene que terminar, por fuerza; aquí tenemos comida y
agua para meses. Porque ahí fuera… ya no sabemos ni lo que está en
verdad pasando, Esther.

Se acarició la barbilla, inquieta.

—¿Y si nos fuésemos de la ciudad, Juan? A lo mejor lejos de ellas
no caen tantos, como era al principio, ¿recuerdas? Unirnos a alguna
comuna, o meternos en alguna caverna bien alta. O ir a los
pabellones…

Sonreí con tristeza. Aunque odiase ser tratada como una niña, a
veces era justo eso lo que parecía. Una niña fantasiosa,
imaginativa… casi podía ver la niña que fue con diez años justo
delante de mí, ahora. Imaginando cómo es el mundo desde su
creatividad, sin los límites de la razón.

—Nuestro coche debe estar ya destrozado, cariño, bajo un montículo
de huesos malolientes; y aunque no fuera así, piensa en el peligro…
si allí están cayendo igual que aquí… Y de los pabellones,
¿recuerdas lo que te dije de los campos de concentración? Míralo,
ahí los tienes…

—¿Por qué has de pensar siempre mal? A mí me parecen lógicos, un
servicio para la población. Si nos quisieran muertos, ¿para qué
tomarse tantas molestias?

—No sé, no lo sé… llámalo intuición, pero siento algo muy
oscuro en torno a eso. Apenas se ha dicho nada de ellos, cómo viven
los que han ido allí, ni una imagen de cómo son por dentro, sólo
por fuera…

—Las televisiones han caído, no habrían podido dar más
información. Todo se precipita rápido, demasiado rápido… bastante
se está haciendo por intentar salvarnos.

Vi un cuerpo entero caer, creo que desnudo, amarillento. Esther estaba
de espaldas a la ventana, así que no pudo verlo, por fortuna. No dije
nada, pero el sobresalto me produjo un profundo escalofrío. Creo que
ella no lo notó. Cerré los ojos y me apoyé sobre una mano,
intentando serenarme. Ella pensaría que estaba reflexionando en sus
palabras. Había captado algo de su expresión. Con la boca
descolgada. Horrible…

Respiré hondo.

—Tal vez sea justo eso lo que quieren. Que vayamos, no sé para
qué, prefiero ni pensarlo, pero que vayamos. Desde el principio.
Puede que ése sea el objetivo final, por lo que todo esto está
ocurriendo…

—¿Aún piensas que esto puede ser un teatro artificial? —Me
miró, escéptica.

Demasiado grande, para cualquiera, me temo.

—Francamente, Esther, no sé qué pensar. Ya no sé qué pensar.

Ella suspiró, mirándose las manos.

—Dios proveerá —dijo, con la voz cargada de duda.

—Ojalá tengas razón, cariño. Pero de momento, nos quedamos aquí
—sentencié, antes de levantarme y salir del salón.

Aquella boca abierta…

 

7

 

Siempre me llenó de horror la idea de una muerte lenta. Día tras
día, semana tras semana, era justo lo que nos estaba ocurriendo. Se
dice que la esperanza es lo último que se pierde, pero no es cierto:
nosotros ya hacía mucho tiempo que la habíamos perdido. La lluvia de
restos humanos no se iba a detener, ya lo sabíamos. Íbamos a morir
enterrados vivos bajo toneladas de carroña formada por nuestros
ancestros, familiares, amigos… Sí, la cuenta regresiva del demonio
que creó este infierno había alcanzado el presente. Ya estaban
cayendo los cuerpos de personas fallecidas pocos años atrás. Es
difícil describir con palabras el profundo horror que satura la
mente, que dispara los nervios en una corriente eléctrica continua,
que destruye la capacidad de pensar con claridad, de comer, de
dormir… como muñecos rotos, destensados… Ver los cuerpos caer
desde el cielo lenta, desmayadamente, como en una grotesca burla sin
fin de la mínima dignidad inherente al ser humano. Ah… el espantoso
estampido al reventar contra los tejados, cornisas, barandillas de
balcones… las amputaciones, las manchas de sangre y vísceras… La
calle se había convertido en un cementerio abierto, sin tierra,
revuelto varias veces sobre sí mismo. Los cuerpos amontonándose los
unos sobre los otros, entremezclados en posturas imposibles. Y cuando
otro caía, fracturándose de horrendas maneras contra los yacentes,
parecía transmitir a estos una onda de movimiento, una momentánea
vida innatural hasta que se recolocaban en nuevas posiciones inertes.

Soñé con estar muerto.

La radio hablaba y hablaba, sin parar. Decía que los caídos eran
fallecidos de los últimos treinta años. Se había investigado,
reconocido y localizado a personas concretas. Habían ido a sus tumbas
a exhumar sus cadáveres… y allí no había nada.

Pero yo ya no me creía nada. Ni una sola palabra. De algún modo,
ellos estaban detrás de todo esto.

O tal vez no, y Esther había tenido siempre razón. Tal vez debí
hacerle caso desde el principio. Tener un hijo, rezar a Dios,
alejarnos de la ciudad…

Ahora ya nada de eso era posible.

Mi querida Esther, quebrada, hundida por completo. Ya no se levantaba
de la cama. No podía, no quería… cómo saberlo. Ya no comía nada,
y lo poco que conseguía meterle en la boca, a la fuerza, lo echaba al
poco rato. Intentaba hidratarla, pero la mayor parte del líquido se
le derramaba por las comisuras de los labios. Su rendición era
absoluta. Lo había intentado todo. Todo, por insuflarle vida, una
minúscula luz de porvenir… todo en vano. Sólo decía que la
despertara cuando el mal hubiese pasado. No podía soportar verla
así, ni saber cuántas fuerzas me restaban, ni cuánto tiempo
resistiría en pie, antes de perder la cabeza sin remedio.

Siempre fui una persona capaz de ponerse en lo peor, de calcular los
más nefastos escenarios que el futuro pudiese traer consigo. Durante
los primeros días pensé en esta posibilidad… que se ha cumplido. Y
preparé también una solución: me informé a conciencia, compré los
medicamentos, las jeringuillas, apunté las mezclas, las dosis…
deseando, rezando al Dios de Esther por no tener que emplearla jamás,
pero guardándola en un lugar seguro. Temblaba de sólo pensar que ese
momento pudiese alcanzarnos… ese momento que ya casi estaba aquí.

Imaginé cuáles debieron ser sus pensamientos justo antes de caer en
este pozo. Imaginé su frustración ante la indiferencia, el desprecio
que Dios hacía de sus oraciones, sus sentimientos, su fe. Imaginé
cómo éste desaparecía de su mundo interior, persuadida de que
siempre había estado equivocada, quedando en su lugar la devastación
del vacío, de la existencia materialista, absurda, sin sentido… o
tal vez fuese justo lo contrario: su fe era tan fuerte que su
cerrazón significaba la entrega absoluta a Dios, el deseo imparable
de unirse a Él. Jamás podría saberlo porque Esther ya no estaba
conmigo. Sólo sé que sufría, sufría, sufría sin pausa… No, el
momento había llegado. Habíamos chocado contra el límite
incompatible con la vida, y la lluvia seguía cayendo.

Me levanté de su lado y me dirigí a preparar las dosis, las de
ambos, que detendrían nuestros corazones, nuestro sufrimiento, para
siempre. Y mientras mezclaba aquellas sustancias en la cocina, recé
con todas mis fuerzas a Dios para que dirigiese mi mano con firmeza.

Para que nos liberase a los dos del Infierno en la Tierra.

 

8

 

Ya no sufre.
Ella ya no sufre.

El martillo golpeaba sobre la cabeza del clavo.

Esther ya descansa en paz, libre del dolor.
Libre de toda esta mierda, para siempre.

Con el dorso de la mano me secaba las lágrimas. Y seguía golpeando.

Es lo que ella hubiese querido. Para mí también.
Ahora está con su Dios.

Otro más. La segunda balda quedó clavada al marco de la puerta de
nuestro dormitorio.

Que ya nunca más lo sería.
Que ahora era el mausoleo para el cuerpo de Esther.

Descargué con fuerza, rabioso; que la intensidad de los golpes
igualase a la de los que llegaban de fuera.

Pronto estaremos juntos de nuevo, Esther. 
Como siempre, para siempre.

Las cuatro baldas quedaron firmemente sujetas, bloqueando la puerta.
Ya no podría abrirla por más que quisiera, por más que la
tentación me volviese loco por completo.

Todas las noches, hasta que me alcanzase el final, vendría aquí, a
arrodillarme frente a las baldas para rezar al Dios de Esther. A
suplicar con todo mi ser para que su voluntad protegiese su alma del
infierno que nos engullía.

Para que su cuerpo no formara parte de la lluvia de castigo.

Ya no podía comer nada sin vomitar. Mi estómago se había cerrado. A
duras penas podía beber y respirar el aire infecto, e intentaba
moverme lo menos posible para no agotarme aún más. Estaba entrando
en agonía, lo notaba en la propia sangre, cómo el fin corría hacia
mí, un animal salvaje e impío.

En la mesa del salón, la jeringuilla vacía de Esther descansaba
junto a la mía, llena del líquido incoloro hasta arriba. Estaba
apurando mis últimas horas de vida, lo sabía con rotundidad,
resistiéndome con vano sufrimiento al abrazo de la muerte, como
queriendo ser el orgulloso último testigo del Apocalipsis contra la
humanidad. La radio seguía hablando y hablando sin parar; cambiaban
los locutores, pero no la aberración, la locura inherente en sus
mensajes. Era tan increíble, dislocador e inhumano lo que decían,
que mi mente no lo podía asimilar de ninguna manera, como si se
tratase de un idioma extranjero. No podía creer que seres humanos
estuviesen diciendo todo aquello sin desmayarse o vomitar. Así que la
rabia me dio las fuerzas que me faltaban para agarrar la pequeña
radio y dirigirme con ella hacia la puerta del balcón. A través del
cristal vi la llanura sinuosa de cuerpos, que pronto alcanzaría
nuestra altura; los negros hilachos de moscas que los sobrevolaban sin
poder parar, como un humo furioso y vivo. Respiré profundamente dos
veces antes de contener la respiración y abrir de golpe la puerta. A
pesar de ello noté el hedor insufrible, intentando penetrar en mis
fosas nasales al tiempo que en mis oídos estallaba el colosal zumbido
de las moscas, como una gigantesca radial orgánica, y el chocar
húmedo de los cráneos, las quebraduras, los impactos secos… Lancé
con todas mis fuerzas el aparato de radio que fue engullido por la
lluvia en un instante. Rápidamente, me apresuré a cerrar la puerta,
pero por el rabillo del ojo algo en el balcón me llamó la atención.
Miré y vi el cuerpo de un chico, de unos siete años, sentado en una
postura rota, apoyadando la cabeza contra uno de los muretes del
balcón. No sé por qué, las cuencas aparecían como horadadas en la
carne. Sé que no podía verme, pero me miraba, eso lo sabía, como en
una iluminación de certeza. Del cráneo abierto colgaba masa
encefálica como un parche carnoso de pirata, al que se le hubiese
cortado la goma. Me sonreía. El niño, con sus labios muertos,
destensados, me sonreía…

 

*

 

Aquellos cuerpos maltratados, a los que se había negado el descanso
de la tumba; aquellas caras lívidas, torturadas tras la muerte,
empezaban a amontonarse tras la ventana del salón. Yo me sentía ya
como ellos, desfallecido, con el organismo a punto de colapsar. Sabía
que, en cuanto me tumbase, no podría volver a levantarme jamás. Pero
estaba contento. Contento, sí. Porque de entre mis delirios y
alucinaciones conseguí arrancar una solución para Esther y para mí.
La forma de que nuestros cuerpos no fueran dos gotas más en la lluvia
de castigo. Recé para que mis últimas fuerzas resultasen suficientes
para culminar mi labor.

Tomé una pila, un pequeño montón de los cientos de libros
desperdigados por el suelo, acumulados durante décadas por todas las
estanterías de la casa, y me dirigí hacia la puerta de nuestra
habitación, donde el fuego debía arder más voraz.

Ojalá todavía sigas allí, Esther.
Perdóname por ser incapaz de comprobarlo.
Perdóname por haber tardado tanto en encontrar una solución.
Espero que aún no sea demasiado tarde.

Empecé a arrancar las páginas a puñados y a meterlas bajo la
puerta, acumulándolas contra ella cuando ya no pude meter más.
Apenas terminé con los libros fui a por más. Y más, y más… miles
de páginas leídas, compartidas y comentadas con Esther, ahora nos
brindaban un último servicio, un acto de amor, como el abrazo de un
viejo amigo antes de despedirse para siempre. Cuando amontoné un buen
cúmulo de ellas frente a la puerta, que estimé suficiente, comencé
a retroceder por el pasillo, agotado, dejándolo alfombrado de
páginas y más páginas. Así seguí, cada vez más despacio; pero
seguí, durante horas, esparciendo el alma de los árboles vestida con
las ideas de los hombres, por toda la casa. Y mientras lo hacía
tenía que enjugarme las lágrimas, que en otro tiempo hubiesen sido
de dolor, pero que ahora eran de puro agradecimiento. Después fui a
por el bote de alcohol del cuarto de baño. Comencé a mojar el
montón de hojas frente a la puerta de Esther. Se terminó pronto,
así que me dirigí a la cocina a por una de las garrafas de aceite
que nos quedaban, y proseguí empapándolo todo, en zig-zag por los
pasillos y habitaciones. El piso debía convertirse en un inmenso
horno y, tal como lo había dejado, no dudé en que así sería. Al
final, reservé algo de aceite para embadurnarme la ropa con ella.
Calculé que me daría tiempo, que cuando el fuego alcanzase el
salón, la dosis ya me habría matado. Eso esperaba.

Ahora, mi momento había llegado. Siempre imaginé que no podría dar
ese paso en el instante de la verdad, que la emoción se impondría a
la sangre fría, que mi mano flaquearía al ir a empujar el émbolo,
rindiéndose. Pero no fue así cuando inyecté a Esther; nada de eso
ocurrió. Porque lo que no podía imaginar entonces es que la vida
pudiese quedar reducida a un sufrimiento tan atroz, tanto como para
convertir a la muerte en la solución más deseable. Sonreí al pensar
que, en unos minutos, terminaría todo… Me agaché a coger una
página aceitosa y saqué mi mechero del bolsillo. Hice una bola con
ella y le prendí fuego, lanzándola lejos de mí. La llamarada brotó
como un surtidor del suelo, y se expandió en una sábana de gas
anaranjado. Entré en el salón y cerré la puerta. Daría tiempo a la
dosis.

Al girarme, me sobresalté ante la visión; la mano se me aferró al
pecho, como si el corazón hubiese querido devorarse a sí mismo.
Porque la masa de cuerpos que se comprimía fuera contra los cristales
se movía. Los ojos muertos miraban, las manos, las caras se
arrastraban por la superficie transparente con sus muecas grotescas.
¿Se estaban riendo algunas, sufriendo bajo el peso otras? Vi
abdómenes, piernas, brazos retorciéndose, cambiando de posición
dentro de la aplastada ola de carroña. Habían cobrado vida, o algo
colosal estaba buceando por el mar de carne, generando estas ondas que
transmitían la apariencia de vida a los muertos.

El olor a humo me sacó del trance.

Concentré mi pensamiento en los pequeños pasos a seguir, tal y como
los había memorizado y ensayado mentalmente docenas de veces. Tal
como los practiqué con Esther. Me senté en el sofá y me arremangué
el brazo izquierdo. Intenté no escuchar el rumor amortiguado que
llegaba de fuera; era el de siempre, pero traía algo más. Palabras
sueltas, frases cortas… estaban hablando. Estaban tratando de
decirme algo. Pero no los miré. No me importaba lo que fuera. Pasos,
los pasos. Cogí la jeringuilla, estaba vacía. Me había equivocado,
cogiendo la de Esther. Entendí. Una de las palabras, ¿había sido
una palabra? ¿o interpreté un ruido? Da igual, fuera de mi mente.
Con mano temblorosa agarré mi jeringuilla, le quité el capuchón.
¿Alguien ha gritado en el pasillo? Compruebo el líquido cristalino.
Dejo la jeringuilla sobre la mesa y me busco la vena con los dedos.
Otra palabra. ¿Ésa sí lo era, verdad? Ahora no puedo fallar. Recojo
la jeringuilla y acerco la aguja a la vena. La punta tiembla. Respiro
hondo. Huele a humo, a putrefacción. Clavo la aguja. Aprieto el
émbolo con el pulgar. Siento el fino, agudísimo dolor del líquido
entrando. Ya está Esther, cariño, ya está. Escucho un extraño
sonido. Aprieto fuerte los párpados. El émbolo sigue bajando, hasta
el final. Cesa el dolor agudo y retiro la aguja. Espérame Esther, ya
llego contigo. El brazo me arde por dentro. Me reclino en el sofá,
replegando mi brazo izquierdo contra el pecho. Quiero mantener los
ojos cerrados, pero algo me obliga a abrirlos. Veo las caras y en
ellas las desdentadas bocas como pozos. Hablan. Todo se nubla,
lentamente. Escucho ruido como de agua dentro de los oídos, pero a
través del ruido, entrando como una lanza llega esa larga frase que
sale de sus bocas. Y comprendo sin quererlo comprender. No puede ser
que hayan dicho eso… Qué débil me siento. ¿Por qué no puedo
moverme? Esto es morir, entonces… no es agradable, no es como…
dormir, no. Ardo por dentro. Me hundo en mí mismo. El mundo se aleja,
se disuelve en negro; pero sus voces se acercan, como en una lenta
avalancha, más y más próximas sus palabras, cucarachas que entran
en mi cabeza con su mensaje incontestable…

Revelador.
Nítido.
Cercano…

 

*

 

Todo es oscuridad. Mi cerebro debe estar muriendo, ¿o estoy muerto
ya? Siento mi mente fragmentada, confusa, ilógica. Sus ideas y las
mías se entremezclan, no puedo distinguir entre ellas. Hablo con sus
voces, y ellos hablan con la mía. Me han mostrado cómo se siente el
mundo sin ser dirigido por un ego encerrado en una persona. La carne
es una prisión pero la mente procede de la actividad de la carne.
Qué odiosas, indescriptibles sensaciones. Me gustaría pensar que
vuelo en el torbellino de una inmensa pesadilla; pero no, sé que esto
es algo bien distinto, crudo… ¿Estoy muriendo, verdad? Atisbo entre
la confusión lo que la realidad es sin mí, la verdad objetiva que
tanto busqué. ¿Por qué hacen eso? ¿Estuvieron siempre aquí,
ocultos? Siento que morir es mucho más angustioso de lo que jamás
imaginé. Frío. Absurdo. Tanta soledad… Me estoy disolviendo y no
hay nada ni nadie humano conmigo en este último segundo tan
importante; tan, tan importante… suplico porque Dios esté también
ahí y me esté escuchando. ¿Por qué les sacan… eso del cuerpo?
¿O se lo están introduciendo? ¿Qué… qué es todo aquello, Dios
santo? ¡Dejadlo en paz! ¡Dejadlos en paz ahora! Oh Dios, si estás
ahí por favor… apiádate de mí. No les permitas eso… eso no es
posible en tu Reino. Dios, los escucho a ellos pero a ti no. Acoge mi
alma, por lo que más quieras, no les permitas acercarse…

Dios mío por favor, tienes que ayudarme…
Están aquí.
Están aquí dentro…
Dios… no lo permitas…
¡Ayúdame!
¡Ayúdame!

 

*

 

Las olas de cuerpos rompían contra los edificios silenciosos y
después retrocedían, en una infinita resaca de corrupción
orgánica. La brisa que acompañaba era una nube de moscas negras.
Millones de brazos, de manos sin fuerza, millones de pechos sin aire,
millones de abdómenes blancuzcos, amarillentos, millones de piernas
que ya nunca andarían, millones de caras privadas del sueño eterno,
con los ojos abiertos, con los ojos cerrados, entremezclándose en las
mareas de un mar creciente que desbordó los límites de los
suburbios, expandiéndose en una lenta avalancha de cadáveres que fue
tomando los campos, en busca de la unión con otros mares para
conformar el océano que cubriría el mundo y sus viejos pecados;
mientras, la lluvia seguía cayendo…

Cayendo sobre el océano de carne de la humanidad.
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Lluvia de castigo (parte 1) - Recuerdo perfectamente el día en el que todo comenzó, como si fuese
ayer: volvía del trabajo a casa, a la hora de comer, conduciendo con
la cabeza cargada de pensamientos. Ideas acerca de mi tambaleante
relación con Esther. En las últimas semanas la tensión entre
nosotros había ido creciendo hasta llevarnos casi a un punto de
ruptura. ¿Y por qué? Por mi negativa a ser padre. Desde siempre,
desde el primer momento de la relación, le dejé claro que jamás
traería un hijo, mi ser más querido, a este mundo de mierda. Y ella
estuvo de acuerdo, pensaba igual que yo; pero han pasado muchos años
desde entonces y todos hemos cambiado, madurado en un sentido u otro.
Ahora, activado repentinamente como un resorte, su instinto maternal
lo impregna todo. Ser madre es su mayor deseo y yo no soy quién para
arrebatarle ese derecho; de igual forma que ella no puede negarme el
mío a no serlo. Así estaban las cosas.

Estacioné el coche junto al parque donde solía hacerlo todos los
días y salí para dirigirme a casa. Envuelto en mi asumido fatalismo,
caminaba con desgana por la acera cuando escuché un fuerte golpe a
mis espaldas. Sobresaltado, me giré de inmediato, y no tardé en
descubrir que había sido el capó de mi coche el que lo había
recibido. Presentaba una abolladura notable en su centro, se había
saltado la pintura. La sorpresa fue cediendo el paso a la rabia; miré
frenético por todos lados buscando culpables. En unos segundos me
percaté de lo que había golpeado mi coche: era un fémur humano,
tirado junto a la puerta del conductor.

Pestañeé varias veces sin poder creerlo. ¿De verdad era un fémur?

Me agaché para poder verlo más de cerca y, cuanto más aproximaba la
cara, más evidente resultaba que, en efecto, así era. Amarillento,
de aspecto rancio y como corroído… sólo podía ser lo que
parecía. De nuevo miré frenético alrededor, esta vez temiendo por
mi propia vida —¿quién podría haberme lanzado un hueso
humano?—. Pero no vi ni escuché a nadie. Tampoco había ningún
edificio, ningún sitio de donde lanzar el hueso y esconderse con
facilidad; el espacio era demasiado abierto en torno a mí… y eso me
asustó aún más.

Marqué atropelladamente el número de la policía y les conté como
pude lo que acababa de ocurrirme. Temí que no me creyesen, que se
riesen o mosqueasen conmigo. Pero no; tras tomarme los datos el agente
al otro lado me dijo que estarían ahí en minutos. Así fue. Del
coche patrulla se bajaron cuatro agentes, dos de ellos vestían trajes
blancos de esterilización y pronto comenzaron a sacar fotografías,
tomar muestras de la pintura, de alrededor del hueso… mientras los
otros dos me tomaban una declaración rápida. Todo me resultó
extremadamente fugaz, casi irreal, supongo que a causa de mi enorme
confusión. Cuando terminaron conmigo volvieron a su coche, deprisa,
tanto… que apenas sí tuve tiempo de preguntarles qué podía
significar todo esto. El conductor me dirigió una mirada comprensiva
antes de despedirse con una frase que explicaba en parte su urgencia
pero que me dejó aún peor de lo que ya me encontraba: «Están
cayendo por todas partes».

Iba subiendo por las escaleras, pensando en lo que iba a decirle a
Esther para explicar mi tardanza. Mis palabras sonarían como una
excusa pueril, estúpida, ridícula. ¿Sabes qué, Esther? Me acaba de
caer un fémur humano en el coche y me lo ha abollado. He tenido que
llamar a la policía y… ya me imaginaba la cara que me iba a poner.
Pensaría que me estaba burlando de ella y de todo su árbol
genealógico, intentando ocultar quién sabe qué cosa imbécil,
impropia de un hombre adulto y maduro.

Entré en el piso tragando saliva, dirigiéndome hacia el salón por
el pasillo como si éste se hubiese transformado en mi corredor de la
muerte particular.

—Buenas —dije. Ella estaba viendo la televisión.

—Hola —susurró, sin mirarme.

—No te vas a creer lo que me… —comencé, pero ella me mandó
callar con un rápido gesto del índice sobre los labios. Estaba
absorta con lo que decían en las noticias. Así que guardé silencio
y, curioso por saber qué le causaba tanto interés, yo también
presté atención a la pantalla.

Lo que estaban diciendo era que por todos los países del mundo, por
zonas rurales y urbanas, dispersos pero no escasos, estaban lloviendo
huesos humanos. Cráneos, húmeros, costillas, fémures, tibias…
Lloviendo huesos humanos. Eso fue justo lo que dijeron.

Las imágenes mostraban a personas junto a los huesos caídos
explicando lo que habían vivido, videos de baja calidad tomados con
móviles siguiendo el descenso desde los cielos de un hueso girando
sobre sí mismo. Los destrozos causados por algunos en distintos
elementos de la ciudad. Escenas de ataques de pánico. Niños llorando
al ver a sus madres llorar.

Sin darme cuenta, yo también estaba temblando.

 

2

 

Me envolvió la sensación, la absoluta certeza, de estar viviendo un
hecho extraordinario; algo que ocurría por primera vez en la historia
del mundo. Como el rumor de la Tierra que precede y anuncia la llegada
de un terremoto devastador, una profunda zozobra comenzó a crecer en
mi interior, intuyendo que esto era solamente el macabro preludio del
terror inimaginable que se cernía sobre nosotros. A mi lado, Esther
susurraba frases de incredulidad ante lo que escuchaba y veía en la
pantalla.

—Esto tiene toda la pinta de ser un acto terrorista, algo de guerra
psicológica como en la antigüedad, cuando se catapultaban cabezas y
cadáveres por encima de las murallas de los asediados. —Empecé
también a pensar en voz alta, creo que para evitar que la tensión me
reventase por dentro. Dar una explicación lógica a algo que no
aparentaba visos de tenerla en modo alguno.

—Pues yo creo que esto tiene que ser obra de Dios… o del Diablo
—dijo ella, casi en un lamento.

Esther siempre ha sido una fiel creyente, circunstancia que motivó
durante años interesantes conversaciones y alguna que otra discusión
al ir pendulando yo entre un humilde agnosticismo y el ateísmo más
radical, según la época y mi necesidad de apoyo espiritual para
poder sobrellevar la vida. Desde hace tiempo creo que Dios ya no
cuenta conmigo para su lista de elegidos.

—No. Existen muchas otras razones más sencillas y verosímiles que
habría que descartar antes de que pudiésemos hablar de la mano de
Dios —dije, y ella me miró alzando una ceja—. Podría ser una
manipulación más, orquestada por los gobiernos y sus medios de
comunicación —en este momento recordé la abolladura de mi coche,
pero proseguí—, o algún extraño fenómeno dentro de las leyes de
la naturaleza. Incluso veo más factible que esto sea la primera fase
de una invasión por civilizaciones alienígenas que estén usando
nuestras estúpidas y arcaicas creencias contra nuestra estabilidad
mental.

—Lo de estúpidas creencias no lo dirás por las mías, ¿verdad?

—No lo digo por ti. Lo digo en general. —Se estaba enfadando.

—Ya, pero yo entro en ese general —bufó—. De momento, tus
causas tienen tanta validez como las mías —Sacudió la cabeza en
incrédula negación—. ¿Realmente crees que esto está organizado
por el hombre?

—Peores cosas se han visto.

—¿Como cuáles?

—Como las Guerras Mundiales, como los auto-atentados para justificar
lo injustificable… entre otros muchos horrores caníbales. Siempre
nos hemos organizado estupendamente para acabar los unos con los
otros.

—Esto… es diferente —Apoyó su pequeña cara sobre una mano,
mirando de soslayo al televisor—. Dios está intentando decirnos
algo.

Los creyentes no suelen usar la lógica ni el empirismo; niegan de
forma natural las evidencias en contra de sus creencias y te culpan
cada vez que entras con una luz en la oscuridad, su amada oscuridad.
Un creyente es, en esencia, un adorador del misterio, de lo oculto, y
lo necesitan como el adicto necesita la sustancia que lo mantiene
flotando. Es tan sencillo como eso.

—Pues yo creo —dije suavemente— que referirse a lo sobrenatural
es poner de manifiesto que se niega, que no se puede asimilar nuestra
naturaleza humana, su faceta perversa, orientada a la maldad. Si Dios
quiere decirnos algo… ¿por qué no lo dice claramente y punto?,
¿por qué hay que estar siempre intentando clarificar si el mensaje
es X o es Z y, encima, indagar si es Él o no quien lo expresa?

Esther me clavó la mirada, obviamente molesta.

—Muy bien. Imaginemos que vosotros, los escépticos, los
incrédulos, estáis en lo cierto. Imaginemos que Dios no existe, que
todo es una mierda mecanicista y que el hombre es un gusano hijo de
puta capaz de todo con tal de engordar, sobre todo si es a costa de
los demás. Supongamos que tenéis razón en todo, pero… ¿por qué
os alegráis de que las cosas sean así?, ¿por qué os consideráis
más inteligentes, evolucionados, que los creyentes?, ¿de dónde os
viene ese aire de superioridad, ese regodeo en la crudeza, esos deseos
de destruir las equivocadas creencias de los demás?

—Yo no me considero más inteligente que tú, ni estoy especialmente
contento porque las cosas sean así. Pero en la vida pocas cosas hay
que causen más daño que una creencia equivocada. Además, sois
vosotros los que os sentís moralmente superiores a nosotros, por no
hablar de ese paranoico complejo de persecución que ostentáis a la
mínima ocasión. Y luego somos nosotros los malos, los diabólicos;
pero las religiones han causado más guerras de las que se pueden
contar, y la Inquisición se hinchó a quemar a gente viva. Me
pregunto qué pensará Dios de todo eso —concluí.

Ella se levantó del sillón con un bufido de cansancio.

—Mira, por lo que a mí respecta, puedes seguir creyendo lo que
quieras. Está claro que no nos vamos a persuadir mutuamente ni vamos
a sacar nada de esto. Sólo déjame decirte que os veo francamente
limitados para aprehender el universo en su grandeza, ciegos a las
razones más allá de la Razón, encerrados y orgullosos de estarlo en
vuestras trampas lógicas que poco tienen que ver con lo que ocurre
ahí fuera.

—Muy bien, Esther, pues peor para mí entonces. Me alegro de que os
sintáis queridos por Dios y siendo Uno con el universo. Ojalá yo
pudiese también.

Durante unos minutos quedamos en silencio, mirando lo que nos ofrecía
el televisor.

—¿Qué crees que debemos hacer? —dijo al fin, ladeando la cabeza
para referirse al suceso probablemente más extraño acontecido en la
Tierra.

Llevaba un rato pensándolo, así que las palabras fluyeron solas:

—Después de comer, voy a hacer lo que se suele hacer siempre en
caso de incertidumbre extrema.

—¿A qué te refieres? —Sus ojos negros me miraron con interés.

—Voy a comprar y traer tanta comida y agua como sea capaz de cargar.

 

3

 

En los días siguientes el mundo estaba en plena ebullición de
noticias. Yo iba a mi trabajo y volvía, por todas partes no se
hablaba de otra cosa. Los gobiernos al unísono se apresuraron a
emitir comunicados tranquilizadores, intentado evitar que el pánico
se extendiese en una deriva hacia el terror. Decían básicamente que
se trataba de un extrañísimo fenómeno meteorológico en estudio,
similar a esas lluvias de piedras o pequeños animales que han quedado
recogidas en la historia. Pero por la red numerosos grupos de
investigadores independientes ya lo estaban desmintiendo. Y en
diferentes partes del mundo, llegaban a dos conclusiones idénticas:
los huesos caían desde una altura de cuatro kilómetros, sin importar
el punto geográfico donde se recogiese el dato. Estos no caían sólo
desde las nubes —como parecían afirmar los gobiernos—, sino que
aparecían de la nada, a pleno cielo descubierto, como vomitados por
bocas invisibles, pero siempre desde esa línea de los cuatro
kilómetros. La segunda conclusión es que las pruebas revelaban que
la antigüedad de los huesos en ningún caso era inferior al millón
de años.

Por todo el globo se estaban produciendo grandes movimientos sociales,
de carácter religioso en especial. Las epifanías y mensajes
apocalípticos se sucedían. Las comunas beatíficas vieron crecer el
número de sus integrantes de forma espectacular: lo dejaban todo y se
iban a los campos a orar, a cantar la Buena Nueva, la segunda llegada
del Mesías. Otros grupúsculos sectarios se conformaron de la noche a
la mañana, como setas venenosas tras una lluvia tóxica; y ya
comenzaban a crear disturbios e incluso casos de suicidio ritual
colectivo. Además, la frecuencia de caída de los huesos, lejos de
disminuir, estaba aumentando. Era evidente hasta a simple vista;
Esther y yo pudimos ver desde la ventana de nuestro salón —que daba
al parque y, por lo tanto, permitía una amplia vista sin edificios—
caer no menos de tres o cuatro. Nos envolvía una terrible, macabra
fascinación: ¿era esto el preludio de nuestra muerte?, ¿el fin de
la humanidad?

—Tengo… tengo miedo, Juan —tartamudeó, mientras miraba al
exterior—. Toda esta situación me tiene… descolocada. No sé qué
pensar, no sé si el mundo se ha trastornado por completo. No sé qué
será de nosotros…

—Yo también estoy asustado, cariño —Le cogí la mano—. Todos
estamos igual; nadie sabe por qué está ocurriendo esto ni entendemos
qué puede significar. Debemos tener paciencia y esperar a que se
resuelva, sea lo que sea.

Esther negaba con la cabeza, como resistiéndose a mis
bienintencionados pero evidentes intentos de transmitirle
tranquilidad. Yo la conocía bien, no era una de esas personas que se
dejan persuadir con facilidad, que incluso parecen estar deseándolo.
Y nunca le gustó que la tratasen como a una niña pequeña.

—Creo que Dios nos está castigando.

Cuando las cosas pierden sentido, o son duras de asimilar, Dios
aparece por la puerta.

—¡Venga ya, Esther! ¿Cómo puedes decir eso? ¿Es que tú y yo nos
merecemos que nos bombardee con huesos humanos? ¿Qué hemos hecho tan
terrible, que no puedo recordar? Aparte de trabajar como cabrones,
pagar impuestos y no saltarnos las leyes… ¿tan malos somos? Y los
niños, los enfermos, la gente normal que sólo cometen el pecado de
querer vivir en paz un día más… ¿también se lo merecen? —Me
crucé de brazos, esperando alguna respuesta racional.

—No nos castiga como individuos, sino como especie… Tal vez sólo
quiera abrirnos los ojos, que despertemos de una vez.

—Ah, vale… entonces es que es indiscriminado; lo sabe todo de
todos pero no diferencia a nadie. Vaya, Esther, pues siento decir que
tu Dios no se aleja demasiado de cualquier terrorista, según parece.

Me lanzó una mirada de hierro antes de responderme.

—Juan, haz el favor de no blasfemar con tanta facilidad. Tú sabes
perfectamente lo que quiero decir; no tergiverses para atacar
gratuitamente.

—No ataco por atacar, Esther, sólo intento desmontar una idea sin
base de ninguna clase, bastante ridícula.

—Será ridícula para ti —replicó, como un disparo.

—Además, he notado un cierto respeto en tu voz cuando decías
«blasfemar»… No temas su ira; pongamos que tienes razón y que Él
existe, ¡ya nos está castigando! ¿Qué más has de temer?

Esther me miró como un niño travieso pillado in fraganti.

—Reconócelo, Juan: tú no creerías en Dios ni aunque lo vieses
aparecer entre las nubes. Te gusta demasiado sentirte intelectualmente
superior, blandiendo tu lógica como una espada de palabras. Él está
por encima de eso. Él lo creó todo, incluyendo tu obcecado cerebro.
Y sus designios son inescrutables, por definición.

—De acuerdo, cariño. Yo soy un chulo y un pedante, lo acepto. La
mayor dificultad para conversar con alguien de creencias muy
arraigadas, como tú, es la poca receptividad a escuchar otras
teorías alternativas. Por eso, me gustaría que al menos tomases en
consideración esas otras ideas. Seguro que te enriquecen, incluso
aunque no fuesen ciertas.

—Yo no soy ninguna fanática, sólo te digo lo que sinceramente creo
—Se recogió parte de su melena negra tras la oreja—. Muy bien,
imaginémoslo al contrario: tú tienes razón y la mano de Dios no
está tras lo que está ocurriendo… dime, ¿qué explicación le
encuentras a que lluevan huesos del cielo?

Me gustó que quisiera escucharme.

—Pues verás —comencé—, pienso que debemos partir de dos
hipótesis para explicar las causas: la primera, Interna: esto está
siendo obra del hombre, de los gobiernos. Una manipulación más para
dirigirnos como el inmenso rebaño que somos hacia donde les convenga,
como con los ataques de falsa bandera y el fenómeno O.V.N.I. en el
pasado. Seguro que pronto nos meten a todos en campos de
concentración blindados, dirán que para nuestra «protección», por
«seguridad»… eliminando tantos derechos adquiridos… En el fondo,
lo que quieren es sacrificar gran parte de sus cabezas de ganado, pues
el rebaño se ha vuelto demasiado grande, e incontrolable.

—Eso suena muy conspiranoico, ¿no? —Se sonrió, un tanto
burlona—. Muy Nuevo Orden Mundial, Illuminatis… pensaba que tú no
creías en esas cosas. —Me guiñó un ojo, devolviéndome la pelota
de la «puerilidad de las creencias».

—Y realmente no creo en ello a pies juntillas, pero es una
probabilidad que está ahí; ¿por qué habríamos de descartarla?
Muchas pruebas son incontestables, y eso no tiene nada que ver con lo
que uno cree.

—Habría que ver también quién presenta esas pruebas, cómo y si
no es otra manipulación más, a su vez —añadió Esther.

—No te diré que no —le reconocí—; pero que los gobiernos nos
engañan y manipulan desde que existen es una obviedad fuera de toda
discusión. La segunda hipótesis es Externa, menos probable para mí
que la primera, pero tampoco descartable. La lluvia de huesos puede
estar causada por entidades no humanas, de fuera de la Tierra o
incluso de otras dimensiones…

—¡Ésa sí que es buena! —Esther se carcajeó con ganas, como no
lo había hecho desde que empezó la pesadilla—. ¿De otras
dimensiones dices? Un poco alucinante, ¿no te parece?

—Sí, claro, pero es otra opción no desdeñable. Los huesos
«aparecen» de la nada, a cuatro kilómetros de altura, ¿recuerdas?
¿Eso te parece normal, natural, explicable?

—Suponiendo que lo que dicen sea cierto, no lo olvides.

—De acuerdo, suponiendo que sea así. Fíjate, Esther, ¿te das
cuenta de tu resistencia a aceptar esa mera posibilidad? ¿Ves cómo
te parece una infantilada propia de las pelis para críos? Tal vez es
justo lo que pretenden que creamos, y llevan trabajando en ello muchos
años, con buenos resultados, evidentemente. Tu reacción es un claro
ejemplo, y seguro que es mayoritaria en la sociedad.

Esther bufó, mordiéndose el labio inferior y negando con los ojos
mirando hacia los cielos, como pidiendo fuerzas a su Dios para
soportar tantas tonterías.

—Bien, sigamos con tu hipótesis —Parecía divertida—. ¿Y por
qué esos seres del espacio exterior no llegan y directamente nos
destruyen, nos esclavizan, nos devoran o lo que diablos se suponga que
quieren hacer con nosotros? ¿Para qué tantos rodeos? Parece que no
es sólo mi Dios el que actúa con claves —Me miró con sorna,
ladeando la cabeza, sabedora de su gancho a la barbilla dialéctico.

—Ni tan siquiera te estoy diciendo que yo piense que ésa sea la
causa —me defendí—, sólo te pido que valores la hipótesis, la
idea… Cuantas más aportemos, más cerca estaremos de…

Esther gritó de repente.

—¡Mira, mira! ¡Ven rápido! —Con los ojos como platos, estaba
señalando a través de la ventana.

—¿Qué pasa? —Me alarmé, mientras corrí hacia ella.

Se escuchó un fuerte impacto seco de algo rompiéndose en la calle.
El sonido llegó perfectamente hasta nuestro segundo piso.

—¡Lo he visto! ¡Lo he visto caer! —Estaba acelerada—. ¡Era
como un costillar, Juan! ¡Mira! ¿No lo ves allí, junto a la señal
de prohibido?, ¿aquello blanco?

En efecto, había unos fragmentos blanquecinos junto a la señal, como
un arpa de hueso rota. Los huesos de un costillar, desperdigados.

—¡Qué horror, Juan! —gimió, girándose para abrazarse a mí.

La estreché contra mi cuerpo, apoyando la mejilla sobre su cabeza.

Mientras observaba cómo algunos curiosos se acercaban hasta aquellas
costillas rotas, sentí que la inmensa boca del Infierno se abría
ante nosotros.

 

4

 

Durante la semana, los hechos se precipitaron día a día, con
creciente velocidad, como una bola de nieve echada a rodar ladera
abajo. El mundo se convulsionaba con noticias extraordinarias que se
habían vuelto cotidianas. Ahora lo normal era asomarse a la ventana y
ver caer, cada pocos minutos, algunos huesos aquí y allá; su
frecuencia seguía aumentando progresivamente, sin diferencias
significativas en ningún lugar del mundo. Aunque sí se había
detectado un incremento considerable en las grandes zonas urbanas
respecto a las más despobladas.

Los gobiernos se unieron a la corriente de los investigadores de la
red, a su línea de información —como si nunca antes la hubiesen
desprestigiado con mil artimañas—. Afirmaron que los huesos eran
humanos, y que el más reciente de los estudiados databa de unos cien
mil años atrás. Se habían creado unidades especiales del ejército
dedicadas a la recogida de estos restos. En los primeros momentos
pudimos verlos clasificándolos en bolsas, escribiendo datos en ellas;
pero ante la magnitud de la tarea y la creciente intensidad de la
lluvia, pronto se limitaron a limpiar las calles con la mayor
celeridad posible, como si de un cuerpo de barrenderos forenses se
tratase. Ya se contaban por centenares los muertos debido a impactos
de hueso a lo largo y ancho del planeta. Desde los medios se
recomendaban medidas de protección para salir a la calle, y pronto
los cascos y paraguas reforzados fueron una prenda de vestir más. El
mundo vibraba, aguantaba la respiración, sobrecogido en un
estupefacto estado de shock.

Esther lo llevaba cada vez peor, no podía asimilar la deriva que los
acontecimientos estaban tomando. Se estaba desquiciando, y sería
injusto culpabilizarla por ello. Desde mi opresión, yo intentaba
mantener un mínimo de equilibrio y cordura, una pequeña luz de
esperanza en que la lluvia cesase de una vez y que el mundo volviese a
ser el horror que ya conocíamos, no esta aberrante, nueva pesadilla.
Aunque lo cierto es que mis ideas no podían ser más negras y
depresivas.

Tras la cena, que apenas tocó, Esther volvió a su verborrea
neurótica. Se estaba desesperando en la búsqueda de un sentido, en
descifrar el mensaje que Dios nos enviaba desde el cielo. Yo empezaba
a pensar que, tal vez, no hubiese ningún sentido tras el fenómeno.

—¿Te das cuenta? —comenzó Esther, mientras recolocaba la
mesa—. Nos está arrojando huesos desde el pasado más remoto para
acercarse poco a poco a nuestro tiempo. ¿Qué quiere decir eso? ¿Nos
está reprochando el que hayamos olvidado a nuestros muertos, a todos
los que sufrieron para que hoy estemos aquí? ¿O será un castigo por
enterrar tantos crímenes en el olvido, y seguir cometiéndolos de la
misma manera, como si no aprendiésemos nada de ellos?

—¿Qué importa, Esther? —le contesté—. ¿Qué importa que sea
por una u otra razón por la que nos castiga así? Ya ha matado a
cientos, y no parece que le sean suficientes.

—Pero, tal vez si descubrimos justo lo que quiere de nosotros y
comenzamos a actuar así, detenga esta lluvia de muerte. Cuando le
demostremos que hemos aprendido la lección al fin.

—¿Cómo actuará Él si no descubrimos la respuesta a su retorcida
adivinanza? ¿Pretende convertir el mundo en un cementerio silencioso,
cubierto de huesos? Vaya un Dios vengativo que tienes, no sé ni cómo
puedes creer en Él.

Esther obvió mi envenenado reproche.

—No, yo no lo veo así, Juan. Él es nuestro Padre, y actúa como
tal, siendo incluso duro cuando es preciso serlo. Nos dio la libertad
y mira lo que hemos hecho con ella… Tal vez haya llegado el momento
de recibir nuestro correctivo, sin el cual es seguro que acabaríamos
cayendo en el abismo de nuestra autodestrucción.

—No existe locura que no encuentre su justificación —casi
suspiré.

—¿Me estás llamando loca? —preguntó, con los brazos en jarras.

Me pasé la mano por la cara, como si me la quisiera borrar, antes de
contestar.

—No, cariño. Sólo digo que hasta la más disparatada creencia
tiende a revestirse de una justificación pseudo-lógica que la
permita presentarse en público con aspecto racional, aunque en
esencia sea un completo sin sentido.

—Puedes pensar lo que quieras… —Desvió la mirada hacia la
lluvia intermitente del exterior.

—O sea… que tú verías normal, por ejemplo, que yo castigase a mi
hijo golpeándole hasta matarlo, aunque supiese desde sus primeras
lágrimas que él no entendía por qué lo castigaba, ¿no? ¿Así
piensas?

—Una vez más, tergiversas, atacas, sin querer comprender
—suspiró, alisándose la blusa—… Está bien, Juan. Ha sido un
día duro, me voy a la cama. Buenas noches —dijo, sin mirarme,
cruzando la puerta.

—Buenas noches, pronto iré yo también —solté, casi como una
frase hecha.

Sé lo que a ella le hubiese gustado, lo que esperaba de mí, como
casi todas las mujeres: que me anticipase a sus deseos y actuase
conforme a ellos, sin una sola palabra, sin preguntas, como prueba
definitiva del conocimiento de su alma y mi amor por ella. ¿Cómo no
conocer este viejo juego teatral y sus reglas? Ella esperaba mi
comprensión, un mayor acercamiento a su credo, que rezásemos juntos
por el fin de la pesadilla. Dios sería una mujer si existiese, estoy
seguro. Lo siento, Esther, nunca tuve vocación de actor, de
interpretar un papel en las antípodas de mis ideas y sentimientos.
Siento haberte defraudado. A mí también me hubiese gustado que
comprendieses la absoluta desolación de quien no tiene dónde
agarrarse.

Me quedé a oscuras en el salón observando por la ventana el caer de
los huesos, recortándose contra las estrellas.

 

5

 

La lluvia no cedía. Más al contrario, parecía que cada día llovía
con más fuerza que el anterior. Los huesos se iban amontonando a los
lados de las calles, sin que el tiempo diese abasto para su retirada.
Algunos grupos de voluntarios —los «limpiamuertes», se les dio en
llamar— intentaban facilitar la labor del ejército acumulando las
osamentas en determinados puntos, como impíos altares levantados en
honor a algún dios del averno. El trauma se extendía como una
fiebre, imposible de parar. Estábamos perdiendo lentamente la cabeza,
los referentes, los nervios… sometidos a esta incertidumbre
sobrenatural de visos apocalípticos. El colapso, buscado o no por
quien estuviese detrás de todo esto, se veía venir. Para colmo,
estaban diciendo que los últimos huesos recogidos y estudiados
databan de hace unos dos mil años. Y muchos presentaban huellas de
violencia, signos de tortura… esos detalles morbosos vomitaban las
pantallas, como si no tuviésemos suficiente mierda encima con todo lo
que nos caía sobre las cabezas.

—¿Lo ves? —dijo Esther, con sus ojeras cada vez más oscuras,
profundas—. Dios nos castiga con los restos de nuestros crímenes,
para que no olvidemos tanto mal causado… ¿Te das cuenta, Juan?,
¿de todos los millones de inocentes muertos por nuestra propia mano,
por nuestra locura?

La escuchaba, una vez más su beatífica perorata, a la que se
agarraba su mente como si allí fuera a encontrar la salvación; y
escuchaba el golpear de los huesos en la calle, ahora constante, sobre
los coches, los tejados, sobre cada objeto a la intemperie, como mazas
orgánicas de lo que una vez fueron personas… Deseé estar muerto,
como ellos. Lo confieso.

—Esther… eso no puede ser —dije, realmente cansado—. Aunque
nos arroje a todas las víctimas inocentes de la historia encima,
simplemente, no puede ser…

—Tal vez, no sean sólo los asesinados de forma premeditada y
violenta, sino todas las personas que han muerto en el mundo desde que
el hombre existe. Tal vez esté vaciando los cementerios, las fosas
comunes, sacando fuera todo lo que está bajo tierra… mostrando lo
que somos en realidad una vez despojados del regalo de la vida, sin
parar hasta que nosotros cambiemos. Hasta que creamos en Él.

—Ni siquiera así, Esther… ¿cuántos miles de millones han muerto
desde el origen? Yo no lo sé pero, sean los que sean, es imposible
que sean tantos como para cubrir no sólo las ciudades del mundo, sino
la inmensidad de la Tierra, como parece estar ocurriendo.

Dio unos pasos por el salón, nerviosa, como buscando los asideros
para que su teoría no se hundiese por completo, junto a ella.

—A lo mejor los está multiplicando, como los panes y los peces, con
tal de que comprendamos, al fin…

Guardé silencio, agotado de pensar en vano. Me pulsaban las sienes.
Notaba cómo el estrés recorría también mi cuerpo. La sensación de
impotencia, de no poder hacer nada significativo por cambiar nuestra
suerte era total. ¿Qué pueden hacer dos personas para detener el
Apocalipsis?

Esther miraba a través de los cristales, llorosa.

—Puede que nos esté castigando a ti y a mí, por no haber tenido un
hijo. Creced y multiplicaos… —dijo, casi para sí misma.

El reproche, siempre ahí clavado, como un oxidado cuchillo ritual de
los Incas.

—No me vengas otra vez con eso, Esther —rogué, hastiado—.
Pensar que lo que sucede en el planeta depende de lo que tú y yo
hagamos… es de un egocentrismo solipsista extremo…

Ella callaba.

—¿Te imaginas lo que hubiese sido tener un hijo? —proseguí—.
¿Te gustaría que nuestro hijo estuviese por aquí ahora, siendo
víctima junto a nosotros de esta locura? A veces pienso que, no
trayéndole a este mundo de mierda, lo he querido y respetado mucho
más que tú.

Esther se giró hacia mí, con ojos sorprendidos, furibundos…

—¿Qué coño estás diciendo? —explotó—. ¿Cómo me puedes
decir eso? Yo le hubiese dado una vida llena de afecto, digna de ser
vivida… Y si esto es el final, al menos hubiese tenido la ocasión
de estar vivo, de poder respirar y conocer qué significa esta
experiencia. Ahora, ahora ya… —se le crisparon los labios— nunca
podré… ver su cara…

Se acercó a mí, con lágrimas resbalando por sus mejillas.

—Eres un cobarde… ¡Un egoísta de mierda!

Y en lugar de golpearme a mí, dio un manotazo al plato de cristal
sobre la mesa, que voló hasta hacerse añicos contra el suelo, justo
antes de salir corriendo hacia nuestro cuarto. Escuché el portazo al
final del pasillo, a galaxias de distancia.

Vaya asco…

Me levanté al rato con pesadumbre, a por la escoba y el recogedor
para barrer los pedazos de cristal por todo el salón. Lamenté todas
y cada una de mis palabras, la forma de expresarlas. Lamenté mi
estúpida soberbia, mi falta de sensibilidad hacia su estado
emocional. Lamenté estar junto a ella, no haberla dejado libre, que
encontrase a cualquier otro que le transmitiese la felicidad que yo
jamás sería capaz de brindarle. Mientras arrastraba con la escoba
los brillantes fragmentos hacia el recogedor, sentí unas inmensas
ganas de llorar, como ya ni recordaba. Ella tenía razón. Soy un
cobarde, por no querer un hijo y cuidarlo junto a ella, por no
alejarme, por no atreverme a vivir sin verla cada día. Y soy un
egoísta de mierda, porque he unido su destino al mío.

Porque es la única persona en el mundo a la que he amado con toda mi
alma.
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Y en esta foto estoy yo - con la perra de mi ex.

puntos 13 | votos: 13
La felicidad puede ser causada - por cosas materiales, o no.
puntos 18 | votos: 18
Un huevo - Fue un accidente de auto. Nada particularmente destacable, pero fatal
sin duda. Dejaste a una esposa y dos hijos. Los paramédicos hicieron
su mejor esfuerzo por traerte de vuelta, pero no había nada que
hacer. Tu cuerpo estaba completamente destrozado, fue mejor así,
créeme.

Y entonces me viste.

—¿Qué… qué ocurrió? —me preguntaste—, ¿dónde estoy?

—Moriste —te dije de una vez. No hay por qué andar con rodeos.

—Había un… un camión, y se estaba saliendo del camino…

—Un choque.

—¿Morí?

—Pero no te sientas mal por eso. Todos mueren.

Miraste alrededor. No había nada, sólo tú y yo. —¿Qué es este
lugar? —me preguntaste—. ¿Es lo que hay después de la vida?

—Más o menos —te respondí.

—¿Eres Dios?

—Sí, lo soy —te dije, para tu estupefacción.

—Mis hijos… mi esposa…

—¿Qué con ellos?

—¿Estarán bien?

—Me gusta eso. Apenas moriste y tu mayor preocupación es tu
familia. Eso es bueno.

Me miraste fascinado. Para ti no me veía como Dios, me veía como
cualquier hombre. Alguna vaga figura de autoridad. Más un profesor de
gramática que el Todopoderoso.

—No te preocupes —te dije—, estarán bien. Tus hijos te
recordarán como alguien perfecto en todos los sentidos. No tuvieron
tiempo para guardarte algún rencor. Tu esposa se lamentará en
público, pero secretamente sintiéndose aliviada. Para ser sincero,
tu matrimonio estaba desmoronándose. Si te sirve de consuelo, se
sentirá muy culpable por sentirse aliviada.

—Ah… Entonces, ¿qué pasa ahora?, ¿podré ir al Cielo o al
Infierno o algo así?

—A ninguno. Reencarnarás.

—Vaya —murmuraste—, los hindúes tenían razón.

—Todas las religiones tienen razón a su manera. Ven conmigo.

Seguiste preguntando mientras paseábamos por el vacío. —¿Dónde
vamos?

—A ningún lugar en particular. Es agradable caminar mientras
hablamos.

—¿Cuál sería el punto de esto? —no demoraste en preguntarme—.
Cuando renazca, seré como un pizarrón en blanco, ¿no? Un bebé. Y
así toda mi experiencia y lo que hice en esta vida no importará.

—Te equivocas, tienes contigo el conocimiento y experiencias de
todas tus vidas pasadas, sólo que no lo recuerdas ahora mismo
—paré de caminar y te tomé por los hombros—. Tu alma es más
hermosa, magnífica y gigante de lo que puedas imaginar. Una mente
humana puede contener apenas una fracción de lo que eres. Es como
meter tu dedo en un vaso de agua para ver si está caliente o frío.
Pones una pequeña parte de ti en el vidrio, y cuando lo quitas,
consigues toda la experiencia que tenía.

»Has sido un humano por los últimos 34 años, en estos instantes no
puedes sentir el resto de tu inmensa conciencia. Pero si nos
quedáramos aquí por más tiempo, comenzarías a recordar todo. Claro
que no tendría sentido hacer eso entre cada vida.

—Supongo que habré reencarnado infinidad de veces…

—Oh sí, muchas veces, y en muchas vidas distintas. Esta vez
reencarnarás en una campesina china del año 540 d. C.

—No, ¿qué? —tartamudeaste—, ¿me enviarás al pasado?

—Pues, técnicamente. El tiempo, como lo conoces, sólo existe en tu
universo. Las cosas son diferentes de donde vengo.

—¿De dónde vienes? —curioseaste.

—¡Oh claro! —te empecé a explicar—. Vengo de algún lugar…
un lugar distinto a éste. Donde hay otros como yo. Sé que querrás
saber cómo es ahí, pero sinceramente no entenderías.

Estabas algo decepcionado. —Pero en tal caso, si reencarno en otros
lugares y épocas, ¿podría interactuar conmigo mismo en algún
momento?

—Seguro. Ocurre todo el tiempo. Con ambas vidas sólo preocupadas de
su propia existencia, nunca te percatas de ello.

—¿Cuál sería el punto? —reiteraste.

—¿Lo dices en serio?, ¿me preguntas por el sentido de la vida?…
¿No te parece muy trillado?

—Es una pregunta razonable —insististe.

Te miré a los ojos. —El sentido de la vida, la razón por la que
hice este gran universo, es para que madures.

—¿Te refieres a la raza humana?, ¿quieres que maduremos?

—No, sólo tú. Hice este universo para ti. Con cada nueva vida
creces y maduras, y aumentas tu intelecto.

—¿Qué hay de los demás?

—No hay nadie más —te dije—. En este universo, no existe nada
más que tú y yo.

Palideciste. —Pero toda la gente en la Tierra…

—Todos son tú. Diferentes encarnaciones de ti.

—Espera, ¡¿soy todos?!

—Ahora lo vas entendiendo —te dije, con una palmadita de
felicitación en la espalda.

—¿Soy cada humano que ha vivido?

—O que vivirá, sí.

—¿Soy Abraham Lincoln?

—Y eres John Wilkes Booth, también —agregué.

—¿Soy Hitler? —me preguntaste, cohibido.

—Y eres los millones que mató.

—¿Soy Jesús?

—Y eres cada uno que cree en él. —Quedaste en silencio.

Cada vez que victimizaste a alguien —empecé—, te victimizaste a
ti. Cada acto de bondad que has hecho, te lo hiciste a ti. Cada
momento feliz y triste que ha sido experimentado por cualquier ser
humano, fue, o será, experimentado por ti.

—¿Por qué?

—Porque algún día serás como yo. Porque eso es lo que eres, uno
de mi clase. Eres mi hijo.

—Vaya… —me dijiste incrédulo—. ¿Quieres decir que soy un
dios?

—No, aún no. Eres un feto. Seguirás creciendo. Una vez que hayas
vivido cada vida humana en todos los tiempos posibles, habrás crecido
lo suficiente para nacer.

—Entonces todo el universo —me dijiste— es…

—Una especie de huevo —te respondí—. Ahora es tiempo de irte a
tu próxima vida.

Y con eso, te envié hacia tu destino.
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Día del Botón - Laura fue despertada por su padre, algo que no había ocurrido desde
que era pequeña. A medida que sus pensamientos adquirían prominencia
en su mente, se sintió segura de que había dormido sin ropa, y que
su padre la había visto; pero para su alivio traía puesta su pijama
celeste. Dios, ¿qué estaba haciendo aquí?

—Vamos —dijo él alegremente, abriendo las cortinas y dejando que
la luz solar entrase—. Es el Día del Botón, ¿lo recuerdas?
Vístete, ponte algo bonito. Nos vamos en una hora.

—Papá, ¿qué demonios? ¿No pudiste simplemente tocar? ¿Y si
dormía desnuda?

No la volteó a ver, estaba muy ocupado admirando su jardín desde la
ventana.

—Créeme, no es nada que no haya visto antes. Soy tu bendito padre,
te he limpiado el culo demasiadas veces ya.

—No es el punto, papá —Laura se incorporó, refregándose los
ojos, y recordó lo que su padre acababa de decir—. Papá, ¿acaso
dijiste «Día del Botón»?

—Eh, sí. Qué, ¿se te olvidó? —Rió mientras se dirigía hacia
la puerta—. No parabas de hablar sobre ello anoche.

Laura frunció el ceño, sin entender.

—¿De qué estás hablando?

Él negó con la cabeza, todavía sonriente mientras salía de la
habitación.

—Vístete. El desayuno está listo.

La dejó sentada en la cama, con la sábana hasta sus pechos, y una
mirada de confusión en su rostro. Eventualmente se levantó de la
cama y empezó a probarse ropa que tenía a mano. Sonidos familiares
le llegaban desde abajo: el traqueteo de ollas y sartenes, la
televisión por lo bajo, las voces de su familia hablando entre sí,
una breve y estridente risa —su hermano, sin dudas riéndose de la
televisión—.

Subió la cremallera de sus pantalones y esperó pensativa un momento,
antes de finalmente decir, «¿Día del Botón?».

En la planta baja, su madre estaba lavando los platos, tarareando para
sí misma. Su padre y su hermano estaban sentados en la mesa, comiendo
tostadas; su hermano vestía con una camisa blanca, y él nunca usaba
camisas. Dudaba de que incluso tuviese una. Era una de su papá, la
reconoció.

—¿Qué con la camisa? —preguntó, tomando una tostada, y los ojos
de su hermano no se alejaron del televisor, lo que era típico de él.

—Es el Día del Botón, ¿no? —murmuró con la boca llena de
tostada, y su madre se volvió para regañarlo.

—Mark, no hables con la boca llena —Vio a Laura y suspiró—.
Laura, podrías haberte puesto algo mejor que eso. Al menos haber
hecho el esfuerzo.

—¿Para qué? —dijo Laura; luego miró al techo, irritada—. Oh,
espera, déjame adivinar. Día del Botón. ¿Me estoy perdiendo de
algo?

Su madre negó con la cabeza, retomando su quehacer.

—No seas tan infantil, Laura. No te luce. Por favor, asegúrate de
cambiarte antes de irnos.

—Quería ver a Michael hoy. No iré con ustedes, lo siento.

El silencio cayó sobre la cocina en lo que todos abandonaron lo que
estaban haciendo, y la miraron sorprendidos. Con cautela, Laura dijo:

—¿Qué tiene?

—¿Estás loca? —la cuestionó su hermano—. No puedes salir hoy,
¡vendrás con nosotros!

—Laura, ¿has hecho planes? ¿Hoy, de entre todos los días?
—preguntó su padre, cansándola.

—¡Sí, hice planes! ¿Qué demonios está sucediendo esta mañana?

Nadie le respondió. La miraban como si hubiese perdido la cabeza.

—¿Saben qué? Olvídenlo.

—Laura, detén esto, ahora mismo —le reclamó su madre—. Sabías
perfectamente lo que íbamos a hacer hoy. Fue planeado desde hace
mucho tiempo. Puedes simplemente llamar a Michael y explicarle por
qué no puedes ir a verlo.

—¡De eso se trata! —gritó Laura—. ¿Qué le digo? ¡No sé por
qué no puedo ir!

—Es el Día del Botón —dijo su hermano—. Ésa es la razón.

—¿Día del Botón? —voceó ella—. ¿De qué diablos están
hablando? ¡Nunca oí sobre el Día del Botón! Todos están actuando
como si… —Se detuvo de repente, comprendiendo. Su familia le
estaba jugando una broma. Era un chiste. Sosegándose, le pareció
como si un gran peso hubiese sido removido de sus hombros.

—Muy divertido, chicos —dijo ella, con su voz tranquila y
serena—. En serio caí. —Se giró y salió del cuarto,
dirigiéndose hacia la puerta principal. Mientras iba, escuchó la voz
de su madre llamándola.

—¡Laura! Por favor regresa en una hora, no podemos irnos sin ti,
¿está bien?

—Claro, claro —respondió yéndose—. No querría perderme el
Día del Botón, ¿verdad?

Podía ver la casa de Michael desde aquí, con la cerca blanca y el
amplio jardín de la entrada. Empezó a trotar, ansiosa por verlo. Al
cruzar la calle la puerta principal se abrió y Michael salió con una
expresión de sorpresa en su rostro. La había visto venir desde su
casa.

—Hey, ¿qué ocurre? —preguntó Laura, y para su aflicción, él
se veía ligeramente enojado.

—No deberías estar aquí —le dijo.

—¿Qué, nos peleamos, y lo olvidé?

—Me dijiste que hoy era el Día del Botón de tu familia —dijo, y
hubo un movimiento detrás de él.

Laura parpadeó, con la boca entreabierta por la impresión. Una chica
rubia fue hacia la puerta y escabulló su brazo alrededor de Michael.
Estaba usando una camisa para dormir y nada más, y su cabello estaba
despeinado.

—Vete a casa —dijo la rubia, y Laura retrocedió, parpadeando para
contener las lágrimas. Michael no le devolvió la mirada, así que se
dio la vuelta y corrió.

Se topó con su madre justo cuando iba a entrar a su cuarto. Ella
atrajo a Laura a su cuerpo, sosteniéndola mientras sollozaba.

—Lo sé, lo sé. Déjalo salir —le acarició el cabello,
meciéndola un poco.

—Los hombres son unos bastardos, ¿no es así? —Laura retrocedió
para mirar a su madre, sobándose las lágrimas—. ¿Te enteraste…?

—Acabas de volver de su casa en un mar de lágrimas. No hace falta
un genio para entender lo que pasó.

—Se consiguió una rubia. ¡Una rubia! ¡Apuesto que por eso quería
que me tiñera el cabello!

Lloró un rato más, y su madre la sostuvo.

—Ya está, ya está. Vamos. Empecemos a cambiarte para nuestro
viaje.

—¿Así que vamos a salir?

—¡Por supuesto que sí! Aquí tienes, ésta es una blusa linda. La
mejor que tienes, me parece. Pruébatela, quiero que nos veamos como
nunca para nuestro Día del Botón.

De inmediato recordó a Michael mencionando también el Día del
Botón. Esto no era una broma. Era real. Todo era real, y no tenía
idea de lo que estaba pasando.

—Mamá, escúchame un momento. Algo está mal.

—Lo sé. En serio te gustaba, sé que sí. Es terrible que te haya
molestado en este día justamente.

—Eso es, Mamá: no sé nada sobre el Día del Botón. Nunca lo oí,
¡y desde esta mañana pienso que soy la única persona que no tiene
ni la más remota idea de qué está sucediendo!

—Bueno, siendo honesta, yo tampoco soy una experta. Sé que fue una
idea del Gobierno para combatir la…

—No, no. Me refiero, a que no sé de él. En lo absoluto.

Transcurrió un silencio incómodo, en el cual su madre la miró por
un largo tiempo. Su boca formaba una línea rígida. Cuando finalmente
habló, su voz estaba calmada.

—Sé que estás triste, así que no le haré caso a tu pequeña
broma, ¿está bien? Sólo cámbiate; aquí está tu blusa, te veré
en el auto en cinco minutos. Te estamos esperando.

Su madre se marchó, dejando a Laura sola y asustada, con su mejor
blusa entre sus manos temblorosas.

Lo siguiente que recuerda es que estaba en el coche. Todo acontecía
de una manera tan fluida y despreocupada que cada vez se sentía más
incómoda. Podía ver su entorno con extremo detalle, a cámara lenta:
la pelusa en la manga de su madre, un poco de barba que la máquina de
afeitar de su padre había dejado, una grieta en el pavimento mientras
andaban. De pronto se sintió más lúcida de lo que jamás se había
sentido en toda su vida; pero era incapaz de hablar, siendo impedida
por su propio cuerpo.

En alguna parte de lo más profundo de su ser, aún creía que todo
era una broma, un enorme y elaborado engaño. A medida que se
estacionaban frente a un edificio blanco con forma de caja, esa
esperanza se desvaneció.

—Aquí estamos —dijo su padre con alegría, y actuando como si
estuviesen en la playa, su familia salió del coche, charlando
animadamente. Se dirigieron hacia la puerta principal y les siguió el
paso. Un letrero se alzaba frente a ellos: «PROPIEDAD DEL GOBIERNO.
MANTÉNGASE ALEJADO». Vio las cámaras de seguridad filmándolos, y
se apresuró a la entrada.

—Hola, somos los Krandalls. Estamos aquí para nuestro Día del
Botón —dijo su papá, y la recepcionista le sonrió.

—Siga, señor. Sólo continúe caminando hacia allí.

Su padre le agradeció, y se fueron por un largo pasillo iluminado,
decorado con placas de bronce que brillaban. Había algo grabado en
todas ellos, bloques y bloques de texto, y Laura se acercó mientras
caminaba para ver de qué iban —vio su reflejo mirándola de vuelta,
y bajo las intensas luces fluorescentes, se veía demacrada—.
Nombres. Cientos, miles de nombres, uno después de otro. Hogg.
Wilson. Carpenter. Buxton. Bell. Palmer. Rowe. Brown. La lista
seguía, aparentemente sin fin.

El pasillo los condujo a un salón blanco con cuatro pequeños
pilares, cada uno con un botón rojo encima, y más allá había un
largo y pulido escritorio negro, con tres funcionarios del gobierno
esperando. La insignia del Gobierno colgada en una enorme pancarta en
la pared. El cuarto permanecía en silencio, y estéril.

Laura vio a su familia caminar todos hacia un pilar, mirando
expectantes a los funcionarios, guardando un pilar para ella. Con su
propio botón. Temerosa, caminó hacia él, notando al llegar que el
suelo estaba ligeramente inclinado en dirección a un desagüe del que
no se había percatado antes. Uno de los funcionarios habló y su voz
resonó en el espacioso cuarto.

—Familia Krandall. El Gobierno ha decidido que éste sería su Día
del Botón. Les agradecemos por el sacrificio que hacen por su país,
y por su gente. Sus nombres se unirán a aquellos en el largo pasillo
dedicado a su honor.

—Nos enorgullece —dijo su padre, y su madre asintió, con
sinceridad. Su hermano se veía como si estuviese a punto de llorar
por la emoción.

El funcionario continuó.

—Entonces por favor, a su debido tiempo, presionen los botones. Que
Dios esté con ustedes.

Su padre se volvió para mirar a su esposa, su hijo, su hija, y
sonrió.

—Iré primero, para mostrarles lo fácil que es. —Presionó el
botón de su pilar, y éste se hundió con un ruidoso y satisfactorio
clic.

Mientras Laura observaba, la cara de su padre se tornó roja, como si
hubiese estado corriendo. Recordó con qué rapidez él se ruboriza al
hacer ejercicio, y supuso que simplemente había caminado muy deprisa
en el pasillo, o algo así. Fue entonces cuando una lágrima carmesí
se deslizó por su mejilla, y cayó en el duro suelo blanco.

Laura miró, petrificada, cómo empezó a derramarse sangre de los
ojos, nariz, orejas y boca de su padre. Corría por su camisa, por el
cinturón que le había regalado para su cumpleaños y por sus
pantalones. Salpicaba el suelo. A un mismo tiempo, sus ojos reventaron
como ciruelas pasadas y colgaron de sus mejillas, aún conectados a su
cuerpo por filamentos rojos.

En lo que él se desplomaba, su madre y su hermano se miraron
sonriendo, y presionaron sus botones. Se giraron hacia Laura,
sosteniendo sus manos, mientras sangre caía de sus ojos y nariz, y
manaba de su boca. Asumieron que ella había apretado el suyo,
también.

Laura tomó aire para gritar, pero el suave «pop» de los globos
oculares de su hermano y su madre le hicieron un nudo en la garganta.
Cayeron de espaldas, aterrizando uno sobre el otro. La sangre se
canalizaba en el drenaje, que bebía tranquilamente.

Todo fue silencio.

—¿Señorita Krandall?

Paralizaba, vio a los funcionarios observándola con atención.

—Señorita Krandall, la sobrepoblación está destruyendo nuestras
ciudades y pueblos. Su país necesita de su acción hoy.

Los miró con los ojos completamente abiertos. A su lado, la mano de
su hermano tembló, el último de los impulsos nerviosos se
desvaneció. La sangre ya estaba empezando a coagularse en las cuencas
de sus ojos.

El funcionario se paró lentamente, y ella notó que era un hombre
alto. Más alto que la mayoría, sin duda.

—La humanidad ha llamado —dijo, con un tono de voz que descendió
a casi un susurro. El mundo se había reducido al botón bajo sus
dedos. Era suave y rojo. Presionable.

—¿Va a responder?
puntos 7 | votos: 11
Candle Cove - Skyshale033
Subject: Candle Cove, show infantil local?
¿Alguien recuerda este programa infantil? Se llamaba Candle Cove, y
tenía 6 o 7 años cuando salía. No he podido encontrar ninguna
referencia sobre este programa, pero creo que salía en los canales
nacionales por ahí de 1971 o 1972. Vivía en Iroton en ese entonces.
No me acuerdo del canal, pero me acuerdo que salía por ahí de las
16:00.

mike_painter65
Subject: Re: Candle Cove, show infantil local?

Me parece muy familiar… crecí en las afueras de Ashland y tenía 9
años en el 72. Candle cove… ¿era de piratas? Me acuerdo de una
marioneta pirata en la entrada de una cueva, hablando con una niñita.

Skyshale033
Subject: Re: Candle Cove, show infantil local?

¡Sí, de pelos, no estoy loca! Me acuerdo del pirata Percy. Me daba
como que miedo. Lucia como que estaba construido de partes de otros
muñecos, como de muy bajo presupuesto. Su cabeza era una muñeca bebe
de porcelana, que se veía muy antigua y no combinaba con el cuerpo.
¡No me acuerdo del canal! no creo que fuera en WTSF.

Jaren_2005
Subject: Re: Candle Cove, show infantil local??

Siento revivir este viejo tema, pero se exactamente de qué programa
hablas, Skyshale. Creo que Candel Cove salió solo por un par de meses
en el 71, no en el 72. Tenía 12, y lo vi algunas veces con mi
hermano. Era en el canal 58. Mi mamá me dejaba ponerlo después de
las noticias. Deja me ver lo que me acuerdo:

El lugar era en Candle Cove, y era de una niñita que se imaginaba a
si misma siendo amiga de piratas. El barco pirata se llamaba
Laughingstock, y el pirata Percy no era un muy buen pirata, porque se
asustaba fácilmente. Y había música constantemente. No me acuerdo
del nombre de la niña. Janice o jade o algo así. Creo que era
Janice.

Skyshale033
Subject: Re: Candle Cove, show infantil local??

Gracias Jaren!!! Me llegaron memorias cuando mencionaste Laughinstock
y el canal 58. Me acuerdo de la proa del barco, tenía una cara
sonriente, con la quijada de abajo sumergida. Me acuerdo en especial
de cómo era raro cuando cambiaban el modelo de plástico/madero, a la
versión de marioneta para que la cara hablara.

mike_painter65
Subject: Candle Cove, show infantil local?

ha ha ya me acorde también. te acuerdas de esto skyshle: “tienes
que… ir… ADENTRO.”

Skyshale033
Subject: Re Candle Cove, show infantil local?

Ugh mike, me dieron escalofríos al leer eso. Si me acuerdo. Era lo
que el barco le decía siempre a Percy cuando tenía que ir a algún
lugar tétrico, como a una cueva o un cuarto obscuro donde estuviera
un tesoro. Y luego la cámara hacia acercamientos a la cara de
Laughinstock pausadamente. TIENES QUE… IR… ADENTRO. Con sus ojos
viscos y su quijada que como que se caía. Ugh. Se veía tan altivo y
horrible.

Alguien se acuerda del villano? Tenía una cara que era solamente un
bigote hecho con un manubrio sobre un montón de dientes delgados?

kevin_hart
Subject: Re: Candle Cove, show infantil local?

Yo honestamente, creía que el villano era el pirata Percy. Tenía
como 5 años cuando salía este programa. Combustible de pesadillas.

Jaren_2005
Subject: Re Candle Cove, show infantil local?

Ese no era el villano, la marioneta del bigote. Ese era su compinche,
Horacio Horrible. También tenía un monóculo, pero estaba sobre el
bigote. Me acuerdo que creía que solo tenía un ojo.

Pero si, el villano era otra marioneta. El roba-pieles. No puedo creer
las cosas que nos dejaban ver antes!

kevin_hart
Subject: Re: Candle Cove, show infantil local?

Jesucristo, el roba-pieles. ¿Qué clase de show infantil veíamos?
Realmente no podía ver la pantalla cada vez que el roba-pieles
aparecía. Simplemente decencia de la nada con sus hilos, era un
esqueleto sucio que vestía ese sombrero alto café y una capa. Y sus
ojos de vidrio eran demasiado grandes para su cráneo. Dios
poderosísimo!

Skyshale033
Subject: Re: Candle Cove, show infantil local?

No estaban su sombrero y capa, cocidos locamente? No se suponía que
era piel de niños?

mike_painter65
Subject: Re: Candle Cove, show infantil local?

Sí, eso creo. Me acuerdo que su boca no se abría ni cerraba, su
mandibular solo se movía de un lado a otro. Me acuerdo que la niñita
dijo “porque tu boca se mueve así” y el roba-piel no miró a la
niñita, si no a la cámara y dijo “PARA TOMAR TU PIEL”.

Skyshale033
Subject: Re: Candle Cove, show infantil local?

Me siento tan aliviada de que la gente se acuerde de este horrible
show!

Solía tener este horrible recuerdo, como un mal sueño donde al
terminar la canción del inicio del show, el show aparecía de una
pantalla negra, y todos los personajes estaban ahí, pero la cámara
como que cortaba a cada una de sus caras, y todos estaban gritando, y
las marionetas se movían de manera extraña, y solo había gritos,
gritos. La niña solo se quejaba y lloraba como si llevara horas
soportando todo esto. Me desperté muchas veces con esta pesadilla.
Solía mojar mi cama cada vez que la tenía.

kevin_hart
Subject: Re: Candle Cove, show infantil local?

No creo que fuera un sueño. Me acuerdo de eso. Me acuerdo que era un
episodio.

Skyshale033
Subject: Re: Candle Cove, show infantil local?

No, no, no, no es posible. No había historia ni nada, digo,
literalmente estaba yo estaba parada llorando y gritando durante todo
el show.

kevin_hart
Subject: Re: Candle Cove, show infantil local?

Quizá estoy fabricándome memorias porque dijiste eso, pero juro por
dios que me acuerdo ver lo que tu describiste. Ellos solo gritaban.

Jaren_2005
Subject: Re: Candle Cove, show infantil local?

Oh Dios. Si la niñita, Janice, me acuerdo haberla visto temblar. Y el
roba-pieles gritaba a través de sus delgados dientes, su quijada se
movía tan agresivamente que creía que se iba a desprender de los
hilos de metal que la sostenían. Me acuerdo que le apague y fue la
última vez que vi el programa. Corrí para decirle a mi hermano y no
tuvimos el valor para encenderla tele otra vez.

mike_painter65
Subject: Re: Candle Cove, show infantil local?

Visité a mi mamá hoy en el asilo. Le pregunte sobre cuando era
pequeño a principios de los 70 cuando tenía 8 o 9 y le pregunte si
se acordaba de un programa infantil, candle cove. Ella se sorprendió
que me acordara yo de eso y le pregunte porque, y ella me dijo
“porque se me hacía rarísimo que me dijeras voy a ver candle cove
mamá y luego ponías la tele en un canal estático y vieras pura
estática por 30 minutos. Tenías una enorme imaginación con tu
programilla de piratas hijo.”
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Querida Abby - Querida Abby,

Nunca antes nos habíamos conocido, así que tal vez esto te parezca
un poco raro, pero siento que es necesario. Mi nombre es Jay, para
empezar. Trabajo en la caja cinco del supermercado de la Calle 67
—¿conoces el que tiene un estacionamiento demasiado grande para la
tienda en sí? Ése mismo—. Tengo veinticuatro años, bastante alto
y con un aspecto un poco desaliñado. Probablemente no me
reconocerías si te hablase, no tengo una cara muy memorable. Je,
realmente no sé por qué te estoy diciendo esto si te soy sincero…
pero esta no es la razón por la cual te escribo.

Estaba trabajando hasta tarde ayer, fue un día normal la mayor parte
del tiempo, pero estarías impresionada de saber lo interesante que
este empleo puede ser a veces. Había estado leyendo un libro que mi
compañero de la caja siguiente dejó olvidado. Una muy mala novela de
misterio llena de clichés. Realmente aburrido si me preguntas. Pero,
algo es algo supongo. Cuando te presentaste, sin embargo, mi noche
entera cambió. No sé exactamente qué fue lo que llamó mi atención
de ti, pero cuando te vi sentí una extraña sensación. Una mezcla
entre la excitación y el terror, que sería la mejor manera en la que
puedo describirla. Te vi entrar en mi línea y rápidamente me
incorporé. Fue sólo en lo que te acercabas cuando me di cuenta de
eso que me llamó la atención… eras totalmente hermosa. Te me
pusiste en frente, dijiste «Hola» y me diste tu carrito. Pude notar
por la forma en que hablabas y caminabas que no habías dormido muy
bien, aunque no era extraño teniendo en cuenta la hora. Después de
un segundo o dos de silencio incómodo, me percaté de que me habías
saludado, y forcé un casual «H-Hola» para responderte. Me maldije
mentalmente por eso.

Me quedé en mi lugar por un segundo, tratando de concentrarme.
«¿Cuál es tu nombre?», dije. Un poco más tarde me di cuenta de lo
raro que eso te podría haber sonado… Me alegro de haberlo hecho, de
todos modos. Recuerdo que dijiste que te llamabas Abigail Marrot, pero
que podía decirte Abby, ya que era tu nombre de pila. Abby, parecía
encajar tan perfectamente. El nombre pareció rodar fuera de mi lengua
mientras lo repetía en silencio. Era como miel dulce, se sentía bien
con tan sólo decirlo. Parecías perpleja cuando te volví a ver, y me
pregunté si había hecho algo que te hubiese molestado. «¿No
deberías estar empacándolos?», dijiste, y apuntaste hacia los
productos que pensabas comprar. De inmediato, sorprendido y
avergonzado, me volteé en tu dirección y me disculpé, para luego
empezar a guardar torpemente los productos en las bolsas lo más
rápido que podía. No lo creía, ¿que tan estúpido era? Pero cuando
vi arriba, me di cuenta de que estabas riéndote.

«Eres muy lindo», dijiste. Traté de mantener la compostura, pero
estaba obviamente emocionado. «Tú también lo eres», dije, mientras
acababa de llenar las bolsas con los alimentos que sobraban. A medida
que te ibas, te diste la vuelta cuando abrías la puerta y dijiste
«Buenas noches». Me imagino que parezco muy estúpido escribiendo
todas estas cosas, probablemente lo recuerdas, quiero decir, pasó
ayer. Pero me fui a casa estático esa noche y con toda la confianza
del mundo. Siento que es casi irreal, escribiéndolo aquí.

De cualquier forma, quería escribir esta carta Abby, para decirte que
te amo. No sé qué fue lo que sentí esa noche, fue una mezcla rara
de emociones. Pero de lo que estoy seguro es que en esa pequeña
interacción que tuvimos, sentí que había algo entre nosotros.

Te haré llegar esta carta en breve.

Atentamente, Jay.

 

Querida Abby,

Ha pasado una semana desde que te mandé mi carta y todavía no he
recibido ninguna respuesta, pero eso no importa. ¿Cómo has estado?
Mi vida ha estado igual de normal que siempre, levantarse, ir a
trabajar, ir a la cama. Vivo en un departamento de mierda, pero
supongo que eso es lo que consigues cuando trabajas de cajero en un
supermercado. Pensé en ti demasiado últimamente, y a veces me
pregunto si sigues recordándome.

Te vi de nuevo hoy en el trabajo, esta vez a una hora más razonable,
por suerte. Viniste a mi línea de nuevo, lo que me hizo quedar
totalmente encantado. Ahora estaba menos nervioso, iba a actuar
normalmente, no importa qué dijeses o hicieses. Mientras caminabas
hacia mí murmuraste algo tan silenciosamente que no pude entenderlo,
y esperaste en el final de la barra a que guardase tus productos…
Esto evidentemente no era lo que esperaba, pero tampoco era tan malo.
De hecho, no parecías sentir nada en absoluto. Estaba esperando que
me hablases o evitases como si tuviese la peste, pero seguiste tu
camino como si yo fuese cualquier extraño. Esto me hace dudar de si
recibiste mi carta, quizá deberías chequear tu buzón más a menudo.

Poco después de que terminase de empacar tus cosas, pagaste y
caminaste hacia la salida. Claro, éste es un proceso muy normal para
mí ya que lo hago 50 veces al día, pero me había determinado desde
la noche que te escribí mi primera carta a socializar más contigo la
próxima vez que te viese. No estaba satisfecho, tenía que lograr un
progreso. Hay un pequeño cuarto en el extremo izquierdo opuesto a la
entrada del supermercado, designado para el personal. Allí guardan
todo el contenido tomado por las cámaras de seguridad, acerca del
cual el personal hemos sido instruidos en nuestra inducción. Para mi
suerte, hay una cámara situada justo al lado de mi línea.

Esperé a que el supermercado cerrase, y después entré. Tras
inspeccionar algunas pantallas de televisión encontré la que daba
vista de mi línea. Y luego de unos minutos de escanear, te encontré.
Di pausa en el mejor ángulo que pude captar. Verte por tanto tiempo
me hizo darme cuenta de lo perfecta que eras; cada rasgo de tu cuerpo,
tu pelo, tu cara, tus piernas… Tu pecho, era simplemente
perfección. Puse en reversa la toma de cuando pasaste por mi línea
un par de veces, no podía evitarlo. Mis ojos estaban perdidos en la
pantalla.

Después de algunos minutos de consideración, saqué la cinta, la
puse en mi bolsillo, y volví a mi casa. Sabía que no estaba
permitido, bien podía ser despedido por tales acciones, pero no
podía evitarlo, Abby, te amo. Amo todo sobre ti. Pienso
constantemente en ti. ¿Sientes lo mismo por mí, Abby?

Por favor, escríbeme de vuelta pronto.

Sinceramente, Jay.

 

Querida Abby,

Ya pasaron tres días y todavía no obtengo una respuesta. ¿Por qué
no quieres hablarme? Sigo dudando de si te llegaron mis otras dos
cartas, por favor dime si te llegaron.

Así que me han despedido, encontraron la cinta que faltaba. Recibí
una llamada del jefe de la tienda a las seis de la mañana del lunes y
me dijo que debía ir inmediatamente. Me convocó a una junta
obligatoria para todo el personal. Cuando llegué, la mayoría se
hallaban reunidos alrededor de una mesa con mi jefe a la cabeza de
ésta. Una vez que no faltaba nadie nos dijo que se había producido
un robo ayer, nos habían robado cerca de dos mil dólares en
mercancías y las pruebas estaban en la cinta que había tomado…
Sólo mi suerte. Nos dijo que nadie iba a salir de la habitación
hasta que alguien confesase. Después de algunos minutos, finalmente
cedí. Le conté todo, cómo me sentía sobre que tú y yo tuviésemos
una conexión. Luego de contar mi historia, todos en la sala me veían
asombrados. Esperé. De pronto, mi jefe rompió la tensión. «Jay,
estás despedido. Vete y no vuelvas jamás», dijo.

Ese maldito idiota, siempre me trató como mierda. Ha estado sobre mis
talones desde el día que me dieron el trabajo, juro que estaba
esperando que cometiese algún descuido para poder justificar
despedirme. Y la única vez que tengo un desliz se entera. ¿Por qué
no me comprende? ¿Acaso no entiende que estamos hechos el uno para el
otro? Cualquier hombre hubiese entendido, cualquiera en mi puesto
hubiese hecho lo mismo, ¿verdad?

Te he estado buscando mucho últimamente, sin trabajo tengo todo el
tiempo del mundo para aprender cosas sobre ti. Hoy conduje hacía tu
departamento, se ve muy bien, mucho mejor que el mío. ¿Sabías que
vives a sólo kilómetro y medio de mi edificio? Pregunté para verte
muchas veces, pero me dijeron que no pasabas ahí todo el tiempo. Me
sentía más y más desanimado, pero estaba decidido a verte de nuevo.

Después de unas horas de preguntar, opté por quedarme en el
estacionamiento esperando a que vinieses, y después de varias horas
esperando lo hiciste. Era tarde por la noche, creo que alrededor de
las nueve. Te vi parquear tu coche y salir. Sentí una oleada de calor
al ver tu cara de nuevo, sé que tengo la cinta para verte pero no se
compara con verte en vida real. Me aseguré de grabarlo para más
tarde cuando esté en mi casa, esta vez con una cámara de muy buena
calidad. Quería capturar tantos detalles como fuesen posibles, no
tenía idea de cuándo sería la próxima vez en que te vería y la
cinta ya no era suficiente para mí.

No puedo sacarte de mi cabeza nunca más, nunca. Todo lo que hago es
ver ese video que grabé de ti una y otra vez. Abby, quiero que estés
conmigo siempre. Quiero despertarme en las mañanas y tenerte a mi
lado.

No puedo esperar a verte de nuevo.

Con amor, Jay.

 

Querida Abby,

Tengo noticias muy emocionantes Abby, ¡me estoy mudando a tu
departamento! ¿No estás emocionada? Podremos pasar horas y horas
juntos, va a ser simplemente perfecto.

Déjame explicar, mi trabajo pagaba sólo lo suficiente como para que
pudiese cancelar la mensualidad del alquiler y comprar alimentos cada
semana. Debido a esto, he tenido poco o ningún dinero en mis ahorros,
no estaba en condiciones de durar mucho más. Fui capaz de postergarlo
algunos días, pero hoy fui desahuciado. Aunque me aseguré de traer
conmigo mis cintas de ti y fotografías, y mi cámara por supuesto.

Realmente deberías decirle a tu casero que mejore su personal, pude
pasar a los de seguridad fácilmente. Subí a tu habitación y toqué
la puerta, pero nadie contestó, así que decidí entrar por otros
medios. Me di cuenta de que hay un conducto de ventilación en la
esquina inferior de tu habitación; no es raro teniendo en cuenta el
calor que puede hacer aquí en verano. Supuse que tenía que haber
algún tipo de escotilla por la que pudiese meterme. Después de
algunos minutos de buscar, encontré una puerta al final de tu pasillo
que se veía como un cuarto para el personal, y por suerte había una
forma de entrar a los conductos desde ahí.

Me arrastré a lo largo de ellos hasta llegar a tu cuarto, era muy
estrecho y era también muy difícil moverse por ahí, pero me las
arreglé. Cuando llegué, sentí una oleada de éxito. Como las luces
estaban apagadas y no alcancé a verte comprobé que no estabas en
casa, pero soy paciente. Recorrí con la mirada todos los rincones de
tu habitación, tratando de memorizar cada detalle. Tu olor me abrumó
cada instante que pasé ahí, el cual había percibido las dos veces
que viniste a mi línea en la tienda, pero nunca tan intensamente. Fue
fascinante, no pude poner mi dedo en ello, pero me recordaba a algo,
era casi como melocotones. Me he condicionado a ser extremadamente
paciente, así que te esperé por horas. Puedo permanecer inmóvil por
varias horas consecutivas, sin mover un músculo; nadie iba a fijarse
en mí.

Entonces, finalmente llegaste a casa. Sentí una amplia sonrisa
formarse en mi cara al segundo en el que oí la puerta abrirse. Allí
estabas, mi amor. En ningún momento advertiste mi presencia, la luz
en tu habitación parecía estar en el ángulo indicado para que no
vieses nada en la rendija de la ventilación más allá de los
primeros centímetros. Traté de contener mi excitación, pero empecé
a respirar muy pesadamente. Traté de ocultarlo lo mejor que pude pero
me fue difícil… De repente miraste directo a la rendija. Me
silencié completamente. Después de unos segundos parecía que
habías perdido el interés, eso me hizo sonreír. Este era el lugar
perfecto.

Pude notar que te había incomodado sin embargo, durante toda la noche
te levantabas para dar una mirada a la rendija. Las personas parecen
tener un sentido que les hace saber si alguien está observándolas,
puede llevarlas a tener un ataque de pánico. No trates de fingirlo
Abby, puedo darme cuenta de cuando alguien está despierto, de cuando
está tan asustado que se le hace imposible dormir. ¿Por qué estás
tan asustada, en todo caso? Soy yo, ¿por qué te asustaría? Sabes
que te amo. Lo sabes, ¿cierto?

Estoy ansioso por pasar todos los días contigo de ahora en adelante
Abby; escribe de vuelta si puedes.

Con amor, Jay.

 

Querida Abby,

Te he visto despertar esta mañana, yo no pegué un ojo en toda la
noche. Eres demasiado apasionante, me pasé la noche entera
mirándote. No pude evitarlo… cada vez que intentaba apartar la
mirada, mis ojos se dirigían de vuelta hacia ti en unos segundos.
Tuve la tentación de salir para tener una mejor vista de ti varias
veces en la noche, pero me resistí. No podía dejar que me
descubrieses, no por ahora al menos.

Me pareció que te pasaste demasiado tiempo en el baño por la
mañana, asumí que dándote una ducha o poniéndote maquillaje. No,
¿por qué harías eso Abby? Cualquier cosa que pueda cambiar tu
aspecto natural sólo ocultaría tu verdadera belleza. ¿No quieres
que todos vean lo que yo veo de ti?

Te marchaste poco después a trabajar, o eso creo. Tras reflexionarlo
un momento, decidí salir del conducto. Deslicé mi mano por una de
las rendijas y saqué los tornillos. La superficie de la rendija era
muy lisa, así que fue fácil encontrarlos. Agarré uno y lo retorcí
tanto como pude, y finalmente lo pude sacar. Hice esto con los otros y
retiré la rendija.

La primera cosa que hice fue ir al baño. Me deshice de todo lo que
pudieses usar para cubrir tu cara, esas cosas me repugnan. De esta
forma todos verían cómo eres realmente. También encontré algo más
ahí, tu cepillo para el cabello. Lo agarré y lo atraje a mi cara
para examinarlo; era de un azul apagado, con un mango redondo de mucho
espesor. Pero eso no me interesaba, los cabellos… eso era lo que me
interesaba. Me tomé unos minutos sacando todos los que podía ver, y
los alineé en tu repisa. Los conté, obtuve 59. Esto me satisfizo
enormemente; los recogí y los guardé en mi bolsillo.

Pasé el resto del día revisando tus cosas para aprender más sobre
ti, tus intereses y tal. Veo que eres una gran fanática de las
películas. Encontré tu colección detrás de tu armario, tengo que
admitir que es muy impresionante. Pero he encontrado algo allí que me
hizo enfadar, una foto tuya con otro hombre. Me desgradó tan sólo
mirarlo, abrazándote cómo si le pertenecieses. No te hará falta.

A eso de las ocho de la noche me pareció que lo mejor sería regresar
al conducto de la ventilación, siempre sueles llegar a esa hora…
Luego tuve otra idea. Miré hacia tu cama, las mantas estaban colgando
por lo bajo, lo suficiente como para rozar el suelo. Así no podrías
ver bajo la cama, a menos que las acomodases. Primero puse la rendija
en su lugar, y luego me deslicé por debajo de tu cama con una sonrisa
en mi cara. Cuando volviste estabas completamente pálida, y me di
cuenta de que venías con alguien más. Te decía que escuchó ruidos
venir de tu apartamento mientras no estabas. Me grité a mí mismo
mentalmente, debía de ser más cuidadoso. Ir bajo la cama había sido
una buena idea después de todo, ya que, obviamente, tu primer idea
fue ir a ver por la rendija. Agradeciste a la persona y se fue. Por
fin, estábamos a solas.

Aguardé en silencio hasta que te fuiste a la cama, me pareció una
eternidad hasta que lo hiciste. Esa noche sería mi oportunidad de
tenerte más cerca; pero fui cauteloso, esperé hasta que estuvieses
profundamente dormida, y sólo entonces me deslicé fuera de la cama.
Y te vi ahí postrada, te veías increíble. Cada curva de tu cuerpo
era perfecta, cada pequeño detalle era hermoso. Te acerqué mi mano y
empecé a acariciarte la cara, era tan suave como la seda. Estaba muy
excitado, tu belleza era abrumadora. Poco a poco me bajé el pantalón
y empecé a tocarme, traté de controlarme para no despertarte, pero
me fue imposible. Sentía el más puro éxtasis, todo sobre ti era
perfecto.

Regresé a mi lugar poco antes de que amaneciera. Me aseguré de
prestar atención estos días, no viste mi carta más reciente Abby,
simplemente no debes de chequear tu buzón. Haré un cambio, voy a
dejar ésta en tu repisa.

Ah, me olvidé, estoy preparándote una sorpresa. Fíjate en tu
armario después de leer esto.

Tuyo siempre, Jay.

 

Querida Abby,

Hoy pasé mi tiempo dándole los toques finales a tu sorpresa mientras
estabas en el trabajo, realmente vas a amarlo. He puesto todo mi
esfuerzo en ello, ¿sabes? Llegaste a casa a las ocho treinta de
nuevo, y viste mi carta casi inmediatamente. Empecé a sonreír
mientras la abrías, esperando a ver tu reacción. Te veías
confundida al principio, después alarmada, y finalmente horrorizada.
Empezaste a temblar violentamente y vi que empezabas a llorar… ¿No
te gusto, Abby? ¿Por qué llorabas? ¿No me amas? ¿NO ME AMAS ABBY?

Todo lo que pasó después de eso fue un borrón. Volteaste al armario
sin dejar de sollozar, como contemplando la opción de abrirlo o no.
En su lugar, pasaste corriendo entre el armario y la puerta. Cuando
volviste tenías todas mis cartas, que no tardaste en leer… bueno.
En algún momento parecía que ibas a romperte y a hacerte un ovillo
en el suelo. Estabas desesperada por decir algo, pero totalmente
paralizada por el miedo. Después de unos diez minutos, te vi mirar
bajo la cama, en el conducto de la ventilación, en cualquier lugar en
el que pudiese estar. Verás, Abby, soy más inteligente que eso.
Sabía que ibas a buscarme en esos lugares, así que encontré un
mejor lugar después de terminar tu sorpresa. Nunca me encontrarás
aquí, nadie lo hará. ¿No es genial? Puedo observarte para siempre y
no hay nada que tú u otros puedan hacer.

Aunque, todavía no viste tu sorpresa Abby. Sé que aún seguías
pensando en ello, te vi mirar al armario repetidamente. ¿Qué podría
haber ahí? ¿Qué ibas a encontrar? Esto no podía durar para
siempre, tú y yo lo sabíamos. Vi que caminabas lentamente hacia el
armario buscando a tientas el mango para abrirlo. De súbito, lo
agarraste firmemente y lo abriste.

Era un libro de recuerdos, de ti y de mí. Te vi pasar las páginas,
parecías sorprendida. Nos saqué fotos juntos cuando no estabas
mirando, fotos de ti durmiendo, fotos de ti en la computadora;
esparcí los cabellos que coleccioné en él. También pegué
fotografías de parejas juntos, con nuestros rostros, por supuesto. Y
la fotografía de ti y ese estúpido al fondo, con su cabeza
desgarrada. ¿No terminas de entenderlo, verdad, Abby? Nadie, NADIE
puede tenerte excepto yo. Estamos hechos el uno para el otro, y para
nadie más.

Te vi llorar por otros treinta minutos, y luego te paraste y corriste
fuera de tu departamento. Volviste con muchos policías. Eso me
desconcertó. ¿Por qué traerías a esas personas a nuestro cuarto?
Ellos nunca me encontrarán, pero si lo hiciesen podrían arruinar
todo. Todo mi trabajo en las últimas semanas sería en vano. Tú no
quieres eso, Abby.

Estoy exhausto por el trabajo de hoy, y por más que te ame, necesito
dormir.

Buenas noches Abby.

Con amor, Jay.

 

Querida Abby,

¿Ves lo que has hecho Abby? ¿VES LO QUE HAS HECHO? Me desperté a
las ocho de la mañana y te vi haciendo tus maletas frenéticamente;
estaba confundido al principio, pero luego entendí. Me estabas
dejando. Ya no me amabas. ¿Cómo pudiste hacerme esto, Abby? Fuiste
la única persona a quien quise en toda mi vida. No tenía una razón
para vivir, pero cuando te conocí tuve un último deje de esperanza.
Pensé que al fin tenía un propósito para continuar con mi vida de
mierda. Y fuiste y tiraste todo eso por la borda. ¡¿Cómo pudiste
Abby?!

Unos segundos después saliste de tu habitación. Yo salí de mi
escondite y te seguí. Vi que arrojaste tus maletas en el baúl y te
disponías a entrar a tu coche. ¿En serio creías que podrías
librarte de mí Abby? No iba a dejar que te alejases, nunca dejaría
que eso pasase. Tuve que golpear tu cabeza y noquearte para que
detuvieras tu escándalo.

Estaba preparado en caso de que reaccionaras así. Reservé uno de los
depósitos en las afueras de la ciudad el día en que decidí mudarme
contigo. Nos llevé con tu auto hasta allí, te agarré y te traje
dentro conmigo. Me tomó poco tiempo así que seguías inconsciente,
me aseguré de revisar en tus bolsillos que no tuvieses tu celular. Te
senté en la parte de atrás del pequeño cuarto y cerré la puerta.
Llamé al propietario y le dije que había visitado mi depósito la
otra vez y me había olvidado de cerrarlo, y le pregunté si no le
molestaría cerrarlo por mí. Por supuesto, él dijo que sí y
colgué. Luego tiré el celular en el suelo y lo pisoteé, para
asegurarme de que nunca más funcionase. Poco después lo escuché
venir y cerrar la puerta.

Alrededor de una hora más tarde, vi que empezabas a despertarte. La
primera vez escuché un quejido muy débil, luego tu pierna empezó a
moverse. Un poco después estabas completamente despierta. Cuando
viste mi cara, empezaste a gritar, lo que luego disminuiste a un
gemido, y luego a un murmullo. Ahí fue cuando lo viste, la otra cosa
en el cuarto. Mi cuchillo. Era obvio qué hacía aquí, y después de
un segundo de entendimiento te precipitaste a recogerlo.

Vi la muerte en tus ojos y dije «Abby, te amo»… y luego sentí el
dolor punzante del cuchillo siendo introducido en mi cuerpo. Creo que
lo sacaste y lo clavaste de nuevo con mucha fuerza. Pude sentirlo en
cada momento, como un fuego ardiente en mi pecho. Caí en el suelo,
riendo mientras tosía sangre. Te vi retroceder, temblando, y sentarte
de nuevo en tu rincón.

Y ahora, mientras me siento sobre un charco de mi propia sangre
escribiendo esto, me pregunto cómo saldrás. ¿Usarás el cuchillo
para tomar tu propia vida? ¿O vas a dejar que el hambre te mate? De
cualquier manera, estaremos juntos en la muerte Abby. Juntos desde el
día en que te vi, hasta el día que ambos morimos. Y mientras estás
sentada ahí, llorando, puedo decirte que llegué a una conclusión.
Abby, esto es todo lo que quería, y por eso quiero decirte gracias.

Con amor, Jay.





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