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09.09.2011

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Juego de Almas - Continuación del capítulo 3


-Sé correr rápido y unas cuantas técnicas de defensa y ataque, no
creo que puedas hacerme nada- recordé con serenidad los cursillos que
había tomado en verano antes de mudarme a Nueva York.
-Puedo hacer más de lo que tú te piensas- susurró, acechándome
desde las sombras.
Lancé una patada hacia su estómago, pero de repente, me vi aplastada
por su cuerpo contra la pared. En menos de un segundo, me había
inmovilizado.
No podía jadear, tan apretado como estaba mi pecho. Él me obligó a
mantenerle la mirada, y sus labios, cerca de mi cara, murmuraron:
-No te cruces en mi camino, o iré a por ti.
Al segundo siguiente, estaba en el suelo. Le busqué con la mirada, la
respiración agitada, pero él parecía haberse esfumado. Entonces,
quise matarle.
Tras recuperar el aliento, me levanté del suelo y me sacudí el polvo
y la suciedad de las palmas de las manos y de los pantalones. Tuve una
corazonada y, corriendo, fui al hospital. No me tranquilicé hasta que
comprobé con mis propios ojos que tanto mi padre como Bessie estaban
bien. Durante ese tramo de tiempo, me encontré a Mina, que había
estado en la cafetería. Le expliqué que había visto al atacante.
-¿Hablaste con él?
-Le pregunté qué le había hecho a mi padre, y él dijo que, si me
lo decía, tendría que matarme. Luego intenté darle una patada en el
estómago pero me inmovilizó. Y se fue.
Mi relato fue seguido por un silencio ligeramente tenso, debido a la
cantidad de cosas que mi amiga y yo nos veíamos obligadas a asimilar
en tan poco tiempo. Mina suspiró.
-Vaya vacaciones de Navidad, ¿eh?
Solté una risa por no llorar, dándole la razón, y ella me abrazó y
me prometió que todo saldría bien. Yo asentí y decidí pasar allí
la noche. 
Con ese hombre en libertad, no podía vivir tranquila. Al menos, una
parte de mí no podía. La otra tenía el dibujo grabado en la mente,
que parecía poner cara a su alma misma. Era como si la perfección
hubiera decidido hacerse persona, y se hubiera convertido en él al
momento de crear mi dibujo. Bueno, y quizás en todos los otros
momentos también.
Quise olvidar lo último que había pensado. Desanimada y un poco
enfadada conmigo misma, miré en dirección a mi padre, dormido en la
cama. Inmediatamente, él despertó y clavó en mí la mirada.
-Sam...
Balbuceé algunas incoherencias, incrédula, deseando que lo que
estaba pasando fuera verdad. Aturdida, avancé hacia la camilla y le
abracé. Él tardó un poco más en rodearme con los brazos, pero lo
consiguió, cosa que hizo que las lágrimas contenidas a duras penas
por mis ojos estallaran repentinamente en una gran cascada.
Llamé en cuanto pude a mi madre, que se emocionó y me prometió que
llegaría al hospital lo antes posible. Avisé también a una
enfermera que se encontraba cerca, y una hora después, mis padres y
yo estábamos juntos. Él seguía ingresado, pero ya era capaz de
tomar comida normal sin ayuda. Precisamente, esa noche servían
merluza frita y ensalada, uno de los platos que más agradaban a mi
padre. 
Después de mucho tiempo, esa noche me sentí feliz.
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Gracias Desmotivaciones - Nunca más me portaré mal, prometido.
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Juego de Almas - 3. Hysteria (Muse)
Estaba sentada al lado de la camilla de mi padre, hablándole. Él ya
había despertado, pero a diferencia de Bessie, todavía le costaba
mucho mantenerse despierto. Consumía casi todas sus fuerzas, por lo
que ni siquiera podía hablar. Por eso, la que hablaba era yo. Lo
hacía todos los días, porque me permitía sentirle un poco más
cerca.
Cuando agoté todos los temas y las novedades que se me ocurrieron
contarle, en la habitación se instaló el silencio. Lo único que lo
perturbaba eran los irritantes pitidos del monitor que controlaba los
latidos del corazón de mi padre. El ritmo era siempre igual, y llegó
un momento en el que la situación me desbordó. Cogí mi bolsa y mi
abrigo, le prometí que mi madre no tardaría en llegar y le besé la
frente. Luego, me marché casi corriendo de la sala.
Traté de normalizar mi paso, pero un impulso muy fuerte parecía
empeñado en impedírmelo. Pronto comprendí el porqué.
Las puertas automáticas del hospital se abrieron para mí. Me
precipité al exterior, donde una ráfaga fría de aire me despejó un
poco la mente. Retomé un paso más lento, pensando ya en el calor
acogedor que me esperaba en casa, cuando alguien captó mi atención. 
Tendría unos años más que yo, vestía un grueso jersey de lana
marrón oscuro y unos pantalones vaqueros. Mantenía las manos en los
bolsillos, en actitud engañosamente calmada, pero no veía a las
personas, sino a sus posibles víctimas.
El odio explotó en mi interior al recordar lo que aquel montruo de
apariencia humana le había hecho a mi padre, a Bessie y,
posiblemente, a muchas más personas. Y su mirada me decía que mi
padre no sería el último.
A pesar de mi ansia de dañarle, me obligué a observarle escondida
entre los árboles del parque en el que nos encontrábamos. Él
permaneció en el banco, con los ojos cerrados y el pelo oscuro
enmarañado. Si no fuera imposible, habría dicho que disfrutaba de
aquel instante de calma.
Por un momento, me dejé hechizar por su aura de tranquilidad. Era
como si se esforzara en aprovechar al máximo cada segundo, gozando
del simple hecho de llenar y vaciar los pulmones.
Entonces, la magia se rompió.
Abrió los ojos, y observó fijamente la zona en la que me escondía.
Tuve la certeza de que me veía mientras un escalofrío recorría mi
espalda. Quise marcharme, pero antes de que pudiera moverme, él ya se
había levantado. Con una mirada desafiante, me retó, me volvió la
espalda y comenzó a andar. Hipnotizada, le seguí.
Allí estaba. Brillante y grande, ensombrecida por el odio.
Debería haberme sorprendido averiguar que ella me dedicaba aquel
sentimiento. Sin embargo, sentí ganas de reír cuando descubrí que
quería vengarse. Ingenua...
Si quería venganza, que la buscara. No iba a impedir que lo
intentara, aunque otra cosa era conseguirlo.
Esbocé una media sonrisa al mirarla. La podía ver claramente, como
si se hubiera parado delante de mí. No podía esconderse. Lentamente,
me levanté y dejé que me siguiera... directa a la trampa.
* * *
Su paso casual no me distrajo. Ambos éramos conscientes de la
presencia del otro, y yo estaba segura de que él únicamente buscaba
un escenario para nosotros. Sin mirar atrás, desapareció por una
esquina, y en cuanto llegué me percaté de que ese lugar era un
callejón sin salida.
Él estaba justo al final, apoyada su espalda contra la pared,
esperándome como si fuera el ser más inofensivo de la Tierra.
Continué andando hasta plantarme a un metro de él.
-¿Qué le has hecho a mi padre?
Mi voz sonó enfadada, mucho, y también exigente. Levanté la
barbilla para remarcar mis palabras y esperé con los brazos cruzados
y los ojos entrecerrados a su respuesta.
-No lo quieres saber.
Arqueé una ceja.
-Dame un buen motivo- dije.
-Si te lo contara, tendría que matarte.
Su voz impasible eliminó cualquier posibilidad de que eso fuese una
broma, lo que hizo que mi sensación de intranquilidad aumentara de
forma considerable.
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Juego de Almas - (Continuación y final del capítulo 2)
Entonces, mi padre cayó al suelo. Una luz dorada iluminó el
callejón, pero el desconocido no me dejó ver lo que escondía. Me
arrodillé junto a mi padre, que descansaba inconsciente en el suelo.
El anónimo permaneció ajeno a todo y se dió la vuelta. Yo no le
permití marcharse.
Temblorosa de rabia, me levanté del suelo y llamé su atención.
-¡Eh!
Aburrido, el hombre me miró. Sin siquiera verle la cara, le di el
puñetazo más fuerte de que fui capaz. Un segundo después, él me
sujetaba por los hombros con fuerza, permitiéndome descubrir que,
aquella mañana, le había pintado.
Y era mucho más impresionante en la realidad.
Lejos de dejar que me sedujera, traté de darle otro puñetazo, pero
él adivinó mis intenciones y alzó una ceja. La breve raja que le
había dejado mi golpe expulsó una gotita de sangre, cosa a la que
él no hizo el más mínimo caso.
-¿Qué le has hecho?
El desconocido evaluó mis lágrimas, mis hombros decaídos y mi
evidente predisposición a no golpearle más hasta que se explicara,
me soltó lentamente y se fue.
Me sentí derrotada en ese momento, superada por todo lo que estaba
ocurriendo, pero opté por ser fuerte. Llamé a una ambulancia y luego
avisé a mi madre, y mientras esperaba a que alguno de los dos
llegara, permanecí atenta a mi padre por si tenía que ayudarle.
La gente que se percató de que estaba allí me ofreció ayuda. Un
hombre se quitó su chaqueta para que a mi padre le sirviera como
almohada, y un par de chicas que cargaban con bastantes bolsas (lo que
me dijo que probablemente habían ido a comprarse ropa) se quedaron
conmigo intentando distraerme.
En un tiempo que a mí se me hizo eterno, mi madre hizo acto de
presencia. Ella también logró mantener la compostura, y todo fue
mucho más fácil cuando tomó ella las riendas del asunto.
Los acontecimientos que siguieron me recordaron demasiado a la noche
anterior. En apenas unas horas, había visto cómo ingresaban a mi
mejor amiga y a mi propio padre en el mismo hospital. Las enfermeras
tuvieron la amabilidad de colocarle en una habitación cercana a la de
Bessie cuando les explicamos nuestra situación, cosa que agradecí.
Esta vez, me asomé a la 215. Los padres de Bessie estaban con su
hija, y me contaron que Mina acababa de marcharse. Intercambié un par
de palabras con la enferma, que ya era capaz de sonreir y se mantenía
despierta casi una hora. Su rápida evolución me sorprendió, y quise
pensar que, quizás, la vida de mi padre volvería a la normalidad en
poco tiempo.
Al pensar eso, les informé del estado de mi padre y les dije que
estábamos tres habitaciones más allá. Ellos me animaron, y me
prometieron que nos visitarían a menudo. Tras enviar un mensaje a
Mina explicándole la situación, me dirigí a la 218.
-Hola, cariño- mi madre me recibió con un breve abrazo al entrar.
En la camilla, el aspecto de mi padre parecía mejor que el que había
tenido en la calle, pálido y ojeroso. Allí, su piel tenía un poco
más de color, y las ojeras habían desaparecido. Además, respiraba
con normalidad. Era como si estuviese dormido, simplemente.
A pesar de todo, los médicos nos explicaron que estaba cercano al
coma. Para tranquilizarnos, expusieron como ejemplo el caso de mi
amiga, que había estado en la misma situación hacía apenas unas
horas y ya podía comer ella sola.
-Es solo cuestión de tiempo, pero si todo va bien, no tardará en
despertarse.
Ni mi madre ni yo estábamos dispuestas a marcharnos a casa, así que
merendamos y cenamos allí mismo, estableciendo turnos para ir a por
la comida. De vez en cuando, se pasaban por allí los padres de
Bessie, o nosotras íbamos a su habitación, y consiguieron calmarnos
bastante.
Cuando iba desde la cafetería hasta la 218 cargada con comida para la
cena, me encontré con Mina.
-¿Qué ha pasado?- su voz denotaba preocupación, y mientras yo le
contaba lo que había visto, ella se ofreció a ayudarme a llevar la
comida.
Sabía que con Mina podía ser sincera, así que le di cada detalle
que recordaba de la historia.
-Lo bueno es que la policía podrá identificarle rápido. Tu dibujo
será de ayuda- dijo.
Hasta ese momento no lo había pensado, pero era cierto que, si se lo
daba a los agentes, ellos le encontrarían enseguida.
-Hay... algo más- confesé en voz baja justo cuando llegamos a la
puerta.
-¿Qué?
Me mordí el labio. Tenía que contárselo, aunque en ese momento no
tuve tiempo. Cuando me disponía a abrir la puerta, descubrí que por
el resquicio se filtraba una potente luz dorada que me hizo parpadear.
Sin dudarlo más, empujé la puerta y vi en el interior una figura
alta, justo al lado de la camilla.
-¡Apártate de él!- grité.
Él se volvió, pero la oscuridad que siguió a la luz no me permitió
observar sus rasgos. Entonces, echó a andar hacia la ventana y saltó
al vacío.
Asustada, dejé la bandeja encima de la cómoda y me acerqué a mi
padre, examinando sus constantes vitales. Todo parecía normal.
-Sam...
-¿Qué pasa?
Mi amiga se volvió temblorosa hacia mí, situada al lado de la
ventana.
-No está. Ha... desaparecido.
La miré escéptica, y caminé con paso firme hacia donde se
encontraba. Me asomé, haciendo que el viento me despeinara, y
escruté el suelo tres plantas más abajo. No había ni rastro de él.
Respiré hondo y tranquilicé a Mina. Mi madre irrumpió en ese
momento en la habitación.
-He oído un grito.
-Mamá, alguien ha estado aquí. Se ha escapado por la ventana, y le
hemos perdido la pista.
Mi amiga asintió, corroborando mi versión de los hechos. Mamá, al
enterarse, también comprobó el estado de mi padre, y al quedar
satisfecha con el resultado, sujetó su mano.
Entonces, los párpados de mi padre se agitaron y se abrieron.
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Juego de Almas - 2. Make Me Wanna Die (The Pretty Reckless)
Me despedí de los padres de Bessie y de Mina, y di unas cuantas
vueltas por la ciudad en coche hasta que sentí hambre. No tardé
mucho en llegar a casa, pero, como de costumbre, parecía que el lugar
estaba vacío. Mi madre probablemente estaba durmiendo, y hacía horas
que mi padre se había marchado a trabajar.
Cogí unos altavoces y los conecté a mi ordenador portátil en la
cocina. Por suerte, la habitación de mis padres estaba en el otro
extremo del apartamento, así que mi madre no escucharía nada.
La música sonó en modo aleatorio, y mientras tanto yo me dediqué a
prepararme algo de comer. Ese día no tenía la cabeza ciertamente
despejada, sobre todo después de todo lo que había pasado.  Por
suerte, tenía por delante todas las vacaciones de Navidad. Para
cuando volviera al instituto, Bessie estaría completamente
recuperada.
Mientras esperaba a que el aceite se calentara, saqué el dibujo que
había hecho aquella mañana. Sin embargo, no fui capaz de mirarlo.
Ese simple folio auguraba peligro, lo irradiaba. Me mordí el labio,
indecisa, pero finalmente supe que debía guardarlo. Fue entonces
cuando entró mi madre en la cocina.
-He visto las buenas noticias, hija, no sabes cuánto me alegro- me
dijo en cuanto me vió. Yo sonreí, azorada, interponiéndome entre
ella y la mesa lo más discretamente posible, pero ella lo notó.
-¿Qué escondes?
-Nada, mamá- suspiré, pasando los filetes de pavo por la plancha. El
aceite chisporroteó un poco, pero no llegó a quemarme.
Una exclamación ahogada provino de mi madre, y no me hizo falta darme
la vuelta para saber que mi madre estaba viendo mi dibujo.
-Lo sé mamá, es...
-¡Es el mejor que has hecho nunca! ¡Es completamente... perfecto!
Sus halagos me dejaron boquiabierta. Yo había pensado en adjetivos
más cercanos a horrible, cosa que distaba bastante de la opinión
que ella tenía. Tragando saliva, me situé a su lado y miré de reojo
al papel. Sus ojos me hipnotizaron.
Parecía que iba a saltar de la hoja de un momento a otro. Su mirada
veía a través de mí, llegaba a lo más profundo y se abría paso
aún más, cayendo una y otra vez en el infinito hasta llegar de nuevo
a sus ojos. Ligeramente mareada, seguí estudiando lo que casi era una
foto, a pesar de que recordaba cada trazo y cada línea como si fueran
parte de mí. Aquel dibujo estaba vivo, parecía incluso que
respiraba, y todo en él hacía que quisieras estar a su lado en ese
instante. Era una sensación rara.
-Cariño, éste sin dudas es tu mejor dibujo. ¿Cuándo lo has hecho?-
mi madre rompió el silencio con voz temblorosa.
En lugar de contestarle, corrí a mi habitación y me refugé en mi
burbuja de cristal. Esta vez la lluvia había sido sustituida por un
gran nubarrón gris que tapaba todo el cielo.
Traté de recuperar el aliento, aunque seguía sin comprender el
porqué de mi agitación. ¿Acaso no era bueno lo que había ocurrido?
Entonces, ¿por qué estaba asustada? ¿De qué?
No hallar la respuesta hizo que mi frustración creciera hasta
límites insospechados. Malhumorada, volví a la cocina y descubrí
que mi madre me había apartado en un plato dos filetes y había
servido el resto en una fuente de cerámica.
Me los comí rápido, sin intercambiar palabra con ella, hasta que de
pronto anunció:
-Me han ofrecido otro trabajo.
Dejé de comer y la miré.
-Tendré que trabajar una hora más, pero el horario es de mañana, y
podré estar más a menudo con vosotros. Además, me pagan bastante
más- sonrió.
-Mamá, eso es fantástico.
Ella dejó que su cara reflejara lo exultante que se sentía.
-¿Te puedo preguntar acerca de la persona a la que has pintado?-
tanteó.
-Mamá, ni siquiera le conozco. Esta mañana estaba sentado en un
banco y yo le elegí al azar, nada más.
Ella asintió, sabiendo que era mejor dejar el tema durante un tiempo.
Yo me excusé diciendo que quería tomar el aire, cogí una chaqueta
cualquiera y, en un par de minutos, me vi caminando por entre los
edificios de mi nueva ciudad.
No pasaron más de diez minutos, pero repentinamente me percaté de
que la gran nube grisácea que se extendía sobre mí había
desaparecido, dejando en su lugar un cielo azul despejado y un sol
brillante en el centro.
Me sentí más optimista. Me quité la chaqueta y continué paseando,
sin poder evitar una sonrisilla relajada. Miré mi reloj, y recordé
que mi padre ya debía haber salido del trabajo. Estaba cerca de su
oficina, así que quise acercarme y recogerle, ya que era su último
día. El siguiente, empezarían sus vacaciones.
Mi felicidad fue reemplazada por miedo cuando, en un callejón, le vi.
Tuve una terrible sensación de déjà vu. Los ojos de mi padre
mostraban auténtico terror, sabedor de que estaba arrinconado.
Delante suyo, otro hombre, posiblemente más joven. No pude verle la
cara, pero en ese momento habría jurado que era quien atacó a Bessie
la noche anterior.
Entonces, él le puso la mano en el pecho a mi padre y le apretó aún
más contra la pared. Yo estaba paralizada por el miedo, pero sabía
que tenía que hacer algo. Eché a andar hacia ellos, sigilosa. No
obstante, mi seguridad se desvaneció al sonido de su voz.
-Detente.

puntos 5 | votos: 5
Juego de Almas - (Fin del capítulo 1)
-Se va a recuperar- le prometí, sabiendo que tenía que mostrarme
fuerte con ella.
-Pero, mientras tanto, hay un asesino suelto por la ciudad- se
lamentó, encogida por el dolor. Una enfermera pasó por su lado, y
ella la detuvo-. Perdone, me han dicho que podía ver a mi hija,
Bessie Adams.
-Por supuesto, venga conmigo.
La señora Adams la siguió, y nos hizo un gesto a Mina y a mí.
-Si vuestros padres no se oponen, creo que a Bessie le gustaría que
estuviérais.
Automáticamente, miramos a nuestros padres. Todos asintieron, y Mina
y yo nos encaminamos por el pasillo detrás de los padres de Bessie.
Dejamos que entraran primero ellos. Me pareció justo que tuvieran
unos minutos de intimidad con su hija, así que esperamos hasta que su
padre abrió la puerta y nos permitió pasar.
La habitación era pequeña. En el centro estaba situada su camilla, y
a ambos lados había monitores que controlaban las respiraciones de
amiga, los latidos de su corazón y, en general, todo. Su madre
sujetaba con fuerza la mano débil de Bessie, que siempre era tan
alegre y vital.
Nos acercamos a la camilla, y yo cogí la otra mano y la apreté con
fuerza, tratando de insuflarle la vida que le faltaba. Como por arte
de magia, sus párpados temblaron y sus ojos se abrieron lentamente.
Titubeé, desconcertada, aunque en seguida noté las miradas de
aprobación de los demás. Todos parecían pensar que el contacto de
nuestras manos la estaba despertando, y yo no sabía si eso era bueno
o malo.
Cuando volví a clavar la mirada en sus ojos, ella me observaba
completamente consciente.
-Tú lo viste. Irá a por ti- reveló la voz carente de sentimientos
de mi amiga. 
Se me llenaron los ojos de lágrimas de terror, ya que su imagen
apareció en mi cabeza con claridad. La imagen del chico que la había
atacado, quien antes la besaba, me asustó tanto que solté la mano de
Bessie y corrí al pasillo. Normalicé un poco mi paso y me crucé con
mi padre. Él supo que quería marcharme sin necesidad de expresarlo,
y no dijo nada durante todo el camino de vuelta a casa.
En cuanto llegamos, me metí en mi dormitorio y cerré la puerta. Ni
siquiera me molesté en quitarme los vaqueros mojados y el jersey,
también empapado. Exausta, me tiré en la cama y me encogí sobre mí
misma, tratando de ese modo de entrar en calor. Estaba a punto de
dormirme cuando mi padre, silenciosameente, entró en mi habitación,
me tapó con la manta más gruesa que había y apagó la luz tras
darme un beso en la cabeza.
El momento en el que se alejó en dirección a su dormitorio, empecé
a llorar. 
A la mañana siguiente, Mina me llamó para ir al hospital, pero yo me
negué. Sinceramente, tenía miedo de lo que Bessie pudiera decir si
despertaba otra vez, como si yo fuera la culpable de lo que le había
pasado. Además, la voz que salió del cuerpo de mi amiga no estaba...
viva.
Cuando me recosté sobre la carísima cama de matrimonio y miré por
la ventana a un cielo nublado y gris, me sorprendió la llegada de mi
madre.
-Cariño, tu padre me ha contado lo que ocurrió anoche- dijo,
sentándose a mi lado.
Yo solo asentí, deseando que se marchara.
-¿Es cierto que sabes lo que le pasó?- inquirió, mirándome a los
ojos.
-No, pero vi a quien estaba con ella antes de...
Retiré la mirada. Mi madre debió pensar que ya estaba sometida a
demasiada presión, porque me dió un apretón en el hombro y me
dedicó una sonrisa.
-¿Vas a ir hoy al hospital?
-Creo que primero iré a dar un paseo.
Ella asintió. Me besó la mejilla y cerró la puerta tras de sí al
irse. Me levanté de un salto y me vestí con ropa abrigada. Cogí el
bolso, las llaves y el móvil, y comprobé que la cartera estaba
dentro también. Me preparé un desayuno rápido, y lo tomé en la
cocina, mirando a través de la pared de cristal de mi izquierda. El
cielo seguía gris, pero no llovería.
Cinco minutos después, salía por el portal en dirección a mi coche.
Una vez dentro, comprobé los mensajes. Mina me pedía que fuera al
hospital. Por lo visto, nuestra amiga había vuelto a despertar.
Cerré el móvil y lo tiré sobre el bolso, en el asiento del
copiloto. Fui callejeando a velocidad moderada, como si fuera buscando
algo. Finalmente, paré el coche y saqué el bloc de dibujo junto con
un lápiz, una goma y un difuminador. No iba a ningún sitio sin
ellos. 
Me guardé las llaves del coche en el bolsillo y salté al exterior.
Elegí un banco vacío y miré a mi alrededor, en busca de alguien a
quien dibujar. Podría haber pintado cualquier cosa, pero era más
estimulante plasmar en el papel un ser vivo, y, sinceramente, la
humanidad en general me intrigaba.
Por eso, cuando le vi, le escogí sin dudarlo.
Él también estaba sentado en un banco, mirando a la gente que le
rodeaba. Era extraño, porque traspasaba a las personas con la mirada,
como si observara directamente su alma. Empecé a trazar las líneas
de mi dibujo, que  parecía hacerse solo. En unos minutos tuve el
boceto general, y no fue hasta que decidí retocar sus ojos cuando me
di cuenta de que me estaba mirando de esa forma.
Levanté la vista, sobresaltada. El real me examinaba igual que el de
mi hoja, lo que me hizo estremecerme. Los ojos negros clavados en los
míos no me impidieron, sin embargo, fijarme en él. La piel bronceada
y tersa de la cara quedaba enmarcada por unos rizos negros, y la boca
incitaba a besar, aunque una parte de mí sabía que eso podía
resultar letal para mí. Era guapo y resultaba bastante atractivo, no
lo negaría, pero tenía la incómoda sensación de que debería
temerle.
Y eso no era normal.
Sobrecogida, continué mi dibujo sin dejar que sus ojos me lo
impidieran. Le miraba de reojo, pero él ya había perdido el interés
por mí. O eso creía.
En el momento en que difuminé las sombras y di por finalizado mi
dibujo (que me había quedado sorprendentemente bien) el misterioso
chico se levantó y se marchó.
Le seguí con la mirada hasta que se perdió entre la multitud, luego
cerré el bloc y recogí mis cosas para meterme en el coche cuanto
antes. Consulté en mi móvil para saber si había alguna novedad,
pero nadie me había llamado. Tampoco tenía ganas de enfrentarme a
las incansables preguntas de los policías acerca de mi relato de lo
sucedido, así que puse rumbo al hospital.
En cuanto llegué a la entrada, vi que mi amiga me estaba esperando en
la puerta. Aparqué  y bajé del vehículo, y ella me recibió con un
abrazo.
-¿Ha pasado algo?- inquirí, temiéndome lo peor.
-Se ha despertado- dijo ella, ignorando mi tono de voz tembloroso.
Automáticamente me relajé y permití que Mina me guiara hasta la
habitación, donde Bessie nos esperaba ligeramente desorientada.
-¿Sam?
-Aquí estoy- sonreí tomándole la mano. Tanto su voz como su aspecto
físico estaban terriblemente débiles, pero en cuanto me reconoció
hizo ademán de devolverme la sonrisa.
-Está tan débil que apenas puede comer- susurró a mi lado Mina. Yo
asentí.
-¿Te acuerdas de lo que ocurrió anoche?
Ella tardó un poco en responderme.
-Creo que... no... Intento recordar, pero... no puedo.
Sus hombros habían estado en tensión durante los segundos que
habló, y se le formó una arruguita en el entrecejo debido al
esfuerzo que le costaba pensar.
-Tienes la cabeza embotada, ¿verdad?- adiviné, y ella asintió y se
durmió.
-No tiene fuerzas para más, pero los médicos dicen que a partir de
ahora solo va a mejorar. Ya no corre peligro- me explicó Mina.
Me sentí profundamente aliviada. Envié a mi madre un breve mensaje
de texto contándole lo que me acababa de decir Mina acerca de Bessie.
Sabía que, a estas horas, estaría dormida, pero lo leería en cuanto
se despertara.
Mina y yo bajamos a la cafetería mientras los padres de nuestra amiga
se hacían cargo de ella. Yo solo compré una botella de agua y me
senté en una mesa cerca de una ventana. Cuando llegó Mina observé
sorprendida todo lo que traía.
-Hoy no he desayunado- se justificó. 
-Entiendo lo de los cereales y el tazón gigante de leche, ¿pero de
verdad te vas a tomar también una barrita energética y una
napolitana de chocolate?
Ella se encogió de hombros, pero me dijo con la mirada lo que no
había expresado en palabras: que la tensión no la había dejado
comer ni dormir, y ahora que Bessie estaba bien podía retomar su
rutina. Y yo decidí hacer lo mismo, empezando por averiguar quién
era el misterioso chico de los ojos negros.
puntos 1 | votos: 7
Juego de Almas - (Continuación del primer capítulo)

-¿Qué tal el entrenamiento?- le pregunté al descolgar.
-Bien, aunque estoy dolorida. Después de todo este tiempo, me ha
costado volver a concentrarme en eso de nadar, pero lo he conseguido.
¿Dónde estás, Sam?
-En mi casa, a punto de acostarme. ¿Por?
-Por nada, solo que pensaba que habíamos planeado ir a dormir a casa
de Mina- dijo ella.
-¡Vaya, es cierto! Se me había olvidado completamente- me lamenté
mientras intentaba encontrar en mi armario la bolsa que había
preparado con el pijama y lo demás. Como siempre, estaba al fondo.
-Yo estoy cerca de tu casa, si vamos las dos hacia la de Mina nos
cruzaremos por el camino- me dijo.
-Está bien, ahora te veo.
Colgué y me guardé el móvil en el bolsillo del pantalón. Me puse
una chaqueta por encima del jersey y cogí un paraguas antes de salir.
Llegaba demasiado tarde como para esperar al ascensor. Bajé los
escalones de dos en dos y atravesé el portal de mi casa.
La furiosa lluvia que había repiqueteado antes sobre mí se había
transformado en un molesto chirimiri. Aunque no me mojaba mucho, abrí
el paraguas para resguardarme de las desagradables gotitas y eché a
andar por la calle. 
A pesar de la hora y la lluvia, había mucha gente por la calle. Tomé
un callejón un poco más vacío en dirección a la casa de mi amiga,
por donde tendría que pasar Bessie también. Más tarde o más
temprano nos encontraríamos, pensé.
Avancé por la calle cuando la vi.
-¿Bessie...?
Mi voz fue un susurro, y comprendí que no quería que me vieran. Me
escondí un poco y miré hacia donde estaba la pareja. Mi amiga se
estaba besando con un chico al que no había visto en mi vida y del
que no sabía nada, lo cual era extraño teniendo en cuenta que ella
solía contármelo todo.
Como parecía que iba para largo, caminé hacia la casa de Mina con
intención de esperarla allí. Una sonrisilla pícara se extendió por
mi cara al imaginar el interrogatorio al que la someteríamos en
cuanto llegase. 
Llegué al portal de Mina unos minutos después. Llamé al telefonillo
y su madre me indicó el camino amablemente. Esta vez sí que subí
por el ascensor, ya que la caminata me había cansado y mi amiga
vivía en la planta catorce. Cuando abrí la puerta del ascensor, Mina
me esperaba con su mejor pijama en la puerta: el cabello rubio y
rizado recogido en una coleta alta, los ojos verdes sin maquillaje
luciendo grandes en su rostro pálido y las zapatillas en forma de
gato en los pies, a juego con el estampado de su ropa.
Solté una carcajada y la abracé.
-¿Traes tu pijama?- inquirió.
-El mejor que tengo- bromeé enseñándole los dibujos de patos y las
zapatillas complementarias.
Me condujo hasta su habitación, en cuyo centro había un enorme
colchón con almohadas y mantas. Ella fue a por cosas para picar
mientras yo me cambiaba, y saqué el dibujo para dejárselo encima de
su almohada. Cuando ella llegó, trajo consigo tres tazas de chocolate
caliente y tres muffins. Yo tomé un sorbo de mi bebida, sintiendo el
líquido descender por mi garganta, y luego mordisqueé mi magdalena.
-¿Qué es esto?- preguntó Mina sosteniendo el dibujo asombrada, casi
con miedo.
-Es para ti, te había prometido uno.
-¿De verdad lo has hecho tú?
Me encogí de hombros. Mina me abrazó, agradecida. 
-Me encanta, de verdad, muchísimas gracias.
-Por cierto, ¿tú sabías que Bessie tiene novio?
Mina me miró extrañada.
-Es que la he visto en la calle besándose con un chico, quizá a ti
te había contado algo- aclaré.
-No tenía ni idea.
-¿Deberíamos llamarla?- pregunté en el mismo instante en que sonaba
el móvil de mi amiga.
-No es necesario, es ella- dijo un momento antes de contestar-. ¿Sí?
Hubo un silencio en el que la cara de mi amiga mostró evidentes
signos de preocupación. Me hizo un gesto que yo traducí como
Empieza a cambiarte, tenemos que salir y siguió escuchando.
Me estaba cerrando la cremallera de los vaqueros cuando ella colgó y
buscó ropa en el armario frenética.
-¿Puedes explicarme qué ha pasado?
-No era ella. Era un chico, probablemente el tipo con el que se estaba
besando, y me ha pedido que vayamos a recogerla a esta dirección.
Me enseñó un papelito en el que mi amiga había garabateado el
nombre de la calle donde yo había visto a Bessie por última vez.
-No estará... muerta- me estremecí con un escalofrío al tiempo que
hacía una pregunta de la que no estaba segura de querer saber la
respuesta.
-Me ha dicho que está inconsciente, pero que no es nada grave- habló
mientras salíamos de su casa con paraguas-. También ha llamado a una
ambulancia.
Asentí y traté de estar tan serena como mi amiga, cuya voz era fría
y cortante como el hielo en esos momentos.
Corrimos bajo la lluvia hasta la calle, y no tardamos en llegar a
nuestro destino. Ya había llegado una ambulancia, y la bocacalle
estaba replenta de una multitud curiosa. Nos abrimos paso a través de
ellos a empujones, repitiendo una y otra vez Es nuestra amiga.
Cuando llegamos a la primera fila, vimos de refilón a Bessie en la
camilla siendo transportada al interior de la ambulancia.
-¿La conocéis?- nos preguntó un policía.
-Somos sus mejores amigas- solté yo rápidamente-. ¿Podemos ir con
ella en la ambulancia?
-Si estáis quietas, sí.
Asentimos en silencio y nos ayudaron a instalarnos en la parte
delantera de la ambulancia.
Las calles pasaban rápidas delante de nosotras, al tiempo que el
lacerante sonido de la sirena nos llenaba los oídos. Nunca pensé que
pasaría por esta situación, pero lo cierto era que estaba
ocurriendo, y deseaba que pasara lo más rápido posible. Mientras el
vehículo se dirigía con prisa a su destino, Mina y yo aprovechamos
para hacer unas llamadas a nuestros padres, y así explicarles lo que
le había sucedido a nuestra amiga y pedirles que fueran al hospital.
Mi padre me prometió que llevaría también a los padres de Bessie.
Cuando colgué, suspiré exasperada y lancé una mirada derrotada a
Mina. Ella me la devolvió, y supe que había tratado de transmitirme
ánimos y paciencia porque yo había hecho lo mismo.
Llegamos a la entrada de urgencias en un minuto. Salimos del coche y
nos mantuvimos pegadas a éste, para no interferir en el camino de la
camilla. Justo por delante pasó Bessie. Estába muy pálida, y los
cabellos oscuros estaban desordenados sobre la plana superficie.
Respiraba pesadamente, como si le doliera hacerlo. Se formó un nudo
en mi garganta al verla así. A pesar de que no había sangre ni
heridas, era horrible verla tan... inmóvil. Parecía que estaba
muerta.
-Se recuperará- murmuró mi amiga, en un intento por reconfortarme.
Yo afirmé de forma imperceptible con la cabeza. Lo sabía, pero hasta
que no lo viera no estaría tranquila.
Una enfermera se acercó a nosotras entonces y habló con Mina. Nos
condujo por el interior del edificio y nos dejó en una sala de
espera. Me senté en la silla de plástico, pendiente de cualquier
información acerca del estado de Bessie. En seguida llegaron nuestros
padres. Mi padre me abrazó con fuerza, y los de Mina hicieron lo
propio con su hija.
-Los padres de tu amiga están en recepción, ahora vendrán. Si
quieres, te puedo llevar a casa- me ofreció mi padre.
-No, quiero quedarme aquí. Fui la última que la vió.
Mi padre me miró extrañado, pero no le hice caso. Avancé hasta la
madre de Bessie, que acababa de entrar en el pasillo, y la abracé con
fuerza.
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Juego de Almas - 1. Playing God (Paramore)
La lluvia caía sobre mí, pero no me mojaba. Me encontraba en el
cubículo de cristal que había en mi habitación, diseñado por mí
cuando me trasladé con mi familia a Nueva York. Por encima, el cielo
nocturno  desaparecía tras los nubarrones grises que, finalmente,
acabaron por ocultar la luna y las estrellas. Cuando miré hacia
abajo, vi el vacío. Al final se divisaban la calle con sus coches,
sus semáforos, sus luces y sus sombras.
Una leve sensación de vértigo descendió por mi espalda, pero ya me
acostumbraba. Me dedicaba allí al dibujo, mi auténtica pasión, y
tenía que reconocer que se me daba bastante bien, con el lápiz
conseguía decir cosas que era imposible describir de otra forma. Como
se suele decir, una imagen vale más que mil palabras.
Deslicé el lápiz por el papel un par de veces, difuminé los trazos
ligeramente con el dedo y soplé un poco sobre el dibujo. Luego lo
observé, satisfecha: la foto que le había echo a Mina había quedado
plasmada en la hoja en forma de dibujo. Cuidadosamente, lo guardé en
mi carpeta para enseñárselo al día siguiente, ilusionada. Se lo
había prometido, y quería darle una sorpresa.
Mina era, junto con Bessie, mi mejor amiga. Desde que me instalé en
la ciudad, ellas estuvieron allí siempre. El primer día en el
instituto se acercaron a mí en cuanto me vieron, y entonces supe que
seríamos buenas amigas. 
En ese momento, decidí que era hora de cenar. Ya había acabado de
estudiar y tenía hambre, así que fui a la cocina para prepararme
algo.
Prácticamente vivía sola. Por las mañanas trabajaba mi padre, y por
las tardes y noches, mi madre. Y cuando volvían, solían estar
demasiado cansados para hablar mucho conmigo, por lo que solo
intercambiábamos unas pocas palabras. Aún así, ya me había
acostumbrado. Me gustaba la ciudad, el nivel de vida que teníamos
bahía crecido bastante desde que nos mudamos (solo había que mirar
la casa y mi coche nuevo) y no llevaba mal la soledad. De hecho,
incluso prefería esa independencia. 
Por supuesto quería a mis padres, pero yo necesitaba tiempo para mí,
para estar sola. Me sentía más cómoda cuando no había nadie.
Abrí la nevera, repleta de cosas, pero las ideas no venían a mi
cabeza esa noche, así que cogí un libro de recetas de una de las
estanterías y empecé a hojear las fotografías, buscando algo
apetitoso. Me llamó la atención la siguiente foto, cuyo título era
Ensalada de pasta con atún . Eché un vistazo a los ingredientes y
comencé a sacarlos de la nevera. 
Estaba aliñando la ensalada cuando mi madre apareció en la cocina.
-¿Ya te vas?- inquirí.
-Dentro de quince minutos. ¿Qué estás hacienco? Huele bien.
-Ensalada de pasta- musité, sentándome en la mesa. La observé
preparándose su desayuno, y contuve una risa al ver nuestras comidas
tan dispares.
-No sé cómo eres capaz de tomarte un café a estas horas.
-Al final te acabas adaptando. 
Asentí en silencio y me ocupé de devorar mi ensalada, intercalando
sorbos de coca-cola con ella. Mi madre me preguntó acerca del
instituto, mis nuevas amigas, la ciudad y todo lo demás, y luego se
despidió de mí con un beso apresurado, cogió el bolso y se marchó.
Yo resolví que era tarde, y aunque al día siguiente no tenía que
madrugar, tenía mucho sueño.
Estaba a punto de ponerme el pijama cuando sonó mi móvil. En la
pantalla aparecía la sonriente cara de Bessie.



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