En Desmotivaciones desde:
25.11.2010

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GeekVeterano Nivel 3

puntos 15 | votos: 21
En este mundo -  tienes mucha presión, tienes que lidiar con muchos insultos, es
incómodo. - Demi Lovato-
puntos -8 | votos: 14
cuando te enamoras y.. - Todo es PENSAR EN EL
puntos 21 | votos: 21
Carrera a la principal - ¿Quién será el vencedor?
Se aceptan apuestas señores


                                                                                                 *Apuesta mínima 5€
puntos 27 | votos: 27
La verdadera -  belleza no está en la cara donde muchos buscan, está en el corazón
pero pocos la encuentran. - Demi Lovato-
puntos 20 | votos: 20
Cállate y ámame -

puntos 18 | votos: 20
Si te esfuerzas,  -  tarde o temprano llegara tu recompensa -Demi Lovato-
puntos 20 | votos: 22
No me juzgues - sabes mi nombre pero no mi historia
                                                    -Demi Lovato-
puntos 12 | votos: 16
Cuando pierdes la  - confianza con alguien porque los rumores van por ahí, eso no es una
verdadera amistad -Demi Lovato-
puntos 19 | votos: 19
Si vas a intentarlo, - ve hasta el final. De lo contrario ni siquiera lo intentes.
puntos 25 | votos: 27
Si dejas - que las palabras te atraganten, acabarás por escupirlas

puntos 27 | votos: 27
Millones de títeres - de un titiritero.
puntos 2112 | votos: 2166
Un consejo: - Si no sabes perdonar, procura no equivocarte.
puntos 27 | votos: 27
Descubrí que el amor  - es más que un simple estado de enamoramiento...
“EL AMOR ES UNA FILOSOFÍA DE LA VIDA”...
puntos 12 | votos: 12
Espero seas quien seas,  - que escapes de este lugar. Espero que el mundo cambie 
y que las cosas mejoren.Pero lo que espero por encima de
 todo es que entiendas lo que quiero decir cuando te digo que
 aunque no te conozca, y aunque puede que nunca llegue a verte, 
a reírme contigo, a llorar contigo o a besarte, te quiero. 
Con toda mi alma, te quiero.
puntos 13 | votos: 13
Olvídame, - no es tan difícil.

puntos 17 | votos: 19
Pienso demasiado -
puntos 22 | votos: 22
Las redes sociales - están llenas de gritos de auxilio. - Demi Lovato-
puntos 20 | votos: 20
Tengo que ser -  un buen ejemplo para mis fans, les doy mis consejos de mis
experiencias.-Demi Lovato
puntos 13 | votos: 19
Aceptate tal  -  y como eres hay personas especiales que te quieren asi 
-Demi Lovato-
puntos 19 | votos: 27
No importa -  que tan fuerte te golpeen, tú puedes levantarte y todo al final
saldrá bien. - Demi Lovato

puntos 12 | votos: 12
¿Cómo escapar - de mí misma?
puntos 15 | votos: 17
No me extraña que me odies - si hasta yo misma lo hago
puntos 18 | votos: 18
Cualquier chica  - debería sentirse hermosa, el cuerpo no lo es todo. - Demi Lovato
puntos -3 | votos: 15
¡Feliz cumpleaños - Demi Lovato! Felicidades en este día especial,espero que cumplas
muchos más. ¡Te queremos!
puntos 22 | votos: 22
Os voy a contar - la historia de mi padre: Mi padre fumaba, y no quería dejarlo, no le
importaban los fumadores pasivos pues decia:  eso es un cahorrada 
de algo nos tendremos que morir  mi padre fumaba como un condenado y
nunca le pasó nada etc.  El día d emi cumpleaños mi hermana me
dijo que Mi padre tenía un cancer de pulmón extendido en higado y
riñones. Se le dieron muchos tratamientos aparte de la quimio. 

Mi padre me dijo 1 mes despues :  No le prestas atencion a lo que te
dicen, ni a las estadisticas, hasta el día en que un medico se te
acerca con un papel y te dice : Lo siento mucho, tiene un cancer de
pulmón, podemos tratarlo pero esta muy extendido.  Entonces te dan
ganas de matarte por haber sido tan jodidamente estúpido, pero ya es
tarde Mi padre tenía un cancer de estadio 4. Terminal. Murió 5
meses despues, dejando tres hijos, a mi madre que siempre lo quiso, a
su madre, de 80 años, medio muerta, a toda su familia.  Ya no lo
hagaís por vosotros, hacerlo por vuestra familia, vuestros amigos,
por como se sentirán ellos. Y no me digáis que eso tampoco os
importa.

puntos 15 | votos: 15
¿Extrañarte?  - Ni que fueras una película de Harry Potter. 
¿Esperarte? Ni que fueras Pottermore. 
¿Necesitarte? Ni que fueras un Libro de Harry Potter. 
¿Serte fiel hasta la muerte? Ni que fueras Voldemort
puntos 11 | votos: 13
Shaquille Oneal 216m 147kg - Novia 158m 60kg
puntos 19 | votos: 21
Eres genial - tal y como eres
puntos 15 | votos: 15
Regla de toda película de amor  - SIEMPRE  tienen que pelearse para después para tener un final feliz
puntos 11 | votos: 13
¿Qué habré hecho yo  - para escuchar la opinión de quien no me conoce?

puntos 7 | votos: 9
Frase para enamorar friki #1 - Hagamos como Hermione y Ron dejemos las peleas amistosas atrás y
convirtamos lo en un gran amor.
puntos 5 | votos: 5
No vendría mal la aportación - pero quería recordar algo que mucha gente parece no recordar
puntos 12 | votos: 12
Y pensar que él me enseño - a amar de verdad...
puntos 11 | votos: 19
Yo también - estoy orgullosa de ser gallega.
puntos 57 | votos: 57
Calendario de la vida - Porque los días son grises,
pero cada momento con esa persona es único

puntos 14 | votos: 14
Dicen que estoy loca, - y no sé si eso es bueno; porque mi locura hace que 
desaparezcan muchas veces los problemas
puntos 16 | votos: 16
Por que - a laura jamas se le acabara la imaginacion
puntos -1 | votos: 17
A través de la trampilla - En años venideros, Harry nunca pudo recordar cómo se las había
arreglado para hacer
sus exámenes, cuando una parte de él esperaba que Voldemort entrara
por la puerta en
cualquier momento. Sin embargo, los días pasaban y no había dudas de
que Fluffy
seguía bien y con vida, detrás de la puerta cerrada.
Hacía mucho calor, en especial en el aula grande donde se examinaban
por escrito.
Les habían entregado plumas nuevas, especiales, que habían sido
hechizadas con un
encantamiento antitrampa.
También tenían exámenes prácticos. El profesor Flitwick los llamó
uno a uno al
aula, para ver si podían hacer que una piña bailara claqué encima
del escritorio. La
profesora McGonagall los observó mientras convertían un ratón en
una caja de rapé.
Ganaban puntos las cajas más bonitas, pero los perdían si tenían
bigotes. Snape los puso
nerviosos a todos, respirando sobre sus nucas mientras trataban de
recordar cómo hacer
una poción para olvidar.
Harry lo hizo todo lo mejor que pudo, tratando de hacer caso omiso de
las
punzadas que sentía en la frente, un dolor que le molestaba desde la
noche que había
estado en el bosque. Neville pensaba que Harry era un caso grave de
nerviosismo,
porque no podía dormir por las noches. Pero la verdad era que Harry
se despertaba por
culpa de su vieja pesadilla, que se había vuelto peor, porque la
figura encapuchada
aparecía chorreando sangre.
Tal vez porque ellos no habían visto lo que Harry vio en el bosque, o
porque no
tenían cicatrices ardientes en la frente, Ron y Hermione no parecían
tan preocupados
por la Piedra como Harry. La idea de Voldemort los atemorizaba, desde
luego, pero no
los visitaba en sueños y estaban tan ocupados repasando que no les
quedaba tiempo para
inquietarse por lo que Snape o algún otro estuvieran tramando.
El último examen era Historia de la Magia. Una hora respondiendo
preguntas sobre
viejos magos chiflados que habían inventado calderos que revolvían
su contenido, y
estarían libres, libres durante toda una maravillosa semana, hasta
que recibieran los
resultados de los exámenes. Cuando el fantasma del profesor Binns les
dijo que dejaran
sus plumas y enrollaran sus pergaminos, Harry no pudo dejar de
alegrarse con el resto.
—Esto ha sido mucho más fácil de lo que pensé —dijo Hermione,
cuando se
reunieron con los demás en el parque soleado—. No necesitaba haber
estudiado el
Código de Conducta de los Hombres Lobo de 1637 o el levantamiento de
Elfrico el
Vehemente.
A Hermione siempre le gustaba volver a repetir los exámenes, pero Ron
dijo que
iba a ponerse malo, así que se fueron hacia el lago y se dejaron caer
bajo un árbol. Los
gemelos Weasley y Lee Jordan se dedicaban a pinchar los tentáculos de
un calamar
gigante que tomaba el sol en la orilla.
—Basta de repasos —suspiró aliviado Ron, estirándose en la
hierba—. Puedes
alegrarte un poco, Harry, aún falta una semana para que sepamos lo
mal que nos fue, no
hace falta preocuparse ahora.
Harry se frotaba la frente.
—¡Me gustaría saber qué significa esto! —estalló enfadado—.
Mi cicatriz sigue
doliéndome. Me ha sucedido antes, pero nunca tanto tiempo seguido
como ahora.
—Ve a ver a la señora Pomfrey —sugirió Hermione.
—No estoy enfermo —dijo Harry—. Creo que es un aviso...
significa que se acerca
el peligro...
Ron no podía agitarse, hacía demasiado calor.
—Harry, relájate, Hermione tiene razón, la Piedra está segura
mientras
Dumbledore esté aquí. De todos modos, nunca hemos tenido pruebas de
que Snape
encontrara la forma de burlar a Fluffy. Casi le arrancó la pierna una
vez, no va a
intentarlo de nuevo. Y Neville jugará al quidditch en el equipo de
Inglaterra antes de
que Hagrid traicione a Dumbledore.
Harry asintió, pero no pudo evitar la furtiva sensación de que se
había olvidado de
hacer algo, algo importante. Cuando trató de explicarlo, Hermione
dijo:
—Eso son los exámenes. Yo me desperté anoche y estuve a punto de
mirar mis
apuntes de Transformación, cuando me acordé de que ya habíamos
hecho ese examen.
Pero Harry estaba seguro de que aquella sensación inquietante nada
tenía que ver
con los exámenes. Vio una lechuza que volaba hacia el colegio, por el
brillante cielo
azul, con una nota en el pico. Hagrid era el único que le había
enviado cartas. Hagrid
nunca traicionaría a Dumbledore. Hagrid nunca le diría a nadie cómo
pasar ante Fluffy...
nunca... Pero...
Harry, súbitamente, se puso de pie de un salto.
—¿Adónde vas? —preguntó Ron con aire soñoliento.
—Acabo de pensar en algo —dijo Harry. Se había puesto pálido—.
Tenemos que ir
a ver a Hagrid ahora.
—¿Por qué? —suspiró Hermione, levantándose.
—¿No os parece un poco raro —dijo Harry, subiendo por la colina
cubierta de
hierba— que lo que más deseara Hagrid fuera un dragón, y que de
pronto aparezca un
desconocido que casualmente tiene un huevo en el bolsillo? ¿Cuánta
gente anda por ahí
con huevos de dragón, que están prohibidos por las leyes de los
magos? Qué suerte tuvo
al encontrar a Hagrid, ¿verdad? ¿Por qué no se me ocurrió antes?
—¿En qué estás pensando? —preguntó Ron, pero Harry echó a
correr por los
terrenos que iban hacia el bosque, sin contestarle.
Hagrid estaba sentado en un sillón, fuera de la casa, con los
pantalones y las
mangas de la camisa arremangados, y desgranaba guisantes en un gran
recipiente.
—Hola —dijo sonriente—. ¿Habéis terminado los exámenes?
¿Tenéis tiempo para
beber algo?
—Sí, por favor —dijo Ron, pero Harry lo interrumpió.
—No, tenemos prisa, Hagrid, pero tengo que preguntarte algo ¿Te
acuerdas de la
noche en que ganaste a Norberto? ¿Cómo era el desconocido con el que
jugaste a las
cartas?
—No lo sé —dijo Hagrid sin darle importancia—. No se quitó la
capa.
Vio que los tres chicos lo miraban asombrados y levantó las cejas.
—No es tan inusual, hay mucha gente rara en el Cabeza de Puerco, el
bar de la
aldea. Podría ser un traficante de dragones, ¿no? No llegué a verle
la cara porque no se
quitó la capucha.
Harry se dejó caer cerca del recipiente de los guisantes.
—¿De qué hablaste con él, Hagrid? ¿Mencionaste Hogwarts?
—Puede ser —dijo Hagrid, con rostro ceñudo, tratando de
recordar—. Sí... Me
preguntó qué hacía y le dije que era guardabosques aquí... Me
preguntó de qué tipo de
animales me ocupaba... se lo expliqué... y le conté que siempre
había querido tener un
dragón... y luego... no puedo recordarlo bien, porque me invitó a
muchas copas. Déjame
ver... ah sí, me dijo que tenía el huevo de dragón y que podía
jugarlo a las cartas si yo
quería... pero que tenía que estar seguro de que iba a poder con
él, no quería dejarlo en
cualquier lado... Así que le dije que, después de Fluffy, un dragón
era algo fácil.
—¿Y él... pareció interesado en Fluffy? —preguntó Harry,
tratando de conservar la
calma.
—Bueno... sí... es normal. ¿Cuántos perros con tres cabezas has
visto? Entonces le
dije que Fluffy era buenísimo si uno sabía calmarlo: tocando música
se dormía en
seguida...
De pronto Hagrid pareció horrorizado.
—¡No debí decir eso! —estalló—. ¡Olvidad que lo dije! Eh...
¿adónde vais?
Harry, Ron y Hermione no se hablaron hasta llegar al vestíbulo de
entrada, que
parecía frío y sombrío, después de haber estado en el parque.
—Tenemos que ir a ver a Dumbledore —dijo Harry—. Hagrid le dijo
al
desconocido cómo pasar ante Fluffy, y sólo podía ser Snape o
Voldemort, debajo de la
capa... No fue difícil, después de emborrachar a Hagrid. Sólo
espero que Dumbledore
nos crea. Firenze nos respaldará, si Bane no lo detiene. ¿Dónde
está el despacho de
Dumbledore?
Miraron alrededor, como si esperaran que alguna señal se lo indicara.
Nunca les
habían dicho dónde vivía Dumbledore, ni conocían a nadie a quien
hubieran enviado a
verlo.
—Tendremos que... —empezó a decir Harry pero súbitamente una voz
cruzó el
vestíbulo.
—¿Qué estáis haciendo los tres aquí dentro?
Era la profesora McGonagall, que llevaba muchos libros.
—Queremos ver al profesor Dumbledore —dijo Hermione con valentía,
según les
pareció a Ron y Harry.
—¿Ver al profesor Dumbledore? —repitió la profesora, como si
pensara que era
algo inverosímil—. ¿Por qué?
Harry tragó: «¿Y ahora qué?».
—Es algo secreto —dijo, pero de inmediato deseó no haberlo hecho,
porque la
profesora McGonagall se enfadó.
—El profesor Dumbledore se fue hace diez minutos —dijo con
frialdad—. Recibió
una lechuza urgente del ministro de Magia y salió volando para
Londres de inmediato.
—¿Se fue? —preguntó Harry con aire desesperado—. ¿Ahora?
—El profesor Dumbledore es un gran mago, Potter, y tiene muchos
compromisos...
—Pero esto es importante.
—¿Algo que tú tienes que decir es más importante que el ministro
de Magia,
Potter?
—Mire —dijo Harry dejando de lado toda precaución—, profesora,
se trata de la
Piedra Filosofal...
Fue evidente que la profesora McGonagall no esperaba aquello. Los
libros que
llevaba se deslizaron al suelo y no se molestó en recogerlos.
—¿Cómo es que sabes...? —farfulló.
—Profesora, creo... sé... que Sna... que alguien va a tratar de
robar la Piedra. Tengo
que hablar con el profesor Dumbledore.
La profesora lo miró entre impresionada y suspicaz.
—El profesor Dumbledore regresará mañana —dijo finalmente—. No
sé cómo
habéis descubierto lo de la Piedra, pero quedaos tranquilos. Nadie
puede robarla, está
demasiado bien protegida.
—Pero profesora...
—Harry sé de lo que estoy hablando —dijo en tono cortante. Se
inclinó y recogió
sus libros—. Os sugiero que salgáis y disfrutéis del sol.
Pero no lo hicieron.
—Será esta noche —dijo Harry una vez que se aseguraron de que la
profesora
McGonagall no podía oírlos—. Snape pasará por la trampilla esta
noche. Ya ha
descubierto todo lo que necesitaba saber y ahora ha conseguido quitar
de en medio a
Dumbledore. Él envió esa nota, seguro que el ministro de Magia
tendrá una verdadera
sorpresa cuando aparezca Dumbledore.
—Pero ¿qué podemos...?
Hermione tosió. Harry y Ron se volvieron.
Snape estaba allí.
—Buenas tardes —dijo amablemente. Lo miraron sin decir nada.
—No deberíais estar dentro en un día así —dijo con una rara
sonrisa torcida.
—Nosotros... —comenzó Harry, sin idea de lo que diría.
—Debéis ser más cuidadosos —dijo Snape—. Si os ven andando por
aquí, pueden
pensar que vais a hacer alguna cosa mala. Y Gryffindor no puede perder
más puntos,
¿no es cierto?
Harry se ruborizó. Se dieron media vuelta para irse, pero Snape los
llamó.
—Ten cuidado, Potter, otra noche de vagabundeos y yo personalmente
me
encargaré de que te expulsen. Que pases un buen día.
Se alejó en dirección a la sala de profesores.
Una vez fuera, en la escalera de piedra, Harry se volvió hacia sus
amigos.
—Bueno, esto es lo que tenemos que hacer —susurró con prisa—.
Uno de nosotros
tiene que vigilar a Snape, esperar fuera de la sala de profesores y
seguirlo si sale.
Hermione, mejor que eso lo hagas tú.
—¿Por qué yo?
—Es obvio —intervino Ron—. Puedes fingir que estás esperando al
profesor
Flitwick, ya sabes cómo —la imitó con voz aguda—: «Oh, profesor
Flitwick, estoy tan
preocupada, creo que tengo mal la pregunta catorce b...».
—Oh, cállate —dijo Hermione, pero estuvo de acuerdo en ir a
vigilar a Snape.
—Y nosotros iremos a vigilar el pasillo del tercer piso —dijo
Harry a Ron—.
Vamos.
Pero aquella parte del plan no funcionó. Tan pronto como llegaron a
la puerta que
separaba a Fluffy del resto del colegio, la profesora McGonagall
apareció otra vez, salvo
que ya había perdido la paciencia.
—Supongo que creeréis que sois los mejores para vencer todos los
encantamientos
—dijo con rabia—. ¡Ya son suficientes tonterías! Si me entero de
que habéis vuelto por
aquí, os quitaré otros cincuenta puntos para Gryffindor. ¡Sí,
Weasley, de mi propia casa!
Harry y Ron regresaron a la sala común. Justo cuando Harry acababa de
decir: «Al
menos Hermione está detrás de Snape», el retrato de la Dama Gorda
se abrió y apareció
la muchacha.
—¡Lo siento, Harry! —se quejó—. Snape apareció y me preguntó
qué estaba
haciendo, así que le dije que esperaba al profesor Flitwick. Snape
fue a buscarlo, yo
tuve que irme y no sé adónde habrá ido Snape.
—Bueno, no queda otro remedio, ¿verdad?
Los otros dos lo miraron asombrados. Estaba pálido y los ojos le
brillaban.
—Iré esta noche y trataré de llegar antes y conseguir la Piedra.
—¡Estás loco! —dijo Ron.
—¡No puedes! —dijo Hermione—. ¿Después de todo lo que han
dicho Snape y
McGonagall? ¡Te van a expulsar!
—¿Y qué? —gritó Harry—. ¿No comprendéis? ¡Si Snape
consigue la Piedra, es la
vuelta de Voldemort! ¿No habéis oído cómo eran las cosas cuando
él trataba de
apoderarse de todo? ¡Ya no habrá ningún colegio para que nos
expulsen! ¡Lo destruirá o
lo convertirá en un colegio para las Artes Oscuras! ¿No os dais
cuenta de que perder
puntos ya no importa? ¿Creéis que él dejará que vosotros y
vuestras familias estéis
tranquilos, si Gryffindor gana la copa de la casa? Si me atrapan antes
de que consiga la
Piedra, bueno, tendré que volver con los Dursley y esperar a que
Voldemort me
encuentre allí. Será sólo morir un poquito más tarde de lo que
debería haber muerto,
porque nunca me pasaré al lado tenebroso. Voy a entrar por esa
trampilla, esta noche, y
nada de lo que digáis me detendrá. Voldemort mató a mis padres,
¿lo recordáis?
Los miró con furia.
—Tienes razón, Harry —dijo Hermione, casi sin voz.
—Voy a llevar la capa invisible —dijo Harry—. Es una suerte
haberla recuperado.
—Pero ¿nos cubrirá a los tres? —preguntó Ron.
—¿A... nosotros tres?
—Oh, vamos, ¿no pensarás que te vamos a dejar ir solo?
—Por supuesto que no —dijo Hermione con voz enérgica—. ¿Cómo
crees que vas
a conseguir la Piedra sin nosotros? Será mejor que vaya a buscar en
mis libros, tiene que
haber algo que nos sirva...
—Pero si nos atrapan, también os expulsarán a vosotros.
—No, si yo puedo evitarlo —dijo Hermione con severidad—.
Flitwick me dijo en
secreto que en su examen tengo ciento doce sobre cien. No me van a
expulsar después
de eso.
Tras la cena, los tres se sentaron en la sala común, lejos de todos.
Nadie los molestó:
después de todo, ninguno de los de Gryffindor hablaba con Harry, pero
ésa fue la
primera noche que no le importó. Hermione revisaba sus apuntes,
confiando en
encontrar algunos de los encantamientos que deberían conjurar. Harry
y Ron no
hablaban mucho. Ambos pensaban en lo que harían.
Poco a poco, la sala se fue vaciando y todos se fueron a acostar.
—Será mejor que vayas a buscar la capa —murmuró Ron, mientras
Lee Jordan
finalmente se iba, bostezando y desperezándose. Harry corrió por las
escaleras hasta su
dormitorio oscuro. Sacó la capa y entonces su mirada se fijó en la
flauta que Hagrid le
había regalado para Navidad. La guardó para utilizarla con Fluffy:
no tenía muchas
ganas de cantar...
Regresó a la sala común.
—Es mejor que nos pongamos la capa aquí y nos aseguremos de que nos
cubra a
los tres... si Filch descubre a uno de nuestros pies andando solo por
ahí...
—¿Qué vais a hacer? —dijo una voz desde un rincón. Neville
apareció detrás de un
sillón, aferrado al sapo Trevor, que parecía haber intentado otro
viaje a la libertad.
—Nada, Neville, nada —dijo Harry, escondiendo la capa detrás de
la espalda.
Neville observó sus caras de culpabilidad.
—Vais a salir de nuevo —dijo.
—No, no, no —aseguró Hermione—. No, no haremos nada. ¿Por qué
no te vas a la
cama, Neville?
Harry miró al reloj de pie que había al lado de la puerta. No
podían perder más
tiempo, Snape ya debía de estar haciendo dormir a Fluffy.
—No podéis iros —insistió Neville—. Os volverán a atrapar.
Gryffindor tendrá
más problemas.
—Tú no lo entiendes —dijo Harry—. Esto es importante.
Pero era evidente que Neville haría algo desesperado.
—No dejaré que lo hagáis —dijo, corriendo a ponerse frente al
agujero del
retrato—. ¡Voy... voy a pelear con vosotros!
—¡Neville! —estalló Ron—. ¡Apártate de ese agujero y no seas
idiota!
—¡No me llames idiota! —dijo Neville—. ¡No me parece bien que
sigáis faltando
a las reglas! ¡Y tú fuiste el que me dijo que hiciera frente a la
gente!
—Sí, pero no a nosotros —dijo irritado Ron—. Neville, no sabes
lo que estás
haciendo.
Dio un paso hacia Neville y el chico dejó caer al sapo Trevor, que
desapareció de la
vista.
—¡Ven entonces, intenta pegarme! —dijo Neville, levantando los
puños—. ¡Estoy
listo!
Harry se volvió hacia Hermione.
—Haz algo —dijo desesperado. Hermione dio un paso adelante.
—Neville —dijo—, de verdad, siento mucho, mucho, esto.
Levantó la varita.
—¡Petrificus totalus! —gritó, señalando a Neville.
Los brazos de Neville se pegaron a su cuerpo. Sus piernas se juntaron.
Todo el
cuerpo se le puso rígido, se balanceó y luego cayó bocabajo,
rígido como un tronco.
Hermione corrió a darle la vuelta. Neville tenía la mandíbula
rígida y no podía
hablar. Sólo sus ojos se movían, mirándolos horrorizado.
—¿Qué le has hecho? —susurró Harry.
—Es la Inmovilización Total —dijo Hermione angustiada—. Oh,
Neville, lo siento
tanto...
—Lo comprenderás después, Neville —dijo Ron, mientras se
alejaban para
cubrirse con la capa invisible.
Pero dejar a Neville inmóvil en el suelo no parecía un buen augurio.
En aquel
estado de nervios, cada sombra de una estatua les parecía que era
Filch, y cada silbido
lejano del viento les parecía Peeves que los perseguía.
Al pie de la primera escalera, divisaron a la Señora Norris.
—Oh, vamos a darle una patada, sólo una vez —murmuró Ron en el
oído de Harry,
que negó con la cabeza. Mientras pasaban con cuidado al lado de la
gata, ésta volvió la
cabeza con sus ojos como linternas, pero no los vio.
No se encontraron con nadie más, hasta que llegaron a la escalera que
iba al tercer
piso. Peeves estaba flotando a mitad de camino, aflojando la alfombra
para que la gente
tropezara.
—¿Quién anda por ahí? —dijo súbitamente, mientras subían
hacia él. Entornó sus
malignos ojos negros—. Sé que estáis aquí, aunque no pueda veros.
¿Aparecidos,
fantasmas o estudiantillos detestables?
Se elevó en el aire y flotó, mirándolos de soslayo.
—Llamaré a Filch, debo hacerlo, si algo anda por ahí y es
invisible.
Harry tuvo súbitamente una idea.
—Peeves —dijo en un ronco susurró—, el Barón Sanguinario tiene
sus propias
razones para ser invisible.
Peeves casi se cayó del aire de la impresión. Se sostuvo a tiempo y
quedó a unos
centímetros de la escalera.
—Lo siento mucho, sanguinaria señoría —dijo en tono meloso—.
Fue por mi
culpa, ha sido una equivocación... no lo vi... por supuesto que no,
usted es invisible,
perdone al viejo Peeves por su broma, señor.
—Tengo asuntos aquí, Peeves —gruñó Harry—. Manténte lejos de
este lugar esta
noche.
—Lo haré, señoría, desde luego que lo haré —dijo Peeves,
elevándose otra vez en
el aire—. Espero que los asuntos del señor barón salgan a pedir de
boca, yo no lo
molestaré.
Y desapareció.
—¡Genial, Harry! —susurró Ron.
Unos pocos segundos más tarde estaban allí, en el pasillo del tercer
piso. La puerta
ya estaba entreabierta.
—Bueno, ya lo veis —dijo Harry con calma—. Snape ya ha pasado
ante Fluffy.
Ver la puerta abierta les hizo tomar plena conciencia de aquello a lo
que tenían que
enfrentarse. Por debajo de la capa, Harry se volvió hacia los otros
dos.
—Si queréis regresar, no os lo reprocharé —dijo—. Podéis
llevaros la capa, no la
voy a necesitar.
—No seas estúpido —dijo Ron.
—Vamos contigo —dijo Hermione.
Harry empujó la puerta.
Cuando la puerta crujió, oyeron unos gruñidos. Los tres hocicos del
perro
olfateaban en dirección a ellos, aunque no podía verlos.
—¿Qué tiene en los pies? —susurró Hermione.
—Parece un arpa —dijo Ron—. Snape debe de haberla dejado ahí.
—Debe despertarse en el momento en que se deja de tocar —dijo
Harry—. Bueno,
empecemos...
Se llevó a los labios la flauta de Hagrid y sopló. No era
exactamente una melodía,
pero desde la primera nota los ojos de la bestia comenzaron a
cerrarse. Harry casi ni
respiraba. Poco a poco, los gruñidos se fueron apagando, se
balanceó, cayó de rodillas y
luego se derrumbó en el suelo, profundamente dormido.
—Sigue tocando —advirtió Ron a Harry, mientras salía de la capa
y se arrastraba
hasta la trampilla. Podía sentir la respiración caliente y olorosa
del perro, mientras se
aproximaba a las gigantescas cabezas.
—Creo que podemos abrir la trampilla —dijo Ron, espiando por
encima del lomo
del perro—. ¿Quieres ir delante, Hermione?
—¡No, no quiero!
—Muy bien. —Ron apretó los dientes y anduvo con cuidado sobre las
patas del
perro. Se inclinó y tiró de la argolla de la trampilla, que se
levantó y abrió.
—¿Qué puedes ver? —preguntó Hermione con ansiedad.
—Nada... sólo oscuridad... no hay forma de bajar, hay que dejarse
caer.
Harry, que seguía tocando la flauta, hizo un gesto para llamar la
atención de Ron y
se señaló a sí mismo.
—¿Quieres ir primero? ¿Estás seguro? —dijo Ron—. No sé cómo
es de profundo
ese lugar. Dale la flauta a Hermione, para que pueda seguir
haciéndolo dormir.
Harry le entregó la flauta y, en esos segundos de silencio, el perro
gruñó y se estiró,
pero en cuanto Hermione comenzó a tocar volvió a su sueño profundo.
Harry se acercó y miró hacia abajo. No se veía el fondo.
Se descolgó por la abertura y quedó suspendido de los dedos. Miró a
Ron y dijo:
—Si algo me sucede, no sigáis. Id directamente a la lechucería y
enviad a Hedwig a
Dumbledore. ¿De acuerdo?
—De acuerdo —respondió Ron.
—Nos veremos en un minuto, espero...
Y Harry se dejó caer. Frío, aire húmedo mientras caía, caía,
caía y..
¡PAF! Aterrizó en algo mullido, con un ruido suave y extraño. Se
incorporó y miró
alrededor, con ojos desacostumbrados a la penumbra. Parecía que
estaba sentado sobre
una especie de planta.
—¡Todo bien! —gritó al cuadradito de luz del tamaño de un
sello, que era la
abertura de la trampilla—. ¡Fue un aterrizaje suave, puedes saltar!
Ron lo siguió de inmediato. Aterrizó al lado de Harry
—¿Qué es esta cosa? —fueron sus primeras palabras.
—No sé, alguna clase de planta. Supongo que está aquí para
detener la caída.
¡Vamos, Hermione!
La música lejana se detuvo. Se oyó un fuerte ladrido, pero Hermione
ya había
saltado. Cayó al otro lado de Harry.
—Debemos de estar a kilómetros debajo del colegio —dijo la niña.
—Me alegro de que esta planta esté aquí —dijo Ron.
—¿Te alegras? —gritó Hermione—. ¡Miraos!
Hermione saltó y chocó contra una pared húmeda. Tuvo que luchar
porque, en el
momento en que cayó, la planta comenzó a extenderse como una
serpiente para sujetarle
los tobillos. Harry y Ron, mientras tanto, ya tenían las piernas
totalmente cubiertas, sin
que se hubieran dado cuenta.
Hermione pudo liberarse antes de que la planta la atrapara. En aquel
momento
miraba horrorizada, mientras los chicos luchaban para quitarse la
planta de encima, pero
mientras más luchaban, la planta los envolvía con más rapidez.
—¡Dejad de moveros! —ordenó Hermione—. Sé lo que es esto.
¡Es Lazo del
Diablo!
—Oh, me alegro mucho de saber cómo se llama, es de gran ayuda
—gruñó Ron,
tratando de evitar que la planta trepara por su cuello.
—¡Calla, estoy tratando de recordar cómo matarla! —dijo
Hermione.
—¡Bueno, date prisa, no puedo respirar! —jadeó Harry, mientras
la planta le
oprimía el pecho.
—Lazo del Diablo, Lazo del Diablo... ¿Qué dijo el profesor
Sprout?... Le gusta la
oscuridad y la humedad...
—¡Entonces enciende un fuego! —dijo Harry.
—Sí... por supuesto... ¡pero no tengo madera! —gimió Hermione,
retorciéndose las
manos.
—¿TE HAS VUELTO LOCA? —preguntó Ron—. ¿ERES UNA BRUJA O NO?
—¡Oh, de acuerdo! —dijo Hermione. Agitó su varita, murmuró algo
y envió a la
planta unas llamas azules como las que había utilizado con Snape. En
segundos, los dos
muchachos sintieron que se aflojaban las ligaduras, mientras la planta
se retiraba a causa
de la luz y el calor. Retorciéndose y alejándose, se desprendió de
sus cuerpos y pudieron
moverse.
—Me alegro de que hayas aprendido bien Herbología, Hermione —dijo
Harry,
mientras se acercaba a la pared, secándose el sudor de la cara.
—Sí —dijo Ron—, y yo me alegro de que Harry no pierda la cabeza
en las crisis.
Porque eso de «no tengo madera»... francamente...
—Por aquí —dijo Harry, señalando un pasadizo de piedra que era
el único camino.
Lo único que podían oír, además de sus pasos, era el goteo del
agua en las paredes.
El pasadizo bajaba oblicuamente y Harry se acordó de Gringotts. Con
un desagradable
sobresalto, recordó a los dragones que decían que custodiaban las
cámaras, en el banco
de los magos. Si encontraban un dragón, un dragón más grande... Con
Norberto ya
habían tenido suficiente...
—¿Oyes algo? —susurró Ron.
Harry escuchó. Un leve tintineo y un crujido, que parecían proceder
de delante.
—¿Crees que será un fantasma?
—No lo sé... a mí me parecen alas.
Llegaron hasta el final del pasillo y vieron ante ellos una
habitación brillantemente
iluminada, con el techo curvándose sobre ellos. Estaba llena de
pajaritos brillantes que
volaban por toda la habitación. En el lado opuesto, había una pesada
puerta de madera.
—¿Crees que nos atacarán si cruzamos la habitación? —preguntó
Ron.
—Es probable —contestó Harry—. No parecen muy malos, pero
supongo que si se
tiran todos juntos... Bueno, no hay nada que hacer... voy a correr.
Respiró profundamente, se cubrió la cara con los brazos y cruzó
corriendo la
habitación. Esperaba sentir picos agudos y garras desgarrando su
cuerpo, pero no
sucedió nada. Alcanzó la puerta sin que lo tocaran. Movió la
manija, pero estaba cerrada
con llave.
Los otros dos lo imitaron. Tiraron y empujaron, pero la puerta no se
movía, ni
siquiera cuando Hermione probó con su hechizo de Alohomora.
—¿Y ahora qué hacemos? —preguntó Ron.
—Esos pájaros... no pueden estar sólo por decoración —dijo
Hermione.
Observaron los pájaros, que volaban sobre sus cabezas, brillando...
¿Brillando?
—¡No son pájaros! —dijo de pronto Harry—. ¡Son llaves! Llaves
aladas, mirad
bien. Entonces eso debe significar... —Miró alrededor de la
habitación, mientras los
otros observaban la bandada de llaves—. Sí... mirad ahí.
¡Escobas! ¡Tenemos que
conseguir la llave de la puerta!
—¡Pero hay cientos de llaves!
Ron examinó la cerradura de la puerta.
—Tenemos que buscar una llave grande, antigua, de plata,
probablemente, como la
manija.
Cada uno cogió una escoba y de una patada estuvieron en el aire,
remontándose
entre la nube de llaves. Trataban de atraparlas, pero las llaves
hechizadas se movían tan
rápidamente que era casi imposible sujetarlas.
Pero no por nada Harry era el más joven buscador del siglo. Tenía un
don especial
para detectar cosas que la otra gente no veía. Después de unos
minutos moviéndose
entre el remolino de plumas de todos los colores, detectó una gran
llave de plata, con un
ala torcida, como si ya la hubieran atrapado y la hubieran introducido
con brusquedad
en la cerradura.
—¡Es ésa! —gritó a los otros—. Esa grande... allí... no,
ahí... Con alas azul
brillante... las plumas están aplastadas por un lado.
Ron se lanzó a toda velocidad en aquella dirección, chocó contra el
techo y casi se
cae de la escoba.
—¡Tenemos que encerrarla! —gritó Harry, sin quitar los ojos de
la llave con el ala
estropeada—. Ron, ven desde arriba, Hermione, quédate abajo y no la
dejes descender.
Yo trataré de atraparla. Bien: ¡AHORA!
Ron se lanzó en picado, Hermione subió en vertical, la llave los
esquivó a ambos, y
Harry se lanzó tras ella. Iban a toda velocidad hacia la pared, Harry
se inclinó hacia
delante y, con un ruido desagradable, la aplastó contra la piedra con
una sola mano. Los
vivas de Ron y Hermione retumbaron por la habitación.
Aterrizaron rápidamente y Harry corrió a la puerta, con la llave
retorciéndose en su
mano. La metió en la cerradura y le dio la vuelta... Funcionaba. En
el momento en que
se abrió la cerradura, la llave salió volando otra vez, con aspecto
de derrotada, pues ya
la habían atrapado dos veces.
—¿Listos? —preguntó Harry a los otros dos, con la mano en la
manija de la puerta.
Asintieron. Abrió la puerta.
La habitación siguiente estaba tan oscura que no pudieron ver nada.
Pero cuando
estuvieron dentro la luz súbitamente inundó el lugar, para revelar
un espectáculo
asombroso.
Estaban en el borde de un enorme tablero de ajedrez, detrás de las
piezas negras,
que eran todas tan altas como ellos y construidas en lo que parecía
piedra. Frente a ellos,
al otro lado de la habitación, estaban las piezas blancas. Harry, Ron
y Hermione se
estremecieron: las piezas blancas no tenían rostros.
—¿Ahora qué hacemos? —susurró Harry
—Está claro, ¿no? —dijo Ron—. Tenemos que jugar para cruzar la
habitación.
Detrás de las piezas blancas pudieron ver otra puerta.
—¿Cómo? —dijo Hermione con nerviosismo.
—Creo —contestó Ron— que vamos a tener que ser piezas.
Se acercó a un caballero negro y levantó la mano para tocar el
caballo. De
inmediato, la piedra cobró vida. El caballo dio una patada en el
suelo y el caballero se
levantó la visera del casco, para mirar a Ron.
—¿Tenemos que... unirnos a ustedes para poder cruzar?
El caballero negro asintió con la cabeza. Ron se volvió a los otros
dos.
—Esto hay que pensarlo... —dijo—. Supongo que tenemos que ocupar
el lugar de
tres piezas negras.
Harry y Hermione esperaron en silencio, mientras Ron pensaba. Por fin
dijo:
—Bueno, no os ofendáis, pero ninguno de vosotros es muy bueno en
ajedrez...
—No nos ofendemos —dijo rápidamente Harry—. Simplemente dinos
qué
tenemos que hacer.
—Bueno, Harry, tú ocupa el lugar de ese alfil y tú, Hermione,
ponte en lugar de esa
torre, al lado de Harry.
—¿Y qué pasa contigo?
—Yo seré un caballo.
Las piezas parecieron haber escuchado porque, ante esas palabras, un
caballo, un
alfil y una torre dieron la espalda a las piezas blancas y salieron
del tablero, dejando
libres tres cuadrados que Harry, Ron y Hermione ocuparon.
—Las blancas siempre juegan primero en el ajedrez —dijo Ron,
mirando al otro
lado del tablero—. Sí... mirad.
Un peón blanco se movió hacia delante.
Ron comenzó a dirigir a las piezas negras. Se movían silenciosamente
cuando los
mandaba. A Harry le temblaban las rodillas. ¿Y si perdían?
—Harry... muévete en diagonal, cuatro casillas a la derecha.
La primera verdadera impresión llegó cuando el otro caballo fue
capturado. La
reina blanca lo golpeó contra el tablero y lo arrastró hacia fuera,
donde se quedó
inmóvil, bocabajo.
—Tuve que dejar que sucediera —dijo Ron, conmovido—. Te deja
libre para coger
ese alfil. Vamos, Hermione.
Cada vez que uno de sus hombres perdía, las piezas blancas no
mostraban
compasión. Muy pronto, hubo un grupo de piezas negras desplomadas a
lo largo de la
pared. Dos veces, Ron se dio cuenta justo a tiempo para salvar a Harry
y Hermione del
peligro. Él mismo jugó por todo el tablero, atrapando casi tantas
piezas blancas como
las negras que habían perdido.
—Ya casi estamos —murmuró de pronto—. Dejadme pensar... dejadme
pensar.
La reina blanca volvió su cara sin rostro hacia Ron.
—Sí... —murmuró Ron—. Es la única forma... tengo que dejar
que me cojan.
—¡NO! —gritaron Harry y Hermione.
—¡Esto es ajedrez! —dijo enfadado Ron—. ¡Hay que hacer algunos
sacrificios! Yo
daré un paso adelante y ella me cogerá... Eso te dejará libre para
hacer jaque mate al
rey, Harry.
—Pero...
—¿Quieres detener a Snape o no?
—Ron...
—¡Si no os dais prisa va a conseguir la Piedra!
No había nada que hacer.
—¿Listo? —preguntó Ron, con el rostro pálido pero decidido—.
Allá voy, y no os
quedéis una vez que hayáis ganado.
Se movió hacia delante y la reina blanca saltó. Golpeó a Ron con
fuerza en la
cabeza con su brazo de piedra y el chico se derrumbó en el suelo.
Hermione gritó, pero
se quedó en su casillero. La reina blanca arrastró a Ron a un lado.
Parecía desmayado.
Muy conmovido, Harry se movió tres casilleros a la izquierda. El rey
blanco se
quitó la corona y la arrojó a los pies de Harry. Habían ganado. Las
piezas saludaron y se
fueron, dejando libre la puerta. Con una última mirada de
desesperación hacia Ron,
Harry y Hermione corrieron hacia la salida y subieron por el siguiente
pasadizo.
—¿Y si él está...?
—Él estará bien —dijo Harry, tratando de convencerse a sí
mismo—. ¿Qué crees
que nos queda?
—Tuvimos a Sprout en el Lazo del Diablo, Flitwick debe de haber
hechizado las
llaves, y McGonagall transformó a las piezas de ajedrez. Eso nos deja
el hechizo de
Quirrell y el de Snape...
Habían llegado a otra puerta.
—¿Todo bien? —susurró Harry.
—Adelante.
Harry empujó y abrió.
Un tufo desagradable los invadió, haciendo que se taparan la nariz
con la túnica.
Con ojos que lagrimeaban debido al olor, vieron, aplastado en el suelo
frente a ellos, un
trol más grande que el que habían derribado, inconsciente y con un
bulto sangrante en la
cabeza.
—Me alegro de que no tengamos que pelear con éste —susurró
Harry, mientras
pasaban con cuidado sobre una de las enormes piernas—. Vamos, no
puedo respirar.
Abrió la próxima puerta, los dos casi sin atreverse a ver lo que
seguía... Pero no
había nada terrorífico allí, Sólo una mesa con siete botellas de
diferente tamaño puestas
en fila.
—Snape —dijo Harry—. ¿Qué tenemos que hacer?
Pasaron el umbral y de inmediato un fuego se encendió detrás de
ellos. No era un
fuego común, era púrpura. Al mismo tiempo, llamas negras se
encendieron delante.
Estaban atrapados.
—¡Mira! —Hermione cogió un rollo de papel, que estaba cerca de
las botellas.
Harry miró por encima de su hombro para leerlo:
El peligro yace ante ti, mientras la seguridad está detrás,
dos queremos ayudarte, cualquiera que encuentres,
una entre nosotras siete te dejará adelantarte,
otra llevará al que lo beba para atrás,
dos contienen sólo vino de ortiga,
tres son mortales, esperando escondidos en la fila.
Elige, a menos que quieras quedarte para siempre,
para ayudarte en tu elección, te damos cuatro claves:
Primera, por más astucia que tenga el veneno para ocultarse siempre
encontrarás alguno al lado izquierdo del vino de ortiga;
Segunda, son diferentes las que están en los extremos, pero si
quieres moverte
hacia delante, ninguna es tu amiga;
Tercera, como claramente ves, todas tenemos tamaños diferentes: Ni el
enano
ni el gigante guardan la muerte en su interior;
Cuarta, la segunda a la izquierda y la segunda a la derecha son
gemelas una
vez que las pruebes, aunque a primera vista sean diferentes.
Hermione dejó escapar un gran suspiro y Harry, sorprendido, vio que
sonreía, lo
último que había esperado que hiciera.
—Muy bueno —dijo Hermione—. Esto no es magia... es lógica... es
un acertijo.
Muchos de los más grandes magos no han tenido una gota de lógica y
se quedarían aquí
para siempre.
—Pero nosotros también, ¿no?
—Por supuesto que no —dijo Hermione—. Lo único que necesitamos
está en este
papel. Siete botellas: tres con veneno, dos con vino, una nos llevará
a salvo a través del
fuego negro y la otra hacia atrás, por el fuego púrpura.
—Pero ¿cómo sabremos cuál beber?
—Dame un minuto.
Hermione leyó el papel varias veces. Luego paseó de un lado al otro
de la fila de
botellas, murmurando y señalándolas. Al fin, se golpeó las manos.
—Lo tengo —dijo—. La más pequeña nos llevará por el fuego
negro, hacia la
Piedra.
Harry miró a la diminuta botella.
—Aquí hay sólo para uno de nosotros —dijo—. No hay más que un
trago.
Se miraron.
—¿Cuál nos hará volver por entre las llamas púrpura?
Hermione señaló una botella redonda del extremo derecho de la fila.
—Tú bebe de ésa —dijo Harry—. No: vuelve, busca a Ron y coge
las escobas del
cuarto de las llaves voladoras. Con ellas podréis salir por la
trampilla sin que os vea
Fluffy. Id directamente a la lechucería y enviad a Hedwig a
Dumbledore, lo
necesitamos. Puede ser que yo detenga un poco a Snape, pero la verdad
es que no puedo
igualarlo.
—Pero Harry... ¿y si Quien-tú-sabes está con él?
—Bueno, ya tuve suerte una vez, ¿no? —dijo Harry, señalando su
cicatriz—.
Puede ser que la tenga de nuevo.
Los labios de Hermione temblaron, y de pronto se lanzó sobre Harry y
lo abrazó.
—¡Hermione!
—Harry.. Eres un gran mago, ya lo sabes.
—No soy tan bueno como tú —contestó muy incómodo, mientras ella
lo soltaba.
—¡Yo! —exclamó Hermione—. ¡Libros! ¡Inteligencia! Hay cosas
mucho más
importantes, amistad y valentía y... ¡Oh, Harry, ten cuidado!
—Bebe primero —dijo Harry—. Estás segura de cuál es cuál,
¿no?
—Totalmente —dijo Hermione. Se tomó de un trago el contenido de
la botellita
redondeada y se estremeció.
—No es veneno, ¿verdad? —dijo Harry con voz anhelante.
—No... pero parece hielo.
—Rápido, vete, antes de que se termine el efecto.
—Buena suerte... ten cuidado...
—¡VETE!
Hermione giró en redondo y pasó directamente a través del fuego
púrpura.
Harry respiró profundamente y cogió la más pequeña de las
botellas. Se enfrentó a
las llamas negras.
—Allá voy —dijo, y se bebió el contenido de un trago.
Era realmente como si tragara hielo. Dejó la botella y fue hacia
delante. Se dio
ánimo al ver que las llamas negras lamían su cuerpo pero no lo
quemaban. Durante un
momento no pudo ver más que fuego oscuro. Luego se encontró al otro
lado, en la
última habitación.
Ya había alguien allí. Pero no era Snape. Y tampoco era Voldemort.
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El bosque prohibido - Las cosas no podían haber salido peor.
Filch los llevó al despacho de la profesora McGonagall, en el primer
piso, donde se
sentaron a esperar; sin decir una palabra. Hermione temblaba. Excusas,
disculpas y
locas historias cruzaban la mente de Harry, cada una más débil que
la otra. No podía
imaginar cómo se iban a librar del problema aquella vez. Estaban
atrapados. ¿Cómo
podían haber sido tan estúpidos para olvidar la capa? No había
razón en el mundo para
que la profesora McGonagall aceptara que habían estado vagando
durante la noche, para
no mencionar la torre más alta de Astronomía, que estaba prohibida,
salvo para las
clases. Si añadía a todo eso Norberto y la capa invisible, ya
podían empezar a hacer las
maletas.
¿Harry pensaba que las cosas no podían estar peor? Estaba
equivocado. Cuando la
profesora McGonagall apareció, llevaba a Neville.
—¡Harry! —estalló Neville en cuanto los vio—. Estaba tratando
de encontrarte
para prevenirte, oí que Malfoy decía que iba a atraparte, dijo que
tenías un drag...
Harry negó violentamente con la cabeza, para que Neville no hablara
más, pero la
profesora McGonagall lo vio. Lo miró como si echara fuego igual que
Norberto y se
irguió, amenazadora, sobre los tres.
—Nunca lo habría creído de ninguno de vosotros. El señor Filch
dice que estabais
en la torre de Astronomía. Es la una de la mañana. Quiero una
explicación.
Ésa fue la primera vez que Hermione no pudo contestar a una pregunta
de un
profesor. Miraba fijamente sus zapatillas, tan rígida como una
estatua.
—Creo que tengo idea de lo que sucedió —dijo la profesora
McGonagall—. No
hace falta ser un genio para descubrirlo. Te inventaste una historia
sobre un dragón para
que Draco Malfoy saliera de la cama y se metiera en líos. Te he
atrapado. Supongo que
te habrá parecido divertido que Longbottom oyera la historia y
también la creyera, ¿no?
Harry captó la mirada de Neville y trató de decirle, sin palabras,
que aquello no era
verdad, porque Neville parecía asombrado y herido. Pobre mete-patas
Neville, Harry
sabía lo que debía de haberle costado buscarlos en la oscuridad,
para prevenirlos.
—Estoy disgustada —dijo la profesora McGonagall—. Cuatro alumnos
fuera de la
cama en una noche. ¡Nunca he oído una cosa así! Tu, Hermione
Granger, pensé que
tenías más sentido común. Y tú, Harry Potter... Creía que
Gryffindor significaba más
para ti. Los tres sufriréis castigos... Sí, tú también,
Longbottom, nada te da derecho a
dar vueltas por el colegio durante la noche, en especial en estos
días: es muy peligroso y
se os descontarán cincuenta puntos de Gryffindor.
—¿Cincuenta? —resopló Harry. Iban a perder el primer puesto, lo
que había
ganado en el último partido de quidditch.
—Cincuenta puntos cada uno —dijo la profesora McGonagall,
resoplando a través
de su nariz puntiaguda.
—Profesora... por favor...
—Usted, usted no...
—No me digas lo que puedo o no puedo hacer; Harry Potter. Ahora,
volved a la
cama, todos. Nunca me he sentido tan avergonzada de alumnos de
Gryffindor.
Ciento cincuenta puntos perdidos. Eso situaba a Gryffindor en el
último lugar. En
una noche, habían acabado con cualquier posibilidad de que Gryffindor
ganara la copa
de la casa. Harry sentía como si le retorcieran el estómago. ¿Cómo
podrían arreglarlo?
Harry no durmió aquella noche. Podía oír el llanto de Neville, que
duró horas. No se le ocurría nada que decir para consolarlo. Sabía
que Neville, como él mismo, tenía
miedo de que amaneciera. ¿Qué sucedería cuando el resto de los de
Gryffindor
descubrieran lo que ellos habían hecho?
Al principio, los Gryffindors que pasaban por el gigantesco reloj de
arena, que
informaba de la puntuación de la casa, pensaron que había un error.
¿Cómo iban a tener;
súbitamente, ciento cincuenta puntos menos que el día anterior? Y
luego, se propagó la
historia. Harry Potter; el famoso Harry Potter, el héroe de dos
partidos de quidditch, les
había hecho perder todos esos puntos, él y otros dos estúpidos de
primer año.
De ser una de las personas más populares y admiradas del colegio,
Harry
súbitamente era el más detestado. Hasta los de Ravenclaw y
Hufflepuff le giraban la
cara, porque todos habían deseado ver a Slytherin perdiendo la copa.
Por dondequiera
que Harry pasara, lo señalaban con el dedo y no se molestaban en
bajar la voz para
insultarlo. Los de Slytherin, por su parte, lo aplaudían y lo
vitoreaban, diciendo:
«¡Gracias, Potter; te debemos una!».
Sólo Ron lo apoyaba.
—Se olvidarán en unas semanas. Fred y George han perdido puntos
muchas veces
desde que están aquí y la gente los sigue apreciando.
—Pero nunca perdieron ciento cincuenta puntos de una vez, ¿verdad?
—dijo Harry
tristemente.
—Bueno... no —admitió Ron.
Era un poco tarde para reparar los daños, pero Harry se juró que, de
ahí en
adelante, no se metería en cosas que no eran asunto suyo. Todo había
sido por andar
averiguando y espiando. Se sentía tan avergonzado que fue a ver a
Wood y le ofreció su
renuncia.
—¿Renunciar? —exclamó Wood—. ¿Qué ganaríamos con eso?
¿Cómo vamos a
recuperar puntos si no podemos jugar al quidditch?
Pero hasta el quidditch había perdido su atractivo. El resto del
equipo no le hablaba
durante el entrenamiento, y si tenían que hablar de él lo llamaban
«el buscador».
Hermione y Neville también sufrían. No pasaban tantos malos ratos
como Harry
porque no eran tan conocidos, pero nadie les hablaba. Hermione había
dejado de llamar
la atención en clase, y se quedaba con la cabeza baja, trabajando en
silencio.
Harry casi estaba contento de que se aproximaran los exámenes. Las
lecciones que
tenía que repasar alejaban sus desgracias de su mente. Él, Ron y
Hermione se quedaban
juntos, trabajando hasta altas horas de la noche, tratando de recordar
los ingredientes de
complicadas pociones, aprendiendo de memoria hechizos y encantamientos
y repitiendo
las fechas de descubrimientos mágicos y rebeliones de los gnomos.
Y entonces, una semana antes de que empezaran los exámenes, las
nuevas
resoluciones de Harry de no interferir en nada que no le concerniera
sufrieron una
prueba inesperada. Una tarde que salía solo de la biblioteca oyó que
alguien gemía en
un aula que estaba delante de él. Mientras se acercaba, oyó la voz
de Quirrell.
—No... no... otra vez no, por favor...
Parecía que alguien lo estaba amenazando. Harry se acerco.
—Muy bien... muy bien. —Oyó que Quirrell sollozaba.
Al segundo siguiente, Quirrell salió apresuradamente del aula,
enderezándose el
turbante. Estaba pálido y parecía a punto de llorar. Desapareció de
su vista y Harry
pensó que ni siquiera lo había visto. Esperó hasta que dejaron de
oírse los pasos de
Quirrell y entonces inspeccionó el aula. Parecía vacía, pero la
puerta del otro extremo
estaba entreabierta. Harry estaba a mitad de camino, cuando recordó
que se había
prometido no meterse en lo que no le correspondía.
Al mismo tiempo, habría apostado doce Piedras Filosofales a que Snape
acababa de
salir del aula y, por lo que Harry había escuchado, Snape debería
estar de mejor
humor... Quirrell parecía haberse rendido finalmente.
Harry regresó a la biblioteca, en donde Hermione estaba repasándole
Astronomía a
Ron. Harry les contó lo que había oído.
—¡Entonces Snape lo hizo! —dijo Ron—. Si Quirrell le dijo cómo
romper su
encantamiento anti-Fuerzas Oscuras...
—Pero todavía queda Fluffy—dijo Hermione.
—Tal vez Snape descubrió cómo pasar ante él sin preguntarle a
Hagrid —dijo Ron,
mirando a los miles de libros que los rodeaban—. Seguro que por
aquí hay un libro que
dice cómo burlar a un perro gigante de tres cabezas. ¿Qué vamos a
hacer, Harry?
La luz de la aventura brillaba otra vez en los ojos de Ron, pero
Hermione respondió
antes de que Harry lo hiciera.
—Ir a ver a Dumbledore. Eso es lo que debimos hacer hace tiempo. Si
se nos
ocurre algo a nosotros solos, con seguridad vamos a perder.
—¡Pero no tenemos pruebas! —exclamó Harry—. Quirrell está
demasiado
atemorizado para respaldarnos. Snape sólo tiene que decir que no
sabía cómo entró el
trol en Halloween y que él no estaba cerca del tercer piso en ese
momento. ¿A quién
pensáis que van a creer, a él o a nosotros? No es exactamente un
secreto que lo
detestamos. Dumbledore creerá que nos lo hemos inventado para hacer
que lo echen.
Filch no nos ayudaría aunque su vida dependiera de ello, es demasiado
amigo de Snape
y, mientras más alumnos pueda echar, mejor para él. Y no olvidéis
que se supone que
no sabemos nada sobre la Piedra o Fluffy. Serían muchas
explicaciones.
Hermione pareció convencida, pero Ron no.
—Si investigamos sólo un poco...
—No —dijo Harry en tono terminante—: ya hemos investigado
demasiado.
Acercó un mapa de Júpiter a su mesa y comenzó a aprender los
nombres de sus
lunas.
A la mañana siguiente, llegaron notas para Harry, Hermione y Neville,
en la mesa del
desayuno. Eran todas iguales.
Vuestro castigo tendrá lugar a las once de la noche.
El señor Filch os espera en el vestíbulo de entrada.
Prof M. McGonagall
En medio del furor que sentía por los puntos perdidos, Harry había
olvidado que
todavía les quedaban los castigos. De alguna manera esperaba que
Hermione se quejara
por tener que perder una noche de estudio, pero la muchacha no dijo
una palabra. Como
Harry, sentía que se merecían lo que les tocara.
A las once de aquella noche, se despidieron de Ron en la sala común y
bajaron al
vestíbulo de entrada con Neville. Filch ya estaba allí y también
Malfoy. Harry también
había olvidado que a Malfoy lo habían condenado a un castigo.
—Seguidme —dijo Filch, encendiendo un farol y conduciéndolos
hacia fuera—.
Seguro que os lo pensaréis dos veces antes de faltar a otra regla de
la escuela, ¿verdad?
—dijo, mirándolos con aire burlón—. Oh, sí... trabajo duro y
dolor son los mejores
maestros, si queréis mi opinión... es una lástima que hayan
abandonado los viejos
castigos... colgaros de las muñecas, del techo, unos pocos días. Yo
todavía tengo las
cadenas en mi oficina, las mantengo engrasadas por si alguna vez se
necesitan... Bien,
allá vamos, y no penséis en escapar, porque será peor para vosotros
si lo hacéis.
Marcharon cruzando el oscuro parque. Neville comenzó a respirar con
dificultad.
Harry se preguntó cuál sería el castigo que les esperaba. Debía de
ser algo
verdaderamente horrible, o Filch no estaría tan contento.
La luna brillaba, pero las nubes la tapaban, dejándolos en la
oscuridad. Delante,
Harry pudo ver las ventanas iluminadas de la cabaña de Hagrid.
Entonces oyeron un
grito lejano.
—¿Eres tú, Filch? Date prisa, quiero empezar de una vez.
El corazón de Harry se animó: si iban a estar con Hagrid, no podía
ser tan malo. Su
alivio debió aparecer en su cara, porque Filch dijo:
—Supongo que crees que vas a divertirte con ese papanatas, ¿no?
Bueno, piénsalo
mejor, muchacho... es al bosque adonde iréis y mucho me habré
equivocado si volvéis
todos enteros.
Al oír aquello, Neville dejó escapar un gemido y Malfoy se detuvo de
golpe.
—¿El bosque? —repitió, y no parecía tan indiferente como de
costumbre—. Hay
toda clase de cosas allí... dicen que hay hombres lobo.
Neville se aferró de la manga de la túnica de Harry y dejó escapar
un ruido
ahogado.
—Eso es problema vuestro, ¿no? —dijo Filch, con voz radiante—.
Tendríais que
haber pensado en los hombres lobo antes de meteros en líos.
Hagrid se acercó hacia ellos, con Fang pegado a los talones. Llevaba
una gran
ballesta y un carcaj con flechas en la espalda.
—Menos mal —dijo—. Estoy esperando hace media hora. ¿Todo bien,
Harry,
Hermione?
—Yo no sería tan amistoso con ellos, Hagrid —dijo con frialdad
Filch—. Después
de todo, están aquí por un castigo.
—Por eso llegáis tarde, ¿no? —dijo Hagrid, mirando con rostro
ceñudo a Filch—.
¿Has estado dándoles sermones? Eso no es lo que tienes que hacer. A
partir de ahora,
me hago cargo yo.
—Volveré al amanecer —dijo Filch— para recoger lo que quede de
ellos —añadió
con malignidad. Se dio la vuelta y se encaminó hacia el castillo,
agitando el farol en la
oscuridad.
Entonces Malfoy se volvió hacia Hagrid.
—No iré a ese bosque —dijo, y Harry tuvo el gusto de notar miedo
en su voz.
—Lo harás, si quieres quedarte en Hogwarts —dijo Hagrid con
severidad—.
Hicisteis algo mal y ahora lo vais a pagar.
—Pero eso es para los empleados, no para los alumnos. Yo pensé que
nos harían
escribir unas líneas, o algo así. Si mi padre supiera que hago esto,
él...
—Te dirá que es así como se hace en Hogwarts —gruñó Hagrid—.
¡Escribir unas
líneas! ¿Y a quién le serviría eso? Haréis algo que sea útil, o
si no os iréis. Si crees que
tu padre prefiere que te expulsen, entonces vuelve al castillo y coge
tus cosas. ¡Vete!
Malfoy no se movió. Miró con ira a Hagrid, pero luego bajó la
mirada.
—Bien, entonces —dijo Hagrid—. Escuchad con cuidado, porque lo
que vamos a
hacer esta noche es peligroso y no quiero que ninguno se arriesgue.
Seguidme por aquí,
un momento.
Los condujo hasta el límite del bosque. Levantando su farol, señaló
hacia un
estrecho sendero de tierra, que desaparecía entre los espesos
árboles negros. Una suave
brisa les levantó el cabello, mientras miraban en dirección al
bosque.
—Mirad allí —dijo Hagrid—. ¿Veis eso que brilla en la tierra?
¿Eso plateado? Es
sangre de unicornio. Hay por aquí un unicornio que ha sido malherido
por alguien. Es la
segunda vez en una semana. Encontré uno muerto el último miércoles.
Vamos a tratar
de encontrar a ese pobrecito herido. Tal vez tengamos que evitar que
siga sufriendo.
—¿Y qué sucede si el que hirió al unicornio nos encuentra a
nosotros primero? —
dijo Malfoy, incapaz de ocultar el miedo de su voz.
—No hay ningún ser en el bosque que os pueda herir si estáis
conmigo o con Fang
—dijo Hagrid—. Y seguid el sendero. Ahora vamos a dividirnos en
dos equipos y
seguiremos la huella en distintas direcciones. Hay sangre por todo el
lugar, debieron
herirlo ayer por la noche, por lo menos.
—Yo quiero ir con Fang —dijo rápidamente Malfoy, mirando los
largos colmillos
del perro.
—Muy bien, pero te informo de que es un cobarde —dijo Hagrid—.
Entonces yo,
Harry y Hermione iremos por un lado y Draco, Neville y Fang, por el
otro. Si alguno
encuentra al unicornio, debe enviar chispas verdes, ¿de acuerdo?
Sacad vuestras varitas
y practicad ahora... está bien... Y si alguno tiene problemas, las
chispas serán rojas y nos
reuniremos todos... así que tened cuidado... en marcha.
El bosque estaba oscuro y silencioso. Después de andar un poco,
vieron que el
sendero se bifurcaba. Harry, Hermione y Hagrid fueron hacia la
izquierda y Malfoy,
Neville y Fang se dirigieron a la derecha.
Anduvieron en silencio, con la vista clavada en el suelo. De vez en
cuando, un rayo
de luna a través de las ramas iluminaba una mancha de sangre azul
plateada entre las
hojas caídas.
Harry vio que Hagrid parecía muy preocupado.
—¿Podría ser un hombre lobo el que mata los unicornios?
—preguntó Harry
—No son bastante rápidos —dijo Hagrid—. No es tan fácil cazar
un unicornio, son
criaturas poderosamente mágicas. Nunca había oído que hubieran
hecho daño a
ninguno.
Pasaron por un tocón con musgo. Harry podía oír el agua que
corría: debía de haber
un arroyo cerca. Todavía había manchas de sangre de unicornio en el
serpenteante
sendero.
—¿Estás bien, Hermione? —susurró Hagrid—. No te preocupes, no
puede estar
muy lejos si está tan malherido, y entonces podremos... ¡PONEOS
DETRÁS DE ESE
ÁRBOL!
Hagrid cogió a Harry y Hermione y los arrastró fuera del sendero,
detrás de un
grueso roble. Sacó una flecha, la puso en su ballesta y la levantó,
lista para disparar. Los
tres escucharon. Alguien se deslizaba sobre las hojas secas. Parecía
como una capa que
se arrastrara por el suelo. Hagrid miraba hacia el sendero oscuro
pero, después de unos
pocos segundos, el sonido se alejó.
—Lo sabía —murmuró—. Aquí hay alguien que no debería estar.
—¿Un hombre lobo? —sugirió Harry.
—Eso no era un hombre lobo, ni tampoco un unicornio —dijo Hagrid
con gesto
sombrío—. Bien, seguidme, pero tened cuidado.
Anduvieron más lentamente, atentos a cualquier ruido. De pronto, en
un claro un
poco más adelante, algo se movió visiblemente.
—¿Quién está ahí? —gritó Hagrid—. ¡Déjese ver... estoy
armado!
Y apareció en el claro... ¿era un hombre o un caballo? De la cintura
para arriba, un
hombre, con pelo y barba rojizos, pero por debajo, el cuerpo de pelaje
zaino de un
caballo, con una cola larga y rojiza. Harry y Hermione se quedaron
boquiabiertos.
—Oh, eres tú, Ronan —dijo aliviado Hagrid—. ¿Cómo estás?
Se acercó y estrechó la mano del centauro.
—Que tengas buenas noches, Hagrid —dijo Ronan. Tenía una voz
profunda y
acongojada—. ¿Ibas a dispararme?
—Nunca se es demasiado cuidadoso —dijo Hagrid, tocando su
ballesta—. Hay
alguien muy malvado, perdido en este bosque. Ah, éste es Harry Potter
y ella es
Hermione Granger. Ambos son alumnos del colegio. Y él es Ronan. Es un
centauro.
—Nos hemos dado cuenta —dijo débilmente Hermione.
—Buenas noches —los saludó Ronan—. ¿Estudiantes, no? ¿Y
aprendéis mucho en
el colegio?
—Eh...
—Un poquito —dijo con timidez Hermione.
—Un poquito. Bueno, eso es algo. —Ronan suspiró. Torció la
cabeza y miró hacia
el cielo—. Esta noche, Marte está brillante.
—Ajá —dijo Hagrid, lanzándole una mirada—. Escucha, me alegro
de haberte
encontrado, Ronan, porque hay un unicornio herido. ¿Has visto algo?
Ronan no respondió de inmediato. Se quedó con la mirada clavada en
el cielo, sin
pestañear, y suspiró otra vez.
—Siempre los inocentes son las primeras víctimas —dijo—. Ha
sido así durante
los siglos pasados y lo es ahora.
—Sí —dijo Hagrid—. Pero ¿has visto algo, Ronan? ¿Algo
desacostumbrado?
—Marte brilla mucho esta noche —repitió Ronan, mientras Hagrid lo
miraba con
impaciencia—. Está inusualmente brillante.
—Sí, claro, pero yo me refería a algo inusual que esté un poco
más cerca de
nosotros —dijo Hagrid—. Entonces ¿no has visto nada extraño?
Otra vez, Ronan se tomó su tiempo para contestar. Hasta que,
finalmente, dijo:
—El bosque esconde muchos secretos.
Un movimiento en los árboles detrás de Ronan hizo que Hagrid
levantara de nuevo
su ballesta, pero era sólo un segundo centauro, de cabello y cuerpo
negro y con aspecto
más salvaje que Ronan.
—Hola, Bane —saludó Hagrid—. ¿Qué tal?
—Buenas noches, Hagrid, espero que estés bien.
—Sí, gracias. Mira, le estaba preguntando a Ronan si había visto
algo extraño
últimamente. Han herido a un unicornio. ¿Sabes algo sobre eso?
Bane se acercó a Ronan. Miró hacia el cielo.
—Esta noche Marte brilla mucho —dijo simplemente.
—Eso dicen —dijo Hagrid de malhumor—. Bueno, si alguno ve algo,
me avisáis,
¿de acuerdo? Bueno, nosotros nos vamos.
Harry y Hermione lo siguieron, saliendo del claro y mirando por encima
del
hombro a Ronan y Bane, hasta que los árboles los taparon.
—Nunca —dijo irritado Hagrid— tratéis de obtener una respuesta
directa de un
centauro. Son unos malditos astrólogos. No se interesan por nada más
cercano que la
luna.
—¿Y hay muchos de ellos aquí? —preguntó Hermione.
—Oh, unos pocos más... Se mantienen apartados la mayor parte del
tiempo, pero
siempre aparecen si quiero hablar con ellos. Los centauros tienen una
mente profunda...
saben cosas... pero no dicen mucho.
—¿Crees que era un centauro el que oímos antes? —dijo Harry.
—¿Te pareció que era ruido de cascos? No, en mi opinión, eso era
lo que está
matando a los unicornios... Nunca he oído algo así.
Pasaron a través de los árboles oscuros y tupidos. Harry seguía
mirando por encima
de su hombro, con nerviosismo. Tenía la desagradable sensación de
que los vigilaban.
Estaba muy contento de que Hagrid y su ballesta fueran con ellos.
Acababan de pasar
una curva en el sendero cuando Hermione se aferró al brazo de Hagrid.
—¡Hagrid! ¡Mira! ¡Chispas rojas, los otros tienen problemas!
—¡Vosotros esperad aquí! —gritó Hagrid—. ¡Quedaos en el
sendero, volveré a
buscaros!
Lo oyeron alejarse y se miraron uno al otro, muy asustados, hasta que
ya no oyeron
más que las hojas que se movían alrededor.
—¿Crees que les habrá pasado algo? —susurró Hermione.
—No me importará si le ha pasado algo a Malfoy, pero si le sucede
algo a
Neville... está aquí por nuestra culpa.
Los minutos pasaban lentamente. Les parecía que sus oídos eran más
agudos que
nunca. Harry detectaba cada ráfaga de viento, cada ramita que se
rompía. ¿Qué estaba
sucediendo? ¿Dónde estaban los otros?
Por fin, un ruido de pisadas crujientes les anunció el regreso de
Hagrid. Malfoy,
Neville y Fang estaban con él. Hagrid estaba furioso. Malfoy se
había escondido detrás
de Neville y, en broma, lo había cogido. Neville se aterró y envió
las chispas.
—Vamos a necesitar mucha suerte para encontrar algo, después del
alboroto que
habéis hecho. Bueno, ahora voy a cambiar los grupos... Neville, tú
te quedas conmigo y
Hermione. Harry, tú vas con Fang y este idiota. Lo siento —añadió
en un susurro
dirigiéndose a Harry— pero a él le va a costar mucho asustarte y
tenemos que terminar
con esto.
Así que Harry se internó en el corazón del bosque, con Malfoy y
Fang. Anduvieron
cerca de media hora, internándose cada vez más profundamente, hasta
que el sendero se
volvió casi imposible de seguir, porque los árboles eran muy
gruesos. Harry pensó que
la sangre también parecía más espesa.
Había manchas en las raíces de los árboles, como si la pobre
criatura se hubiera
arrastrado en su dolor. Harry pudo ver un claro, más adelante, a
través de las
enmarañadas ramas de un viejo roble.
—Mira... —murmuró, levantando un brazo para detener a Malfoy
Algo de un blanco brillante relucía en la tierra. Se acercaron más.
Sí, era el unicornio y estaba muerto. Harry nunca había visto nada
tan hermoso y
tan triste. Sus largas patas delgadas estaban dobladas en ángulos
extraños por su caída y
su melena color blanco perla se desparramaba sobre las hojas oscuras.
Harry había dado un paso hacia el unicornio, cuando un sonido de algo
que se
deslizaba lo hizo congelarse en donde estaba. Un arbusto que estaba en
el borde del
claro se agitó... Entonces, de entre las sombras, una figura
encapuchada se acercó
gateando, como una bestia al acecho. Harry, Malfoy y Fang
permanecieron paralizados.
La figura encapuchada llegó hasta el unicornio, bajó la cabeza sobre
la herida del
animal y comenzó a beber su sangre.
—¡AAAAAAAAAAAAAH!
Malfoy dejó escapar un terrible grito y huyó... lo mismo que Fang.
La figura
encapuchada levantó la cabeza y miró directamente a Harry. La sangre
del unicornio le
chorreaba por el pecho. Se puso de pie y se acercó rápidamente hacia
él... Harry estaba
paralizado de miedo.
Entonces, un dolor le perforó la cabeza, algo que nunca había
sentido, como si la
cicatriz estuviera incendiándose. Casi sin poder ver, retrocedió.
Oyó cascos galopando a
sus espaldas, y algo saltó limpiamente y atacó a la figura.
El dolor de cabeza era tan fuerte que Harry cayó de rodillas. Pasaron
unos minutos
antes de que se calmara. Cuando levantó la vista, la figura se había
ido. Un centauro
estaba ante él. No era ni Ronan ni Bane: éste parecía más joven,
tenía cabello rubio muy
claro, cuerpo pardo y cola blanca.
—¿Estás bien? —dijo el centauro, ayudándolo a ponerse de pie.
—Sí... gracias... ¿qué ha sido eso?
El centauro no contestó. Tenía ojos asombrosamente azules, como
pálidos zafiros.
Observó a Harry con cuidado, fijando la mirada en la cicatriz que se
veía amoratada en
la frente de Harry.
—Tú eres el chico Potter —dijo—. Es mejor que regreses con
Hagrid. El bosque
no es seguro en esta época en especial para ti. ¿Puedes cabalgar?
Así será más rápido...
Mi nombre es Firenze —añadió, mientras bajaba sus patas
delanteras, para que Harry
pudiera montar en su lomo.
Del otro lado del claro llegó un súbito ruido de cascos al galope.
Ronan y Bane
aparecieron velozmente entre los árboles, resoplando y con los
flancos sudados.
—¡Firenze! —rugió Bane—. ¿Qué estás haciendo? Tienes un
humano sobre el
lomo! ¿No te da vergüenza? ¿Es que eres una mula ordinaria?
—¿Te das cuenta de quién es? —dijo Firenze—. Es el chico
Potter. Mientras más
rápido se vaya del bosque, mejor.
—¿Qué le has estado diciendo? —gruñó Bane—. Recuerda,
Firenze, juramos no
oponernos a los cielos. ¿No has leído en el movimiento de los
planetas lo que sucederá?
Ronan dio una patada en el suelo con nerviosismo.
—Estoy seguro de que Firenze pensó que estaba obrando lo mejor
posible —dijo,
con voz sombría.
También Bane dio una patada, enfadado.
—¡Lo mejor posible! ¿Qué tiene eso que ver con nosotros? ¡Los
centauros
debemos ocuparnos de lo que está vaticinado! ¡No es asunto nuestro
el andar como
burros buscando humanos extraviados en nuestro bosque!
De pronto, Firenze levantó las patas con furia y Harry tuvo que
aferrarse para no
caer.
—¿No has visto ese unicornio? —preguntó Firenze a Bane—. ¿No
comprendes por
qué lo mataron? ¿O los planetas no te han dejado saber ese secreto?
Yo me lanzaré
contra el que está al acecho en este bosque, con humanos sobre mi
lomo si tengo que
hacerlo.
Y Firenze partió rápidamente, con Harry sujetándose lo mejor que
podía, y dejó
atrás a Ronan y Bane, que se internaron entre los árboles.
Harry no entendía lo sucedido.
—¿Por qué Bane está tan enfadado? —preguntó—. Y a
propósito, ¿qué era esa
cosa de la que me salvaste?
Firenze redujo el paso y previno a Harry que tuviera la cabeza
agachada, a causa de
las ramas, pero no contestó. Siguieron andando entre los árboles y
en silencio, durante
tanto tiempo que Harry creyó que Firenze no volvería a hablarle. Sin
embargo, cuando
llegaron a un lugar particularmente tupido, Firenze se detuvo.
—Harry Potter, ¿sabes para qué se utiliza la sangre de unicornio?
—No —dijo Harry, asombrado por la extraña pregunta—. En la
clase de Pociones
solamente utilizamos los cuernos y el pelo de la cola de unicornio.
—Eso es porque matar un unicornio es algo monstruoso —dijo
Firenze—. Sólo
alguien que no tenga nada que perder y todo para ganar puede cometer
semejante
crimen. La sangre de unicornio te mantiene con vida, incluso si estás
al borde de la
muerte, pero a un precio terrible. Si uno mata algo puro e indefenso
para salvarse a sí
mismo, conseguirá media vida, una vida maldita, desde el momento en
que la sangre
toque sus labios.
Harry clavó la mirada en la nuca de Firenze, que parecía de plata a
la luz de la luna.
—Pero ¿quién estaría tan desesperado? —se preguntó en voz
alta—. Si te van a
maldecir para siempre, la muerte es mejor, ¿no?
—Es así —dijo Firenze— a menos que lo único que necesites sea
mantenerte vivo
el tiempo suficiente para beber algo más, algo que te devuelva toda
tu fuerza y poder,
algo que haga que nunca mueras. ¿Harry Potter, sabes qué está
escondido en el colegio
en este preciso momento?
—¡La Piedra Filosofal! ¡Por supuesto... el Elixir de Vida! Pero no
entiendo quién...
—¿No puedes pensar en nadie que haya esperado muchos años para
regresar al
poder, que esté aferrado a la vida, esperando su oportunidad?
Fue como si un puño de hierro cayera súbitamente sobre la cabeza de
Harry. Por
encima del ruido del follaje, le pareció oír una vez más lo que
Hagrid le había dicho la
noche en que se conocieron: «Algunos dicen que murió. En mi
opinión, son tonterías.
No creo que le quede lo suficiente de humano como para morir».
—¿Quieres decir —dijo con voz ronca Harry— que era Vol...?
—¡Harry! Harry, ¿estás bien?
Hermione corría hacia ellos por el sendero, con Hagrid resoplando
detrás.
—Estoy bien —dijo Harry, casi sin saber lo que contestaba—. El
unicornio está
muerto, Hagrid, está en ese claro de atrás.
—Aquí es donde te dejo —murmuró Firenze, mientras Hagrid corría
a examinar al
unicornio—. Ya estás a salvo.
Harry se deslizó de su lomo.
—Buena suerte, Harry Potter —dijo Firenze—. Los planetas ya se
han leído antes
equivocadamente, hasta por centauros. Espero que ésta sea una de esas
veces.
Se volvió y se internó en lo más profundo del bosque, dejando a
Harry temblando.
Ron se había quedado dormido en la oscuridad de la sala común,
esperando a que
volvieran. Cuando Harry lo sacudió para despertarlo, gritó algo
sobre una falta en
quidditch. Sin embargo, en unos segundos estaba con los ojos muy
abiertos, mientras
Harry les contaba, a él y a Hermione, lo que había sucedido en el
bosque.
Harry no podía sentarse. Se paseaba de un lado al otro, ante la
chimenea. Todavía
temblaba.
—Snape quiere la piedra para Voldemort... y Voldemort está
esperando en el
bosque... ¡Y todo el tiempo pensábamos que Snape sólo quería ser
rico!
—¡Deja de decir el nombre! —dijo Ron, en un aterrorizado susurro,
como si
pensara que Voldemort pudiera oírlos.
Harry no lo escuchó.
—Firenze me salvó, pero no debía haberlo hecho... Bane estaba
furioso... Hablaba
de interferir en lo que los planetas dicen que sucederá... Deben
decir que Voldemort ha
vuelto... Bane piensa que Firenze debió dejar que Voldemort me
matara. Supongo que
eso también está escrito en las estrellas.
—¿Quieres dejar de repetir el nombre? —dijo Ron.
—Así que lo único que tengo que hacer es esperar que Snape robe la
Piedra
—continuó febrilmente Harry—.. Entonces Voldemort podrá venir y
terminar
conmigo... Bueno, supongo que Bane estará contento.
Hermione parecía muy asustada, pero tuvo una palabra de consuelo.
—Harry, todos dicen que Dumbledore es al único al que
Quien-tú-sabes siempre ha
temido. Con Dumbledore por aquí, Quien-tú-sabes no te tocará. De
todos modos, ¿quién
puede decir que los centauros tienen razón? A mí me parecen adivinos
y la profesora
McGonagall dice que ésa es una rama de la magia muy inexacta.
El cielo ya estaba claro cuando terminaron de hablar. Se fueron a la
cama agotados,
con las gargantas secas. Pero las sorpresas de aquella noche no
habían terminado.
Cuando Harry abrió la cama encontró su capa invisible,
cuidadosamente doblada.
Tenía sujeta una nota:
Por las dudas.
puntos 23 | votos: 23
Nadie golpea  -  más fuerte que la vida

puntos 3 | votos: 23
Norberto, el ridgeback noruego - Sin embargo, Quirrell debía de ser más valiente de lo que habían
pensado. En las
semanas que siguieron se fue poniendo cada vez más delgado y pálido,
pero no parecía
que su voluntad hubiera cedido.
Cada vez que pasaban por el pasillo del tercer piso, Harry, Ron y
Hermione
apoyaban las orejas contra la puerta, para ver si Fluffy estaba
gruñendo, allí dentro.
Snape seguía con su habitual mal carácter, lo que seguramente
significaba que la Piedra
estaba a salvo. Cada vez que Harry se cruzaba con Quirrell, le
dirigía una sonrisa para
darle ánimo, y Ron les decía a todos que no se rieran del tartamudeo
del profesor.
Hermione, sin embargo, tenía en su mente otras cosas, además de la
Piedra
Filosofal. Había comenzado a hacer horarios para repasar y a subrayar
con diferentes
colores sus apuntes. A Harry y Ron eso no les habría importado, pero
los fastidiaba todo
el tiempo para que hicieran lo mismo.
—Hermione, faltan siglos para los exámenes.
—Diez semanas —replicó Hermione—. Eso no son siglos, es un
segundo para
Nicolás Flamel.
—Pero nosotros no tenemos seiscientos años —le recordó Ron—.
De todos modos,
¿para qué repasas si ya te lo sabes todo?
—¿Que para qué estoy repasando? ¿Estás loco? ¿Te has dado
cuenta de que
tenemos que pasar estos exámenes para entrar en segundo año? Son muy
importantes,
tendría que haber empezado a estudiar hace un mes, no sé lo que me
pasó...
Pero desgraciadamente, los profesores parecían pensar lo mismo que
Hermione.
Les dieron tantos deberes que las vacaciones de Pascua no resultaron
tan divertidas
como las de Navidad. Era difícil relajarse con Hermione al lado,
recitando los doce usos
de la sangre de dragón o practicando movimientos con la varita.
Quejándose y
bostezando, Harry y Ron pasaban la mayor parte de su tiempo libre en
la biblioteca con
ella, tratando de hacer todo el trabajo suplementario.
—Nunca podré acordarme de esto —estalló Ron una tarde, arrojando
la pluma y
mirando por la ventana de la biblioteca con nostalgia. Era realmente
el primer día bueno
desde hacía meses. El cielo era claro, y las nomeolvides azules y el
aire anunciaban el
verano.
Harry, que estaba buscando «díctamo» en Mil hierbas mágicas y
hongos no levantó
la cabeza hasta que oyó que Ron decía:
—¡Hagrid! ¿Qué estás haciendo en la biblioteca?
Hagrid apareció con aire desmañado, escondiendo algo detrás de la
espalda.
Parecía muy fuera de lugar; con su abrigo de piel de topo.
—Estaba mirando —dijo con una voz evasiva que les llamó la
atención—. ¿Y
vosotros qué hacéis? —De pronto pareció sospechar algo—. No
estaréis buscando
todavía a Nicolás Flamel, ¿no?
—Oh, lo encontramos hace siglos —dijo Ron con aire
grandilocuente—. Y
también sabemos lo que custodia el perro, es la Piedra Fi...
—¡¡Shhh!! —Hagrid miró alrededor para ver si alguien los
escuchaba—. No
podéis ir por ahí diciéndolo a gritos. ¿Qué os pasa?
—En realidad, hay unas pocas cosas que queremos preguntarte —dijo
Harry—
sobre qué cosas más custodian la Piedra, además de Fluffy...
—¡SHHHH! —dijo Hagrid otra vez—. Mirad, venid a verme más
tarde, no os
prometo que os vaya a decir algo, pero no andéis por ahí hablando,
los alumnos no
deben saber nada. Van a pensar que yo os lo he contado...
—Te vemos más tarde, entonces —dijo Harry
Hagrid se escabulló.
—¿Qué escondía detrás de la espalda? —dijo Hermione con aire
pensativo.
—¿Creéis que tiene que ver con la Piedra?
—Voy a ver en qué sección estaba —dijo Ron, cansado de sus
trabajos. Regresó un
minuto más tarde, con muchos libros en los brazos. Los desparramó
sobre la mesa.
—¡Dragones! —susurró—. ¡Hagrid estaba buscando cosas sobre
dragones! Mirad
estos dos: Especies de dragones en Gran Bretaña e Irlanda y Del huevo
al infierno,
guía para guardianes de dragones...
—Hagrid siempre quiso tener un dragón, me lo dijo el día que lo
conocí —dijo
Harry
—Pero va contra nuestras leyes —dijo Ron—. Criar dragones fue
prohibido por la
Convención de Magos de 1709, todos lo saben. Era difícil que los
muggles no nos
detectaran si teníamos dragones en nuestros jardines. De todos modos,
no se puede
domesticar un dragón, es peligroso. Tendríais que ver las quemaduras
que Charlie se
hizo con esos dragones salvajes de Rumania.
—Pero no hay dragones salvajes en Inglaterra, ¿verdad? —preguntó
Harry
—Por supuesto que hay —respondió Ron—. Verdes en Gales y negros
en Escocia.
Al ministro de Magia le ha costado trabajo silenciar ese asunto, te lo
aseguro. Los
nuestros tienen que hacerles encantamientos a los muggles que los han
visto para que
los olviden.
—Entonces ¿en qué está metido Hagrid? —dijo Hermione.
Cuando llamaron a la puerta de la cabaña del guardabosques, una hora
más tarde, les
sorprendió ver todas las cortinas cerradas. Hagrid preguntó
«¿quién es?» antes de
dejarlos entrar, y luego cerró rápidamente la puerta tras ellos.
En el interior; el calor era sofocante. Pese a que era un día
cálido, en la chimenea
ardía un buen fuego. Hagrid les preparó el té y les ofreció
bocadillos de comadreja, que
ellos no aceptaron.
—Entonces ¿queríais preguntarme algo?
—Sí —dijo Harry No tenía sentido dar más vueltas—. Nos
preguntábamos si
podías decirnos si hay algo más que custodie a la Piedra Filosofal,
además de Fluffy.
Hagrid lo miró con aire adusto.
—Por supuesto que no puedo —dijo—. En primer lugar; no lo sé.
En segundo
lugar, vosotros ya sabéis demasiado, así que tampoco os lo diría si
lo supiera. Esa
Piedra está aquí por un buen motivo. Casi la roban de Gringotts...
Aunque eso ya lo
sabíais, ¿no? Me gustaría saber cómo averiguasteis lo de Fluffy.
—Oh, vamos, Hagrid, puedes no querer contarnos, pero debes saberlo,
tú sabes
todo lo que sucede por aquí —dijo Hermione, con voz afectuosa y
lisonjera. La barba de
Hagrid se agitó y vieron que sonreía. Hermione continuó—: Nos
preguntábamos en
quién más podía confiar Dumbledore lo suficiente para pedirle
ayuda, además de ti.
Con esas últimas palabras, el pecho de Hagrid se ensanchó. Harry y
Ron miraron a
Hermione con orgullo.
—Bueno, supongo que no tiene nada de malo deciros esto... Dejadme
ver... Yo le
presté a Fluffy... luego algunos de los profesores hicieron
encantamientos... el profesor
Sprout, el profesor Flitwick, la profesora McGonagall —contó con
los dedos—, el
profesor Quirrell y el mismo Dumbledore, por supuesto. Esperad, me he
olvidado de
alguien. Oh, claro, el profesor Snape.
—¿Snape?
—Ajá... No seguiréis con eso todavía, ¿no? Mirad, Snape ayudó a
proteger la
Piedra, no quiere robarla.
Harry sabía que Ron y Hermione estaban pensando lo mismo que él. Si
Snape
había formado parte de la protección de la Piedra, le resultaría
fácil descubrir cómo la
protegían los otros profesores. Es probable que supiera todos los
encantamientos, salvo
el de Quirrell, y cómo pasar ante Fluffy.
—Tu eres el único que sabe cómo pasar ante Fluffy, ¿no, Hagrid?
—preguntó
Harry con ansiedad—. Y no se lo dirás a nadie, ¿no es cierto? ¿Ni
siquiera a un
profesor?
—Ni un alma lo sabe, salvo Dumbledore y yo —dijo Hagrid con
orgullo.
—Bueno, eso es algo —murmuró Harry a los demás—. Hagrid,
¿podríamos abrir
una ventana? Me estoy asando.
—No puedo, Harry, lo siento —respondió Hagrid. Harry notó que
miraba de reojo
hacia el fuego. Harry también miró.
—Hagrid... ¿Qué es eso?
Pero ya sabía lo que era. En el centro de la chimenea, debajo de la
cazuela, había
un enorme huevo negro.
—Ah —dijo Hagrid, tirándose con nerviosismo de la barba—.
Eso... eh...
—¿Dónde lo has conseguido, Hagrid? —preguntó Ron, agachándose
ante la
chimenea para ver de cerca el huevo— Debe de haberte costado una
fortuna.
—Lo gané —explicó Hagrid—. La otra noche. Estaba en la aldea,
tomando unas
copas y me puse a jugar a las cartas con un desconocido. Creo que se
alegró mucho de
librarse de él, si he de ser sincero.
—Pero ¿qué vas a hacer cuando salga del cascarón? —preguntó
Hermione.
—Bueno, estuve leyendo un poco —dijo Hagrid, sacando un gran libro
de debajo
de su almohada—. Lo conseguí en la biblioteca: Crianza de dragones
para placer y
provecho. Está un poco anticuado, por supuesto, pero sale todo.
Mantener el huevo en el
fuego, porque las madres respiran fuego sobre ellos y, cuando salen
del cascarón,
alimentarlos con brandy mezclado con sangre de pollo, cada media hora.
Y mirad, dice
cómo reconocer los diferentes huevos. El que tengo es un ridgeback
noruego. Y son
muy raros.
Parecía muy satisfecho de sí mismo, pero Hermione no.
—Hagrid, tú vives en una casa de madera —dijo.
Pero Hagrid no la escuchaba. Canturreaba alegremente mientras
alimentaba el
fuego.
Así que ya tenían algo más de qué preocuparse: lo que podía
sucederle a Hagrid si
alguien descubría que ocultaba un dragón ilegal en su cabaña.
—Me pregunto cómo será tener una vida tranquila —suspiró Ron,
mientras noche
tras noche luchaban con todo el trabajo extra que les daban los
profesores. Hermione
había comenzado ya a hacer horarios de repaso para Harry y Ron. Los
estaba volviendo
locos.
Entonces, durante un desayuno, Hedwig entregó a Harry otra nota de
Hagrid. Sólo
decía: «Está a punto de salir».
Ron quería faltar a la clase de Herbología e ir directamente a la
cabaña. Hermione
no quería ni oír hablar de eso.
—Hermione, ¿cuántas veces en nuestra vida veremos a un dragón
saliendo de su
huevo?
—Tenemos clases, nos vamos a meter en líos y no vamos a poder hacer
nada
cuando alguien descubra lo que Hagrid está haciendo...
—¡Cállate! —susurró Harry
Malfoy estaba cerca de ellos y se había quedado inmóvil para
escucharlos. ¿Cuánto
había oído? A Harry no le gustó la expresión de su cara.
Ron y Hermione discutieron durante todo el camino hacia la clase de
Herbología y,
al final, Hermione aceptó ir a la cabaña de Hagrid con ellos durante
el recreo de la
mañana. Cuando al final de las clases sonó la campana del castillo,
los tres dejaron sus
trasplantadores y corrieron por el parque hasta el borde del bosque.
Hagrid los recibió,
excitado y radiante.
—Ya casi está fuera —dijo cuando entraron.
El huevo estaba sobre la mesa. Tenía grietas en la cáscara. Algo se
movía en el
interior y un curioso ruido salía de allí.
Todos acercaron las sillas a la mesa y esperaron, respirando con
agitación.
De pronto se oyó un ruido y el huevo se abrió. La cría de dragón
aleteó en la mesa.
No era exactamente bonito. Harry pensó que parecía un paraguas negro
arrugado. Sus
alas puntiagudas eran enormes, comparadas con su cuerpo flacucho.
Tenía un hocico
largo con anchas fosas nasales, las puntas de los cuernos ya le
salían y tenía los ojos
anaranjados y saltones.
Estornudó. Volaron unas chispas.
—¿No es precioso? —murmuró Hagrid. Alargó una mano para
acariciar la cabeza
del dragón. Este le dio un mordisco en los dedos, enseñando unos
colmillos
puntiagudos.
—¡Bendito sea! Mirad, conoce a su mamá —dijo Hagrid.
—Hagrid —dijo Hermione—. ¿Cuánto tardan en crecer los
ridgebacks noruegos?
Hagrid iba a contestarle, cuando de golpe su rostro palideció. Se
puso de pie de un
salto y corrió hacia la ventana.
—¿Qué sucede?
—Alguien estaba mirando por una rendija de la cortina... Era un
chico... Va
corriendo hacia el colegio.
Harry fue hasta la puerta y miró. Incluso a distancia, era
inconfundible:
Malfoy había visto el dragón.
· · ·
Algo en la sonrisa burlona de Malfoy durante la semana siguiente
ponía nerviosos a
Harry, Ron y Hermione. Pasaban la mayor parte de su tiempo libre en la
oscura cabaña
de Hagrid, tratando de hacerlo entrar en razón.
—Déjalo ir —lo instaba Harry—. Déjalo en libertad.
—No puedo —decía Hagrid—. Es demasiado pequeño. Se morirá.
Miraron el dragón. Había triplicado su tamaño en sólo una semana.
Ya le salía
humo de las narices. Hagrid no cumplía con sus deberes de
guardabosques porque el
dragón ocupaba todo su tiempo. Había botellas vacías de brandy y
plumas de pollo por
todo el suelo.
—He decidido llamarlo Norberto —dijo Hagrid, mirando al dragón
con ojos
húmedos—. Ya me reconoce, mirad. ¡Norberto! ¡Norberto! ¿Dónde
está mamá?
—Ha perdido el juicio —murmuró Ron a Harry.
—Hagrid —dijo Harry en voz muy alta—, espera dos semanas y
Norberto será tan
grande como tu casa. Malfoy se lo contará a Dumbledore en cualquier
momento.
Hagrid se mordió el labio.
—Yo... yo sé que no puedo quedarme con él para siempre, pero no
puedo echarlo,
no puedo.
Harry se volvió hacia Ron súbitamente.
—Charlie —dijo.
—Tu también estás mal de la cabeza —dijo Ron—. Yo soy Ron,
¿recuerdas?
—No... Charlie, tu hermano. En Rumania. Estudiando dragones. Podemos
enviarle
a Norberto. ¡Charlie lo cuidará y luego lo dejará vivir en
libertad!
—¡Genial! —dijo Ron—. ¿Qué piensas de eso, Hagrid?
Y al final, Hagrid aceptó que enviaran una lechuza para pedirle ayuda
a Charlie.
La semana siguiente pareció alargarse. La noche del miércoles
encontró a Harry y
Hermione sentados solos en la sala común, mucho después de que todos
se fueran a
acostar. El reloj de la pared acababa de dar doce campanadas cuando el
agujero de la
pared se abrió de golpe. Ron surgió de la nada, al quitarse la capa
invisible de Harry
Había estado en la cabaña de Hagrid, ayudándolo a alimentar a
Norberto, que ya comía
ratas muertas.
—¡Me ha mordido! —dijo, enseñándoles la mano envuelta en un
pañuelo
ensangrentado—. No podré escribir en una semana. Os aseguro que los
dragones son los
animales más horribles que conozco, pero para Hagrid es como si fuera
un osito de
peluche. Cuando me mordió, me hizo salir porque, según él, yo lo
había asustado. Y
cuando me fui le estaba cantando una canción de cuna.
Se oyó un golpe en la ventana oscura.
—¡Es Hedwig! —dijo Harry, corriendo para dejarla entrar—.
¡Debe de traer la
respuesta de Charlie!
Los tres juntaron las cabezas para leer la carta.
Querido Ron:
¿Cómo estás? Gracias por tu carta. Estaré encantado de quedarme
con
el ridgeback noruego, pero no será fácil traerlo aquí. Creo que lo
mejor será
hacerlo con unos amigos que vienen a visitarme la semana que viene. El
problema es que no deben verlos llevando un dragón ilegal.
¿Podríais llevar
al ridgeback noruego a la torre más alta, la medianoche del sábado?
Ellos se
encontrarán contigo allí y se lo llevarán mientras dure la
oscuridad.
Envíame la respuesta lo antes posible.
Besos,
Charlie
Se miraron.
——Tenemos la capa invisible —dijo Harry—. No será tan
difícil... creo que la
capa es suficientemente grande para cubrir a Norberto y a dos de
nosotros.
La prueba de lo mala que había sido aquella semana para ellos fue que
aceptaron de
inmediato. Cualquier cosa para liberarse de Norberto... y de Malfoy.
Se encontraron con un obstáculo. A la mañana siguiente, la mano
mordida de Ron
se había inflamado y tenía dos veces su tamaño normal. No sabía si
convenía ir a ver a
la señora Pomfrey ¿Reconocería una mordedura de dragón? Sin
embargo, por la tarde
no tuvo elección. La herida se había convertido en una horrible cosa
verde. Parecía que
los colmillos de Norberto tenían veneno.
Al finalizar el día, Harry y Hermione fueron corriendo hasta el ala
de la enfermería
para visitar a Ron y lo encontraron en un estado terrible.
—No es sólo mi mano —susurró— aunque parece que se me vaya a
caer a trozos.
Malfoy le dijo a la señora Pomfrey que quería pedirme prestado un
libro, y vino y se
estuvo riendo de mí. Me amenazó con decirle a ella quién me había
mordido (yo le
había dicho que era un perro, pero creo que no me creyó). No debí
pegarle en el partido
de quidditch. Por eso se está portando así.
Harry y Hermione trataron de calmarlo.
—Todo habrá terminado el sábado a medianoche —dijo Hermione,
pero eso no lo
tranquilizó. Al contrario, se sentó en la cama y comenzó a temblar.
—¡La medianoche del sábado! —dijo con voz ronca—. Oh, no, oh,
no... acabo de
acordarme... la carta de Charlie estaba en el libro que se llevó
Malfoy, se enterará de la
forma en que nos libraremos de Norberto.
Harry y Hermione no tuvieron tiempo de contestarle. Apareció la
señora Pomfrey y
los hizo salir; diciendo que Ron necesitaba dormir.
—Es muy tarde para cambiar los planes —dijo Harry a Hermione—.
No tenemos
tiempo de enviar a Charlie otra lechuza y ésta puede ser nuestra
única oportunidad de
librarnos de Norberto. Tendremos que arriesgarnos. Y tenemos la capa
invisible y
Malfoy no lo sabe.
Encontraron a Fang, el perro cazador de jabalíes, sentado afuera, con
la cola
vendada, cuando fueron a avisar a Hagrid. Éste les habló a través
de la ventana.
—No os hago entrar —jadeó— porque Norberto está un poco
molesto. No es nada
importante, ya me ocuparé de él.
Cuando le contaron lo que decía Charlie, se le llenaron los ojos de
lágrimas,
aunque tal vez fuera porque Norberto acababa de morderle la pierna.
—¡Aaay! Está bien, sólo me ha cogido la bota... está jugando...
después de todo es
sólo un cachorro.
El cachorro golpeó la pared con su cola, haciendo temblar las
ventanas. Harry y
Hermione regresaron al castillo con la sensación de que el sábado no
llegaría lo bastante
rápido.
Tendrían que haber sentido pena por Hagrid, cuando llegó el momento
de la despedida,
si no hubieran estado tan preocupados por lo que tenían que hacer.
Era una noche oscura
y llena de nubes y llegaron un poquito tarde a la cabaña de Hagrid,
porque tuvieron que
esperar a que Peeves saliera del vestíbulo, donde jugaba a tenis
contra las paredes.
Hagrid tenía a Norberto listo y encerrado en una gran jaula.
—Tiene muchas ratas y algo de brandy para el viaje —dijo Hagrid
con voz
amable—. Y le puse su osito de peluche por si se siente solo.
Del interior de la jaula les llegaron unos sonidos, que hicieron
pensar a Harry que
Norberto le estaba arrancando la cabeza al osito.
—¡Adiós, Norberto! —sollozó Hagrid, mientras Harry y Hermione
cubrían la jaula
con la capa invisible y se metían dentro ellos también—. ¡Mamá
nunca te olvidará!
Cómo se las arreglaron para llevar la jaula hasta la torre del
castillo fue algo que
nunca supieron. Era casi medianoche cuando trasladaron la jaula de
Norberto por las
escaleras de mármol del castillo y siguieron por pasillos oscuros.
Subieron una escalera,
luego otra... Ni siquiera uno de los atajos de Harry hizo el trabajo
más fácil.
—¡Ya casi llegamos! —resopló Harry, mientras alcanzaban el
pasillo que había
bajo la torre más alta.
Entonces, un súbito movimiento por encima de ellos casi les hizo
soltar la jaula.
Olvidando que eran invisibles, se encogieron en las sombras,
contemplando las siluetas
oscuras de dos personas que discutían a unos tres metros de ellos.
Una lámpara brilló.
La profesora McGonagall, con una bata de tejido escocés y una
redecilla en el pelo,
tenía sujeto a Malfoy por la oreja.
—¡Castigo! —gritaba—. ¡Y veinte puntos menos para Slytherin!
Vagando en
medio de la noche... ¿Cómo te atreves...?
—Usted no lo entiende, profesora, Harry Potter vendrá. ¡Y con un
dragón!
—¡Qué absurda tontería! ¿Cómo te atreves a decir esas mentiras?
Vamos, hablaré
de ti con el profesor Snape... ¡Vamos, Malfoy!
Después de aquello, la escalera de caracol hacia la torre más alta
les pareció lo más
fácil del mundo. Cuando salieron al frío aire de la noche, donde se
quitaron la capa,
felices de poder respirar bien, Hermione dio una especie de salto.
—¡Malfoy está castigado! ¡Podría ponerme a cantar!
—No lo hagas —la previno Harry.
Riéndose de Malfoy, esperaron, con Norberto moviéndose en su jaula.
Diez
minutos más tarde, cuatro escobas aterrizaron en la oscuridad.
Los amigos de Charlie eran muy simpáticos. Enseñaron a Harry y
Hermione los
arneses que habían preparado para poder suspender a Norberto entre
ellos. Todos
ayudaron a colocar a Norberto para que estuviera muy seguro, y luego
Harry y
Hermione estrecharon las manos de los amigos y les dieron las gracias.
Por fin. Norberto se iba... se iba... se había ido.
Bajaron rápidamente por la escalera de caracol, con los corazones tan
libres como
sus manos, que ya no llevaban la jaula con Norberto. Sin el dragón, y
con Malfoy
castigado, ¿qué podía estropear su felicidad?
La respuesta los esperaba al pie de la escalera. Cuando llegaron al
pasillo, el rostro
de Filch apareció súbitamente en la oscuridad.
—Bien, bien, bien —susurró Harry—. Tenemos problemas.
Habían dejado la capa invisible en la torre.
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Me fumaré las penas liadas  - en un papel lleno de sonrisas
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Así estaremos todos los usuarios - Si desaparece desmotivaciones.es
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Nicolás Flamel - Dumbledore había convencido a Harry de que no buscara otra vez el
espejo de Oesed, y
durante el resto de las vacaciones de Navidad la capa invisible
permaneció doblada en el
fondo de su baúl. Harry deseaba poder olvidar lo que había visto en
el espejo, pero no
pudo. Comenzó a tener pesadillas. Una y otra vez, soñaba que sus
padres desaparecían
en un rayo de luz verde, mientras una voz aguda se reía.
—¿Te das cuenta? Dumbledore tenía razón. Ese espejo te puede
volver loco —dijo
Ron, cuando Harry le contó sus sueños.
Hermione, que volvió el día anterior al comienzo de las clases,
consideró las cosas
de otra manera. Estaba dividida entre el horror de la idea de Harry
vagando por el
colegio tres noches seguidas («¡Si Filch te hubiera atrapado!») y
desilusionada porque
finalmente no hubieran descubierto quién era Nicolás Flamel.
Ya casi habían abandonado la esperanza de descubrir a Flamel en un
libro de la
biblioteca, aunque Harry estaba seguro de haber leído el nombre en
algún lado. Cuando
empezaron las clases, volvieron a buscar en los libros durante diez
minutos durante los
recreos. Harry tenía menos tiempo que ellos, porque los
entrenamientos de quidditch
habían comenzado también.
Wood los hacia trabajar más duramente que nunca. Ni siquiera la
lluvia constante
que había reemplazado a la nieve podía doblegar su ánimo. Los
Weasley se quejaban de
que Wood se había convertido en un fanático, pero Harry estaba de
acuerdo con Wood.
Si ganaban el próximo partido contra Hufflepuff, podrían alcanzar a
Slytherin en el
campeonato de las casas, por primera vez en siete años. Además de
que deseaba ganar;
Harry descubrió que tenía menos pesadillas cuando estaba cansado por
el ejercicio.
Entonces, durante un entrenamiento en un día especialmente húmedo y
lleno de
barro, Wood les dio una mala noticia. Se había enfadado mucho con los
Weasley, que se
tiraban en picado y fingían caerse de las escobas.
—¡Dejad de hacer tonterías! —gritó—. ¡Ésas son exactamente
las cosas que nos
harán perder el partido! ¡Esta vez el árbitro será Snape, y
buscará cualquier excusa para
quitar puntos a Gryffindor!
George Weasley, al oír esas palabras, casi se cayó de verdad de su
escoba.
—¿Snape va a ser el árbitro? —Escupió un puñado de barro—.
¿Cuándo ha sido
árbitro en un partido de quidditch? No será imparcial, si nosotros
podemos sobrepasar a
Slytherin.
El resto del equipo se acercó a George para quejarse.
—No es culpa mía —dijo Wood—. Lo que tenemos que hacer es estar
seguros de
jugar limpio, así no le daremos excusa a Snape para marcarnos faltas.
Todo aquello estaba muy bien, pensó Harry; pero él tenía otra
razón para no querer
estar cerca de Snape mientras jugaba a quidditch.
Los demás jugadores se quedaron, como siempre, para charlar entre
ellos al
finalizar el entrenamiento, pero Harry se dirigió directamente a la
sala común de
Gryffindor; donde encontró a Ron y Hermione jugando al ajedrez. El
ajedrez era la
única cosa a la que Hermione había perdido, algo que Harry y Ron
consideraban muy
beneficioso para ella.
—No me hables durante un momento —dijo Ron, cuando Harry se sentó
al lado—.
Necesito concen... —vio el rostro de Harry—. ¿Qué te sucede?
Tienes una cara terrible.
En tono bajo, para que nadie más los oyera, Harry les explicó el
súbito y siniestro
deseo de Snape de ser árbitro de quidditch.
—No juegues —dijo de inmediato Hermione.
—Diles que estás enfermo —añadió Ron.
—Finge que se te ha roto una pierna —sugirió Hermione.
—Rómpete una pierna de verdad —dijo Ron.
—No puedo —dijo Harry—. No hay un buscador suplente. Si no
juego, Gryffindor
tampoco puede jugar.
En aquel momento Neville cayó en la sala común. Nadie se explicó
cómo se las
había arreglado para pasar por el agujero del retrato, porque sus
piernas estaban pegadas
juntas, con lo que reconocieron de inmediato el Maleficio de las
Piernas Unidas. Había
tenido que ir saltando todo el camino hasta la torre Gryffindor.
Todos empezaron a reírse, salvo Hermione, que se puso de pie e hizo
el
contramaleficio. Las piernas de Neville se separaron y pudo ponerse de
pie, temblando.
—¿Qué ha sucedido? —preguntó Hermione, ayudándolo a sentarse
junto a Harry y
Ron.
—Malfoy —respondió Neville temblando—. Lo encontré fuera de la
biblioteca.
Dijo que estaba buscando a alguien para practicarlo.
—¡Ve a hablar con la profesora McGonagall! —lo instó
Hermione—. ¡Acúsalo!
Neville negó con la cabeza.
—No quiero tener más problemas —murmuró.
—¡Tienes que hacerle frente, Neville! —dijo Ron—. Está
acostumbrado a llevarse
a todo el mundo por delante, pero ésa no es una razón para echarse
al suelo a su paso y
hacerle las cosas más fáciles.
—No es necesario que me digas que no soy lo bastante valiente para
pertenecer a
Gryffindor; eso ya me lo dice Malfoy —dijo Neville, atragantándose.
Harry buscó en los bolsillos de su túnica y sacó una rana de
chocolate, la última de
la caja que Hermione le había regalado para Navidad. Se la dio a
Neville, que parecía
estar a punto de llorar.
—Tu vales por doce Malfoys —dijo Harry—. ¿Acaso no te eligió
para Gryffindor
el Sombrero Seleccionador? ¿Y dónde está Malfoy? En la apestosa
Slytherin.
Neville dejó escapar una débil sonrisa, mientras desenvolvía el
chocolate.
—Gracias, Harry.. Creo que me voy a la cama... ¿Quieres el cromo?
Tú los
coleccionas, ¿no?
Mientras Neville se alejaba, Harry miró el cromo de los Magos
Famosos.
—Dumbledore otra vez —dijo— Él fue el primero que...
Bufó. Miró fijamente la parte de atrás de la tarjeta. Luego
levantó la vista hacia
Ron y Hermione.
—¡Lo encontré! —susurró—. ¡Encontré a Flamel! Os dije que
había leído ese
nombre antes. Lo leí en el tren, viniendo hacia aquí. Escuchad lo
que dice: «El profesor
Dumbledore es particularmente famoso por derrotar al mago tenebroso
Grindelwald,
en 1945, por el descubrimiento de las doce aplicaciones de la sangre
de dragón ¡y por
su trabajo en alquimia con su compañero Nicolás Flamel!».
Hermione dio un salto. No estaba tan excitada desde que le dieron la
nota de su
primer trabajo.
—¡Esperad aquí! —dijo, y se lanzó por la escalera hacia el
dormitorio de las
chicas. Harry y Ron casi no tuvieron tiempo de intercambiar una mirada
de asombro y
ya estaba allí de nuevo, con un enorme libro entre los brazos.
—¡Nunca pensé en buscar aquí! —susurró excitada—. Lo saqué
de la biblioteca
hace semanas, para tener algo ligero para leer.
—¿Ligero? —dijo Ron, pero Hermione le dijo que esperara, que
tenía que buscar
algo y comenzó a dar la vuelta a las páginas, enloquecida,
murmurando para sí misma.
Al fin encontró lo que buscaba.
—¡Lo sabía! ¡Lo sabía!
—¿Podemos hablar ahora? —dijo Ron con malhumor. Hermione hizo
caso omiso
de él.
—Nicolás Flamel —susurró con tono teatral— es el único
descubridor conocido de
la Piedra Filosofal.
Aquello no tuvo el efecto que ella esperaba.
—¿La qué? —dijeron Harry y Ron.
—¡Oh, no lo entiendo! ¿No sabéis leer? Mirad, leed aquí. Empujó
el libro hacia
ellos, y Harry y Ron leyeron:
El antiguo estudio de la alquimia está relacionado con el
descubrimiento de la
Piedra Filosofal, una sustancia legendaria que tiene poderes
asombrosos. La
piedra puede transformar cualquier metal en oro puro. También produce
el
Elixir de la Vida, que hace inmortal al que lo bebe.
Se ha hablado mucho de la Piedra Filosofal a través de los siglos,
pero la
única Piedra que existe actualmente pertenece al señor Nicolás
Flamel, el
notable alquimista y amante de la ópera. El señor Flamel, que
cumplió
seiscientos sesenta y cinco años el año pasado, lleva una vida
tranquila en
Devon con su esposa Perenela (de seiscientos cincuenta y ocho años).
—¿Veis? —dijo Hermione, cuando Harry y Ron terminaron—. El
perro debe de
estar custodiando la Piedra Filosofal de Flamel. Seguro que le pidió
a Dumbledore que
se la guardase, porque son amigos y porque debe de saber que alguien
la busca. ¡Por eso
quiso que sacaran la Piedra de Gringotts!
—¡Una piedra que convierte en oro y hace que uno nunca muera!
—dijo Harry—.
¡No es raro que Snape la busque! Cualquiera la querría.
—Y no es raro que no pudiéramos encontrar a Flamel en ese Estudio
del reciente
desarrollo de la hechicería —dijo Ron—. Él no es exactamente
reciente si tiene
seiscientos sesenta y cinco años, ¿verdad?
A la mañana siguiente, en la clase de Defensa Contra las Artes
Oscuras, mientras
copiaban las diferentes formas de tratar las mordeduras de hombre
lobo, Harry y Ron
seguían discutiendo qué harían con la Piedra Filosofal si tuvieran
una. Hasta que Ron
dijo que él se compraría su propio equipo de quidditch y Harry
recordó el partido en que
tendría a Snape de árbitro.
—Jugaré —informó a Ron y Hermione—. Si no lo hago, todos los
Slytherins
pensarán que tengo miedo de enfrentarme con Snape. Les voy a
demostrar... les voy a
borrar la sonrisa de la cara si ganamos.
—Siempre y cuando no te borren a ti del terreno de juego —dijo
Hermione.
Sin embargo, a medida que se acercaba el día del partido, Harry se
ponía más nervioso,
pese a todo lo que le había dicho a sus amigos. El resto del equipo
tampoco estaba
demasiado tranquilo. La idea de alcanzar a Slytherin en el torneo de
la casa era
maravillosa, nadie lo había conseguido en siete años, pero
¿podrían hacerlo con aquel
árbitro tan parcial?
Harry no sabía si se lo imaginaba o no, pero veía a Snape por todas
partes. Por
momentos, hasta se preguntaba si Snape no lo estaría siguiendo para
atraparlo. Las
clases de Pociones se convirtieron en torturas semanales para Harry,
por la forma en que
lo trataba Snape. ¿Era posible que Snape supiera que ellos habían
averiguado lo de la
Piedra Filosofal? Harry no se imaginaba cómo podía saberlo... aunque
algunas veces
tenía la horrible sensación de que Snape podía leer los
pensamientos.
Harry supo, cuando le desearon suerte en la puerta de los vestuarios,
la tarde siguiente,
que Ron y Hermione se preguntaban si volverían a verlo con vida.
Aquello no era lo que
uno llamaría reconfortante. Harry casi no oyó las palabras de Wood,
mientras se ponía
la túnica de quidditch y cogía su Nimbus 2.000.
Ron y Hermione, entre tanto, encontraron un sitio en las gradas, cerca
de Neville,
que no podía entender por qué estaban tan preocupados, ni por qué
llevaban sus varitas
al partido. Lo que Harry no sabía era que Ron y Hermione habían
estado practicando en
secreto el Maleficio de las Piernas Unidas. Se les ocurrió la idea
cuando Malfoy lo
utilizó con Neville, y estaban listos para utilizarlo con Snape, si
daba alguna señal de
querer hacer daño a Harry
—No te olvides, es locomotor mortis —murmuró Hermione, mientras
Ron
deslizaba su varita en la manga de la túnica.
—Ya lo sé —respondió enfadado—. No me des la lata.
Mientras tanto, en el vestuario, Wood había llevado aparte a Harry
—No quiero presionarte, Potter; pero si alguna vez necesitamos que
se capture en
seguida la snitch, es ahora. Necesitamos terminar el partido antes de
que Snape pueda
favorecer demasiado a Hufflepuff.
—¡Todo el colegio está allí fuera! —dijo Fred Weasley, espiando
a través de la
puerta—. Hasta... ¡Vaya, Dumbledore ha venido al partido!
El corazón de Harry dio un brinco.
—¿Dumbledore? —dijo, corriendo hasta la puerta para asegurarse.
Fred tenía
razón. Aquella barba plateada era inconfundible.
Harry tenía ganas de reírse a carcajadas, del alivio que sentía.
Estaba a salvo. No
había forma de que Snape se animara a hacerle algo si Dumbledore
estaba mirando.
Tal vez por eso Snape parecía tan enfadado mientras los equipos
desfilaban por el
terreno de juego, algo que Ron también notó.
—Nunca vi a Snape con esa cara de malo —dijo a Hermione—. Mira,
ya salen.
¡Eh!
Alguien había golpeado a Ron en la parte de atrás de la cabeza. Era
Malfoy.
—Oh, perdón, Weasley, no te había visto.
Malfoy sonrió burlonamente a Crabbe y Goyle.
—Me pregunto cuánto tiempo durará Potter en su escoba esta vez.
¿Alguien quiere
apostar? ¿Qué me dices, Weasley?
Ron no le respondió: Snape acababa de pitar un penalti a favor de
Hufflepuff,
porque George Weasley le había tirado una bludger. Hermione, que
tenía los dedos
cruzados sobre la falda, observaba sin cesar a Harry, que circulaba
sobre el juego como
un halcón, buscando la snitch.
—¿Sabéis por qué creo que eligen a la gente para la casa de
Gryffindor? —dijo
Malfoy en voz alta unos minutos más tarde, mientras Snape daba otro
penalti a
Hufflepuff, sin ningún motivo—. Es gente a la que le tienen
lástima. Por ejemplo, está
Potter; que no tiene padres, luego los Weasley, que no tienen
dinero... Y tú,
Longbottom, que no tienes cerebro.
Neville se puso rojo y se volvió en su asiento para encararse con
Malfoy
—Yo valgo por doce como tú, Malfoy —tartamudeó.
Malfoy, Crabbe y Goyle estallaron en carcajadas, pero Ron, sin quitar
los ojos del
partido, intervino.
—Así se habla, Neville.
—Longbottom, si tu cerebro fuera de oro serías más pobre que
Weasley, y con eso
te digo todo.
La preocupación por Harry estaba a punto de acabar con los nervios de
Ron.
—Te prevengo, Malfoy... Una palabra más...
—¡Ron! —dijo de pronto Hermione—. ¡Harry...!
—¿Qué? ¿Dónde?
Harry había salido en un espectacular vuelo, que arrancó gritos de
asombro y vivas
entre los espectadores. Hermione se puso de pie, con los dedos
cruzados en la boca,
mientras Harry se lanzaba velozmente hacia el campo, como una bala.
—Tenéis suerte, Weasley, es evidente que Potter ha visto alguna
moneda en el
campo —dijo Malfoy
Ron estalló. Antes de que Malfoy supiera lo que estaba pasando, Ron
estaba
encima de él, tirándolo al suelo. Neville vaciló, pero luego se
encaramó al respaldo de
su silla para ayudar.
—¡Vamos, Harry! —gritaba Hermione, subiéndose al asiento para
ver bien a
Harry, sin darse cuenta de que Malfoy y Ron rodaban bajo su asiento y
sin oír los gritos
y golpes de Neville, Crabbe y Goyle.
En el aire, Snape puso en marcha su escoba justo a tiempo para ver
algo escarlata
que pasaba a su lado, y que no chocó con él por sólo unos
centímetros. Al momento
siguiente Harry subía con el brazo levantado en gesto de triunfo y la
mano apretando la
snitch.
Las tribunas bullían. Aquello era un récord, nadie recordaba que se
hubiera
atrapado tan rápido la snitch.
—¡Ron! ¡Ron! ¿Dónde estás? ¡El partido ha terminado! ¡Hemos
ganado!
¡Gryffindor es el primero! —Hermione bailaba en su asiento y se
abrazaba con Parvati
Patil, de la fila de delante.
Harry saltó de su escoba, a centímetros del suelo. No podía
creerlo. Lo había
conseguido... El partido había terminado y apenas había durado cinco
minutos. Mientras
los de Gryffindor se acercaban al terreno de juego, vio que Snape
aterrizaba cerca, con
el rostro blanco y los labios tirantes. Entonces Harry sintió una
mano en su hombro y, al
darse la vuelta, se encontró con el rostro sonriente de Dumbledore.
—Bien hecho —dijo Dumbledore en voz baja, para que sólo Harry lo
oyera—.
Muy bueno que no buscaras ese espejo... que te mantuvieras ocupado...
excelente...
Snape escupió con amargura en el suelo.
Un rato después, Harry salió del vestuario para dejar su Nimbus
2.000 en la escobera.
No recordaba haberse sentido tan contento. Había hecho algo de lo que
podía sentirse
orgulloso. Ya nadie podría decir que era sólo un nombre célebre. El
aire del anochecer
nunca había sido tan dulce. Anduvo por la hierba húmeda, reviviendo
la última hora en
su mente, en una feliz nebulosa: los Gryffindors corriendo para
llevarlo en andas, Ron y
Hermione en la distancia, saltando como locos, Ron vitoreando en medio
de una gran
hemorragia nasal...
Harry llegó a la cabaña. Se apoyó contra la puerta de madera y
miró hacia
Hogwarts, cuyas ventanas despedían un brillo rojizo en la puesta del
sol. Gryffindor a la
cabeza. Él lo había hecho, le había demostrado a Snape...
Y hablando de Snape.
Una figura encapuchada bajó sigilosamente los escalones delanteros
del castillo.
Era evidente que no quería ser visto dirigiéndose a toda prisa hacia
el bosque prohibido.
La victoria se apagó en la mente de Harry mientras observaba.
Reconoció a la figura
que se alejaba. Era Snape, escabulléndose en el bosque, mientras
todos estaban en la
cena... ¿Qué sucedía?
Harry saltó sobre su Nimbus 2.000 y se elevó. Deslizándose
silenciosamente sobre
el castillo, vio a Snape entrando en el bosque. Lo siguió.
Los árboles eran tan espesos que no podía ver adónde había ido
Snape. Voló en
círculos, cada vez más bajos, rozando las copas de los árboles,
hasta que oyó voces. Se
deslizó hacia allí y se detuvo sin ruido, sobre un haya.
Con cuidado se detuvo en una rama, sujetando su escoba y tratando de
ver a través
de las hojas.
Abajo, en un espacio despejado y sombrío, vio a Snape. Pero no estaba
solo.
Quirrell también estaba allí. Harry no podía verle la cara, pero
tartamudeaba como
nunca. Harry se esforzó por oír lo que decían.
—... n-no sé p-por qué querías ver-verme j-justo a-aquí, de
entre t-todos los llugares,
Severus...
—Oh, pensé que íbamos a mantener esto en privado —dijo Snape con
voz
gélida—. Después de todo, los alumnos no deben saber nada sobre la
Piedra Filosofal.
Harry se inclinó hacia delante. Quirrell tartamudeaba algo y Snape lo
interrumpió.
—¿Ya has averiguado cómo burlar a esa bestia de Hagrid?
—P-p-pero Severus, y-yo...
—Tú no querrás que yo sea tu enemigo, Quirrell —dijo Snape,
dando un paso
hacia él.
—Y-yo no s-sé qué...
—Tú sabes perfectamente bien lo que quiero decir.
Una lechuza dejó escapar un grito y Harry casi se cae del árbol. Se
enderezó a
tiempo para oír a Snape decir:
—... tu pequeña parte del abracadabra. Estoy esperando.
—P-pero y-yo no...
—Muy bien —lo interrumpió Snape—. Vamos a tener otra pequeña
charla muy
pronto, cuando hayas tenido tiempo de pensar y decidir dónde están
tus lealtades.
Se echó la capa sobre la cabeza y se alejó del claro. Ya estaba casi
oscuro, pero
Harry pudo ver a Quirrell inmóvil, como si estuviera petrificado.
—¿Harry, dónde estabas? —preguntó Hermione con voz aguda.
—¡Ganamos! ¡Ganamos! ¡Ganamos! —gritaba Ron al tiempo que daba
palmadas a
Harry en la espalda—. ¡Y yo le puse un ojo negro a Malfoy y Neville
trató de vencer a
Crabbe y Goyle él solo! Todavía está inconsciente, pero la señora
Pomfrey dice que se
pondrá bien. Todos te están esperando en la sala común, vamos a
celebrar una fiesta,
Fred y George robaron unos pasteles y otras cosas de la cocina...
—Ahora eso no importa —dijo Harry sin aliento—. Vamos a buscar
una habitación
vacía, ya veréis cuando oigáis esto...
Se aseguró de que Peeves no estuviera dentro antes de cerrar la
puerta, y entonces
les contó lo que había visto y oído.
—Así que teníamos razón, es la Piedra Filosofal y Snape trata de
obligar a Quirrell
a que lo ayude a conseguirla. Le preguntó si sabía cómo pasar ante
Fluffy y dijo algo
sobre el «abracadabra» de Quirrell... Eso significa que hay otras
cosas custodiando la
Piedra, además de Fluffy, probablemente cantidades de hechizos, y
Quirrell puede haber
hecho algunos encantamientos anti-Artes Oscuras que Snape necesita
romper...
—¿Quieres decir que la Piedra estará segura mientras Quirrell se
oponga a Snape?
—preguntó alarmada Hermione.
—En ese caso no durará mucho —dijo Ron.
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El espejo de Oesed - Se acercaba la Navidad. Una mañana de mediados de diciembre Hogwarts
se descubrió
cubierto por dos metros de nieve. El lago estaba sólidamente
congelado y los gemelos
Weasley fueron castigados por hechizar varias bolas de nieve para que
siguieran a
Quirrell y lo golpearan en la parte de atrás de su turbante. Las
pocas lechuzas que
habían podido llegar a través del cielo tormentoso para dejar el
correo tuvieron que
quedar al cuidado de Hagrid hasta recuperarse, antes de volar otra
vez.
Todos estaban impacientes de que empezaran las vacaciones. Mientras
que la sala
común de Gryffindor y el Gran Comedor tenían las chimeneas
encendidas, los pasillos,
llenos de corrientes de aire, se habían vuelto helados, y un viento
cruel golpeaba las
ventanas de las aulas. Lo peor de todo eran las clases del profesor
Snape, abajo en las
mazmorras, en donde la respiración subía como niebla y los hacía
mantenerse lo más
cerca posible de sus calderos calientes.
—Me da mucha lástima —dijo Draco Malfoy, en una de las clases de
Pociones—
toda esa gente que tendrá que quedarse a pasar la Navidad en
Hogwarts, porque no los
quieren en sus casas.
Mientras hablaba, miraba en dirección a Harry. Crabbe y Goyle
lanzaron risitas
burlonas. Harry, que estaba pesando polvo de espinas de pez león, no
les hizo caso.
Después del partido de quidditch, Malfoy se había vuelto más
desagradable que nunca.
Disgustado por la derrota de Slytherin, había tratado de hacer que
todos se rieran
diciendo que un sapo conuna gran boca podía reemplazar a Harry como
buscador. Pero
entonces se dio cuenta de que nadie lo encontraba gracioso, porque
estaban muy
impresionados por la forma en que Harry se había mantenido en su
escoba. Así que
Malfoy; celoso y enfadado, había vuelto a fastidiar a Harry por no
tener una familia
apropiada.
Era verdad que Harry no iría a Privet Drive para las fiestas. La
profesora
McGonagall había pasado la semana antes, haciendo una lista de los
alumnos que iban a
quedarse allí para Navidad, y Harry puso su nombre de inmediato. Y no
se sentía triste,
ya que probablemente ésa sería la mejor Navidad de su vida. Ron y
sus hermanos
también se quedaban, porque el señor y la señora Weasley se
marchaban a Rumania, a
visitar a Charles.
Cuando abandonaron los calabozos, al finalizar la clase de Pociones,
encontraron
un gran abeto que ocupaba el extremo del pasillo. Dos enormes pies
aparecían por
debajo del árbol y un gran resoplido les indicó que Hagrid estaba
detrás de él.
—Hola, Hagrid. ¿Necesitas ayuda? —preguntó Ron, metiendo la
cabeza entre las
ramas.
—No, va todo bien. Gracias, Ron.
—¿Te importaría quitarte de en medio? —La voz fría y gangosa de
Malfoy llegó
desde atrás—. ¿Estás tratando de ganar algún dinero extra,
Weasley? Supongo que
quieres ser guardabosques cuando salgas de Hogwarts... Esa choza de
Hagrid debe de
parecerte un palacio, comparada con la casa de tu familia.
Ron se lanzó contra Malfoy justo cuando aparecía Snape en lo alto de
las escaleras.
—¡WEASLEY!
Ron soltó el cuello de la túnica de Malfoy.
—Lo han provocado, profesor Snape —dijo Hagrid, sacando su gran
cabeza peluda
por encima del árbol—. Malfoy estaba insultando a su familia.
—Lo que sea, pero pelear está contra las reglas de Hogwarts, Hagrid
—dijo Snape
con voz amable—. Cinco puntos menos para Gryffindor; Weasley, y
agradece que no
sean más. Y ahora marchaos todos.
Malfoy, Crabbe y Goyle pasaron bruscamente, sonriendo con presunción.
—Voy a atraparlo —dijo Ron, sacando los dientes ante la espalda de
Malfoy—.
Uno de estos días lo atraparé...
—Los detesto a los dos —añadió Harry—. A Malfoy y a Snape.
—Vamos, arriba el ánimo, ya es casi Navidad —dijo Hagrid—. Os
voy a decir qué
haremos: venid conmigo al Gran Comedor; está precioso.
Así que los tres siguieron a Hagrid y su abeto hasta el Gran Comedor,
donde la
profesora McGonagall y el profesor Flitwick estaban ocupados en la
decoración.
El salón estaba espectacular. Guirnaldas de muérdago y acebo
colgaban de las
paredes, y no menos de doce árboles de Navidad estaban distribuidos
por el lugar,
algunos brillando con pequeños carámbanos, otros con cientos de
velas.
—¿Cuántos días os quedan para las vacaciones? —preguntó
Hagrid.
—Sólo uno —respondió Hermione—. Y eso me recuerda... Harry,
Ron, nos queda
media hora para el almuerzo, deberíamos ir a la biblioteca.
—Sí, claro, tienes razón —dijo Ron, obligándose a apartar la
vista del profesor
Flitwick, que sacaba burbujas doradas de su varita, para ponerlas en
las ramas del árbol
nuevo.
—¿La biblioteca? —preguntó Hagrid, acompañándolos hasta la
puerta—. ¿Justo
antes de las fiestas? Un poco triste, ¿no creéis?
—Oh, no es un trabajo —explicó alegremente Harry—. Desde que
mencionaste a
Nicolás Flamel, estamos tratando de averiguar quién es.
—¿Qué? —Hagrid parecía impresionado—. Escuchadme... Ya os lo
dije... No os
metáis. No tiene nada que ver con vosotros lo que custodia ese perro.
—Nosotros queremos saber quién es Nicolás Flamel, eso es todo
—dijo Hermione.
—Salvo que quieras ahorrarnos el trabajo —añadió Harry—. Ya
hemos buscado en
miles de libros y no hemos podido encontrar nada... Si nos das una
pista... Yo sé que leí
su nombre en algún lado.
—No voy a deciros nada —dijo Hagrid con firmeza.
—Entonces tendremos que descubrirlo nosotros —dijo Ron. Dejaron a
Hagrid
malhumorado y fueron rápidamente a la biblioteca.
Habían estado buscando el nombre de Flamel desde que a Hagrid se le
escapó,
porque ¿de qué otra manera podían averiguar lo que quería robar
Snape? El problema
era la dificultad de buscar; sin saber qué podía haber hecho Flamel
para figurar en un
libro. No estaba en Grandes magos del siglo XX, ni en Notables nombres
de la magia de
nuestro tiempo; tampoco figuraba en Importantes descubrimientos en la
magia moderna
ni en Un estudio del reciente desarrollo de la hechicería. Y además,
por supuesto,
estaba el tamaño de la biblioteca, miles y miles de libros, miles de
estantes, cientos de
estrechas filas...
Hermione sacó una lista de títulos y temas que había decidido
investigar; mientras
Ron se paseaba entre una fila de libros y los sacaba al azar. Harry se
acercó a la Sección
Prohibida. Se había preguntado si Flamel no estaría allí. Pero por
desgracia, hacía falta
un permiso especial, firmado por un profesor, para mirar alguno de los
libros de aquella
sección, y sabía que no iba a conseguirlo. Allí estaban los libros
con la poderosa Magia
del Lado Oscuro, que nunca se enseñaba en Hogwarts y que sólo leían
los alumnos
mayores, que estudiaban cursos avanzados de Defensa Contra las Artes
Oscuras.
—¿Qué estás buscando, muchacho?
—Nada —respondió Harry.
La señora Pince, la bibliotecaria, empuñó un plumero ante su cara.
—Entonces, mejor que te vayas. ¡Vamos, fuera!
Harry salió de la biblioteca, deseando haber sido más rápido en
inventarse algo. Él,
Ron y Hermione se habían puesto de acuerdo en que era mejor no
consultar a la señora
Pince sobre Flamel. Estaban seguros de que ella podría decírselo,
pero no podían
arriesgarse a que Snape se enterara de lo que estaban buscando.
Harry los esperó en el pasillo, para ver si los otros habían
encontrado algo, pero no
tenía muchas esperanzas. Después de todo, buscaban sólo desde
hacía quince días y en
los pocos momentos libres, así que no era raro que no encontraran
nada. Lo que
realmente necesitaban era una buena investigación, sin la señora
Pince pegada a sus
nucas.
Cinco minutos más tarde, Ron y Hermione aparecieron negando con la
cabeza. Se
marcharon a almorzar.
—Vais a seguir buscando cuando yo no esté, ¿verdad? —dijo
Hermione—. Si
encontráis algo, enviadme una lechuza.
—Y tú podrás preguntarle a tus padres si saben quién es Flamel
—dijo Ron—.
Preguntarle a ellos no tendrá riesgos.
—Ningún riesgo, ya que ambos son dentistas —respondió Hermione.
Cuando comenzaron las vacaciones, Ron y Harry tuvieron mucho tiempo
para pensar en
Flamel. Tenían el dormitorio para ellos y la sala común estaba mucho
más vacía que de
costumbre, así que podían elegir los mejores sillones frente al
fuego. Se quedaban
comiendo todo lo que podían pinchar en un tenedor de tostar (pan,
buñuelos,
melcochas) y planeaban formas de hacer que expulsaran a Malfoy, muy
divertidas, pero
imposibles de llevar a cabo.
Ron también comenzó a enseñar a Harry a jugar al ajedrez mágico.
Era igual que el
de los muggles, salvo que las piezas estaban vivas, lo que lo hacía
muy parecido a
dirigir un ejército en una batalla. El juego de Ron era muy antiguo y
estaba gastado.
Como todo lo que tenía, había pertenecido a alguien de su familia,
en este caso a su
abuelo. Sin embargo, las piezas de ajedrez viejas no eran una
desventaja. Ron las
conocía tan bien que nunca tenía problemas en hacerles hacer lo que
quería.
Harry jugó con el ajedrez que Seamus Finnigan le había prestado, y
las piezas no
confiaron en él. Él todavía no era muy buen jugador, y las piezas
le daban distintos
consejos y lo confundían, diciendo, por ejemplo: «No me envíes a
mí. ¿No ves el
caballo? Muévelo a él, podemos permitirnos perderlo».
En la víspera de Navidad, Harry se fue a la cama, deseoso de que
llegara el día
siguiente, pensando en toda la diversión y comida que lo aguardaban,
pero sin esperar
ningún regalo. Cuando al día siguiente se despertó temprano, lo
primero que vio fue
unos cuantos paquetes a los pies de su cama.
—¡Feliz Navidad! —lo saludó medio dormido Ron, mientras Harry
saltaba de la
cama y se ponía la bata.
—Para ti también —contestó Harry—. ¡Mira esto! ¡Me han
enviado regalos!
—¿Qué esperabas, nabos? —dijo Ron, volviéndose hacia sus
propios paquetes, que
eran más numerosos que los de Harry
Harry cogió el paquete que estaba más arriba. Estaba envuelto en
papel de embalar
y tenía escrito: «Para Harry de Hagrid». Contenía una flauta de
madera, toscamente
trabajada. Era evidente que Hagrid la había hecho. Harry sopló y la
flauta emitió un
sonido parecido al canto de la lechuza.
El segundo, muy pequeño, contenía una nota.
«Recibimos tu mensaje y te mandamos tu regalo de Navidad. De tío
Vernon y tía
Petunia.» Pegada a la nota estaba una moneda de cincuenta peniques.
—Qué detalle —comentó Harry.
Ron estaba fascinado con los cincuenta peniques.
—¡Qué raro! —dijo— ¡Qué forma! ¿Esto es dinero?
—Puedes quedarte con ella —dijo Harry, riendo ante el placer de
Ron—. Hagrid,
mis tíos... ¿Quién me ha enviado éste?
—Creo que sé de quién es ése —dijo Ron, algo rojo y señalando
un paquete
deforme—. Mi madre. Le dije que creías que nadie te regalaría nada
y.. oh, no
—gruñó—, te ha hecho un jersey Weasley.
Harry abrió el paquete y encontró un jersey tejido a mano, grueso y
color verde
esmeralda, y una gran caja de pastel de chocolate casero.
—Cada año nos teje un jersey —dijo Ron, desenvolviendo su
paquete— y el mío
siempre es rojo oscuro.
—Es muy amable de parte de tu madre —dijo Harry probando el
pastel, que era
delicioso.
El siguiente regalo también tenía golosinas, una gran caja de ranas
de chocolate, de
parte de Hermione.
Le quedaba el último. Harry lo cogió y notó que era muy ligero. Lo
desenvolvió.
Algo fluido y de color gris plateado se deslizó hacia el suelo y se
quedó brillando.
Ron bufó.
—Había oído hablar de esto —dijo con voz ronca, dejando caer la
caja de grageas
de todos los sabores, regalo de Hermione—. Si es lo que pienso, es
algo verdaderamente
raro y valioso.
—¿Qué es?
Harry cogió el género brillante y plateado. El tocarlo producía una
sensación
extraña, como si fuera agua convertida en tejido.
—Es una capa invisible —dijo Ron, con una expresión de temor
reverencial—.
Estoy seguro... Pruébatela.
Harry se puso la capa sobre los hombros y Ron lanzó un grito.
—¡Lo es! ¡Mira abajo!
Harry se miró los pies, pero ya no estaban. Se dirigió al espejo.
Efectivamente: su
reflejo lo miraba, pero sólo su cabeza suspendida en el aire, porque
su cuerpo era
totalmente invisible. Se puso la capa sobre la cabeza y su imagen
desapareció por
completo.
—¡Hay una nota! —dijo de pronto Ron—. ¡Ha caído una nota!
Harry se quitó la capa y cogió la nota. La caligrafía, fina y llena
de curvas, era
desconocida para él. Decía:
Tu padre dejó esto en mi poder antes de morir. Ya es tiempo de que te
sea
devuelto. Utilízalo bien.
Una muy Feliz Navidad para ti.
No tenía firma. Harry contempló la nota. Ron admiraba la capa.
—Yo daría cualquier cosa por tener una —dijo— Lo que sea.
¿Qué te sucede?
—Nada —dijo Harry Se sentía muy extraño. ¿Quién le había
enviado la capa?
¿Realmente había pertenecido a su padre?
Antes de que pudiera decir o pensar algo, la puerta del dormitorio se
abrió de golpe
y Fred y George Weasley entraron. Harry escondió rápidamente la
capa. No se sentía
con ganas de compartirla con nadie más.
—¡Feliz Navidad!
—¡Eh, mira! ¡A Harry también le han regalado un jersey Weasley!
Fred y George llevaban jerséis azules, uno con una gran letra F y el
otro con la G.
—El de Harry es mejor que el nuestro —dijo Fred cogiendo el jersey
de Harry—.
Es evidente que se esmera más cuando no es para la familia.
—¿Por qué no te has puesto el tuyo, Ron? —quiso saber George—.
Vamos,
pruébatelo, son bonitos y abrigan.
—Detesto el rojo oscuro —se quejó Ron, mientras se lo pasaba por
la cabeza.
—No tenéis la inicial en los vuestros —observó George—.
Supongo que ella
piensa que no os vais a olvidar de vuestros nombres. Pero nosotros no
somos
estúpidos... Sabemos muy bien que nos llamamos Gred y Feorge.
—¿Qué es todo ese ruido?
Percy Weasley asomó la cabeza a través de la puerta, con aire de
desaprobación.
Era evidente que había ido desenvolviendo sus regalos por el camino,
porque también
tenía un jersey bajo el brazo, que Fred vio.
—¡P de prefecto! Pruébatelo, Percy, vamos, todos nos lo hemos
puesto, hasta
Harry tiene uno.
—Yo... no... quiero —dijo Percy, con firmeza, mientras los gemelos
le metían el
jersey por la cabeza, tirándole las gafas al suelo.
—Y hoy no te sentarás con los prefectos —dijo George—. La
Navidad es para
pasarla en familia.
Cogieron a Percy y se lo llevaron de la habitación, con los brazos
sujetos por el
jersey.
Harry no había celebrado en su vida una comida de Navidad como
aquélla. Un centenar
de pavos asados, montañas de patatas cocidas y asadas, soperas llenas
de guisantes con
mantequilla, recipientes de plata con una grasa riquísima y salsa de
moras, y muchos
huevos sorpresa esparcidos por todas las mesas. Estos fantásticos
huevos no tenían nada
que ver con los flojos artículos de los muggles, que Dudley
habitualmente compraba, ni
con juguetitos de plástico ni gorritos de papel. Harry tiró uno al
suelo y no sólo hizo
¡pum!, sino que estalló como un cañonazo y los envolvió en una
nube azul, mientras del
interior salían una gorra de contraalmirante y varios ratones
blancos, vivos. En la Mesa
Alta, Dumbledore había reemplazado su sombrero cónico de mago por un
bonete
floreado, y se reía de un chiste del profesor Flitwick.
A los pavos les siguieron los pudines de Navidad, flameantes. Percy
casi se rompió
un diente al morder un sickle de plata que estaba en el trozo que le
tocó. Harry
observaba a Hagrid, que cada vez se ponía más rojo y bebía más
vino, hasta que
finalmente besó a la profesora McGonagall en la mejilla y, para
sorpresa de Harry, ella
se ruborizó y rió, con el sombrero medio torcido.
Cuando Harry finalmente se levantó de la mesa, estaba cargado de
cosas de las
sorpresas navideñas, y que incluían globos luminosos que no
estallaban, un juego de
Haga Crecer Sus Propias Verrugas y piezas nuevas de ajedrez. Los
ratones blancos
habían desaparecido, y Harry tuvo el horrible presentimiento de que
iban a terminar
siendo la cena de Navidad de la Señora Norris.
Harry y los Weasley pasaron una velada muy divertida, con una batalla
de bolas de
nieve en el parque. Más tarde, helados, húmedos y jadeantes,
regresaron a la sala común
de Gryffindor para sentarse al lado del fuego. Allí Harry estrenó su
nuevo ajedrez y
perdió espectacularmente con Ron. Pero sospechaba que no habría
perdido de aquella
manera si Percy no hubiera tratado de ayudarlo tanto.
Después de un té con bocadillos de pavo, buñuelos, bizcocho
borracho y pastel de
Navidad, todos se sintieron tan hartos y soñolientos que no podían
hacer otra cosa que
irse a la cama; no obstante, permanecieron sentados y observaron a
Percy, que perseguía
a Fred y George por toda la torre Gryffindor porque le habían robado
su insignia de
prefecto.
Fue el mejor día de Navidad de Harry. Sin embargo, algo daba vueltas
en un rincón
de su mente. En cuanto se metió en la cama, pudo pensar libremente en
ello: la capa
invisible y quién se la había enviado.
Ron, ahíto de pavo y pastel y sin ningún misterio que lo preocupara,
se quedó
dormido en cuanto corrió las cortinas de su cama. Harry se inclinó a
un lado de la cama
y sacó la capa.
De su padre... Aquello había sido de su padre. Dejó que el género
corriera por sus
manos, más suave que la seda, ligero como el aire. «Utilízalo
bien», decía la nota.
Tenía que probarla. Se deslizó fuera de la cama y se envolvió en la
capa. Miró
hacia abajo y vio sólo la luz de la luna y las sombras. Era una
sensación muy curiosa.
«Utilízalo bien.»
De pronto, Harry se sintió muy despierto. Con aquella capa, todo
Hogwarts estaba
abierto para él. Mientras estaba allí, en la oscuridad y el
silencio, la excitación se
apoderó de él. Podía ir a cualquier lado con ella, a cualquier
lado, y Filch nunca lo
sabría.
Ron gruñó entre sueños. ¿Debía despertarlo? Algo lo detuvo. La
capa de su padre...
Sintió que aquella vez (la primera vez) quería utilizarla solo.
Salió cautelosamente del dormitorio, bajó la escalera, cruzó la
sala común y pasó
por el agujero del retrato.
—¿Quién está ahí? —chilló la Dama Gorda. Harry no dijo nada.
Anduvo
rápidamente por el pasillo.
¿Adónde iría? De pronto se detuvo, con el corazón palpitante, y
pensó. Y entonces
lo supo. La Sección Prohibida de la biblioteca. Iba a poder leer todo
lo que quisiera,
para descubrir quién era Flamel. Se ajustó la capa y se dirigió
hacia allí.
La biblioteca estaba oscura y fantasmal. Harry encendió una lámpara
para ver la
fila de libros. La lámpara parecía flotar sola en el aire y hasta el
mismo Harry, que
sentía su brazo llevándola, tenía miedo.
La Sección Prohibida estaba justo en el fondo de la biblioteca.
Pasando con
cuidado sobre la soga que separaba aquellos libros de los demás,
Harry levantó la
lámpara para leer los títulos.
No le decían mucho. Las letras doradas formaban palabras en lenguajes
que Harry
no conocía. Algunos no tenían títulos. Un libro tenía una mancha
negra que parecía
sangre. A Harry se le erizaron los pelos de la nuca. Tal vez se lo
estaba imaginando, tal
vez no, pero le pareció que un murmullo salía de los libros, como si
supieran que había
alguien que no debía estar allí.
Tenía que empezar por algún lado. Dejó la lámpara con cuidado en
el suelo y miró
en una estantería buscando un libro de aspecto interesante. Le llamó
la atención un
volumen grande, negro y plateado. Lo sacó con dificultad, porque era
muy pesado y,
balanceándolo sobre sus rodillas, lo abrió.
Un grito desgarrador; espantoso, cortó el silencio... ¡El libro
gritaba! Harry lo cerró
de golpe, pero el aullido continuaba, en una nota aguda,
ininterrumpida. Retrocedió y
chocó con la lámpara, que se apagó de inmediato. Aterrado, oyó
pasos que se acercaban
por el pasillo, metió el volumen en el estante y salió corriendo.
Pasó al lado de Filch
casi en la puerta, y los ojos del celador; muy abiertos, miraron a
través de Harry. El
chico se agachó, pasó por debajo del brazo de Filch y siguió por el
pasillo, con los
aullidos del libro resonando en sus oídos.
Se detuvo de pronto frente a unas armaduras. Había estado tan ocupado
en escapar
de la biblioteca que no había prestado atención al camino. Tal vez
era porque estaba
oscuro, pero no reconoció el lugar donde estaba. Había armaduras
cerca de la cocina,
eso lo sabía, pero debía de estar cinco pisos más arriba.
—Usted me pidió que le avisara directamente, profesor, si alguien
andaba dando
vueltas durante la noche, y alguien estuvo en la biblioteca, en la
Sección Prohibida.
Harry sintió que se le iba la sangre de la cara. Filch debía de
conocer un atajo para
llegar a donde él estaba, porque el murmullo de su voz se acercaba
cada vez más y, para
su horror, el que le contestaba era Snape.
—¿La Sección Prohibida? Bueno, no pueden estar lejos, ya los
atraparemos.
Harry se quedó petrificado, mientras Filch y Snape se acercaban. No
podían verlo,
por supuesto, pero el pasillo era estrecho y, si se acercaban mucho,
iban a chocar contra
él. La capa no ocultaba su materialidad.
Retrocedió lo más silenciosamente que pudo. A la izquierda había
una puerta
entreabierta. Era su única esperanza. Se deslizó, conteniendo la
respiración y tratando
de no hacer ruido. Para su alivio, entró en la habitación sin que lo
notaran. Pasaron por
delante de él y Harry se apoyó contra la pared, respirando
profundamente, mientras
escuchaba los pasos que se alejaban. Habían estado cerca, muy cerca.
Transcurrieron
unos pocos segundos antes de que se fijara en la habitación que lo
había ocultado.
Parecía un aula en desuso. Las sombras de sillas y pupitres
amontonados contra las
paredes, una papelera invertida y apoyada contra la pared de
enfrente... Había algo que
parecía no pertenecer allí, como si lo hubieran dejado para quitarlo
de en medio.
Era un espejo magnífico, alto hasta el techo, con un marco dorado muy
trabajado,
apoyado en unos soportes que eran como garras. Tenía una inscripción
grabada en la
parte superior: Oesed lenoz aro cut edon isara cut se onotse.
Ya no oía ni a Filch ni a Snape, y Harry no tenía tanto miedo. Se
acercó al espejo,
deseando mirar para no encontrar su imagen reflejada. Se detuvo frente
a él.
Tuvo que llevarse las manos a la boca para no gritar. Giró en
redondo. El corazón
le latía más furiosamente que cuando el libro había gritado...
Porque no sólo se había
visto en el espejo, sino que había mucha gente detrás de él.
Pero la habitación estaba vacía. Respirando agitadamente, volvió a
mirar el espejo.
Allí estaba él, reflejado, blanco y con mirada de miedo y allí,
reflejados detrás de
él, había al menos otros diez. Harry miró por encima del hombro,
pero no había nadie
allí. ¿O también eran todos invisibles? ¿Estaba en una habitación
llena de gente
invisible y la trampa del espejo era que los reflejaba, invisibles o
no?
Miró otra vez al espejo. Una mujer, justo detrás de su reflejo, le
sonreía y agitaba la
mano. Harry levantó una mano y sintió el aire que pasaba. Si ella
estaba realmente allí,
debía de poder tocarla, sus reflejos estaban tan cerca... Pero sólo
sintió aire: ella y los
otros existían sólo en el espejo.
Era una mujer muy guapa. Tenía el cabello rojo oscuro y sus ojos...
«Sus ojos son
como los míos», pensó Harry, acercándose un poco más al espejo.
Verde brillante,
exactamente la misma forma, pero entonces notó que ella estaba
llorando, sonriendo y
llorando al mismo tiempo. El hombre alto, delgado y de pelo negro que
estaba al lado
de ella le pasó el brazo por los hombros. Llevaba gafas y el pelo muy
desordenado. Y se
le ponía tieso en la nuca, igual que a Harry.
Harry estaba tan cerca del espejo que su nariz casi tocaba su reflejo.
—¿Mamá? —susurró—. ¿Papá?
Entonces lo miraron, sonriendo. Y lentamente, Harry fue observando los
rostros de
las otras personas, y vio otro par de ojos verdes como los suyos,
otras narices como la
suya, incluso un hombre pequeño que parecía tener las mismas
rodillas nudosas de
Harry. Estaba mirando a su familia por primera vez en su vida.
Los Potter sonrieron y agitaron las manos, y Harry permaneció
mirándolos
anhelante, con las manos apretadas contra el espejo, como si esperara
poder pasar al
otro lado y alcanzarlos. En su interior sentía un poderoso dolor,
mitad alegría y mitad
tristeza terrible.
No supo cuánto tiempo estuvo allí. Los reflejos no se desvanecían y
Harry miraba y
miraba, hasta que un ruido lejano lo hizo volver a la realidad. No
podía quedarse allí,
tenía que encontrar el camino hacia el dormitorio. Apartó los ojos
de los de su madre y
susurró: «Volveré». Salió apresuradamente de la habitación.
—Podías haberme despertado —dijo malhumorado Ron.
—Puedes venir esta noche. Yo voy a volver; quiero enseñarte el
espejo.
—Me gustaría ver a tu madre y a tu padre —dijo Ron con interés.
—Y yo quiero ver a toda tu familia, todos los Weasley. Podrás
enseñarme a tus
otros hermanos y a todos.
—Puedes verlos cuando quieras —dijo Ron—. Ven a mi casa este
verano. De todos
modos, a lo mejor sólo muestra gente muerta. Pero qué lástima que
no encontraste a
Flamel. ¿No quieres tocino o alguna otra cosa? ¿Por qué no comes
nada?
Harry no podía comer. Había visto a sus padres y los vería otra vez
aquella noche.
Casi se había olvidado de Flamel. Ya no le parecía tan importante.
¿A quién le
importaba lo que custodiaba el perro de tres cabezas? ¿Y qué más
daba si Snape lo
robaba?
—¿Estás bien? —preguntó Ron—. Te veo raro.
Lo que Harry más temía era no poder encontrar la habitación del
espejo. Aquella noche,
con Ron también cubierto por la capa, tuvieron que andar con más
lentitud. Trataron de
repetir el camino de Harry desde la biblioteca, vagando por oscuros
pasillos durante casi
una hora.
—Estoy congelado —se quejó Ron—. Olvidemos esto y volvamos.
—¡No! —susurró Harry—. Sé que está por aquí.
Pasaron al lado del fantasma de una bruja alta, que se deslizaba en
dirección
opuesta, pero no vieron a nadie más.
Justo cuando Ron se quejaba de que tenía los pies helados, Harry
divisó la pareja
de armaduras.
—Es allí... justo allí... ¡sí!
Abrieron la puerta. Harry dejó caer la capa de sus hombros y corrió
al espejo.
Allí estaban. Su madre y su padre sonrieron felices al verlo.
—¿Ves? —murmuró Harry.
—No puedo ver nada.
—¡Mira! Míralos a todos... Son muchos...
—Sólo puedo verte a ti.
—Pero mira bien, vamos, ponte donde estoy yo.
Harry dio un paso a un lado, pero con Ron frente al espejo ya no
podía ver a su
familia, sólo a Ron con su pijama de colores.
Sin embargo, Ron parecía fascinado con su imagen.
—¡Mírame! —dijo.
—¿Puedes ver a toda tu familia contigo?
—No... estoy solo... pero soy diferente... mayor... ¡y soy
delegado!
—¿Cómo?
—Tengo... tengo un distintivo como el de Bill y estoy levantando la
copa de la casa
y la copa de quidditch... ¡Y también soy capitán de quidditch!
Ron apartó los ojos de aquella espléndida visión y miró excitado a
Harry.
—¿Crees que este espejo muestra el futuro?
—¿Cómo puede ser? Si toda mi familia está muerta... déjame mirar
de nuevo...
—Lo has tenido toda la noche, déjame un ratito más.
—Pero si estás sosteniendo la copa de quidditch, ¿qué tiene eso
de interesante?
Quiero ver a mis padres.
—No me empujes.
Un súbito ruido en el pasillo puso fin a la discusión. No se habían
dado cuenta de
que hablaban en voz alta.
—¡Rápido!
Ron tiró la capa sobre ellos justo cuando los luminosos ojos de la
Señora Norris
aparecieron en la puerta. Ron y Harry permanecieron inmóviles, los
dos pensando lo
mismo: ¿la capa funcionaba con los gatos? Después de lo que pareció
una eternidad, la
gata dio la vuelta y se marchó.
—No estamos seguros... Puede haber ido a buscar a Filch, seguro que
nos ha oído.
Vamos.
Y Ron empujó a Harry para que salieran de la habitación.
La nieve todavía no se había derretido a la mañana siguiente.
—¿Quieres jugar al ajedrez, Harry? —preguntó Ron.
—No.
—¿Por qué no vamos a visitar a Hagrid?
—No... ve tú...
—Sé en qué estás pensando, Harry, en ese espejo. No vuelvas esta
noche.
—¿Por qué no?
—No lo sé. Pero tengo un mal presentimiento y, de todos modos, ya
has tenido
muchos encuentros. Filch, Snape y la Señora Norris andan vigilando
por ahí ¿Qué
importa si no te ven? ¿Y si tropiezan contigo? ¿Y si chocas con
algo?
—Pareces Hermione.
—Te lo digo en serio, Harry, no vayas
Pero Harry sólo tenía un pensamiento en su mente, volver a mirar en
el espejo. Y
Ron no lo detendría.
La tercera noche encontró el camino más rápidamente que las veces
anteriores. Andaba
más rápido de lo que habría sido prudente, porque sabía que estaba
haciendo ruido, pero
no se encontró con nadie.
Y allí estaban su madre y su padre, sonriéndole otra vez, y uno de
sus abuelos lo
saludaba muy contento. Harry se dejó caer al suelo para sentarse
frente al espejo. Nadie
iba a impedir que pasara la noche con su familia. Nadie.
Excepto...
—Entonces de vuelta otra vez, ¿no, Harry?
Harry sintió como si se le helaran las entrañas. Miró para atrás.
Sentado en un
pupitre, contra la pared, estaba nada menos que Albus Dumbledore.
Harry debió de
haber pasado justo por su lado, y estaba tan desesperado por llegar
hasta el espejo que
no había notado su presencia.
—No... no lo había visto, señor.
—Es curioso lo miope que se puede volver uno al ser invisible
—dijo Dumbledore,
y Harry se sintió aliviado al ver que le sonreía—. Entonces
—continuó Dumbledore,
bajando del pupitre para sentarse en el suelo con Harry—, tú, como
cientos antes que tú,
has descubierto las delicias del espejo de Oesed.
—No sabía que se llamaba así, señor.
—Pero espero que te habrás dado cuenta de lo que hace, ¿no?
—Bueno... me mostró a mi familia y...
—Y a tu amigo Ron lo reflejó como capitán.
—¿Cómo lo sabe...?
—No necesito una capa para ser invisible —dijo amablemente
Dumbledore—. Y
ahora ¿puedes pensar qué es lo que nos muestra el espejo de Oesed a
todos nosotros?
Harry negó con la cabeza.
—Déjame explicarte. El hombre más feliz de la tierra puede
utilizar el espejo de
Oesed como un espejo normal, es decir, se mirará y se verá
exactamente como es. ¿Eso
te ayuda?
Harry pensó. Luego dijo lentamente:
—Nos muestra lo que queremos... lo que sea que queramos...
—Sí y no —dijo con calma Dumbledore—. Nos muestra ni más ni
menos que el
más profundo y desesperado deseo de nuestro corazón. Para ti, que
nunca conociste a tu
familia, verlos rodeándote. Ronald Weasley, que siempre ha sido
sobrepasado por sus
hermanos, se ve solo y el mejor de todos ellos. Sin embargo, este
espejo no nos dará
conocimiento o verdad. Hay hombres que se han consumido ante esto,
fascinados por lo
que han visto. O han enloquecido, al no saber si lo que muestra es
real o siquiera
posible.
Continuó:
—El espejo será llevado a una nueva casa mañana, Harry, y te pido
que no lo
busques otra vez. Y si alguna vez te cruzas con él, deberás estar
preparado. No es bueno
dejarse arrastrar por los sueños y olvidarse de vivir, recuérdalo.
Ahora ¿por que no te
pones de nuevo esa magnífica capa y te vas a la cama?
Harry se puso de pie.
—Señor... profesor Dumbledore... ¿Puedo preguntarle algo?
—Es evidente que ya lo has hecho —sonrió Dumbledore—. Sin
embargo, puedes
hacerme una pregunta más.
—¿Qué es lo que ve, cuando se mira en el espejo?
—¿Yo? Me veo sosteniendo un par de gruesos calcetines de lana.
Harry lo miró asombrado.
—Uno nunca tiene suficientes calcetines —explicó Dumbledore—.
Ha pasado otra
Navidad y no me han regalado ni un solo par. La gente sigue
insistiendo en regalarme
libros.
En cuanto Harry estuvo de nuevo en su cama, se le ocurrió pensar que
tal vez
Dumbledore no había sido sincero. Pero es que, pensó mientras sacaba
a Scabbers de su
almohada, había sido una pregunta muy personal.

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Quidditch - Cuando empezó el mes de noviembre, el tiempo se volvió muy frío.
Las montañas
cercanas al colegio adquirieron un tono gris de hielo y el lago
parecía de acero
congelado. Cada mañana, el parque aparecía cubierto de escarcha. Por
las ventanas de
arriba veían a Hagrid descongelando las escobas en el campo de
quidditch, enfundado
en un enorme abrigo de piel de topo, guantes de pelo de conejo y
enormes botas de piel
de castor.
Iba a comenzar la temporada de quidditch. Aquel sábado, Harry
jugaría su primer
partido, después de semanas de entrenamiento: Gryffindor contra
Slytherin. Si
Gryffindor ganaba, pasarían a ser segundos en el campeonato de las
casas.
Casi nadie había visto jugar a Harry, porque Wood había decidido que
sería su
arma secreta. Harry también debía mantenerlo en secreto. Pero la
noticia de que iba a
jugar como buscador se había filtrado, y Harry no sabía qué era
peor: que le dijeran que
lo haría muy bien o que sería un desastre.
Era realmente una suerte que Harry tuviera a Hermione como amiga. No
sabía
cómo habría terminado todos sus deberes sin la ayuda de ella, con
todo el entrenamiento
de quidditch que Wood le exigía. La niña también le había prestado
Quidditch a través
de los tiempos, que resultó ser un libro muy interesante.
Harry se enteró de que había setecientas formas de cometer una falta
y de que todas
se habían consignado durante los Mundiales de 1473; que los
buscadores eran
habitualmente los jugadores más pequeños y veloces, y que los
accidentes más graves
les sucedían a ellos; que, aunque la gente no moría jugando al
quidditch, se sabía de
árbitros que habían desaparecido, para reaparecer meses después en
el desierto del
Sahara.
Hermione se había vuelto un poco más flexible en lo que se refería
a quebrantar las
reglas, desde que Harry y Ron la salvaron del monstruo, y era mucho
más agradable. El
día anterior al primer partido de Harry los tres estaban fuera, en el
patio helado, durante
un recreo, y la muchacha había hecho aparecer un brillante fuego
azul, que podían llevar
con ellos, en un frasco de mermelada. Estaban de espaldas al fuego
para calentarse
cuando Snape cruzó el patio. De inmediato, Harry se dio cuenta de que
Snape cojeaba.
Los tres chicos se apiñaron para tapar el fuego, ya que no estaban
seguros de que
aquello estuviera permitido. Por desgracia, algo en sus rostros
culpables hizo detener a
Snape. Se dio la vuelta, arrastrando la pierna. No había visto el
fuego, pero parecía
buscar una razón para regañarlos.
—¿Qué tienes ahí, Potter?
Era el libro sobre quidditch. Harry se lo enseñó.
—Los libros de la biblioteca no pueden sacarse fuera del colegio
—dijo Snape—.
Dámelo. Cinco puntos menos para Gryffindor.
—Seguro que se ha inventado esa regla —murmuró Harry con furia,
mientras
Snape se alejaba cojeando—. Me pregunto qué le pasa en la pierna.
—No sé, pero espero que le duela mucho —dijo Ron con amargura.
En la sala común de Gryffindor había mucho ruido aquella noche.
Harry, Ron y
Hermione estaban sentados juntos, cerca de la ventana. Hermione estaba
repasando los
deberes de Harry y Ron sobre Encantamientos. Nunca los dejaba copiar
(«¿cómo vais a
aprender?»), pero si le pedían que revisara los trabajos les
explicaba las respuestas
correctas.
Harry se sentía inquieto. Quería recuperar su libro sobre quidditch,
para mantener
la mente ocupada y no estar nervioso por el partido del día
siguiente. ¿Por qué iba a
temer a Snape? Se puso de pie y dijo a Ron y Hermione que le
preguntaría a Snape si
podía devolverle el libro.
—Yo no lo haría —dijeron al mismo tiempo, pero Harry pensaba que
Snape no se
iba a negar, si había otros profesores presentes.
Bajó a la sala de profesores y llamó. No hubo respuesta. Llamó otra
vez. Nada.
¿Tal vez Snape había dejado el libro allí? Valía la pena
intentarlo. Empujó un poco
la puerta, miró antes de entrar... y sus ojos captaron una escena
horrible.
Snape y Filch estaban allí, solos. Snape tenía la túnica levantada
por encima de las
rodillas. Una de sus piernas estaba magullada y llena de sangre. Filch
le estaba
alcanzando unas vendas.
—Esa cosa maldita... —decía Snape—. ¿Cómo puede uno vigilar a
tres cabezas al
mismo tiempo?
Harry intentó cerrar la puerta sin hacer ruido, pero...
—¡POTTER!
El rostro de Snape estaba crispado de furia y dejó caer su túnica
rápidamente, para
ocultar la pierna herida. Harry tragó saliva.
—Me preguntaba si me podía devolver mi libro —dijo.
—¡FUERA! ¡FUERA DE AQUÍ!
Harry se fue, antes de que Snape pudiera quitarle puntos para
Gryffindor. Subió
corriendo la escalera.
—¿Lo has conseguido? —preguntó Ron, cuando se reunió con
ellos—. ¿Qué ha
pasado?
Entre susurros, Harry les contó lo que había visto.
—¿Sabéis lo que quiere decir? —terminó sin aliento—. ¡Que
trató de pasar por
donde estaba el perro de tres cabezas, en Halloween! Allí se dirigía
cuando lo vimos...
¡Iba a buscar lo que sea que tengan guardado allí! ¡Y apuesto mi
escoba a que fue él
quien dejó entrar al monstruo, para distraer la atención!
Hermione tenía los ojos muy abiertos.
—No, no puede ser —dijo—. Sé que no es muy bueno, pero no iba a
tratar de robar
algo que Dumbledore está custodiando.
—De verdad, Hermione, tú crees que todos los profesores son santos
o algo
parecido —dijo enfadado Ron—. Yo estoy con Harry. Creo que Snape
es capaz de
cualquier cosa. Pero ¿qué busca? ¿Qué es lo que guarda el perro?
Harry se fue a la cama con aquellas preguntas dando vueltas en su
cabeza. Neville
roncaba con fuerza, pero Harry no podía dormir. Trató de no pensar
en nada (necesitaba
dormir; debía hacerlo, tenía su primer partido de quidditch en pocas
horas) pero la
expresión de la cara de Snape cuando Harry vio su pierna era difícil
de olvidar.
La mañana siguiente amaneció muy brillante y fría. El Gran Comedor
estaba inundado
por el delicioso aroma de las salchichas fritas y las alegres charlas
de todos, que
esperaban un buen partido de quidditch.
—Tienes que comer algo para el desayuno.
—No quiero nada.
—Aunque sea un pedazo de tostada —suplicó Hermione.
—No tengo hambre.
Harry se sentía muy mal. En cualquier momento echaría a andar hacia
el terreno de
juego.
—Harry, necesitas fuerza —dijo Seamus Finnigan—. Los únicos que
el otro equipo
marca son los buscadores.
—Gracias, Seamus —respondió Harry, observando cómo llenaba de
salsa de
tomate sus salchichas.
A las once de la mañana, todo el colegio parecía estar reunido
alrededor del campo
de quidditch. Muchos alumnos tenían prismáticos. Los asientos
podían elevarse pero,
incluso así, a veces era difícil ver lo que estaba sucediendo.
Ron y Hermione se reunieron con Seamus y Dean en la grada más alta.
Para darle
una sorpresa a Harry, habían transformado en pancarta una de las
sábanas que Scabbers
había estropeado. Decía: «Potter; presidente», y Dean, que
dibujaba bien, había trazado
un gran león de Gryffindor. Luego Hermione había realizado un
pequeño hechizo y la
pintura brillaba, cambiando de color.
Mientras tanto, en los vestuarios, Harry y el resto del equipo se
estaban cambiando
para ponerse las túnicas color escarlata de quidditch (Slytherin
jugaba de verde).
Wood se aclaró la garganta para pedir silencio.
—Bueno, chicos —dijo.
—Y chicas —añadió la cazadora Angelina Johnson.
—Y chicas —dijo Wood—. Éste es...
—El grande —dijo Fred Weasley
—El que estábamos esperando —dijo George.
—Nos sabemos de memoria el discurso de Oliver —dijo Fred a
Harry—.
Estábamos en el equipo el año pasado.
—Callaos los dos —ordenó Wood—. Éste es el mejor equipo que
Gryffindor ha
tenido en muchos años. Y vamos a ganar.
Les lanzó una mirada que parecía decir: «Si no...».
—Bien. Ya es la hora. Buena suerte a todos.
Harry siguió a Fred y George fuera del vestuario y, esperando que las
rodillas no le
temblaran, pisó el terreno de juego entre vítores y aplausos.
La señora Hooch hacía de árbitro. Estaba en el centro del campo,
esperando a los
dos equipos, con su escoba en la mano.
—Bien, quiero un partido limpio y sin problemas, por parte de todos
—dijo cuando
estuvieron reunidos a su alrededor.
Harry notó que parecía dirigirse especialmente al capitán de
Slytherin, Marcus
Flint, un muchacho de quinto año. Le pareció que tenía un cierto
parentesco con el trol
gigante. Con el rabillo del ojo, vio el estandarte brillando sobre la
muchedumbre:
«Potter; presidente». Se le aceleró el corazón. Se sintió más
valiente.
—Montad en vuestras escobas, por favor.
Harry subió a su Nimbus 2.000.
La señora Hooch dio un largo pitido con su silbato de plata. Quince
escobas se
elevaron, alto, muy alto en el aire. Y estaban muy lejos.
—Y la quaffle es atrapada de inmediato por Angelina Johnson de
Gryffindor... Qué
excelente cazadora es esta joven y, a propósito, también es muy
guapa...
—¡JORDAN!
—Lo siento, profesora.
El amigo de los gemelos Weasley, Lee Jordan, era el comentarista del
partido,
vigilado muy de cerca por la profesora McGonagall.
—Y realmente golpea bien, un buen pase a Alicia Spinnet, el gran
descubrimiento
de Oliver Wood, ya que el año pasado estaba en reserva... Otra vez
Johnson y.. No,
Slytherin ha cogido la quaffle, el capitán de Slytherin, Marcus Flint
se apodera de la
quaffle y allá va... Flint vuela como un águila... está a punto
de... no, lo detiene una
excelente jugada del guardián Wood de Gryffindor y Gryffindor tiene
la quaffle... Aquí
está la cazadora Katie Bell de Gryffindor; buen vuelo rodeando a
Flint, vuelve a
elevarse del terreno de juego y.. ¡Aaayyyy!, eso ha tenido que
dolerle, un golpe de
bludger en la nuca... La quaffle en poder de Slytherin... Adrian Pucey
cogiendo
velocidad hacia los postes de gol, pero lo bloquea otra bludger,
enviada por Fred o
George Weasley, no sé cuál de los dos... bonita jugada del golpeador
de Gryffindor, y
Johnson otra vez en posesión de la quaffle, el campo libre y allá
va, realmente vuela,
evita una bludger, los postes de gol están ahí... vamos, ahora
Angelina... el guardián
Bletchley se lanza... no llega... ¡GOL DE GRYFFINDOR!
Los gritos de los de Gryffindor llenaron el aire frío, junto con los
silbidos y
quejidos de Slytherin.
—Venga, dejadme sitio.
—¡Hagrid!
Ron y Hermione se juntaron para dejarle espacio a Hagrid.
—Estaba mirando desde mi cabaña —dijo Hagrid, enseñando el largo
par de
binoculares que le colgaban del cuello—. Pero no es lo mismo que
estar con toda la
gente. Todavía no hay señales de la snitch, ¿no?
—No —dijo Ron—. Harry todavía no tiene mucho que hacer.
—Mantenerse fuera de los problemas ya es algo —dijo Hagrid,
cogiendo sus
binoculares y fijándolos en la manchita que era Harry.
Por encima de ellos, Harry volaba sobre el juego, esperando alguna
señal de la
snitch. Eso era parte del plan que tenían con Wood.
—Manténte apartado hasta que veas la snitch —le había dicho
Wood—. No
queremos que ataques antes de que tengas que hacerlo.
Cuando Angelina anotó un punto, Harry dio unas volteretas para
aflojar la tensión,
y volvió a vigilar la llegada de la snitch. En un momento vio un
resplandor dorado, pero
era el reflejo del reloj de uno de los gemelos Weasley; en otro, una
bludger decidió
perseguirlo, como si fuera una bala de cañón, pero Harry la esquivó
y Fred Weasley
salió a atraparla.
—¿Está todo bien, Harry? —tuvo tiempo de gritarle, mientras
lanzaba la bludger
con furia hacia Marcus Flint.
—Slytherin toma posesión —decía Lee Jordan—. El cazador Pucey
esquiva dos
bludgers, a los dos Weasley y al cazador Bell, y acelera... esperen un
momento... ¿No es
la snitch?
Un murmullo recorrió la multitud, mientras Adrian Pucey dejaba caer
la quaffle,
demasiado ocupado en mirar por encima del hombro el relámpago dorado,
que había
pasado al lado de su oreja izquierda.
Harry la vio. En un arrebato de excitación se lanzó hacia abajo,
detrás del destello
dorado. El buscador de Slytherin, Terence Higgs, también la había
visto. Nariz con
nariz, se lanzaron hacia la snitch... Todos los cazadores parecían
haber olvidado lo que
debían hacer y estaban suspendidos en el aire para mirar.
Harry era más veloz que Higgs. Podía ver la pequeña pelota,
agitando sus alas,
volando hacia delante. Aumentó su velocidad y..
¡PUM! Un rugido de furia resonó desde los Gryffindors de las
tribunas... Marcus
Flint había cerrado el paso de Harry, para desviarle la dirección de
la escoba, y éste se
aferraba para no caer.
—¡Falta! —gritaron los Gryffindors.
La señora Hooch le gritó enfadada a Flint, y luego ordenó tiro
libre para
Gryffindor; en el poste de gol. Pero con toda la confusión, la snitch
dorada, como era de
esperar, había vuelto a desaparecer.
Abajo en las tribunas, Dean Thomas gritaba.
—¡Eh, árbitro! ¡Tarjeta roja!
—Esto no es el fútbol, Dean —le recordó Ron—. No se puede
echar a los
jugadores en quidditch... ¿Y qué es una tarjeta roja?
Pero Hagrid estaba de parte de Dean.
—Deberían cambiar las reglas. Flint ha podido derribar a Harry en
el aire.
A Lee Jordan le costaba ser imparcial.
—Entonces... después de esta obvia y desagradable trampa...
—¡Jordan! —lo regañó la profesora McGonagall.
—Quiero decir, después de esta evidente y asquerosa falta...
—¡Jordan, no digas que no te aviso...!
—Muy bien, muy bien. Flint casi mata al buscador de Gryffindor, cosa
que le
podría suceder a cualquiera, estoy seguro, así que penalti para
Gryffindor; la coge
Spinnet, que tira, no sucede nada, y continúa el juego, Gryffindor
todavía en posesión
de la pelota.
Cuando Harry esquivó otra bludger, que pasó peligrosamente cerca de
su cabeza,
ocurrió. Su escoba dio una súbita y aterradora sacudida. Durante un
segundo pensó que
iba a caer. Se aferró con fuerza a la escoba con ambas manos y con
las rodillas. Nunca
había experimentado nada semejante.
Sucedió de nuevo. Era como si la escoba intentara derribarlo. Pero
las Nimbus
2.000 no decidían súbitamente tirar a sus jinetes. Harry trató de
dirigirse hacia los
postes de Gryffindor para decirle a Wood que pidiera una suspensión
del partido, y
entonces se dio cuenta de que su escoba estaba completamente fuera de
control. No
podía dar la vuelta. No podía dirigirla de ninguna manera. Iba en
zigzag por el aire y, de
vez en cuando, daba violentas sacudidas que casi lo hacían caer.
Lee seguía comentando el partido.
—Slytherin en posesión... Flint con la quaffle... la pasa a
Spinnet, que la pasa a
Bell... una bludger le da con fuerza en la cara, espero que le rompa
la nariz (era una
broma, profesora), Slytherin anota un tanto, oh, no...
Los de Slytherin vitoreaban. Nadie parecía haberse dado cuenta de la
conducta
extraña de la escoba de Harry Lo llevaba cada vez más alto, lejos
del juego,
sacudiéndose y retorciéndose.
—No sé qué está haciendo Harry —murmuró Hagrid. Miró con los
binoculares—.
Si no lo conociera bien, diría que ha perdido el control de su
escoba... pero no puede
ser...
De pronto, la gente comenzó a señalar hacia Harry por encima de las
gradas. Su
escoba había comenzado a dar vueltas y él apenas podía sujetarse.
Entonces la multitud
jadeó. La escoba de Harry dio un salto feroz y Harry quedó colgando,
sujeto sólo con
una mano.
—¿Le sucedió algo cuando Flint le cerró el paso? —susurró
Seamus.
—No puede ser —dijo Hagrid, con voz temblorosa—. Nada puede
interferir en una
escoba, excepto la poderosa magia tenebrosa... Ningún chico le puede
hacer eso a una
Nimbus 2.000.
Ante esas palabras, Hermione cogió los binoculares de Hagrid, pero en
lugar de
enfocar a Harry comenzó a buscar frenéticamente entre la multitud.
—¿Qué haces? —gimió Ron, con el rostro grisáceo.
—Lo sabía —resopló Hermione—. Snape... Mira.
Ron cogió los binoculares. Snape estaba en el centro de las tribunas
frente a ellos.
Tenía los ojos clavados en Harry y murmuraba algo sin detenerse.
—Está haciendo algo... Mal de ojo a la escoba —dijo Hermione.
—¿Qué podemos hacer?
—Déjamelo a mí.
Antes de que Ron pudiera decir nada más, Hermione había
desaparecido. Ron
volvió a enfocar a Harry. La escoba vibraba tanto que era casi
imposible que pudiera
seguir colgado durante mucho más tiempo. Todos miraban aterrorizados,
mientras los
Weasley volaban hacía él, tratando de poner a salvo a Harry en una
de las escobas. Pero
aquello fue peor: cada vez que se le acercaban, la escoba saltaba más
alto. Se dejaron
caer y comenzaron a volar en círculos, con el evidente propósito de
atraparlo si caía.
Marcus Flint cogió la quaffle y marcó cinco tantos sin que nadie lo
advirtiera.
—Vamos, Hermione —murmuraba desesperado Ron.
Hermione había cruzado las gradas hacia donde se encontraba Snape y
en aquel
momento corría por la fila de abajo. Ni se detuvo para disculparse
cuando atropelló al
profesor Quirrell y, cuando llegó donde estaba Snape, se agachó,
sacó su varita y
susurró unas pocas y bien elegidas palabras.
Unas llamas azules salieron de su varita y saltaron a la túnica de
Snape. El profesor
tardó unos treinta segundos en darse cuenta de que se incendiaba. Un
súbito aullido le
indicó a la chica que había hecho su trabajo. Atrajo el fuego, lo
guardó en un frasco
dentro de su bolsillo y se alejó gateando por la tribuna. Snape nunca
sabría lo que le
había sucedido.
Fue suficiente. Allí arriba, súbitamente, Harry pudo subir de nuevo
a su escoba.
—¡Neville, ya puedes mirar! —dijo Ron. Neville había estado
llorando dentro de la
chaqueta de Hagrid aquellos últimos cinco minutos.
Harry iba a toda velocidad hacia el terreno de juego cuando vieron que
se llevaba la
mano a la boca, como si fuera a marearse. Tosió y algo dorado cayó
en su mano.
—¡Tengo la snitch! —gritó, agitándola sobre su cabeza; el
partido terminó en una
confusión total.
—No es que la haya atrapado, es que casi se la traga —todavía
gritaba Flint veinte
minutos más tarde. Pero aquello no cambió nada. Harry no había
faltado a ninguna regla
y Lee Jordan seguía proclamando alegremente el resultado. Gryffindor
había ganado por
ciento setenta puntos a sesenta. Pero Harry no oía nada. Tomaba una
taza de té fuerte,
en la cabaña de Hagrid, con Ron y Hermione.
—Era Snape —explicaba Ron—. Hermione y yo lo vimos. Estaba
maldiciendo tu
escoba. Murmuraba y no te quitaba los ojos de encima.
—Tonterías —dijo Hagrid, que no había oído una palabra de lo
que había
sucedido—. ¿Por qué iba a hacer algo así Snape?
Harry, Ron y Hermione se miraron, preguntándose qué le iban a decir.
Harry
decidió contarle la verdad.
—Descubrimos algo sobre él —dijo a Hagrid—. Trató de pasar
ante ese perro de
tres cabezas, en Halloween. Y el perro lo mordió. Nosotros pensamos
que trataba de
robar lo que ese perro está guardando.
Hagrid dejó caer la tetera.
—¿Qué sabéis de Fluffy? —dijo.
—¿Fluffy?
—Ajá... Es mío... Se lo compré a un griego que conocí en el bar
el año pasado... y
se lo presté a Dumbledore para guardar...
—¿Sí? —dijo Harry con nerviosismo.
—Bueno, no me preguntéis más —dijo con rudeza Hagrid—. Es un
secreto.
—Pero Snape trató de robarlo.
—Tonterías —repitió Hagrid—. Snape es un profesor de Hogwarts,
nunca haría
algo así.
—Entonces ¿por qué trató de matar a Harry? —gritó Hermione.
Los acontecimientos de aquel día parecían haber cambiado su idea
sobre Snape.
—Yo conozco un maleficio cuando lo veo, Hagrid. Lo he leído todo
sobre ellos.
¡Hay que mantener la vista fija y Snape ni pestañeaba, yo lo vi!
—Os digo que estáis equivocados —dijo ofuscado Hagrid—. No sé
por qué la
escoba de Harry reaccionó de esa manera. .. ¡Pero Snape no iba a
tratar de matar a un
alumno! Ahora, escuchadme los tres, os estáis metiendo en cosas que
no os conciernen
y eso es peligroso. Olvidaos de ese perro y olvidad lo que está
vigilando. En eso sólo
tienen un papel el profesor Dumbledore y Nicolás Flamel...
—¡Ah! —dijo Harry—. Entonces hay alguien llamado Nicolás
Flamel que está
involucrado en esto, ¿no?
Hagrid pareció enfurecerse consigo mismo.
puntos 14 | votos: 20
Bueno - Llevo bastante tiempo sin pasarme por el perfil de casi nadie
ya me he visto el perfil de RickyelPortu, rara rammstein, jonnyrama,
plastica, NereaGOTHIC, SaleM, Ratainmunda, Carmenxu98 y nalovi14
-
Pero me queda mucha gente, no me he olvidado de ninguno
de vosotros ;)
puntos 18 | votos: 18
Esas personas - que no debieron cambiar
puntos 31 | votos: 31
Desmotiva - que todos digan es una anorexica, drogadicta, alcohólica, etc..
si ella fue todo eso pero para mi es una luchadora que llego a un
punto en el que no soporto la fama y se dio cuenta de que iba por un
camino equivocado no soy su fan, pero desde ahora le tengo respeto.
puntos 0 | votos: 12
No sabía - que Demi Lovato tiraba las cartas





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