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Al otro lado de la vida 1x167 - Residencia de la familia Cuesta, Olah
13 de septiembre de 2008

Desde el salón se oían martillazos y un incansable taladro que
obligó a Marion a subir el volumen de la televisión por enésima
vez. Su padre le había dicho esa mañana, antes de partir en aquél
coche plagado de guardaespaldas armados hasta los dientes, que esa
tarde no podía perderse su programa, pues sería el mayor bombazo que
había hecho jamás. Por mucho que ella insistió, él se negó a
explicarle por qué, y ahora le picaba enormemente la curiosidad. Vio
a su padre en parte risueño y nervioso, en parte asustado, resultaba
intrigante cuanto menos. Pero de eso hacía ya muchas horas.
	El ruido del taladro paró por un momento, dándole a Marion una
falsa sensación de confort, y no fue hasta que se aventuró a bajar
de nuevo el volumen, que el taladro volvió a sonar, ahora hasta con
mayor contundencia. Aquel hombre, el único que parecía saber hablar
español de los dos, le había dicho que una vez acabasen, la única
manera de entrar y salir de la casa, al menos por la planta baja,
sería utilizando la puerta principal, aprovechando que era blindada.
Asegurarían la puerta trasera, la balconera del patio lateral y las
ocho ventanas que había en la planta baja. Hasta el momento no se
había tenido noticia de que un infectado hubiera escalado un
edificio.
	Marion vio a su padre dar paso a publicidad en aquella gigantesca
televisión LCD, y aprovechó para acercarse a sus invitados. Una
buena anfitriona les hubiera acercado unas latas de fría cerveza para
hacer más llevadero el trabajo aquella calurosa tarde de verano, pero
ella no era una buena anfitriona. Cruzó la cocina hasta llegar a la
puerta trasera de la casa, que había junto a una ventana que ahora
lucía un enrejado metálico por el que a duras penas cabía un dedo.
La puerta estaba abierta, y por ella salía un robusto cable que
estaba enchufado en una toma que había junto al microondas. Ellos
estaban fuera; Marion salió. 
Cuando Carlos la vio salir paró el taladro, y el ensordecedor ruido
cesó por un momento. La chica miró lo que estaban haciendo, y
empezó a dudar seriamente que su padre hubiese dado el visto bueno a
eso. Estaban perforando la obra vista con una enorme broca, para luego
colocar una fuerte malla metálica cuyo tamaño siquiera coincidía
con lo que había que tapar. Por un momento vio a su padre poniendo el
grito en el cielo al ver mancillada la mansión que tanto esfuerzo le
había costado conseguir. Se acercó a Carlos; éste se cambió el
pesado taladro de mano.
MARION – ¿Esto es lo que os ha dicho mi padre que hagáis?
	Carlos notó cierta tirantez en las palabras.
CARLOS – Tal y como te vamos a dejar esto, te puedo asegurar que
aquí no va a entrar ni Dios. A no ser que los infectados aprendan a
utilizar la dinamita, aquí dentro vas a estar completamente segura.
La sonrisa parecía perpetua en la cara de ese hombre. Marion no
acababa de estar convencida de lo que veía.
MARION – ¿Podéis hacer menos ruido? No me estoy enterando de nada.
CARLOS – Ostia, perdona. Ahora le pongo el silenciador al taladro.
	Carlos se acercó el taladro que llevaba en la mano a la cara, e hizo
ver que presionaba un botón. Ella le miraba con expresión seria en
la cara, y el ceño ligeramente fruncido. La camiseta se le había
ladeado y ahora mostraba un hombro desnudo, y el tirante de un
sujetador rojo. Él la miraba con una ligera sonrisa en la cara. Echó
todo el aire y prosiguió, sin perder el buen humor.
CARLOS – La verdad es que no podemos hacer menos ruido. Lo siento.
Pero ahora mismo acabaremos con esto, y nos iremos a las ventanas del
otro lado. Desde ahí seguramente lo escucharás todo más bajo.
MARION – Y… ¿Tenéis para mucho?
CARLOS – A este paso, en cuestión de una hora, hora y media lo
sumo, creo que podemos tenerlo. Lo único que hay que hacer es
asegurar todos los puntos flacos, y tampoco hay demasiados.
MARION – Bueno, pues… hasta… luego.
CARLOS – A tus órdenes.
	El hombre hizo una tonta reverencia. Marion se dio media vuelta y
volvió por donde había venido. Carlos admiró sus nalgas a medida
que se alejaba, y al darse cuenta que su compañero estaba haciendo lo
mismo, ambos rieron a carcajada limpia. De fondo se escuchó la sirena
de lo que parecía una ambulancia. Sus mentes consiguieron incluso
pasarla por alto; esos días era tan frecuente oír sirenas cada dos
por tres, que uno acababa por dejar de escucharlas. Carlos se miró el
taladro que llevaba en la mano, y respiró hondo. Se secó el sudor de
la frente con la manga del brazo contrario del uniforme, y colocó la
broca sobre otra de las marcas que Mikhail había hecho sobre el
ladrillo. Presionó el botón y sujetó con fuerza la herramienta,
notando vibrar sus músculos.
	Llevaría no más de diez segundos perforando la dura cerámica,
cuando creyó oír algo de fondo. Paró el taladro y aguzó el oído.
Mikhail también paró de hacer lo que estaba haciendo, para cruzar su
mirada con la suya; él también parecía haber oído algo. Quedaron
en silencio un instante, y ese algo no tardó en repetirse. Era un
grito horrorizado, a pleno pulmón; un grito femenino que provenía
del salón de aquella pequeña mansión. No se lo pensaron dos veces,
y corrieron hacia ahí. Carlos tuvo tiempo incluso de coger una llave
inglesa de la caja de herramientas antes de partir en socorro de
aquella jovenzuela.
	Cuando llegaron al salón, enseguida aminoraron el paso, extrañados.
Ambos la miraron. Estaba sentada en el sofá, igual que cuando la
habían dejado hacía ya más de media hora. Todo en el salón
parecía en regla, pero ella no paraba de llorar y gritar
desesperadamente, abrazada a un gran cojín de terciopelo negro.
Cuando Carlos miró a la pantalla de televisión, tuvo que alejar la
vista, asqueado por lo que mostraba. Fue entonces cuando comprendió
lo que le ocurría a Marion.
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Esas veces - en las que solo necesitas un buen amigo y una buena tarde
para ser feliz :)
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Desmotiva - y mucho que esto sea una fiesta nacional.
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yo tambien - yo tambien soy del colegio caetaria
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¡¿SI?! ¡YO TAMBIÉN! -

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Bart Simpson - Incapaz de decidirse por un equipo



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