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12.05.2017

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Veterano Nivel 3

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El otro lado del espejo. - Me senté frente al cristal un día,
y evoqué ante mí una imagen desnuda,
negando las formas de la alegría y la razón,
aquella sombría figura fue reflejada allí:
La visión de una mujer, exhalando
salvaje y femenina desesperación.

Su cabello caía hacia atrás en ambos lados,
el rostro, privado de toda hermosura,
ya no tenía envidia para ocultar
lo que ningún hombre supo adivinar,
y formó entonces su espinosa corona
de áspera y profana desgracia.

Sus labios estaban abiertos, ni un sonido
brotó de esos marchitos pétalos rojos,
cualquiera haya sido, aquellas deformes heridas
en silencio y secreto sangraron.
Ningún suspiro alivió su inexpresable dolor,
no poseía aliento para vaciar su miseria.

Y en sus espeluznantes ojos brilló
la moribunda llama del deseo de vivir,
hecha locura al diluirse toda esperanza,
y ardió en el fuego crepitante
de los celos y la sedienta venganza,
con una cólera que no puede apaciguarse.

Sombra de una Sombra en el cristal,
libera ya la superficie del espejo!
Pasa, como las fantásticas formas pasan.
No retornes jamás para ser
el fantasma de las horas vanas.
Entonces me oyó susurrar: ¡Yo soy Ella!.

Mary Elizabeth Coleridge (1861-1907)
puntos 2 | votos: 2
Adelaide - Su piel era de porcelana,pálida como la misma muerte y sus largos
cabellos negros como la noche.Sus ojos verdes como la esmeralda,me
inspiraban deseos inconfesables.Sus labios eran tiernos,húmedos y
sueves como la seda,pero gélidos como la muerte.¿Que imperiosa
necesidad de emociones me condujo a emprender este rumbo tan
abobinable?.Un momento después,anodadado y embrujado por su mirada
misteriosa,se dejaron caer sobre mi negro corazón,losas de deseo
indescriptibles,y rompiendo con el lúgubre silencio mortuorio,se
acercó a mí,para horror mio.Comprendí con estremecimiento que no
estaba ni viva ni muerta.Sus manos,de frío glaciar y rodeada por un
halo indefinible de oscuridad,se deslizaban sobre mí.Era semejante a
estar con la misma muerte,ya que,helados herizones de piel me
estremecían en caricias sepulcrales.Lleno de terror y con la aturdida
idea de huir,un mortal morbo se apoderó de mí.La deseaba por
completo y me sentía envuelto entre la paz,la felicidad,el horror y
la agonía más profundas que hubiera experimentado en toda la
vida.Juntamos nuestros labios,en eso,un mordisco me parte el labio que
sangra sin cesar.El placer y el desasosiego se apoderan de mí en un
extraño carnaval de satisfacción.Tiene el frío de la sepultura en
sus venas vacías.Le daré hasta la última gota de sangre.Era un
vampiro,hermosamente sanguinaria y malvada.Empapados de mi
sangre,ahora eran besos cálidos y con pasión.Ambos
estamossedientos,ella de mi sangre y yo de colmar mi fetiche que me
consume en un éxtasis de espeluznantes escalofríos.Hicimos el amor
en una lápida.Un momento después,Adelaide,clavó sus afilados
colmillos sobre mi cuello.Su rostro,cubierto de mi sangre,colmaron mi
deseo hasta un grado de plenitud que ningún mortal pueda
experimentar.
puntos 2 | votos: 2
El vino del asesino. - ¡Ahora que ella ha muerto yo soy libre
y puedo emborracharme cuando quiera!
Cuando volvía a casa sin un céntimo
me destrozaba el alma con sus gritos.

Ahora soy dichoso como un rey;
el aire es puro, el cielo es admirable…
Recuerdo que también fue como éste
aquel verano en que la conocí.

Esta sed espantosa que me abrasa
para calmarse necesita al menos
de tanto vino como quepa allí,
en su tumba, lo cual no es decir poco:

en el fondo de un pozo la he arrojado,
y además he cubierto su cadáver
con piedras que formaban el brocal.
¡Intentaré olvidarla, si es posible!

Invocando amorosos juramentos
de los que nada puede desligarnos,
y para hacer las paces y volver
a la embriaguez de aquellos buenos tiempos,

le rogué que acudiera a aquella cita,
cita nocturna en un camino oscuro.
¡Y acudió! ¡Qué mujer más insensata!
¡Todos estamos más o menos locos!

Vi que era todavía muy hermosa,
aunque ya fatigada. En cuanto a mí,
la amaba demasiado. Y ésta fue
la razón de decirle: ¡Has de morir!

Nadie va a comprenderme. Sé que nunca
uno de esos obtusos borrachines
pensó en el desvarío de sus noches
hacer una mortaja con el vino.

Ninguno de esos crápulas, tan sólidos
como una de esas máquinas de hierro,
ni durante el invierno ni en verano
ha conocido el verdadero amor,

con sus encantamientos de negrura,
su cortejo infernal de mil temores,
sus frascos de veneno, con sus lágrimas,
sus ruidos de cadena y de osamenta.

¡Por fin me siento libre y estoy solo!
Esta noche estaré como una cuba;
y sin temor y sin remordimiento
me tenderé en el suelo una vez más

porque quiero dormir a pierna suelta.
Y las pesadas ruedas de los carros
con su carga de piedras y de fango
o los trenes rabiosos, bien podrían

mi culpable cabeza machacar
o dividir mi cuerpo en dos pedazos.
Yo me río de todo, del Demonio,
de Dios y de la corte celestial.

Charles Baudelaire.
puntos 4 | votos: 4
El cuervo. - Una vez, al filo de una lúgubre media noche,
mientras débil y cansado, en tristes reflexiones embebido,
inclinado sobre un viejo y raro libro de olvidada ciencia,
cabeceando, casi dormido,
se oyó de súbito un leve golpe,
como si suavemente tocaran,
tocaran a la puerta de mi cuarto.
“Es —dije musitando— un visitante
tocando quedo a la puerta de mi cuarto.
Eso es todo, y nada más.”

¡Ah! aquel lúcido recuerdo
de un gélido diciembre;
espectros de brasas moribundas
reflejadas en el suelo;
angustia del deseo del nuevo día;
en vano encareciendo a mis libros
dieran tregua a mi dolor.
Dolor por la pérdida de Leonora, la única,
virgen radiante, Leonora por los ángeles llamada.
Aquí ya sin nombre, para siempre.

Y el crujir triste, vago, escalofriante
de la seda de las cortinas rojas
me llenaba de fantásticos terrores
jamás antes sentidos. Y ahora aquí, en pie,
acallando el latido de mi corazón,
vuelvo a repetir:
“Es un visitante a la puerta de mi cuarto
queriendo entrar. Algún visitante
que a deshora a mi cuarto quiere entrar.
Eso es todo, y nada más.”

Ahora, mi ánimo cobraba bríos,
y ya sin titubeos:
“Señor —dije— o señora, en verdad vuestro perdón
imploro,
mas el caso es que, adormilado
cuando vinisteis a tocar quedamente,
tan quedo vinisteis a llamar,
a llamar a la puerta de mi cuarto,
que apenas pude creer que os oía.”
Y entonces abrí de par en par la puerta:
Oscuridad, y nada más.

Escrutando hondo en aquella negrura
permanecí largo rato, atónito, temeroso,
dudando, soñando sueños que ningún mortal
se haya atrevido jamás a soñar.
Mas en el silencio insondable la quietud callaba,
y la única palabra ahí proferida
era el balbuceo de un nombre: “¿Leonora?”
Lo pronuncié en un susurro, y el eco
lo devolvió en un murmullo: “¡Leonora!”
Apenas esto fue, y nada más.

Vuelto a mi cuarto, mi alma toda,
toda mi alma abrasándose dentro de mí,
no tardé en oír de nuevo tocar con mayor fuerza.
“Ciertamente —me dije—, ciertamente
algo sucede en la reja de mi ventana.
Dejad, pues, que vea lo que sucede allí,
y así penetrar pueda en el misterio.
Dejad que a mi corazón llegue un momento el silencio,
y así penetrar pueda en el misterio.”
¡Es el viento, y nada más!
De un golpe abrí la puerta,
y con suave batir de alas, entró
un majestuoso cuervo
de los santos días idos.
Sin asomos de reverencia,
ni un instante quedo;
y con aires de gran señor o de gran dama
fue a posarse en el busto de Palas,
sobre el dintel de mi puerta.
Posado, inmóvil, y nada más.

Entonces, este pájaro de ébano
cambió mis tristes fantasías en una sonrisa
con el grave y severo decoro
del aspecto de que se revestía.
“Aun con tu cresta cercenada y mocha —le dije—,
no serás un cobarde,
hórrido cuervo vetusto y amenazador.
Evadido de la ribera nocturna.
¡Dime cuál es tu nombre en la ribera de la Noche Plutónica!”
Y el Cuervo dijo: “Nunca más.”

Cuánto me asombró que pájaro tan desgarbado
pudiera hablar tan claramente;
aunque poco significaba su respuesta.
Poco pertinente era. Pues no podemos
sino concordar en que ningún ser humano
ha sido antes bendecido con la visión de un pájaro
posado sobre el dintel de su puerta,
pájaro o bestia, posado en el busto esculpido
de Palas en el dintel de su puerta
con semejante nombre: “Nunca más.”

Mas el Cuervo, posado solitario en el sereno busto.
las palabras pronunció, como vertiendo
su alma sólo en esas palabras.
Nada más dijo entonces;
no movió ni una pluma.
Y entonces yo me dije, apenas murmurando:
“Otros amigos se han ido antes;
mañana él también me dejará,
como me abandonaron mis esperanzas.”
Y entonces dijo el pájaro: “Nunca más.”

Sobrecogido al romper el silencio
tan idóneas palabras,
“sin duda —pensé—, sin duda lo que dice
es todo lo que sabe, su solo repertorio, aprendido
de un amo infortunado a quien desastre impío
persiguió, acosó sin dar tregua
hasta que su cantinela sólo tuvo un sentido,
hasta que las endechas de su esperanza
llevaron sólo esa carga melancólica
de ‘Nunca, nunca más’.”

Mas el Cuervo arrancó todavía
de mis tristes fantasías una sonrisa;
acerqué un mullido asiento
frente al pájaro, el busto y la puerta;
y entonces, hundiéndome en el terciopelo,
empecé a enlazar una fantasía con otra,
pensando en lo que este ominoso pájaro de antaño,
lo que este torvo, desgarbado, hórrido,
flaco y ominoso pájaro de antaño
quería decir granzando: “Nunca más.”

En esto cavilaba, sentado, sin pronunciar palabra,
frente al ave cuyos ojos, como-tizones encendidos,
quemaban hasta el fondo de mi pecho.
Esto y más, sentado, adivinaba,
con la cabeza reclinada
en el aterciopelado forro del cojín
acariciado por la luz de la lámpara;
en el forro de terciopelo violeta
acariciado por la luz de la lámpara
¡que ella no oprimiría, ¡ay!, nunca más!

Entonces me pareció que el aire
se tornaba más denso, perfumado
por invisible incensario mecido por serafines
cuyas pisadas tintineaban en el piso alfombrado.
“¡Miserable —dije—, tu Dios te ha concedido,
por estos ángeles te ha otorgado una tregua,
tregua de nepente de tus recuerdos de Leonora!
¡Apura, oh, apura este dulce nepente
y olvida a tu ausente Leonora!”
Y el Cuervo dijo: “Nunca más.”

“¡Profeta!” —exclamé—, ¡cosa diabólica!
¡Profeta, sí, seas pájaro o demonio
enviado por el Tentador, o arrojado
por la tempestad a este refugio desolado e impávido,
a esta desértica tierra encantada,
a este hogar hechizado por el horror!
Profeta, dime, en verdad te lo imploro,
¿hay, dime, hay bálsamo en Galaad?
¡Dime, dime, te imploro!”
Y el cuervo dijo: “Nunca más.”

“¡Profeta! —exclamé—, ¡cosa diabólica!
¡Profeta, sí, seas pájaro o demonio!
¡Por ese cielo que se curva sobre nuestras cabezas,
ese Dios que adoramos tú y yo,
dile a esta alma abrumada de penas si en el remoto Edén
tendrá en sus brazos a una santa doncella
llamada por los ángeles Leonora,
tendrá en sus brazos a una rara y radiante virgen
llamada por los ángeles Leonora!”
Y el cuervo dijo: “Nunca más.”

“¡Sea esa palabra nuestra señal de partida
pájaro o espíritu maligno! —le grité presuntuoso.
¡Vuelve a la tempestad, a la ribera de la Noche Plutónica.
No dejes pluma negra alguna, prenda de la mentira
que profirió tu espíritu!
Deja mi soledad intacta.
Abandona el busto del dintel de mi puerta.
Aparta tu pico de mi corazón
y tu figura del dintel de mi puerta.
Y el Cuervo dijo: “Nunca más.”

Y el Cuervo nunca emprendió el vuelo.
Aún sigue posado, aún sigue posado
en el pálido busto de Palas.
en el dintel de la puerta de mi cuarto.
Y sus ojos tienen la apariencia
de los de un demonio que está soñando.
Y la luz de la lámpara que sobre él se derrama
tiende en el suelo su sombra. Y mi alma,
del fondo de esa sombra que flota sobre el suelo,
no podrá liberarse. ¡Nunca más!

El cuervo.
The Raven, Edgar Allan Poe (1809-1849)
puntos 4 | votos: 4
¿Quién golpea?; - Yo, que fui hermosa.


¿Quién golpea?
Yo, que fui hermosa
más allá de todo sueño para regresar;
vengo de las raíces de la oscura espina más cercana
Y golpeo la puerta.

¿Quién habla? Yo... en un tiempo mi voz
tan dulce como el ave en vuelo,
cuando el eco acaricia las aguas;
Así te hablaba a tí.

¡Oscura es la hora! Ay, y fría.
Solitaria es mi casa. Ah, ¿y la mía?
Miro, toco, labios, ojos que destellan en vano.
Tanto tiempo muertos para mí.

Silencio. Una calma lánguida en la puerta
detiene la luz de las estrellas.
Una mano busca a tientas en la penumbra
sobre llaves, cerrojos y barrotes.

Un rostro mira con fijeza. La noche gris
en el caos de la ausencia brilló;
Sólo había allí un vasto dolor,
el dulce seno ausente.

¿Quién golpea?; Yo, que fui hermosa.
Who Knocks? I, Who Was Beautiful, Walter de La Mare (1873-1956)

puntos 2 | votos: 2
La doncella bienaventurada. - La Doncella Bienaventurada se inclinó
sobre la baranda de oro del Cielo;
sus ojos eran más profundos que el abismo
de aguas aquietadas al atardecer;
tenía tres lirios en la mano,
y las estrellas de su pelo eran siete.


A su vestido, suelto desde el broche al dobladillo,
no lo adornaba ninguna flor,
Excepto una rosa blanca, regalo de María,
llevada convenientemente para el oficio
Su cabello, que caía a lo largo de su espalda
era amarillo como el trigo maduro.


Ella sentía haber pasado apenas un día
desde que era una de las coristas de Dios;
aún no la había abandonado el asombro
de su tranquila mirada,
para aquellos a quienes ella había dejado, su día
había sido contado por diez años.

(Para uno, son diez años de años.
...Y sin embargo, en este mismo lugar,
Ella se inclinó una vez sobre mí, -sus cabellos
caían sobre mi rostro...
Nada: la caída otoñal de las hojas.
El año entero pasa veloz)


Sobre la muralla de la casa de Dios
Ella estaba de pie;
Edificada por Dios sobre la profundidad vertical
donde empieza el Espacio;
Tan alta, que mirando desde allí hacia abajo
Ella apenas podía ver el sol.


(la casa) Está en el Cielo, más allá del torrente
de éter, como un puente.
Abajo, las mareas del día y de la noche
con llamas y oscuridad forman
el vacío, que llega hasta el fondo donde este mundo
gira como un mosquito irritado.

A su alrededor, amantes reencontrados
Entre aclamaciones inmortales de amor,
pronunciaban entre sí,
sus nombres recordados en el corazón;
Y las almas, que iban subiendo hacia Dios
pasaban a su lado como delgadas llamas.

Pero ella seguía inclinándose, y observando
hacia abajo desde aquel balcón;
Hasta que su pecho debió
entibiar el metal de la baranda,
Y los lirios quedaron como dormidos
a lo largo de su brazo doblado.


Desde ese lugar fijo en el Cielo ella vio
Que el tiempo se agitaba como un pulso intenso
a través de todos los mundos. Su mirada se esforzaba,
Por alcanzar a través de ese gran abismo
su camino; y luego ella habló una vez como
Cuando las estrellas cantaron en sus esferas.

El sol se había ido ahora; la rizada luna
Era como una pequeña pluma
revoloteando en el abismo; y ahora
Ella habló a través del aire inquieto.
Su voz era como la de las estrellas
cuando cantaron juntas.


(¡Ah, cuán dulce! Incluso ahora, en esa canción de pájaro,
¿No intentaban acaso sus palabras,
alcanzar la lejanía? Cuando esas campanas
poseyeron el aire del mediodía,
¿No intentaban acaso sus pasos llegar a mi lado
bajando aquella resonante escalera?)


“Deseo que él venga a mí,
porque él vendrá”, dijo ella.
“¿Acaso no he rezado al Cielo?-en la tierra,
Señor, Señor, ¿acaso él no ha rezado?
¿No son dos ruegos una perfecta fuerza?
¿Y debo sentir miedo?”


Cuando la aureola rodee su cabeza,
y él esté vestido de blanco,
Yo lo tomaré de la mano y lo llevaré
a los hondos pozos de luz;
y bajaremos hasta la corriente,
y nos bañaremos a la vista de Dios.

Estaremos de pie al lado de ese santuario,
Oculto, alejado, no hollado,
Cuyas lámparas están agitadas eternamente
con las plegarias que suben hacia Dios;
Y veremos nuestras viejas plegarias cumplirse y disolverse
como si fuesen pequeñas nubes.


Y dormiremos a la sombra
de ese místico árbol viviente
En cuyo secreto follaje
se siente que a veces está la Paloma,
Y cada hoja que tocan Sus plumas
dice audiblemente Su nombre.

Y yo misma le enseñaré,
Yo misma, yaciendo así,
las canciones que canto aquí, en las que su voz
se detendrá en murmullos, lentamente;
Y él encontrará sabiduría en cada pausa,
Y algo nuevo para aprender.


(¡Ay! ¡Nosotros dos, nosotros dos, dices tú!
Si tú eras una conmigo
En el pasado. ¿Pero acaso elevará Dios
hacia la unidad eterna
al alma cuya similitud con la tuya
consistía en su amor hacia tí?)

Los dos, dijo ella, buscaremos el bosque
donde la Dama María está,
con sus cinco doncellas, cuyos nombres
son cinco dulces sinfonías,
Cecilia, Gertrudis, Magdalena,
Margarita y Rosalía.

En círculo sentadas, con sus rizados cabellos
Y sus frentes adornadas con guirnaldas;
En fina tela, blanca como la llama,
Bordando el hilo dorado
para hacer el traje natal de aquellos
Que acaban de nacer, porque han muerto.

Él temerá, feliz, y quedará en silencio:
Entonces yo apoyaré mi mejilla
en la suya, y diré acerca de nuestro amor,
Sin vergüenza y sin temor:
Y la querida madre aprobará
mi orgullo, y me dejará hablar.


Ella nos llevará, la mano en la mano,
Hasta Aquel junto a Quien todas las almas
se arrodillan, la fila de cabezas sinnúmero
agachadas con sus aureolas:
Y los ángeles al encontrarse con nosotros, tocarán
Sus cítaras y cítolas.


Allí yo le pediré a Cristo, el Señor
sólo esto para él y para mí:
Vivir como una vez vivimos en la tierra
Con Amor, nada más estar
como una vez estuvimos por un tiempo, ahora por siempre
Juntos él y yo.


Ella miró, y escuchó, y entonces dijo,
Su voz más apacible que triste,
Todo esto sucederá cuando él venga. Ella calló.
Y la luz iluminó, lleno
estaba el aire de ángeles en fuerte y parejo vuelo.
Sus ojos rezaron, y ella sonrió.


(Yo ví su sonrisa.) Pero pronto su camino
fue vago en distantes esferas:
Y luego ella apoyó sus brazos
sobre aquella baranda de oro,
y dejó caer su rostro entre las manos,
Y lloró. (Yo oí sus lágrimas).

La doncella bienaventurada.
The Blessed Damozel, Dante Gabriel Rossetti (1828-1882)
puntos 4 | votos: 4
Boca a boca. - Copa de vino donde quiero y sueño
beber la muerte con fruición sombría,
surco de fuego donde logra Ensueño
fuertes semillas de melancolía.

Boca que besas a distancia y llamas
en silencio, pastilla de locura,
color de sed y húmeda de llamas…
¡Verja de abismos es tu dentadura!

Sexo de un alma triste de gloriosa;
el placer unges de dolor; tu beso,
puñal de fuego en vaina de embeleso,
me come en sueños como un cáncer rosa…

Joya de sangre y luna, vaso pleno
de rosas de silencio y de armonía,
nectario de su miel y su veneno,
vampiro vuelto mariposa al día.

Tijera ardiente de glaciales lirios,
panal de besos, ánfora viviente
donde brindan delicias y delirios
fresas de aurora en vino de poniente…

Estuche de encendidos terciopelos
en que su voz es fúlgida presea,
alas del verbo amenazando vuelos,
cáliz en donde el corazón flamea.

Pico rojo del buitre del deseo
que hubiste sangre y alma entre mi boca,
de tu largo y sonante picoteo
brotó una llaga como flor de roca.

Inaccesible… Si otra vez mi vida
cruzas, dando a la tierra removida
siembra de oro tu verbo fecundo,
tú curarás la misteriosa herida:
lirio de muerte, cóndor de vida,
¡flor de tu beso que perfuma al mundo!


Boca a boca.
Boca a boca, Delmira Agustini (1886-1914)
puntos 4 | votos: 4
Después de la muerte - Ahora, mientras mis labios viven
Sus palabras eternamente deben callar,
¿Pues mi alma habrá de recordar
Su voz cuando esté muerta?
Sin embargo, si mi alma lo recuerda
Tu atención ya no será mía, querido;
Pues ya nunca entenderás el latido
De aquello que no puede oírse.

Después de la muerte.
After Death, Sara Teasdale (1884-1933)
puntos 7 | votos: 7
La belleza del cuerpo. - Se cuenta de la primera mujer de Adán, Lilith,
(la hechicera a quien amó antes de recibir el regalo de Eva)
que su lengua engañaba antes que la de la serpiente
y su pelo embrujado fue el oro primigenio.

Inmóvil permanece; joven, mientras el mundo se hace viejo;
y, delicadamente contemplativa de sí misma,
hace que los hombres contemplen la red brillante que teje,
hasta que corazón y cuerpo y vida en ella quedan presos.

La rosa y la amapola son sus flores, pues ¿dónde
podremos encontrar, oh Lilith, aquél a quien no engañen
tus fragancias, tu sutil beso y tus sueños tan dulces?

Ah, en el mismo instante en que ardieron los ojos del joven en los tuyos,
tu embrujo lo penetró, quebró su altivo cuello
y retorció su corazón con uno solo de tus cabellos de oro.

La belleza del cuerpo.
Bodys Beauty, Dante Gabriel Rossetti (1828-1882)
puntos 6 | votos: 6
Solo. - Desde el tiempo de mi infancia no he sido
como otros eran, no he visto
como otros veían, no pude traer
mis pasiones de una simple primavera.
De la misma fuente no he tomado
mi pesar, no podría despertar
mi corazón al júbilo con el mismo tono;
Y todo lo que amé, lo amé Solo.
Entonces -en mi infancia- en el alba
de la vida más tempestuosa, se sacó
de cada profundidad de lo bueno y lo malo
el misterio que todavía me ata:
Del torrente, o la fuente,
Del risco rojo de la montaña,
Del sol que giraba a mi alrededor
en su otoño teñido de oro,
Del rayo en el cielo
cuando pasaba volando cerca de mí,
Del trueno y la tormenta,
Y la nube que tomó la forma
(Cuando el resto del Cielo era azul)
De un demonio ante mi vista.

Solo.
Alone, Edgar Allan Poe (1809-1849)

puntos 6 | votos: 6
Que los muertos descansen en paz. - Muere, Filidor
¿por qué no has muerto por tu deseo?
El coro de promesas de las musas
anunciaba herederos a tu nombre,
aunque pensara Florilis
que ninguno lloraría por ti.
Florilis, seguramente,
reirá con tu muerte;
y, de seguro,
contará bromas
sobre tu ataúd
y saltará, vitoreará
y cantará sobre tu tumba.
Si alguien menciona tu nombre,
tras tu muerte,
como, cuando o donde sea,
ella se burlará sobre tu lápida,
ella misma estremecerá tus roídos huesos.
Mas, orgullosa niña,
no imagines
que así te dejaré ir.
Un rostro espectral,
similar al mío, te atormentará;
te perseguirá mi espectro e irá al lecho contigo.
Un sueño opresivo
te despertará a menudo.
Penosamente creerás cómo entonces puedo asustarte:
Haré tu vida miserable con lamentos y golpes.
Si por la mañana te encontraran heridas,
dirás que te las hice para vengarme.
Si caes enferma
te atormentaré en tus pensamientos.
Conviene entonces te corrijas
mientras aún hay tiempo para ello.
Si me desvaneces en las vaporosas aguas del Aquerón
no tendrá sentido quejarse
cuando mi fantasma te atormente.

Kaspar Von Stieler (1632-1707)
puntos 6 | votos: 6
Otoño. - Sobre su nueva y brillante tumba
Las hojas de otoño están cayendo,
Donde la hierba alta se inclina oyendo
El murmullo incesante de las olas.
Anciano otoño, estoy aquí
Con mis espigas en cada mano;
Pronuncia la palabra del olvido,
Sólo el reposo parece bueno para mi.

Otoño.
Autumn; Elizabeth Eleanor Siddal (1829-1862)
puntos 8 | votos: 8
La durmiente. - A la medianoche, en la casa de junio, suave y bruna,
Permanecí de pie bajo aquella mística luna.
Un vapor embriagante, somnoliento,
Exhalaba sobre el valle su encantamiento,
Fluyendo gota a gota, suavemente,
Sobre la cresta calma del monte,
Robaba el delicado sopor musical
De aquel profundo del valle universal.
El romero crece sobre la tumba,
El lirio corre sobre la marea;
Envolviendo la niebla aérea,
Y las ruinas descansan juntas.
¡Mirad! Semejante al Leteo duerme el lago,
Un reposo sin tregua en su mundo soñado;
Y del sopor consciente no quiere despertar,
¡Toda la belleza duerme!
Allí donde sueña Irene,
Sola con su destino.

¡Oh, Dama brillante! ¿Puede ser real
Esta ventana abierta hacia la noche?
Los aires furiosos, desde la copa de los árboles
Ríen a través del trémulo cristal.
El aire descarnado, camino del hechizo,
Atraviesa la habitación con paso herido;
Ondeando las cortinas violentamente
-Tan terriblemente-
Abatiendo el frío marco cerrado,
Donde tu alma durmiente yace oculta.
Por el suelo y sobre los gastados muros,
Como fantasmas bailan las sombras.
¡Oh, querida Señora! ¿Acaso no temes?
¿Porqué permaneces aquí soñando?
De seguro puedes viajar hacia el mar lejano,
Una maravilla para estos árboles cansados.
¡Extraña es tu palidez! Extraño es tu vestido,
Pero sobre todo, extraña es tu delgada forma
En esta silenciosa y solemne hora.

¡La Señora duerme! ¡Oh, tal vez duerma
Un sueño perdurable, profundo!
El cielo te conserva en su santo seno,
Y este cuarto se ha hecho eterno,
Este lecho ha crecido, profético.
Ruego a Dios que ella pueda reposar
Por siempre con los ojos cerrados,
Mientras su pálido fantasma pasa a mi lado.

¡Mi Amor! ¡Ella duerme! ¡Oh, tal vez duerma
Un sueño interminable, incorrupto!
¡Piadosos serán los gusanos con su carne!
Lejos en el bosque, oscuro y viejo,
Tal vez las bisagras de su cripta se abran,
Una bóveda que a menudo absorbe la noche,
Y las negras alas al amanecer volverán,
Triunfantes sobre la pálida cresta,
Reina de una familia sepulcral.
Algunas criptas, remotas, distantes,
Cuyas puertas fueron abatidas por su mano de niña,
Lanzando en la infancia inocentes piedras;
Algunas tumbas, de cuyas sórdidas grietas
Ella nunca volverá a escuchar los ecos,
¡Es horrible pensar en los pobres niños del pecado!
Pues fueron los muertos quienes te llamaron.

La durmiente.
The Sleeper, Edgar Allan Poe (1809-1849)
puntos 8 | votos: 8
Fragmento de una balada. - Muchas millas sobre el campo y el mar
Hasta que mi amor pudo retornar,
De sus palabras no tengo recuerdos,
Sólo el de los árboles y el gemido del viento.

Y arribó listo para tomar sin daño
La cruz que he cargado por años,
Pero las palabras llegaron lentas
De aquellos fríos y mudos labios.

¿Cómo sonaban mis palabras lentas y plenas,
En aquel gran corazón que me amó en la pena,
Venido a salvarme del odio y el dolor
Y a confortarme con su delicado amor?

Sentí al viento golpeando frío, gélido,
Y a la bruma roja acariciar la puerta;
Sentí que el hechizo que sostenía mi aliento
Se quebraba, viviendo siempre muerta.

Fragmento de una balada.
Fragment of a Ballad, Elizabeth Siddal (1829-1862)
puntos 2 | votos: 2
El otro lado del espejo. - Me senté frente al cristal un día,
y evoqué ante mí una imagen desnuda,
negando las formas de la alegría y la razón,
aquella sombría figura fue reflejada allí:
La visión de una mujer, exhalando
salvaje y femenina desesperación.
Su cabello caía hacia atrás en ambos lados,
el rostro, privado de toda hermosura,
ya no tenía envidia para ocultar
lo que ningún hombre supo adivinar,
y formó entonces su espinosa corona
de áspera y profana desgracia.
Sus labios estaban abiertos, ni un sonido
brotó de esos marchitos pétalos rojos,
cualquiera haya sido, aquellas deformes heridas
en silencio y secreto sangraron.
Ningún suspiro alivió su inexpresable dolor,
no poseía aliento para vaciar su miseria.
Y en sus espeluznantes ojos brilló
la moribunda llama del deseo de vivir,
hecha locura al diluirse toda esperanza,
y ardió en el fuego crepitante
de los celos y la sedienta venganza,
con una cólera que no puede apaciguarse.
Sombra de una Sombra en el cristal,
libera ya la superficie del espejo!
Pasa, como las fantásticas formas pasan.
No retornes jamás para ser
el fantasma de las horas vanas.
Entonces me oyó susurrar: ¡Yo soy Ella!.

El otro lado del espejo.
The Other Side Of a Mirror, Mary Elizabeth Coleridge (1861-1907)

puntos 5 | votos: 5
En el bosque negro. - Me acosté debajo de los pinos,
miré hacia arriba, hacia el verde
oscuro en la copa de los árboles,
brillo sombrío que marca el paso del azul.
Cerré los ojos, y una increíble
sensación fluyó sin criterio:
Aquí yazgo, muerta y enterrada,
y este es un cementerio.
Estoy en un reposo eterno,
han terminado todos los conflictos.
Caí recta y sentí los lamentos
por mi pequeña vida pasada.
Derecho injusto y labor perdida,
sabio conocimiento despreciado;
la pereza y el pecado y el fracaso,
¿me sentí apenada por esto?
Triste me han puesto a menudo;
ahora ya no pueden entristecerme,
mi corazón estaba lleno de pesar
por la alegría que nunca tuvo.

En el bosque negro.
In the Black Forest, Amy Levy (1861-1889)
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Muerte. - ¡Muerte! Que golpeó cuando más confiaba
En mi fe certera para ser otra vez golpeada;
El insensible Tiempo ha marchitado la rama,
Arrancando la dulce raíz de Eternidad.

Las hojas, sobre el espacio de las Horas
Crecen brillantes y lozanas,
Bañadas por las gotas plateadas,
Llenas de sangre verde;
Bajo un refugio tardío se reunieron las aves,
Espantando a las abejas de sus reinos florales.

La Pena ha pasado, arrastrando la flor dorada,
La Culpa se desnuda de su vestido de orgullo,
Pero dentro de esta amabilidad simulada,
La Vida fluyó en un silencioso murmullo.

Poco he llorado por la alegría perdida,
Por la muda canción y los nidos vacíos,
La Esperanza estaba allí, y reí de la Tristeza,
Susurrando: ¡El invierno pronto será vencido!

¡Y Contemplad! Creciendo por diez su bendición,
La Primavera dotó de belleza a la agonizante estación;
El Viento, la Lluvia, y el fervoroso calor nos besaron
Regalando gloria en aquel segundo Mayo.

Alto se elevó: las alas del dolor no podrían barrerlo,
Su brillo distante forzó la fuga del temor;
En su esencia, tenía el poder del Amor,
Alejándome de todo mal, de toda plaga, excepto de ti.

Muerte cruel! Las jóvenes hojas caen y languidecen,
El crepúsculo de aire gentil tal vez resista;
Pero el sol matutino se burla de mi angustia.
El Tiempo, para mí, ya nunca debe florecer.

Derribadlo, para que otras ramas puedan brotar,
Donde los jóvenes árboles solían reposar,
Así, al menos, sus carcomidos cadáveres nutrirán
Aquel seno de donde surgieron: La Eternidad.

Muerte.
Death, Emily Brontë (1818-1848)
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El carruaje de la muerte. - En la noche, cuando los enfermos yacen despiertos,
Escucho pasar al Carruaje de la Muerte;
Lo oí pasar salvaje, por senderos desiertos,
Y supe que mi hora aún no había llegado.

Click-clack, click-clack, los cascos pasaron,
Tirando del Carruaje, viajando en rápidas alas,
Viajando lejos, a través de la lúgubre noche.
Los muertos deben descansar hasta el alba.

Si alguien caminase sigiloso tras sus huellas,
El Carro y los caballos, negros como la medianoche,
Verá viajando a la Sombra de la Perdición,
Que atrae a todos, y a cada uno por venir.

Dios es piadoso con los que aguardan en la noche,
Escuchando al Carruaje de la Muerte en el umbral,
Y aquel que lo oiga, aunque sea débilmente,
El espantoso Carro se detendrá para él.

Él partirá con el rostro lívido,
Subiendo al Carro y tomando su lugar,
La puerta se cerrará, sin nunca vacilar.
Rápido se cabalga en compañía de los muertos.

Click-clack, click-clack, la Hora es fría,
El Carruaje de la Muerte sube la distante colina.
Ahora, Dios, Padre de todos nosotros,
Limpia de tu viuda las lágrimas que caen.


El carruaje de la muerte.
The Dead Coach, Katharine Tynan (1859-1931)
puntos 7 | votos: 7
No vengas cuando esté muerto. - No vengas cuando esté muerto
a derramar tontas lágrimas sobre mi tumba,
a pisotear alrededor de mi cabeza caída,
atormentar el infeliz polvo no nos salvará;
deja que el viento me acaricie y que las aves me lloren,
Pero tú, sigue de largo.

Niña, si esto fuera un error o un crimen
poco me importa, siendo mi existencia maldita:
Únete con quien desees pues cansado estoy del tiempo,
y mi único anhelo es descansar.
Pasa, corazón débil, y déjame donde yazgo:
Sigue, sigue de largo.

Alfred Tennyson (1809-1892)
puntos 10 | votos: 10
Rima XI - —Yo soy ardiente, yo soy morena,
yo soy el símbolo de la pasión,
de ansia de goces mi alma está llena.
¿A mí me buscas?
                                        —No es a ti, no.
—Mi frente es pálida, mis trenzas de oro,
puedo brindarte dichas sin fin.
Yo de ternura guardo un tesoro.
¿A mí me llamas?
                                        —No, no es a ti.
—Yo soy un sueño, un imposible,
vano fantasma de niebla y luz.
Soy incorpórea, soy intangible,
no puedo amarte.
                                      —¡Oh ven, ven tú!

Gustavo Adolfo Bécquer

puntos 11 | votos: 11
A veces - terminamos dañando a las personas que más queremos
puntos 5 | votos: 5
Porque son, niña, tus ojos... - Porque son, niña, tus ojos
verdes como el mar te quejas:
verdes los tienen las náyades,
verdes los tuvo Minerva
y verdes son las pupilas
de las hurís del profeta.

El verde es gala y ornato
del bosque en la primavera.
Entre sus siete colores
brillante el iris lo ostenta.
Las esmeraldas son verdes,
verde el color del que espera
y las ondas del Océano
y el laurel de los poetas.

Es tu mejilla temprana
rosa de escarcha cubierta,
en que el carmín de los pétalos
se ve al través de las perlas.
Y sin embargo,
sé que te quejas
porque tus ojos
crees que la afean:
pues no lo creas,
que parecen tus pupilas,
húmedas, verdes e inquietas,
tempranas hojas de almendro
que al soplo del aire tiemblan.

Es tu boca de rubíes
purpúrea granada abierta.
que en el estío convida a
apagar la sed en ella.
Y sin embargo,
sé que te quejas
porque tus ojos
crees que la afean:
pues no lo creas,
que parecen, si enojada
tus pupilas centellean,
las olas del mar que rompen
en las cantábricas peñas.

Es tu frente que corona
crespo el oro en ancha trenza,
nevada cumbre en que el día
su postrera luz refleja.
Y sin embargo,
sé que te quejas
porque tus ojos
crees que la afean:
pues no lo eras,
que, entre las rubias pestañas,
junto a las sienes, semejan
broches de esmeralda y oro
que un blanco armiño sujetan.


Rima XII: Porque son, niña, tus ojos
Gustavo Adolfo Bécquer
puntos 4 | votos: 4
Aceite y sangre. - En tumbas de oro y lapislázuli
cadáveres de santos y santas exudan
aceite milagroso, fragancia de violeta.

Pero bajo los pesados túmulos de pisoteada arcilla
yacen cuerpos de vampiros pletóricos de sangre;
sus mortajas están ensangrentadas y sus labios, húmedos.

William Butler Yeats (1865-1939)



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