En Desmotivaciones desde:
11.03.2011

 Última sesión:

 Votos recibidos:
bueno 19 | malo 3

puntos 8 | votos: 10
Al otro lado de la vida - 1x29 - Residencia de la familia Peña
24 de septiembre de 2008

Dio media vuelta y se quedó sentada en el sucio suelo de madera,
apoyada contra la pared. Tenía la mirada perdida, y no alcanzaba a
asumir tal cantidad de malas noticias en tan poco tiempo. Había
vuelto a presenciar la muerte de su padre, pero en esta ocasión
había sido mucho más dura y cruenta que la anterior. Le habían
acribillado a sangre fría, como un animal. Al fin y al cabo, eso era
en lo que se había convertido, y no merecía otro final más digno.
No obstante, Zoe odió a esos soldados con todas sus fuerzas,
mientras trataba de aguantarse las lágrimas.
	Luchó por no derrumbarse nuevamente, y se levantó, tratando de
despejarse. Anduvo por el desván, de un lado al otro, sin rumbo
fijo, mirando de vez en cuado la trampilla que le llevaría al
pasillo del primer piso, a sabiendas de que no podría salir por
ahí. Entonces comenzó a darle vueltas a la cabeza. Tenía hambre, y
no tardaría mucho en tener sed. Si no salía de ahí en breve, la
necesidad le obligaría a bajar de todos modos y entonces su final
estaría escrito con letras rojas. Debía de pensar en algo, pues
tenía el tiempo contado. Por mucho que se devanó los sesos, no
encontró una solución, debía salir por ahí si o si, antes o
después.
	Se acercó nuevamente a la ventana y al mirar por ella, la respuesta
que había estado buscando se le mostró con total claridad. Había
prometido no volver a mirar por ahí para no ver a su padre muerto,
abatido en el suelo, pero un movimiento por la zona le llamó la
atención. Al fijarse más, vio como su madre se encontraba junto a
Adolfo, arrodillada junto a su cuerpo muerto, olisqueándole. Zoe los
miró, pero en ellos ya no veía a sus padres; algo había cambiado en
su interior. En vez de sentir compasión por ellos, una extraña
mezcla de prisa y júbilo se gestó en su interior, y ellos habían
sido los responsables.
	Con los dos fuera de casa, ahora tenía vía libre para bajar y
encerrarse ahí dentro, antes de que nadie más tuviera tiempo de
entrar. La extraña sucesión de acontecimientos había jugado en
cierto modo en su favor, al menos en lo que a la supervivencia
respectaba. Vio como su madre se levantaba de nuevo y caminaba sin
prisa hacia el portón de entrada del jardín, saliendo a la calle y
perdiéndose en ella, andando sin rumbo fijo. Ésa era la señal;
ahora había llegado el momento decisivo en el que los astros se
habían alineado para permitirle prolongar su hasta ahora corta vida
unos días más.
	Sin pensárselo dos veces, tras echar un último vistazo por la
ventana, viendo alejarse más y más a su madre por la calle, dio
media vuelta y se dirigió de nuevo a la trampilla. La levantó,
tratando de hacer el menor ruido posible, y acompañó su caída para
que el golpe no invitase a nadie a venir donde no eran bienvenidos.
Hizo bajar la escalera con delicadeza y bajó por ella, peldaño a
peldaño, oyendo tan solo su respiración, y notando los latidos de
su corazón en el pecho. Una vez abajo, pudo ver los estragos que
habían hecho sus padres mientras trataban de alcanzarla a ella ahí
arriba.
	El largo pasillo, iluminado por una ventana al fondo, parecía haber
sido arrasado por una muchedumbre enfurecida. Por el suelo podían
verse docenas de cosas desparramadas, un par de mesitas, tres
jarrones e incluso un par de cuadros descansaban hechos añicos en el
suelo. Incluso se podía aventurar a decir donde habían entrado o
donde habían pasado la noche, a juzgar por los demás destrozos que
se veían a través de las puertas entreabiertas. Pero ahora eso
carecía totalmente de importancia, ahora ella tenía una misión que
cumplir. Bastante más asustada que antes, bajó las escaleras y
llegó de nuevo a la planta baja.
	Desde ahí no pudo evitar ver la puerta abierta del baño del cuarto
de sus padres. La bañera seguía teñida de sangre, y las docenas de
pisadas rojas por todo el suelo del dormitorio le hicieron revivir la
pesadilla del día anterior. Antes de dirigirse a la entrada, se
molestó en cerrar la puerta del dormitorio, para no volverla a abrir
jamás; le traía demasiados malos recuerdos. A medida que caminaba
hacia la puerta, se iba preguntando con mayor fuerza si sería capaz
de vivir ahí sola, encerrada entre esas cuatro paredes que no
harían más que recordarle cuan desdichada era.
	Al llegar a la puerta, respiró hondo, y se dijo que no había otra
alternativa. Debía permanecer ahí dentro, por mucho que no se le
antojase lugar menos apetecible. Al menos ahí estaría segura,
segura de esos seres abominables, segura de su propia madre que
podía volver en cualquier momento. La puerta parecía en bastante
buen estado, pero el pomo había pasado a mejor vida. Empujó
suavemente la puerta, sufriendo al oír el gruñido que ésta dio al
cerrarse y llegó a encajarla. Pero eso no sería suficiente. La
puerta no tenía ya ningún punto que le permitiese seguir cerrada si
alguien la empujaba desde fuera, como ella bien sabía que acabaría
pasando antes o después.
	 Miró a un lado y a otro, y se fijó en una gran estantería llena
de libros y figuritas. Se dijo que no tenía otra alternativa, y
comenzó a tirar de ella, alejándola de la pared a cada nuevo
tirón. Su corta edad y su poca fuerza no ayudaron en absoluto, pero
acabó consiguiendo dejarla con uno de sus costados contra la pared
donde anteriormente se apoyaba por completo, haciendo, eso si, más
ruido del que hubiera querido hacer. Ahora solo quedaba darle el
golpe de gracia, y esa casa volvería a ser impenetrable. Comenzó a
empujar la estantería, desde el punto más alto que su corta
estatura le permitió, haciéndola ceder hasta que acabó
derrumbándose con un sonoro estruendo.
	Las figuritas se rompieron en mil pedazos por el suelo y los libros
se desparramaron por doquier, pero ella ya había conseguido lo que
se proponía. Ahora la puerta estaba trabada por la estantería, y si
nadie la apartaba desde dentro, resultaría imposible entrar. De nuevo
volvió a sentirse segura, que no satisfecha. Miró el destrozo que
había ocasionado, pero no sintió remordimiento alguno; a nadie
podría ya importarle. Respirando agitadamente por el esfuerzo,
anduvo hacia el sofá y se dejó caer sobre él. Lo último que vio
antes de dormirse de nuevo, fue la luz del mediodía filtrarse por
las ventanas clavadas por maderos, en un absoluto silencio, solo roto
por los graznidos de algunos pájaros.
puntos 1158 | votos: 1182
El significado de la vida - es darle a la vida un significado.
puntos 5 | votos: 9
Why no? - Enseñándonos desde pequeños
puntos 11 | votos: 13
Gracias - Gracias desmotivaciones.es  por poner en marcha mi creatividad.



LOS MEJORES CARTELES DE

Número de visitas: 11420796850 | Usuarios registrados: 2056962 | Clasificación de usuarios
Carteles en la página: 8001007, hoy: 11, ayer: 26
blog.desmotivaciones.es
Contacto | Reglas
▲▲▲

Valid HTML 5 Valid CSS!