En Desmotivaciones desde:
20.08.2010

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Veterano Nivel 2Geek

puntos 6 | votos: 6
Buho - Ahora también versión ninja
puntos 11 | votos: 13
En memoria - de todos esos estornudos que no conseguimos hacer y nos deja una cara
de atontado....
puntos 5 | votos: 5
¡¡Si es redondo es mio!! - Por esos amigos que cuando se te cae una moneda hacen lo imposible por
cogerla antes que tu
puntos 1733 | votos: 1763
Me gustan los comienzos, - porque son los momentos en los que un final parece imposible.
puntos 1586 | votos: 1766
¿Es que la sangre no tiene - una madre que la castigue sin salir?.

puntos 2113 | votos: 2185
Sabes que estás realmente solo - Cuándo una de estas bolas se cruza en tu camino
puntos 5 | votos: 5
Pienso - luego estorbo.
puntos -3 | votos: 23
. - ¿Por qué hay gente que llama borrego a la gente que se cree la
Biblia y luego ellos se creen todo lo que digan los científicos?
puntos 3 | votos: 3
sin comentarios versión 2 -
puntos 4 | votos: 4
Sin comentarios -

puntos 5 | votos: 5
- Tú y yo, - seremos grandes exploradores. Juntos iremos en busca de la felicidad.
+ Me gusta esa idea, ¿cuándo empezamos?
- Cuando cuente tres, ¡uno, dos, tres!
+ ¿Por qué me abrazas?
- Porque la he encontrado.
puntos 9 | votos: 9
Ola guapa.. - te bienes de acampada?
puntos 1506 | votos: 1546
Verdad inapelable #04 - Da igual por donde abras la caja de un medicamento.
 Siempre te molestará el prospecto.
SIEMPRE.
puntos 1403 | votos: 1717
¿Por qué no hacen - comida de perros sabor gato?
puntos 20 | votos: 22
Yo soy fan del que le tiro la - botella justin bieber ¿Y tu?

puntos 13 | votos: 13
¿Por qué esterilizan - las agujas para poner la inyección letal?
puntos 7 | votos: 7
El Cementerio - Esta lleno de valientes asi que piensate las cosas dos veces.
puntos 3 | votos: 5
Ese momento - que tanto ansías, sólo llegará cuando dejes de pensar en él.
Aprende a vivir la vida sin prisas. Todo llegará a su debido momento.
puntos 0 | votos: 2
Ignarante de la vida... - ...la foto tuenti se hace desde arribe para esconder papada y enseña escote!
puntos 13 | votos: 17
es el paraiso -

puntos 10 | votos: 10
Hay un fuego en el interior, - de este corazón, apunto de estallar en llamas... Necesito un latido del corazón...
puntos 10 | votos: 10
Cierto - lo que hay dentro está mejor
puntos 14 | votos: 14
Y cuando no la perdemos - y fallan por unos segundos nos sentimos estafados
puntos 2566 | votos: 2652
Cosas como   - -Fidelidad -Virginidad -Osos panda -Buena música.  Se encuentran en
peligro de extinción
puntos 15 | votos: 15
Hay que estar - muy atento a lo que te rodea, por que a veces, de repente, algo te puede alegrar el día

puntos 15 | votos: 15
Prostíbulos  - Ahora contratan a buenos directores de marketing
puntos 6 | votos: 6
Interestatal 60 - Di lo que piensas y piensa lo que dices

Si todos siguiésemos esa norma el mundo seria un lugar mejor
puntos 14 | votos: 16
Que seamos diferentes - No es razón para no ser amigos.
Pero el SEXO va a ser un problema 
XD
puntos 3 | votos: 9
Al otro lado de la vida 1x156 - Hostal de carretera, Midbar Norte
3 de octubre de 2008

BÁRBARA – Al menos... habrá camas donde dormir.
MORGAN – Más que suficiente.
	Morgan giró la llave en el contacto, extinguiendo la vida del motor.
Bárbara y él salieron del furgón, y los chicos enseguida se
reunieron con ellos. Se había levantado algo de viento, y en el suelo
se arremolinaron unas cuantas hojas caídas de los árboles cercanos.
El lugar parecía llevar olvidado mucho tiempo, más incluso que
tiempo hacía que el virus había azotado al país. Al parecer
carecía de nombre, pues lo único que vieron antes de acercarse a la
entrada fueron unos grandes neones, apagados, que decían MOTEL, bajo
los cuales se indicaba que había plazas libres donde aparcar.
	La puerta estaba entreabierta, lo que no gustó a ninguno de los
presentes. Incluso Zoe sostenía el revólver por debajo de la tela de
su vestido nuevo. La puerta gruñó en sus goznes cuando Morgan la
empujó. La ausencia de luz eléctrica jugaba en su contra, pero la
que se filtraba por las ventanas, pese a las cortinas de encaje, era
suficiente para ver que el vestíbulo, con la diminuta recepción,
estaba también en regla. Fue la paz que manaba del lugar, más
acogedor que tétrico dadas las circunstancias, la que les hizo caer
en la cuenta que la entrada también estaba despejada. En los tiempos
que corrían, raro era ver una calle en la que los infectados no
hubieran dejado su huella, ya fuera por un cubo de basura volcado, una
mancha sospechosa en el suelo, o directamente un cadáver a medio
comer en mitad de la calle. Pero ahí fuera todo estaba en regla. 
	Morgan gritó a pleno pulmón para asegurarse que no hubiera nadie
ahí dentro, para bien o para mal. Al no recibir más que silencio
como respuesta, cerró la puerta. La recepción disponía de unos
folletos que invitaban a visitar los principales enclaves turísticos
de Midbar, además de una libreta en la que se podía leer el nombre
de los últimos huéspedes, y un teléfono que todos ignoraron. Al
otro lado del mostrador había una estantería en forma de colmena que
contenía las llaves de veinte de las veintiuna habitaciones de las
que disponía el motel. Morgan agarró un par de ellas e invitó a sus
compañeros a que le siguieran; él siempre iba a la avanzadilla.
	Cruzaron una puerta de madera que tenía la parte baja muy desgastada
y más clara que el resto, y se encontraron en un largo pasillo. Al
fondo había una ventana con una planta seca en su antepecho. A ambos
lados se disponían las habitaciones de la planta baja, todas
cerradas. Junto a la entrada, unas escaleras que les llevarían a la
planta piso, y a su lado la puerta del lavabo común de la planta
baja. Sin saber aún muy bien por qué, Morgan se dirigió a las
escaleras, y gritó de nuevo el recurrente “¿¡Hola!?”, con
idéntico resultado. Se había percatado que faltaba la llave de la
puerta número 14, y algo en su interior le decía que debía
dirigirse hacia ahí. 
	La vieja escalera también gruñó cuando la pisaron para acceder a
la primera planta. Una vez arriba, se encontraron con un pasillo
idéntico al de abajo, solo que éste tenía una de las puertas
entreabiertas. Morgan no necesitó acercarse para saber que se trataba
de la número 14. Antes de dirigirse hacia ahí, comprobó por
enésima vez que tenía la escopeta cargada. Desde que empezase esa
pesadilla, se había vuelto enfermizamente maniático con eso, y
aunque sabía que lo estaba, porque no hacía ni un minuto que lo
había mirado, tuvo que volver a comprobarlo. Se tocó el costado para
asegurarse que también tenía munición de reserva. Los demás se
limitaban a seguirle en fila india, en el más absoluto silencio.
	Empujó la puerta con el cañón de la escopeta, y tuvo que apartar
la cara ante la vaharada de hedor que manó del interior de la
habitación. Morgan se preguntó si jamás tendría la sangre fría
necesaria para hacer lo que había hecho ese hombre. Había optado por
el mismo destino que el de su mujer, y eso le devolvió todos esos
malos recuerdos, como una bofetada. Iluminado por la luz que entraba
por la ventana, tenía los ojos abiertos, mirando a una gran mancha de
humedad del techo. Su muñeca izquierda lucía un corte limpio, y la
moqueta del suelo tenía una gran mancha negruzca, ya reseca, que daba
fe de que se había desangrado. Era un hombre más joven que él,
bastante delgado y con barba de varios días. Estaba sentado en una
mecedora.
	Pero sin duda no era su cadáver lo que más llamaba la atención.
Por toda la habitación, como si de una explosión se hubiera tratado,
había cientos de billetes de quinientos, doscientos y cien euros. Los
había por todo el suelo. Los más cercanos al brazo del cadáver
manchados de sangre; los había también sobre la cama, dentro de las
estanterías, junto a la puerta… Morgan puso el brazo como barrera
para que nadie entrara; nadie más necesitaba ver eso. Todos vieron el
dinero desperdigado por el suelo, pero ninguno alcanzó a ver quien
fuera su dueño. 
	Antes de cerrar para irse de nuevo, Morgan reparó en un cenicero que
había sobre la mesa, junto a la cómoda. Tenía un puro a medio
consumir, un puro excepcionalmente caro. Al lado del cenicero se
encontraba la caja de madera de la que aquel hombre lo había sacado,
a la que tan solo le faltaba uno. También había un mechero de a
euro. Morgan anduvo sobre los billetes y agarró uno de los puros de
la caja. Se lo mostró al muerto, como pidiéndole permiso. Acto
seguido se agachó y cogió un billete de quinientos euros del suelo,
para luego prenderlo con el mechero, y utilizarlo de mecha para
encender el puro. Bárbara, desoyendo la orden de Morgan, se aventuró
a entrar, y le pilló agitando el billete a medio consumir, que
enseguida arrojó al suelo.
BÁRBARA – ¿Qué haces?
MORGAN – Siempre quise saber lo que se siente.
BÁRBARA – Anda, déjate de tonterías. Vámonos de aquí, este
sitio me da escalofríos.
	Morgan dio una larga calada, notando el humo entrar en sus pulmones,
y enseguida volvió donde los demás. Las llaves que había cogido
eran del último piso, y ahí fue donde fueron a parar. Las dos
últimas habitaciones del pasillo, junto a la recurrente ventana.
Cuatro camas en total. Morgan y Christian ocuparon la habitación de
la izquierda. Bárbara y Zoe, la de la derecha, la que había junto a
la ventana del pasillo. Después de comprobar que todo estaba en regla
ahí dentro, cenaron y charlaron un rato, antes de irse a dormir.
puntos 5 | votos: 7
Diferencia - Entre guión y guión bajo

puntos 0 | votos: 8
confusion - ha quien hay que animar¡
puntos 11 | votos: 11
Al otro lado de la vida 1x65 - Bosque de Pardez
31 de agosto de 2008

Gonzalo y Paloma vieron caer el cuerpo al agua, manando sangre por
tantos agujeros como ellos le habían hecho en ese costoso traje.
Parecía sacado de una pesadilla. Paloma volvió a sentir esa
desagradable sensación del trabajo mal hecho, de haberse sobrepasado
con creces a su deber, pero el agradecimiento de Goyo con un fuerte
abrazo, por haberle salvado la vida, le hizo reflexionar. Dieron
enseguida la voz de alarma y no tardaron mucho en recibir la visita
de los demás agentes que rondaban por los alrededores, amén de otra
ambulancia que tan solo pudo corroborar que había muerto. Cuando lo
sacaron del río, estaba prácticamente seco, pese a estar calado
hasta los huesos. La mayor parte de su sangre infecta había corrido
río abajo, con destino incierto. Guardaron el cadáver en una bolsa
virtualmente idéntica a la que habían utilizado con Nerea, y se lo
llevaron a la oficina del forense. El resto de policías se volvieron
a separar para buscar a Sara, pero abandonaron la búsqueda cuando la
noche les cayó encima. Al día siguiente repitieron la operación,
pero no fue hasta un día más tarde que la encontraron muy lejos de
su origen.
	Igual que todas, al principio, la herida de Gonzalo no parecía más
que un simple mordisco de un pobre hombre que había perdido la
razón. Asustado por el efecto que había tenido en los otros chicos
según el relato de Paloma, no tardó en ir al hospital, temiéndose
lo peor. Llegó a cruzarse con Nicolás y Yu en un pasillo; ambos
tuvieron el mismo pronóstico: la herida afortunadamente había sido
superficial, y ese demente antropófago no les había contagiado
ninguna enfermedad que pudiera atentar contra su salud. Cierto era
también que ese extraño virus solo era conocido por un grupo muy
reducido de personas en el mundo, y la mayoría de ellos ya habían
muerto. Su efecto en el organismo de ese tipo de personas era
devastador, pero incluso cuando empezaron a enfermar, ningún médico
en todo el hospital fue capaz de comprender a qué era debido. Si
hubieran traído al mejor médico de cuantos había en el mundo, la
ignorancia y la incapacidad de saber que estaba pasando en su cuerpo,
hubiera sido idéntica.  
	Llevaron el cadáver del viejo al forense. El motivo de la muerte
era más que evidente y el caso parecía carecer de interés alguno,
mas cuando las pruebas a la que le sometieron resultaron no ser
concluyentes en ningún aspecto. Su cuerpo no soltaba prenda sobre el
motivo que le había llevado a actuar de ese modo. Acabaron
determinando que debía de ser causado por un gran desequilibrio
psicológico, lo que echaba por tierra la idea de que hubiera podido
infectar de esa supuesta locura homicida a otras personas por el
simple hecho de poner sus flujos en contacto con los de ellos. Había
demasiadas lagunas. La noche de ese trágico día, minutos antes de
las doce, el trabajador del turno de noche de la morgue vio el
cadáver, y lo reconoció.
	Con el infectado original fuera de combate, no se acabaron los
problemas. A modo de maquiavélico plan maestro, había dejado su
semilla plantada y solo era cuestión de tiempo que germinase y
arrasara con todo. La sangre llegó al río, y continuó su curso
varios kilómetros hasta mimetizarse tanto con el agua que resultaba
imperceptible. En su trayecto hacia el mar se encontró con un
camping llamado La nutria salada. Un viejo molino de agua, restaurado
no hacía mucho, deleitaba la vista de los campistas. Una vieja bomba
de agua con un filtro demasiado barato, abastecía de agua del río
los baños y los grifos de la cocina común del complejo. Ya era
temporada baja y tan solo había un par de grupos de adolescentes,
una pareja de jubilados alemanes y la típica familia americana.
Todos y cada uno de ellos bebieron de esa agua, aparentemente inocua
y decididamente refrescante. La infección lo tuvo fácil para
expandirse más allá de las fronteras españolas esos primeros
días, para crear nuevos focos de infección en las antípodas.
Barcelona, Iowa, Bonn, Osaka. No fueron más que el principio de algo
mucho más grande, algo que se expandió como la pólvora a velocidad
alarmante.
	No muy lejos del camping, el agua infectada pasó junto a la zona de
paseo del viejo Tomás Crevillente. Pobre de él, llenó su
cantimplora de agua, como hacía todas las tardes, y pegó un par de
tragos antes de volver a casa con su esposa. Su ya ajada salud no se
resintió en absoluto; todo lo contrario, pues se sintió mucho mejor
los días siguientes. Sin embargo, su esposa enfermó y a los pocos
días le abandonó. El virus en su organismo no pudo acabar con él,
sin embargo su esposa si lo hizo, de la manera más inhumana
imaginable. Sin embargo, Tomás siguió resistiéndose a convertirse
en lo que se había convertido su esposa; era demasiado obstinado. 
	El agua del río siguió su curso y llegó al mar, donde el virus
aún seguía vivo y llegó a infectar más de una docena de peces
antes de extinguirse para siempre. Esos peces sirvieron de alimento
tanto a los pescadores como a los que los compraron en la pescadería
la mañana siguiente. La gente enfermaba en diferentes lugares, nadie
comprendía a qué era debido, y jamás llegaron a relacionar esos
incidentes aparentemente aislados hasta que la evidencia habló por
si misma.
Pero ese último día de agosto, el último agosto que verían la
mayoría de los mortales, con la muerte de Nerea, de Mario y del
viejo, con Sara dada también por muerta, todo parecía haber vuelto
a la normalidad. Ese incidente persistiría en las memorias de
quienes lo habían vivido en sus carnes y habían sobrevivido para
contarlo, y todos se afanaban en convencerse de que eso pasaría de
largo, que no había sido más que un incidente aislado. No hizo
falta mucho tiempo para que la evidencia hablase por si misma negando
cualquier atisbo de esperanza.
puntos 17 | votos: 17
No siento el menor deseo - de jugar en un mundo en el que todos hacen trampa.
puntos 1 | votos: 7
Al otro lado de la vida - 1x48 - Sobre las vías del tren elevado de Sheol
30 de septiembre de 2008

La apacible y fresca tarde de otoño se transformó enseguida en una
calurosa tarde de verano, cuando las nubes abandonaron por completo
el cielo y el sol se volvió a ensañar con ellas. Tanto Bárbara
como Zoe habían perdido la cuenta del tiempo que hacía que no
llovía en esa zona del país, mas después del verano tan lluvioso
que habían pasado. No tardaron mucho en encontrarse de nuevo con
vida en su camino. Los infectados las vieron acercarse, incluso las
miraron y olisquearon el aire por un momento, pero enseguida les
dejaron de prestar atención, pues tenían mejores cosas en las que
entretenerse.
	Desde donde estaban no hubieran podido alcanzarlas, pero de todos
modos a ambas les dio la impresión que si hubieran estado a tiro
tampoco se hubieran molestado en perseguirlas. No fue hasta que se
acercaron un poco más que pudieron comprobar que era eso en lo que
trabajaban tan afanadamente. Al parecer llevaban ya mucho tiempo
comiendo, pues tan solo se podía intuir lo que había sido en vida
el animal que despedazaban. Había tres infectados compartiendo no
sin cierta hostilidad los cuerpos sin vida de cuatro cachorrillos. No
hizo falta que ninguna hablase para que ambas llegasen a la misma
conclusión, pues habían tenido el placer de conocer a la madre,
también difunta por esos entonces.
	Siguiendo por la línea azul del tren elevado, alejándose cada vez
más del centro, llegaron a los suburbios donde las casas eran más
bajas, los pisos más humildes y donde las calles aún exhalaban ese
ambiente de marginalidad. Ahí casi no había coches, a duras penas
veían alguna moto desguazada tirada por el suelo. El estado en el
que se encontraba el mobiliario urbano y las pintadas de grafiteros
por doquier hacían que todo pareciese más normal. Ese era uno de
los pocos sitios de la ciudad donde no se notaban tanto los estragos
que había dejado a su paso la epidemia y la devastación de ese
virus mortífero.
	Algo más de una hora más tarde, con no menos que media docena de
encuentros fortuitos con algún que otro infectado que enseguida
dejaron atrás, llegaron a la última estación, al destino final del
primer viaje que habían hecho por las vías del tren, sin tren. Ahí
las vías bajaban hasta tierra firme y el último andén ocultaba en
parte la zona trasera donde descansaban más de diez trenes
aparentemente vacíos, muertos, trenes que con toda seguridad no
volverían a moverse de ahí. Pisaron de nuevo tierra firme y se
quedaron contemplando el bello panorama que la urbe les mostraba.
Ahí era donde la ciudad acababa, y más allá de la última hilera
de viviendas no había más que el campo abierto y una humilde
carretera secundaria de destino incierto.
	Pese a que ese había sido su objetivo desde el principio, ahora ya
era demasiado tarde para adentrarse en algún camino que les llevase
a algún pueblecito o alguna casita abandonada en mitad del amplio
bosque que ahí nacía. Habían perdido demasiado tiempo en casa de
Marcial, y ahora debían encontrar algún otro lugar en el que dormir
antes de seguir adelante con su plan, pues ninguna de las dos quería
pasar la noche al raso en un sitio sin puertas tras las que
encerrarse si la cosa se ponía fea. Bárbara se armó de nuevo con
el bate y Zoe se colocó en su retaguardia. 
Caminaron hacia el primer bloque de pisos, pero las puertas de todos
los portales estaban atrancadas desde dentro. En el segundo y el
tercero que miraron tuvieron la misma suerte, y fue al pasar frente a
una tienda de colchones que Zoe llamó la atención de Bárbara. En un
principio no creyó que esa fuera una alternativa, pero Zoe le
señaló a la puerta, donde descansaba un juego de llaves con una de
ellas colgando de la cerradura. Oscurecía a marchas forzadas, y solo
era cuestión de tiempo que acabasen encontrándose con algún
indeseable al cruzar la siguiente manzana, de modo que Bárbara giró
la llave, y la puerta se abrió.
	Entraron y se alegraron de disponer de una amplia cristalera con
vistas al bosque, puesto que al no haber luz artificial, al menos
dispondrían de algo de luz natural, y así no tendrían que recurrir
a las linternas que de bien seguro acabarían atrayendo por la noche a
una manada de resucitados hambrientos. Bárbara se encargó de cerrar
la puerta con llave desde dentro. Acto seguido inspeccionaron la
tienda de arriba abajo. Estaba llena de camas, colchones, sábanas y
demás mobiliario de dormitorio. Todo parecía limpio, todo ordenado.
Había dos puertas al otro extremo de la tienda que llevaban a dos
habitaciones.
 Una de ellas ocultaba un despacho con un pequeño aseo y tras la
otra había un generoso almacén donde se encontraba la mercancía
que no estaba expuesta en la tienda. Las dos estancias se comunicaban
por una tercera puerta. Todo estaba en regla, de modo que ambas
concluyeron en que sería un buen lugar donde pasar la noche.
Bárbara comprobó que el manojo de llaves también servía para las
puertas del despacho y del almacén, y se apresuró a cerrarlas con
llave. No estaba dispuesta a correr ningún riesgo y no quería
vigilar más allá de donde le alcanzase la vista.
Encajó la llave en la cerradura por la parte de dentro de la puerta
de entrada, y ambas se dirigieron a una de las camas que había en
mitad de la tienda. Ahí fue donde cenaron. Apenas abrieron la boca
para decir nada, ninguna de las dos. El día que habían pasado
había sido muy extraño y largo, y ambas tenían ya muchas ganas de
irse a dormir. Acabaron enseguida, pues apenas tenían hambre, y cada
una ocupó una cama de matrimonio, la una junto a la otra. No tardando
mucho se hizo de noche y Zoe se durmió enseguida. A Bárbara le
costó un poco más conciliar el sueño, y no fue hasta un rato
después de ver pasar un burro caminando con calma frente a la
tienda, que ella también se quedó dormida, mientras se preguntaba
como habría llegado tan lejos ese animal.
puntos 5 | votos: 5
Al otro lado de la vida - 1x23 - Frente al aeropuerto internacional de Sheol
16 de septiembre de 2008

	Adolfo se arrodilló junto a su esposa, que le miraba con una leve
sonrisa, tratando de quitar hierro al duro golpe que acababa de
recibir. Le cogió la mano y observó detenidamente la herida de la
muñeca. No parecía muy grave, y ahora apenas sangraba, pero eso no
le quitaba importancia, pues la había hecho uno de esos monstruos, y
solo Dios sabría la cantidad de gérmenes que podría tener en su
saliva. El resto de las heridas parecían peores. Daba la impresión
que le hubiese pasado por encima un ejército entero, y en cierto
modo así había sido. Ahora a Paola bien poco le importaban sus
heridas o el mordisco, había otra cosa que hipotecaba al cien por
ciento su cabeza.
PAOLA – ¿Dónde está Zoe?
ADOLFO – Tranquila, ella está bien. Está a salvo con una gente
que nos ha ayudado. Ahora lo que me preocupa es como estás tú.
PAOLA – He tenido días mejores.
ADOLFO – Pero... ¿Qué te ha pasado?
PAOLA – Un bruto me empujó y caí al suelo. Se me resbaló la mano
de Zoe con uno de los empujones, y traté de buscarla, de buscaros,
pero enseguida empezó a pasarme por encima un montón de gente.
ADOLFO – Maldita sea. ¿Y esto?
	Adolfo señaló el mordisco. Paola se lo acercó a la cara para
verlo mejor, e hizo una mueca de dolor. Su marido la observaba en
silencio, sin saber qué hacer o qué decir.
PAOLA – Cuando se despejó esto un poco, me levanté, y me
encontré de bruces con uno de esos...
ADOLFO – ¿Al que mató aquel hombre?
PAOLA – Si... Lástima que lo hiciese después de que me mordiera. 
ADOLFO – ¿Pero como lo hizo?
PAOLA – Me estaba levantando y se abalanzó sobre mí, traté de
zafarme pero tenía mucha fuerza. Estaba tratando de morderme en el
cuello, y yo puse el brazo en medio para que no lo hiciese, pero así
solo conseguí que me mordiese en el brazo. Luego vino ese hombre y lo
atrajo hacia sí y le disparó...
ADOLFO – Tenemos que volver a casa a curarte esto.
PAOLA – Pero...
ADOLFO – Cállate. Haz el favor de callarte. No digas nada.
	Ambos sabían muy bien que Paola no se recuperaría. Lo habían
escuchado docenas de veces por la televisión, antes de que dejaran
de emitir. Las mordeduras o el contacto con la sangre de esos seres
resultaba fatal en la enorme mayoría de los casos, y éste no tenía
porque ser diferente. Adolfo quería convencerse de lo contrario,
quería creer que curando las heridas su mujer ella recuperaría la
salud y volvería a ser la de antes, pero esa era una posibilidad
demasiado remota y había que comenzar a asumir la cruda realidad. En
cualquiera de los casos, su sueño de ir a un lugar mejor se había
truncado, al menos por el momento. Ahora la prioridad era que Paola
se recuperase, si es que eso era posible.
	Ambos sintieron una enorme rabia al ver en qué había desembocado
su ambiciosa misión. Se dijeron que no podría haber resultado peor,
pero ambos sabían que eso no era cierto. Zoe seguía sana como una
manzana, y eso era lo que más les preocupaba a ambos por ahora.
Sonaban voces alrededor, de gente en situación similar a la de
Paola, que pedían ayuda al aire. Hicieron oídos sordos; no podrían
ayudarles a todos. Eso aún les hizo sentirse más ruines, pues
sabían que se irían sin socorrer a nadie. De lo contrario podría
llegar otro de esos monstruos y acabar de destrozar todo en lo que se
amparaban para seguir luchando.
ADOLFO – Tenemos que volver a casa a curarte eso.
PAOLA – Yo...
ADOLFO – No digas nada, cariño.
PAOLA – ¿No prefieres que vayamos a otro sitio...?
ADOLFO – Tú misma lo dijiste, no hay ningún lugar seguro. En casa
estaremos bien, hasta que te cures. Luego... ya pensaremos en algo.
	Adolfo notó que alguien le estiraba de la manga. Al volverse, vio
que Zoe le miraba, tratando de alejar la mirada de su madre, pues le
resultaba muy difícil digerir lo que le había pasado. Llevaba el
maletín negro que Adolfo había soltado en cuanto comenzó la
estampida. Momentos antes, la mujer y el chico de la furgoneta, que
eran madre e hijo, los últimos supervivientes de su familia, la
habían traído cerca de su padre para luego devolverse a su coche y
dar media vuelta. Habían preferido no entrometerse más, al ver como
estaba la madre de la niña, asegurándose no obstante que ésta
estuviera a salvo en todo momento. Ahora estaban ya muy lejos de
ahí.
	Zoe se había despedido de ellos simplemente con un gesto de su
mano, pues no había abierto la boca en todo el día. Al ver a su
padre junto a su madre herida, había sentido la necesidad de
alejarse, y al ver en el maletín una excusa para hacerlo, había ido
en su busca. Lo había reconocido en el suelo, no muy lejos de ahí, y
se lo había traído. Adolfo lo miró y miró la cara inexpresiva y
seria de su hija. Ahora de bien poco le serviría todo ese dinero. Ni
todo el dinero del mundo podría paliar el dolor que habían sufrido y
que de bien seguro seguirían sufriendo.
ADOLFO – Da igual, hija. Eso ya no tiene importancia. Ahora tenemos
que volver a casa a cuidar de mamá.
	Zoe asintió, y volvió a dejar el maletín en el suelo, doblando
ligeramente las rodillas. Se acercó a su padre, y se mantuvo a su
lado mientras él agarraba en brazos a su madre, y la llevaba de
vuelta al coche. En el camino de vuelta tuvieron que ir sorteando a
los heridos, luego ir zigzagueando entre los coches de igual modo que
lo hicieran al ir. Pero había una diferencia considerable entre ese
momento y el actual, pues ahora estaban prácticamente todos los
coches vacíos. Durante el camino, hubo un momento en el que Paola
reconoció el coche en el que llevaban a aquella mujer anciana y
enferma. Los cristales estaban tintados de rojo, y de su interior
salía un extraño murmullo que hizo que Adolfo se apartase acelerase
y el paso. Poco más tarde llegaron de nuevo al coche y tomaron
asiento, en silencio. La vuelta a casa se llevó a cabo sin ningún
incidente.

puntos 9 | votos: 9
Al otro lado de la vida 1x164 - Bucle de emisión del canal 5
12 de septiembre de 2008

El canal 5 hacía varias horas que había dejado de emitir con
reporteros en directo. Seguía emitiendo, y lo haría mientras hubiese
alguien dispuesto a verles, pero lo que emitían no era más que un
bucle de imágenes, acompañadas por música clásica. Debajo de las
imágenes, se podía leer una línea de texto que repetía incansable
los centros de refugiados habilitados en las ciudades más afectadas
por la epidemia. En ese momento sonaba de fondo el Canon de Pachelbel.
La imagen que se podía ver en la pantalla mostraba una formación de
aviones de guerra dejando caer bombas sobre una ciudad todavía
habitada. La grabación parecía estar tomada desde otro de los
aviones, y centró la imagen en el terreno devastado por los
proyectiles. Afortunadamente, lo único que se escuchaba era la
música de fondo, de modo que los espectadores no pudieron oír los
gritos de júbilo de quienes estaban perpetrando esa masacre. Con la
bella estampa del sol en el horizonte y las llamas y la nube de humo
presentes en pleno centro de Tzefiráh, la imagen hizo un fundido a
negro para dar paso a otra escena. En esta ocasión se pudo ver una
grabación casera, desde un balcón particular. Mostraba la calle de
un pueblo pequeño. Había al menos doce infectados caminando a sus
anchas por ella. La cámara estaba enfocando a los infectados cuando
algo le hizo girar bruscamente al otro extremo de la calle. Por ahí
se acercaba un todoterreno que iría al menos a cien kilómetros por
hora, en pleno centro. Se llevó por delante a cuatro de los
infectados, partiéndoles el espinazo y los órganos internos. Uno de
ellos quedó enganchado al parachoques y se alejó de la escena con el
todoterreno. Los demás infectados trataron de seguirle, pero iba
demasiado rápido; enseguida se perdió de nuevo al girar otra
esquina. El cámara enfocó a uno de los que había atropellado el
conductor. Se retorcía en el suelo. Tenía las dos piernas con las
rodillas giradas hacia atrás en una posición imposible, pero no
obstante trataba de levantarse, sin conseguirlo, mientras un borbotón
de sangre salía de entre sus labios. De nuevo hubo un fundido a negro
y la imagen se sustituyó por la de lo que parecía otro anónimo
amateur grabando, pero en esta ocasión desde dentro de un coche, con
la ventanilla subida. El vehículo estaba parado en mitad de la calle.
El cámara enfocó a un balcón, desde donde se veía a un hombre
agitando los brazos. Otro montón de curiosos por la calle y de
vecinos en los demás balcones observaban con igual desconcierto la
escena. De un momento a otro una lluvia de cristales azotó el cuerpo
de ese hombre, ataviado con una bata, todavía con las zapatillas de
andar por casa. Una mujer en camisón, presumiblemente su esposa, se
abalanzó contra él, y al perder el equilibrio en la embestida, ambos
se precipitaron al vacío. La mujer trató de agarrarse a la
barandilla del balcón para no caer, pero el peso del hombre, bastante
rollizo, la atrajo consigo en la caída. Los cuatro pisos fueron
suficientes para acabar con la vida del hombre, de un fuerte golpe en
la cabeza. Sin embargo la mujer se levantó desde donde había caído,
como si nada le hubiera pasado, e hincó los dientes en el cuello del
que fuera su esposo. Los curiosos de la calle corrieron despavoridos
en todas direcciones, alejándose de esa macabra escena. El cámara no
dejó de filmar cómo esa mujer bebía la sangre que manaba de la
yugular de ese pobre hombre, pero el coche enseguida se puso en marcha
y se alejó demasiado como para poder seguir filmando. De nuevo un
fundido a negro. El Canon de Pachelbel fue sustituido por la sonata de
Luz de Luna, de Beethoven. La imagen se sustituyó por la de otra
calle, de otra ciudad anónima. Había docenas de voluntarios
recogiendo cadáveres y arrastrándolos por las axilas hacia una gran
montaña de cuerpos sin vida que no tardaron en prender fuego. La
imagen de la pira humana se prolongó durante unos segundos, mientras
el cámara daba una vuelta de trescientos sesenta grados, para
conseguir una imagen de la misma desde todos los ángulos. Ahora se
podía ver un camión de bomberos. Había un par de ellos sosteniendo
una gran manguera, enfocándola hacia un grupo de rebeldes que se
dirigía desde el otro extremo de la calle hacia donde estaban ellos.
Se cortó mucho antes de mostrar el trágico desenlace. Un nuevo
fundido a negro sustituyó la imagen por la de otro coche de bomberos,
en esta ocasión en una zona más periférica de la ciudad. Estaba
trabajando en la extinción del incendio de una gran mansión de las
afueras, cuando una persona en llamas salió por la puerta principal.
Uno de los bomberos se acercó a toda velocidad al hombre de fuego, y
lo roció con un extintor que soltaba una especie de polvo blanco. No
había conseguido extinguir el fuego del todo, cuando el hombre,
todavía medio en llamas, se abalanzó contra él y le agarró del
cuello. Tuvo tiempo de reventarle el cráneo a base de golpes contra
el duro asfalto antes que uno de sus compañeros se acercase a
ayudarle. En ese momento, la imagen cambió de nuevo. Otra vez se
trataba de una grabación casera desde un balcón particular. Lo que
ahora se veía era un grupo de unas once personas sanas corriendo por
la calle, perseguidas por una niña de entre ocho y diez años. La
niña tenía los brazos elevados, y por la expresión de su cara,
parecía estar gritando a viva voz, exigiendo que dejasen de huir.
Solo fueron unos pocos segundos; enseguida cambió la imagen. En esta
nueva escena no había rastro alguno de infectados. Lo que se mostraba
era una tienda con los escaparates hechos trizas en el suelo, de la
que no paraban de entrar y salir personas. No era una tienda de
alimentos, ni de suministros necesarios, era una tienda de
electrodomésticos, y lo que más se veía, era a gente saliendo de la
tienda con enormes televisores de plasma, y una pícara sonrisa en la
boca. En ese momento sonaba el Bolero de Rabel. La escena del saqueo
se prolongó unos segundos más, para dar paso a una imagen con un
zoom excesivo, vibrante por la falta de pulso del cámara, que
mostraba a un hombre en un parque comiéndose lo que parecía una
paloma muerta. La misma grabación se movía rápidamente, mareando al
espectador y se centraba en lo que parecía la parte trasera de una
ambulancia. Los operarios de la ambulancia miraban sorprendidos a unos
metros de la misma, fumando un cigarro, como la bolsa negra de
cadáveres que habían dejado colocada sobre la camilla, a las puertas
del vehículo, se agitaba nerviosamente. Se retorcía una y otra vez,
hasta que finalmente cayó al suelo.
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ATENCIÓN - un consumo excesivo puede tener efectos laxantes!
puntos 9 | votos: 9
No eres un autentico gamer - Hasta que no los reconoces a todos
puntos 12 | votos: 16
Vive tu vida - Cumple tus sueños. Haz que se hagan realidad.
puntos 0 | votos: 12
Motiva... - ...que por votar negativo te salga esto.

puntos 10 | votos: 10
Coches famosos - ¿Con cuál te quedarías?
puntos 7 | votos: 9
luego - debes asumir las consecuencias...
puntos 31 | votos: 31
para pensar!!! -
puntos -11 | votos: 19
Desmotiva - Que muchas anti-jonaticas digan que las chicas solo los aman 
por que nick esta enfermo ...!!
puntos 10 | votos: 12
Simuladores de emociones - Descripción Grafica

puntos 4 | votos: 6
+Hola, póngame agua - -¿Agua San Antón, que alegra el corazón?
+No....yo....prefiero Bezolla.....
puntos 14 | votos: 14
Deseo estar contigo  - solos en micuarto, en mi cama con las luces apagadas bajo las sábanas
asi puedo mostrarte; mi increible RELOJ NUEVO QUE BRILLA EN LA
OSCURIDAD!!
puntos 10 | votos: 10
1,20+1,20=2,50? -  Carrefour intentando timarte desde tiempos inmemoriales.
puntos 9 | votos: 9
Que el temor a fallar - no te impida jugar.
puntos 24 | votos: 24
Los peores monstruos - están dentro de nosotros.





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