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08.07.2011

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Señora, el pene está más arriba. -
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Quieres hacerlo conmigo? - mmmmmmmmmmmmm.......NO!!
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Lucius Malfoy - Y su oscuro pasado
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Y asi es como se enseña - a nadar a un niño rico
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Mente sucia - la tuya lo es

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Mirar los estados de tuenti - y ver frases de carteles de desmotivaciones
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Admitelo - tienes celos de Leonard
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Thomas Jefferson y la banca. - Carta a Albert Gallantin, Secretario del Tesoro. 1802.

“Pienso que las entidades bancarias son más peligrosas para
nuestras libertades que todos los ejércitos listos para el combate.
Si el pueblo estadounidense permite un día que los bancos privados
controlen su moneda, los bancos privados, y todas las entidades que
florecerán en torno a ellos, privarán a los ciudadanos de lo que les
pertenece, primero con la inflación y más tarde con la recesión,
hasta que sus hijos se despierten, sin casa y sin techo, sobre la
tierra que sus padres conquistaron.”
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Marilyn Manson - Dos caras, dos peliculas de terror
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Esas playas  - que solo existen en fotos

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Desmotiva - que me insulten por amar a este chico.
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Porque cuando yo era pequeña, - lo más guay era que tu nombre saliese en el libro.
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El mayor placer de  -  una persona inteligente es aparentar ser idiota delante de un idiota
que aparenta ser inteligente…
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Esto es buena amistad - no es mi novia.
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Digan lo que digan, - hay animales más humanos que mucha gente.

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El que no se consuela... - es porque no quiere.
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Aun no me puedo creer - que una persona que mato a millones de personas, estuvo nominado a ganar 
el Premio Nobel de la Paz
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Me voy a la playa¿Vienes? - Te espero
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Dos equipos... - Pero solo uno ganara esta noche y ojala que seal el azulgrana...
CATALANA HASTA LA MUERTE!
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Si la supercopa... - la retrasmiten por La Primera... ¿Esto quiere decir que no los
jugadores no descansan entre tiempo y tiempo?

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Por que siempre - estás en mi cabeza
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Y... - ¿Qué tienen los hombres en la cabeza?
puntos 8 | votos: 8
¿Quién hace eso - con un animal ?
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No se ... - como hay gente que la adora
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Tranquilos! - llevo mi power balance

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El espejo de Oesed - Se acercaba la Navidad. Una mañana de mediados de diciembre Hogwarts
se descubrió
cubierto por dos metros de nieve. El lago estaba sólidamente
congelado y los gemelos
Weasley fueron castigados por hechizar varias bolas de nieve para que
siguieran a
Quirrell y lo golpearan en la parte de atrás de su turbante. Las
pocas lechuzas que
habían podido llegar a través del cielo tormentoso para dejar el
correo tuvieron que
quedar al cuidado de Hagrid hasta recuperarse, antes de volar otra
vez.
Todos estaban impacientes de que empezaran las vacaciones. Mientras
que la sala
común de Gryffindor y el Gran Comedor tenían las chimeneas
encendidas, los pasillos,
llenos de corrientes de aire, se habían vuelto helados, y un viento
cruel golpeaba las
ventanas de las aulas. Lo peor de todo eran las clases del profesor
Snape, abajo en las
mazmorras, en donde la respiración subía como niebla y los hacía
mantenerse lo más
cerca posible de sus calderos calientes.
—Me da mucha lástima —dijo Draco Malfoy, en una de las clases de
Pociones—
toda esa gente que tendrá que quedarse a pasar la Navidad en
Hogwarts, porque no los
quieren en sus casas.
Mientras hablaba, miraba en dirección a Harry. Crabbe y Goyle
lanzaron risitas
burlonas. Harry, que estaba pesando polvo de espinas de pez león, no
les hizo caso.
Después del partido de quidditch, Malfoy se había vuelto más
desagradable que nunca.
Disgustado por la derrota de Slytherin, había tratado de hacer que
todos se rieran
diciendo que un sapo conuna gran boca podía reemplazar a Harry como
buscador. Pero
entonces se dio cuenta de que nadie lo encontraba gracioso, porque
estaban muy
impresionados por la forma en que Harry se había mantenido en su
escoba. Así que
Malfoy; celoso y enfadado, había vuelto a fastidiar a Harry por no
tener una familia
apropiada.
Era verdad que Harry no iría a Privet Drive para las fiestas. La
profesora
McGonagall había pasado la semana antes, haciendo una lista de los
alumnos que iban a
quedarse allí para Navidad, y Harry puso su nombre de inmediato. Y no
se sentía triste,
ya que probablemente ésa sería la mejor Navidad de su vida. Ron y
sus hermanos
también se quedaban, porque el señor y la señora Weasley se
marchaban a Rumania, a
visitar a Charles.
Cuando abandonaron los calabozos, al finalizar la clase de Pociones,
encontraron
un gran abeto que ocupaba el extremo del pasillo. Dos enormes pies
aparecían por
debajo del árbol y un gran resoplido les indicó que Hagrid estaba
detrás de él.
—Hola, Hagrid. ¿Necesitas ayuda? —preguntó Ron, metiendo la
cabeza entre las
ramas.
—No, va todo bien. Gracias, Ron.
—¿Te importaría quitarte de en medio? —La voz fría y gangosa de
Malfoy llegó
desde atrás—. ¿Estás tratando de ganar algún dinero extra,
Weasley? Supongo que
quieres ser guardabosques cuando salgas de Hogwarts... Esa choza de
Hagrid debe de
parecerte un palacio, comparada con la casa de tu familia.
Ron se lanzó contra Malfoy justo cuando aparecía Snape en lo alto de
las escaleras.
—¡WEASLEY!
Ron soltó el cuello de la túnica de Malfoy.
—Lo han provocado, profesor Snape —dijo Hagrid, sacando su gran
cabeza peluda
por encima del árbol—. Malfoy estaba insultando a su familia.
—Lo que sea, pero pelear está contra las reglas de Hogwarts, Hagrid
—dijo Snape
con voz amable—. Cinco puntos menos para Gryffindor; Weasley, y
agradece que no
sean más. Y ahora marchaos todos.
Malfoy, Crabbe y Goyle pasaron bruscamente, sonriendo con presunción.
—Voy a atraparlo —dijo Ron, sacando los dientes ante la espalda de
Malfoy—.
Uno de estos días lo atraparé...
—Los detesto a los dos —añadió Harry—. A Malfoy y a Snape.
—Vamos, arriba el ánimo, ya es casi Navidad —dijo Hagrid—. Os
voy a decir qué
haremos: venid conmigo al Gran Comedor; está precioso.
Así que los tres siguieron a Hagrid y su abeto hasta el Gran Comedor,
donde la
profesora McGonagall y el profesor Flitwick estaban ocupados en la
decoración.
El salón estaba espectacular. Guirnaldas de muérdago y acebo
colgaban de las
paredes, y no menos de doce árboles de Navidad estaban distribuidos
por el lugar,
algunos brillando con pequeños carámbanos, otros con cientos de
velas.
—¿Cuántos días os quedan para las vacaciones? —preguntó
Hagrid.
—Sólo uno —respondió Hermione—. Y eso me recuerda... Harry,
Ron, nos queda
media hora para el almuerzo, deberíamos ir a la biblioteca.
—Sí, claro, tienes razón —dijo Ron, obligándose a apartar la
vista del profesor
Flitwick, que sacaba burbujas doradas de su varita, para ponerlas en
las ramas del árbol
nuevo.
—¿La biblioteca? —preguntó Hagrid, acompañándolos hasta la
puerta—. ¿Justo
antes de las fiestas? Un poco triste, ¿no creéis?
—Oh, no es un trabajo —explicó alegremente Harry—. Desde que
mencionaste a
Nicolás Flamel, estamos tratando de averiguar quién es.
—¿Qué? —Hagrid parecía impresionado—. Escuchadme... Ya os lo
dije... No os
metáis. No tiene nada que ver con vosotros lo que custodia ese perro.
—Nosotros queremos saber quién es Nicolás Flamel, eso es todo
—dijo Hermione.
—Salvo que quieras ahorrarnos el trabajo —añadió Harry—. Ya
hemos buscado en
miles de libros y no hemos podido encontrar nada... Si nos das una
pista... Yo sé que leí
su nombre en algún lado.
—No voy a deciros nada —dijo Hagrid con firmeza.
—Entonces tendremos que descubrirlo nosotros —dijo Ron. Dejaron a
Hagrid
malhumorado y fueron rápidamente a la biblioteca.
Habían estado buscando el nombre de Flamel desde que a Hagrid se le
escapó,
porque ¿de qué otra manera podían averiguar lo que quería robar
Snape? El problema
era la dificultad de buscar; sin saber qué podía haber hecho Flamel
para figurar en un
libro. No estaba en Grandes magos del siglo XX, ni en Notables nombres
de la magia de
nuestro tiempo; tampoco figuraba en Importantes descubrimientos en la
magia moderna
ni en Un estudio del reciente desarrollo de la hechicería. Y además,
por supuesto,
estaba el tamaño de la biblioteca, miles y miles de libros, miles de
estantes, cientos de
estrechas filas...
Hermione sacó una lista de títulos y temas que había decidido
investigar; mientras
Ron se paseaba entre una fila de libros y los sacaba al azar. Harry se
acercó a la Sección
Prohibida. Se había preguntado si Flamel no estaría allí. Pero por
desgracia, hacía falta
un permiso especial, firmado por un profesor, para mirar alguno de los
libros de aquella
sección, y sabía que no iba a conseguirlo. Allí estaban los libros
con la poderosa Magia
del Lado Oscuro, que nunca se enseñaba en Hogwarts y que sólo leían
los alumnos
mayores, que estudiaban cursos avanzados de Defensa Contra las Artes
Oscuras.
—¿Qué estás buscando, muchacho?
—Nada —respondió Harry.
La señora Pince, la bibliotecaria, empuñó un plumero ante su cara.
—Entonces, mejor que te vayas. ¡Vamos, fuera!
Harry salió de la biblioteca, deseando haber sido más rápido en
inventarse algo. Él,
Ron y Hermione se habían puesto de acuerdo en que era mejor no
consultar a la señora
Pince sobre Flamel. Estaban seguros de que ella podría decírselo,
pero no podían
arriesgarse a que Snape se enterara de lo que estaban buscando.
Harry los esperó en el pasillo, para ver si los otros habían
encontrado algo, pero no
tenía muchas esperanzas. Después de todo, buscaban sólo desde
hacía quince días y en
los pocos momentos libres, así que no era raro que no encontraran
nada. Lo que
realmente necesitaban era una buena investigación, sin la señora
Pince pegada a sus
nucas.
Cinco minutos más tarde, Ron y Hermione aparecieron negando con la
cabeza. Se
marcharon a almorzar.
—Vais a seguir buscando cuando yo no esté, ¿verdad? —dijo
Hermione—. Si
encontráis algo, enviadme una lechuza.
—Y tú podrás preguntarle a tus padres si saben quién es Flamel
—dijo Ron—.
Preguntarle a ellos no tendrá riesgos.
—Ningún riesgo, ya que ambos son dentistas —respondió Hermione.
Cuando comenzaron las vacaciones, Ron y Harry tuvieron mucho tiempo
para pensar en
Flamel. Tenían el dormitorio para ellos y la sala común estaba mucho
más vacía que de
costumbre, así que podían elegir los mejores sillones frente al
fuego. Se quedaban
comiendo todo lo que podían pinchar en un tenedor de tostar (pan,
buñuelos,
melcochas) y planeaban formas de hacer que expulsaran a Malfoy, muy
divertidas, pero
imposibles de llevar a cabo.
Ron también comenzó a enseñar a Harry a jugar al ajedrez mágico.
Era igual que el
de los muggles, salvo que las piezas estaban vivas, lo que lo hacía
muy parecido a
dirigir un ejército en una batalla. El juego de Ron era muy antiguo y
estaba gastado.
Como todo lo que tenía, había pertenecido a alguien de su familia,
en este caso a su
abuelo. Sin embargo, las piezas de ajedrez viejas no eran una
desventaja. Ron las
conocía tan bien que nunca tenía problemas en hacerles hacer lo que
quería.
Harry jugó con el ajedrez que Seamus Finnigan le había prestado, y
las piezas no
confiaron en él. Él todavía no era muy buen jugador, y las piezas
le daban distintos
consejos y lo confundían, diciendo, por ejemplo: «No me envíes a
mí. ¿No ves el
caballo? Muévelo a él, podemos permitirnos perderlo».
En la víspera de Navidad, Harry se fue a la cama, deseoso de que
llegara el día
siguiente, pensando en toda la diversión y comida que lo aguardaban,
pero sin esperar
ningún regalo. Cuando al día siguiente se despertó temprano, lo
primero que vio fue
unos cuantos paquetes a los pies de su cama.
—¡Feliz Navidad! —lo saludó medio dormido Ron, mientras Harry
saltaba de la
cama y se ponía la bata.
—Para ti también —contestó Harry—. ¡Mira esto! ¡Me han
enviado regalos!
—¿Qué esperabas, nabos? —dijo Ron, volviéndose hacia sus
propios paquetes, que
eran más numerosos que los de Harry
Harry cogió el paquete que estaba más arriba. Estaba envuelto en
papel de embalar
y tenía escrito: «Para Harry de Hagrid». Contenía una flauta de
madera, toscamente
trabajada. Era evidente que Hagrid la había hecho. Harry sopló y la
flauta emitió un
sonido parecido al canto de la lechuza.
El segundo, muy pequeño, contenía una nota.
«Recibimos tu mensaje y te mandamos tu regalo de Navidad. De tío
Vernon y tía
Petunia.» Pegada a la nota estaba una moneda de cincuenta peniques.
—Qué detalle —comentó Harry.
Ron estaba fascinado con los cincuenta peniques.
—¡Qué raro! —dijo— ¡Qué forma! ¿Esto es dinero?
—Puedes quedarte con ella —dijo Harry, riendo ante el placer de
Ron—. Hagrid,
mis tíos... ¿Quién me ha enviado éste?
—Creo que sé de quién es ése —dijo Ron, algo rojo y señalando
un paquete
deforme—. Mi madre. Le dije que creías que nadie te regalaría nada
y.. oh, no
—gruñó—, te ha hecho un jersey Weasley.
Harry abrió el paquete y encontró un jersey tejido a mano, grueso y
color verde
esmeralda, y una gran caja de pastel de chocolate casero.
—Cada año nos teje un jersey —dijo Ron, desenvolviendo su
paquete— y el mío
siempre es rojo oscuro.
—Es muy amable de parte de tu madre —dijo Harry probando el
pastel, que era
delicioso.
El siguiente regalo también tenía golosinas, una gran caja de ranas
de chocolate, de
parte de Hermione.
Le quedaba el último. Harry lo cogió y notó que era muy ligero. Lo
desenvolvió.
Algo fluido y de color gris plateado se deslizó hacia el suelo y se
quedó brillando.
Ron bufó.
—Había oído hablar de esto —dijo con voz ronca, dejando caer la
caja de grageas
de todos los sabores, regalo de Hermione—. Si es lo que pienso, es
algo verdaderamente
raro y valioso.
—¿Qué es?
Harry cogió el género brillante y plateado. El tocarlo producía una
sensación
extraña, como si fuera agua convertida en tejido.
—Es una capa invisible —dijo Ron, con una expresión de temor
reverencial—.
Estoy seguro... Pruébatela.
Harry se puso la capa sobre los hombros y Ron lanzó un grito.
—¡Lo es! ¡Mira abajo!
Harry se miró los pies, pero ya no estaban. Se dirigió al espejo.
Efectivamente: su
reflejo lo miraba, pero sólo su cabeza suspendida en el aire, porque
su cuerpo era
totalmente invisible. Se puso la capa sobre la cabeza y su imagen
desapareció por
completo.
—¡Hay una nota! —dijo de pronto Ron—. ¡Ha caído una nota!
Harry se quitó la capa y cogió la nota. La caligrafía, fina y llena
de curvas, era
desconocida para él. Decía:
Tu padre dejó esto en mi poder antes de morir. Ya es tiempo de que te
sea
devuelto. Utilízalo bien.
Una muy Feliz Navidad para ti.
No tenía firma. Harry contempló la nota. Ron admiraba la capa.
—Yo daría cualquier cosa por tener una —dijo— Lo que sea.
¿Qué te sucede?
—Nada —dijo Harry Se sentía muy extraño. ¿Quién le había
enviado la capa?
¿Realmente había pertenecido a su padre?
Antes de que pudiera decir o pensar algo, la puerta del dormitorio se
abrió de golpe
y Fred y George Weasley entraron. Harry escondió rápidamente la
capa. No se sentía
con ganas de compartirla con nadie más.
—¡Feliz Navidad!
—¡Eh, mira! ¡A Harry también le han regalado un jersey Weasley!
Fred y George llevaban jerséis azules, uno con una gran letra F y el
otro con la G.
—El de Harry es mejor que el nuestro —dijo Fred cogiendo el jersey
de Harry—.
Es evidente que se esmera más cuando no es para la familia.
—¿Por qué no te has puesto el tuyo, Ron? —quiso saber George—.
Vamos,
pruébatelo, son bonitos y abrigan.
—Detesto el rojo oscuro —se quejó Ron, mientras se lo pasaba por
la cabeza.
—No tenéis la inicial en los vuestros —observó George—.
Supongo que ella
piensa que no os vais a olvidar de vuestros nombres. Pero nosotros no
somos
estúpidos... Sabemos muy bien que nos llamamos Gred y Feorge.
—¿Qué es todo ese ruido?
Percy Weasley asomó la cabeza a través de la puerta, con aire de
desaprobación.
Era evidente que había ido desenvolviendo sus regalos por el camino,
porque también
tenía un jersey bajo el brazo, que Fred vio.
—¡P de prefecto! Pruébatelo, Percy, vamos, todos nos lo hemos
puesto, hasta
Harry tiene uno.
—Yo... no... quiero —dijo Percy, con firmeza, mientras los gemelos
le metían el
jersey por la cabeza, tirándole las gafas al suelo.
—Y hoy no te sentarás con los prefectos —dijo George—. La
Navidad es para
pasarla en familia.
Cogieron a Percy y se lo llevaron de la habitación, con los brazos
sujetos por el
jersey.
Harry no había celebrado en su vida una comida de Navidad como
aquélla. Un centenar
de pavos asados, montañas de patatas cocidas y asadas, soperas llenas
de guisantes con
mantequilla, recipientes de plata con una grasa riquísima y salsa de
moras, y muchos
huevos sorpresa esparcidos por todas las mesas. Estos fantásticos
huevos no tenían nada
que ver con los flojos artículos de los muggles, que Dudley
habitualmente compraba, ni
con juguetitos de plástico ni gorritos de papel. Harry tiró uno al
suelo y no sólo hizo
¡pum!, sino que estalló como un cañonazo y los envolvió en una
nube azul, mientras del
interior salían una gorra de contraalmirante y varios ratones
blancos, vivos. En la Mesa
Alta, Dumbledore había reemplazado su sombrero cónico de mago por un
bonete
floreado, y se reía de un chiste del profesor Flitwick.
A los pavos les siguieron los pudines de Navidad, flameantes. Percy
casi se rompió
un diente al morder un sickle de plata que estaba en el trozo que le
tocó. Harry
observaba a Hagrid, que cada vez se ponía más rojo y bebía más
vino, hasta que
finalmente besó a la profesora McGonagall en la mejilla y, para
sorpresa de Harry, ella
se ruborizó y rió, con el sombrero medio torcido.
Cuando Harry finalmente se levantó de la mesa, estaba cargado de
cosas de las
sorpresas navideñas, y que incluían globos luminosos que no
estallaban, un juego de
Haga Crecer Sus Propias Verrugas y piezas nuevas de ajedrez. Los
ratones blancos
habían desaparecido, y Harry tuvo el horrible presentimiento de que
iban a terminar
siendo la cena de Navidad de la Señora Norris.
Harry y los Weasley pasaron una velada muy divertida, con una batalla
de bolas de
nieve en el parque. Más tarde, helados, húmedos y jadeantes,
regresaron a la sala común
de Gryffindor para sentarse al lado del fuego. Allí Harry estrenó su
nuevo ajedrez y
perdió espectacularmente con Ron. Pero sospechaba que no habría
perdido de aquella
manera si Percy no hubiera tratado de ayudarlo tanto.
Después de un té con bocadillos de pavo, buñuelos, bizcocho
borracho y pastel de
Navidad, todos se sintieron tan hartos y soñolientos que no podían
hacer otra cosa que
irse a la cama; no obstante, permanecieron sentados y observaron a
Percy, que perseguía
a Fred y George por toda la torre Gryffindor porque le habían robado
su insignia de
prefecto.
Fue el mejor día de Navidad de Harry. Sin embargo, algo daba vueltas
en un rincón
de su mente. En cuanto se metió en la cama, pudo pensar libremente en
ello: la capa
invisible y quién se la había enviado.
Ron, ahíto de pavo y pastel y sin ningún misterio que lo preocupara,
se quedó
dormido en cuanto corrió las cortinas de su cama. Harry se inclinó a
un lado de la cama
y sacó la capa.
De su padre... Aquello había sido de su padre. Dejó que el género
corriera por sus
manos, más suave que la seda, ligero como el aire. «Utilízalo
bien», decía la nota.
Tenía que probarla. Se deslizó fuera de la cama y se envolvió en la
capa. Miró
hacia abajo y vio sólo la luz de la luna y las sombras. Era una
sensación muy curiosa.
«Utilízalo bien.»
De pronto, Harry se sintió muy despierto. Con aquella capa, todo
Hogwarts estaba
abierto para él. Mientras estaba allí, en la oscuridad y el
silencio, la excitación se
apoderó de él. Podía ir a cualquier lado con ella, a cualquier
lado, y Filch nunca lo
sabría.
Ron gruñó entre sueños. ¿Debía despertarlo? Algo lo detuvo. La
capa de su padre...
Sintió que aquella vez (la primera vez) quería utilizarla solo.
Salió cautelosamente del dormitorio, bajó la escalera, cruzó la
sala común y pasó
por el agujero del retrato.
—¿Quién está ahí? —chilló la Dama Gorda. Harry no dijo nada.
Anduvo
rápidamente por el pasillo.
¿Adónde iría? De pronto se detuvo, con el corazón palpitante, y
pensó. Y entonces
lo supo. La Sección Prohibida de la biblioteca. Iba a poder leer todo
lo que quisiera,
para descubrir quién era Flamel. Se ajustó la capa y se dirigió
hacia allí.
La biblioteca estaba oscura y fantasmal. Harry encendió una lámpara
para ver la
fila de libros. La lámpara parecía flotar sola en el aire y hasta el
mismo Harry, que
sentía su brazo llevándola, tenía miedo.
La Sección Prohibida estaba justo en el fondo de la biblioteca.
Pasando con
cuidado sobre la soga que separaba aquellos libros de los demás,
Harry levantó la
lámpara para leer los títulos.
No le decían mucho. Las letras doradas formaban palabras en lenguajes
que Harry
no conocía. Algunos no tenían títulos. Un libro tenía una mancha
negra que parecía
sangre. A Harry se le erizaron los pelos de la nuca. Tal vez se lo
estaba imaginando, tal
vez no, pero le pareció que un murmullo salía de los libros, como si
supieran que había
alguien que no debía estar allí.
Tenía que empezar por algún lado. Dejó la lámpara con cuidado en
el suelo y miró
en una estantería buscando un libro de aspecto interesante. Le llamó
la atención un
volumen grande, negro y plateado. Lo sacó con dificultad, porque era
muy pesado y,
balanceándolo sobre sus rodillas, lo abrió.
Un grito desgarrador; espantoso, cortó el silencio... ¡El libro
gritaba! Harry lo cerró
de golpe, pero el aullido continuaba, en una nota aguda,
ininterrumpida. Retrocedió y
chocó con la lámpara, que se apagó de inmediato. Aterrado, oyó
pasos que se acercaban
por el pasillo, metió el volumen en el estante y salió corriendo.
Pasó al lado de Filch
casi en la puerta, y los ojos del celador; muy abiertos, miraron a
través de Harry. El
chico se agachó, pasó por debajo del brazo de Filch y siguió por el
pasillo, con los
aullidos del libro resonando en sus oídos.
Se detuvo de pronto frente a unas armaduras. Había estado tan ocupado
en escapar
de la biblioteca que no había prestado atención al camino. Tal vez
era porque estaba
oscuro, pero no reconoció el lugar donde estaba. Había armaduras
cerca de la cocina,
eso lo sabía, pero debía de estar cinco pisos más arriba.
—Usted me pidió que le avisara directamente, profesor, si alguien
andaba dando
vueltas durante la noche, y alguien estuvo en la biblioteca, en la
Sección Prohibida.
Harry sintió que se le iba la sangre de la cara. Filch debía de
conocer un atajo para
llegar a donde él estaba, porque el murmullo de su voz se acercaba
cada vez más y, para
su horror, el que le contestaba era Snape.
—¿La Sección Prohibida? Bueno, no pueden estar lejos, ya los
atraparemos.
Harry se quedó petrificado, mientras Filch y Snape se acercaban. No
podían verlo,
por supuesto, pero el pasillo era estrecho y, si se acercaban mucho,
iban a chocar contra
él. La capa no ocultaba su materialidad.
Retrocedió lo más silenciosamente que pudo. A la izquierda había
una puerta
entreabierta. Era su única esperanza. Se deslizó, conteniendo la
respiración y tratando
de no hacer ruido. Para su alivio, entró en la habitación sin que lo
notaran. Pasaron por
delante de él y Harry se apoyó contra la pared, respirando
profundamente, mientras
escuchaba los pasos que se alejaban. Habían estado cerca, muy cerca.
Transcurrieron
unos pocos segundos antes de que se fijara en la habitación que lo
había ocultado.
Parecía un aula en desuso. Las sombras de sillas y pupitres
amontonados contra las
paredes, una papelera invertida y apoyada contra la pared de
enfrente... Había algo que
parecía no pertenecer allí, como si lo hubieran dejado para quitarlo
de en medio.
Era un espejo magnífico, alto hasta el techo, con un marco dorado muy
trabajado,
apoyado en unos soportes que eran como garras. Tenía una inscripción
grabada en la
parte superior: Oesed lenoz aro cut edon isara cut se onotse.
Ya no oía ni a Filch ni a Snape, y Harry no tenía tanto miedo. Se
acercó al espejo,
deseando mirar para no encontrar su imagen reflejada. Se detuvo frente
a él.
Tuvo que llevarse las manos a la boca para no gritar. Giró en
redondo. El corazón
le latía más furiosamente que cuando el libro había gritado...
Porque no sólo se había
visto en el espejo, sino que había mucha gente detrás de él.
Pero la habitación estaba vacía. Respirando agitadamente, volvió a
mirar el espejo.
Allí estaba él, reflejado, blanco y con mirada de miedo y allí,
reflejados detrás de
él, había al menos otros diez. Harry miró por encima del hombro,
pero no había nadie
allí. ¿O también eran todos invisibles? ¿Estaba en una habitación
llena de gente
invisible y la trampa del espejo era que los reflejaba, invisibles o
no?
Miró otra vez al espejo. Una mujer, justo detrás de su reflejo, le
sonreía y agitaba la
mano. Harry levantó una mano y sintió el aire que pasaba. Si ella
estaba realmente allí,
debía de poder tocarla, sus reflejos estaban tan cerca... Pero sólo
sintió aire: ella y los
otros existían sólo en el espejo.
Era una mujer muy guapa. Tenía el cabello rojo oscuro y sus ojos...
«Sus ojos son
como los míos», pensó Harry, acercándose un poco más al espejo.
Verde brillante,
exactamente la misma forma, pero entonces notó que ella estaba
llorando, sonriendo y
llorando al mismo tiempo. El hombre alto, delgado y de pelo negro que
estaba al lado
de ella le pasó el brazo por los hombros. Llevaba gafas y el pelo muy
desordenado. Y se
le ponía tieso en la nuca, igual que a Harry.
Harry estaba tan cerca del espejo que su nariz casi tocaba su reflejo.
—¿Mamá? —susurró—. ¿Papá?
Entonces lo miraron, sonriendo. Y lentamente, Harry fue observando los
rostros de
las otras personas, y vio otro par de ojos verdes como los suyos,
otras narices como la
suya, incluso un hombre pequeño que parecía tener las mismas
rodillas nudosas de
Harry. Estaba mirando a su familia por primera vez en su vida.
Los Potter sonrieron y agitaron las manos, y Harry permaneció
mirándolos
anhelante, con las manos apretadas contra el espejo, como si esperara
poder pasar al
otro lado y alcanzarlos. En su interior sentía un poderoso dolor,
mitad alegría y mitad
tristeza terrible.
No supo cuánto tiempo estuvo allí. Los reflejos no se desvanecían y
Harry miraba y
miraba, hasta que un ruido lejano lo hizo volver a la realidad. No
podía quedarse allí,
tenía que encontrar el camino hacia el dormitorio. Apartó los ojos
de los de su madre y
susurró: «Volveré». Salió apresuradamente de la habitación.
—Podías haberme despertado —dijo malhumorado Ron.
—Puedes venir esta noche. Yo voy a volver; quiero enseñarte el
espejo.
—Me gustaría ver a tu madre y a tu padre —dijo Ron con interés.
—Y yo quiero ver a toda tu familia, todos los Weasley. Podrás
enseñarme a tus
otros hermanos y a todos.
—Puedes verlos cuando quieras —dijo Ron—. Ven a mi casa este
verano. De todos
modos, a lo mejor sólo muestra gente muerta. Pero qué lástima que
no encontraste a
Flamel. ¿No quieres tocino o alguna otra cosa? ¿Por qué no comes
nada?
Harry no podía comer. Había visto a sus padres y los vería otra vez
aquella noche.
Casi se había olvidado de Flamel. Ya no le parecía tan importante.
¿A quién le
importaba lo que custodiaba el perro de tres cabezas? ¿Y qué más
daba si Snape lo
robaba?
—¿Estás bien? —preguntó Ron—. Te veo raro.
Lo que Harry más temía era no poder encontrar la habitación del
espejo. Aquella noche,
con Ron también cubierto por la capa, tuvieron que andar con más
lentitud. Trataron de
repetir el camino de Harry desde la biblioteca, vagando por oscuros
pasillos durante casi
una hora.
—Estoy congelado —se quejó Ron—. Olvidemos esto y volvamos.
—¡No! —susurró Harry—. Sé que está por aquí.
Pasaron al lado del fantasma de una bruja alta, que se deslizaba en
dirección
opuesta, pero no vieron a nadie más.
Justo cuando Ron se quejaba de que tenía los pies helados, Harry
divisó la pareja
de armaduras.
—Es allí... justo allí... ¡sí!
Abrieron la puerta. Harry dejó caer la capa de sus hombros y corrió
al espejo.
Allí estaban. Su madre y su padre sonrieron felices al verlo.
—¿Ves? —murmuró Harry.
—No puedo ver nada.
—¡Mira! Míralos a todos... Son muchos...
—Sólo puedo verte a ti.
—Pero mira bien, vamos, ponte donde estoy yo.
Harry dio un paso a un lado, pero con Ron frente al espejo ya no
podía ver a su
familia, sólo a Ron con su pijama de colores.
Sin embargo, Ron parecía fascinado con su imagen.
—¡Mírame! —dijo.
—¿Puedes ver a toda tu familia contigo?
—No... estoy solo... pero soy diferente... mayor... ¡y soy
delegado!
—¿Cómo?
—Tengo... tengo un distintivo como el de Bill y estoy levantando la
copa de la casa
y la copa de quidditch... ¡Y también soy capitán de quidditch!
Ron apartó los ojos de aquella espléndida visión y miró excitado a
Harry.
—¿Crees que este espejo muestra el futuro?
—¿Cómo puede ser? Si toda mi familia está muerta... déjame mirar
de nuevo...
—Lo has tenido toda la noche, déjame un ratito más.
—Pero si estás sosteniendo la copa de quidditch, ¿qué tiene eso
de interesante?
Quiero ver a mis padres.
—No me empujes.
Un súbito ruido en el pasillo puso fin a la discusión. No se habían
dado cuenta de
que hablaban en voz alta.
—¡Rápido!
Ron tiró la capa sobre ellos justo cuando los luminosos ojos de la
Señora Norris
aparecieron en la puerta. Ron y Harry permanecieron inmóviles, los
dos pensando lo
mismo: ¿la capa funcionaba con los gatos? Después de lo que pareció
una eternidad, la
gata dio la vuelta y se marchó.
—No estamos seguros... Puede haber ido a buscar a Filch, seguro que
nos ha oído.
Vamos.
Y Ron empujó a Harry para que salieran de la habitación.
La nieve todavía no se había derretido a la mañana siguiente.
—¿Quieres jugar al ajedrez, Harry? —preguntó Ron.
—No.
—¿Por qué no vamos a visitar a Hagrid?
—No... ve tú...
—Sé en qué estás pensando, Harry, en ese espejo. No vuelvas esta
noche.
—¿Por qué no?
—No lo sé. Pero tengo un mal presentimiento y, de todos modos, ya
has tenido
muchos encuentros. Filch, Snape y la Señora Norris andan vigilando
por ahí ¿Qué
importa si no te ven? ¿Y si tropiezan contigo? ¿Y si chocas con
algo?
—Pareces Hermione.
—Te lo digo en serio, Harry, no vayas
Pero Harry sólo tenía un pensamiento en su mente, volver a mirar en
el espejo. Y
Ron no lo detendría.
La tercera noche encontró el camino más rápidamente que las veces
anteriores. Andaba
más rápido de lo que habría sido prudente, porque sabía que estaba
haciendo ruido, pero
no se encontró con nadie.
Y allí estaban su madre y su padre, sonriéndole otra vez, y uno de
sus abuelos lo
saludaba muy contento. Harry se dejó caer al suelo para sentarse
frente al espejo. Nadie
iba a impedir que pasara la noche con su familia. Nadie.
Excepto...
—Entonces de vuelta otra vez, ¿no, Harry?
Harry sintió como si se le helaran las entrañas. Miró para atrás.
Sentado en un
pupitre, contra la pared, estaba nada menos que Albus Dumbledore.
Harry debió de
haber pasado justo por su lado, y estaba tan desesperado por llegar
hasta el espejo que
no había notado su presencia.
—No... no lo había visto, señor.
—Es curioso lo miope que se puede volver uno al ser invisible
—dijo Dumbledore,
y Harry se sintió aliviado al ver que le sonreía—. Entonces
—continuó Dumbledore,
bajando del pupitre para sentarse en el suelo con Harry—, tú, como
cientos antes que tú,
has descubierto las delicias del espejo de Oesed.
—No sabía que se llamaba así, señor.
—Pero espero que te habrás dado cuenta de lo que hace, ¿no?
—Bueno... me mostró a mi familia y...
—Y a tu amigo Ron lo reflejó como capitán.
—¿Cómo lo sabe...?
—No necesito una capa para ser invisible —dijo amablemente
Dumbledore—. Y
ahora ¿puedes pensar qué es lo que nos muestra el espejo de Oesed a
todos nosotros?
Harry negó con la cabeza.
—Déjame explicarte. El hombre más feliz de la tierra puede
utilizar el espejo de
Oesed como un espejo normal, es decir, se mirará y se verá
exactamente como es. ¿Eso
te ayuda?
Harry pensó. Luego dijo lentamente:
—Nos muestra lo que queremos... lo que sea que queramos...
—Sí y no —dijo con calma Dumbledore—. Nos muestra ni más ni
menos que el
más profundo y desesperado deseo de nuestro corazón. Para ti, que
nunca conociste a tu
familia, verlos rodeándote. Ronald Weasley, que siempre ha sido
sobrepasado por sus
hermanos, se ve solo y el mejor de todos ellos. Sin embargo, este
espejo no nos dará
conocimiento o verdad. Hay hombres que se han consumido ante esto,
fascinados por lo
que han visto. O han enloquecido, al no saber si lo que muestra es
real o siquiera
posible.
Continuó:
—El espejo será llevado a una nueva casa mañana, Harry, y te pido
que no lo
busques otra vez. Y si alguna vez te cruzas con él, deberás estar
preparado. No es bueno
dejarse arrastrar por los sueños y olvidarse de vivir, recuérdalo.
Ahora ¿por que no te
pones de nuevo esa magnífica capa y te vas a la cama?
Harry se puso de pie.
—Señor... profesor Dumbledore... ¿Puedo preguntarle algo?
—Es evidente que ya lo has hecho —sonrió Dumbledore—. Sin
embargo, puedes
hacerme una pregunta más.
—¿Qué es lo que ve, cuando se mira en el espejo?
—¿Yo? Me veo sosteniendo un par de gruesos calcetines de lana.
Harry lo miró asombrado.
—Uno nunca tiene suficientes calcetines —explicó Dumbledore—.
Ha pasado otra
Navidad y no me han regalado ni un solo par. La gente sigue
insistiendo en regalarme
libros.
En cuanto Harry estuvo de nuevo en su cama, se le ocurrió pensar que
tal vez
Dumbledore no había sido sincero. Pero es que, pensó mientras sacaba
a Scabbers de su
almohada, había sido una pregunta muy personal.
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¿Sabes de que equipo soy? - Venga que te doy una pista
puntos 5 | votos: 5
Desmotiva - Esa sensacion de vacio en la barriga cuando te sientes solo....
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Porque... - Para ti son más que los de la cancion de Transformers
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Esas ruedas - las pagaras tú con tus impuestos, ¡Campeón!

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La vida es lo que pasa mientras - intentas llegar a la principal.
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Publicidad - Que acojona.
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Que quede claro - de una vez:
NO SON LO MISMO!
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Puede que me votéis en rojo... - Porque este cartel no tenga nada que ver con otros carteles, pero me
gustaría decir sentimientos que a ella no me atrevo a decir,
sentimientos como perder el sentido del tiempo cuando estoy con ella
o sentimientos como el vacío por dentro que siento al no tenerla, la
deseo tener pero mi cobardía o el miedo a no tenerla hace que me
reprime en estos malditos sentimientos que me gusta tener y a la vez
detesto,  desmotivaciones.com hace que con carteles dirigidos a estos
temas me sienta identificado y no me sienta tan solo, gracias.
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No Entiendo - Porque dice que mi contraseña es debil. Si ChuckNorris es el mas fuerte...

puntos 7 | votos: 7
Amigos que... - enseñan sus juegos y dicen que se los han pasado todos
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El hombre de negro - Pega portazos en las puertas... GIRATORIAS
puntos 7 | votos: 7
Por esas madres... - que nos ponen mas que sus propias hijas...
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¿ Para qué sirven... - ...los pezones del hombre ?
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Esto solo ocurre - aquí en España.

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Hannibal Lecter - Versión: Gato
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Una -  Vez un niño le dijo a su mama: mami pinte tus sabanas con
pintalabios entonces la mama se enojo mucho que le empezó a dar
golpes inconscientemente lo daña muy grave. El Niño
Fallece.Entonces fue a su cuarto y las sabanas decían (Mami Te Amo
Mucho)
moraleja no dejes que en un solo enojo pierdas alas personas que amas
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en todas las tiendas tienen - un pack de 5 videojuegos para PC que incluyen este
puntos 4 | votos: 6
Porque Chuck Norris  - no tiene miedo de los zombies, los zombies tienen miedo de Chuck Norris
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Yo - me quedo con las 2 de la izquierda.




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